Capítulo 34
Glass

En la colonia reinaba un silencio sobrenatural, incluso para ser la una de la madrugada. Glass no vio a nadie más mientras corría por los oscuros pasillos, iluminados tan solo por las débiles luces de emergencia que marcaban el camino en el suelo.

En cuanto su madre se había acostado, Glass se había escabullido y ahora intentaba no pensar en la cara que pondría Sonja cuando despertase y descubriese que Glass se había marchado. Sus delicados rasgos se contraerían de dolor y espanto, igual que tantas otras veces a lo largo de los dos últimos años. Glass jamás se perdonaría el daño que le iba a hacer a su madre, pero no tenía elección.

Debía llegar a Walden, reunirse con Luke.

Se detuvo en el descansillo de la cubierta F y aguzó los oídos por si sonaban pasos, pero no escuchó nada salvo el resuello de su propia respiración entrecortada. O bien los guardias estaban patrullando por alguna otra parte de Fénix, o bien los habían desterrado a todos a Walden y Arcadia, para que no consumiesen el aire destinado a los fenixienses.

Glass corrió como una flecha por aquel pasillo que no conocía y forzó la vista, buscando el brillo plateado de algún conducto de ventilación. Ubicada casi al fondo de la nave, la cubierta F se destinaba sobre todo al almacenaje. El conducto que había usado para escapar de la cápsula de transporte conducía a la cubierta F de Walden. Esperaba que la distribución en Fénix fuera la misma. Reduciendo el paso, inspeccionó las paredes en busca de una abertura. Su miedo crecía a cada paso. ¿Y si se equivocaba en sus suposiciones? O también era posible que en su día hubiera existido un conducto de ventilación entre Walden y Fénix pero que ya estuviera sellado.

En aquel momento, un brillo metálico captó su atención y el peso que le oprimía el corazón cedió el paso a la emoción y el alivio. Se puso de puntillas rápidamente para alcanzar la rejilla, pero estaba demasiado alta. Lanzó un suspiro de frustración y se dio media vuelta para inspeccionar la zona. Ninguna de las puertas estaba señalizada, pero tampoco parecían protegidas por escáneres de retina. Probó el pomo de la más cercana, que se abrió con un chirrido. Un armario de utensilios.

Glass encontró un pequeño barril y lo sacó rodando a la cubierta. Usándolo como apoyo, retiró la rejilla y se encaramó al oscuro conducto.

Dedicó un momento a recordar cómo se había sentido la última vez que se había arrastrado por un conducto de ventilación, la sensación de que las paredes de metal se cerraban sobre ella. Estremeciéndose, se palpó el bolsillo trasero. Por lo menos aquella vez había llevado una linterna. Apuntó la débil luz hacia delante, pero no vio nada salvo el túnel, que se extendía hasta el infinito.

Desembocaría en alguna parte, eso estaba claro. Solo rezaba para no quedarse sin aire antes de llegar allí. Si tenía que morir, quería hacerlo en los brazos de Luke.

La escena que encontró en Walden no se parecía a la que ella esperaba. Las luces funcionaban con normalidad, y no vio a ningún guardia mientras se dirigía a casa de Luke. Por un momento, renació en ella la esperanza. A lo mejor su madre se había equivocado. Puede que el pánico que reinaba en Fénix no fuera sino un malentendido. Pero al subir las escaleras notó un extraño ahogo en el pecho, que aumentó cuando se detuvo a coger aliento. Podría haber atribuido el pulso acelerado a lo impaciente que estaba por ver a Luke, pero Glass sabía que no podía obviar la verdad. El oxígeno empezaba a escasear en Walden.

Al doblar hacia la planta de Luke, se forzó a avanzar despacio, respirando con cuidado: inhalaciones superficiales que le garantizasen un pulso estable. Vio a muchos adultos pululando por el pasillo. Hablaban en voz baja mientras miraban preocupados a los niños desperdigados por el corredor, tan emocionados de seguir levantados a esas horas de la noche que apenas advertían la falta de aire. Glass quiso decirles a los padres que tranquilizasen a los niños para ahorrar oxígeno, pero el comentario solo habría servido para desatar el pánico y, de todos modos, no podían hacer nada.

Apenas tuvo tiempo de llamar a la puerta de Luke antes de que él la arrastrara al interior de su casa y la estrechara entre sus brazos. Durante unos instantes, ella solo fue consciente del calor de aquel cuerpo y de la fuerza de su abrazo. Luego, él se apartó, y ella leyó sorpresa y preocupación en su semblante más allá de la alegría de sus ojos.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó Luke mientras le acariciaba la mejilla con la mano, como si quisiera asegurarse de que Glass no era una alucinación. Echó un vistazo a la puerta cerrada y prosiguió, bajando la voz—: No es seguro.

