—¿Nimbo está bien? —preguntó Ceniciento.
Corazón de Fuego parpadeó mientras buscaba las palabras adecuadas para explicar la desaparición de su aprendiz.
—Creo que Nimbo ha abandonado el clan —murmuró al cabo. No tenía sentido intentar ocultar lo sucedido.
A Ceniciento se le pusieron los ojos como platos de la impresión, llenos de incredulidad.
—¿A… abandonado? —repitió—. Pero él… nos lo habría contado. Quiero decir, ¡nunca pensé que se quedaría allí!
—¿Que se quedaría dónde? —preguntó Viento Veloz bruscamente, incorporándose—. ¿Qué está ocurriendo?
Ceniciento lanzó una mirada de culpabilidad a Corazón de Fuego, consciente de que había revelado el secreto de su amigo.
—Ve a continuar comiendo —maulló el lugarteniente con afabilidad—. Puedes decirle a Cebrado que Nimbo ha regresado a su vida doméstica. Ya no hay por qué tener secretos.
—Es que no puedo creer que se haya marchado de verdad —dijo Ceniciento con tristeza—. Lo echaré muchísimo de menos.
Dio media vuelta y se dirigió muy despacio a la guarida de los aprendices, donde Cebrado aguardaba como un búho hambriento. La noticia se propagaría por todo el campamento antes de la puesta de sol.
—¿Adónde ha ido Nimbo? —quiso saber Viento Veloz, volviéndose hacia Corazón de Fuego.
—Ha regresado con los Dos Patas —contestó el lugarteniente, y cada palabra fue como una piedra cayendo en el sofocante aire forestal.
Aún le resonaban en los oídos los desgarradores gritos de Nimbo pidiendo ayuda, pero no veía que sirviera de nada ponerse a disculpar a su errático aprendiz. ¿Cómo convencer al clan de que se habían llevado a Nimbo contra su voluntad, cuando todos sabrían que había estado engordando con los regalos de los Dos Patas?
Viento Veloz frunció el entrecejo.
—A Cebrado le va a encantar oír eso.
El guerrero atigrado ya estaba mirando con aire triunfal desde el otro lado del claro, mientras escuchaba a Ceniciento. Sintiendo que se le caía el alma a los pies, Corazón de Fuego vio cómo Cebrado se acercaba a Rabo Largo y Orejitas; la noticia sobre la desaparición de Nimbo empezó a extenderse por el clan como tallos de enredadera negra y pegajosa. Orejitas se coló entre las ramas del roble para compartir la información con los demás veteranos, mientras Rabo Largo hacía un gesto de asentimiento a su antiguo mentor y se encaminaba a la maternidad. Tal como Corazón de Fuego había temido, Cebrado estaba asegurándose de que todo el campamento supiera que su pariente había vuelto a sus raíces domésticas.
—¿Es que no vas a hacer nada? —preguntó Tormenta de Arena, con voz cortante de indignación—. ¿Vas a permitir que Cebrado le cuente a todo el clan lo de Nimbo?
Corazón de Fuego movió la cabeza.
—¿Cómo voy a combatir la verdad? —maulló tristemente.
—¡Podrías hablar al clan! —le espetó la guerrera—. Y explicarles lo que ha sucedido realmente.
—Nimbo rechazó la vida del clan en cuanto empezó a aceptar comida de los Dos Patas —señaló Corazón de Fuego.
—Bueno, por lo menos deberías comunicárselo a Estrella Azul —le dijo Tormenta de Arena.
—Demasiado tarde —murmuró Viento Veloz.
Corazón de Fuego siguió la mirada del guerrero marrón y advirtió que Cebrado estaba acercándose a la guarida de la líder. El atigrado iba a estropear el momento de Estrella Azul, cuando ésta necesitaba paz más que cualquier otra cosa. El joven lugarteniente sacudió la cola, indignado por el rencor egoísta de Cebrado, aunque sabía que la mayor parte de su furia estaba dirigida a Nimbo.
—Venga; al menos podrías tomarte la cena —maulló Tormenta de Arena, más amable.
Pero Corazón de Fuego no tenía apetito. Sólo pudo quedarse mirando alrededor, devolviendo las miradas de los demás gatos —algunos, inquietos; otros, ávidamente curiosos— conforme se iban enterando de la deserción de Nimbo.
Viento Veloz le tocó una pata trasera a Corazón de Fuego con la cola.
—Atención.
Cebrado se dirigía hacia ellos con una expresión presuntuosa que ni siquiera intentó ocultar.
—Estrella Azul quiere verte —le dijo el atigrado a Corazón de Fuego en voz bien alta.
Con un suspiro de resignación, el lugarteniente se levantó para ir a la guarida de la líder.
