3

Me despierto en la cama vacía y con olor a beicon frito. Doy media vuelta para coger el móvil de la mesilla de noche y veo la hora. Aún no son ni las seis.

Suelto un quejido y me dejo caer sobre los cojines, pero en realidad no quiero seguir durmiendo. Lo que quiero es a Damien.

Me levanto de la cama y cojo la camiseta de tirantes y los pantalones de yoga que dejé tirados en el sillón. Descalza, salgo del dormitorio y recorro el corto tramo de pasillo hasta la cocina del segundo piso.

Estamos en la casa que Damien tiene en Malibú, y todos los ventanales de la pared que da al océano están abiertos de par en par para dejar entrar la brisa. El olor del océano se mezcla con el aroma del desayuno y yo respiro hondo y me doy cuenta de que estoy contenta. Damien ha conseguido desterrar todos los demonios que hayan podido acecharme durante la noche.

Miro por los ventanales el oscuro Pacífico. Las olas emiten un brillo blanco al romper en la orilla bajo la tenue luz de la luna. Ahí fuera hay belleza, y una parte de mí quiere salir al balcón y contemplar el agua agitada y espumosa. Sin embargo, el canto de sirena del océano no es nada en comparación con mi deseo de ver a Damien, así que me aparto de las ventanas y voy directa a la cocina. Es más grande que la del apartamento que compartía con mi mejor amiga, Jamie, y ni siquiera es la cocina principal de esta casa. La de la planta baja es más grande, fácilmente podría dar servicio a un restaurante de cien mesas. Esta, no obstante, la cocina «pequeña», se instaló como complemento a la zona abierta que sirve para celebrar fiestas y reuniones y, como está justo al final del pasillo de nuestro dormitorio, Damien y yo nos hemos acostumbrado a cocinar y comer en este rincón más acogedor e informal. Normalmente se nos une Lady Miau-Miau, la gata de suave pelaje blanco que está a mi cargo desde que Jamie cambió de domicilio. Sé que Lady M la echa de menos, pero disfruta de tener esta enorme casa a su entera disposición y, además, Gregory —el sirviente, mayordomo y persona que hace todo en la casa— la malcría una barbaridad.

Me apoyo contra la media pared que separa el pasillo de la cocina. Damien está a los fogones, haciendo una tortilla francesa como si fuese un tío normal. Solo que Damien Stark no tiene nada de normal. Es elegancia y poder, belleza y ardor. Es un ser excepcional y me ha cautivado por completo.

No lleva camiseta, así que no puedo evitar quedarme sin aliento mientras mi mirada se pasea por los músculos bien definidos de su espalda y sus fuertes y vigorosos brazos. Damien no empezó su fortuna con los negocios, sino con su anterior carrera como tenista profesional. Aún ahora, años después, mantiene el físico y la potencia de un deportista de élite.

Deslizo la mirada hacia abajo y me gusta lo que veo. Lleva unos sencillos pantalones grises de chándal que le cuelgan muy bajos de la cadera y se ciñen a las curvas de su culo perfectamente tonificado. Va descalzo, como yo. Es joven y sexy, y de lo más delicioso. Aun así, a pesar de su aspecto informal, puedo ver al ejecutivo. El hombre de negocios poderoso que ha exprimido el mundo, lo ha transformado a su antojo y ha amasado una fortuna con ello. Damien es fuerza y control, y yo me siento agradecida al saber que soy su propiedad más preciada y que pasaré el resto de mi vida al lado de este hombre.

—Te has quedado embobada —dice sin apartar los ojos del fuego.

Sonrío, feliz como una niña.

—Me gusta mirar cosas bonitas.

De pronto se vuelve y sus ojos me escanean, empezando por las puntas de los pies.

—También a mí —dice cuando llega a mi cara, y en su voz hay tanto ardor que se me aflojan las rodillas y mi cuerpo se estremece de deseo.

Su boca se curva en una sonrisa lenta y sexy, y en ese momento estoy absolutamente convencida de que me voy a derretir.

—Me has estropeado la sorpresa —dice, luego hace un gesto con la cabeza en dirección a la mesa de la cocina, donde hay una bandeja con un jarroncito de cristal que contiene una rosa roja—. Desayuno en la cama.

—¿Y si lo compartimos en la mesa? —Me acerco a él, me coloco a su espalda y le rodeo la cintura con los brazos. Le doy un beso delicado en el hombro e inspiro el aroma a jabón y a limpio—. ¿Tienes reunión a primera hora?

