Suaves pisadas recorrieron los sueños de Corazón de Fuego esa noche. Una gata parda salió del bosque a su lado, con los ojos ámbar reluciendo. Corazón de Fuego miró a Jaspeada y sintió un familiar dolor en el alma. El dolor por la muerte de la curandera, acaecida hacía ya muchas lunas, seguía tan vivo como siempre. Esperó ansioso a que ella lo saludara afectuosamente, pero esa vez Jaspeada no pegó la nariz a su mejilla, como solía hacer. En vez de eso, dio media vuelta y se alejó. Sorprendido, Corazón de Fuego empezó a seguir a la gata moteada, echando a correr a través del bosque para alcanzarla. La llamó a gritos, pero, aunque aparentemente ella no apretó el paso, se mantuvo por delante, sorda a sus llamadas.
Sin previo aviso, una figura gris oscuro se irguió detrás de un árbol. Era Estrella Azul; los ojos de la líder del Clan del Trueno estaban dilatados de miedo. Corazón de Fuego viró bruscamente para esquivarla, intentando con desesperación no perder de vista a Jaspeada, pero entonces Nimbo saltó sobre él desde los helechos que flanqueaban el otro lado del camino y lo derribó. Corazón de Fuego se quedó tirado un momento sin aliento, y notó cómo lo atravesaba la ardiente mirada de Tormenta Blanca, situado en las ramas de un árbol.
Se levantó penosamente y corrió tras Jaspeada de nuevo. Ella todavía se hallaba a varios zorros de distancia, avanzando sin siquiera volverse para ver quién la llamaba. Ahora, el resto del Clan del Trueno se había congregado a lo largo del camino de Corazón de Fuego. Mientras éste proseguía sorteándolos y zigzagueando, ellos le decían cosas… El joven lugarteniente no distinguía las palabras, pero las voces formaban un coro ensordecedor de maullidos que preguntaban, criticaban, suplicaban ayuda. Los maullidos se volvieron más y más estridentes, hasta que acabaron ahogando los gritos de Corazón de Fuego, de modo que, aunque Jaspeada hubiera prestado atención, no habría podido oírlo.
—¡Corazón de Fuego! —Una voz destacó por encima del resto. Era Tormenta Blanca—. Musaraña y Rabo Largo están esperando para salir. ¡Despierta, Corazón de Fuego!
Medio dormido, aturdido de sueño, el joven lugarteniente se levantó.
—¿Q… qué? —maulló desorientado.
La primera luz de la mañana se derramaba en la guarida de los guerreros. Tormenta Blanca estaba a su lado, en el lecho vacío donde antes dormía su amigo, Látigo Gris.
—La patrulla te espera —repitió el guerrero blanco—. Y Estrella Azul quiere verte antes de que te marches.
El lugarteniente sacudió la cabeza para despejarse. El sueño lo había asustado. Jaspeada siempre estaba más cerca de él en sueños de lo que había estado jamás en vida. Su comportamiento le dolía como la picadura de una víbora. ¿Es que la dulce curandera estaba abandonándolo?
Corazón de Fuego se echó atrás para estirarse, sintiéndose las patas temblorosas.
—Diles a Musaraña y Rabo Largo que iré todo lo deprisa que pueda.
Se deslizó rápidamente entre los dormidos guerreros. Pecas estaba tumbada cerca de la pared, con Escarcha ovillada a su lado; las dos gatas habían retomado su vida de guerreras, ahora que sus cachorros habían dejado la maternidad.
Corazón de Fuego salió al claro. Ya hacía calor, aunque el sol todavía no se había alzado por encima de la copa de los árboles, y el bosque se veía verde y atrayente en lo alto del barranco. Mientras Corazón de Fuego olfateaba los conocidos aromas forestales, el dolor producido por su sueño comenzó a disiparse, y notó cómo se le alisaba el pelo de los omóplatos.
