¿Has visto a Nimbo?
Corazón de Fuego salió del túnel de helechos y llamó a Espino, el aprendiz de Musaraña. El gato canela se encaminaba al montón de carne fresca con dos ratones en la boca. Negó con la cabeza, y Corazón de Fuego sintió una gran irritación. Nimbo debería haber regresado hacía ya mucho.
—De acuerdo. Lleva esos ratones directamente a los veteranos —le ordenó a Espino.
El aprendiz maulló con la boca llena y se alejó deprisa.
A Corazón de Fuego se le erizó la cola de furia hacia Nimbo, pero sabía que era el miedo lo que lo encolerizaba tanto. «¿Y si Garra de Tigre lo ha encontrado?». Cada vez más alarmado, se apresuró hacia la guarida de Estrella Azul. Le expondría su decisión sobre los mentores y luego podría marcharse en busca de Nimbo.
En la Peña Alta, se detuvo para alisarse el pelo alborotado. Se anunció desde la entrada y se abrió paso a través del liquen en cuanto oyó la respuesta de Estrella Azul. La líder del clan estaba encorvada en su lecho, donde él la había dejado, mirando a la pared.
—Estrella Azul —empezó el lugarteniente inclinando la cabeza—, he pensado que Manto Polvoroso y Cebrado serían buenos mentores.
La gata giró la cabeza para mirarlo y luego se sentó sobre las patas traseras.
—Muy bien —contestó con voz apagada.
Corazón de Fuego sintió una oleada de decepción. Parecía que le tenía sin cuidado a quién eligiese.
—¿Les digo que vengan a hablar contigo para que les des las buenas noticias? —preguntó—. Ahora mismo están fuera del campamento —añadió—, pero en cuanto regresen puedo…
—¿Están fuera del campamento? —La gata agitó los bigotes—. ¿Los dos?
—Han salido a patrullar —explicó Corazón de Fuego, incómodo.
—¿Y dónde está Tormenta Blanca?
—Se ha ido a entrenar a Centellina.
—¿Y Musaraña?
—Está cazando con Fronde Dorado y Tormenta de Arena.
—¿Es que todos los guerreros están fuera del campamento? —quiso saber Estrella Azul.
Corazón de Fuego vio cómo se le tensaban los omóplatos y le dio un vuelco el corazón. ¿De qué tenía miedo Estrella Azul? De pronto pensó en Nimbo y en el temor que él mismo había sentido esa mañana en la quietud del bosque.
—La patrulla está a punto de regresar. —Procuró permanecer calmado mientras intentaba tranquilizar a su líder—. Y yo estoy aquí.
—¡No me trates con condescendencia! ¡No soy una cachorrita atemorizada! —bufó la gata, y Corazón de Fuego se encogió—. Ni se te ocurra abandonar el campamento hasta que vuelva la patrulla. En la última luna nos han atacado dos veces. No quiero que el campamento se quede desprotegido. A partir de ahora, quiero que siempre haya un mínimo de tres guerreros aquí.
Corazón de Fuego sintió un escalofrío. Por una vez, no se atrevió a mirar a su líder a los ojos, temeroso de no reconocer a la gata que tenía delante.
—Sí, Estrella Azul —murmuró en voz baja.
—Cuando regresen Cebrado y Manto Polvoroso, diles que vengan a verme. Deseo hablar con ellos antes de la ceremonia.
—Por supuesto.
—Y ahora, ¡vete! —lo despachó Estrella Azul con una sacudida de la cola, como si pensara que el joven estaba poniendo en peligro al clan al perder el tiempo.
Corazón de Fuego salió de la guarida y se sentó a la sombra de la Peña Alta para lavarse la cola. ¿Qué debería hacer? Su pulso acelerado le decía que corriera hacia el bosque, encontrara a Nimbo y lo devolviera a la seguridad del campamento. Pero Estrella Azul le había prohibido salir hasta que regresara una de las patrullas.