Damien no es ni mucho menos remolón, pero no suele llegar a su despacho hasta las nueve. Trabaja desde casa y luego hace un poco de ejercicio y se ducha antes de salir hacia el centro. Hoy, por lo visto, tiene un horario apretado.

—No es a primera hora —dice—, pero tampoco aquí. Tengo una reunión en Palm Springs. El helicóptero llegará dentro de veinte minutos.

—Yo tengo una cita en Suiza —replico como si tal cosa mientras me aparto para que pueda acabar de preparar el desayuno—. El jet pasará a buscarme dentro de una hora.

Su boca dibuja un gesto divertido. La tortilla ya está en el plato y Damien le añade el beicon. Doy un paso atrás y lo sigo hasta la mesa. Sirvo un vaso de zumo de naranja para cada uno y también un poco de café. Me siento frente a él, coloco una servilleta en mi regazo y me doy cuenta de que sonrío como una boba. ¿Y qué es lo mejor? Que la sonrisa de Damien hace juego con la mía.

—Me encanta esto —digo—. Desayunar juntos. La cotidianidad. Es una sensación agradable.

Da un sorbo a su café sin apartar los ojos de mi rostro y, por un momento, entre nosotros solo existe satisfacción. Entonces ladea la cabeza y veo la pregunta que asoma en su mirada. Debería haberlo esperado. Damien no se iría a una reunión sin estar completamente seguro de que estoy bien.

—¿Ya no hay sombras esta mañana? —dice.

—No —respondo con total sinceridad—. Estoy bien. —Pruebo un bocado de la tortilla que compartimos y me hundo un poco más en la silla con gran placer. Soy una chica afortunada en tantos sentidos…, y que mi prometido sepa cocinar no es el menos importante—. ¿Cómo no iba a estarlo con lo bien que me cuidas?

Tal como esperaba, mis palabras provocan una sonrisa en sus labios. Pero la preocupación sigue ahí, así que alargo el brazo por encima de la mesa para estrecharle la mano.

—En serio —digo con convicción—. Estoy bien. Es lo que ya te he dicho: quiero que la boda sea perfecta. Lo cual resulta irónico si nos paramos a pensar que llevo toda la vida intentando escapar del plan de mi madre para moldearme y convertirme en la mujer florero perfecta.

Al instante me arrepiento de haber mencionado a mi madre. Después de años de jugar a ser la hija buena y obediente, por fin he aceptado el hecho de que es una arpía furiosa que también desprecia a mi novio. Me hizo la infancia insoportable y, aunque ya estoy preparada del todo para aceptar la responsabilidad de los cortes que me infligía a mí misma, ningún loquero del planeta negaría que las causas de ese vicio en concreto se remontan a Elizabeth Fairchild y sus rarezas y neurosis varias.

—Tú no eres tu madre —dice Damien con firmeza—, y no hay novia en el mundo que no quiera que su boda sea todo lo que ha soñado.

—¿Y el novio? —pregunto.

—El novio es feliz si la novia es feliz. Y siempre que diga «Sí, quiero» y al final pueda llamarla señora Stark. Y en cuanto nos vayamos de luna de miel.

Cuando termina de hablar ya estoy riendo.

—Gracias.

—¿Por soportar tus nervios prenupciales?

—Por todo.

Se pone de pie y me sirve más café antes de quitar la mesa.

—¿Hoy no tengo que ayudarte en nada? —pregunta.

—Pues no.

—Nos casamos el sábado —dice como si me estuviera dando una primicia. Sin embargo, esas palabras hacen que mis nervios, esos que se supone que no existen, empiecen a cosquillear otra vez—. Si necesitas que Sylvia te eche una mano, pídelo y ya está —añade refiriéndose a su ayudante, tan sumamente eficiente.

Sacudo la cabeza y le lanzo mi sonrisa de concurso.

—Gracias, pero estoy bien. Lo tengo todo controlado.

—Has soportado mucho —dice—. Más de lo que debías.

Inclino la cabeza pero no digo nada. Esta conversación ya la hemos tenido antes y no pienso pasar por ella otra vez.

Llevábamos un mes viajando por toda Europa después de que me propusiera matrimonio y, estando allí, Damien sugirió que lo hiciéramos sin más. Que nos casáramos en lo alto de una montaña o en las playas de la Costa Azul. Que regresáramos a Estados Unidos siendo el señor y la señora Stark.