Musaraña y Rabo Largo aguardaban en la entrada del campamento. Él los saludó con un gesto mientras se encaminaba a la guarida de Estrella Azul. ¿Qué querría la líder a una hora tan temprana? ¿Tendría una misión especial para él? No pudo evitar pensar que era una señal de que Estrella Azul empezaba a ser la misma de siempre, y maulló un alegre saludo a través del liquen.
—¡Pasa! —La líder sonaba animada, y las esperanzas de Corazón de Fuego renacieron.
En el interior, Estrella Azul se paseaba arriba y abajo sobre el suelo arenoso. No se detuvo cuando entró el joven lugarteniente, que tuvo que pegarse a la pared para no interponerse en su camino.
—Corazón de Fuego —comenzó la gata sin mirarlo—, necesito compartir sueños con el Clan Estelar. Debo viajar a la Piedra Lunar.
La Piedra Lunar era una resplandeciente roca subterránea que se hallaba más allá del territorio del Clan del Viento, donde se ponía el sol.
—¿Quieres ir a las Rocas Altas? —preguntó Corazón de Fuego sorprendido.
—¿Conoces otra Piedra Lunar? —repuso ella con impaciencia. Seguía paseándose, y sus pisadas resonaban en la guarida.
—Pero es un camino muy largo, ¿estás preparada para resistirlo? —balbuceó el joven.
—¡Debo hablar con el Clan Estelar! —insistió la gata. Frenó en seco y miró al lugarteniente entornando los ojos—. Y quiero que tú me acompañes. Tormenta Blanca puede quedarse al mando mientras nosotros estamos fuera.
La inquietud de Corazón de Fuego iba en aumento.
—¿Quién más vendrá con nosotros?
—Nadie —respondió la líder muy seria.
Corazón de Fuego se estremeció. Lo desconcertaba la oscura vehemencia del tono de la líder; sonaba como si ella creyera que su vida dependía de ese viaje.
—Pero ¿no es un poco peligroso que vayamos solos? —se atrevió a preguntar.
Ella le dirigió una mirada gélida y al joven se le secó la boca cuando la gata bufó:
—¿Quieres que nos llevemos a otros? ¿Por qué?
Corazón de Fuego procuró mantener la voz firme.
—¿Y si nos atacan?
—Tú me protegerás —susurró Estrella Azul con voz ronca—. ¿No es así?
—¡Con mi vida! —prometió él solemnemente. Pensara lo que pensase sobre el comportamiento de Estrella Azul, su lealtad hacia la líder era inquebrantable.
Sus palabras parecieron tranquilizar a la gata, que se sentó delante de él.
—Bien.
Corazón de Fuego ladeó la cabeza.
—Pero ¿qué pasa con la amenaza que suponen el Clan del Viento y el de la Sombra? —maulló vacilante—. Tú misma la mencionaste ayer.
Estrella Azul asintió despacio.
El joven guerrero continuó:
—Tendremos que atravesar el territorio del Clan del Viento para llegar a las Rocas Altas.
La gata se levantó de un salto.
—Debo hablar con el Clan Estelar —espetó, erizando el pelo de los omóplatos—. ¿Por qué estás intentando disuadirme? ¡O vienes conmigo o me marcharé sola!
Corazón de Fuego se quedó mirándola. No tenía opción.
—Iré contigo —aceptó.
—Bien. —Estrella Azul asintió de nuevo, y su voz se suavizó un poco—. Necesitaremos hierbas de viaje para conservar las fuerzas. Iré a ver a Fauces Amarillas para pedírselas. —Pasó ante el joven, de camino a la salida.
—¿Es que nos vamos ahora mismo? —exclamó él.
—Sí —respondió Estrella Azul sin detenerse.
Corazón de Fuego salió de la guarida detrás de ella.
—Pero yo iba a dirigir la patrulla del amanecer —protestó.
—Diles que se marchen sin ti —ordenó la gata.
—De acuerdo.