Vaciló en la entrada, sintiendo una punzada de ansiedad. Le parecía inevitable que Estrella Azul viera la desaparición de Nimbo como una nueva traición de un miembro del Clan del Trueno. ¿Significaría eso que la líder iba a empezar a dudar también de él, por haber sido un gato doméstico?
—Entra, Corazón de Fuego —lo llamó Estrella Azul—. ¡Puedo olerte acechando ahí fuera!
El joven se abrió paso a través del liquen. Estrella Azul estaba ovillada en su lecho, con Tormenta Blanca a su lado. El guerrero tenía los ojos dilatados de curiosidad. Corazón de Fuego plantó las orejas, intentando impedir que se agitaran y delataran su nerviosismo.
—Así que ésa es la razón por la que has venido a verme antes —maulló Estrella Azul—. Te preguntabas si yo tendría hambre, ¡ja! —exclamó. A Corazón de Fuego le pilló desprevenido el ronroneo divertido de la gata—. Normalmente, sólo te ofreces a traerme algo de comer a mi guarida si crees que me estoy muriendo. ¡Me has hecho pensar que por el campamento corría el rumor de que estaba en las últimas!
Corazón de Fuego no podía creer que la líder se estuviera tomando con tanta calma la noticia sobre Nimbo.
—Lo… lo siento —tartamudeó—. Iba a contarte lo de Nimbo, pero parecías tan… tan relajada… No quería disgustarte.
—Puede que últimamente no me haya sentido muy bien —admitió Estrella Azul con un gesto de cabeza—, pero no estoy hecha de telas de araña. —Sus ojos azules se pusieron serios mientras continuaba—. Sigo siendo vuestra líder y necesito saber todo lo que ocurre en mi clan.
—Sí, Estrella Azul.
—Bien, Cebrado dice que Nimbo se ha ido a vivir con unos Dos Patas. ¿Tú sabías que eso podía llegar a suceder?
Corazón de Fuego asintió.
—Pero desde hace muy poco —aclaró—. Ayer mismo descubrí que estaba visitando una casa de Dos Patas para que le dieran comida.
—Y pensaste que podrías solucionarlo por tu cuenta —murmuró Estrella Azul.
—Sí. —Corazón de Fuego lanzó una mirada a Tormenta Blanca, que observaba en silencio mientras sus viejos ojos no se perdían nada.
—No puedes decirle a un gato qué debe sentir su corazón —advirtió Estrella Azul—. Si el corazón de Nimbo anhelaba una vida como gato de compañía, entonces ni siquiera el Clan Estelar podría cambiarlo.
—Lo sé —coincidió el lugarteniente—. Pero no es tan sencillo como eso. —No quería disculpar el comportamiento de su aprendiz ante el resto del clan, pero deseaba que Estrella Azul conociera toda la historia. Aunque no estaba seguro de si lo hacía por el bien de Nimbo o por el suyo propio—. Los Dos Patas se lo han llevado contra su voluntad.
—¿Que se lo han llevado? —repitió Tormenta Blanca—. ¿Qué te hace decir eso?
—He visto cómo lo metían en el interior de un monstruo —explicó el joven—. Pedía ayuda a gritos. Yo he corrido tras él, pero no he podido hacer nada.
—Pero Nimbo llevaba un tiempo aceptando comida de esos Dos Patas —le recordó Estrella Azul, entornando los ojos.
—Sí —admitió Corazón de Fuego—. Ayer hablé con él sobre eso, y no estoy seguro de que quisiera realmente la vida de un minino doméstico. Parecía seguir considerándose un gato de clan. —Tragó saliva a duras penas—. No creo que Nimbo comprendiera hasta qué punto estaba quebrantando el código guerrero.
—¿Estás seguro de que es la clase de guerrero que necesita el Clan del Trueno? —preguntó Estrella Azul.
Corazón de Fuego bajó los ojos, avergonzándose de su aprendiz y reconociendo la verdad que encerraban las palabras de la líder.
—Todavía es joven —respondió en voz queda—. Yo creo que tiene el corazón de un gato de clan, aunque no se haya dado cuenta.
—Corazón de Fuego —maulló ella dulcemente—, el Clan del Trueno necesita gatos leales y valientes como tú. Si a Nimbo se lo han llevado, entonces quizá era lo que se proponía el Clan Estelar. Puede que Nimbo no haya nacido en el bosque, pero ha sido parte de nuestro clan el tiempo suficiente para que nuestros antepasados guerreros se interesen por él. No estés tan triste. Vaya a donde vaya Nimbo, el Clan Estelar se asegurará de que encuentre la felicidad.
Corazón de Fuego alzó la vista poco a poco hasta su antigua mentora.
—Gracias, Estrella Azul —maulló.