Le dije que no.

No hay nada que desee más que convertirme en la esposa de Damien, pero lo cierto es que también quiero una boda de ensueño. Quiero ser la princesa de blanco que recorre el pasillo con un vestido precioso en su día especial. Tal vez no esté de acuerdo con mi madre en muchas cosas, pero recuerdo cuánto se esmeraron mi hermana y ella para la boda de Ashley. Yo envidiaba a mi hermana por muchísimas razones, no entendía del todo que ella tenía sus propios demonios que combatir, y cuando la vi avanzar hacia el altar sobre un lecho de pétalos de rosa, mis ojos se inundaron de lágrimas y lo único en lo que podía pensar era: «Algún día… Algún día conoceré al hombre que me esperará en el altar con la mirada llena de amor».

Aun así, no fue solo mi deseo de conseguir la boda de mis sueños lo que me hizo insistir en que esperásemos. Nos guste o no, Damien es un personaje público y yo sabía que la prensa querría cubrir nuestro enlace. No tenía por qué ser el más fastuoso de los acontecimientos —de hecho, yo quería que fuese en la playa—, pero sí me apetecía organizar una celebración bonita. Y, como sabía que los paparazzi harían lo indecible por conseguir fotos sensacionalistas, quería poder contar con una colección de retratos e instantáneas controlada por nosotros. Fotos magníficas que pudiésemos entregar a los medios apropiados y que —esa era mi esperanza— eclipsaran cualquier barbaridad que acabara publicando la prensa amarilla.

Sin embargo, por encima de eso, lo que deseaba era que los reportajes y las fotografías borraran las atrocidades que se habían escrito solo unos meses antes, cuando juzgaron a Damien por asesinato. Quería ver en esas páginas el día más bonito de nuestra vida como contrapunto y triunfo incontestable sobre esa temporada más difícil.

Todo esto se lo he contado ya a Damien, y aunque sé que él no está completamente de acuerdo con los motivos por los que necesito esta boda, también sé que los entiende.

En cuanto a mí, comprendo su miedo a que yo haya soportado demasiado, pero es que estamos hablando de mi boda. Las pesadillas solo son mis miedos, no mi realidad. Puedo resistirlo, puedo resistir cualquier cosa si el resultado final es recorrer ese pasillo hacia Damien.

—Todo va de maravilla —digo para tranquilizarnos a ambos—. Lo tengo todo controlado. De verdad.

—¿Has encontrado fotógrafo?

—¿Estás de broma? Por supuesto.

Es mentira, y eso es un riesgo porque Damien sabe leerme el pensamiento mejor que nadie. Me obligo a no contener la respiración mientras espero que me pregunte detalles: nombre, estudio, credenciales. Son preguntas a las que no puedo responder porque la verdad es que no, no he encontrado a ningún fotógrafo que sustituya al que Damien despidió la semana pasada después de que nos enterásemos de que había cerrado un trato bajo mano para vender fotos robadas y no autorizadas de la boda y el banquete a TMZ.

Y ese no es el único problema que tenemos. Ayer descubrí que el cantante del grupo con el que había contactado ha decidido dejarlo todo para volver a su país natal, Canadá. Lo cual significa que nos hemos quedado sin ningún tipo de espectáculo.

Tengo que mover el culo y encontrar a alguien… Y tengo que hacerlo enseguida. Tal como acaba de recordarme Damien con tanta dulzura, solo faltan unos días para la boda.

Pero, bueno, no es que esté estresada ni nada por el estilo.

Frunzo el ceño y me doy cuenta de que, a fin de cuentas, tal vez sí haya una explicación lógica para mis pesadillas

—¿Qué pasa? —pregunta Damien, y me temo que, a pesar de todos mis esfuerzos por mantenerlo al margen de esos pequeños contratiempos en la planificación de la boda, la cosa está empezando a complicarse.

—Nada —contesto—. Solo pensaba en la larguísima lista de cosas que tengo por hacer.

Sé por su expresión que no se lo traga; pero soy una novia y, como la mayoría de los novios, él sabe instintivamente que el procedimiento estándar es el «Manéjese con cuidado».

—Por si no te habías dado cuenta, tenemos dinero suficiente para pagar a alguien que te ayude. Úsalo si te hace falta.

