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12

—¡Ayudadme! ¡No dejéis que se me lleven!

Corazón de Fuego oyó el desesperado aullido de Nimbo por encima del rugido del monstruo.

El Dos Patas no le prestó atención. Se subió al monstruo con Nimbo y cerró la puerta. Con una nube de gases asfixiantes, el monstruo se puso en marcha y se encaminó al Sendero Atronador.

—¡No! ¡Espera!

Corazón de Fuego no hizo caso del grito de Tormenta de Arena y salió disparado del pasadizo, tras el monstruo. El duro camino de piedra le despellejaba las almohadillas, pero, por mucho que corría, el monstruo iba cada vez más rápido, y finalmente dobló una esquina y desapareció.

Corazón de Fuego frenó en seco, con las patas doloridas y el pulso desbocado. Tormenta de Arena volvió a llamarlo:

—¡Corazón de Fuego! ¡Vuelve!

El lugarteniente miró desesperado el Sendero Atronador vacío, donde se hallaba el monstruo unos momentos antes, y luego regresó corriendo junto a Tormenta de Arena. Conmocionado, siguió ciegamente a la gata, que lo condujo de nuevo por el pasadizo, a través del jardín y por encima de la valla, hasta la seguridad del bosque.

—¡Corazón de Fuego! —exclamó Tormenta de Arena sin aliento cuando aterrizaron en el suelo forestal cubierto de hojas—. ¿Te encuentras bien?

Él no podía responder. Se quedó mirando la lisa valla, intentando asimilar lo que acababa de presenciar. ¡Los Dos Patas se habían llevado a Nimbo a la fuerza! No podía quitarse de la cabeza la expresión aterrorizada del aprendiz. ¿Adónde se lo llevaban? Fuera donde fuese, estaba claro que Nimbo no quería ir con ellos.

—Te sangran las almohadillas —murmuró Tormenta de Arena.

Corazón de Fuego levantó una pata delantera y la giró para echarle un vistazo. Se quedó mirando sin ver la sangre que brotaba, hasta que Tormenta de Arena se inclinó y empezó a lamerle el polvo de las heridas. Le dolía, pero no protestó. Los lametazos rítmicos lo reconfortaron, y le evocaron recuerdos lejanos de su infancia. Poco a poco, el pánico que lo había paralizado empezó a desvanecerse.

—Nimbo se ha ido —maulló abatido. Su corazón parecía un tronco hueco, resonando de pena con cada latido.

—Encontrará el camino a casa —dijo Tormenta de Arena. El lugarteniente miró sus tranquilos ojos verdes y sintió un destello de esperanza—. Si así lo desea —añadió ella. Sus palabras lo atravesaron como espinas, pero los ojos de la gata rebosaban compasión, y él supo que sólo estaba diciendo la verdad—. Puede que Nimbo sea más feliz en el lugar al que va. Tú quieres que sea feliz, ¿no?

Corazón de Fuego asintió despacio.

—Pues vamos: regresemos al campamento. —El maullido de Tormenta de Arena sonó enérgico, y Corazón de Fuego sintió una oleada de frustración.

—¡Para ti es fácil! —espetó—. Tú compartes tu sangre con el resto del clan. Nimbo era mi único pariente. Ahora, ya no hay nadie en el clan cercano a mí.

Tormenta de Arena se encogió como si la hubiera golpeado.

—¿Cómo puedes decir eso? Yo no he hecho otra cosa que intentar ayudarte. ¿Es que no significa nada? Creía que nuestra amistad era importante para ti, pero ¡es evidente que estaba equivocada!

Entonces se volvió en redondo, azotando las patas de Corazón de Fuego con la cola, y salió disparada hacia los árboles.

Él la vio desaparecer, desconcertado por su reacción. Le dolían las zarpas, y se sintió más desdichado que nunca. Empezó a avanzar lentamente por el bosque, cuidando de evitar la valla de Princesa. No podía ni imaginar cómo le contaría lo que había sucedido con su primogénito.

Con cada paso, la punzante preocupación por qué iba a decir al resto del clan aumentó su desdicha. Se imaginó cómo se regodearía Cebrado al descubrir que su pariente había regresado a la cómoda vida de un gato doméstico. «¡Un minino de compañía siempre es un minino de compañía!». Después de todo, puede que la burla que lo había perseguido durante tanto tiempo tuviera una parte de verdad.

Lo distrajo el correteo de un ratón bajo los pinos. Aún había que alimentar al clan. Corazón de Fuego se agazapó instintivamente, pero esa vez no disfrutó de la caza. Atrapó al ratón, acabó con él con fría rapidez y lo llevó hacia el campamento.

El sol se hallaba tras los árboles cuando llegó al túnel de aulagas. Se detuvo a tomar aire y tranquilizarse antes de entrar en el claro, con el ratón colgando de la boca.

El clan estaba compartiendo lenguas alrededor del claro tras la comida del atardecer. Musaraña lo recibió en la entrada, y Corazón de Fuego se preguntó si estaría esperando su regreso.

—Has estado fuera mucho tiempo —observó la guerrera amablemente—. ¿Va todo bien?

Corazón de Fuego desvió la vista, incómodo. Sentía que debía dar la noticia sobre Nimbo en primer lugar a Estrella Azul.

—Tormenta Blanca ha organizado la patrulla del anochecer en tu ausencia —continuó Musaraña.

—Eh… muy bien… gracias —tartamudeó el lugarteniente.

Musaraña inclinó la cabeza educadamente y se volvió para alejarse.

