Día 2
Na na na. Come on!
Na na na na na. Come on!
Feels so good being bad
There’s no way I’m turning back…
Cleo abrió los ojos y lo primero que vio fue la mirada añil y adormecida de Lion, que la observaba medio sonriente, con la cabeza apoyada en la almohada.
—Buenos días.
¿Buenos días? Por Dios, le dolían músculos que estaba convencida de que no se utilizaban en la vida. Al menos, ella no sabía ni que los tenía.
—¿Cómo has dormido? ¿Te encuentras bien?
—Mmm… —Se movió para comprobar hasta qué punto estaba cansada—. Bueno, la noche fue… movidita —repuso con las mejillas deliciosamente coloradas—. Necesito ducharme.
—Marchando —Lion la tomó en volandas, sin avisar.
Se metieron en la ducha y, al ritmo de Rihanna y la canción oficial del torneo, se remojaron y se lavaron.
Mientras Lion masajeaba todo su cuerpo con jabón, se abrazó a ella por la espalda y le amasó los pechos.
—El plan de hoy es este. —Abrió el agua fría, porque el agua caliente y el Caribe no eran buenos aliados. Le amasó los pechos y colocó su boca muy pegada al oído de Cleo.
—Vaya…
—Antes de salir a buscar el cofre, tomaremos una pequeña desviación para ir otra vez al Iguana’s y dejar la servilleta con el ADN de la sumisa. Les he enviado un mensaje de texto, así que esperan la entrega esta misma mañana. Los científicos del equipo móvil la analizarán y harán un estudio de la tipificación de su ADN. Esperemos que no sea gente invisible, como pasó con los dos cuerpos de sumisos sin identificar.
—Necesitamos estar más cerca de los Villanos. Tenemos que hacer lo posible por verles las caras. ¿Crees que llegaron ayer o que ya estaban aquí? Tal vez… —murmuró cerrando los ojos y apoyando las manos en las baldosas de la pared. Lion le estaba acariciando los pezones, y los tenía muy sensibles por haber llevado los aros constrictores la noche anterior—. Tal vez llegaron en grupo, en plan sectario.
—Puede ser. Pero, después del numerito de ayer, no dudes de que están esperando más espectáculos por tu parte, esclava —susurró malignamente—. Eres la más sin vergüenza de todas.
Cleo no supo si sonreír o no. La noche anterior se dijeron cosas que jamás pensó que ella y Lion se dirían. Al parecer, se gustaban. O se atraían, como él le dijo. Y no podía negar que Lion se preocupaba por ella de un modo muy protector y también posesivo; y saberlo, lejos de incomodarla, le encantaba; porque lo sentía terriblemente correcto.
Su amor de niña, su villano de adolescente y el hombre del que no quería saber nada cuando ya era adulta era un ladrón que le había robado el corazón veintitrés años atrás, y nunca se lo había devuelto. «Siempre fuiste tú», recordó. «No, Cleo, no. Tú le quieres, por razones inexplicables, siempre le has querido. Pero a él solo le atraes. No empieces».
Al salir de la ducha, aunque Cleo no quiso que él se lo hiciera, Lion le quitó cuidadosamente el plug anal y procedió a ponerle crema lubricante y calmantes en sus partes íntimas para que estuviera bien hidratada.
—En serio, esto lo sé hacer yo —repuso Cleo ocultando el rostro tras su pelo.
—Lo sé. —Cuando Lion terminó le dio un besito en el trasero—. Pero me gusta hacerlo a mí.
¿Y qué no le gustaba hacer a él?, se preguntó mientras bajaban a desayunar. Ese hombre era hiperactivo sexualmente y un poco pervertido.
Después de colocarse los medidores de frecuencia cardíaca y llevarse el HTC de contacto con la estación base y las pulseras falsas, se vistieron adecuadamente y lo más livianamente posible para los juegos. Cleo se puso un vestido negro corto muy fino con las botas de verano: y Lion, un tejano ancho y agujereado y una camiseta verde militar estrecha. Tomaron la pequeña bolsa que cargaban con algunos juguetes, además de los objetos adquiridos en la jornada anterior y las cartas que sumaban entre ambos, que les servirían en caso de no encontrar el cofre en ese día y perdieran el duelo. Eran la pareja a derribar. De momento, solo tenían una llave; pero contaban en su poder con más cartas que los demás, y podrían hacer más combinaciones.