Quería creer que el Clan Estelar pretendía realmente lo mejor para Nimbo, que no estaba castigando al clan ni indicando su desaprobación por los gatos domésticos al alejar al aprendiz. Corazón de Fuego no estaba del todo convencido, pero agradecía a la líder del clan su comprensión, y se sentía sinceramente aliviado porque ella no viera un mensaje siniestro en la desaparición de Nimbo.
Esa noche, Corazón de Fuego volvió a soñar. El despejado cielo nocturno se extendía sobre su cabeza mientras el sueño lo llevaba por encima del bosque hasta los Cuatro Árboles, sujetándolo con sus garras estrelladas antes de depositarlo sobre la Gran Roca. Corazón de Fuego sintió la inmemorial fuerza de la piedra bajo sus patas, y disfrutó de la frescura de la lisa superficie bajo sus almohadillas, que seguían doliéndole por haber ido tras Nimbo. Notó que Jaspeada se acercaba, y esa sensación llegó acompañada de un gran alivio: ella no lo había abandonado, como en el último sueño.
—Corazón de Fuego.
La familiar voz susurró en sus oídos, y el joven se volvió en redondo, esperando ver el pelaje pardo de la curandera resplandeciendo bajo la luz de la luna. Pero ella no estaba allí.
—Jaspeada, ¿dónde estás? —llamó; el corazón le dolía por las ganas de verla.
—Corazón de Fuego —volvió a murmurar la voz—, ten cuidado con un enemigo que parece dormir.
—¿Qué quieres decir? —preguntó el lugarteniente con el pecho oprimido—. ¿Qué enemigo?
—¡Ten cuidado!
Corazón de Fuego abrió los ojos y levantó la cabeza de golpe. Seguía oscuro dentro de la guarida, y podía oír la respiración acompasada de los demás guerreros del Clan del Trueno. Se puso en pie para encaminarse a la entrada. Al pasar junto a Cebrado, advirtió que el guerrero tenía las orejas alerta, aunque tenía los ojos cerrados.
«Ten cuidado con un enemigo que parece dormir». La advertencia volvió a sonar en la cabeza de Corazón de Fuego, pero él la rechazó. Jaspeada no necesitaba recordarle que no se fiara de Cebrado. El joven sabía de sobra que la lealtad de Cebrado hacia el clan no significaba necesariamente lealtad hacia él. La advertencia de Jaspeada se refería a otra cosa, algo que la gata temía que él no pudiera ver por sí mismo.
El claro lo recibió con una luz de luna pálida y plateada y una fresca brisa. Corazón de Fuego se sentó en el borde y miró hacia las estrellas. ¿Qué podía temer Jaspeada con relación a él? El joven reflexionó, repasando lo que le había sucedido recientemente: la recuperación de Estrella Azul, la desaparición de Nimbo, el descubrimiento de los gatos enfermos del Clan de la Sombra. «¡Los gatos del Clan de la Sombra!». Carbonilla decía que había curado su enfermedad, pero tal vez no fuera así. Tal vez sólo parecieran estar mejor. Corazón de Fuego notó punzadas de inquietud, como picaduras de pulgas en la base de la cola. Jaspeada había sido curandera. A lo mejor ella sabía que la enfermedad no estaba curada realmente. A lo mejor estaba advirtiéndole que ya se había propagado en el campamento del Clan del Trueno. Cuanto más lo pensaba, más convencido estaba de que eso era lo que significaba el sueño.
Había murciélagos revoloteando entre los árboles, y sus silenciosas alas parecían avivar las llamas de su alarma. ¿Cómo había permitido que los gatos del Clan de la Sombra se quedaran en territorio del Clan del Trueno? Tenía que preguntarle a Carbonilla si estaba segura de haber curado su enfermedad. Se levantó de un salto, cruzó veloz y silenciosamente el claro, corrió por el túnel de helechos y llegó a la guarida de Fauces Amarillas.
Frenó en seco, jadeando. Los asmáticos ronquidos de Fauces Amarillas resonaban desde la oscura grieta de la roca. Corazón de Fuego oyó la respiración —más suave— de Carbonilla, procedente de un nido entre los helechos que rodeaban el claro, y metió la cabeza por el pequeño hueco.
—¡Carbonilla! —siseó con urgencia.
—¿Eres tú, Corazón de Fuego? —maulló la gata, adormilada.
—Carbonilla —insistió él, lo bastante alto para que ella abriera los ojos.
La aprendiza lo miró bizqueando, luego rodó sobre la barriga y levantó la cabeza.
—¿Qué pasa? —le preguntó con el entrecejo fruncido.
—¿Estás segura de que los gatos del Clan de la Sombra se han curado de verdad? —quiso saber. Habló en voz baja, aunque sabía que Fauces Amarillas no podía oírlo desde el interior de su guarida.
Carbonilla parpadeó confundida.
—¿Me has despertado para preguntarme eso? Ayer ya te dije que estaban mejorando.
—Sí, pero ¿siguen estando enfermos?
