Capítulo 19
Bellamy

Bellamy se detuvo para recolocarse al hombro el ave que había cazado. La discusión con Clarke lo había alterado tanto que había cogido el arco y había echado a correr hacia los bosques como alma que lleva el diablo. Solo después de haber abatido un ave junto al arroyo empezó a tranquilizarse. Era una buena pieza —su primera ave, mucho más difícil que los animales terrestres— y las plumas le vendrían de maravilla para rematar las flechas que estaba confeccionando y que pensaba llevar consigo cuando Octavia y él se separasen del grupo. Ahora, de vuelta en el campamento, reparó en que no había visto a Octavia desde primera hora de la mañana. Se inquietó. Debería haber hablado con ella antes de marcharse.

La hoguera ya estaba encendida y varias caras se volvieron a mirar a Bellamy cuando se acercó. Pero nadie sonreía. Se cambió la pieza de hombro para que la vieran mejor. ¿Por qué demonios lo miraban con esas caras?

El sonido de un grito airado atrajo su atención hacia el grupo que se había congregado en el extremo más alejado del claro, cerca de los restos del accidente. Estaban apiñados alrededor de algo tendido en el suelo. Jadeó al darse cuenta de que la figura se movía.

Cuando la reconoció, su confusión mudó en la explosión de rabia más intensa que había sentido en su vida.

Era Octavia.

Tiró el ave al suelo y echó a correr.

—¡Apartaos! —gritó Bellamy, abriéndose paso hasta el centro del corro.

Octavia yacía en tierra, llorando a lágrima viva. Graham y unos cuantos arcadios se agolpaban sobre ella con un brillo demente en los ojos.

—¡Dejadla en paz! —bramó.

Se abalanzó hacia su hermana, pero antes de que pudiera alcanzarla, un brazo le rodeó el cuello como un torno de acero. Él resolló y miró a su alrededor, desesperado. Plantado ante él, Wells lo observaba con una expresión fría e implacable.

—¿Qué diablos? —farfulló Bellamy—. ¡Apartaos!

Al ver que Wells no se movía, el waldenita apretó los dientes e intentó embestirlo, pero la persona que lo tenía sujeto se lo impidió.

—¡Soltadme! —escupió. Dio un codazo hacia atrás, tan violento que su captor lo soltó con un gruñido.

Octavia seguía en el suelo. Con los ojos muy abiertos del miedo, paseaba la vista de Bellamy a Graham, que estaba plantado ante ella.

—Será mejor que me digáis ahora mismo qué está pasando —ordenó Bellamy entre dientes.

—Hace un rato, te he oído hablar con Clarke sobre las medicinas perdidas —explicó Wells con una tranquilidad insufrible—. Nadie, aparte de Octavia, conocía su existencia.

—Yo no he cogido nada —sollozó la niña. Se enjugó la cara con el dorso de la mano y sorbió—. Todos se han vuelto locos.

Octavia se levantó temblando y dio un paso hacia Bellamy.

—Tú no vas a ninguna parte —le espetó Graham, que la cogió por la muñeca para retorcérsela a la espalda.

—¡Suéltala! —gritó Bellamy. Se lanzó contra Graham, pero Wells se interpuso y, esta vez, le tocó a Bellamy que le retorcieran el brazo—. ¡Soltadme!

Forcejeó para liberarse, pero varias manos se apresuraron a sujetarlo.

—Mirad —prosiguió Bellamy, que intentaba en vano no alzar la voz—, mi hermana lleva herida desde que aterrizamos. ¿De verdad creéis que está en condiciones de robar unas medicinas y sacarlas del campamento?

—Ayer me siguió a los bosques —repuso Wells sin alterarse—. Caminamos un buen trecho los dos juntos.

Bellamy intentó zafarse de los brazos que lo apresaban, incapaz de contenerse al comprender lo que Wells insinuaba. Si se atrevía a ponerle una mano encima a su hermana…

—Tranquilízate —dijo Wells.

Le hizo un gesto a un chico de Walden, que se acercó con un trozo de cuerda.

