Capítulo 12
Clarke

Sentada en la penumbra del hospital de campaña, Clarke observaba nerviosa cómo Thalia se revolvía en sueños. Le había subido la fiebre por culpa de la infección.

—¿Qué crees que estará soñando?

Se volvió a mirar y vio a Octavia sentada en la cama, observando a Thalia con los ojos muy abiertos.

—No estoy segura —mintió.

Sabía, por la expresión de angustia de su amiga, que otra vez estaba soñando con su padre. La habían pillado intentando robar medicinas para él, después de que el Consejo le denegase los medicamentos; dada la insuficiencia de recursos médicos, habían considerado que sus escasas probabilidades de mejora no justificaban el tratamiento. Thalia ignoraba qué había sido de él, si había sucumbido a la enfermedad después de que la confinasen o si aún se aferraba a la vida, rezando para volver a ver a su hija algún día.

Thalia gimió y se acurrucó, igual que hacía Lilly si pasaba una mala noche, cuando Clarke se colaba a hurtadillas en el laboratorio para hacer compañía a su amiga. Aunque nadie le impedía ahora ayudar a Thalia, sentía la misma angustia, la misma impotencia. Si no encontraba los medicamentos perdidos, no podría hacer nada para aliviar su sufrimiento.

La tienda se inundó de luz y de un aire frío y seco cuando Bellamy cruzó la entrada a trompicones. Llevaba un arco colgado al hombro y le brillaban los ojos.

—Buenas tardes, señoritas —dijo sonriendo, mientras caminaba con brío hacia el camastro de su hermana.

Una vez allí, le alborotó el pelo. Octavia aún llevaba la bonita diadema roja.

Clarke tenía a Bellamy tan cerca que pudo oler el leve tufo a sudor que emanaba su piel, además de otro aroma que no supo identificar pero que recordaba al bosque.

—¿Qué tal va ese tobillo? —le preguntó a Octavia a la vez que se lo examinaba desde todos los ángulos posibles con ademanes muy exagerados.

La niña lo movió con cuidado.

—Mucho mejor —se volvió a mirar a Clarke—. ¿Puedo marcharme ya?

Ella titubeó. El tobillo de Octavia aún no estaba curado, y no tenía modo de entablillárselo adecuadamente. Si lo forzaba, se provocaría un nuevo esguince o algo peor.

Octavia suspiró e hizo un puchero.

—Por favor… No he viajado hasta la Tierra para quedarme sentada en una tienda.

—Tú no tenías elección —dijo Bellamy—. Pero te aseguro que yo no me he jugado el cuello viniendo hasta aquí para ver cómo te lo gangrenas.

—¿Qué sabes tú de gangrenas? —le preguntó Clarke sorprendida.

Nadie había sufrido nunca aquel tipo de infección en la colonia, y no se podía creer que alguien, aparte de ella, dedicara las horas de ocio a leer antiguos textos de medicina.

—Me decepciona usted, doctora —Bellamy enarcó una ceja—. No creí que fuera de esas.

—¿De cuáles?

—De esas fenixienses que consideran a los waldenitas unos incultos.

Octavia puso los ojos en blanco y se giró hacia Bellamy.

—No hace falta que te lo tomes todo como un insulto, ¿sabes?

Su hermano abrió la boca, pero luego se lo pensó mejor y se limitó a sonreír con aire de suficiencia.

—Será mejor que te cuides o me marcharé sin ti.

Se ajustó el arco al hombro.

—No me dejes —le suplicó ella muy en serio—. Ya sabes lo mucho que detesto sentirme encerrada.

Una extraña expresión cruzó el semblante de Bellamy y Clarke se preguntó qué le había pasado por la cabeza. Por fin, el chico sonrió.

—Vale. Te llevaré afuera, pero solo un ratito. Quiero volver a salir de caza antes de que anochezca —se volvió a mirar a Clarke—. O sea, si a la doctora le parece bien.

Clarke asintió.

—Pero ve con cuidado —perpleja, se volvió hacia Bellamy—. ¿De verdad crees que vas a poder cazar algo? Nadie ha visto ningún mamífero, y mucho menos lo ha matado, claro.

—Alguien tiene que hacerlo. Al paso que vamos, los paquetes nutritivos no van a durar ni una semana.

Clarke sonrió.

—Bueno, pues te deseo toda la suerte del mundo —se acercó al camastro de Octavia y ayudó a Bellamy a ponerla en pie.

