Capítulo 5

«El respeto es básico en una relación de dominación/sumisión. Nunca hagas a un amo lo que no quieres que te haga como sumisa».

Mientras las motos acuáticas corrían a toda velocidad de vuelta al resort de Charlotte Amalie, Lion y Cleo surcaban el mar tropical más rápido que nadie.

Era la primera vez en su treinta y un años, que Lion perdía el control sobre sus nervios. Sentía la sangre fluir a toda velocidad por sus venas y solo le apetecía reñir, gritar y darle una lección a la bruja de pelo rojo que tenía sentada tras él.

Por su bien, Cleo mantenía la boca cerrada, en silencio, como la buena niña que no había sido unos minutos atrás.

—Vaya, vaya… ¡Lady Nala es una exhibicionista a la que le gusta chupar pollas delante de todos! —exclamó él violentamente—. ¡Nunca lo hubiese dicho!

Cleo apretó los dientes y le clavó las uñas en los muslos.

—Y tú estás muy guapa con peluca, leona.

—¿Estás preparada para la que se te cae encima? Mistress Pain estaba a la altura. Tú eres una jodida cachorra de león, no eres suficiente para el rey. Quería llegar a la final y me lo has jodido.

Lion y Cleo se vigilaban mucho el mantener sus personalidades del rol, porque si estaba todo televisado, excepto en las habitaciones del hotel, los Villanos y los organizadores les observarían. Y los dos agentes debían mantener sus verdaderas identidades intactas.

—Si eres tan buen amo como crees, King —repuso entre dientes—, harás que lleguemos a la final.

Lion no pudo reprimir su furia e hizo un derrape con la moto sin avisar a Cleo. La joven cayó al agua.

—¡¿Pero qué haces?! —exclamó echando el agua por la boca como si fuera una fuente. Se apartó el flequillo rojo de los ojos y le dirigió una mirada incrédula.

Lion se apoyó en el manillar mientras daba vueltas a su alrededor.

—Me aseguro de que estés muy mojada, leona. Vas a necesitar estarlo mucho para todo lo que voy a hacerte.

—Déjame subir.

Cleo miraba hacia abajo. Los mares del caribe estaban repletos de tiburones, anguilas y medusas venenosas… ¿No? ¿O eso era solo en las películas?

Lion sonrió. Recordaba el miedo de Cleo en las profundidades marinas. Siempre temía que la mordiera un tiburón. Pero Cleo no era consciente de que el único animal que la podía morder, era él.

—¡Ay! —Algo la había rozado en la pierna izquierda—. ¡King! ¡No bromeo! ¡Súbeme!

—No, no, no…, esclava. ¿Cómo me llamo yo para ti?

Cleo asumió el rol. Era eso a lo que había venido. No importaba que Lion le hubiera hecho daño los días anteriores. Ella quería formar parte del caso y solo podría hacerlo si mantenía las distancias con él. Y dispensándose ese trato de amo despechado y sumisa resentida lo lograría.

—Amo.

—Muy bien, Lady Nala. ¿Quieres subir? —le ofreció la mano, y cuando ella asintió y fue a cogérsela, la retiró malvadamente—. ¿Qué se dice?

Cleo puso los ojos en blanco.

—¿Me deja subir, amo, por favor?

Lion la tomó de la mano y la izó de nuevo a la moto. Sin mediar palabra, arrancó la moto y se dirigió hacia el hotel.

Cleo era consciente de que estaba nadando a contracorriente.

Lion sabía que debían mantenerse serenos para seguir en el caso.

¿Cómo lo iban a lograr sin sacarse antes los ojos?

***

Ni Cleo ni Lion se hablaron en todo el trayecto hasta que llegaron al resort. En recepción les avisaron que habían dado de baja la habitación que compartían ella y Nick, ya que ahora era sumisa y debía compartir la habitación de su nuevo amo.

—¿Se ha avisado ya al señor Tigretón? —preguntó Cleo.

—Sí —contestó el recepcionista, de apellido Brown—, él ya ha depositado sus pertenencias en la suite de Miss Thelma y Miss Sophiestication y él mismo se ha prestado a desplazar sus pertenencias a la suite de King Lion.

—Muchas gracias —contestaron a la vez.

Una vez arriba, Lion insertó la tarjeta de su habitación en la ranura. La luz verde se encendió y la puerta se abrió con un clic.

—Pasa —le ordenó Lion.