—Bueno, sí —admitió la gata—. Pero no están ni remotamente tan enfermos como lo estaban.
—¿Y qué me dices de ti? ¿Tienes algún síntoma de la enfermedad? ¿Alguno de nuestros gatos ha acudido a verte con fiebre o dolor?
Carbonilla bostezó y se desperezó.
—Yo estoy bien —maulló—. Los gatos del Clan de la Sombra están bien. El Clan del Trueno está bien. —Negó con la cabeza con cansancio—. ¡Todo el mundo está bien! Por el Clan Estelar, ¿qué es lo que te preocupa?
—He tenido un sueño —explicó él, incómodo—. Jaspeada ha venido a decirme que tuviese cuidado con un enemigo que parece dormir. Creo que se refería a la enfermedad.
La aprendiza soltó un resoplido.
—Es probable que el sueño te advirtiera que no despertaras a la pobre de Carbonilla, que ha tenido un día realmente largo, ¡o podrías ganarte un tirón de bigotes!
El joven lugarteniente reparó en que parecía exhausta. Debía de estar más atareada de lo habitual, ocupándose de sus obligaciones en el campamento además de cuidar de Cirro y Cuello Blanco.
—Lo siento —maulló—, pero creo que los gatos del Clan de la Sombra tienen que marcharse.
Entonces Carbonilla sí abrió los ojos por completo.
—Dijiste que podían quedarse hasta que estuvieran completamente recuperados —le recordó—. ¿Has cambiado de opinión por ese sueño?
—Jaspeada ha tenido razón en otras ocasiones —respondió el gato—. No puedo arriesgarme permitiendo que se queden.
Carbonilla lo miró fijamente en silencio un instante y luego maulló:
—En ese caso, deja que yo hable con ellos.
Corazón de Fuego asintió.
—Pero debes hacerlo mañana —insistió.
Carbonilla apoyó la barbilla en las patas delanteras.
—Lo haré —prometió—. Pero ¿y si tu sueño se equivoca? Si el Clan de la Sombra está tan afectado por la enfermedad como dicen esos gatos, podrías estar mandándolos a su muerte.
Corazón de Fuego sintió que se le atascaba el aire en el pecho, pero sabía que tenía que proteger a su propio clan.
—Tú puedes enseñarles a preparar la mezcla sanadora, ¿verdad? —sugirió.
La aprendiza asintió.
—De acuerdo —continuó él—. Si haces eso, ellos podrían cuidar de sí mismos, y tal vez incluso ayudar a sus compañeros de clan. —La idea de que no estaba abandonando del todo a los desesperados gatos del Clan de la Sombra lo alivió, pero necesitaba explicar por qué los expulsaba—. Carbonilla, debo escuchar a Jaspeada… —La tristeza le formó un nudo en la garganta que lo hizo enmudecer. El aroma de los helechos de alrededor intensificaba el recuerdo de la curandera, pues era allí donde había vivido y trabajado.
—Hablas de ella como si todavía estuviera viva —murmuró Carbonilla cerrando los ojos—. ¿Por qué no la dejas descansar con el Clan Estelar? Sé que era especial para ti, pero recuerda lo que me dijo Fauces Amarillas cuando yo no podía parar de pensar en Corriente Plateada: «Emplea tu energía en el presente. Deja de preocuparte por el pasado».
—¿Qué tiene de malo recordar a Jaspeada? —protestó el lugarteniente.
—Que, mientras estás soñando con ella, justo delante de tus narices hay otra gata… una gata viva… en la que sí deberías estar pensando.
Corazón de Fuego se quedó mirándola perplejo.
—¿De qué estás hablando?
—¿Es que no te has dado cuenta?
—¿De qué?
Carbonilla abrió los ojos y levantó la cabeza.
—Corazón de Fuego, ¡todos los gatos del Clan del Trueno ven que Tormenta de Arena te tiene mucho pero que mucho afecto!
El joven sintió una oleada de calor por todo el cuerpo y empezó a protestar, pero Carbonilla no le hizo el menor caso.
—Ahora vete y déjame descansar —masculló la aprendiza, volviendo a apoyar la barbilla sobre las patas—. Mañana les diré a Cirro y Cuello Blanco que se marchen. Lo prometo.
Para cuando Corazón de Fuego llegó al túnel de helechos, se oía la suave respiración de Carbonilla mezclada con los ásperos ronquidos de Fauces Amarillas. La cabeza seguía dándole vueltas cuando salió al claro. Sabía que Tormenta de Arena lo apreciaba y respetaba, mucho más de lo que jamás habría esperado cuando se unió al clan, pero nunca se le había ocurrido que la gata sintiera por él algo más fuerte que la amistad. De repente recordó el dulce brillo de sus ojos verde claro mientras le lamía las almohadillas heridas, y empezó a notar un cosquilleo que jamás había sentido.