Corazón de Fuego vio cómo la líder desaparecía en el túnel de helechos que conducía al claro de Fauces Amarillas. Se sentía muy inquieto al acercarse a la entrada del campamento, donde esperaban Musaraña y Rabo Largo. Este último sacudía la cola con impaciencia, mientras que Musaraña se había sentado sobre las cuatro patas. La guerrera observó cómo se aproximaba Corazón de Fuego con los ojos entornados.
—¿Qué sucede? —quiso saber Rabo Largo—. ¿Por qué Estrella Azul ha ido a ver a Fauces Amarillas? ¿Se encuentra bien?
—Ha ido a buscar hierbas de viaje. Necesita compartir sueños con el Clan Estelar, así que nos marchamos a la Piedra Lunar —explicó el joven lugarteniente.
—Es un largo camino —apuntó Musaraña, incorporándose despacio—. ¿Es sensato? Lo más probable es que Estrella Azul todavía esté débil después de lo de los proscritos.
Corazón de Fuego no pudo dejar de advertir que la guerrera había evitado, discretamente, mencionar la participación de Garra de Tigre en el ataque.
—Me ha dicho que el Clan Estelar la ha convocado —respondió.
—¿Quién más va? —preguntó Rabo Largo.
—Sólo ella y yo.
—Yo os acompañaré, si quieres —se ofreció Musaraña.
Corazón de Fuego negó con la cabeza, pesaroso.
Rabo Largo torció la boca con desprecio.
—Piensas que puedes proteger a nuestra líder tú solito, ¿no es cierto? Puede que seas lugarteniente, pero ¡desde luego no eres Garra de Tigre! —bufó.
—¡Y es estupendo que no lo sea! —exclamó la voz de Tormenta Blanca, y Corazón de Fuego se sintió aliviado. El guerrero debía de haber oído toda la conversación, pues continuó—: Es menos probable que Estrella Azul y Corazón de Fuego sean detectados si viajan así. Independientemente de que, en cualquier caso, se les permite el paso seguro a las Rocas Altas, es más fácil que el Clan del Viento los tome por un grupo de asalto si van más de dos.
Musaraña asintió, pero Rabo Largo miró hacia otro lado. El lugarteniente guiñó agradecido a Tormenta Blanca.
—¡Fauces Amarillas! —El maullido agitado de Estrella Azul sonó desde la guarida de la curandera.
—Ve con ella —maulló Tormenta Blanca en voz queda—. Yo dirigiré la patrulla.
—Pero Estrella Azul quiere que tú te hagas cargo del clan mientras estamos fuera.
—En ese caso, me quedaré aquí para organizar las partidas de caza del día. Musaraña puede encabezar la patrulla.
—Sí —coincidió Corazón de Fuego, intentando no mostrar lo nervioso que estaba. Se volvió hacia Musaraña—. Lleva a Espino con vosotros —ordenó.
Musaraña inclinó la cabeza mientras Corazón de Fuego atravesaba el claro corriendo en dirección a la guarida de la curandera.
—Supongo que tú también querrás hierbas de viaje —dijo Fauces Amarillas cuando Corazón de Fuego apareció por el túnel.
La vieja curandera estaba sentada muy tranquila en el claro mientras Estrella Azul daba vueltas alrededor incansablemente, absorta en sus pensamientos.
—Sí, por favor —respondió el lugarteniente.
Carbonilla salió cojeando por la grieta de la roca y fue derecha a Fauces Amarillas, sin pararse a saludar a Corazón de Fuego.
—¿Cuál es la camomila? —susurró al oído de la curandera.
—¡A estas alturas ya deberías saberlo! —resopló Fauces Amarillas enojada.
Carbonilla agitó las orejas.
—Creía que lo sabía, pero no estoy segura. He pensado que sería mejor preguntarlo.
Fauces Amarillas soltó un bufido, se levantó a duras penas y fue al pie de la roca, donde había un círculo de montoncitos de hierbas.
Corazón de Fuego miró de reojo a Estrella Azul. La líder se había detenido y estaba observando el cielo, olfateando el aire con recelo. El joven fue tras Fauces Amarillas.
