—¿Adónde han ido? —preguntó Corazón de Fuego con voz estrangulada.
—Acerquémonos a echar un vistazo —propuso Tormenta de Arena, dirigiéndose hacia el lugar por donde habían desaparecido los gatos del Clan de la Sombra.
Corazón de Fuego corrió tras ella. Al acercarse a la extensión de hierba que había engullido la cola negra, se toparon con una sombra, donde la tierra se hundía bruscamente junto al Sendero Atronador. Era la entrada a un túnel de piedra que discurría debajo del camino gris, como el que Corazón de Fuego había usado junto con Látigo Gris para encontrar al Clan del Viento. Tormenta de Arena lo rozó mientras descendían sigilosamente para olfatear con cautela la lúgubre entrada. Corazón de Fuego notó en las orejas las corrientes de viento producidas por los monstruos que pasaban rugiendo por encima, pero, además del hedor del Sendero Atronador, también percibió el rastro fresco de los gatos del Clan de la Sombra. Habían ido por allí, sin la menor duda.
El túnel era totalmente redondo, estaba recubierto de piedra de color crema claro y tenía la altura de dos gatos. El musgo que crecía hasta la mitad de ambos lados indicaba que por allí corría agua durante la estación sin hojas. Ahora estaba seco, y el fondo se hallaba sembrado de hojas y basura de los Dos Patas.
—¿Tú habías oído hablar de este sitio? —preguntó Tormenta de Arena.
Corazón de Fuego negó con la cabeza.
—Debe de ser por donde cruza el Clan de la Sombra para llegar a los Cuatro Árboles.
—Mucho más fácil que sortear a los monstruos —comentó la guerrera.
—No es de extrañar que Cirro quisiera que los dejáramos cruzar solos el Sendero Atronador. Este túnel es un secreto que el Clan de la Sombra querrá guardarse para sí. Regresemos al campamento para contárselo a Estrella Azul.
Salió del agujero de un salto y corrió hacia el bosque, mirando por encima del hombro si Tormenta de Arena lo seguía. Ella fue disparada tras él, y los dos se encaminaron a casa. Al cruzar la línea olorosa, el lugarteniente sintió el familiar alivio de encontrarse de nuevo en la seguridad de su territorio. Sin embargo, tras oír las noticias de Cirro sobre la enfermedad del Clan de la Sombra, dudaba que el clan rival estuviera en condiciones de seguir patrullando las fronteras.
—¡Estrella Azul! —Acalorado y sin aliento tras la carrera hasta casa, Corazón de Fuego fue directamente a la guarida de la líder.
—¿Sí? —respondió ella a través del liquen.
Él accedió al interior. La líder estaba en su lecho, con las patas dobladas bajo el cuerpo.
—Hemos encontrado un túnel justo dentro del territorio del Clan de la Sombra —informó el joven—. Va por debajo del Sendero Atronador.
—Espero que no lo hayáis seguido —gruñó Estrella Azul.
Corazón de Fuego vaciló. Esperaba que su líder se ilusionara con el descubrimiento, pero, en vez de eso, su tono era seco y acusatorio.
—N… No, no lo hemos hecho —balbuceó.
—Ya habéis corrido demasiados riesgos al entrar en su territorio. No queremos contrariar al Clan de la Sombra.
—Si ese clan está tan débil como han dicho los guerreros, no creo que hiciera nada al respecto —señaló, pero Estrella Azul se quedó mirando más allá, aparentemente absorta en sus pensamientos.
—¿Se han marchado esos gatos? —preguntó la líder al fin.
—Sí. Se han ido por ese túnel. Así es como lo hemos descubierto —explicó él.
Estrella Azul asintió, distante.
—Ya veo.
Corazón de Fuego buscó una pizca de compasión en los ojos de la líder. ¿Es que a ella no le importaba ni lo más mínimo la enfermedad del Clan de la Sombra?
—¿Hemos hecho lo correcto al mandarlos de vuelta a su casa? —no pudo evitar preguntarle.
—¡Por supuesto! —espetó la gata—. No queremos una nueva enfermedad en el campamento.
—No, claro que no —coincidió el joven guerrero, compungido.
Cuando se disponía a salir, Estrella Azul añadió:
—De momento, no le digas a nadie lo del túnel.
—De acuerdo —prometió él, atravesando el liquen.
