—Estrella Azul, ya ha pasado un cuarto de luna desde que regresamos de las tierras altas. —Corazón de Fuego evitó nombrar la Piedra Lunar. Aunque estaban solos en la cueva de la líder, seguía incomodándolo mencionar su infructuosa expedición—. No ha habido ni el menor rastro del Clan del Viento en nuestro territorio, ni del Clan de la Sombra —añadió, y Estrella Azul entornó los ojos con incredulidad—. Hay muchos aprendices entrenando, y el bosque está tan lleno de presas que resulta muy difícil tener a tres guerreros en el campamento permanentemente. Creo… creo que con dos bastaría.
—Pero ¿y si nos atacan de nuevo? —se inquietó Estrella Azul.
—Si el Clan del Viento pretendiera hacer daño de verdad al Clan del Trueno, Enlodado no te habría dejado salir de las tierras altas… —«con vida», terminó para sí.
—De acuerdo. —La gata asintió, con los ojos ensombrecidos por un sentimiento indescifrable—. Sólo permanecerán en el campamento dos guerreros.
—Gracias, Estrella Azul. —Aquello facilitaría mucho la tarea de organizar las guardias, los grupos de caza y el entrenamiento de los aprendices—. Voy a anunciar las patrullas para mañana.
Corazón de Fuego inclinó la cabeza respetuosamente y salió de la guarida.
Fuera, los guerreros estaban esperándolo.
—Tormenta Blanca, tú dirigirás la patrulla del alba —ordenó Corazón de Fuego—. Llévate contigo a Tormenta de Arena y Ceniciento. Fronde Dorado, Manto Polvoroso, vosotros guardaréis el campamento mientras yo salgo a cazar con Nimbo.
Miró a los guerreros que quedaban y advirtió que se sentía mucho más seguro organizando las patrullas. Había tenido que practicar mucho, pues últimamente Estrella Azul pasaba demasiado tiempo en su guarida. Apartando ese perturbador pensamiento, continuó:
—El resto podéis elegir si entrenáis a vuestros aprendices o los lleváis de caza, pero quiero el montón de carne fresca tan lleno como está hoy. ¡Nos estamos acostumbrando a comer bien! —exclamó, y un ronroneo risueño recorrió el grupo de guerreros—. Cebrado, tú encabezarás la patrulla del mediodía. Viento Veloz: tú, la del crepúsculo. Escoged vosotros mismos a quiénes os lleváis; eso sí: aseguraos de que lo sepan para que puedan estar listos a tiempo.
Viento Veloz asintió, pero Cebrado preguntó con ojos destellantes:
—¿Quiénes van esta noche a la Asamblea?
—No lo sé —admitió el lugarteniente.
Cebrado entornó los ojos.
—¿Estrella Azul no te lo ha dicho, o es que todavía no lo ha decidido?
—No ha comentado ese tema conmigo. Nos lo dirá cuando lo crea oportuno.
Cebrado giró la cabeza y se quedó mirando los árboles, cada vez más oscuros.
—Será mejor que nos lo diga pronto. El sol ya está empezando a ponerse.
—En ese caso, deberías ir a comer —dijo Corazón de Fuego—. Necesitarás fuerzas para la Asamblea, si es que vas.
El tono de Cebrado lo incomodaba, pero se negó a permitir que eso lo afectara. Se sentó a esperar que los guerreros se marcharan. Sólo cuando ya se habían ido todos, regresó a la guarida de Estrella Azul. Ella no había mencionado la Asamblea, y él había estado demasiado ocupado con las patrullas del día siguiente para acordarse.
—Ah, Corazón de Fuego. —Estrella Azul se encontró con él al abrirse paso por el liquen. Parecía que acababa de acicalarse; su pelo relucía bajo la luz del atardecer. El joven lugarteniente sintió un gran alivio al ver que la gata estaba cuidándose de nuevo—. Cuando hayas comido, convoca a los guerreros para la Asamblea.
—Eh… ¿a quiénes llamo?
Estrella Azul pareció sorprendida. Recitó los nombres tan fácilmente —dejando fuera a Nimbo e incluyendo a Ceniciento, como Corazón de Fuego le había pedido unos días atrás— que el joven se preguntó si ella ya se lo habría dicho y él lo había olvidado.
