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8

A Corazón de Fuego lo despertaron maullidos de alarma y el golpeteo de pisadas en el claro. Parpadeó contra la cegadora luz del sol que se colaba entre las ramas que cubrían la guarida de los guerreros.

Una cabeza dorada apareció por el muro de hojas. Era Tormenta de Arena; sus ojos verde claro destellaban de emoción.

—¡Hemos capturado a dos guerreros del Clan de la Sombra! —maulló sin aliento.

Corazón de Fuego se levantó de un salto, instantáneamente despejado.

—¿Qué? ¿Dónde?

—Junto al Árbol de la Lechuza —explicó Tormenta de Arena—. ¡Estaban dormidos! —añadió, y su voz revelaba su desprecio por la despreocupación de los enemigos.

—¿Se lo has comunicado a Estrella Azul?

—Manto Polvoroso está contándoselo ahora.

La gata salió del dormitorio de los guerreros, y Corazón de Fuego corrió tras ella, pasando ante Viento Veloz, que levantó la cabeza de golpe, confundido por el alboroto.

Corazón de Fuego había dormido de forma intermitente tras regresar de la Asamblea, alterado por el significativo silencio que recibió el anuncio de su nombramiento como lugarteniente. Sus sueños se habían llenado de gatos desconocidos que retrocedían ante él, como si fuera un búho de mal agüero volando por un bosque de sombras. Corazón de Fuego creía que había dejado atrás sus días como forastero, pero las miradas desafiantes de los otros gatos le indicaron que seguía sin ser aceptado por completo en la vida del bosque. Esperaba que no se enterasen de la irregular ceremonia de nombramiento. Sólo serviría para reforzar la inquietud de los otros porque un gato doméstico hubiera sustituido a un respetado lugarteniente nacido en un clan.

Ahora se enfrentaba a un nuevo desafío. ¿Cómo manejaría el tema de los gatos enemigos capturados en territorio del Clan del Trueno? Deseó que Estrella Azul estuviera lo bastante tranquila para guiarlo.

La patrulla del alba había formado un círculo en medio del claro. Corazón de Fuego se abrió paso entre los reunidos y vio a los dos gatos del Clan de la Sombra agazapados sobre la dura tierra, con la cola erizada y las orejas pegadas al cráneo.

Reconoció a uno de los guerreros al instante. Se trataba de Cirro, un atigrado marrón. Se habían conocido en una Asamblea cuando Cirro no era más que un cachorro. Cola Rota lo había obligado a convertirse en aprendiz cuando sólo tenía tres lunas de edad. Ahora ya era un gato adulto, pero seguía siendo de constitución pequeña, y mostraba muy mal aspecto. Con el pelo enmarañado, apestaba a carroña y miedo. Tenía las ancas huesudas, como alas sin plumas, y los ojos hundidos. El otro no estaba mucho mejor. «Estos guerreros no inspiran temor precisamente», pensó Corazón de Fuego con una punzada de inquietud.

Miró a Tormenta Blanca, que había dirigido la patrulla del alba.

—¿Han opuesto resistencia?

—No —admitió el guerrero blanco, agitando la cola—. Cuando los hemos despertado, nos han suplicado que los trajéramos aquí.

Corazón de Fuego se sintió confundido.

—¿Os lo han suplicado? —repitió—. ¿Por qué harían eso?

—¿Dónde están esos guerreros del Clan de la Sombra? —aulló Estrella Azul, avanzando entre los gatos reunidos con la cara crispada de miedo y rabia. Corazón de Fuego sintió que se le contraía el estómago—. ¿Es un nuevo ataque? —bufó a los dos maltrechos gatos.

—Tormenta Blanca los ha encontrado mientras patrullaban —se apresuró a explicar el lugarteniente—. Estaban durmiendo en nuestro territorio.

—¿Durmiendo? —gruñó Estrella Azul, pegando las orejas a la cabeza—. Bueno, ¿nos han invadido o no?

—Éstos son los únicos guerreros que hemos descubierto —maulló Tormenta Blanca.

—¿Estáis seguros? —exigió saber Estrella Azul—. Podría ser una trampa.