—Lo sé —repuso ella en tono quedo, tomándole la mano.

—No sé cómo has llegado, pero tienes que marcharte —declaró Luke, negando con la cabeza—. Tienes más posibilidades de sobrevivir en Fénix.

—No iré a ninguna parte sin ti.

Suspirando, él la guio hasta el sofá y la hizo sentar en su regazo.

—Óyeme bien —le ordenó, enrollándose un rizo de Glass al dedo—. Si los guardias nos pillan tratando de huir a Fénix, me dispararán y luego seguramente te dispararán a ti también —cerró los ojos e hizo una mueca de dolor—. Es para eso para lo que nos han entrenado. Nunca nos lo han dicho claramente, pero… todos teníamos la sensación de que algo terrible estaba a punto de pasar, y hemos practicado una y otra vez lo que hay que hacer —cuando volvió a mirarla, una expresión de fría furia desconocida en él inundaba sus ojos. Luke debió de darse cuenta de que había asustado a Glass, porque sus rasgos se suavizaron—. Pero tú no tienes que preocuparte por eso. Estarás bien. Y eso es lo único que me importa.

—No —replicó ella, sorprendida de su propia vehemencia—. No estaré bien —Luke frunció el ceño y abrió la boca para hablar, pero Glass lo interrumpió—. Me moriré si sé que tú estás aquí solo. Me moriré —repitió desesperada, y luego jadeó por la falta de aire—. Y si tengo que morir, quiero que sea aquí, contigo.

—Chist —murmuró Luke acariciándole la cabeza—. Vale, vale —sonrió con tristeza—. Lo peor que podemos hacer es malgastar oxígeno discutiendo.

—¿Tienes miedo? —le preguntó Glass tras unos instantes de silencio.

Luke se volvió hacia ella y negó con un gesto.

—No —le cogió la barbilla con un dedo y se la levantó, para que lo mirase a los ojos—. Nunca tengo miedo cuando estoy contigo —se inclinó hacia ella y la besó con suavidad. Glass se estremeció al notar el aliento de Luke en la piel.

Se despegó de él con una sonrisa.

—¿Y esto no es desperdiciar oxígeno?

—Todo lo contrario —susurró Luke, empujándola hacia atrás—. Lo estamos ahorrando.

Buscó la boca de Glass. Cuando el beso se hizo más intenso, ella abrió los labios.

Glass le acarició el brazo y sonrió al ver que él se estremecía. Sin separarse, empezó a desabrocharle la camisa, atribuyendo a las caricias el acelerado pulso de Luke. Se detuvo al llegar a su pecho. El chico llevaba unos números tatuados en la zona de las costillas. Dos series de cifras que le pusieron la piel de gallina.

—¿Qué te pasa? —le preguntó Luke, incorporándose.

Ella bajó el dedo hasta el tatuaje y luego lo retiró, como si le diese miedo tocar la tinta.

—¿Qué es eso?

—Ah —Luke frunció el ceño y bajó la vista—. Pensaba que te lo había dicho. Quería hacer algo en recuerdo de Carter —adoptó un tono ensimismado—. Son las fechas de su cumpleaños y del día que fue ejecutado.

Reprimiendo a duras penas un estremecimiento, Glass volvió a mirar la segunda serie de números. A ella no le hacía falta un tatuaje para recordar el día que Carter había muerto. La fecha estaba grabada en su mente con tanta claridad como en la piel de Luke.

Abrazándose las rodillas, Glass gimió. Las sábanas del jergón no eran más que una maraña empapada de sudor. Se moría por beber algo, pero faltaban varias horas para que le trajeran la bandeja de la cena con la ración de agua nocturna. Recordó con remordimiento todos esos años que había vivido en la inopia, sin saber siquiera que toda la colonia salvo Fénix tenía el agua racionada.

Oyó una señal estridente, seguida de unos pasos. Con una mueca de dolor, Glass levantó la cabeza y vio una figura en el umbral. No era un guardia. Era el canciller.

Se sentó con esfuerzo y se apartó un mechón húmedo de la cara. Mirando a los ojos del hombre que había ordenado su arresto, se preparó para que le hirviera la sangre, pero lo que vio entre una nube de malestar y cansancio no fue el rostro del jefe del Consejo, sino la cara del padre de su mejor amigo, que la miraba preocupado.

—Hola, Glass —el canciller señaló los pies de la cama—. ¿Puedo?

Ella asintió con desgana.

