Capítulo 26
Clarke

Los antibióticos hacían efecto. Aunque habían pasado pocas horas desde que entrara corriendo en la tienda cargada con los medicamentos, a Thalia ya le había bajado la fiebre y parecía más despierta de lo que había estado en varios días.

Se sentó el borde del camastro de Thalia, que parpadeó hasta abrir los ojos del todo.

—Bienvenida —le dijo Clarke sonriendo—. ¿Cómo te encuentras?

Thalia observó a su alrededor antes de mirar a su amiga.

—Esto no es el cielo, ¿verdad?

Clarke negó con la cabeza.

—Por Dios, espero que no.

—Bien. Porque siempre había dado por supuesto que habría chicos allí. Chicos que no utilizarían los cortes de agua como excusa para no ducharse —Thalia se las arregló para sonreír—. ¿Ha construido alguien la primera ducha de la Tierra mientras estaba inconsciente?

—Pues no. No te has perdido gran cosa.

—No sé por qué, pero me cuesta creerlo —Thalia levantó los hombros como si quisiera sentarse, pero se dejó caer otra vez con un gemido. Clarke le colocó una manta enrollada detrás de la espalda—. Gracias —musitó, y escudriñó el semblante de la otra antes de volver a hablar—. Vale, ¿qué pasa?

Clarke esbozó una sonrisa perpleja.

—¡Nada! Solo que estoy encantada de ver que te encuentras mejor.

—Por favor. No me puedes ocultar nada. Sabes que siempre te arranco tus secretos —le espetó Thalia, sin inmutarse—. Puedes empezar por decirme dónde encontraste los medicamentos.

—Los tenía Octavia —respondió Clarke antes de resumir rápidamente lo sucedido—. Bellamy y ella se marcharán por la mañana —concluyó—. Es parte del trato que hizo Wells con el grupo. Sé que parece increíble, pero estaban a un paso de lincharla —negó con la cabeza—. No sé qué habría pasado si Wells no hubiera intervenido.

Thalia observaba a Clarke con curiosidad.

—¿Qué? —dijo esta última.

—Nada, es solo que… es la primera vez que te oigo pronunciar su nombre sin tener la sensación de que estás a punto de dar un puñetazo a la pared.

—Es verdad —reconoció Clarke con una sonrisa.

Suponía que sus sentimientos hacia él habían cambiado. O al menos habían empezado a cambiar.

—¿Y bien?

Clarke se puso a toquetear los frascos de pastillas. Era reacia a contarle a Thalia lo que había sucedido en el bosque, por si su amiga se sentía culpable; al fin y al cabo, había partido en busca de plantas que pudieran ayudarla y casi había muerto en el intento.

—Hay algo que no te he contado. No me parecía importante, estando tú tan enferma, pero…

Inspiró y le narró por encima cómo Wells la había rescatado en las ruinas.

—¿Te siguió hasta allí?

Clarke asintió.

—Lo más curioso es que, mientras estaba allí colgada, convencida de que iba a morir, solo podía pensar en él. Y cuando apareció, ni siquiera me molestó que me hubiera seguido. Solo sentí alivio de que hubiera salido a buscarme, a pesar de todas las cosas horribles que le había dicho.

—Te quiere. Nada de lo que hagas o digas cambiará eso.

—Ya lo sé —Clarke cerró los ojos, aunque le asustaba afrontar las imágenes que sin duda emergerían de entre las sombras—. Tengo la sensación de que, incluso cuando estaba confinada y te dije que me gustaría ver sus entrañas esparcidas por el espacio, una parte de mí lo seguía amando. Y eso no hacía sino aumentar todavía más el dolor.

Thalia la miraba con una expresión entre indulgente y comprensiva.

—Ya es hora de que dejes de castigarte a ti misma, Clarke.

—Querrás decir de castigarlo a él.

—No. Me refiero a que es hora de que dejes de castigarte a ti misma por quererle. No estás traicionando a tus padres.

Clarke se crispó.

—Tú no los conociste. No sabes lo que pensarían.

—Sé que querrían lo mejor para ti. Accedieron a hacer algo terrible, sabiendo que estaba mal, solo por protegerte —guardó silencio un momento—. Igual que Wells.

Clarke suspiró y se sentó en la cama de Thalia con las piernas recogidas, como solía hacer en la celda que compartían.

—A lo mejor tienes razón. No sé si puedo seguir huyendo de lo que siento. Odiarle es agotador.

—Deberías hablar con él.

Clarke asintió.

—Lo haré.

—No, me refiero a que deberías hablar ahora —los ojos de Thalia brillaban de la emoción—. Ve a hablar con él.

—Pero ¿qué dices? Es muy tarde.

—Estoy segura de que está completamente despierto, pensando en ti.

Clarke desplegó las piernas y se puso en pie.

—Muy bien —dijo—, si me prometes que así te quedarás tranquila y descansarás.

Clarke se alejó. Antes de apartar la lona de la entrada, se volvió a mirar a su amiga y puso los ojos en blanco con ademán teatral. Cuando llegó al claro, se detuvo un momento, preguntándose si no estaría cometiendo un error.

Sin embargo, era tarde para echarse atrás. El corazón le latía tan desenfrenadamente como si tuviera vida propia y le estuviera enviando un frenético mensaje a Wells a través de la oscuridad. Ya voy.