Durante el desayuno, Cleo observó cómo Lion se acercaba al bufé para hablar con Nick, vestido con su inconfundible indumentaria negra y ese pelo rubio de pincho y muy despeinado. Estaban rellenando las bandejas con bollos, zumos y pudin de avena con fruta. Por supuesto, Lion le estaría informando de las novedades, mediante sus propios códigos, respecto al equipo estación y el ADN de la sumisa.
Se sentaron los cinco juntos a desayunar. Al parecer, las actitudes que de niños tomaban, como por ejemplo la de sentarse siempre en la misma mesa y con las mismas personas, marcando parcela y territorio, eran hábitos que no se abandonaban de adultos. Eran los mismos que en la primera cena; a excepción de que Mistress Pain ya no estaba. Cleo sonrió ante esa observación. «No está porque yo la eché. Perra».
Sophiestication y Nick no tenían muy buena relación. Se notaba en el lenguaje corporal de ambos, en su actitud recelosa y en sus miradas de soslayo. Era como si quisieran toda la atención de Thelma para ellos; y el ama rubia parecía disfrutar con la competitividad.
Mientras desayunaban, hablaron del calor del Caribe, del sol… Ufff sí, cómo quemaba. De las arenas blancas y los mares transparentes y de qué bien disciplinadas estaban las sumisas y sumisos que ofrecieron los Villanos a los comensales del castillo de Barbanegra la noche anterior.
«Y tan bien disciplinados. Estaban hasta las cejas de popper; así se disciplina hasta a un elefante».
—¿Y bien, Lady Nala? —preguntó Thelma mostrando mucho interés—. Ayer fuiste increíblemente concupiscente, ¿hoy lo serás también?
—Pues verás, Lady Thelma. —Cleo copió su gesto y apoyó la barbilla entre sus dedos entrelazados—. En realidad, toda esta sala está llena de concupiscencia. Es como el chiste.
Lion puso los ojos en blanco y sonrió. Ese chiste se lo explicó él cuando ella solo tenía catorce años y no tenía ni idea de lo que significaba concupiscencia.
Pero Cleo había crecido y, ahora, sabía que en el cristianismo era como la propensión natural del ser humano a pecar, a ser malo. Entonces, ella no lo comprendió, y Lion se rio diciendo que era todavía una niñata y que por eso no podía salir con ellos.
—¿Y cómo es ese chiste? ¡Me encantan!
Cleo se bebió el zumo de golpe y miró a Lion de reojo.
—El cura de una iglesia, dando su sermón sobre los pecados de la carne, se dirige al pueblo y dice: «¡En este pueblo hay mucha concupiscencia! Vamos a ver, ¡que se levanten todas las mujeres que sean vírgenes!». Y todas las mujeres se quedan sentadas, excepto una. El cura la mira y le dice: «Pero mujer… ¡si tú estás casada y tienes cuatro hijos!». Y la mujer muestra a la niña que sostiene en brazos y responde: «Hombre, ¡no querrá que la niña con solo dos meses se levante sola!».
Los hombros de la enmascarada Sophiestication empezaron a temblar de la risa. Nick emitió un leve exabrupto y Thelma soltó una carcajada mientras alzaba su café con hielo y brindaba en su nombre.
Lion coló su enorme mano por debajo del pelo de Cleo y le acarició la piel que subyacía debajo del collar de sumisa.
—¿Ya has entendido el chiste, nena?
—Sí, señor. —Hizo una caída de ojos criminal—. Ayer noche lo acabé de entender.
El agente sonrió abiertamente, y eso hizo que Nick levantara la cabeza levemente y frunciera el ceño. «¿Qué estaba pasando ahí? ¿Cleo estaba consiguiendo domar al león?».
La épica música de Chronicles avisaba de que el Amo del Calabozo iba a dar su mensaje y su misión de la jornada. La pantalla de la sala se iluminó y apareció el mismo hombre enano caracterizado como el día anterior.