Cleo entró y oteó el alojamiento. Era una suite como la de ella, con unas vistas espectaculares y una terraza privada toda de madera. Cleo observó dos copas de cóctel a los pies de las tumbonas.

Claudia y Lion se habían tomado algo mientras permanecían estirados o uno encima del otro en las tumbonas, pensó amargamente.

La cama estaba hecha e, increíblemente, ya no había ni rastro de las pertenencias de Mistress Pain.

—Vaya, se la ha llevado el viento —murmuró Cleo sintiéndose vencedora.

—La has echado tú —replicó él cerca de su oído y tomándola del brazo—. Vamos a ducharnos.

—Perfecto; dúchate tú primero, agente Romano. Yo me ducharé luego —dijo dejando su bolsa de juguetes y su látigo sobre la cama. No pensaba admitir que la orden le había puesto muy nerviosa. No iba a compartir nada más con Lion Romano a no ser que tuviera que hacerlo necesariamente como King Lion. Su doma finalizó en el momento en el que él la abandonó y la retiró del caso.

Lion desapareció en el baño y abrió el grifo multichorro de la ducha. Puso la música a tope; la canción de What goes around comes around de Justin Timberlake recorrió toda la suite. Recoges lo que siembras; y nunca mejor dicho.

Lion la había herido. Ahora estaba soportando toda su inquina.

Cleo no lo vio venir. Lion le tapó la boca y, amarrándola de la cintura, la arrastró hasta el baño.

Dentro, el agua hirviendo de la ducha empezaba a empañar las mamparas y los espejos. Ella abrió los ojos asustada y sacudió la cabeza para liberarse de su mano, pero entró con Lion, ambos vestidos en el interior de la ducha.

Él se llevó el índice a la boca ordenándole que callara.

—Te lo voy a decir solo una vez —gruñó constriñéndole los labios con los dedos y gruñendo en su oído como un perro rabioso—. Lo que hoy has hecho es un acto de indisciplina descomunal. Has puesto el caso en peligro; no sé ni cómo te has atrevido. No quiero ni que me llames por mi apellido. Soy amo para ti, ¿me oyes? A-M-O o SEÑOR. —Cleo lo miraba con atención a través de sus ojos verdes y húmedos por el agua salada del mar y ahora por la de la ducha—. No me fío de nada de lo que hay en estas instalaciones. Ni siquiera si tienen otro tipo de dispositivos de audio más avanzados y que mi lector no detecta. Así que conmigo guardas las formas, ¿entendido? Aquí y afuera.

Por eso Lion había puesto la música a tope y encendido el agua de la ducha. No quería que les oyeran.

—Jugarás conmigo, es lo que has querido. Bien, pues prepárate, porque el numerito de dominación que has hecho hoy es un mero juego de niños comparado con lo que puede esperarte.

Cleo lo empujó por el pecho y se liberó, gritando en voz baja.

—¡¿Y por qué crees que estoy aquí?! ¿Crees que pienso que esto es el cuento de Blancanieves y los siete enanitos? Soy muy consciente de lo que se hace en este lugar, pero puedo hacerlo. —Le volvió a empujar—. Me echaste del caso creyendo que no podía con esto. Me abandonaste. ¡Después de usarme durante cinco días! ¡Cinco! ¡¿Por qué?! —exigió saber.

—No te vi preparada —contestó honestamente.

—¿Preparada para abrirme de piernas o para cerrarlas? ¡No es nada del otro mundo! Las personas lo hacen constantemente. Es algo que he hecho incluso antes de conocerte, como todas las mujeres del planeta. El sexo no es nada nuevo para mí.

—Este sí. —La arrinconó de nuevo contra la pared—. ¿Qué crees que pasará cuando tengas que jugar con más de uno a la vez? ¿Crees que eso no va a pasar, niñata?

—No me insultes —le advirtió—. Haré lo que sea para llegar a la final. Soy mayorcita y, además, teniente de la división policial de Nueva Orleans. ¿No es suficiente para ti? —Él se quedó callado y bajó los ojos azules al suelo de madera de la ducha. Sus ropas estaban empapadas—. ¿Por qué lo hiciste, Lion? ¿Por qué me dejaste así de tirada? ¿Porque Billy Bob me atacó? ¿Porque te dio miedo? ¿Porque te sentiste culpable? ¡¿Pues adivina qué?! Soy policía y me atacan muchas veces. Me golpean, me tiran por el suelo y me apuntan con armas. Y no me asusto. No me asustaré aquí por ver a gente activa y sexual dominando y sometiendo a destajo. Puede que no esté a tu altura, amo —escupió sin respeto alguno—; mi manera de hacer el amor no es esa. Pero el sexo es sexo y puedo acostumbrarme. Serán solo unos días.

