—El Clan Estelar nos garantiza el paso seguro —repitió Estrella Azul tozudamente.
—¡Marchaos a casa! —gruñó Enlodado.
Corazón de Fuego sintió un hormigueo en las zarpas mientras evaluaba con la mirada a sus oponentes. Tres fuertes gatos contra él y la líder del Clan del Trueno, que no se hallaba en su mejor forma. No escaparían de la pelea sin sufrir heridas graves, y de ningún modo iba a arriesgarse a que Estrella Azul perdiera una vida: sabía que la gata estaba en la última de sus nueve vidas, las que concedía el Clan Estelar a los líderes.
—Deberíamos marcharnos a casa —le susurró a Estrella Azul.
La gata se volvió hacia él de golpe y se quedó mirándolo con incredulidad.
—Estamos demasiado lejos de hallarnos a salvo, y no podemos empeñar esta batalla —añadió el joven.
—Pero ¡yo debo hablar con el Clan Estelar! —protestó ella.
—En otra ocasión —insistió Corazón de Fuego, y los ojos de Estrella Azul se ensombrecieron de indecisión—. No ganaríamos esta pelea.
Sintió un espasmo de alivio cuando ella escondió las garras y relajó el pelo de los omóplatos. La líder del Clan del Trueno se volvió hacia Enlodado y maulló:
—Muy bien. Nos marcharemos a casa, pero regresaremos. ¡No podéis cortarnos el paso al Clan Estelar eternamente!
Enlodado dejó la postura defensiva y contestó:
—Has tomado una decisión inteligente.
—¿Has oído las palabras de Estrella Azul? —le gruñó Corazón de Fuego.
Enlodado entornó los ojos amenazadoramente, pero el joven prosiguió:
—Esta vez nos marcharemos, pero jamás volveréis a impedir que vayamos a la Piedra Lunar.
Enlodado dio media vuelta.
—Os escoltaremos hasta los Cuatro Árboles.
Corazón de Fuego se puso en tensión, temiendo la reacción de Estrella Azul: los guerreros enemigos estaban insinuando que no confiaban en que ellos abandonaran su territorio. Pero la líder se limitó a ponerse en marcha, pasando ante los gatos del Clan del Viento para dirigirse al sendero por el que habían llegado.
Corazón de Fuego caminó tras ella, seguido a cierta distancia por la patrulla enemiga. Era consciente del susurro del brezo a sus espaldas, y cuando miraba por encima del hombro vislumbraba sus ágiles figuras marrones entre las flores encarnadas. Sentía un hormigueo de frustración en las patas con cada paso que daba. No dejaría que el Clan del Viento volviera a interponerse en su camino.
Llegaron a los Cuatro Árboles y comenzaron a descender la pendiente rocosa, dejando a los guerreros rivales en lo alto, vigilándolos con ojos hostiles y entornados. Estrella Azul estaba empezando a parecer muy cansada. Tras cada salto, aterrizaba pesadamente soltando un gruñido. Corazón de Fuego temía que resbalara, pero ella siguió adelante hasta que alcanzaron la hierba del fondo. El joven lugarteniente miró hacia arriba y vio a los tres gatos del Clan del Viento recortados contra el ancho y deslumbrante cielo, antes de dar media vuelta y desaparecer en su territorio.
Al pasar ante la Gran Roca, Estrella Azul soltó un largo gemido.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Corazón de Fuego, deteniéndose.
Ella negó con la cabeza con impaciencia.
—El Clan Estelar no quiere compartir sueños conmigo —masculló—. ¿Por qué está tan enfadado con mi clan?
—Es el Clan del Viento el que se ha interpuesto en nuestro camino, no el Clan Estelar —le recordó Corazón de Fuego.
Pero no logró evitar sentir que el Clan Estelar podría haberles dado más suerte. Las palabras de Orejitas resonaron en su mente: «El nombramiento de Corazón de Fuego rompió con el ritual del clan por primera vez desde que yo recuerdo».
El joven sintió que la cabeza le daba vueltas. ¿Estarían los antepasados guerreros realmente enfadados con el Clan del Trueno?
Al oír los murmullos de sorpresa cuando él y Estrella Azul regresaron al campamento y contaron lo sucedido, Corazón de Fuego sospechó que el clan compartía sus temores. Hasta entonces nunca se había obligado a un líder a dar media vuelta en su viaje a la Piedra Lunar.
Estrella Azul se encaminó a su guarida con paso vacilante; cruzó el claro con los ojos clavados en el polvoriento suelo. Corazón de Fuego la observó con un peso en el estómago. De pronto sintió demasiado calor bajo su espeso pelaje. Fue en busca de sombra al borde del claro, y desde allí vio cómo entraba Manto Polvoroso por el túnel de aulagas. El guerrero se le acercó, con Ceniciento pisándole los talones.
—Habéis regresado pronto —comentó rodeando al joven lugarteniente, mientras Ceniciento se quedaba con los ojos muy abiertos, contemplando a los dos guerreros.
—El Clan del Viento no nos ha permitido pasar —explicó él.
—¿Les habéis dicho que ibais a las Rocas Altas? —preguntó Manto Polvoroso, sentándose junto a su aprendiz.
—Por supuesto.
Vio que los ojos de Manto Polvoroso se desviaban hacia el túnel de aulagas, por donde aparecieron Cebrado y Frondina. La aprendiza parecía agotada mientras corría para seguir el paso de su mentor, y tenía el pelo apelmazado y lleno de tierra.
