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5

La líder del Clan del Trueno había llegado a lo alto del barranco cuando Corazón de Fuego la alcanzó. La gata se detuvo a olfatear el aire antes de internarse en el bosque. El joven guerrero notó aliviado lo relajada que parecía ahora que estaban fuera del campamento. Estrella Azul fue avanzando con precaución entre la maleza en dirección a la frontera con el Clan del Río.

Corazón de Fuego la miró sorprendido. Aquélla no era la ruta más rápida hacia los Cuatro Árboles y las tierras altas que se extendían más allá, pero no hizo preguntas. No pudo evitar sentirse emocionado ante la idea de que quizá vislumbraría a Látigo Gris a través del río.

Llegaron a la frontera con el clan vecino en las Rocas Soleadas, y siguieron las marcas olorosas río arriba. Una brisa cálida arrastraba el leve aroma del brezo de la llanura inferior. Corazón de Fuego oía el sonido de la corriente al otro lado de los helechos. Dobló el cuello y vio el agua, reluciendo a la luz moteada que se colaba entre los árboles. Por encima de su cabeza, las hojas eran de un verde vivo y brillaban por el borde cuando el sol atravesaba el denso techo forestal. Incluso a la sombra, Corazón de Fuego tenía calor. Deseó poder zambullirse en el agua como un gato del Clan del Río, para refrescarse.

Por fin el río se alejó formando una curva, internándose más en el territorio del clan rival, y Estrella Azul continuó recto, siguiendo las marcas a lo largo de la frontera entre el Clan del Trueno y el Clan del Río. Corazón de Fuego no podía dejar de mirar al otro lado de la línea olorosa, inspeccionando el bosque que había más allá, en busca de señales de gatos del Clan del Río, temeroso de que los descubriera una patrulla, pero todavía más esperanzado de ver a su viejo amigo. Estrella Azul continuaba imprudentemente cerca de la frontera, cruzándola incluso de vez en cuando mientras zigzagueaban entre el sotobosque. Corazón de Fuego no tenía ni idea de cómo reaccionaría el Clan del Río si los encontraban allí. Los dos clanes habían estado al borde del conflicto por los cachorros de Corriente Plateada; la batalla se había evitado cuando Látigo Gris llevó a los pequeños al clan de su madre.

De pronto, Estrella Azul se detuvo y levantó el hocico, abriendo la boca para saborear el aire. Se agazapó, y Corazón de Fuego, confiando en el instinto guerrero de su líder, la imitó, escondiéndose detrás de una mata de ortigas.

—Guerreros del Clan del Río —advirtió la gata con un susurro.

Entonces Corazón de Fuego captó su olor. Sintió que se le erizaba el pelo cuando el olor se volvió más intenso y oyó el susurro de cuerpos que se desplazaban debajo de la maleza, por delante de ellos. Levantó la cabeza muy despacio y atisbó entre los árboles, con el corazón martilleando mientras buscaba un conocido pelaje gris. A su lado, Estrella Azul tenía los ojos dilatados, y sus costados se movían apenas con respiraciones silenciosas y superficiales. «¿Ella también querrá ver a Látigo Gris?», se preguntó Corazón de Fuego. Hasta ese momento, no se le había ocurrido que, a lo mejor, la líder estaba deseando tropezarse con algunos gatos del Clan del Río. Desde luego, eso explicaría que hubiese escogido aquel camino.

Pero Corazón de Fuego no podía creer que su líder quisiera ver a Látigo Gris. El día anterior, en su confusión, la gata había olvidado que ese guerrero había abandonado el clan, y Corazón de Fuego percibió que su mente estaba ocupada con otros pensamientos. Entonces cayó, como un polluelo entre sus patas: sus hijos. Muchas lunas atrás, la líder del Clan del Trueno había dado a luz a dos cachorros que crecieron en el Clan del Río. Ella los había confiado al padre, un guerrero del Clan del Río, cuando apenas tenían edad para salir de la maternidad. La ambición de Estrella Azul y su lealtad hacia su clan imposibilitaron que ella criara a sus propios hijos. Ahora éstos vivían como guerreros del Clan del Río, sin saber que su verdadera madre procedía del Clan del Trueno. Pero Estrella Azul nunca los olvidó, aunque sólo Corazón de Fuego conocía su secreto. La líder debía de estar buscando a Pedrizo y Vaharina a través de la vegetación.