—No sabes lo que dices.

—¿Por qué lo pones todo tan mal? ¡Es lo que haces desde que tienes veinte años, Lion! Es tu manera de follar. ¡No solo lo haces tú: lo practican millones de personas con instintos dominantes y sumisos! ¡Lo puedo hacer yo también! ¡No pasa nada!

—¡Pero aquí no hay remisión! Los Villanos ya habrán puesto los ojos en ti, seguro que ya les gustas…

—¡Bien, ese es el plan! ¡Para eso me vinisteis a buscar!

—¡No! —gritó él golpeando la pared a su espalda, sobre la cabeza de Cleo—. Te vinimos a buscar para formarte y porque te parecías a tu hermana. Pero no eres Leslie y no estás tan preparada como ella. ¡Te dejas llevar por las emociones y no es bueno! ¡Por eso no te aceptaron en el FBI! ¡Lo echarás todo a perder!

Cleo dejó caer la mandíbula y lo miró ofendida.

—¿Lo echaré todo a perder? ¿Por qué? —levantó la barbilla temblorosa—. ¿Crees que me enamoraré de ti? Lo dudo, señor. Con las cosas que me has dicho, sé que no estoy a la altura de tus expectativas —admitió despreciativa—. Tengo emociones, pero no soy estúpida.

Ambos se miraron, conscientes de las cosas que se habían dicho en su noche de borrachera. Palabras que nunca debieron ser pronunciadas.

—Tu forma de ser no es buena para esto.

—Ah, claro ¿hay que ser un robot como tú? —sonrió incrédula—. ¿Es malo tener emociones, señor? —preguntó con voz débil—. Mi hermana también tiene sentimientos y corazón, ¿sabes?

—Lo… Lo sé —aseguró Lion.

—Entonces, ¿por qué Leslie podía meterse en todo esto y yo no?

—Porque ella es diferente a ti, pedazo de tonta —murmuró mirándola directamente a los ojos.

Cleo negó con la cabeza y tragó saliva. ¿Leslie era mejor?

Eso era todo. Bueno, ya sabía lo que Lion pensaba de ella, lo sabía desde que el sábado se levantó y leyó su impersonal nota. De acuerdo.

—Señor —Lion era su jefe. Punto y final—, estoy preparada profesionalmente para cualquier cosa. Mi hermana está en algún lugar de esta isla; estoy deseando encontrarla, y averiguar dónde están las demás personas con las que trafican. Y tengo tantas ganas como tú de resolver toda esta mierda. Voy a llamarte señor, no te llamaré por tu nombre, y, me guardaré de ser emocional.

—Tu doma no acabó. Hay que finalizarla o habrá cosas que te duelan demasiado si toca ejecutarlas —aseguró con voz penetrante—. ¿Estás preparada para eso?

—Sé que… Sé que todo lo que quieras hacer conmigo es para prepararme para las pruebas. No te diré que no a nada. Daré lo mejor de mí para que en ningún momento puedas insinuar que no estoy a la altura.

—Eso es lo que tienes que hacer. —Lion se retiró un poco, dándole espacio para respirar—. Estás en escena, no te olvides. Otro acto de indisciplina más y te juro que haré todo lo posible para que nunca puedas entrar en el FBI.

—Sí, señor. Aunque no sería la primera vez que alguien demasiado emocional es admitido en la Oficina Federal de Investigación —replicó Cleo sin mirarlo a los ojos—. Si no, que se lo pregunten a Billy Bob.

Lion abrió las aletas de la nariz y apretó los puños a ambos lados de las caderas. Era oír ese nombre y todos sus sentidos se despertaban, espoleados por el odio.

Cleo se abrazó mientras el chorro del agua le empapaba por completo, apretada contra la pared. Las cosas se habían aclarado, igual que se aclaraban los cuerpos bajo el agua.

La música seguía sonando y ellos ni siquiera se atrevían a moverse. El habitáculo se hizo demasiado pequeño para la enormidad de sus diferencias.

Lion creía que ella era una incompetente y que pondría en riesgo la misión.

Ella sabía que estaba más que capacitada para llevarla a cabo.

Había demasiado en juego, y mucho que demostrar.

—Desnúdate. Vamos a ducharnos.

