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15

Corazón de Fuego llevaba una bola de musgo empapado entre los dientes. Parte del agua se había escurrido durante el trayecto de vuelta a casa, mojándole el pecho y refrescándole las patas delanteras, pero quedaría bastante para saciar la sed de Sauce y Flor Dorada hasta que una patrulla recogiera más tras la puesta de sol.

Los gatos del clan formaban pequeños grupos alrededor del claro mientras el sol iba descendiendo lentamente hacia las copas de los árboles. La mayoría ya habían comido y estaban compartiendo lenguas con tranquilidad en la habitual sesión de acicalamiento; se detuvieron brevemente entre lametazos para saludar a Corazón de Fuego cuando éste apareció por el túnel de aulagas. Él saludó a Musaraña, Viento Veloz y Espino, que estaban a punto de salir en la patrulla de la tarde.

Pecas se preparaba para guiar a otro grupo de veteranos a buscar agua. Estaba reuniéndolos junto al roble caído, y Corazón de Fuego oyó la decidida voz de Orejitas al pasar junto a ellos.

—Tendremos que aguzar el oído y estar ojo avizor mientras avanzamos —declaró el viejo macho gris—. ¿Veis esta muesca en mi oreja? La tengo desde que era aprendiz. Un búho apareció de la nada y se lanzó en picado. Pero ¡estoy seguro de que mis zarpas le dejaron una cicatriz más grande que ésta!

Corazón de Fuego dejó que se le alisara el pelo de los omóplatos, tranquilizado por el murmullo familiar del clan. Los gatos del Clan de la Sombra se habían ido, tal como Carbonilla había prometido, y él había visto a Látigo Gris. Entró en la maternidad y colocó el musgo delicadamente entre Sauce y Flor Dorada.

—Gracias, Corazón de Fuego —maulló Sauce.

—Habrá más después de la cena —prometió el joven lugarteniente, mientras las dos reinas empezaban a lamer las preciosas gotas de agua de la bola de musgo.

Intentó pasar por alto la mirada del hijo de Garra de Tigre, cuyos ojos relucían hambrientos desde las sombras mientras su madre apretaba el musgo con el hocico para extraer más agua.

—Pecas va a llevar otro grupo de veteranos al río en cuanto el sol se haya puesto y el bosque esté libre de Dos Patas —explicó Corazón de Fuego.

Flor Dorada se relamió.

—Hace mucho tiempo que ninguno de ellos sale al bosque después de oscurecer —comentó.

—Pues yo creo que Orejitas se muere de ganas de salir —ronroneó el lugarteniente—. Está contando historias sobre el búho que vivía cerca de las Rocas Soleadas. Medio Rabo parecía nervioso.

—Un poco de emoción les hará bien —señaló Sauce—. Ojalá yo pudiera ir con ellos. ¡Una pelea con un búho sería perfecto para estirar las patas!

—¿Echas de menos ser guerrera? —le preguntó Corazón de Fuego, sorprendido.

Sauce parecía de lo más cómoda tumbada en la maternidad, mientras sus cachorros —que crecían rápido— trepaban por su lomo. No se le había ocurrido que la gata pudiera añorar su antigua vida.

—¿Es que tú no lo echarías de menos? —replicó ella desafiante.

—Bueno, sí —tartamudeó el joven—. Pero tú tienes a tus hijos.

Sauce dobló el cuello para levantar a una diminuta gatita parda y blanca que había caído de lado. La depositó entre sus patas delanteras y le dio un lametazo.

—Oh, sí, tengo a mis hijos —admitió—. Pero echo de menos correr por el bosque, cazar mis propias presas y patrullar nuestras fronteras. —Lamió de nuevo a la gatita y añadió—: Estoy deseando llevar a estos tres al bosque por primera vez.

—Parece que van a ser buenos guerreros —maulló Corazón de Fuego.

Lo asaltó el recuerdo agridulce de la primera expedición de Nimbo, cuando salió al bosque cubierto de nieve y regresó con un campañol, y pestañeó. Inclinó la cabeza ante las reinas y dio media vuelta para marcharse, lanzando una mirada furtiva al hijo de Garra de Tigre. No pudo evitar preguntarse qué clase de guerrero sería.

—Adiós —masculló al salir de la maternidad.

