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Corazón de Fuego entrevió un pelaje rojizo claro y levantó la mirada: Flor Dorada estaba saliendo de la maternidad detrás del cachorro atigrado. Llevaba en la boca una cachorrita atigrada color canela claro, que depositó con delicadeza en el suelo junto a su hermano. Corazón de Fuego supo al instante que la reina había visto su reacción, pues rodeó a sus pequeños con la cola protectoramente y alzó la barbilla, como desafiándolo a decir algo.

El joven sintió una oleada de culpabilidad. ¿En qué estaba pensando? Él era el lugarteniente del clan, ¡por amor del Clan Estelar! Sabía que debía asegurar a Flor Dorada que aquellos cachorros serían cuidados y respetados como cualquier otro miembro del Clan del Trueno.

—Tus… hijos parecen muy sanos —balbuceó, pero se le erizó el pelo cuando el pequeño atigrado oscuro se quedó mirándolo con sus ojos ámbar: era la viva imagen de Garra de Tigre y de su mirada amenazante.

Procuró reprimir el miedo y la rabia que lo impulsaban instintivamente a sacar las uñas y apretarlas contra el duro suelo. «Fue Garra de Tigre quien traicionó al Clan del Trueno —se dijo—, no este diminuto cachorro».

—Hoy es la primera vez que Pequeña Trigueña sale de la maternidad —le contó Flor Dorada, mirando nerviosa a la cachorrita.

—Han crecido muy deprisa —murmuró Corazón de Fuego.

Flor Dorada se inclinó a lamer la cabeza de sus dos pequeños y luego se acercó al lugarteniente.

—Entiendo cómo te sientes —maulló en voz baja—. Tus ojos siempre han delatado a tu corazón. Pero éstos son mis hijos, y moriré para protegerlos si es necesario.

Se quedó mirando sin pestañear al joven, que vio la intensidad de los sentimientos de la reina en sus profundidades amarillas.

—Tengo miedo por ellos —continuó la gata—. El clan jamás perdonará a Garra de Tigre… y no debería hacerlo. Sin embargo, Pequeño Zarzo y Pequeña Trigueña no han hecho nada malo, y no permitiré que sean castigados a causa de su padre. Ni siquiera voy a contarles quién era; sólo les diré que era un guerrero valiente y poderoso.

Corazón de Fuego sintió una punzada de compasión por la acongojada reina.

—Aquí estarán a salvo —prometió, aunque los ojos ámbar del cachorro siguieron provocándole un hormigueo de inquietud cuando Flor Dorada se alejó.

A sus espaldas, Tormenta Blanca salió de la maternidad.

—Pecas cree que sus dos últimos hijos están preparados para comenzar el entrenamiento —le dijo.

—¿Estrella Azul lo sabe?

El gato negó con la cabeza.

—Pecas quería comunicar la noticia a Estrella Azul, pero ésta no ha visitado la maternidad en días.

Corazón de Fuego frunció el entrecejo. La líder solía interesarse por todos los aspectos de la vida del clan, en especial por los de la maternidad. Todos los gatos sabían lo importante que era para el Clan del Trueno tener cachorros fuertes y sanos.

—Supongo que no es de extrañar —prosiguió Tormenta Blanca—. Estrella Azul todavía está recuperándose de sus heridas tras la batalla con los gatos proscritos.

—¿Crees que debería ir yo a decírselo? —preguntó Corazón de Fuego.

—Sí. Las buenas noticias podrían levantarle el ánimo —señaló el guerrero blanco.

Corazón de Fuego se sobresaltó al comprender que su camarada estaba tan preocupado por la líder como él.

—Seguro que sí —coincidió—. El Clan del Trueno no había tenido tantos aprendices en lunas.

—Eso me recuerda una cosa —maulló Tormenta Blanca, con un repentino brillo en los ojos—. ¿Dónde está Nimbo? Creía que iba a cazar para los veteranos.

Corazón de Fuego desvió la vista, incómodo.

—Eh, sí, así es. No sé por qué está tardando tanto.

Tormenta Blanca levantó una de sus enormes patas y le dio un lametazo.