—Sí, Estrella Azul —respondió.
Inclinó la cabeza y cruzó el claro hasta el montón de carne fresca. Entre las piezas había una rolliza paloma. Decidió llevársela a Estrella Azul; quizá la animara a tomar algo más que dos bocados. Escogió un campañol para él, pues no tenía mucha hambre; estaba demasiado desconcertado por el estado de ánimo de Estrella Azul, tan variable y errático.
Mientras se llevaba el campañol a su lugar favorito para comer, sintió un escalofrío por la columna vertebral. Miró instintivamente por encima del hombro y notó un hormigueo de aprensión al ver que Pequeño Zarzo lo observaba. Recordó las palabras de Carbonilla: «Nunca conocerá a su padre. Será el clan quien lo críe». Se obligó a saludar al cachorro con un movimiento de cabeza y luego se encaminó a la mata de ortigas para dar cuenta del campañol.
Al terminar de comer, miró alrededor. El resto del clan estaba compartiendo lenguas mientras la noche extendía las sombras y proporcionaba una grata frescura al campamento. Los últimos días habían sido tan calurosos que Corazón de Fuego había deseado ser capaz de nadar como los gatos del Clan del Río. Miró hacia la guarida de los aprendices, preguntándose si Nimbo recordaría que no iba a asistir a la Asamblea porque había comido mientras estaba de caza.
El aprendiz estaba agazapado en el tocón que había ante su guarida, peleando en broma con Ceniciento, que intentaba atraparlo desde abajo. A Corazón de Fuego lo alegró que, por lo menos, Nimbo se llevara bien con sus compañeros. Se preguntó si Látigo Gris estaría esa noche en los Cuatro Árboles. Parecía bastante improbable, pues apenas llevaba una luna en el Clan del Río, pero les había entregado a los cachorros de Corriente Plateada. Estrella Doblada, el líder del Clan del Río, debía de estarle agradecido; después de todo, Corriente Plateada era su hija, así que los cachorros tenían su misma sangre. Y aunque eso confirmara que habían aceptado a su amigo en otro clan, Corazón de Fuego deseó que a Látigo Gris le hubieran concedido el privilegio de participar en la Asamblea.
Se puso en pie y llamó a los convocados para formar la patrulla. Mientras recitaba la lista de nombres que su líder le había dado —Musaraña, Viento Veloz, Tormenta de Arena, Fronde Dorado, Centellina, Ceniciento y Zarpa Rauda—, reparó con creciente inquietud en que Cebrado, Rabo Largo y Manto Polvoroso no estaban entre los elegidos. Los tres guerreros habían sido muy buenos aliados de Garra de Tigre, y el joven lugarteniente se preguntó si Estrella Azul los habría excluido deliberadamente. Sintió un estremecimiento de inquietud cuando los tres gatos intercambiaron una mirada y luego clavaron sus ojos en él. Los de Cebrado centelleaban con una inconfundible furia. Nervioso, el lugarteniente se unió a los demás gatos para esperar a Estrella Azul.
La gata estaba compartiendo lenguas con Tormenta Blanca delante de su guarida, y sólo cuando los guerreros congregados empezaron a amasar el suelo con expectación ella se levantó para cruzar el claro.
—Tormenta Blanca se hará cargo del campamento mientras estamos fuera —anunció.
—Estrella Azul. —Musaraña le habló con cautela—. ¿Qué vas a decir sobre la manera en que el Clan del Viento te impidió viajar a las Rocas Altas?
Corazón de Fuego se puso tenso. Era obvio que Musaraña quería saber si los gatos del clan debían prepararse para una situación hostil.
—No diré nada —respondió la gata con firmeza—. El Clan del Viento sabe que lo que hizo no está bien. No vale la pena arriesgarse a su agresividad al señalárselo delante de los otros clanes.
Los guerreros del Clan del Trueno recibieron su respuesta sin convicción, y Corazón de Fuego se preguntó si en la decisión de su líder veían debilidad o sabiduría, pero todos la siguieron por el túnel de aulagas hasta el bosque iluminado por la luna.