Notaba en el aire el tentador aroma del montón de la carne fresca, pero había otra cosa que debía hacer antes de tomarse su comida de la tarde. Cruzó el claro hasta la guarida de Fauces Amarillas.

La vieja curandera estaba descansando bajo el sol vespertino, con el pelo tan mate y descuidado como de costumbre. Levantó el hocico para saludarlo.

—Hola, Corazón de Fuego —dijo con voz ronca—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Buscaba a Carbonilla.

—¿Por qué? ¿Qué quieres saber? —maulló Carbonilla desde el interior de su nido, asomando la cabeza.

—¿Es ésa la manera de recibir a tu lugarteniente? —la reprendió Fauces Amarillas, con los ojos centelleantes de risa.

—Lo es cuando interrumpe mi sueño —replicó la aprendiza, saliendo a rastras—. ¡Últimamente parece decidido a no dejarme descansar!

Fauces Amarillas lanzó una mirada de soslayo al joven guerrero.

—¿Acaso os traéis entre patas algo que yo debería saber?

—¿Estás interrogando a tu lugarteniente? —le preguntó Carbonilla con sorna.

Fauces Amarillas ronroneó.

—Sé que os traéis algo entre patas —declaró—, pero no me entrometeré. Lo único que sé es que mi aprendiza ha vuelto a ser la misma de siempre. Lo cual es estupendo, ¡porque no iba a ser útil para nadie mientras fuera por ahí con una cara tan mustia como una seta mojada!

Corazón de Fuego se sintió aliviado al ver que las dos gatas discutían en broma, como hacían cuando Carbonilla se convirtió en aprendiza de Fauces Amarillas, antes de la muerte de Corriente Plateada.

Incómodo, rascó el suelo abrasado por el sol; había ido a decirle a Carbonilla que los gatos del Clan de la Sombra se habían marchado, pero no resultaba fácil con la presencia de Fauces Amarillas.

—¡Qué raro! —gruñó la vieja curandera, mirando intencionadamente a Corazón de Fuego—. De repente, me apetece otro ratón del montón de carne fresca —afirmó, y el joven le dedicó un guiño de agradecimiento—. ¿Tú quieres algo, Carbonilla? —preguntó por encima del hombro mientras se dirigía al túnel. La aprendiza negó con la cabeza—. Muy bien. Volveré dentro de un momento. O dos.

Cuando Fauces Amarillas desapareció, Corazón de Fuego maulló en voz baja:

—He ido a ver a los gatos del Clan de la Sombra. Se han marchado.

—Te dije que lo harían —replicó Carbonilla.

—Pero no se marcharon hasta hace un par de días.

—No les habría hecho ningún bien viajar antes. Y yo tenía que asegurarme de que aprendieran a preparar la mezcla de hierbas antes de irse.

Corazón de Fuego agitó la cola ante la tozudez de la aprendiza, pero se sintió incapaz de discutir con ella. Carbonilla creía con toda su alma que había hecho lo correcto al cuidar de los gatos enfermos, y una parte de él coincidía en que había valido la pena correr el riesgo.

—Pero les dije que tenían que marcharse —maulló la gata, aunque su tono ya no era tan seguro.

—Te creo. Comprobar que se habían ido era responsabilidad mía, no tuya.

Carbonilla lo miró con curiosidad.

—¿Y tú cómo sabes cuándo se marcharon exactamente?

—Me lo ha dicho Látigo Gris.

—¿Has hablado con Látigo Gris? ¿Se encuentra bien?

—Está bien —ronroneó Corazón de Fuego—. Ahora nada como un pez.

—¡Me tomas el pelo! —exclamó ella—. Nunca lo habría imaginado.

—Yo tampoco —admitió él, y entonces se interrumpió, avergonzado, cuando le rugieron las tripas de hambre.

—Ve a comer —dijo la aprendiza—. Será mejor que te des prisa, antes de que Fauces Amarillas se lo zampe todo.

Corazón de Fuego se inclinó hacia delante y le dio un lametón en las orejas.

—Hasta luego —se despidió.

La vieja curandera le había dejado la posibilidad de escoger entre una ardilla o una paloma. Corazón de Fuego se decantó por la paloma y miró alrededor, preguntándose dónde comer. Notó que Tormenta de Arena lo observaba, con su esbelto cuerpo estirado y la cola pulcramente enroscada sobre las patas traseras.