«Buenos días a los caballeros, magos, hechiceros, brujas, acróbatas y arqueros que han logrado sobrevivir a esta primera jornada de Dragones y Mazmorras edición DS. La jornada de ayer dejó algunas bajas considerables y también algunas eliminaciones inesperadas. Quedan tres jornadas para enfrentaros a los Villanos. Y hoy, sin lugar a dudas, llega una dura prueba para todos. La clave para hallar los cofres de hoy reside en vuestra perseverancia».
«Después de los duelos y las pruebas, debéis movilizaros a Gwynneth. Trasladaremos vuestros equipajes al hotel Westin St John. Cambiamos de isla y de territorio. Cuidaos las espaldas: los Monos voladores no descansan —sus labios se estiraron en una sonrisa cómplice—; aunque estoy seguro que muchas y muchos ya lo comprobasteis ayer. ¡Que continúen los juegos! ¡Cuando las mazmorras se abren, los dragones salen de caza!».
Lion entrelazó los dedos con los de Cleo y le dijo:
—Sígueme. Salgamos de aquí. Ya.
—Pero ¿a qué se refiere con lo de…?
—Vamos —tiró de ella y la sacó de la sala—, antes de que nos sigan. —Miró a su alrededor y se encontró con la atención de la pareja de alemanes góticos y con la de Thelma—. ¡Vamos! Saca el mapa de las islas. A lo lejos se escuchó decir a Brutus:
—Estoy de Yoda hasta los cojones.
La pareja de agentes salió corriendo del hotel.
—¿Cogemos el quad? —preguntó Cleo abriendo el mapa plastificado—. ¿Qué pasa? ¡Así no se me moja! —repuso ante la mirada incriminatoria de él.
—No, vamos a coger la moto. Busca algo… Algo que tenga que ver con lo que ha dicho el jodido enano.
Al llegar al puerto de Charlotte Amalie, se subieron a la moto del Rey León. Obviamente, Lady Nala, como Ama Shelly, perdía el rango de ama ante Lion, que era Amo Hank y por eso debían llevar la moto de él.
—Busca, esclava —gruñó Lion.
Cleo apoyó su barbilla en el hombro y entendió que la llamaba así porque, estando en el torneo y con la de cámaras que les seguían, debían mantener las formas; pero tampoco le hizo mucho gracia, así que rodeó su cintura con las manos y aprovechó para clavarle las uñas en el duro abdomen. Dio gracias por que no se le rompiera una.
—Sí, señor —susurró ella en su oído. Después se retiró y empezó a otear el mapa de las Islas Vírgenes estadounidenses—. Nuestra perseverancia… Todo está en nuestra perseverancia…
—¿Hay algo?
—Mmm… ¡Joder! ¡Lo tengo!
—Ilumíname, monada. —Lion se detuvo a la altura del Iguana’s y la miró por encima del hombro.
—Perseverance Bay. Está en esta isla. Recorre la costa en esta dirección y la encontraremos.
—Perfecto. Ve a comprar algo de beber para el camino.
Cleo miró hacia el restaurante de sushi y asintió.
—Sí, señor. —Allí les esperaba el contacto del equipo estación.
Lion coló disimuladamente el papel, cuidadosamente envuelto en plástico, dentro de su mano.
Cleo saltó de la moto y corrió hasta el restaurante. Allí se encontró a Jimmy, sentado en la terraza, tomándose un daiquiri.
Cleo pasó por su lado y dejó el papel sobre su mesa. Se encaminó al interior y pidió dos granizados para llevar. Al salir con las bebidas, él la miró por encima del hombro y ella le guiñó un ojo.
Entrega realizada.
***
Perseverance Bay se encontraba en la zona de Bonne Esperance. Estaba llena de increíbles corales y era territorio de exploradores acérrimos a la aventura.
En la orilla había bañistas rebozándose en la arena; no obstante, a cien metros de esta, yacía un pequeño yate Onecruiser todo negro con una bandera roja izada hasta el tope del asta, con un dragón dorado en medio. El escudo de Dragones y Mazmorras DS.