—Pues dile a ese mierda que aparte sus asquerosas manos de mi hermana —replicó Bellamy.

Clarke apareció de repente, abriéndose paso entre la multitud.

—¿Qué pasa aquí? —preguntó. Abrió unos ojos como platos al ver a Octavia—. ¿Te encuentras bien?

La niña negó con la cabeza, hecha un mar de lágrimas.

—Solo queremos que Octavia nos diga dónde están los medicamentos —repuso Wells con calma—. Luego decidiremos qué hacer.

—No los tengo —insistió ella con voz ronca.

—Sabemos que mientes —intervino Graham. Octavia gritó cuando este le retorció aún más la muñeca. Bellamy volvió a forcejear—. Así solo conseguirás empeorar las cosas.

—¿Y qué vais a hacer? —le preguntó Bellamy a Wells con rabia—. ¿Atarnos a los dos?

—Exacto —respondió Wells apretando los dientes—. Encerraremos a Octavia hasta que nos diga dónde están las medicinas o hasta que encontremos algún indicio que apunte a otra persona.

—¿Encerrarla? —Bellamy miró a su alrededor con ademanes teatrales—. ¿Y dónde, si se puede saber?

Clarke dio un paso adelante, con expresión crispada.

—Yo paso casi todo el día en la enfermería —dijo en tono hosco—. Octavia se puede quedar allí. Le echaré un ojo para asegurarme de que no se larga.

—¿Hablas en serio? —bufó Graham—. ¿Te roba los medicamentos en las narices y lo único que se te ocurre es echarle un ojo?

Clarke se volvió hacia Graham, enfurruñada.

—Si no te parece bien, Graham, puedes montar guardia en el exterior.

—Esto es absurdo —Bellamy se echó a temblar, a medida que la ira se transformaba en cansancio—. Miradla —dijo casi sin fuerzas—. ¿De verdad os parece tan peligrosa? Desatadla y prometo no perderla de vista.

Escudriñó a la multitud que se había congregado en torno a ellos en busca de alguna cara amable. Tenía que haber alguien que se diese cuenta de que todo aquello eran chorradas. Pero la gente evitó su mirada.

—Estáis todos locos —miró a Graham con cara de asco—. Le has tendido una trampa. Has sido tú el que ha robado los medicamentos.

Graham soltó una risilla y echó una ojeada a Asher.

—Ya te he dicho que saldría con esas.

Caía la tarde y las nubes habían tejido un manto gris en lo alto. Bellamy suspiró con fuerza.

—Muy bien. Pensad lo que queráis. Pero desatad a Octavia y dejadnos marchar. Abandonaremos el campamento para siempre. No tocaremos vuestro precioso equipo —se volvió a mirar a su hermana, que no parecía muy conforme con la idea; se había quedado de piedra—. No volveréis a vernos.

Una expresión de dolor traicionó a Clarke, que enseguida volvió a escudarse tras su máscara de chica dura. Lo superará, pensó Bellamy con amargura. Encontrará a otro con el que retozar por el bosque.

—Ni soñarlo —objetó Graham, con una sonrisa cruel—. No hasta que hayamos recuperado los medicamentos. No podemos permitir que nadie muera, solo por que tu hermana sea una drogadicta.

Bellamy creyó estallar de rabia al oír la acusación. Apenas podía contener las ganas de estrujar el cuello de Graham entre los dedos.

—Ya basta —los interrumpió Clarke. Levantando una mano, sacudió la cabeza en dirección a Graham—. Yo soy la primera que quiere recuperar las medicinas, pero así no nos ayudas.

—De acuerdo —replicó Bellamy—, pero yo la llevaré a la tienda. Y nadie volverá a ponerle las manos encima.

Se zafó de sus captores y echó a andar hacia Octavia. Cogiéndola de la mano, miró a los ojos a Graham.

—Te arrepentirás de esto —dijo en tono bajo y amenazante.

Bellamy rodeó con el brazo a su temblorosa hermana. Mientras la conducía al hospital de campaña, se juró algo a sí mismo.

No se detendría ante nada con tal de proteger a su hermana. Como había hecho siempre.