El lugarteniente sintió que el corazón empezaba a latirle más deprisa. De repente ya no importaba que Tormenta de Arena no fuese parda, ni que sus ojos fueran de un verde claro en vez de ámbar. Corazón de Fuego miró a la guerrera melada, con la paloma colgándole de la boca, y recordó lo que le había dicho Carbonilla: que viviera el presente y dejara atrás el pasado. Sabía que Jaspeada estaría siempre en su corazón, pero no podía negar cómo le cosquilleaba la columna vertebral ante la visión de Tormenta de Arena. Atravesó el claro para unirse a ella. Al depositar la paloma a su lado para comer, oyó cómo la guerrera empezaba a ronronear.

De pronto, un horroroso aullido lo hizo alzar la cabeza de golpe. Tormenta de Arena se levantó mientras Musaraña y Espino irrumpían en el claro. Tenían el pelaje manchado de sangre, y Espino cojeaba penosamente.

El lugarteniente se tragó el bocado deprisa y se puso en pie.

—¿Qué ha ocurrido? ¿Dónde está Viento Veloz?

Los demás se congregaron a su alrededor, bufando de miedo y con el pelo erizado, preparándose para posibles problemas.

—No lo sé. Nos han atacado —contestó Musaraña sin aliento.

—¿Quiénes? —preguntó Corazón de Fuego.

Musaraña negó con la cabeza.

—No hemos podido verlo. Estábamos en las sombras.

—¿Y qué me dices de su olor?

—Estábamos demasiado cerca del Sendero Atronador. No sabría decir —respondió Espino, respirando con breves jadeos.

Corazón de Fuego miró al aprendiz, que se tambaleaba precariamente.

—Ve a ver a Fauces Amarillas —le ordenó—. ¡Tormenta Blanca! —llamó al guerrero, que ya corría desde la guarida de Estrella Azul—. Quiero que vengas con nosotros. —Se volvió hacia Musaraña—. Llévanos a donde ha sucedido esto.

Tormenta de Arena y Manto Polvoroso lo miraban expectantes, esperando recibir órdenes.

—Vosotros dos quedaos aquí a guardar el campamento —maulló el lugarteniente—. Esto podría ser una trampa para alejar a nuestros guerreros. Ya ocurrió en una ocasión.

Con Estrella Azul en su última vida, Corazón de Fuego sabía que debía dejar el campamento bien protegido.

Salió disparado de allí con Tormenta Blanca al lado y Musaraña resollando tras ellos. Juntos, ascendieron el barranco y corrieron por el bosque.

Corazón de Fuego redujo el paso al ver que Musaraña estaba haciendo un gran esfuerzo para seguirles el ritmo.

—Ve tan rápido como puedas —le instó.

Sabía que la guerrera estaría dolorida tras la pelea, pero necesitaban encontrar a Viento Veloz. Tenía la horrible sensación de que aquel ataque podía tener algo que ver con el Clan de la Sombra. Cirro y Cuello Blanco habían estado en territorio del Clan del Trueno hacía muy poco tiempo. ¿Lo habrían engañado para poner en peligro a su clan, después de todo? Corazón de Fuego se encaminó instintivamente hacia el Sendero Atronador.

—¡No! —exclamó Musaraña—. ¡Es por aquí! —Pasó ante él apretando el paso y se desvió hacia los Cuatro Árboles.

Corazón de Fuego y Tormenta Blanca la siguieron.

Mientras corrían entre los árboles, Corazón de Fuego reparó en que él ya había ido por allí antes. Era la ruta que habían tomado Cirro y Cuello Blanco después de que Estrella Azul los echara. ¿Habría entrado un grupo de asalto del Clan de la Sombra por el túnel de piedra que discurría bajo el Sendero Atronador?

Musaraña frenó de pronto entre dos gigantescos abedules. El Sendero Atronador rugía en la distancia, y su asqueroso olor se filtraba por la vegetación. Más adelante, Corazón de Fuego vio el delgado cuerpo marrón de Viento Veloz tumbado en el suelo, siniestramente quieto. Un gato blanco y negro estaba inclinado sobre el inmóvil guerrero. Con un sobresalto, Corazón de Fuego advirtió que se trataba de Cuello Blanco.