Un torrente de tierra y guijarros descendió por el barranco mientras los gatos corrían hacia arriba. La falta de lluvia había dejado el bosque tan seco como huesos pulverizados, y el suelo abrasado por el sol parecía convertirse en polvo bajo sus patas. Una vez dentro del bosque, Estrella Azul se puso en cabeza. Corazón de Fuego se situó a la cola del grupo mientras avanzaban en silencio entre los árboles, agachándose bajo los quebradizos helechos y zigzagueando entre las zarzas.
Tormenta de Arena redujo el paso hasta adecuarlo al de Corazón de Fuego. Juntos salvaron un tronco caído de un solo y fluido salto. Al aterrizar, ella se volvió hacia él y murmuró:
—Parece que Estrella Azul está empezando a sentirse bien de nuevo.
—Sí —coincidió Corazón de Fuego precavido, concentrándose en abrirse paso entre unos espinosos tallos de zarzas.
Tormenta de Arena continuó, manteniendo la voz baja para que no la oyeran los demás gatos:
—Pero se la ve distante. No parece la…
La guerrera titubeó, y Corazón de Fuego no intentó llenar el silencio que siguió. Sus peores temores se veían confirmados: los otros gatos del clan estaban empezando a notar que Estrella Azul no era la misma de siempre.
—Ha cambiado —concluyó la gata.
Corazón de Fuego no la miró. En vez de eso, se desvió para evitar una densa mata de ortigas. Tormenta de Arena pasó por encima, saltando y atravesando las punzantes hojas hasta salir al otro lado, y Corazón de Fuego corrió para alcanzarla.
—Estrella Azul todavía está conmocionada —dijo jadeando—. La traición de Garra de Tigre ha sido un golpe muy fuerte.
—No entiendo cómo nunca sospechó de él.
—¿Acaso tú sospechaste alguna vez de él? —replicó el joven lugarteniente.
—No —admitió la guerrera—. Ningún gato sospechó. Pero el resto del clan se ha recuperado. Estrella Azul aún parece… —Volvió a quedarse sin palabras.
—Nos está llevando a la Asamblea.
—Sí, eso es cierto —respondió Tormenta de Arena, más animada.
—Sigue siendo la misma Estrella Azul —aseguró el joven—. Ya lo verás.
Los dos apretaron el paso. Saltaron sobre un arroyo que, durante las inundaciones de la estación de la hoja nueva, estaba demasiado crecido para cruzarlo. Ahora era apenas un hilillo que discurría por un lecho rocoso, tan seco que era casi imposible imaginar que el agua hubiera corrido alguna vez más alta.
El resto del grupo iba por delante cuando llegaron a los Cuatro Árboles. Corazón de Fuego precedió a Tormenta de Arena por el sendero; la maleza seguía temblando por donde sus compañeros habían pasado, como si las hojas compartieran la expectación del clan ante la Asamblea.
Estrella Azul se había detenido en lo alto de la ladera y miraba hacia el valle. Corazón de Fuego vio ágiles formas felinas deslizándose entre las sombras, saludándose con ronroneos apagados. Por los olores del aire, supo que el Clan del Trueno era el último en llegar. Observó cómo Estrella Azul miraba a la Gran Roca, en el centro del claro, y vio que un escalofrío recorría el lomo de la líder. Ella pareció tomar aire profundamente antes de lanzarse pendiente abajo.
El joven lugarteniente corrió tras ella junto con sus compañeros. Aminoró el paso al llegar al claro y examinó a los gatos para ver si vislumbraba a Látigo Gris. Leopardina, la lugarteniente del Clan del Río, estaba hablando con un guerrero del Clan de la Sombra que Corazón de Fuego no reconoció. Estrella Doblada, el líder del Clan del Río, estaba con Pedrizo, observando en silencio el claro. Percibió el olor de otro gato del Clan del Río cerca, pero, al volverse, vio que se trataba de un aprendiz que se dirigía hacia Centellina. No había ni rastro de Látigo Gris. No le sorprendió, pero bajó la cola desilusionado.