—Sí, señor —contestó llanamente. ¿Qué más daba si la veía sin nada? La desnudez física no significaba nada comparada con la desnudez del alma. Y esas capas ya se las había quitado tres días atrás. No pensaba volver a hacerlo.

***

A las tres de la tarde, justo después de ducharse sin tocarse, habían salido del hotel, dispuestos a comer algo y a encontrarse con el equipo base. Necesitaban que les dijeran dónde habían guardado las armas y las provisiones para, llegado el momento, poder ir a por ellas.

Se habían puesto las pulseras falsas de Dragones y Mazmorras DS y, gracias a ello, puesto que llevaban un localizador especial, uno de los miembros del equipo estación acudiría a su encuentro.

Cleo y Lion seguían sin hablarse.

Aunque habían compartido un extraño momento después de salir del baño; uno de esos que dejaba a Cleo aturdida y la confundía respecto a la verdadera personalidad de Lion.

Él le pidió que se estirase en la cama y le embadurnó las marcas del látigo de Billy Bob con uno de sus ungüentos especiales. Sin miedo, acariciándola y frotándola con suavidad, dejando que el calmante fuera absorbido por la piel. Después de tanta tensión, ella agradeció ese cuidado y a punto estuvo de quedarse dormida.

Lion, por su parte, necesitaba tocar a Cleo; sin palabras, sin ese alejamiento fatalista que había entre ambos, provocado sobre todo por él, y alimentado por la rebeldía de ella. Aun así, no podía odiar a Cleo. Era un imposible.

Aquella chica no comprendía lo importante que era para él y, por otro lado, ¿por qué debía de hacerlo si Lion nunca le abrió su corazón?

Pero prefería que pensara que él la odiaba y la rechazaba a que supiera que lo que dominaba el salvaje corazón del león, era el más puro anhelo por yacer con su pareja.

Caminando por el puerto como dos turistas, Cleo se detuvo en el Beni Iguana’s. El dibujo del cartel era un reptil disfrazado de tallarín, con un pez en una mano y un cuchillo en otra. Le recordó a Ringo, al que había dejado a cargo de su madre, Darcy. Deseó y esperó que estuviera haciéndolo lo mejor que sabía, aunque odiase a todo animal que no fuera mamífero y pariera al estilo humano, como ella decía.

Lion leyó el cartel: «Beni Iguana’ s Sushi Bar Restaurante».

—Mira, un bicho como Ringo.

Cleo ni siquiera lo miró, ni le contestó su ya consabido: «Ringo es un camaleón».

—Me apetece sushi —sugirió subiéndose las gafas por encima de la cabeza y recogiendo el flequillo con ello.

Lion asintió y le indicó que pasara ella primero.

Por fuera parecía un local típico isleño: todo blanco con el marco de las ventanas de madera de color verde, y unas cuantas mesitas con sombrillas para tomar algo en la terraza.

Pero el interior no tenía nada que ver con su humilde fachada. Se trataba de un auténtico restaurante de sushi como el que podías encontrar en una gran ciudad. Tenía tres acuarios impresionantes que dividían los ambientes. Uno de esos acuarios era cilíndrico y estaba lleno de corales típicos del Caribe de diferentes colores y formas.

Decidieron sentarse en una pared cuyo relleno eran dos acuarios más rectangulares iluminados con focos azules y rosas. El mobiliario era todo blanco, y el sofá, que estaba reclinado, era de piel del mismo color.

Pidieron un plato de mejillones, que al parecer gozaban de gran popularidad; también una bandeja de Futo Maki, con variedad de combinaciones de arroz, verduras, fruta, pescado y muchas salsas para acompañar.

Para beber tomaron cerveza japonesa; la de Cleo con sabor a fresa.

—¿Cerveza con sabor a fresa? —preguntó Lion intentando iniciar una conversación.

—Sí, señor.

—Hum. ¿La has probado alguna vez?

Cleo se había llevado el teléfono a la mesa y estaba revisando su correo y su bandeja de llamadas entrantes. Siempre que abría el mail, tenía esperanzas de que fuera Leslie quien escribiera. Y cada vez que veía que no lo hacía, una losa de miedo y pánico se acunaba en su estómago.

—No, señor.

—¿Y si no te gusta?

—Por eso lo voy a probar, señor. —Dejó el iPhone sobre la mesa y se concentró en hablar del caso y no de gustos personales sobre cerveza—. Dime, ¿a cuánta gente conoces que esté en el torneo y que haya frecuentado los mismos locales que tú?