El joven guerrero entrevió un pelo moteado en la distancia y se agachó de nuevo. No era Látigo Gris, ni ninguno de los hijos de Estrella Azul. Un olor vagamente familiar le confirmó la identidad del felino. Se trataba de Leopardina, la lugarteniente del Clan del Río.

Corazón de Fuego lanzó una mirada a Estrella Azul, que seguía con la cabeza asomada, observando entre los árboles. El susurro de los helechos le advirtió que Leopardina estaba acercándose. El joven sintió que se le aceleraba la respiración. ¿Qué sucedería si la lugarteniente veía a la líder del Clan del Trueno tan cerca de la frontera del Clan del Río?

Corazón de Fuego se quedó de piedra cuando el susurro de los arbustos aumentó de volumen. Oyó que Leopardina se detenía, y su silencio le indicó que había detectado algo. Mirando desesperadamente a Estrella Azul, estaba a punto de hacerle una señal con la cola cuando ella se agachó y le dijo al oído:

—Vamos, será mejor que nos internemos más en nuestro territorio.

Corazón de Fuego suspiró aliviado al ver que la líder se alejaba sigilosamente. Manteniendo las orejas gachas y la barriga pegada al suelo, el joven la siguió lejos de las marcas olorosas, hasta la seguridad del bosque del Clan del Trueno.

—Esa Leopardina se mueve tan ruidosamente que creo que hasta el Clan de la Sombra podría haberla oído llegar —apuntó Estrella Azul cuando ya estaban lejos de la frontera.

Corazón de Fuego agitó los bigotes sorprendido. Empezaba a preguntarse si la líder habría olvidado lo ferozmente que defendían sus fronteras los gatos del Clan del Río, sobre todo en tiempos difíciles como aquéllos.

—Es una buena guerrera, pero se distrae con demasiada facilidad —prosiguió la gata con calma—. Estaba más interesada en ese conejo que había olido que en buscar guerreros enemigos.

Corazón de Fuego no pudo evitar alegrarse por la seguridad que mostraba su líder. Ahora que lo pensaba, era cierto que había olor a conejo en la brisa, pero él había estado demasiado preocupado para advertirlo.

—Esto me recuerda a los días en que te llevaba a entrenar —ronroneó Estrella Azul mientras avanzaban por el bosque moteado por el sol.

Corazón de Fuego corrió para situarse a su altura.

—A mí también —respondió.

—Aprendías rápido. Acerté al invitarte al clan —murmuró Estrella Azul.

Se volvió para mirarlo, y el joven vio orgullo en los ojos de la líder. Le hizo un guiño de agradecimiento.

—Todos los clanes tienen mucho que agradecerte —continuó la gata—. Echaste a Cola Rota del Clan de la Sombra, devolviste al Clan del Viento a su hogar desde el exilio, ayudaste al Clan del Río cuando sufrieron las inundaciones y salvaste al Clan del Trueno de Garra de Tigre —remarcó. Corazón de Fuego empezó a sentirse un poco abrumado por sus alabanzas—. Ningún otro guerrero tiene tu sentido de la justicia, la lealtad, el coraje…

Corazón de Fuego notó un hormigueo de incomodidad.

—Pero todos los gatos del Clan del Trueno respetan el código guerrero como yo —protestó—. Todos y cada uno de ellos se sacrificarían para protegeros a ti y al clan.

Estrella Azul se detuvo y se volvió hacia el joven lugarteniente.

—Tú eres el único que se atrevió a oponerse a Garra de Tigre —le recordó.

—Pero ¡es que yo era el único que sabía que había matado a Cola Roja!

Corazón de Fuego todavía era un aprendiz cuando descubrió que Garra de Tigre era el responsable de la muerte del leal lugarteniente de Estrella Azul. Pero fue incapaz de demostrar el secreto criminal del atigrado oscuro hasta que éste traicionó a su clan guiando a los gatos proscritos hasta su propio campamento.

Un intenso resentimiento llameó en los ojos de la líder.