Cuando Cleo y Lion lo divisaron, dieron gas a la moto para llegar allí antes que nadie, pues tenían a los perseguidores pisándoles los talones.
—¡Necesitamos amarrar la moto! —pidió Lion gritando a los dos hombres vestidos de negro de la proa. Estos les lanzaron una cuerda, y Lion la ató al manillar con solvencia.
Una vez en el yate, los dos hombres les guiaron hasta un señor que disfrutaba de una copa de brandy añejo, y fumaba un puro, como si fuera el rey del mundo. Tenía el rostro cubierto con una máscara veneciana blanca, excepto la boca y la barbilla. Al sonreír, dejó entrever un diente de oro y miró a Cleo con hambre. Sobre la mesa reposaba un reloj de arena.
—Bienvenidos a mi barco —los saludó—. Os felicito por vuestra… perseverancia. —Movió la mano en círculos y señaló la bahía—. Los mundanos no conocen nuestros juegos perversos, pero nosotros sí —hablaba con un tono calmado y educado, como si estuviera aburrido de la vida—. A mi Rey le encanta jugar antes de la caza.
—¿Tu «Rey»? —Preguntó Lion. Sí que estaban muy metidos en el papel.
—El que decidirá si al final pereces en las mazmorras o eres liberado —contestó ofendido—. Por eso, dime, Amo Hank, poseedor del arco de fuego mágico… ¿Te atreverías a cantar para mi señor Venger?
Cleo se recogió el pelo en una coleta alta y se aseguró de que la cámara que tenía en el collar de sumisa enfocara bien a ese inquietante y desagradable individuo.
Venger era el villano de los villanos en el rol de Dragones y Mazmorras y era la representación del mal. Utilizaba la magia negra y deseaba todos los objetos y poderes de los amos protagónicos. En cambio, Venger solo podía temer a dos personajes: el auténtico Amo del Calabozo, y a Tiamat, el dragón de cinco cabezas que anhelaba también el dominio de las mazmorras.
—¿Cantar a Venger? —Lion y Cleo se miraron el uno al otro con cara de «¿Tú cantas? Yo no».
—Tenéis tres minutos desde… —Tomó el reloj de arena y le dio la vuelta—. Ya.
—Piensa, esclava.
—Eso hago, amo…
Cantar a Venger. ¿La canción tenía truco? Porque… ¿se trataba de una canción en la que se nombrara a Venger? Venger en francés quería decir vengar… ¿tenía algo que ver con eso?
—Es una canción —repuso Cleo masajeándose la sien.
—Sí, pero… ¿cuál? Mmm… Si tú me dices venger, lo dejo todo…
Cleo dejó caer la mano y parpadeó estupefacta, mirándole de hito en hito.
—¿Has dicho eso en serio?
—No. Haz el favor de pensar… Una canción en la que se nombre a Venger…
—Pues como no sea…
—Dos minutos —señaló el enviado de Venger.
—¡Ah, ya! —Cleo abrió los ojos verdes dando dos saltitos—. Lo tengo: Dragones y mazmorras —cantó sin pretender cantar bien—, un mundo infernal se oculta entre las sombras…
—Las fuerzas del mal…
—¡Sí! ¡¿Cómo sigue?! —Chasqueó los dedos—. Na na na na… fuego es mágico… pértiga insalvable…
—Y el escudo es algo muy serio… —Lion también la sabía, vagamente. Parecían dos payasos—.Dragones y mazmorras…
—¡Lo tengo! Es un mago lleno de perversidad, peligroso y fatal; tenemos que luchar contra su maldad o nos destruirá.
Tanto él como ella permanecieron quietos y en silencio para ver cuál era la respuesta de «diente de oro». ¿Lo habrían hecho bien?
—Exacto.
—¡Toma! —Lion levantó a Cleo del suelo y la abrazó.
—El cofre os espera en Norland. Buscad la bandera del torneo, que, como bien reza la canción, es algo muy serio.
—¡Sí!
Bajaron del yate y Lion recogió la cuerda para atraer la moto.