Mientras Corazón de Fuego miraba a las dos penosas criaturas, su instinto le dijo que la invasión era lo último que les pasaba por la cabeza. Pero Estrella Azul tenía razón. Lo más prudente sería comprobar que no había más guerreros del Clan de la Sombra escondidos en el bosque, esperando una señal para atacar. Llamó a Musaraña y Manto Polvoroso.

—Vosotros dos, llevaos a un guerrero y un aprendiz cada uno. Empezad en el Sendero Atronador y examinad el camino hasta el campamento. Quiero que busquéis por todo el territorio señales del Clan de la Sombra.

Para su alivio, los dos guerreros obedecieron al instante. Manto Polvoroso llamó a Viento Veloz y Ceniciento, mientras que Musaraña escogía a Zarpa Rauda y Fronde Dorado. Luego, los seis gatos salieron corriendo del campamento en dirección al bosque.

Corazón de Fuego se volvió hacia los temblorosos prisioneros.

—¿Qué estáis haciendo en las tierras del Clan del Trueno? —preguntó—. Cirro, ¿por qué estáis aquí?

El atigrado se quedó mirándolo con los ojos como platos, llenos de miedo, y Corazón de Fuego sintió una oleada de compasión. El guerrero parecía tan perdido e indefenso como en la Asamblea en la que se conocieron, cuando apenas era un cachorro debilitado.

—C… Cuello Blanco y yo hemos venido con la e… esperanza de que nos dierais comida y hierbas curativas —tartamudeó Cirro al cabo.

Corazón de Fuego lo miró asombrado. ¿Desde cuándo los gatos del Clan de la Sombra buscaban la ayuda de sus peores enemigos?

—Corazón de Fuego, espera. —La suave voz de Carbonilla sonó en su oído. La aprendiza estaba observando a los dos miembros del Clan de la Sombra entornando los ojos—. Estos gatos no suponen ninguna amenaza para nosotros. Están enfermos. —Avanzó cojeando y tocó delicadamente la zarpa delantera de Cirro con el hocico—. Tiene la almohadilla caliente —maulló—. Tiene fiebre.

Carbonilla se disponía a olfatear la zarpa del otro cautivo cuando Fauces Amarillas se abrió paso entre los felinos congregados.

—¡Aléjate de ellos!

Carbonilla se volvió de un salto.

—¿Por qué? Estos gatos están enfermos. ¡Debemos ayudarlos! —La aprendiza inclinó la cabeza, mirando suplicante a Corazón de Fuego y luego a Estrella Azul.

Todos se volvieron expectantes hacia la líder del clan, pero ella se limitó a mirar a los prisioneros con ojos dilatados. Corazón de Fuego vio cómo la vieja gata gris luchaba con la perplejidad y el temor, los ojos empañados de confusión. Se dio cuenta de que tenía que distraer la atención de los demás mientras su desasosegada líder se aclaraba las ideas.

—¿Por qué nosotros? —les preguntó a los dos cautivos—. ¿Qué os ha impulsado a venir a nuestro territorio?

Esta vez habló el otro guerrero del Clan de la Sombra, Cuello Blanco. Era un gato negro con las patas y el pecho blancos, aunque ahora estaban manchados de tierra.

—Ya habéis ayudado al Clan de la Sombra con anterioridad, cuando desterramos a Cola Rota —explicó en voz queda.

«Pero el Clan del Trueno dio asilo al antiguo líder del Clan de la Sombra —pensó Corazón de Fuego con un escalofrío—. ¿Es que Cuello Blanco lo ha olvidado?». Luego cayó en la cuenta de que Cola Rota había obligado a esos dos gatos a convertirse en aprendices cuando apenas tenían edad de separarse de sus madres. Desterrar a su cruel líder debió de suponerles un alivio tan grande que lo que ocurriera después con él les parecería una insignificancia. Y ahora que Cola Rota había muerto, para los guerreros del Clan de la Sombra ya no había ninguna amenaza en el campamento del Clan del Trueno, aparte de la rivalidad normal entre clanes.

—Esperábamos que pudierais ayudarnos ahora —continuó Cuello Blanco—. Estrella Nocturna está enfermo. Nuestro campamento es un caos con tantos gatos enfermos. No tenemos suficientes hierbas ni carne fresca para salir adelante.