Mientras la observaba marcharse, Corazón de Fuego se dijo a sí mismo que la pérdida de Nimbo no significaba que estuviera solo en el clan. La mayor parte de los gatos parecían aceptarlo como lugarteniente, a pesar del irregular ritual de nombramiento. Deseó poder estar seguro de que el Clan Estelar sentía lo mismo, y sus antiguos temores le nublaron el entendimiento como cuervos aleteando ruidosamente. ¿La pérdida de Nimbo sería una señal de que el Clan Estelar quería castigar al Clan del Trueno privándolo de un guerrero en potencia? Todavía peor: ¿los antepasados guerreros estaban indicando que los gatos domésticos no podían pertenecer a un clan?

Sintió como si las patas fueran a cederle bajo el peso de su ansiedad. Dejó el ratón en el montón de carne fresca y miró alrededor. Tormenta de Arena estaba tumbada junto a Viento Veloz, con un gorrión entre las patas. Corazón de Fuego se estremeció cuando la gata melada le lanzó una mirada de reproche. El joven sabía que tenía que disculparse, pero primero debía contarle a Estrella Azul lo de Nimbo.

Cruzó hasta la guarida de la líder y saludó desde la entrada. Le sorprendió que respondiera Tormenta Blanca. Asomó la cabeza por el liquen y vio a Estrella Azul enroscada en su lecho, con la cabeza alzada y los ojos relucientes, mientras compartía lenguas con Tormenta Blanca. Por una vez, la líder del Clan del Trueno parecía igual a cualquier guerrero, disfrutando de la compañía de un buen amigo. Y al ver la expresión satisfecha de la gata, Corazón de Fuego se sintió incapaz de alterarla con malas noticias.

—¿Sí, qué ocurre? —inquirió la líder.

—Yo… solamente me preguntaba si tendrías hambre —balbuceó el lugarteniente.

—Oh. —Estrella Azul sonó perpleja—. Gracias, pero Tormenta Blanca ya me ha traído algo. —Señaló con la cabeza una paloma a medio comer en el suelo de la guarida.

—Ah… perfecto. Entonces te dejaré comer.

Corazón de Fuego se apresuró a retroceder, antes de que ella pudiera preguntarle qué se traía entre patas. Regresó directamente al montón de carne fresca, agarró el ratón que había dejado y se lo llevó hacia la mata de ortigas, donde estaban Tormenta de Arena y Viento Veloz.

—Hola —lo saludó Viento Veloz—. Creía que ibas a perderte la hora de la comida.

Corazón de Fuego intentó ronronear una respuesta afable, pero la voz le salió muy ronca:

—He tenido un día ajetreado.

Viento Veloz miró de reojo a Tormenta de Arena, que seguía ignorando al lugarteniente del clan, y a éste le pareció que el delgado guerrero agitaba los bigotes.

—Siento mucho lo de antes —le susurró Corazón de Fuego a Tormenta de Arena.

—Deberías —masculló ella sin mirarlo.

—Has sido una buena amiga —añadió el joven—. Lamento que hayas pensado que no te aprecio.

—Sí, bueno, ¡pues la próxima vez procura pensar más allá de tus propios bigotes!

—¿Volvemos a ser amigos? —maulló Corazón de Fuego.

—Siempre lo hemos sido —contestó la gata sin más.

Aliviado, se sentó junto a ella y empezó a mordisquear el ratón. Viento Veloz no había pronunciado ni una palabra, pero Corazón de Fuego percibió que le centelleaban los ojos de risa. Era obvio que su interacción con Tormenta de Arena estaba atrayendo la atención de los demás guerreros. Sintió un cosquilleo de timidez y miró incómodo por el claro.

Cebrado estaba sentado delante de la guarida de los aprendices, hablando con Ceniciento. Corazón de Fuego se preguntó por qué estaría hablando con el aprendiz de Manto Polvoroso en vez de compartir una presa con los otros guerreros. Ceniciento negaba con la cabeza, pero el guerrero atigrado no dejó de hablar hasta que el aprendiz bajó los ojos y empezó a cruzar el claro en dirección a la mata de ortigas.

Corazón de Fuego agitó las orejas. Por la forma en que Cebrado observaba al aprendiz gris, supo que estaba tramando algo.

Ceniciento se detuvo delante del joven lugarteniente; su pequeño cuerpo estaba tenso, y sacudía la cola nerviosamente.

—¿Ocurre algo malo? —le preguntó Corazón de Fuego.

—No, sólo me preguntaba dónde estará Nimbo —maulló el gato—. Ha dicho que volvería a la hora de comer.

Corazón de Fuego miró hacia donde estaba Cebrado, observándolos con atención; sus ojos ámbar relucían con indisimulado interés.

—¡Dile a Cebrado que si quiere saberlo debería preguntármelo él mismo! —espetó.

Ceniciento se estremeció.

—Yo… lo siento —tartamudeó—. Cebrado me ha dicho… —Movió las patas y de repente alzó la vista, mirando directamente a Corazón de Fuego—. La verdad es que Cebrado no es el único que quiere saberlo. Yo también estoy preocupado. Nimbo me ha prometido que a esta hora habría vuelto. —El aprendiz gris vaciló, apartó la mirada y terminó—: A pesar de lo que pueda hacer, Nimbo siempre cumple su palabra.

Corazón de Fuego estaba asombrado. Jamás se le había ocurrido que Nimbo pudiera haberse ganado el respeto y la lealtad de sus compañeros, como cualquier otro guerrero. Pero ¿qué quería decir Ceniciento con eso de «a pesar de lo que pueda hacer»?