—La camomila no es una hierba de viaje —le dijo en voz baja.
Fauces Amarillas entornó los ojos.
—Estrella Azul necesita algo que calme su corazón, además de proporcionarle fuerza física. —Lanzó una mirada crispada a Carbonilla y añadió—: ¡Yo esperaba añadir la camomila a sus hierbas de viaje sin contárselo a todo el clan! —Empujó un montoncito con una de sus patazas—. Esto es la camomila.
—Sí, ahora lo recuerdo —maulló Carbonilla dócilmente.
—Para empezar, no deberías haberlo olvidado —la regañó Fauces Amarillas—. Un curandero no tiene tiempo para dudar. Emplea tu energía en el presente y deja ya de preocuparte por el pasado. Tienes una obligación hacia tu clan. ¡Deja de titubear y ponte patas a la obra!
Corazón de Fuego no pudo evitar sentir lástima por la joven gata. Intentó intercambiar una mirada con Carbonilla, pero ella no lo miró. En vez de eso, se concentró en la preparación para el viaje, separando pequeñas cantidades de cada montón de hierbas y mezclándolas mientras Fauces Amarillas la observaba con un ceño de inquietud.
Detrás de ellos, Estrella Azul había empezado a pasearse de nuevo por el claro.
—¿Todavía no están listas? —maulló irritada.
Corazón de Fuego se le acercó.
—Casi —le dijo—. No te preocupes, llegaremos a las Rocas Altas a la puesta del sol.
Estrella Azul le hizo un guiño cuando Carbonilla se aproximó cojeando con un ramillete de plantas.
—Éstas son las tuyas —maulló la aprendiza, dejando las hojas a los pies de la líder—. Las tuyas están allí —le dijo a Corazón de Fuego.
El joven todavía estaba tragando saliva para borrar el sabor amargo de las hierbas cuando Estrella Azul se encaminó a la salida del claro, indicándole con una señal que la siguiera. A su alrededor, el campamento estaba empezando a despertar. Sauce acababa de salir de la maternidad y bizqueaba bajo la brillante luz del sol, mientras que Centón estaba estirando sus viejas extremidades delante del roble caído. Los dos miraron con curiosidad a Estrella Azul y Corazón de Fuego, y luego prosiguieron con su rutina matinal.
—¡Hola!
Corazón de Fuego oyó una voz familiar a sus espaldas, y se le cayó el alma a los pies. Era Nimbo, que salió correteando de su guarida con el pelaje tieso, sin lavar tras una noche de sueño.
—¿Adónde vas? ¿Puedo venir? —preguntó.
Corazón de Fuego se detuvo a la entrada del túnel.
—¿No tenías una tórtola que recoger?
—La tórtola puede esperar. De todos modos, seguro que a estas alturas ya se la ha llevado algún búho —respondió Nimbo—. ¡Deja que te acompañe, por favor!
—Los búhos comen presas vivas, no carroña —lo corrigió Corazón de Fuego. Vio que Viento Veloz salía somnoliento del dormitorio de los guerreros, y lo llamó—. Viento Veloz, ¿te llevarás a Nimbo a cazar esta mañana?
Advirtió un destello de resentimiento en los ojos del guerrero marrón, que asintió sin entusiasmo. Corazón de Fuego recordó cómo, el día anterior, Viento Veloz se había llevado gustosamente a Espino a cazar ardillas; era obvio que el guerrero no sentía el mismo aprecio por Nimbo, y, sinceramente, no podía culparlo por eso. Su aprendiz no estaba esforzándose lo suficiente para ganarse el respeto de los demás gatos del clan.
—Eso no es justo —gimoteó Nimbo—. Ya fui a cazar ayer. ¿No puedo ir contigo?
—No. ¡Hoy cazarás con Viento Veloz! —concluyó Corazón de Fuego.
Y, antes de que Nimbo pudiera seguir discutiendo, dio medio vuelta y corrió tras Estrella Azul.