En ese momento oyó ruido de gatos por la vegetación que rodeaba el campamento, y captó en el aire los conocidos olores de Cebrado, Manto Polvoroso y Viento Veloz. Sus pasos redujeron el ritmo al atravesar la entrada de aulagas. Viento Veloz iba en cabeza.
Corazón de Fuego se levantó de un salto, aliviado. Ahora podría salir en busca de su aprendiz. Cruzó el claro corriendo para reunirse con ellos.
—¿Cómo ha ido la patrulla? —preguntó.
—No hay ni rastro de los otros clanes —informó Viento Veloz.
—Pero hemos captado el olor de tu aprendiz —añadió Cebrado—. Cerca de donde viven los Dos Patas.
—¿Lo habéis visto? —preguntó Corazón de Fuego, tan despreocupadamente como pudo.
Cebrado negó con la cabeza.
—Supongo que estaría buscando pájaros en uno de los jardines de Dos Patas —se mofó Manto Polvoroso—. Probablemente sean más de su agrado.
Corazón de Fuego pasó por alto la burla por sus orígenes de gato doméstico.
—¿El olor era fresco? —le preguntó a Viento Veloz.
—Bastante. Hemos perdido su rastro al dirigirnos de nuevo hacia el campamento.
Corazón de Fuego asintió. Por lo menos ya tenía una idea de por dónde empezar a buscar a Nimbo.
—Cebrado, Manto Polvoroso —maulló—, Estrella Azul quiere veros en su guarida.
Mientras los guerreros se alejaban, el joven lugarteniente se preguntó si tal vez debía acompañarlos, solamente por si Estrella Azul seguía comportándose de un modo extraño. Entonces reparó en que Viento Veloz se encaminaba a la entrada del campamento junto con Espino.
—¿Adónde vas? —inquirió nervioso.
Estrella Azul quería siempre a tres guerreros en el campamento. Si Viento Veloz volvía a salir, él no podría marcharse a buscar a Nimbo.
—Le prometí a Musaraña que hoy le enseñaría a Espino a cazar ardillas —respondió el guerrero por encima del hombro.
—Pero yo… —Corazón de Fuego enmudeció cuando el delgado guerrero lo observó con curiosidad, pero era incapaz de admitir lo preocupado que estaba por Nimbo. Negó con la cabeza—. Nada —maulló, y Viento Veloz y Espino desaparecieron por el túnel de aulagas.
Sintió una punzada de culpabilidad al ver cómo el aprendiz de Musaraña seguía obediente al guerrero. ¿Por qué él no podía inspirar una conducta semejante a su propio aprendiz?
El resto de la tarde transcurrió muy lentamente. Corazón de Fuego se instaló junto a la mata de ortigas que había al lado de la guarida de los guerreros y aguzó el oído, examinando los sonidos del bosque en busca de cualquier señal que indicara el regreso de Nimbo. Pero el miedo contagiado por Estrella Azul había disminuido un poco desde que Cebrado le había dicho que sólo habían captado el olor de Nimbo mientras patrullaban, sin el menor rastro de intrusos en el territorio del clan.
Cuando el sol empezó a descender tras los árboles, volvió la partida de caza. Detrás del grupo venían Tormenta Blanca y Centellina, atraídos desde la hondonada de entrenamiento, sin duda, por el olor de la carne fresca. Rabo Largo y Zarpa Rauda llegaron poco después, pero Nimbo seguía sin dar señales de vida.
Había muchas piezas para comer, pero ningún gato se acercaba a las provisiones. La noticia de la ceremonia de nombramiento se había extendido por todo el campamento. Corazón de Fuego oyó susurrar emocionados a Espino, Centellina y Zarpa Rauda delante del dormitorio de los aprendices, hasta que Estrella Azul salió de su guarida; entonces todos ordenaron silencio a los demás y alzaron la vista con ojos expectantes.