—El bosque ya no es tan seguro como antes —murmuró, como si pudiera leer los desasosegados pensamientos de Corazón de Fuego—. No olvides que el Clan del Viento y el de la Sombra siguen furiosos con nosotros por haber dado cobijo a Cola Rota. Todavía no saben que Cola Rota está muerto, y podrían atacarnos de nuevo.

Cola Rota había sido líder del Clan de la Sombra, y a punto había estado de destruir a los demás clanes del bosque por su codicia de territorio. El Clan del Trueno había ayudado al angustiado Clan de la Sombra a desterrar a Cola Rota, pero a continuación lo acogió como prisionero ciego y desvalido… una decisión compasiva que no fue bien recibida por los enemigos del antiguo líder.

Corazón de Fuego sabía que Tormenta Blanca estaba haciéndole una advertencia con todo el tacto del mundo —ni siquiera había mencionado la posibilidad de que Garra de Tigre siguiera estando cerca—, pero la culpabilidad que sentía por haber permitido que Nimbo saliera solo lo impulsó a ponerse a la defensiva.

—Tú has dejado que Centellina cazara sola esta mañana —replicó.

—Sí. Le he dicho que no saliera del barranco y que volviera cuando el sol llegara a lo más alto. —Tormenta Blanca habló con tono amable, pero dejó de lavarse la pata y miró a Corazón de Fuego con inquietud—. Espero que Nimbo no se aleje demasiado del campamento.

El joven lugarteniente desvió la vista y masculló:

—Debería ir a decirle a Estrella Azul que los cachorros están preparados.

—Buena idea. Yo puedo salir con Centellina a entrenar un poco. Caza bien, pero necesita trabajar sus técnicas de pelea.

Maldiciendo mentalmente a Nimbo, Corazón de Fuego se encaminó a la Peña Alta. Ante la guarida de Estrella Azul, se lavó rápidamente las orejas y sacó a Nimbo de sus pensamientos antes de maullar frente al liquen que cubría la entrada de la cueva.

—Adelante —dijo Estrella Azul desde el interior, y el joven entró despacio.

Hacía fresco en la pequeña caverna, excavada en la base de la Peña Alta por un antiguo arroyo. La luz del sol que se filtraba a través de la cortina de liquen hacía que las paredes relucieran cálidamente. Estrella Azul estaba encorvada en su lecho como una pata clueca. Su largo pelaje gris estaba sucio y apelmazado. «Quizá todavía le duelen demasiado las heridas para lavarse como es debido», pensó Corazón de Fuego. Se negó a considerar la otra posibilidad: que su líder ya no deseara seguir cuidándose.

Pero la inquietud que había visto en los ojos de Tormenta Blanca lo preocupaba. No pudo evitar advertir lo delgada que estaba Estrella Azul, y se acordó del pájaro que había dejado a medias la noche anterior, cuando se marchó sola a su guarida en vez de quedarse a compartir lenguas con los guerreros más viejos, como solía hacer antes.

La líder del clan alzó la vista cuando Corazón de Fuego entró, y el joven se sintió aliviado al ver destellos de interés en los ojos de la gata.

—Corazón de Fuego —lo saludó ella, incorporándose y levantando la barbilla.

Irguió su ancha cabeza con la misma dignidad que él había admirado cuando la conoció en el bosque, cerca de su casa de Dos Patas. Fue Estrella Azul quien lo invitó a unirse al clan, y la fe que ella tenía en él creó enseguida un vínculo especial entre ambos.

—Estrella Azul —empezó, inclinando la cabeza respetuosamente—. Tormenta Blanca ha estado hoy en la maternidad. Pecas le ha dicho que sus cachorros ya están listos para iniciar el entrenamiento.

Los ojos de Estrella Azul se fueron dilatando poco a poco.

—¿Ya? —murmuró.

Corazón de Fuego aguardó a que la líder comenzara a dar órdenes para la ceremonia de nombramiento, pero ella se limitó a mirarlo fijamente.

—Eh… ¿quiénes quieres que sean sus mentores? —le preguntó el joven.

—Mentores —repitió Estrella Azul débilmente.

Corazón de Fuego empezó a sentir un hormigueo de inquietud. De pronto, una dureza despiadada llameó en los ojos de la líder.

—¿Es que queda algún gato en el que podamos confiar para que entrene a esos inocentes cachorros? —bufó.