—Estoy bien —protestó la niña, guardando el equilibrio sobre un pie a la vez que se cogía del brazo de su hermano. Dio un salto hacia delante, tirando de él en dirección a la entrada—. ¡Vamos!

Bellamy torció el cuerpo para mirar por encima del hombro.

—Por cierto, Clarke, he encontrado restos de la nave en el bosque. ¿Te interesaría inspeccionarlos mañana?

Clarke ahogó un grito y notó cómo se le aceleraba el corazón.

—¿Crees que podría ser el equipo que falta? —dio un paso adelante—. Vamos ahora mismo.

Bellamy negó con la cabeza.

—Están demasiado lejos. Nos pillaría el anochecer. Iremos mañana.

Clarke se volvió a mirar a Thalia, cuya cara seguía contraída de dolor.

—Vale. A primera hora.

—Mejor esperamos hasta la tarde. Quiero ir de caza por la mañana. A primera hora, los animales salen a buscar agua.

Clarke se aguantó las ganas de preguntarle dónde había aprendido eso, aunque no pudo ocultar un gesto de sorpresa.

—¿Hasta mañana, pues? —preguntó Bellamy, y Clarke asintió—. Genial —sonrió él—. Es una cita.

Clarke los vio salir torpemente de la tienda. Enseguida devolvió la atención a Thalia. Los ojos de su amiga se abrieron con un parpadeo.

—Hola —dijo con un hilo de voz.

—¿Cómo te encuentras? —le preguntó Clarke, disponiéndose a comprobar sus constantes vitales.

—Genial —repuso su amiga, afónica—. Preparada para unirme a Bellamy en su próxima expedición de caza.

Clarke sonrió.

—Pensaba que estabas durmiendo.

—Lo estaba. Ahora sí y ahora no.

—Voy a echar un vistazo rápido, ¿vale? —propuso Clarke, y Thalia asintió.

Retiró la manta y levantó la camisa de Thalia. Una telaraña roja se extendía desde la supurante herida, lo que sugería que la infección se abría paso hacia el torrente sanguíneo.

—¿Te duele?

—No —dijo su amiga con un hilo de voz. Ambas sabían que estaba empeorando.

—¿No te parece increíble que sean hermanos? —preguntó Clarke para cambiar de tema mientras volvía a tapar a Thalia con la manta.

—Sí, es una locura —la voz de Thalia había recuperado algo de energía.

—Lo que es una locura es armar un jaleo como ese en la plataforma de despegue —opinó Clarke—, pero fue un gesto muy valiente por su parte. Lo habrían matado de haberlo capturado —guardó silencio un instante—. Lo matarán cuando aterricen.

—Se ha arriesgado mucho por cuidar de ella —asintió Thalia, que apartó la cara para ocultar el rictus cuando un calambre le recorrió el cuerpo—. Te quiere mucho, ¿sabes?

—¿Quién? ¿Bellamy? —preguntó Clarke, sorprendida.

—No. Wells. Ha venido a la Tierra por ti, Clarke.

Ella apretó los labios.

—Yo no se lo pedí.

—Todos hemos hecho cosas de las que no estamos orgullosos —alegó Thalia en voz baja.

Clarke se estremeció y cerró los ojos.

—Yo no espero que nadie me perdone.

—No me refiero a eso, y lo sabes —Thalia se interrumpió para tomar aliento. El esfuerzo de hablar la estaba dejando agotada.

—Necesitas descansar —la cortó Clarke, inclinándose para taparle los hombros con la manta—. Ya hablaremos mañana.

—¡No! —exclamó—. Clarke, tú no tuviste la culpa de lo que pasó.

—Claro que la tuve —evitó la mirada de su amiga. Ella era la única que sabía lo que había hecho Clarke, y no se sentía con fuerzas de afrontarlo ahora mismo, no quería revivir la imagen en los ojos oscuros y expresivos de Thalia—. Además, ¿eso qué tiene que ver con Wells?

Thalia cerró los ojos y suspiró, sin hacer caso de la pregunta.

—Tienes que concederte la oportunidad de ser feliz. Si no, ¿qué sentido tiene todo?

Clarke abrió la boca para replicar, pero se calló al ver que Thalia se doblaba sobre sí misma para toser.

—Todo irá bien —susurró mientras le acariciaba el pelo empapado de sudor—. Te pondrás bien.

Aquella vez, las palabras no fueron una plegaria sino una promesa. Clarke se negaba a dejar que Thalia muriese, y nada la detendría. No permitiría que su mejor amiga se uniese al coro de fantasmas que la seguía a todas partes.