Lion apoyó la barbilla en una mano e hizo que se pensaba la respuesta.

—Hay unos cuantos, sí.

—¿Sharon, Brutus, Prince, Claudia…?

—Thelma. —Cleo arqueó las cejas de modo interrogante—. La he visto un par de veces en el Luxury y el Sons of the Evil. —Ambos clubs eran de BDSM—. Hay una pareja más de góticos, los dos muy rubios y con muchos piercings por todo el cuerpo. Ellos también son asiduos…

—Ah, sí, los he visto. Los vikingos. Él le ha hecho un fisting vaginal a ella.

—Sí. Se llaman Cam y Lex —sonrió—. ¿No te ha dado miedo haber presenciado algo así?

¿Ver cómo un hombre metía la mano entera en la vagina de una mujer y la masturbaba con el puño?

—Pues no, señor —revisó la carta de menú del restaurante—. La mujer parecía estar en éxtasis. Y no me sorprende. Esa parte de nuestra anatomía es muy muy flexible. Por ahí salen cabezones como el tuyo.

—¿Cómo dices?

—Nada. Tengo una pregunta sobre Sharon. ¿Puedo hacerla, señor? No te preocupes, no me importa si estuviste o no con ella. No haré preguntas de ese tipo.

Lion disimuló el impacto de esas palabras en su amor propio.

El camarero les sirvió los platos que habían pedido con una presentación impecable y les dio a elegir entre cubiertos o palillos japoneses. Los dos escogieron los palillos.

—Sharon es un ama, ¿verdad? —preguntó Cleo quitándole el papel de envolver de los palillos.

—Sí.

—Pero es como tú. No tiene ni sumisos, ni sumisas. No posee a nadie; juega con todos.

Lion dio un sorbo a su cerveza. No le gustaba el tono que adoptaba Cleo para hablar sobre ello. Parecía que despreciara sus actitudes, que no las respetara.

—Sí. Básicamente.

—Y me he fijado en que, básicamente, no permite que nadie la toque ni que le den placer. Todos procuran mantener las distancias, aunque obedecen sus órdenes y ella puede tocar a todo el mundo… ¿Por qué? ¿Es como Dios?

—Hace unos días te dije que cuando un amo entrega su corazón, lo hace para siempre, aunque no tenga a esa persona con él o con ella. Una vez lo entrega, no se lo da a nadie más, sea o no sea correspondido. Sharon ya no tiene corazón. Y ni siquiera creo que lo pueda recuperar, porque el hombre que lo poseía, lo trituró —contestó con el rostro sombrío.

Vaya. Eso sí que le interesaba. La mujer de las nieves, la diosa apocalíptica, había entregado su corazón… ¿A quién?

—¿De qué os conocéis? —Tomó un mejillón con los dedos y se lo llevó a la boca.

—Dámelo. —Se lo pidió porque sabía lo mucho que ella odiaba compartir la comida.

Cleo miró el mejillón y después a él. Sonrió dócilmente.

—Claro, señor. Toma —se lo ofreció, poniendo la otra mano libre debajo para que no gotease salsa.

Lion abrió la boca y esperó a que ella lo alimentara como a una cría de avestruz, sabiendo lo mucho que le molestaba.

—Es una historia larga y sórdida —explicó sirviendo los rollos de arroz a Cleo antes que a él—. ¿Quieres uno de cada?

Cleo resopló.

—Hay veintiocho rollos de arroz, señor. Uno de cada son solo cuatro; ponme al menos dos de cada. Estoy famélica.

Lion se mordió los labios para no echarse a reír.

—Cuéntamela —le pidió Cleo interesada—. Tenemos tiempo.

—Sharon vive en Nueva York desde hace tres años, pero su familia es de Nueva Orleans. Nos conocemos desde hace unos cinco años, más o menos. —Caray, todas las perlas salen de ahí.

—Sí. Solo hay que verte.

Touché, señor —contestó llanamente—. ¿Cuándo te dieron el caso de Amos y Mazmorras sabías que Sharon era la Reina de las Arañas?

—Sharon era conocida en el BDSM como una de las amas más importantes del ambiente. Ha dejado muchos corazones rotos y ha hecho suspirar y claudicar a hombres muy importantes. Pero fue una casualidad que ella estuviese en el rol como Reina de las Arañas. El rol no tiene más de dos años de vida y participa mucha gente del mundillo. A ella ya la conocían; y Sharon, simplemente, aceptó el papel.