Corazón de Fuego se estremeció, demasiado impresionado para responder. Los ojos de la gata llamearon una vez más.

—¿Puedes ocuparte tú de ellos? —inquirió Estrella Azul—. ¿O Látigo Gris?

El lugarteniente negó con la cabeza, intentando sofocar la alarma que lo mordía como una víbora. ¿Acaso la gata había olvidado que Látigo Gris ya no formaba parte del clan?

—Yo… yo ya soy mentor de Nimbo. Y Látigo Gris… —Se quedó sin palabras. Tomó una breve bocanada de aire y empezó de nuevo—. Estrella Azul, el único guerrero inapropiado para entrenar a esos cachorros era Garra de Tigre, y lo desterraste, ¿recuerdas? Cualquier otro guerrero sería un buen mentor para los hijos de Pecas. —Buscó una reacción en el rostro de la líder, pero ésta se había quedado mirando sin ver el suelo de la guarida—. Pecas espera que se celebre pronto la ceremonia de nombramiento —insistió—. Sus pequeños están totalmente preparados. Nimbo fue su compañero de camada, y ya hace media luna que es aprendiz.

Se inclinó hacia delante, deseando que Estrella Azul respondiera. Por fin, la gata asintió con brío y levantó la vista hacia Corazón de Fuego. Éste vio aliviado cómo desaparecía la tensión de los omóplatos de su líder. Y aunque su mirada seguía pareciendo distante y fría, estaba más calmada.

—Celebraremos la ceremonia de nombramiento cuando anochezca, antes de cenar —anunció, como si jamás lo hubiera dudado.

—Bien, ¿y quiénes quieres que sean sus mentores? —preguntó Corazón de Fuego con cautela.

Sintió que un temblor le recorría la cola cuando Estrella Azul volvió a ponerse tensa y a mirar con desasosiego por toda la cueva.

—Decídelo tú.

Su respuesta fue casi inaudible, y Corazón de Fuego decidió no presionarla más.

—Sí, Estrella Azul —maulló, inclinando la cabeza, antes de salir de la guarida.

Una vez fuera, se sentó un momento a la sombra de la Peña Alta para ordenar sus ideas. La traición de Garra de Tigre debía de haber afectado a Estrella Azul más de lo que él creía, pues ahora la gata ya no confiaba en ninguno de sus guerreros. Corazón de Fuego se dio un lametazo en el pecho para tranquilizarse. Apenas había transcurrido un cuarto de luna desde el ataque de los gatos proscritos. Se dijo que Estrella Azul terminaría por superarlo. Mientras tanto, él tendría que disimular su desazón ante los demás gatos. Si el clan ya estaba nervioso, como Tormenta Blanca había dicho, ver a Estrella Azul de ese modo sólo serviría para que todos se alarmaran más.

Corazón de Fuego estiró los músculos de los hombros y se dirigió a la maternidad.

—Hola, Sauce —maulló al llegar junto a la reina.

La gata gris claro estaba tendida de costado frente al zarzal que cobijaba a los cachorros, disfrutando de la calidez del sol. Cuando el joven se detuvo a su lado, levantó la cabeza.

—Hola, Corazón de Fuego. ¿Qué tal la vida como lugarteniente? —Sus ojos reflejaban una amable curiosidad, y su voz era amigable, no desafiante.

—No está mal —respondió. «O no lo estaría si no tuviera un aprendiz insoportable», pensó, «o si a los veteranos no los inquietara la ira del Clan Estelar, o si nuestra líder no fuera incapaz de decidir quiénes deberían ser los mentores de los hijos de Pecas».

—Me alegra oírlo —ronroneó Sauce, y giró la cabeza para lavarse el lomo.

—¿Has visto a Pecas por aquí?

—Está dentro —maulló la reina entre lametones.

—Gracias.

Corazón de Fuego se abrió paso entre las zarzas. El interior era sorprendentemente luminoso. El sol se colaba a través de los espacios entre las ramas retorcidas, y el joven se dijo que tendría que tapar todos los agujeros antes de que llegaran los vientos fríos de la estación sin hojas.

—Hola, Pecas —saludó—. ¡Buenas noticias! Estrella Azul dice que la ceremonia de nombramiento de tus hijos será este atardecer.

La reina estaba echada de lado mientras sus dos cachorros se encaramaban a su lomo.