La desenredó y sonrió a Nick, que llegaba en ese momento a Perseverance Bay y conducía la moto con Sophiestication y Thelma sentadas detrás.
***
Norland.
Water Island
Norland no era otra que la isla de Water Island.
A diferencia de la de Great St. James, esta no era virgen. Ese vergel estaba ocupado por algunos habitantes, aunque no llegaban a la centena.
El mar, verdoso y cristalino alrededor de la isla, arrastraba medusas de colores. El sol y el calor aplastantes se sobrellevaban mejor cuando Lion utilizaba la velocidad de la moto para salpicarse con las olas y remojarse.
Dieron una vuelta al islote; pero no encontraron ninguna bandera con el escudo del torneo. Hasta que llegaron a la bahía del Elefante, un paraje espectacular y paradisíaco moteado por algunas lanchas motoras privadas que desconocían el torneo. O eso creían ellos.
En la gravilla blanca y fina se encontraba el mismo chico del día anterior, vestido de igual manera, y con una bandera que, balanceada por el viento, revelaba el dragón del rol. Atracaron la moto en la orilla, y fueron los primeros en llegar hasta él.
El chico les abrió el ya consabido baúl; y Cleo tomó uno de los cinco únicos cofres entre las manos.
El cofre contenía lo siguiente:
Una llave
Cartas objetos: pinzas y lubricantes.
Carta Invitación para la fiesta pirata
Carta Pregunta al Amo
Eran buenísimos naipes. Y sumados a los que ya tenían, les aseguraban prácticamente el pase a la final.
—Podéis pasar a la mazmorra —dijo el chico—. Seguid el camino que os guía al interior del oasis. Las crías de la Reina de las Arañas y los Monos os esperan.
«Sharon y sus acólitas. Fantástico», pensó Cleo a desgana.
***
Mazmorra Norland
Pantalla puntos: +150
Criaturas: Crías de las reinas de las Arañas y Monos voladores
Esta vez, el escenario secreto y oculto a la vista del mundo era como un castillo medieval, en el que colgaban jaulas con mujeres desnudas. Los potros y las sillas de tortura se ubicaban por aquí y por allá.
Cleo y Lion observaron todo el espectáculo ofrecido por los participantes desde la grada. Sí, era cierto que el nivel y la competitividad del torneo habían subido varios grados. Los amos protagónicos y sus sumisos empezaban a participar entre ellos y se unían para realizar escenas de sexo en grupo para salvarse de los duelos. Eso les permitiría seguir en el torneo y tener una oportunidad más para conseguir una llave. Los amos tipo Hank y Shelly, como eran Lion y Cleo, originaban situaciones gang bang y bukkake mediante metaconsenso, y lideraban las acciones. En la pantalla se iban viendo las parejas que caían eliminadas: aquellas que pronunciaban la palabra de seguridad.
Las amas tipo Diana utilizaban el potro para castigar a sus sumisos. Los Amos Hank repartían fustigaciones a diestro y siniestro. Los Amos Eric las colocaban en las cruces, y los que tenían rasgos Presto jugaban a electrocutar las partes más sensibles de los sumisos. Dios… Era hipnótico. Algunas sumisas se sometían con el cepo, un elemento punitivo de la edad media. Otras estaban sufriendo uncaning, azotes con caña de bambú, y algunas más sufrían un bastoneado en las plantas de los pies.
La mazmorra se había convertido en Sodoma y Gomorra, pero Cleo no podía apartar la vista de ese tipo de sumisión, excepto cuando hacían todas esas cosas desagradables que no estaba dispuesta a experimentar nunca. Entonces ponía cara de asco y de disgusto y retiraba la mirada.
Y, después, estaba la impresionante cárcel a la que pasaban las parejas que perdían en los duelos y decidían ser castigadas por las Criaturas, decorada con descomunales telas de araña. Las amigas de Sharon hacían gala de sus artes dominantes y trataban a los sumisos de manera irreverente y humillante. Cleo pensó que si a ella la trataran así, posiblemente utilizaría la lengua de esa persona para limpiar cristales. Pero los sumisos no pensaban eso. Estaban excitados, erectos al doscientos por cien y disfrutaban de ese trato.