—¿Qué? ¿Te refieres a un organizador de bodas? —Niego con la cabeza—. Para empezar, es demasiado tarde para eso. Además, ya te dije que me apetecía hacerlo yo sola. Quiero que la ceremonia sea un reflejo de nosotros y no la última moda en enlaces matrimoniales.

—Eso lo entiendo —dice—, pero te has cargado con un millón de cosas.

—Tú me has ayudado.

—Todo lo que me has dejado —contesta, riendo con socarronería.

Encojo un hombro.

—Tienes un universo entero que dirigir.

Es un hecho innegable que yo dispongo de más tiempo que Damien. Solo tengo que vérmelas con un pequeño negocio que tiene exactamente un empleado: yo. Él dirige Stark International, que cuenta con una plantilla de trabajadores más o menos del tamaño de la población de un país emergente. Puede que más. Y sí, he tenido mucho que hacer, pero en parte ha sido porque Damien no ha querido que nuestro compromiso se alargara. Y, como yo creía que tampoco podría soportar la espera, estuve encantada de aceptar.

Han pasado tres meses desde que se me declaró, dos meses y veintinueve días desde que empecé a liarme con la organización y los preparativos, haciendo equilibrios entre la empresa de desarrollo de software y la empresa de mi boda. Estoy orgullosa del resultado hasta ahora, y aún más de haber conseguido gran parte sin ayuda de nadie. Venga ya, maldita sea, si hasta he logrado sacarles partido a todas esas clases de etiqueta a las que me obligó a asistir mi madre. Quién lo hubiera dicho.

Le dirijo una sonrisa llena de picardía a Damien.

—Quizá tengas razón. No sé, resulta un poco estresante hacerlo todo tan deprisa, y la verdad es que me lo estoy pasando en grande decidiendo todos los detalles para decorar la playa, organizar el catering y conseguir que todas las piezas encajen. Supongo que podríamos posponer la boda unos cuantos meses para que me resultara todavía más fácil.

Entorna los ojos de manera peligrosa.

—Eso no lo digas ni en broma. A menos que quieras que te coja en brazos, te meta en mi avión privado y me fugue contigo a México. Lo cual, para que lo sepas, seguiría pareciéndome una idea estupenda.

—Las Vegas sería más fácil —digo por incordiarlo.

—En Las Vegas no hay playa —replica, y su expresión se suaviza—. Aunque te secuestre, no te negaré las olas ni la puesta de sol.

Suspiro y me dejo envolver por sus brazos.

—¿Tienes idea de lo mucho que te quiero?

—Lo bastante para casarte conmigo —contesta.

—Y algo más.

Me rodea toda la cintura con un brazo y me atrae hacia sí, después posa sus labios en los míos. El beso empieza suave, como el roce de una pluma, un cosquilleo. Pero es innegable que entre nosotros hay un calor abrasador, así que enseguida empiezo a gemir, abro la boca para él, noto la presión de sus labios contra los míos, apresándolos y saboreándolos. Su brazo aprieta más, mi nombre es como un susurro en su boca, y las brasas encendidas que existen siempre entre los dos prenden y se convierten en ardorosas llamas blancas.

Sus manos se deslizan por mi espalda y luego bajo mi camiseta. La sensación de su piel contra la mía es deliciosa, y suspiro de placer, jadeo a causa del anhelo que provocan esos dedos tan ingeniosos que se cuelan bajo la cinturilla de mis pantalones de yoga y siguen la curva de mis nalgas. Me aprieta contra su cuerpo, noto su erección caliente y dura entre los dos mientras sus dedos se meten dentro de mí. Soy puro calor líquido y no hay nada que desee más que desnudarnos a ambos y dejar que me posea aquí mismo, sobre el suelo de madera.

La pasión reverbera en mi interior y juro que puedo sentir la casa temblando en torno a nosotros.

Tardo un momento en darme cuenta de que ese temblor no está originado solamente por el deseo que siento hacia mi prometido: es la llegada de su helicóptero, que se acerca desde el norte y que aterrizará en el helipuerto que Damien ha hecho instalar en la propiedad.

Me aparto con la respiración entrecortada.

—Va a llegar usted tarde, señor Stark.

—Por desgracia, tienes razón. —Me besa en la comisura de los labios, y la presión de su lengua en ese punto tan sensible resulta casi tan seductora como el bulto de su erección contra mi cuerpo—. ¿Estás segura de que no quieres venir conmigo hoy? —pregunta—. Me parece que todavía no hemos follado en el helicóptero.

Me echo a reír.