Los ojos del guerrero del Clan de la Sombra se dilataron de espanto al ver a los gatos que se acercaban. Empezó a retroceder, apartándose de Viento Veloz y trastabillando de la impresión.

—¡Está muerto! —gimió.

Corazón de Fuego pegó las orejas al cráneo, invadido por la ira. ¿Así era como los guerreros del Clan de la Sombra correspondían a la amabilidad de otro clan? Sin pararse a ver qué hacían Tormenta Blanca y Musaraña, soltó un aullido de furia y se abalanzó sobre Cuello Blanco, que se encogió bufando. Corazón de Fuego lo golpeó por detrás, y el guerrero del Clan de la Sombra cayó al suelo desmadejado, sin ofrecer resistencia, mientras Corazón de Fuego se alzaba sobre él.

El lugarteniente se quedó mirándolo confundido; su enemigo se encogía impotente bajo él, con los ojos convertidos en rendijas aterrorizadas. Mientras vacilaba, Cuello Blanco salió corriendo y desapareció en un enredado zarzal. Corazón de Fuego lo persiguió, sin preocuparse de las espinas que le desgarraban la piel. El guerrero del Clan de la Sombra debía de dirigirse al túnel de piedra. Corazón de Fuego siguió adelante y vislumbró la punta de la cola del gato, que estaba saliendo del zarzal al arcén cubierto de hierba.

Corazón de Fuego salió al cabo de unos instantes y vio a Cuello Blanco detenido en el margen del Sendero Atronador. Corazón de Fuego se lanzó sobre él, esperando que huyera hacia el túnel, pero el guerrero del Clan de la Sombra le dirigió una mirada y luego corrió al Sendero Atronador.

El lugarteniente presenció con horror cómo el aterrorizado gato cruzaba la dura superficie gris. Oyó un rugido ensordecedor. Se encogió, frunciendo la cara, cuando el apestoso viento de un monstruo le sacudió el cuerpo. Tras su paso, abrió los ojos y se quitó el polvo de las orejas. En el Sendero Atronador yacía inmóvil una figura maltrecha. El monstruo había atropellado a Cuello Blanco.

Corazón de Fuego se quedó helado un instante, embargado por el espantoso recuerdo del accidente de Carbonilla. Luego vio que Cuello Blanco se agitaba. No podía dejar allí a ningún gato; ni siquiera a un enemigo del Clan de la Sombra que había asesinado a uno de los guerreros más valientes del Clan del Trueno. Miró a ambos lados del Sendero Atronador. No había ningún monstruo a la vista. Corrió hacia donde estaba Cuello Blanco. El gato parecía más pequeño todavía, y la sangre de su pecho blanco relucía como fuego bajo los rayos del sol poniente.

Corazón de Fuego sabía que moverlo sólo aceleraría su muerte. Temblando de la impresión, miró al guerrero por el que Carbonilla se había tomado tantas molestias para curarlo en secreto, ocultándoselo al resto del clan.

—¿Por qué has atacado a nuestra patrulla? —susurró Corazón de Fuego.

Se inclinó cuando Cuello Blanco abrió la boca para hablar, pero el gorgoteante maullido del guerrero quedó ahogado por el rugido de un monstruo que pasó terroríficamente cerca, lanzando una nube de gases y polvo sobre los dos gatos. Corazón de Fuego clavó las garras todo lo que pudo en la inflexible superficie y se arrimó más al guerrero del Clan de la Sombra.

Cuello Blanco volvió a abrir la boca, de la que brotó un hilillo de sangre. Tragó saliva a duras penas, y un espasmo lo sacudió. Pero, antes de que pudiera hablar, sus ojos se detuvieron en un punto por encima del omóplato de Corazón de Fuego, hacia el bosque del territorio del Clan del Trueno. El lugarteniente vio que los ojos de Cuello Blanco relucían de pavor antes de volverse vidriosos por última vez.

Corazón de Fuego se dio la vuelta para descubrir qué había llenado de pánico los últimos instantes de Cuello Blanco. Le dio un vuelco el corazón al ver quién se hallaba en el borde del Sendero Atronador: el guerrero oscuro que había merodeado por muchos de sus sueños.

Garra de Tigre.