—Látigo Gris también lo sabía. ¡Fuiste tú quien me salvó!

Corazón de Fuego miró hacia otro lado; se había quedado sin palabras. Agitó las orejas, incómodo. Daba la impresión de que Estrella Azul no confiaba en ninguno de sus guerreros, excepto él, y quizá Tormenta Blanca. El joven advirtió que Garra de Tigre había hecho mucho más daño del que nadie en el clan podía imaginar. El guerrero oscuro había envenenado el criterio de la líder y le había arrebatado toda la confianza en sus guerreros.

—¡Vamos! —espetó Estrella Azul.

Corazón de Fuego observó cómo la gata gris retomaba la marcha por el bosque, con los omóplatos tensos y la cola erizada. Se estremeció. Aunque el cielo seguía brillando por encima de su cabeza, sintió como si una nube negra hubiera tapado el sol para proyectar una siniestra sombra sobre su viaje.

Alcanzaron los Cuatro Árboles cuando el sol empezaba a asomar por encima de las copas de los árboles. Corazón de Fuego siguió a Estrella Azul ladera abajo, hasta el valle en que se alzaban los cuatro robles, protegiendo el lugar en que los clanes se reunían cada luna llena en una tregua de una sola noche. Los dos gatos pasaron ante la Gran Roca, desde la que los líderes de los cuatro clanes hablaban durante las Asambleas, y luego se dirigieron al extremo opuesto del valle.

Conforme la cuesta cubierta de hierba se volvía más escarpada y rocosa, Corazón de Fuego advirtió que a Estrella Azul le costaba seguir el ritmo. Soltaba un gruñido cada vez que saltaba a la siguiente roca, y el joven tuvo que reducir el paso para no adelantarla.

En lo alto de la cuesta, Estrella Azul se detuvo para sentarse, sin aliento.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó Corazón de Fuego.

—Ya no soy tan joven… —resolló la gata.

El lugarteniente sintió una punzada de inquietud. Había dado por hecho que las heridas de guerra de la líder ya habían sanado. ¿De dónde procedía esa repentina debilidad? Estrella Azul parecía más mayor y vulnerable que nunca. «A lo mejor es sólo por haber subido esa cuesta con este calor —pensó esperanzado—. Después de todo, su pelaje es más espeso que el mío».

Mientras Estrella Azul recuperaba el aliento, Corazón de Fuego inspeccionó nervioso los raquíticos arbustos de aulaga y brezo que cubrían las tierras altas. Aquél era el territorio del Clan del Viento; se extendía hasta más allá de donde alcanzaba la vista bajo el cielo sin nubes. Corazón de Fuego se sintió más inquieto allí que en la frontera con el Clan del Río. El Clan del Viento seguía furioso con el del Trueno por haber acogido al antiguo líder del Clan de la Sombra; además, era la propia Estrella Azul quien había decidido refugiar al cegado Cola Rota. ¿Qué haría una patrulla del Clan del Viento si encontrara a la líder en sus tierras, escoltada tan sólo por un guerrero? Corazón de Fuego no estaba seguro de poder protegerla contra una patrulla entera.

—Debemos tener cuidado de que no nos vean —susurró.

—¿Qué has dicho? —preguntó Estrella Azul casi a gritos.

Allí la brisa era más fuerte, y, aunque no lograba aplacar el calor del sol, se llevaba las palabras de Corazón de Fuego.

—¡Debemos tener cuidado de que no nos vean! —El joven lugarteniente levantó la voz a su pesar.

—¿Por qué? —replicó la gata—. Estamos viajando a la Piedra Lunar. ¡El Clan Estelar nos concede el derecho de viajar sin sufrir daño!

Corazón de Fuego comprendió que no serviría de nada discutir.

—Yo iré en cabeza —se ofreció.

Conocía bien las tierras altas, mejor que la mayoría de los gatos del Clan del Trueno. Había estado muchas veces allí, pero jamás se había sentido tan expuesto y vulnerable. Guió rápidamente a Estrella Azul hasta el mar de brezo, rezando por que el Clan Estelar creyera tanto en su derecho a viajar por allí como Estrella Azul, y por que sus antepasados guerreros los protegieran de cualquier patrulla del Clan del Viento de paso. También esperaba que Estrella Azul tuviese la prudencia necesaria para agachar las orejas y la cola.