Sharon permanecía sentada en una especie de trono negro adornado con figuras metálicas de arañas doradas, como la reina que era. Azotaba las nalgas de un sumiso. Todos, hombres y mujeres, pasaban por ella; y los ponía a caldo.
Cleo no solo sentía una irremediable animadversión hacia ella, sus sensaciones también se dividían entre la admiración y el respeto.
Una dómina siempre daba un poquito de miedo. Pero Sharon tenía una leyenda sobre sus hombros; una que hablaba de belleza, vileza justificada y transgresión. Era hermosa e inaccesible, de rasgos dulces pero mirada de acero, dura como el granito.
Los Monos iban a lo suyo. Tomaban, usaban y a por otro. Una bacanal. Eso era.
Mientras Cleo casi no parpadeaba al mirar las performances que ahí se desarrollaban, Lion se preguntaba qué rondaría por su cabecita al presenciar todos aquellos actos desinhibidos de entrega sexual. ¿Curiosidad? ¿Miedo? ¿Repulsión?
Él juraría que a Cleo le gustaba someterse, pero solo ante él. Las sumisas, las que aceptaban ese rol conscientemente y por propia voluntad, tenían personalidades muy fuertes y espectaculares; posiblemente, por eso necesitaban que alguien les estimulara de ese modo y les demostrara que podían ser más fuertes que ellas.
Cleo era de ese tipo de mujer. Increíble y sumisa con él, pero tampoco mucho. Digamos que su sumisión era más bien consensuada y que ella la controlaba en todo momento. Sin duda, la joven agente era más de lo que él había imaginado como pareja y como compañera.
La noche anterior se había dado por completo. Él la había poseído como nunca se lo habían hecho y eso marcaba el alma de una persona. Lo sabía porque a él le había marcado la suya.
Después de pasar un par de horas viendo como los duelistas se salvaban y otros perecían en las pruebas, el Oráculo introdujo al Amo del Calabozo.
—¿Ese amo no es Markus? ¿El que nos tatuó? —preguntó Cleo levantándose con Lion, colgándose la llave al cuello y tomando el cofre. Estaban a punto de ser llamados por el amo.
—Sí —Lion cogió la correa y tiró de ella.
—Cuidado, amo. No me tires tan fuerte o tropezaré.
—Silencio.
Markus era un Amo del Calabozo.
Lion no lo había visto por ningún local del ambiente BDSM, pero sabía que los amos de este rango adiestraban a mujeres fuera del torneo. Eran especialistas en disciplinas. Markus tenía una cresta mohicana castaña muy llamativa, con las puntas un poco más oscuras. Sus ojos tenían un color extraño amatista, como si no fueran de este mundo. La nariz patricia y la barbilla muy marcada; pómulos altos y cejas más bien planas, casi nada arqueadas. Tenía la piel morena por el sol y lucía un tatuaje tribal que le recorría todo el pecho izquierdo, parte del brazo, el hombro, y el cuello hasta desaparecer debajo de la oreja izquierda. Tras él había una jaula con tres mujeres, sumisas de los amos que habían perdido en duelos y que él los había requisado para su propio placer.
Esta vez, Lion y Cleo se presentaron los primeros, orgullosos y relajados por llevar mucha ventaja al resto.
—King Lion y Lady Nala —los saludó Markus—. Habéis vuelto a ganar un cofre, felicidades. Y disponéis ya de dos llaves. Eso os acerca a la tercera llave, que os llevaría directamente a la final.
Cleo se quedó hipnotizada por la profunda voz de ese hombre. Por Dios, le daba miedo.
—Así es —asintió Lion.
—Enseñadme el cofre.
—Esclava. —Lion tiró de la cadena de Cleo y esta le ofreció el cofre con la carta de «pregunta al amo». Él debería darles una prueba definitiva para encontrar el cofre del día siguiente.
Markus asintió y se acercó a Lion para susurrarle un mensaje al oído que solo él pudiera escuchar. El agente afirmó con la cabeza y tomó nota de la pista ofrecida por el amo.