—Lo tengo en mi lista de cosas que hacer antes de morir —le aseguro—, pero hoy no es el día. He de reunirme con la repostera.

En lugar de un pastel de boda normal y corriente, me he decidido por una tarta con varios pisos de cupcakes y, arriba, un pastel tradicional con cobertura de fondant. La repostera, una chef famosa que se llama Sally Love, ha creado un diseño espectacular para la cobertura de cada pastelito y añadirá flores naturales en los diferentes pisos, con lo que el conjunto será elegante y alegre. Además de delicioso, por supuesto. Damien y yo ya fuimos juntos a escoger el pastel de la parte de arriba y seleccionamos diez posibles sabores para los cupcakes. Hoy tengo que reducir los diez finalistas a cinco sabores definitivos.

—¿Me necesitas? —pregunta.

—Siempre —digo—, pero no en la pastelería. Tú ya has cumplido con tu parte, solo tengo que afinar la selección de cupcakes.

—No te cargues mis pastelitos de queso —pide.

—No me atrevería.

—¿Irá Jamie contigo?

—Hoy no.

Mi mejor amiga y antigua compañera de piso regresó a Texas no hace mucho, única y exclusivamente para poner un poco de orden en su vida, y hace tres días que volvió de allí decidida a ser la mejor dama de honor de la historia, lo cual me ha hecho tener que soportar una hora entera de disculpas mientras me explicaba por qué no podría acompañarme hoy a la pastelería.

—Ayer por la tarde fue a Oxnard en coche y no sabía muy bien a qué hora estaría hoy de vuelta. Hace unos años actuó allí en una obra, el director era un amigo suyo que ahora se dedica a rodar anuncios y…

Me callo y me encojo de hombros; seguro que Damien me entiende. Jamie sigue intentando conseguir un papel.

—¿Y si le dan el trabajo? —pregunta.

Vuelvo a encogerme de hombros. Estoy dividida entre el deseo de que consiga un papel y el de que disponga del tiempo que necesite para volver a centrarse. Echo de menos a Jamie, pero Hollywood prácticamente la devoró y luego la escupió, y aunque a mi mejor amiga le gusta fingir que es lo bastante fuerte para soportarlo, por debajo de esa pátina de gatita despreocupada tiene el corazón de una mujer frágil. Un corazón que no quiero ver roto.

Damien me da un beso en la frente.

—Pase lo que pase, te tiene a ti. Eso ya le da ventaja.

Alzo el rostro y sonrío.

—¿Volverás esta noche?

—Tarde —contesta, luego pasea la punta de un dedo por mi hombro desnudo—. Si estás dormida, te despertaré.

—Estoy deseándolo —digo, y levanto la cabeza para darle un beso fugaz—. Será mejor que se vista, señor Stark —añado, y lo empujo hacia el dormitorio.

Regresa enseguida, poniéndose los gemelos mientras camina hacia mí. Me coge de la mano y me saca al balcón con él. Lo sigo escalera abajo y luego por el sendero que lleva al helipuerto.

Nos detenemos justo en el borde, donde me besa con dulzura una última vez.

—Hasta luego, señorita Fairchild —dice, pero lo que yo oigo es «Te quiero».

Lo miro mientras se agacha, corre bajo las palas que giran sin parar y sube al helicóptero con las iniciales «SI» grabadas en el lateral. Stark International. Sonrío pensando que «SU» sería más exacto: Stark Universal. O Stark World. A fin de cuentas, Damien es todo mi mundo.

Me protejo la cara del viento y miro cómo el aparato alza el vuelo y se lleva a Damien lejos de mí. Sé que volverá esta noche, pero ya me siento vacía por dentro.

Me planteo entrar en casa para vestirme, pero en vez de eso sigo el sendero de piedra que atraviesa la propiedad hasta llegar a la playa. Camino por la arena de la orilla imaginando la boda. La hemos organizado para la puesta de sol, y después habrá una fiesta. Teniendo en cuenta quién es Damien, la lista de invitados es relativamente pequeña. Hemos incluido a los amigos de ambos y a unos cuantos empleados de Stark International, Stark Applied Technology y el resto de las filiales de Damien. También asistirán algunos de los beneficiarios de las becas que conceden sus diversas organizaciones benéficas, además de varios amigos míos.