—¡Doy gracias al Clan Estelar! —gruñó cuando el más pesado de los gatitos, de pelaje gris con motas más oscuras, saltó de su lomo para abalanzarse sobre su hermana—. Estos dos están volviéndose demasiado grandes para estar en la maternidad.

Los cachorros rodaron hasta su madre enredados en una maraña de patas y colas. Pecas los apartó con delicadeza y le preguntó a Corazón de Fuego:

—¿Sabes quiénes serán sus mentores?

El joven ya estaba preparado para esa cuestión.

—Estrella Azul todavía no lo ha decidido —explicó—. ¿Prefieres a algunos guerreros en concreto?

Pecas pareció sorprendida.

—Estrella Azul lo sabrá mejor que nadie; es ella quien debe decidir.

Corazón de Fuego sabía tan bien como cualquiera que la tradición era que el líder del clan seleccionara a los mentores.

—Sí, tienes razón —maulló con un resoplido.

Se le erizó el pelo cuando la brisa le llevó el olor del cachorro atigrado de Garra de Tigre.

—¿Dónde está Flor Matinal? —le preguntó a Pecas más bruscamente de lo que pretendía.

Ella puso los ojos como platos.

—Ha llevado a sus cachorros a los veteranos, para que los conozcan —respondió. Miró a Corazón de Fuego entornando los ojos—. Has reconocido a Garra de Tigre en su hijo, ¿verdad?

El joven asintió, incómodo.

—El pequeño tiene el mismo aspecto que su padre, pero eso es todo —le aseguró Pecas—. Es bastante bueno con los demás cachorros, ¡y desde luego su hermana lo mantiene a raya!

—Bueno, eso está bien. —Corazón de Fuego dio media vuelta—. Nos veremos luego en la ceremonia —maulló mientras se encaminaba a la salida.

—¿Significa eso que Estrella Azul ya ha decidido cuándo será la ceremonia de nombramiento? —le preguntó Sauce al verlo salir.

—Sí —contestó el lugarteniente.

—¿Y quiénes serán los ment…?

Pero el joven guerrero se alejó deprisa antes de poder oír el resto de la pregunta. La noticia de la ceremonia se propagaría por el campamento como el fuego, y todos los gatos querrían saber lo mismo. Tendría que decidirse pronto, pero sus fosas nasales seguían rebosantes del olor de Pequeño Zarzo, y la cabeza le daba vueltas mientras negros pensamientos desplegaban sus siniestras alas en su mente.

Instintivamente, dirigió sus pasos hacia el túnel de helechos que conducía al claro de la curandera. Carbonilla, la aprendiza de Fauces Amarillas, estaría allí. Ahora que Látigo Gris se había marchado a vivir con el Clan del Río, la gata era la mejor amiga de Corazón de Fuego. Él sabía que la dulce gata gris podría dar sentido a la confusión de emociones que bullían en su interior.

Apretó el paso a través de los frescos helechos para acceder al claro iluminado por el sol. En un extremo se alzaba la lisa superficie de una alta roca, hendida en el centro. El espacio que había en medio de la roca era suficientemente grande para cobijar a Fauces Amarillas y servir como almacén para sus hierbas curativas.

Corazón de Fuego estaba a punto de llamar a Carbonilla cuando ésta salió cojeando de la oscura grieta rocosa. Como siempre, la alegría de ver a su amiga se vio empañada por el dolor de ver la torcida pata trasera que le había impedido convertirse en guerrera. La joven gata había resultado gravemente herida al internarse en el Sendero Atronador. Corazón de Fuego no podía evitar sentirse responsable, pues, cuando sucedió el accidente, Carbonilla era su aprendiza. Pero la gatita se recuperó bajo la atenta mirada de la curandera del clan. Fauces Amarillas empezó a enseñarle a cuidar de los gatos enfermos y acabó tomándola como aprendiza. De eso hacía ya una luna y media. Carbonilla había encontrado por fin su lugar en el clan.

La gata salió al claro con un gran ramillete de hierbas en la boca. Tenía el rostro fruncido en una mueca de inquietud, y ni siquiera reparó en que Corazón de Fuego estaba ante el túnel. Dejó su carga sobre el suelo abrasado por el sol y empezó a clasificar nerviosamente las hojas.