—Ignorante de todo cuanto acontece entre las bambalinas de los Villanos…

—Sí.

—Así que fue una casualidad que tú estuvieras en el mundo del BDSM y te otorgaran el caso… ¿Estaba escrito en las estrellas, señor?

—Vigila el tono, esclava, no me gusta. Y tengo muchas, muchas ganas de castigarte. No me olvido.

—Haz lo que debas, señor —replicó sin dar importancia a sus amenazas—. ¿Entonces, erais buenos amigos ella y tú?

—Sí. Bastante buenos.

—¿Lo seguís siendo?

—Digamos que siempre recordaremos lo buenos amigos que fuimos. Pero, ahora, las cosas han cambiado. Nos respetamos e intentamos que el dolor del pasado no nos salpique.

—Oh, y apuesto a que hubo mucho dolor.

Cleo engulló una bola de arroz entera y cerró los ojos muerta de gusto. Se perdería en el sabor del pepino y el mango en vez de claudicar y lanzarse a preguntarle por el sexo que, seguramente, habían tenido él y Sharon. Sharon seguramente estaría destrozada porque Lion no se había quedado con ella.

Lion la estudió e, irremediablemente, y como le sucedía siempre que estaban juntos, se puso duro. Cleo llevaba un vestido marinero entallado y precioso, con unos zapatos de aguja que despertarían los anhelos de cualquier fetichista. Cleo Connelly sabía mantener el tipo altivo de Lady Nala, dentro y fuera de la mazmorra. Tenía estilo, sí señor. Pero con él ya no era ama, ahora era su sumisa.

—¿Se acabó tu curiosidad por Sharon? ¿No me quieres preguntar nada más? —indagó esperando otra pregunta de cariz más personal.

—No. Lo que hayas hecho con ella no me importa. —Dio un sorbo a su cerveza de fresa—. Jo-der, ¡sabe a fresa de verdad! ¡Esta bueníiiiiisima! —exclamó.

—Dame.

—¡Claro, señor! —Estaba actuando. No le apetecía nada compartir las cosas con Lion. Ahora iba a mancharle la boquilla de babas, como si lo viera… Y lo haría a propósito.

Él la miró de reojo. Se llevó la cerveza a la boca y metió la lengua dentro de la boquilla para beber.

Cleo mantuvo una inconmovible sonrisa.

—¿Rica, verdad? —preguntó quitándosela de las manos y llevándosela de nuevo a la boca.

—Sabe a ti.

Cleo dejó la botella en la mesa con un sonoro golpe seco. Eran esas respuestas las que le incomodaban.

Lion sonrió de un modo indescifrable.

—¿Y qué le hiciste a Prince? —prosiguió con su interrogatorio—. ¿Por qué ese hombre tan guapo está tan disgustado contigo? —No quería parecer agresiva; pero estar en compañía de Lion Romano provocaba esa reacción en ella—. ¿Es verdad o no que te metiste en la cama de su mujer?

El rostro de Lion se tornó pétreo, endurecido por completo, y la miró sin ningún respeto.

—¿Crees que me follo a todo lo que se mueve, nena? Sé que no tienes una buena opinión de mí. Pero te dije hace tres días que no era ese tipo de hijo de puta. Y te lo vuelvo a repetir: Prince estaba equivocado respecto a su mujer y creyó lo que quiso. Él miró, pero no vio la realidad.

—Qué interesante —repuso—. Cuánto misterio. Me estoy dando cuenta de que, al final, tus amigos se alejan de ti, ¿no, señor? —ácida. Muy ácida—. ¿Con mi hermana te llevabas igual de bien que con los demás? Espero que no y que a ella la cuidaras mejor.

—No la cuidé bien, Cleo. Se la llevaron —gruñó dolido por sus palabras—. ¿Es eso lo que quieres oír?

Las palabras se atoraron en su garganta.

—No —se calló de golpe.

—Cuando la encuentre, podrás preguntárselo tú misma. Pero siempre he respetado a Leslie y la he querido como a una hermana. ¿Entiendes? Cuando entró en el caso les expliqué, tanto a Clint como a ella, quién era y lo que era. Y ellos se aprovecharon de eso para saber interpretar mejor sus papeles. Les ayudé en lo que pude.

Cleo asintió con la cabeza y decidió quedarse callada y seguir comiendo.

—Seguro que entre las clases de Susi y tus consejos —comentó más suavemente—, Leslie se convirtió en una excelente sumisa.

Lion se echó a reír sin muchas ganas.