El canciller se sentó con un suspiro.

—Siento mucho lo que ha pasado —Glass nunca lo había visto tan demacrado, más aún que cuando su esposa agonizaba—. Jamás he querido que te hicieran daño.

Glass se llevó la mano al vientre por acto reflejo.

—No es a mí a quien han hecho daño.

El canciller cerró los ojos un momento y se frotó las sienes. Siempre evitaba demostrar frustración o fatiga en público, pero Glass conocía el gesto de las pocas veces que lo había visto trabajando en el despacho de su casa.

—Espero que comprendas que no tenía elección —hablaba en tono firme—. Juré defender las leyes de la colonia, y no puedo permitirme el lujo de hacer la vista gorda solo porque la infractora sea la mejor amiga de mi hijo.

—Comprendo que esa es la excusa que se da a sí mismo —replicó Glass en tono grave.

La expresión del canciller se endureció.

—¿Me vas a decir quién es el padre?

—¿Y por qué iba a hacerlo? ¿Para que pueda encerrarlo aquí conmigo?

—Porque la ley lo exige —el hombre se levantó y dio unos pasos hacia Glass—. Porque no es justo que el padre se libre del castigo. Y porque mis investigadores no tardarán mucho en revisar los archivos de los escáneres para averiguar a quién has estado frecuentando últimamente. Lo encontraremos de un modo u otro. Pero si nos ayudas, tienes muchas más probabilidades de ser absuelta en el segundo juicio.

Sus miradas se encontraron, y Glass apartó la vista, horrorizada al imaginar que arrastraban a Luke en mitad de la noche y que este, aterrorizado, suplicaba a los guardias que le dijeran a qué venía todo eso. ¿Le revelarían ellos la verdad, dándole tiempo para asimilar el dolor antes de clavarle la aguja en el pecho? ¿O moriría creyendo que había sido víctima de un terrible error?

No podía permitirlo.

Sin embargo, el canciller tenía razón. El Consejo no pararía hasta averiguar quién era el cómplice del crimen. Al final, uno de los guardias rastrearía los movimientos de Glass hasta Walden, hasta la planta de Luke… quizás hasta su casa.

Despacio, se volvió a mirar al canciller. De repente, sabía lo que tenía que hacer. Cuando habló por fin, lo hizo en un tono tan frío como si pronunciase una sentencia de muerte.

—Carter Jace. Él es el padre.

Oyeron un fuerte crujido procedente el pasillo. Glass se sentó y aguzó el oído en la oscuridad. Notó que los tentáculos del miedo reptaban por su pecho. Había sonado casi como si la nave estuviera gimiendo.

—Oh, Dios mío —susurró Luke, y se puso rápidamente en pie. El sonido se repitió, seguido de un rumor que sacudió las paredes—. Vamos.

El pasillo estaba atestado, aunque ahora incluso los niños guardaban silencio. Las luces empezaron a parpadear. Luke estrechaba la mano de Glass con fuerza mientras se abría paso entre la multitud hacia la puerta de su vecina. Esta le susurró algo que Glass no llegó a oír, pero estaba muy seria y seguro que no había dicho nada bueno. De repente, otra figura se materializó junto a ellos, y Glass ahogó una exclamación.

Era Camille, que la miraba entornando los ojos.

Glass se dio media vuelta, incapaz de enfrentarse a Camille ahora mismo. No podía evitar sentirse culpable por el giro que habían dado los acontecimientos. Ni la culpaba por odiarla.

Un grupo de niños se había acurrucado en el suelo junto a sus padres, que hablaban en tono quedo y preocupado. A una niña se le habían amoratado los labios y el niño que le sostenía la mano respiraba con resuellos.

Las luces chisporrotearon una vez más antes de apagarse. Un coro de gritos se elevó en la oscuridad, súbita y densa. A diferencia de Fénix, Walden no contaba con luces de emergencia.

Luke rodeó con el brazo la cintura de Glass y la atrajo hacia sí.

—Todo irá bien —le susurró al oído.

En aquel momento, otra voz surgió de entre las sombras. Camille se había acercado a hurtadillas hasta colocarse al otro lado de Glass.

—¿Se lo vas a decir tú o se lo digo yo? —le espetó, en voz demasiado baja como para que Luke la oyera.

Glass se volvió a mirarla, sobresaltada, pero no distinguía la expresión de Camille.

—¿De qué estás hablando?

—Merece saber la verdad. Que tú provocaste la muerte de su amigo.

Glass se estremeció, y aunque no veía la sonrisa de Camille, la adivinaba en su voz.

—Conozco tu secreto. Sé lo que le hiciste a Carter.