—¿Qué haces ya de vuelta? —preguntó Cebrado, mirando al lugarteniente con los ojos entornados.
—El Clan del Viento no los ha dejado pasar —anunció Manto Polvoroso.
Frondina lo miró, con sus bonitos ojos verdes dilatados de la sorpresa.
—¿Qué? ¿Cómo se han atrevido? —exclamó Cebrado, erizando la cola de rabia.
—No sé por qué Corazón de Fuego ha permitido que se les impusieran —criticó Manto Polvoroso.
—No tenía otra elección —gruñó el joven—. ¿O es que acaso tú habrías puesto en peligro la seguridad de tu líder?
—¡Corazón de Fuego!
La llamada de Viento Veloz resonó por todo el claro. El delgado guerrero corrió hacia él. Parecía alterado. Manto Polvoroso y Cebrado intercambiaron una mirada y les dijeron a sus aprendices que se fueran. Viento Veloz llegó hasta el lugarteniente y le preguntó:
—¿Has visto a Nimbo por alguna parte?
—No. —Sintió que le daba un vuelco el corazón—. Pensaba que iba a salir contigo esta tarde.
—Le he dicho que esperara hasta que acabase de lavarme. —Viento Veloz parecía más furioso que preocupado—. Pero, cuando he terminado, Centellina me ha dicho que Nimbo se había ido a cazar por su cuenta.
—Lo lamento —se disculpó Corazón de Fuego, suspirando para sus adentros. Lo último que necesitaba en esos momentos era la desobediencia de Nimbo—. Hablaré con él en cuanto regrese.
Los ojos de Viento Veloz destellaron con enojo; no parecía muy convencido con la promesa del lugarteniente. Éste estaba a punto de disculparse de nuevo cuando vio que la expresión de Viento Veloz se transformaba en incredulidad: Nimbo acababa de entrar en el campamento con una ardilla en la boca. Los ojos del aprendiz relucían de orgullo por su presa, que era casi tan grande como él. Viento Veloz resopló exasperado.
—Ya me ocupo yo —se apresuró a maullar Corazón de Fuego.
Percibió que Viento Veloz tenía mucho más que decir sobre Nimbo, aunque se limitó a asentir y marcharse.
Corazón de Fuego observó cómo el aprendiz blanco llevaba la ardilla al montón de carne fresca. La depositó allí y luego se encaminó al dormitorio de los aprendices, sin tomar nada de comida para él, aunque había presas en abundancia. Con el alma en los pies, Corazón de Fuego imaginó que Nimbo ya había comido mientras estaba cazando. «¿Cuántas veces puede quebrantar el código guerrero en un solo día?», se preguntó irritado.
—¡Nimbo! —lo llamó.
El aprendiz alzó la vista.
—¿Qué? —maulló.
—Quiero hablar contigo.
Mientras Nimbo iba acercándose, Corazón de Fuego empezó a sentirse incómodo, porque se dio cuenta de que Viento Veloz estaba observándolos desde la guarida de los guerreros.
—¿Has comido mientras cazabas? —preguntó al cachorro en cuanto lo tuvo delante.
—Bueno, ¿y qué si lo he hecho? —dijo encogiéndose de hombros—. Tenía hambre.
—¿Qué dice el código guerrero sobre comer antes de que el clan se haya alimentado?
Nimbo miró hacia las copas de los árboles.
—Si se parece al resto del código, dirá que no puedo hacerlo —respondió entre dientes.
Corazón de Fuego reprimió su creciente exasperación.
—¿Has recogido esa tórtola?
—No he podido. Ya no estaba.
Corazón de Fuego se quedó impactado al descubrir que ya no sabía si creer a Nimbo o no. Decidió que no servía de nada seguir con el tema.
—¿Por qué no has ido a cazar con Viento Veloz?
—Estaba tardando demasiado en arreglarse. Además, ¡prefiero ir a cazar solo!
—No eres más que un aprendiz —le recordó Corazón de Fuego muy serio—. Aprenderás mejor si cazas con un guerrero.
Nimbo asintió con un suspiro.
—Sí, Corazón de Fuego.
El lugarteniente no tenía ni idea de si Nimbo había escuchado sus palabras.
—¡Jamás obtendrás tu nombre de guerrero si sigues así! ¿Cómo crees que te sentirás al ver la ceremonia de nombramiento de Ceniciento y Frondina mientras tú continúas siendo un aprendiz?
—Eso jamás ocurrirá —replicó Nimbo.
—Bueno, pues una cosa es segura: tú te quedarás en el campamento mientras ellos dos van a la próxima Asamblea.
Por fin pareció captar la atención de Nimbo. El aprendiz blanco se quedó mirándolo con incredulidad.
—Pero… —empezó.
—Cuando informe de esto a Estrella Azul, creo que ella estará de acuerdo conmigo —lo interrumpió Corazón de Fuego ferozmente—. Y ahora, ¡lárgate!
Con el rabo entre las patas, Nimbo se dirigió hacia los demás aprendices, que los observaban delante de su guarida. El lugarteniente ni siquiera se molestó en comprobar si Viento Veloz había presenciado la escena. En esos momentos no le importaba lo que el clan pensara de su aprendiz. Las opiniones de los otros gatos resultaban insignificantes frente a su creciente temor de que Nimbo jamás llegara a ser un auténtico guerrero.