Un aprendiz gris del Clan de la Sombra se unió también a Centellina. Corazón de Fuego escuchó la conversación distraídamente.
—¿Tu clan ha vuelto a ver a los proscritos? —decía—. A Estrella Nocturna le preocupaba que siguieran merodeando por el bosque.
Corazón de Fuego se quedó helado al oír la pregunta del aprendiz del Clan de la Sombra. Todos los clanes estaban preocupados por el grupo de gatos proscritos que habían olfateado en sus territorios. Lo que los demás ignoraban era que el anterior lugarteniente del Clan del Trueno, Garra de Tigre, se había hecho amigo de esos desertores y los había utilizado para atacar su propio campamento. Corazón de Fuego lanzó a Centellina una mirada de advertencia, indicándole que guardara silencio, pero no fue necesario. La gata blanca y canela contestó tranquilamente:
—No hemos captado su olor en nuestras tierras desde hace casi una luna.
Corazón de Fuego sintió un espasmo de alivio cuando el aprendiz del Clan del Río añadió:
—Nosotros tampoco. Deben de haberse marchado del bosque.
Corazón de Fuego deseó poder compartir la confianza de aquel gato, pero su instinto le decía que, si Garra de Tigre estaba metido en aquello, los proscritos acabarían por volver.
Enlodado, el guerrero del Clan del Viento que les había impedido el paso hacia las Rocas Altas, se hallaba a un zorro de distancia. Corazón de Fuego reconoció al joven guerrero Bigotes al lado de Enlodado. Había entablado amistad con el pequeño atigrado marrón en el trayecto de vuelta del exilio del Clan del Viento, pero no se atrevía a acercarse. Enlodado estaba mirándolo con frialdad, y Corazón de Fuego sabía que aquél no era sitio para continuar la discusión iniciada cuando iba de camino a la Piedra Lunar.
Sin embargo, no se resistió a sacar las uñas, todavía enfadado al recordarlo, y se enfureció aún más cuando Enlodado se inclinó para susurrar algo a su compañero sin dejar de mirarlo significativamente. Para su sorpresa, Orejitas le dedicó un guiño de comprensión y después dio media vuelta y se marchó, dejando a Enlodado sacudiendo la cola con rabia. Parecía que, por lo menos, un guerrero del Clan del Viento recordaba la vieja deuda de lealtad al Clan del Trueno. Corazón de Fuego no pudo evitar que sus bigotes se agitaran de satisfacción cuando pasó por delante de Enlodado para dirigirse hacia Leopardina y el guerrero del Clan de la Sombra.
Su seguridad se evaporó al acercarse a la lugarteniente del Clan de Río. Aunque ahora eran iguales en la jerarquía de sus clanes, aquella gata tenía una presencia feroz e imponente. Desde que sus clanes lucharon en la quebrada y uno de los guerreros rivales —Garra Blanca— cayó al vacío y se mató, Corazón de Fuego notaba la implacable hostilidad de la gata, tan punzante como espinas. La saludó con un gesto respetuoso, y ella le devolvió el saludo.
El gato del Clan de la Sombra que estaba junto a Leopardina empezó a saludar a su vez con voz ronca, pero se interrumpió tosiendo y resollando. Corazón de Fuego advirtió por primera vez lo desgreñado que parecía el guerrero, como si no se hubiera lavado durante una luna.
Leopardina se lamió las patas y se lavó la cara mientras el guerrero se perdía en la oscuridad dando traspiés.
—¿Se encuentra bien? —le preguntó Corazón de Fuego.
—¿Acaso parece encontrarse bien? —replicó la gata, torciendo la boca con disgusto—. Ningún gato debería acudir a la Asamblea estando tan enfermo.
—¿No deberíamos hacer algo?
—¿Como qué? —maulló ella—. El Clan de la Sombra ya tiene un curandero. —Bajó la pata, y sus bigotes húmedos brillaron bajo la luz de la luna. Sus ojos centellearon con curiosidad—. He oído que eres el nuevo lugarteniente del Clan del Trueno —dijo, y Corazón de Fuego asintió, suponiendo que Látigo Gris habría compartido esa noticia con su nuevo clan—. ¿Qué ha ocurrido con Garra de Tigre? Nadie de los demás clanes parece saberlo. ¿Ha muerto?