—Bien, guardáis las demás cartas —observó Markus—. No utilizáis ninguna más.
—No.
—¿Mantenéis las cartas del día anterior?
—Sí.
—Muéstramelas.
Cleo fue a echar mano de su mochila. El torneo se les estaba dando de maravilla. Si encontraban el cofre al día siguiente, estarían definitivamente en la final, y no les haría falta continuar jugando hasta el evento oficial con los Villanos.
Abrió la mochila y… ¡Ups!
Ni rastro de los objetos ni de las cartas.
Entonces, en las celdas de la Reina y los Monos, dos hombres gritaron victoriosos entre aplausos y vítores, mostrando la fusta, el látigo y las cartas y objetos de la pareja del FBI.
¡Los Monos voladores se las habían quitado!
***
Lion palideció. Aquello era justamente lo que no debía pasar. Estar en inferioridades de condiciones con el Amo del Calabozo o con las criaturas. Y una de las veces en las que no podías hacer nada por defenderte era cuando perdías los objetos o te los robaban.
—Dios mío… ¿Pero cuándo nos los han quitado? —preguntó Cleo nerviosa. Ella también sabía lo que eso significaba y no le gustaba nada. Es más, ya sentía un nudo en el estómago muy pesado, frío y doloroso.
—Probablemente al subir al One Cruiser. Los dos tipos que nos acompañaron hasta «diente de oro» —apretó los puños y miró a Cleo con preocupación—. ¿No notaste ningún tirón? ¿Nada?
—¿Qué? ¡No! No noté nada…
—Los Monos voladores son especialistas en quitar objetos, ya os avisan de ello antes de cada jornada —comentó Markus—. ¿Sabes lo que eso supone? —miró a Cleo con atención.
Lion cogió a Cleo del collar y la obligó a mirarlo a los ojos.
—Lady Nala, tu aventura se acaba aquí —aseguró.
No iba a permitir que Cleo se metiera en esa jaula con los Monos y las Crías de la Reina de las Arañas. Ni hablar. Iba a eliminarla… pero ¿cómo? No tenía cartas de eliminación.
—Ni hablar —contestó ella muy digna.
—¿Me puedo entregar yo como amo? —preguntó Lion como última instancia—. Las Crías podrían jugar conmigo.
—¡No! —protestó Cleo sin hacer grandes aspavientos, pero sí comportándose como una falsa sumisa celosa. Que, por cierto, celosa lo era. No dejaría a Lion en manos de las amas.
Markus los estudiaba con muchísimo interés.
—Podrías, King, si tuvieras una cartas witch y te cambiaras el rol con ella —contestó el amo—. Pero no tienes ninguna, me temo.
—No.
—Y ahora tampoco las puedes cambiar ni hacer valer porque ya me has mostrado el cofre con la carta elegida a usar. No tenéis otra salida que jugar… —evidenció pasándose los dedos por la cresta—. ¿Os rendís?
Lion se fijó en los tatuajes que tenía en las manos y en los antebrazos y se sorprendió al ver lo que significaban.
—Por supuesto que no. No nos rendimos —gruñó Cleo—. Puedo hacerlo. —Podía, claro que podía. Solo tenía que imaginarse que era Lion quien la tocaba y soportar el dolor y ya está… ¿No?
—Me niego. —Lion se mostró inflexible.
—¿Sabes qué? —Markus detuvo la diatriba de ambos—. Yo os puedo ofrecer otra alternativa.
Y Lion sabía cuál era. El Amo del Calabozo podría dialogar con las Criaturas para que le prestaran la presa. Pero las criaturas pedirían algo a cambio.
—Me puedo quedar con tu sumisa, si tú estás de acuerdo, y puedo dispensarle un trato diferente al que le darían las Criaturas.
Lion negó con la cabeza, pero Cleo asintió conforme.
Era una profesional; y si tenía que hacer sacrificios de ese tipo, los haría. Se había prometido a que no iba a decepcionar a nadie, y menos a Leslie. Además, debía demostrar a Lion su valía como agente infiltrada.
—Acepto.
—No puedes aceptar si no hay consenso —aseguró Lion.