—¿Carbonilla?

La joven gata levantó la mirada, sorprendida.

—¡Corazón de Fuego! ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Te encuentras mal?

Él negó con la cabeza.

—No. ¿Va todo bien?

Carbonilla miró con desaliento el montón de hojas que tenía delante. Corazón de Fuego se acercó y la acarició con el hocico.

—¿Qué ocurre? No me digas que has vuelto a derramar bilis de ratón sobre el lecho de Fauces Amarillas.

—¡No! —exclamó la gata, indignada. Luego bajó los ojos—. Nunca debería haber accedido a ser aprendiza de curandera. Soy un desastre. ¡Debería haber interpretado las señales cuando encontré aquella ave putrefacta!

Corazón de Fuego recordó lo sucedido tras su nombramiento como lugarteniente: Carbonilla había escogido una urraca del montón de carne fresca para Estrella Azul, pero descubrió que bajo las suaves plumas estaba repleta de gusanos.

—¿Es que Fauces Amarillas piensa que era un presagio sobre ti? —preguntó.

—Bueno, no —admitió Carbonilla.

—Entonces, ¿qué te lleva a creer que no estás hecha para ser curandera? —Procuró no pensar demasiado en que la urraca putrefacta podría haber sido un augurio para otro miembro del clan: la líder, Estrella Azul.

Carbonilla sacudió la cola con frustración.

—Fauces Amarillas me ha pedido que prepare una cataplasma. Una muy sencilla para limpiar las heridas. Es una de las primeras cosas que me enseñó, pero he olvidado qué hierbas hay que mezclar. ¡Va a pensar que soy idiota! —Su voz se elevó hasta un lamento, y sus ojos azules se dilataron, acongojados.

—No eres idiota, y Fauces Amarillas lo sabe —replicó Corazón de Fuego, enérgico.

—Pero es que no es la primera vez que meto la pata últimamente. Ayer tuve que preguntarle la diferencia entre la dedalera y las semillas de adormidera. —Carbonilla bajó la cabeza todavía más—. Fauces Amarillas me dijo que era un peligro para el clan.

—Oh, ya sabes cómo es Fauces Amarillas —la tranquilizó el joven lugarteniente—. Siempre dice cosas así.

Fauces Amarillas había sido la curandera del Clan de la Sombra y, aunque se había convertido en parte del Clan del Trueno después de que la desterrara su anterior y cruel líder —Cola Rota—, seguía mostrando ramalazos del feroz temperamento de una guerrera del Clan de la Sombra. Pero una de las razones por las que se llevaba tan bien con Carbonilla era que ésta era más que capaz de soportar sus arranques de malas pulgas.

Carbonilla suspiró.

—No creo tener lo necesario para convertirme en curandera. Me parecía que estaba haciendo lo correcto al aceptar ser aprendiza de Fauces Amarillas, pero esto no marcha bien. Soy incapaz de aprender todo lo que necesito saber.

Corazón de Fuego se agachó hasta que sus ojos estuvieron a la altura de los de ella.

—Todo esto es por Corriente Plateada, ¿verdad? —maulló irritado.

Recordó aquel día en las Rocas Soleadas en que la compañera del Clan del Río de Látigo Gris dio a luz antes de tiempo. Carbonilla intentó desesperadamente salvarla, pero Corriente Plateada había perdido demasiada sangre. La hermosa atigrada gris acabó muriendo, aunque sus hijos sobrevivieron.

Carbonilla no respondió, y el joven lugarteniente supo que había puesto el dedo en la llaga.

—¡Tú salvaste a sus cachorros! —señaló.

—Pero la perdí a ella.

—Hiciste todo lo que pudiste. —Corazón de Fuego se inclinó para lamer la suave cabeza gris de la gata—. Mira, sólo tienes que preguntarle a Fauces Amarillas qué hierbas debes usar para la cataplasma. A ella no le importará.

—Eso espero. —No sonó muy convencida. Luego se sacudió—. Tengo que dejar de sentir lástima de mí misma, ¿verdad?

—Sí —respondió el joven, moviendo la cola hacia ella.

—Lo lamento. —Carbonilla le dirigió una mirada arrepentida que centelleó con un toque de su antiguo buen humor—. Supongo que no habrás traído algo de carne fresca, ¿eh?