—¿Qué está haciendo Nariz Inquieta? Él es vuestro curandero. ¡Es él quien debe cuidar de vosotros! —bufó Fauces Amarillas antes de que Corazón de Fuego pudiera decir nada.

El joven lugarteniente se quedó desconcertado por su tono. Fauces Amarillas había pertenecido al Clan de la Sombra. Corazón de Fuego sabía que la lealtad de la curandera estaba ahora del lado del Clan del Trueno, pero le sorprendió su falta de compasión hacia sus antiguos compañeros.

—Estrella Nocturna parecía encontrarse bien anoche en la Asamblea —gruñó Cebrado.

—Sí —coincidió la líder, entornando los ojos con recelo.

Pero Corazón de Fuego recordó lo frágil que parecía el líder del Clan de la Sombra, y no le extrañó que Cirro maullara:

—Empeoró al regresar al campamento. Nariz Inquieta ha pasado toda la noche a su lado. No se separa de él. ¡Ha dejado morir a un cachorro junto al vientre de su madre sin ni siquiera una semilla de adormidera para facilitar su tránsito hasta el Clan Estelar! Tenemos miedo de que también nos deje morir a nosotros. Por favor, ¡ayudadnos!

Corazón de Fuego se estremeció al oír la súplica del joven. Miró esperanzado a Estrella Azul, pero los ojos azules de la gata seguían mostrando desconcierto.

—Deben marcharse —insistió Fauces Amarillas con un gruñido bajo.

—¿Por qué? —espetó Corazón de Fuego—. ¡No son ninguna amenaza en el estado en que se encuentran!

—Sufren una enfermedad que ya he visto antes en el Clan de la Sombra. —Fauces Amarillas se puso a dar vueltas alrededor de los prisioneros, observándolos pero manteniendo las distancias—. La última vez mató a muchos gatos.

—No se trata de neumonía, ¿verdad? —preguntó Corazón de Fuego.

Algunos de los presentes empezaron a retroceder lentamente ante la mención de la enfermedad que había arrasado el campamento del Clan del Trueno en la estación sin hojas.

—No. No tiene nombre —masculló Fauces Amarillas con los ojos clavados en los cautivos—. Procede de las ratas que viven en el vertedero de los Dos Patas que hay en el extremo más alejado de las tierras del Clan de la Sombra. —Fulminó con la mirada a Cirro—. Los veteranos saben que esas ratas de los Dos Patas propagan la enfermedad, y seguro que jamás las habrían cazado.

—Un aprendiz llevó una de esas ratas al campamento —explicó Cirro—. Era demasiado joven para saberlo.

Corazón de Fuego oyó la trabajosa respiración del guerrero enfermo mientras los gatos del Clan del Trueno lo miraban en silencio.

—¿Qué deberíamos hacer? —le preguntó el lugarteniente a Estrella Azul.

Fauces Amarillas habló antes de que la líder pudiera contestar.

—Estrella Azul, no hace mucho que la neumonía devastó nuestro campamento —le recordó—. Tú perdiste una vida en aquella ocasión.

La curandera entornó los ojos, y Corazón de Fuego se imaginó lo que estaba pensando. Sólo ellos sabían que Estrella Azul estaba viviendo su última vida. Si la enfermedad se propagaba en el Clan del Trueno, la gata podría morir y ellos se quedarían sin líder. Esa idea le heló la sangre, y se estremeció a pesar del caliente sol matinal.

Estrella Azul asintió.

—Tienes razón, Fauces Amarillas —maulló en voz baja—. Estos gatos deben marcharse. Corazón de Fuego, sácalos de aquí —añadió con voz inexpresiva, y se fue hacia su guarida.

Su alivio porque se hubiera tomado una decisión quedaba mitigado por la pena que le daban los gatos enfermos, y Corazón de Fuego maulló a su pesar:

—Tormenta de Arena y yo escoltaremos a los guerreros del Clan de la Sombra hasta su frontera.

Los gatos presentes soltaron maullidos de aprobación. Cirro se quedó mirando a Corazón de Fuego, rogándole en silencio. El lugarteniente se obligó a desviar la vista.