Se preguntó por qué Estrella Azul querría mantener el túnel en secreto. Al fin y al cabo, habían descubierto un punto débil en la frontera con el Clan de la Sombra que podría convertirse en una ventaja para el Clan del Trueno. No es que él creyera que el clan rival mereciera algún tipo de ataque en esos momentos, pero, sin duda, tener un mejor conocimiento del bosque sólo podía ser bueno, ¿no? Corazón de Fuego suspiró cuando Tormenta de Arena corrió hacia él.
—¿Qué te ha dicho Estrella Azul? —preguntó la guerrera—. ¿Se alegra de que hayamos encontrado el túnel?
Corazón de Fuego negó con la cabeza.
—Me ha dicho que lo mantenga en secreto.
—¿Por qué? —maulló Tormenta de Arena sorprendida.
El joven lugarteniente se encogió de hombros y se encaminó a su guarida. Tormenta de Arena lo siguió.
—¿Te encuentras bien? —quiso saber la gata—. ¿Y Estrella Azul? ¿Te ha dicho algo más?
Corazón de Fuego se dio cuenta de que estaba dejando traslucir la ansiedad que le provocaba la líder. Bajó la cabeza para darse un lametón en el pecho, y luego maulló con alegría forzada:
—Debo irme. Prometí a Nimbo que esta tarde lo llevaría a cazar.
—¿Quieres que os acompañe? —Los ojos de Tormenta de Arena mostraron cierta inquietud, pero después añadió—: Será divertido. Hace un montón de tiempo que no cazamos juntos.
Señaló con la cabeza hacia la guarida de los aprendices, donde Nimbo estaba dormitando al sol. La peluda y abultada barriga del aprendiz subía y bajaba acompasadamente.
—La verdad es que necesita hacer ejercicio —apuntó Tormenta de Arena—. Está empezando a parecerse a Sauce. —Ronroneó de la risa—. ¡Debe de ser un cazador terrible! Creo que nunca había visto un gato de clan tan gordo.
No había mala intención en sus palabras, pero Corazón de Fuego notó un repentino calor. Nimbo estaba gordo para lo joven que era, mucho más gordo que los demás aprendices, incluso aunque ahora todos disfrutaban de las cuantiosas presas de la estación de la hoja verde.
—Creo que debería llevarme a Nimbo yo solo —maulló a su pesar—. Últimamente lo tengo un poco desatendido. ¿Qué te parece si cazamos otro día?
—Ya me dirás cuándo —respondió Tormenta de Arena jovialmente—. Estaré encantada. Podría cazar otro conejo para los dos.
Corazón de Fuego vio un destello malicioso en sus ojos verde claro, y supo que estaba refiriéndose a la vez en que cazaron juntos en un bosque cubierto de nieve que destellaba con la escarcha. En aquella ocasión, Tormenta de Arena lo sorprendió con su velocidad y destreza.
—¡A menos que por fin hayas aprendido a cazarlos por ti mismo! —bromeó la guerrera, tocándole la mejilla con la cola al alejarse.
Mientras la observaba irse, Corazón de Fuego sintió un extraño cosquilleo de felicidad en las zarpas. Luego sacudió la cabeza y se dirigió a Nimbo. El adormilado aprendiz arqueó el lomo y se estiró; sus cortas patas se estremecieron por el esfuerzo.
—¿Hoy has salido del campamento? —le preguntó Corazón de Fuego.
—No.
—Bien, vamos a ir a cazar —informó sin más. Lo sacaba de quicio que Nimbo pensara que podía quedarse tumbado y disfrutar de un baño de sol—. Debes de tener hambre.
—La verdad es que no —replicó el aprendiz.
Corazón de Fuego se sintió desconcertado. ¿Nimbo habría estado robando comida del montón de carne fresca? A los aprendices no se les permitía comer hasta que hubieran cazado para los veteranos o entrenado con sus mentores. Corazón de Fuego rechazó esa idea al instante. El gato blanco no podría haberlo hecho sin que alguien del clan lo viera.
—Bueno, pues si no tienes hambre, empezaremos en la hondonada de aprendizaje haciendo prácticas de lucha —maulló—. Podemos cazar después.
Sin darle la ocasión de protestar, Corazón de Fuego salió del campamento corriendo. Oyó las ruidosas pisadas de Nimbo tras él, pero no miró atrás ni redujo el paso hasta que alcanzó la hondonada cubierta donde entrenaban los aprendices. Se detuvo en mitad del claro arenoso. El aire estaba tan inmóvil que, incluso a la sombra, el calor del mediodía resultaba sofocante.
—Atácame —ordenó a Nimbo cuando éste descendió la cuesta a trompicones, levantando nubes de polvo rojo que se adherían a su largo pelo blanco.