Corazón de Fuego negó con la cabeza.

—Lo siento. Sólo he venido a hablar contigo. No irás a decirme que Fauces Amarillas te mata de hambre, ¿verdad?

—No, pero esto de ser curandera es mucho más duro de lo que creerías —contestó la gata—. Hoy todavía no he tenido ocasión de probar bocado. —Sus ojos destellaron con curiosidad—. ¿De qué querías hablar conmigo?

—De los cachorros de Garra de Tigre. —Corazón de Fuego sintió cómo el pesimismo se instalaba de nuevo en su estómago—. En especial de Pequeño Zarzo.

—¿Por qué? ¿Porque se parece a su padre?

El lugarteniente se estremeció. ¿Tan fácil era descifrar sus sentimientos?

—Ya sé que no debería juzgarlo. No es más que un cachorro. Pero hoy, cuando lo he visto, ha sido como si Garra de Tigre estuviera mirándome. No… no podía moverme. —Negó con la cabeza lentamente, avergonzado de su confesión, pero contento de desahogarse con su amiga—. No sé si podré llegar a confiar en él.

—Si ves a Garra de Tigre cada vez que lo miras, no es sorprendente que te sientas así —maulló Carbonilla con delicadeza—. Pero debes mirar más allá del color de su pelo e intentar ver al gato que hay en su interior. Recuerda que no sólo es hijo de Garra de Tigre. En él también hay una parte de Flor Dorada. Y nunca conocerá a su padre. Será el clan quien lo críe. —Y luego añadió—: De todos los gatos, tú mejor que ninguno deberías saber que no se puede juzgar a nadie por las circunstancias de su nacimiento.

Tenía razón. Corazón de Fuego nunca había dejado que sus raíces de gato doméstico interfirieran en su lealtad al clan.

—¿El Clan Estelar te ha dicho algo sobre Pequeño Zarzo? —preguntó, pues sabía que Carbonilla y Fauces Amarillas habrían escudriñado el Manto Plateado en el momento en que el cachorro nació.

Le dio un vuelco el corazón cuando la aprendiza miró hacia otro lado y murmuró:

—El Clan Estelar no siempre lo comparte todo conmigo.

Corazón de Fuego conocía lo bastante bien a su amiga como para saber que se estaba guardando algo.

—Pero compartió algo contigo, ¿verdad?

La aprendiza clavó en él sus ojos azules, sin pestañear.

—El destino de Pequeño Zarzo será tan importante como el de cualquier otro cachorro nacido en el Clan del Trueno —aseguró con voz firme.

Corazón de Fuego supo que no conseguiría que le revelara qué le había dicho el Clan Estelar si ella no quería, así que decidió contarle el otro problema que lo tenía en vilo:

—Hay algo más de lo que querría hablar contigo. He de decidir quiénes serán los mentores de los hijos de Pecas.

—¿Eso no le corresponde a Estrella Azul?

—Me ha pedido que lo decida por ella.

Carbonilla levantó la cabeza, asombrada.

—Entonces, ¿por qué pareces tan preocupado? Deberías sentirte halagado.

«¿Halagado?», repitió Corazón de Fuego para sí, recordando la hostilidad y la confusión que había visto en los ojos de Estrella Azul. Se encogió de hombros.

—Quizá. Pero no estoy seguro de a quiénes elegir.

—Debes de tener alguna idea —supuso la gata.

—Ni una sola.

Carbonilla frunció el entrecejo, pensativa.

—Bueno, ¿cómo te sentiste cuando me nombraron tu aprendiza?

La pregunta lo pilló por sorpresa.

—Orgulloso. Y asustado. Y desesperado por demostrar mi valía —respondió despacio.

—¿Cuál de los guerreros crees que tiene más deseos de demostrar su valía? —maulló ella.

Corazón de Fuego entornó los ojos. En su mente apareció la imagen de un atigrado marrón.

—Manto Polvoroso —contestó. Carbonilla asintió pensativa mientras él continuaba—: Debe de estar ansioso por tener su primer aprendiz. Era bastante íntimo de Garra de Tigre, así que querrá probar su lealtad al clan ahora que éste está desterrado. Es un buen guerrero, y creo que será un buen mentor.