El sol estaba llegando a su cénit cuando alcanzaron la franja de aulagas que había en el centro del territorio del Clan del Viento. Los Cuatro Árboles quedaban ya muy atrás, pero todavía faltaba mucho para llegar a la ladera que bordeaba el páramo y que conducía a las tierras de labranza de los Dos Patas. Corazón de Fuego se detuvo. Una brisa caliente soplaba en su dirección, tan sofocante como el aliento de un gato enfermo, y el joven supo que su olor se repartiría por todo el territorio del Clan del Viento. Esperó que el perfume del brezo cargado de miel lo enmascarara. A su lado, Estrella Azul hizo una señal con la cola y desapareció en la aulaga.

Un aullido rabioso sonó detrás de ellos. Corazón de Fuego giró en redondo y retrocedió, haciendo una mueca cuando la aulaga se le clavó en las ancas. Tres gatos del Clan del Viento surgieron ante él, con el pelo erizado y las orejas pegadas al cráneo.

—Intrusos. ¿Por qué estáis aquí? —siseó un atigrado marrón con motas.

Corazón de Fuego reconoció a Enlodado, uno de los guerreros. A su lado estaba Oreja Partida, un atigrado gris, con el lomo arqueado y las uñas preparadas. Corazón de Fuego había llegado a conocer y respetar a aquellos guerreros cuando escoltó al Clan del Viento al regreso de su exilio en el territorio de los Dos Patas, pero cualquier rastro de su antigua alianza se había esfumado. No reconoció al gato más pequeño —tal vez fuera un aprendiz—, pero se lo veía tan feroz y tieso como a sus compañeros de clan.

A Corazón de Fuego se le erizó el pelo a lo largo de la columna vertebral y se le aceleró el pulso, pero procuró mantener la calma.

—Sólo estamos atravesando… —empezó.

—Estáis en nuestras tierras —bufó Enlodado, mirándolo fijamente con ojos furibundos.

«¿Dónde está Estrella Azul?», pensó Corazón de Fuego desesperado. Por una parte deseaba su ayuda, pero, por otra, esperaba que la líder no hubiera oído el grito de Enlodado y estuviera avanzando a salvo por la aulaga, de camino al territorio de Dos Patas.

Un gruñido a su lado le indicó que Estrella Azul había regresado por él. Miró de reojo y vio a la gata al borde de la aulaga, con la cabeza bien alta y los ojos llameantes de ira.

—¡Vamos hacia las Rocas Altas! El Clan Estelar nos garantiza el paso seguro. ¡No tenéis ningún derecho a detenernos!

Enlodado no se arredró.

—¡Renunciasteis a vuestro derecho a la protección del Clan Estelar cuando acogisteis a Cola Rota! —replicó.

Corazón de Fuego comprendía la furia de los gatos del Clan del Viento. Él había visto con sus propios ojos las penurias que tuvieron que soportar cuando los guerreros del Clan de la Sombra los expulsaron de su hogar. Con una oleada de compasión, recordó al cachorrito del Clan del Viento al que había ayudado a llegar a casa… era el único de su camada que había sobrevivido. El antiguo líder del Clan de la Sombra había estado a punto de destruir al clan con su crueldad.

Corazón de Fuego sostuvo la feroz mirada de Enlodado.

—Cola Rota está muerto —le informó.

Los ojos de Enlodado centellearon.

—¿Lo habéis matado vosotros? —inquirió.

Como Corazón de Fuego vaciló, Estrella Azul soltó un gruñido amenazador.

—Por supuesto que no lo hemos matado. Los gatos del Clan del Trueno no somos asesinos.

—No —bufó Enlodado—. ¡Vosotros sólo protegéis a los asesinos! —Arqueó el lomo agresivamente.

Decepcionado, Corazón de Fuego sintió que la cabeza le daba vueltas, intentando buscar otra manera de convencer a la patrulla del Clan del Viento.

—¡Vais a dejarnos pasar! —siseó Estrella Azul.

Corazón de Fuego se quedó helado al ver que su líder estaba sacando las uñas y erizando el pelo, preparándose para atacar.