El aprendiz lo miró sin pestañear, arrugando la nariz.
—¿Qué? ¿Así sin más?
—Sí —contestó Corazón de Fuego—. Actúa como si yo fuera un enemigo.
—Vale.
Nimbo se encogió de hombros y empezó a correr desganadamente hacia él. Su redonda panza lo entorpecía, haciendo que sus cortas patas se hundieran más en la arena. Corazón de Fuego tuvo tiempo de sobra para prepararse, de forma que, cuando Nimbo llegó hasta él, le resultó fácil esquivarlo y mandarlo rodando por la tierra.
Nimbo se levantó sacudiéndose y estornudó cuando la arena se le metió en la nariz.
—Demasiado lento —le dijo Corazón de Fuego—. Prueba otra vez.
Nimbo se agazapó respirando profundamente y entornó los ojos. Corazón de Fuego lo observó, impresionado por la intensidad de la mirada del aprendiz: esta vez parecía estar pensando en atacar de verdad. Nimbo dio un gran salto hacia su mentor y, al aterrizar, se retorció para poder golpearlo con las patas traseras.
El lugarteniente se tambaleó, pero logró conservar el equilibrio, y mandó a Nimbo por los aires con un mandoble de su pata delantera.
—Mejor —resolló—. Pero no estás preparado para el contraataque.
Nimbo permaneció inmóvil sobre la arena.
—¿Nimbo? —maulló Corazón de Fuego. Le había dado un golpe fuerte, pero desde luego no lo suficiente para herirlo.
El aprendiz agitó una oreja, pero se quedó donde estaba.
Corazón de Fuego se acercó a él con un súbito hormigueo de preocupación. Nimbo tenía los ojos bien abiertos.
—Me has matado —dijo el aprendiz con voz ahogada, tomándoselo a broma, y se puso débilmente boca arriba.
Corazón de Fuego soltó un resoplido.
—Deja de hacer el tonto. ¡Esto es serio!
—Vale, vale. —Nimbo se puso en pie, todavía jadeando—. Pero ahora sí tengo hambre. ¿Podemos ir a cazar?
Corazón de Fuego abrió la boca para objetar algo, pero luego recordó las palabras de Tormenta Blanca: «Aprenderá cuando esté preparado». Después de todo, quizá fuera mejor dejar que Nimbo entrenara a su propio ritmo. Hasta el momento, discutir había sido una pérdida de tiempo.
—Venga, vamos —suspiró Corazón de Fuego, y guió a Nimbo fuera de la hondonada de entrenamiento.
Mientras recorrían el fondo del barranco hasta el bosque, Nimbo se detuvo a olfatear el aire.
—Huelo a conejo —maulló.
Corazón de Fuego levantó la nariz. Su aprendiz tenía razón.
—Por ahí —susurró Nimbo.
Un brillante destello en los arbustos traicionó la cola blanca de un joven conejo. Corazón de Fuego se agazapó hasta pegarse al suelo. Tensó los músculos, listo para darle caza. A su lado, Nimbo lo imitó, y su barriga sobresalió por ambos costados. Vislumbraron de nuevo la cola del conejo, y Nimbo salió disparado hacia él, golpeando pesadamente el seco suelo forestal con sus patas. El conejo oyó el ruido al instante y desapareció como un rayo entre la maleza. Nimbo lo persiguió con gran estrépito, mientras Corazón de Fuego los seguía con pasos silenciosos. Los helechos temblaban por donde había pasado Nimbo, y Corazón de Fuego sintió una punzada de decepción cuando su aprendiz frenó en seco, jadeando, delante de él. El conejo había desaparecido.
—¡Cazabas mucho mejor cuando eras un cachorro! —exclamó Corazón de Fuego.
De pequeño, el hijo de su hermana tenía madera de buen guerrero, pero el peludo aprendiz blanco parecía estar volviéndose tan flojo como un minino de compañía.
—Sólo el Clan Estelar sabe cómo te has puesto tan gordo con una técnica de caza como la tuya. Ni siquiera un gato en forma puede correr más que un conejo. ¡Debes moverte con más ligereza si quieres atrapar uno!
Lo alegraba que Tormenta de Arena no los hubiera acompañado. Habría sentido mucha vergüenza si la guerrera hubiera visto que su aprendiz se había convertido en un cazador penoso.
Por una vez, Nimbo no protestó.
—Lo lamento —dijo entre dientes, y Corazón de Fuego sintió cierta compasión por él.