Era la tercera vez que los visitaban los guardias en pocos meses. Aquel año, las visitas habían aumentado y Octavia se estaba haciendo mayor. Bellamy no quería pensar en lo que pasaría la próxima vez, pero era consciente de que no podrían esconderla para siempre.

—No me puedo creer que hayan mirado en el armario —dijo su madre con un hilo de voz. Contemplaba fijamente a Octavia, que descansaba en el sofá—. Gracias a Dios que no se ha echado a llorar.

Bellamy observó a su hermana pequeña. Todo en ella era minúsculo, desde los diminutos pies cubiertos por los peúcos, hasta aquellos dedos en miniatura. Todo salvo los mofletes y los enormes ojos, siempre brillantes de lágrimas que no llegaba a derramar. ¿Era normal que una niña de dos años fuera tan silenciosa? ¿Presentía quizá lo que le pasaría si la encontraban?

El niño se acercó al sofá y se sentó junto a Octavia, que se volvió a mirarlo con sus ojos de un azul intenso. Bellamy cogió entre los dedos uno de aquellos bucles oscuros y relucientes. Era idéntica a la cabeza de muñeca que había encontrado rebuscando entre las reliquias del almacén. Había estado a punto de llevársela a Octavia, pero luego había pensado que necesitaban más los créditos que le darían por ella en el Intercambio. Tampoco estaba seguro de que una cabeza sin cuerpo fuera un regalo apropiado para un bebé, ni siquiera una tan bonita como esa.

Sonrió cuando Octavia le aferró el dedo con su puñito.

—Eh, devuélvemelo —le dijo, fingiendo que le hacía daño.

La niña sonrió pero no se rio. Bellamy no recordaba haber oído nunca una carcajada de su hermana.

—Ha estado demasiado cerca —murmuraba su madre para sí mientras se paseaba de un lado a otro—. Demasiado cerca… demasiado cerca… demasiado cerca.

—Mamá. ¿Te encuentras bien? —le preguntó Bellamy, otra vez muy asustado.

La mujer se acercó a la pila, que rebosaba platos sucios, aunque aquella misma mañana habían dispuesto de una hora de agua. Bellamy no había tenido tiempo de lavarlos todos antes de que llegaran los guardias. Pasarían otros cinco días antes de que volvieran a dar el agua.

Se oyó un ligero golpe procedente del pasillo, seguido de una carcajada. La mujer ahogó un grito y miró a su alrededor.

—Métela en el armario.

Bellamy tendió un brazo para proteger a Octavia.

—No pasa nada —tranquilizó a su madre—. Los guardias se han marchado hace un momento. Tardarán un tiempo en volver.

Ella dio un paso adelante. Abría los ojos de par en par, con cara de espantada.

—¡Sácala de aquí!

—No —replicó Bellamy, que se levantó del sofá y se colocó delante de Octavia—. Ni siquiera eran los guardias. Ha sido alguien haciendo el tonto. No hace falta que vuelvas a meterla allí dentro.

Octavia gimoteó pero guardó silencio en cuanto su madre clavó en ella su mirada desorbitada.

—Oh, no, no, no —musitaba la mujer a la vez que se mesaba el despeinado cabello con expresión extraviada. Apoyó la espalda contra la pared y se dejó caer hasta desplomarse en el suelo con fuerza.

Bellamy echó un vistazo a Octavia antes de caminar despacio hacia su madre. Se arrodilló a su lado con delicadeza.

—¿Mamá? —un tipo de miedo distinto al que había sentido durante la inspección se adueñó de él. Aquel terror era frío y parecía manar de su estómago hacia la sangre, que se le helaba por momentos.

—No lo entiendes —le dijo ella casi sin voz, con la mirada perdida en el infinito—. Me van a matar. A ti se te llevarán y a mí me matarán.

—¿Me llevarán a dónde? —preguntó el chico, temblando.

—No puedes tener las dos cosas —susurró ella, agrandando los ojos—. No puedes tener las dos cosas —parpadeó y enfocó la mirada en Bellamy—. No puedes tener una madre y una hermana.