—La sumisa, que es quien recibe el trato, es la última en decidir —señaló Markus—. Si ella accede…
—Ella es mía. —Lion dio un paso adelante y con su actitud le dibujó la línea del límite al Amo del Calabozo.
—En realidad, no sois una pareja que haya firmado ningún contrato de participación; y es por todos sabido que Lady Nala eliminó a Mistress Pain, que sí tenía un contrato contigo. Ahora mismo, entre vosotros no hay nada firmado, y eso deja toda la potestad a la señorita. —Markus sonrió duramente a Cleo—. Si ella accede a estar conmigo, negociaré con las Criaturas y la utilizaré para saciar mis… —sonrió como un lobo— apetitos.
Lion tomó a Cleo de la barbilla y negó rotundamente con la cabeza.
—Voy a pronunciar el codeword.
—No eres tú quien debe hacerlo, sino la sumisa —repuso Markus—. Ella sabe cuánto puede soportar. Y, si te molesta como amo, haber tenido más cuidado con vuestros objetos.
—¡Que no, King! —refutó ella con vehemencia, retirando la cara de sus dedos de acero. Apoyó las manos sobre la mesa que custodiaba Markus y mirándolo a los ojos le dijo—: Acepto que te hagas cargo de mí. Soy la única que decide esto.
El amo levantó las dos cejas a la vez y sus ojos amatistas centellearon.
—Perfecto. No obstante, antes quiero echarle un vistazo a la mercancía.
Cleo apretó los dientes y se tragó la oleada de frustración e impotencia que le recorrió. Ya sabía que el torneo conllevaba riesgos, pero no iba a permitir que Lion la sobreprotegiera de ese modo. Era una sumisa: estaba en ese papel y no iban a llamar más la atención.
—Bien —contestó ella.
Markus alargó la mano y la tomó de la cadena del collar.
—Bien. —Tiró levemente de ella e hizo que la siguiera—: Vamos a la silla. Te voy a hacer una revisión.
Lion solo quería aplastarle la cresta a ese amo y empezar a dar puñetazos. No podía permitir eso. No podía… Pero habían cometido un desliz con los objetos; no tenían cartas switch ni tampoco cartas de eliminación para echarla del torneo; ni mucho menos habían firmado un contrato, porque Cleo se había asegurado de no darle ningún valor después de que se presentara el día anterior y le retara. No había sido una unión consensuada; al contrario, se había producido casi por obligación. ¿Qué debía hacer? Iba a vomitar si ese tipo tocaba a Cleo delante de todos.
Cleo se dio la vuelta y sonriendo con una frialdad y una indiferencia pasmosa le murmuró:
—Si haces algo que me joda, King Lion, te haré la vida imposible. Quiero llegar a la final, no lo olvides. —Tenía que representar el papel de dos amos unidos por las circunstancias. La gente la conocía como Lady Nala, y era sabido por todos que no se llevaban bien. Debía mantener esa actitud.
Lion interpretó: «Si intentas eliminarme o hacer algo para que no pase por esto y me echas del caso, te juro que nunca te lo perdonaré».
Lo peor era que, aunque fuera el amo en la pareja, no tenía poder real sobre las decisiones de Cleo. Sin contrato, ni cláusulas, ni tampoco una carta deedgeplay, eran una pareja sin límites. Cleo estaba en manos del amo, y si no pronunciaba la maldita palabra de seguridad, él le iba a hacer lo que le diera la gana.
Eran solo compañeros de juego, y ella decidía lo que quería.
Mierda. Estaba perdido.
Markus habló con las Criaturas y liberó a las tres sumisas que tenía en las jaulas para ofrecérselas como tributo a cambio de Cleo. Una mujer por tres.
Los Monos accedieron sin problemas, aunque a Sharon no le gustó la decisión.
Después de eso, el amo la guió caminando por la arena y la llevó hasta una silla parecida a las de ginecología, tuneada con colores negros y almohadillas rojas en el reposapiernas, el reposabrazos y en el respaldo.
—Siéntate —le ordenó Markus de manera muy inquisitiva.
—Sí, doctor —contestó ella con sarcasmo.