Mientras hablaba, Corazón de Fuego advirtió que tenía un motivo más personal para escoger a Manto Polvoroso. Los ojos del atigrado habían destellado de envidia las dos veces que Estrella Azul nombró mentor a Corazón de Fuego, primero de Carbonilla y luego de Nimbo. Sintiéndose culpable, Corazón de Fuego pensó que, si le adjudicaba un aprendiz a Manto Polvoroso, tal vez éste estaría menos celoso y sería más fácil llevarse bien con él.

—Bueno, pues ya tienes uno —maulló Carbonilla alentadoramente.

El gato miró los grandes y limpios ojos de la aprendiza. Ésta hacía que todo pareciera muy sencillo.

—¿Y qué hacemos con el otro? —preguntó ella.

—¿El otro qué? —El cascado maullido de Fauces Amarillas sonó en el túnel de helechos.

La anciana gata gris entró en el claro con pasos rígidos. Corazón de Fuego se volvió para saludarla. Como era habitual, su largo pelaje se veía enmarañado y sin brillo, como si cuidar del clan no le dejara tiempo para adecentarse, pero a sus brillantes ojos naranja no se les escapaba nada.

—Estrella Azul le ha pedido a Corazón de Fuego que elija a los mentores de los cachorros de Pecas —explicó Carbonilla.

—Oh, ¿en serio? —Se le pusieron los ojos como platos de la sorpresa—. ¿A quiénes has escogido?

—Ya tenemos a Manto Polvoroso… —empezó el joven.

—¿Tenemos? —lo interrumpió la anciana con voz ronca.

—Carbonilla me ha ayudado —admitió.

—Seguro que a Estrella Azul le encantaría saber que una gata que apenas ha iniciado su aprendizaje está tomando decisiones tan importantes para el clan —apuntó la anciana. Luego se volvió hacia Carbonilla—. ¿Ya has terminado de preparar esa cataplasma?

La gata abrió la boca y luego negó con la cabeza antes de dirigirse en silencio al montón de hierbas que había en medio del claro.

Fauces Amarillas soltó un resoplido mientras su aprendiza se alejaba cojeando.

—¡Esa gata lleva días sin contestarme! —se quejó a Corazón de Fuego—. Hubo un tiempo en que yo no conseguía meter una palabra ni de refilón. Cuanto antes vuelva a la normalidad, ¡mejor para las dos! —La vieja curandera frunció el entrecejo y miró al lugarteniente—. Bueno, ¿dónde estábamos?

—Intentando decidir quién será el segundo mentor para los hijos de Pecas —respondió agobiado.

—¿Quién no tiene aprendiz?

—Tormenta de Arena —respondió Corazón de Fuego.

No pudo evitar pensar que sería injusto encomendar un aprendiz a Manto Polvoroso sin hacer lo propio con Tormenta de Arena. Al fin y al cabo, los dos gatos se habían ganado sus nombres de guerreros al mismo tiempo.

—¿Y crees que sería inteligente tener a dos mentores inexpertos a la vez? —señaló Fauces Amarillas.

Corazón de Fuego negó con la cabeza.

—Bueno, ¿y hay más guerreros experimentados sin aprendiz? —lo presionó la curandera.

«Cebrado», pensó Corazón de Fuego de mala gana. Todos los gatos sabían que Cebrado había sido uno de los amigos más íntimos de Garra de Tigre, aunque prefirió quedarse en el clan cuando el traidor fue desterrado. Corazón de Fuego se dio cuenta de que, si no escogía a Cebrado como mentor, podría parecer que estaba vengándose por la hostilidad que el guerrero le había mostrado desde su llegada al Clan del Trueno. Después de todo, Cebrado era un candidato obvio para entrenar a uno de los cachorros.

Fauces Amarillas debió de ver su gesto de determinación, pues maulló:

—Estupendo, ya está solucionado. Y ahora, ¿te importaría dejarnos tranquilas a mi aprendiza y a mí? Tenemos trabajo que hacer.

Corazón de Fuego se puso en pie. El alivio por tener a los dos mentores se veía empañado por la inquietante sensación de que, aunque había encontrado a dos gatos cuya lealtad al clan era indudable, no estaba tan claro que sintieran la misma lealtad hacia él, su lugarteniente.