—Volved a vuestras guaridas —les dijo a sus compañeros de clan.

Los demás desaparecieron silenciosamente entre los arbustos que bordeaban el claro, hasta que sólo quedó Carbonilla junto a Corazón de Fuego y Tormenta de Arena. Cuello Blanco empezó a toser, y su cuerpo se sacudió con dolorosos espasmos.

—Por favor, deja que los ayude —suplicó la aprendiza.

El joven lugarteniente negó con la cabeza, impotente, mientras Fauces Amarillas la llamaba desde su túnel de helechos.

—¡Carbonilla! Ven aquí. Debes limpiarte el hocico para que no quede ni rastro de la enfermedad.

Carbonilla miró fijamente a Corazón de Fuego.

—¡Ven de una vez! —bufó Fauces Amarillas—. ¡A menos que quieras que añada unas hojas de ortiga a la mezcla!

La aprendiza retrocedió con una última mirada de reproche a Corazón de Fuego. Pero no había nada que él pudiera hacer. Estrella Azul le había dado una orden, y el clan estaba de acuerdo.

Corazón de Fuego miró de soslayo a Tormenta de Arena y se sintió aliviado al ver sus ojos llenos de comprensión. Sabía que la guerrera entendería su debate interno entre la compasión por los gatos enfermos y el deseo de proteger al clan de la enfermedad.

—Vámonos —maulló Tormenta de Arena suavemente—. Cuanto antes regresen a su campamento, mejor.

—De acuerdo —respondió Corazón de Fuego. Miró a Cirro, obligándose a pasar por alto la desesperación de su rostro—. El Sendero Atronador está muy transitado. Siempre hay más monstruos en la estación de la hoja verde. Os ayudaremos a cruzarlo.

—No es necesario —susurró Cirro—. Podemos cruzarlo solos.

—En todo caso, os llevaremos hasta allí. Vamos.

Los guerreros del Clan de la Sombra se levantaron a duras penas y se encaminaron con pasos inestables hacia la entrada del campamento. Tormenta de Arena y Corazón de Fuego los siguieron sin hablar, aunque el joven dio un respingo al ver cómo los enfermos ascendían penosamente el barranco.

Al internarse en el bosque, un ratón cruzó el camino por delante de ellos. Los dos guerreros del Clan de la Sombra agitaron las orejas, pero estaban demasiado débiles para darle caza. Sin pararse a pensar, Corazón de Fuego salió disparado y siguió el rastro del ratón en la maleza. Lo mató, lo llevó a donde estaban los gatos enfermos y lo depositó a los pies de Cirro. Como si estuvieran demasiado mal para sentirse agradecidos, no dijeron nada, pero se agacharon para dar cuenta de la presa.

Corazón de Fuego vio que Tormenta de Arena parecía dudar.

—No pueden contagiar la enfermedad sólo por comer —señaló el joven—. Y necesitarán energía extra para regresar a su campamento.

—Pues parece que no tienen mucho apetito —comentó la guerrera al ver que Cirro y Cuello Blanco dejaban de comer de golpe y se alejaban del ratón para meterse bajo la maleza.

Al cabo de un momento, los oyeron vomitar.

—Qué desperdicio de presa —dijo Tormenta de Arena entre dientes, echando tierra sobre los restos.

—Supongo que sí —respondió Corazón de Fuego decepcionado.

Esperó hasta que reaparecieron los gatos del Clan de la Sombra, y luego fue tras ellos con Tormenta de Arena.

Corazón de Fuego captó el olor acre de los gases del Sendero Atronador unos momentos antes de oír el rugido de los monstruos a través de los árboles llenos de hojas. Tormenta de Arena maulló a los gatos del Clan de la Sombra:

—Sé que no queréis que os ayudemos, pero nos quedaremos vigilando mientras cruzáis el Sendero Atronador.

Corazón de Fuego asintió, de acuerdo con ella. Se sentía más preocupado por la seguridad de aquellos gatos que receloso porque no abandonaran el territorio del Clan del Trueno.

—Cruzaremos solos —insistió Cirro—. Dejadnos aquí.