La ceremonia en sí será breve y sencilla; Damien y yo solo tendremos un padrino y una dama de honor, respectivamente. Como mi padre huyó hace siglos, no habrá ningún hombre que me acompañe hasta el altar. Pensé en pedírselo a uno de mis mejores amigos, Ollie, pero, aunque Damien y él han firmado una tregua, no quiero arriesgarme a estropear el día de mi boda con un drama.

Y a mi madre no pienso pedírselo. ¿Cómo iba a soportar que me entregara mi madre cuando llevo los últimos años de mi vida huyendo de ella? De hecho, ni siquiera la he invitado a la boda. Lo cual quiere decir que no habrá ningún progenitor para entregar a la novia. O sea, que caminaré yo sola hasta el altar, un paseo sobre una senda de pétalos de rosa con Damien Stark, alto y elegante, esperando al final del camino.

Hemos escrito unos votos breves y tiernos, y los dos estamos de acuerdo en que lo importante es llegar cuanto antes al meollo de la cuestión: ¿Quieres a este hombre? ¿Quieres a esta mujer? Sí, quiero. Sí, quiero, Dios mío, claro que sí.

La recepción es una historia diferente: esperamos que dure toda la noche. Puede que incluso se alargue hasta la mañana siguiente. En cuanto Damien y yo partamos hacia nuestra luna de miel después del apropiado paréntesis para las relaciones sociales y el pastel, Jamie se hará cargo de la casa de Malibú y, con la ayuda de Ryan Hunter y el resto del equipo de seguridad de Stark International, se asegurará de que todo el que necesite un sitio para quedarse a dormir lo tenga, y de que todo el que necesite que lo acompañen a casa llegue sano y salvo.

Aunque nosotros nos iremos de luna de miel y nos perderemos buena parte, he dedicado mucho tiempo a los detalles de la recepción. He encargado carpas, pistas de baile, farolillos y calefactores. Habrá un bufet, tres barras de bar y una instalación de fondue de chocolate que nos ha conseguido el padrino de Damien, su amigo de la infancia Alaine Beauchene. La incógnita del grupo de música me tiene un poco desconcertada, pero también estoy acelerada y ansiosa, así que intento convencerme de que al final del día habré solucionado tanto lo de la música como lo del fotógrafo. Si algo soy es optimista.

Aparte de eso, las únicas cosas importantes que quedan pendientes son los detalles del pastel —los tendré listos dentro de unas horas— y la última prueba del vestido. Es un original de Phillipe Favreau que compramos en París después de pasar horas hablando con Phillipe en persona. Cuesta una fortuna, pero, como me recordó Damien, ¿de qué sirve tener tropecientos millones de dólares si no se disfrutan? Y la verdad es que me enamoré del diseño.

Phillipe me lo está haciendo por encargo y me lo enviarán desde su taller de París. Se han producido algunos retrasos que han puesto mis nervios a prueba, pero me han asegurado que ahora ya va todo según lo previsto y que el vestido llegará a su boutique de Rodeo Drive mañana por la mañana. Su socia de mayor confianza realizará las modificaciones finales que hagan falta mañana por la tarde, y lo entregará al día siguiente, el viernes, para que esté a buen recaudo en la casa de Malibú, listo para convertirme en una novia el sábado.

En resumen, que todo va razonablemente sobre ruedas y no puedo evitar sonreír. Así que ¿por qué ha de ser tan grave tener alguna pesadilla? La mayor parte del tiempo consigo mantener los nervios prenupciales a raya, y no pienso bajar la guardia.

Respiro hondo, satisfecha. Deslizo un pie por la orilla y mi lenta patada levanta una cortina de gotas de agua. «La señora de Damien Stark».

Si soy sincera, me muero de impaciencia.

—¡Señorita Fairchild!

Levanto la mirada y veo a Tony, uno de los chicos de seguridad de Damien, corriendo hacia mí por la playa.

—¿Qué sucede?

—Lo siento, señorita Fairchild, he intentado localizarla en el móvil pero no me contestaba.

Recuerdo que mi teléfono está dentro, al lado de la cama.

—¿Qué ocurre? —pregunto, alarmada—. ¿Es Damien?

—No, no, nada de eso. Hay una mujer en la verja —dice refiriéndose a la que Damien mandó instalar a la entrada de la propiedad después de que los paparazzi se volvieran locos durante su juicio por asesinato—. Normalmente no la habría dejado pasar y habría insistido en que concertara una cita, pero en estas circunstancias…

—¿Qué circunstancias?

—Señorita Fairchild, la mujer dice que es su madre.