—¿Sumisa? Tu hermana Leslie no entró como sumisa. Entró como ama. Clint era su sumiso.

***

Cleo dejó caer los palillos en el plato. ¿Leslie un ama? Eso le cuadraba mucho, mucho más. Su hermana tenía un carácter demasiado rebelde. Prefería someter a que la sometieran, estaba acostumbrada a mandar. Sí, esa era su hermana, recordó con orgullo.

—Pero yo pensaba que…

—Leslie entró al rol como ama. La Reina de las Arañas la invitó al torneo por sus dotes de dominación.

Cleo se repasó las cejas con los dedos.

—Estoy un poco confusa.

—No. No lo estás. Ella es la Connelly ama, y tú la Connelly sumisa.

—No es verdad. —Levantó la cabeza de golpe—. La diferencia es que ella tuvo mucho tiempo para prepararse y tuvo donde elegir. A mí me obligaste a estar contigo.

—No te obligué. Consentiste.

—Yo consentí a que me obligaras, señor.

—Yo te quería fuera de aquí —levantó la voz.

—No hace falta que me lo digas más veces —replicó con amargura.

—¿Collares? ¿Pulseras? ¿Anillos?

Los dos levantaron la cabeza al mismo tiempo para decir que no. Pero el hombre que vendía baratijas era muy conocido por Lion. Se trataba de Jimmy, un agente del FBI.

—Claro que sí. Déjame ver. —Lion estudió la maleta con joyas.

—Los rojos y negros son los que más combinan —dijo el vendedor ambulante, con gafas de sol, pelo y barba rubia como la de un surfista.

Cleo estudió la bisutería como una chica enamorada. Saltaba a leguas que ese era el contacto del equipo estación de la misión; y ella sabría fingir como el que más.

—Cogeré este y este —Lion señaló los collares rojos y negros como él le había sugerido. Y las pulseras de cuero que tenían calaveras y cofres.

—También vendo móviles —aseguró arqueando las cejas. En la parte inferior de la maleta había un HTC negro de pantalla táctil. Lion lo cogió—. Es muy bonito. Quiero los collares, estas pulseras, estos dos anillos y el teléfono.

Las parejas de alrededor los miraban extrañados.

Cleo sonrió a los de al lado y les dijo en voz baja y guiñándoles el ojo.

—Hoy está espléndido.

***

Cuando llegaron a la habitación del hotel, tenían un sobre azul en el suelo, en la entrada de la habitación. Lo habían pasado por la ranura inferior de la puerta.

Cleo se agachó y lo tomó entre las manos, abriéndolo con impaciencia.

—¿Qué pone? —preguntó Lion.

—Esta noche nos invitan a una cena en el castillo del pirata Barba Roja. A las nueve y media. Vendrá una limusina a recogernos a las nueve.

—Perfecto —asintió Lion dejando la bisutería y el teléfono táctil sobre la cama.

—Podríamos llamar a Thelma para que Nick nos acompañara.

—Sí. Preguntaremos en qué habitación se hospedan y les llamaremos.

Cleo dejó la nota sobre la mesa de la entrada y se sentó en la cama al lado de Lion, revisando las pulseras de cuero con abalorios plateados en forma de calaveras y cofres, y los collares con medias lunas huecas por dentro y que tintineaban como si tuvieran algo en su interior. Cogió las dos pulseras de cuero y abrió los adornos en forma de cofre, pues no estaban bien fijados a la correa. Los levantó y encontró que cada uno de los cofres contenía pequeños micros. Cleo sonrió.

—Se las saben todas.

Lion levantó la mirada de la pantalla del HTC y le mostró el teléfono.

—Es un mapa completo de la isla. Los puntos rojos son las cámaras que abarcan todas las zonas. Si le das con el dedo encima de cada uno de los puntos, se abre la grabación a tiempo real y ves todo lo que está pasando: entrada y salida de barcos, movimientos extraños en las islas… Incluso tiene zoom. Pero necesitan botones espías para poder grabar mejor las caras de todos los participantes y utilizar el programa de reconocimiento facial.

—Lo que hay en las pulseras de cuero son micros espías —señaló Cleo entregándole las pulseras negras—. Estas las puedes llevar tú, son más de chico —sugirió con una disculpa—. Y lo que hay en los collares de lunas plateadas y piedras rojas deben ser los ojos espía con la cámara integrada —Cleo abrió las lunas huecas y tomó el diminuto objeto entre los dedos—. Aquí están. Madre mía, son diminutas, casi imposibles de detectar.