Corazón de Fuego lo miró con dureza, preguntándose de pronto si tendría que ser menos confiado. Pero seguía costándole creer que esos guerreros enfermos supusieran una amenaza para su clan.

—De acuerdo —concedió.

Tormenta de Arena le lanzó una mirada inquisitiva, pero él le hizo una ligera señal con la cola y la gata se sentó. Cirro y Cuello Blanco se despidieron con un gesto de cabeza y desaparecieron entre los helechos.

—¿Vamos a…? —empezó Tormenta de Arena.

—¿… seguirlos? —concluyó Corazón de Fuego, imaginando lo que ella iba a preguntar—. Supongo que deberíamos.

Esperaron unos momentos hasta que se desvaneció el sonido de los gatos enfermos entre los arbustos, y entonces empezaron a seguir su rastro por el bosque.

—Éste no es el camino al Sendero Atronador —susurró Tormenta de Arena cuando el rastro se desvió hacia los Cuatro Árboles.

—Puede que hayan tomado la ruta por la que han venido —sugirió el lugarteniente, tocando con la nariz la punta de un tallo de zarza. El hedor reciente de los gatos enfermos le hizo torcer la boca—. Vamos —maulló—. Alcancémoslos.

Sintió una oleada de ansiedad. ¿Se habría equivocado con los guerreros del Clan de la Sombra? ¿Se dirigían de nuevo hacia tierras del Clan del Trueno, a pesar de su promesa de marcharse? Apretó el paso, y Tormenta de Arena corrió en silencio tras él.

El ruido del Sendero Atronador zumbaba como abejas somnolientas en la distancia.

Los gatos del Clan de la Sombra parecían seguir una ruta paralela al apestoso camino de piedra. Su olor los guió fuera de la protección de los helechos del bosque, hasta una extensión de tierra pelada. Justo delante de ellos, los guerreros enfermos habían atravesado la línea olorosa que marcaba la frontera entre los dos territorios, y estaban desapareciendo en un zarzal, ajenos a sus perseguidores.

Tormenta de Arena entornó los ojos.

—¿Por qué van por ahí?

—Averiguémoslo —contestó Corazón de Fuego.

Aceleró, tragándose la sensación de temor al cruzar la línea olorosa. El ruido del Sendero Atronador sonaba mucho más fuerte, y agitó las orejas molesto por el doloroso estruendo.

Avanzaron entre los espinosos tallos. Ahora Corazón de Fuego era angustiosamente consciente de que estaban en terreno hostil, pero tenía que asegurarse de que los guerreros del Clan de la Sombra estaban regresando a su campamento. Por el ruido que había, ahora el Sendero Atronador debía de estar a sólo unos zorros de distancia por delante de ellos, y sus gases casi anulaban el olor de los gatos enfermos.

De pronto el zarzal terminó, y Corazón de Fuego se encontró saliendo a la asquerosa hierba que bordeaba el Sendero Atronador.

—¡Cuidado! —advirtió a Tormenta de Arena cuando apareció a su lado.

El duro camino gris se hallaba justo ante ellos, reluciendo bajo el calor, y la gata melada retrocedió cuando un monstruo pasó rugiendo.

—¿Dónde están los gatos del Clan de la Sombra? —preguntó.

Corazón de Fuego miró al otro lado del Sendero Atronador, entornando los ojos y agachando las orejas, mientras más monstruos pasaban ruidosamente y le alborotaban el pelo y los bigotes con el amargo viento que levantaban. No se veía por ninguna parte a los gatos enfermos, pero era imposible que hubiesen cruzado ya.

—Mira —siseó Tormenta de Arena, señalando con la nariz.

Corazón de Fuego siguió su mirada de asombro a lo largo de la polvorienta franja de hierba. Estaba desierta, excepto por un ligero movimiento: el de la punta de la cola de Cuello Blanco al desaparecer en el suelo, debajo de la apestosa piedra lisa del Sendero Atronador.

A Corazón de Fuego se le pusieron los ojos como platos de incredulidad. Era como si el Sendero Atronador hubiese abierto la boca para tragarse a los gatos del Clan de la Sombra.