La líder del clan subió a la Peña Alta de un único y ágil salto. Era evidente que se había recuperado de sus heridas físicas después de la batalla con los proscritos, pero Corazón de Fuego no sabía si sentirse aliviado o inquieto por eso. ¿Por qué la mente de Estrella Azul no se había recuperado tan deprisa como su cuerpo? Al joven se le aceleró el pulso cuando la gata levantó la barbilla, preparándose para convocar al clan. Su voz sonó seca y cascada, como si se hubiera vuelto quebradiza por la falta de uso, pero, mientras pronunciaba las palabras rituales, Corazón de Fuego sintió una renovada confianza.
El sol poniente relucía sobre el pelaje rojizo del joven, que recordó su propia ceremonia de nombramiento, cuando se unió al clan. Cuadrándose orgullosamente, Corazón de Fuego ocupó su lugar como lugarteniente, justo bajo la Peña Alta, mientras el resto del clan se congregaba en un círculo alrededor del lindero del claro. Cebrado estaba en la primera fila, muy tranquilo, mirando al frente sin pestañear. Manto Polvoroso se hallaba a su lado, muy rígido, incapaz de disimular la ilusión que brillaba en sus ojos.
—Estamos hoy aquí para dar a dos cachorros del clan sus nombres de aprendices —empezó Estrella Azul formalmente, bajando la vista hacia Pecas, flanqueada por sus hijos.
Corazón de Fuego apenas reconoció a los bulliciosos cachorros grises que había visto peleando en la maternidad ese mismo día. Parecían mucho más pequeños allí fuera, con el pelo pulcramente acicalado. Uno de ellos se inclinaba hacia su madre, con los bigotes temblando de los nervios. El más grande amasaba el suelo con las patas.
Un silencio expectante se cernió sobre el clan.
—Adelantaos —ordenó Estrella Azul desde lo alto.
Los cachorros avanzaron codo con codo hasta el centro del claro. Su pelaje gris moteado estaba erizado de la emoción.
—¡Manto Polvoroso! —llamó Estrella Azul con voz ronca—. Tú serás el mentor de Ceniciento.
Corazón de Fuego observó cómo Manto Polvoroso se acercaba al cachorro más grande y se detenía junto a él.
—Manto Polvoroso —prosiguió la líder—. Éste será tu primer aprendiz. Comparte con él tu valentía y tu determinación. Sé que lo entrenarás bien, pero no temas pedir consejo a los guerreros más veteranos.
Los ojos de Manto Polvoroso centellearon de orgullo mientras se inclinaba para tocar con su nariz la de Ceniciento. El nuevo aprendiz ronroneó sonoramente mientras seguía a su mentor hasta el borde del círculo.
El cachorro más pequeño, una hembra, se quedó en el centro del claro, con los ojos relucientes y el pecho tembloroso. Corazón de Fuego le guiñó un ojo amistosamente. Ella se quedó mirándolo como si su vida dependiera de eso.
—Cebrado. —Estrella Azul hizo una pausa tras pronunciar el nombre del guerrero.
Corazón de Fuego sintió un hormigueo en la columna vertebral al ver un destello de miedo en los ojos de la líder. Contuvo la respiración, pero Estrella Azul apartó sus temores y continuó:
—Tú serás el mentor de Frondina.
La gatita puso los ojos como platos y se volvió para ver cómo el enorme atigrado avanzaba hacia ella.
—Cebrado —maulló Estrella Azul—, eres inteligente y audaz. Transmite todo lo que puedas a esta joven aprendiza.
—Desde luego —prometió el guerrero.
Se inclinó para entrechocar las narices con Frondina, que pareció encogerse durante una fracción de segundo antes de estirar el cuello para aceptar el saludo. Mientras seguía a Cebrado hasta el borde del claro, la nueva aprendiza lanzó una nerviosa mirada por encima del hombro a Corazón de Fuego. Éste la animó con un movimiento de cabeza.