El joven lugarteniente sacudió la cola, incómodo. Imaginaba que Leopardina no perdería el tiempo en contar a los otros clanes que el Clan del Trueno había reemplazado a su distinguido lugarteniente por un minino casero.
—Lo que le haya ocurrido a Garra de Tigre no es asunto del Clan del Río —contestó, procurando usar un tono tan frío como el de ella. Se preguntó si Estrella Azul diría algo sobre su antiguo lugarteniente cuando anunciara su ascenso.
Leopardina entornó los ojos, pero no insistió en el tema.
—Bueno, ¿has venido a alardear sobre tu nuevo puesto o para saber de tu viejo amigo?
Corazón de Fuego alzó la barbilla, sorprendido porque la gata le diera la oportunidad de preguntarle por Látigo Gris.
—¿Cómo está? —dijo.
—Sobrevivirá. —Leopardina se encogió de hombros—. Nunca será un auténtico guerrero del Clan del Río, pero por lo menos se está acostumbrando al agua, que es más de lo que esperaba.
Corazón de Fuego tuvo que contenerse ante el tono desdeñoso de la gata.
—Sus cachorros son fuertes e inteligentes —prosiguió ella—. Deben de haber salido a la madre.
¿Es que Leopardina pretendía molestarlo a propósito? Corazón de Fuego estaba haciendo un esfuerzo para no soltarle una respuesta mordaz cuando Musaraña apareció a sus espaldas.
—Hola, Leopardina —saludó—. Pedrizo me ha dicho que hay nuevos cachorros en vuestro campamento, además de los de Látigo Gris.
—En efecto, así es. El Clan Estelar ha sido generoso con nuestra maternidad en esta estación de la hoja verde.
—También me ha contado que los cachorros de Vaharina están a punto de iniciar su entrenamiento —maulló Musaraña—. Ya sabes, los que Corazón de Fuego salvó de las inundaciones —añadió con un brillo malicioso en la mirada.
Corazón de Fuego notó que Leopardina se tensaba, pero él tenía la mente puesta en Vaharina y su hermano Pedrizo. Miró por el claro y vio a Estrella Azul sentada a solas bajo la Gran Roca. ¿Sabía la líder que su hijo estaba allí? ¿Había oído que los cachorros de Vaharina ya estaban listos para convertirse en aprendices? Cuando volvió la vista de nuevo hacia Leopardina, la lugarteniente del Clan del Río ya estaba alejándose con grandes zancadas.
Musaraña le lanzó una mirada comprensiva a su amigo.
—No te preocupes. Leopardina te resultará menos intimidatoria cuando te acostumbres a ella. El resto del Clan del Río parece contento de vernos. No habrían soportado tan bien las inundaciones sin nuestra ayuda, y además dejamos que se quedaran con los hijos de Corriente Plateada sin presentar batalla.
—Látigo Gris nunca ha sido el gato del Clan del Trueno preferido por Leopardina —le recordó él—. No desde que Garra Blanca cayó por el precipicio.
—Pues debería aprender a perdonar y olvidar. Látigo Gris ha dado a su clan dos cachorros perfectos y sanos. —Musaraña sacudió la cola—. ¿Te ha preguntado por Garra de Tigre?
—Sí.
—Todo el mundo está ansioso por saber qué ha pasado con él.
—Y por qué lo ha sustituido un gato doméstico —añadió el lugarteniente con amargura.
—Eso también. —Musaraña le lanzó una ojeada—. No te lo tomes como algo personal, Corazón de Fuego. Nosotros sentiríamos la misma curiosidad por el cambio de lugarteniente en otro clan. —Su atención se desvió un momento hacia el claro antes de comentar—: ¿Te has fijado en lo pequeña que es la representación del Clan de la Sombra esta noche?
Corazón de Fuego asintió.
—Sólo he visto a un par de guerreros. A uno de ellos le ha dado un ataque de tos muy desagradable.
—¿En serio? —maulló Musaraña curiosa.