Daba la impresión de que, esa vez, Nimbo lo había hecho lo mejor que podía, y el lugarteniente no logró evitar pensar que había defraudado a su aprendiz al descuidar su entrenamiento en los últimos tiempos.
—¿Por qué no me marcho a cazar yo solo? —propuso Nimbo mirándose las patas—. Prometo que llevaré alguna pieza al montón de carne fresca.
Corazón de Fuego lo examinó un momento. Nimbo no podía ser siempre tan mal cazador, porque parecía mejor alimentado que ningún otro gato del clan. Quizá le iba mejor cuando no lo vigilaban. En un abrir y cerrar de ojos, Corazón de Fuego decidió seguirlo sin que él lo supiera para observar cómo cazaba.
—Es una buena idea —aceptó—. Pero asegúrate de estar de vuelta a la hora de la comida.
Nimbo se animó al instante.
—Por supuesto —maulló—. No llegaré tarde; lo prometo.
Corazón de Fuego oyó cómo la barriga del aprendiz rugía de hambre. «Puede que eso mejore su destreza», pensó.
Mientras los pasos de Nimbo se iban alejando por el bosque, Corazón de Fuego sintió una punzada de culpabilidad ante la idea de espiarlo. Pero se recordó que sólo iba a evaluar las habilidades de su aprendiz, como haría cualquier mentor.
Seguir el rastro de Nimbo por el pinar fue fácil. La vegetación era escasa bajo la sombra de los gigantescos pinos, y Corazón de Fuego podía ver el pelaje níveo de su aprendiz a mucha distancia. Allí, el bosque bullía de pequeños pájaros, y el lugarteniente esperaba que Nimbo se detuviera para aprovecharse de aquellas abundantes ofrendas.
Pero el aprendiz no se detuvo. Continuó a un paso sorprendentemente rápido, teniendo en cuenta el tamaño de su barriga. Salió del pinar y entró en el robledal que lindaba con el poblado de Dos Patas. Corazón de Fuego notó un amenazador hormigueo en las zarpas. Manteniéndose agachado, corrió más para no perder de vista a Nimbo en la densa maleza. Luego los árboles empezaron a escasear, y Corazón de Fuego entrevió las vallas que rodeaban los jardines de los Dos Patas. ¿Iba Nimbo a visitar a su madre, Princesa? Su hogar de Dos Patas estaba cerca de allí. No podía culpar al aprendiz por querer verla de vez en cuando. Nimbo era lo bastante joven para recordar su cálido aroma. Pero ¿por qué Nimbo no había mencionado antes a Princesa? ¿Y por qué había dicho que iba a cazar si pensaba visitar a su madre? Sin duda sabía que, de todos los gatos del clan, Corazón de Fuego era quien mejor lo entendería.
La confusión del lugarteniente aumentó cuando Nimbo se alejó de la valla de Princesa y siguió la línea de casas de Dos Patas, hasta que el hogar de Princesa quedó muy atrás. El aprendiz avanzaba con paso firme, pasando por alto incluso el rastro fresco de un ratón que se cruzó en su camino, hasta que alcanzó un abedul plateado que se alzaba junto a una verja verde claro. El pequeño gato blanco saltó dificultosamente al tronco del abedul y, de allí, a lo alto de la valla, donde se tambaleó porque su barriga lo desequilibraba. Corazón de Fuego recordó la burla de Manto Polvoroso y se estremeció. Quizá, después de todo, los pájaros de jardín sí fueran más del gusto de Nimbo. Él tendría que explicarle a su aprendiz que los gatos de clan no cazaban en las viviendas de Dos Patas. El Clan Estelar les había dado el bosque para conseguir comida.
Nimbo bajó de un salto al otro lado de la valla. Corazón de Fuego se apresuró a trepar al abedul, y agradeció que estuviera lleno de hojas mientras se ocultaba tras el tembloroso follaje. Vio a Nimbo abajo, atravesando el césped esmeradamente cortado, con la cola y la barbilla bien levantadas. Lo asaltó un presentimiento cuando Nimbo pasó veloz ante un grupo de estorninos. Los pájaros se dispersaron en el aire en una nebulosa de plumas, pero Nimbo ni siquiera se molestó en girar la cabeza. Corazón de Fuego sintió que la sangre empezaba a bombearle en los oídos. Si Nimbo no había ido a aquel jardín a cazar pájaros, ¿qué estaba haciendo allí? Entonces se quedó helado de espanto al ver que el aprendiz se sentaba ante la casa de Dos Patas y soltaba un quejido agudo y lastimero.