Los otros gatos empezaron a felicitar a los dos flamantes aprendices, arremolinándose en torno a ellos y llamándolos por sus nuevos nombres. Corazón de Fuego estaba a punto de unirse a la celebración cuando vislumbró un pelaje blanco que entraba sigilosamente en el campamento. Nimbo había regresado.
Corrió a su encuentro.
—¿Dónde has estado? —exigió saber.
Nimbo dejó en el suelo el campañol que llevaba entre los dientes.
—Cazando —respondió sin más.
—¿Eso es todo lo que has encontrado? ¡Cazabas más en la estación sin hojas!
Nimbo se encogió de hombros.
—Es mejor que nada.
—¿Y qué hay de la tórtola que has atrapado esta mañana?
—¿No la has traído tú?
—¡Era tu presa! —bufó Corazón de Fuego.
Nimbo se sentó y enroscó la cola alrededor de las patas delanteras.
—Supongo que tendré que ir a recogerla por la mañana —maulló.
—Ya —coincidió el lugarteniente, exasperado por la indiferencia del aprendiz—. Y hasta entonces no probarás bocado. Ve a dejar eso en el montón de carne fresca —añadió, señalando el campañol con el hocico.
Nimbo volvió a encogerse de hombros, recogió el ratón y se alejó.
Corazón de Fuego dio media vuelta, todavía furioso, y vio que Tormenta Blanca estaba a su lado.
—Nimbo aprenderá cuando esté preparado para hacerlo —maulló suavemente el guerrero blanco.
—Eso espero —masculló el joven.
—¿Ya has decidido quién encabezará la patrulla del alba? —preguntó Tormenta Blanca, cambiando diplomáticamente de tema.
El lugarteniente vaciló. Ni siquiera había pensado en eso, y tampoco en el resto de las patrullas y los grupos de caza para el día siguiente. Había estado demasiado preocupado por Nimbo.
—Piénsalo un poco —maulló Tormenta Blanca volviéndose—. Todavía te queda tiempo.
—Yo dirigiré la patrulla —zanjó Corazón de Fuego—. Me llevaré a Musaraña y Rabo Largo.
—Buena idea —ronroneó—. ¿Quieres que se lo diga? —Miró hacia el montón de carne fresca, donde los gatos habían empezado a apiñarse.
—Sí. Gracias.
Corazón de Fuego se quedó mirando cómo el guerrero blanco iba hacia la comida, sintiendo que su propio estómago rugía de hambre. Estaba a punto de seguir a Tormenta Blanca cuando reparó en otro pelaje largo del color de la nieve recién caída, mezclado con los gatos que rodeaban el montón de carne fresca. Era obvio que Nimbo había desobedecido su orden de quedarse sin comer. Corazón de Fuego sintió que lo invadía la ira, pero no se movió; le pareció que las patas le pesaban como si fueran de piedra. No quería discutir con Nimbo delante del resto del clan.
Mientras el lugarteniente observaba la escena, Nimbo escogió un rollizo ratón y luego chocó contra Tormenta Blanca. Corazón de Fuego vio cómo el guerrero blanco fulminaba con la mirada al aprendiz y murmuraba algo… No supo qué era, pero Nimbo soltó el ratón y se marchó a su guarida con el rabo entre las patas.
Corazón de Fuego se apresuró a mirar hacia otro lado, avergonzado por no haberse encarado a Nimbo antes que Tormenta Blanca. De pronto ya no tenía hambre. Vio a Estrella Azul echada junto a una mata de helechos, al lado del dormitorio de los guerreros, y anheló compartir sus inquietudes sobre el desobediente aprendiz con su antigua mentora. Pero la gata volvía a tener una expresión atormentada mientras toqueteaba desganadamente un pequeño tordo. Corazón de Fuego sintió una tristeza helada en el alma cuando la líder del Clan del Trueno se levantó para dirigirse despacio a su guarida, dejando el tordo intacto.