—Ésta es la estación en la que tragamos más bolas de pelo —señaló el joven.
—Supongo que sí.
Sonó una voz desde la Gran Roca. Corazón de Fuego miró hacia arriba y vio a Estrella Doblada, el líder del Clan del Río, plantado en lo alto del enorme peñasco, con su pelaje reluciendo bajo el claro de luna. Tenía a un lado a Estrella Azul y a Estrella Alta, el líder del Clan del Viento, al otro. Y en el extremo más apartado, medio escondido por la sombra de un roble, se hallaba Estrella Nocturna.
Corazón de Fuego se quedó impactado ante el aspecto del líder del Clan de la Sombra. El gato negro parecía incluso más escuálido que un miembro del Clan del Viento, que se mantenían muy delgados por los conejos que cazaban por el páramo. Pero Estrella Nocturna no sólo estaba flaco: tenía la cabeza gacha y los omóplatos encorvados. Por un momento, se preguntó si estaría enfermo, pero entonces recordó que Estrella Nocturna ya era un veterano cuando se puso al frente del Clan de la Sombra. Tal vez no fuera sorprendente que pareciese tan frágil. Quizá hubiera recibido las nueve vidas de un líder, pero ni siquiera el Clan Estelar podía volver atrás en el tiempo.
—Vamos —murmuró Musaraña.
Corazón de Fuego siguió a la gata marrón oscuro hasta la primera fila y se sentó junto a ella, con Vaharina al otro lado.
Estrella Doblada maulló desde la Gran Roca:
—Estrella Azul desea hablar en primer lugar.
E inclinó la cabeza ante la líder del Clan del Trueno mientras ésta avanzaba. La gata alzó la voz, que sonó tan fuerte como siempre:
—Tal vez ya lo hayáis oído de boca del Clan del Viento, pero para los que no lo sabéis: ¡Cola Rota ha muerto!
Un murmullo de satisfacción recorrió la multitud. Corazón de Fuego notó que las orejas de Estrella Nocturna se agitaban sin descanso. El líder del Clan de la Sombra parecía mucho más animado ahora que sabía que su viejo enemigo estaba muerto.
—¿Cómo murió? —preguntó Estrella Nocturna con voz cascada.
Estrella Azul no pareció oírlo.
—Y el Clan del Trueno tiene un nuevo lugarteniente —continuó.
—Así que es cierto lo que decía el Clan del Río —maulló un sorprendido guerrero del Clan del Viento—. ¡A Garra de Tigre le ha sucedido algo!
—¿Ha muerto? —quiso saber Enlodado.
Sus palabras provocaron un aluvión de gritos preocupados, y Corazón de Fuego no pudo evitar sentir una punzada de resentimiento al advertir cuánto respetaban los otros clanes a Garra de Tigre. Observó a Estrella Azul con ansiedad mientras los asistentes la bombardeaban con preguntas.
—¿Murió por alguna enfermedad?
—¿Fue un accidente?
Corazón de Fuego notó que sus compañeros de clan se ponían tensos a su alrededor. Todos compartían la reticencia de Centellina a revelar la verdad sobre la traición de su antiguo lugarteniente.
El aullido autoritario de Estrella Azul silenció las preguntas.
—¡El destino de Garra de Tigre es asunto del Clan del Trueno, y no le concierne a nadie más!
Los gatos se pusieron a murmurar contrariados; era evidente que su curiosidad no había quedado satisfecha. Corazón de Fuego se preguntó si su líder no debería advertir a los demás clanes de que Garra de Tigre seguía vivo… de que había un traidor peligroso merodeando por el bosque, un traidor que no se atenía al código guerrero.
Pero cuando continuó hablando no mencionó a Garra de Tigre. En vez de eso anunció:
—Nuestro nuevo lugarteniente es Corazón de Fuego.
Decenas de cabezas se giraron hacia el joven, que sintió calor bajo sus miradas interrogativas. El silencio parecía golpearlo en los oídos. Amasó el suelo con las zarpas, y en silencio instó a los líderes a proseguir con la Asamblea, consciente únicamente del sonido de las respiraciones y las hileras de ojos que lo observaban sin pestañear.