—Se hacen para eso. Para que no las vean.

Ella entornó los ojos y se enrolló el collar alrededor de la muñeca, como si llevara varias pulseras.

—Esta noche, cuando estemos en la cena… —Lion siguió trasteando el teléfono. En la agenda solo había dos teléfonos de contacto. El de Jimmy, como equipo estación, y el de otro más, como refuerzo—, debemos grabar todo lo que esté a nuestro alcance. El coche estación lo captará todo, recibirá la grabación de los ojos y del audio. No sabemos quién va a ir esta noche a la cena y nos irá bien que tengan a toda la gente controlada.

—De acuerdo.

—El FBI tiene una lista de los nombres de todas las personas que han llegado a la isla entre ayer y antes de ayer. Con los ojos de halcón y el programa de reconocimiento facial, comprobarán sus verdaderas identidades. Y nos avisarán de las anomalías que hallen.

—Bien —asintió con competencia—. Entonces, si no hay nada más, señor, me voy a preparar para la cena.

—No va a ser una cena cualquiera —murmuró repasándola de arriba abajo—. Prepárate para cualquier cosa. Debes llevar el collar de sumisa, y…

—Sí. Lo sé. No pienso salirme del papel. No sufra, señor.

Pero Lion lo hacía.

Sufría porque Cleo estaba completamente expuesta a las miradas de todos; y era un caramelo demasiado apetitoso como para respetarlo.

***

Castillo de Barbanegra

Las vistas desde la torre del homenaje eran impresionantes; podías ver todo el conglomerado de islas alrededor de Charlotte Amalie, además del pequeño hotel, tres pequeñas piscinas y el restaurante que rodeaba la base del castillo. «Cuánta belleza», era en lo que pensaba Cleo. Miró hacia arriba desde las mesas que habían dispuesto alrededor de las piscinas, cerrando aquella zona de cara a los clientes habituales, como si fuera un coto privado.

Un speaker uniformado de pirata, que les había hecho una pequeña ruta por la fortaleza, les explicó que antiguamente el castillo se construyó como un faro para proteger el puerto, y que lo llamaron Skytsborg, y era utilizado, básicamente, como una especie de atalaya que oteaba navieros enemigos.

Edward Teach, el malvado Barbanegra, a partir de 1700 decidió utilizar el Skytsborg para sus propios fines de piratería y, desde entonces, el castillo adoptó su nombre.

Cleo y Lion compartían mesa con Thelma, Louise y Nick pero, además, se les añadió la pareja de rubios nórdicos llenos de piercings. Los vikingos Cam y Lex. Vestían de negro, excepto ella, que llevaba tonalidades violetas oscuras.

Nick llevaba una camiseta roja y unos tejanos desgastados azules claros. Y, como accesorio, el collar de perro de Thelma. Louise a su lado, llevaba un liviano vestido negro que seguía su elegante silueta, pero la máscara de cabeza entera que cubría su rostro y su pelo la asexuaban por completo.

—¿No tienes calor, Louise? —Cleo quería hacerle saber a Thelma que, en verano, no era aconsejable matar a las personas de asfixia.

Sophiestication se sobresaltó ante la pregunta. Fue un gesto leve y raudo, pero tanto Cleo como Nick se dieron cuenta de ello. La enmascarada negó con la cabeza rápidamente y siguió con la cabeza gacha. Ni siquiera mostraba sus ojos. Eso sí que era sumisión. Entregar su cuerpo y su persona al placer de otro.

Cleo se sintió mal por Louise pero, por otro lado, era su decisión jugar así, de manera que tampoco podía hacerle nada.

Además, ¿qué iba a decir ella? Si también llevaba un collar de perro al cuello, y Lion tiraba de la cadena de vez en cuando solo para enervarla. Eso sí: su collar llevaba un ojo de halcón incrustado en la hebilla y servía para algo más que como objeto de dominación.

—¿Lo habéis oído? —cuchicheó la rubia heavy.

—¿El qué, Cam? —preguntó Thelma.

—Dicen que los Villanos están en la torre del homenaje. Quieren ver de cerca a los participantes y han traído regalitos —sonrió, estirando sus labios morados de modo perverso.

Cleo, Nick y Lion se pusieron alerta.

Lion miró hacia arriba disimuladamente.

—Yo he oído que ellos mismos traen sumisos para que el personal se entretenga con ellos —murmuró Thelma muy interesada.

—Francamente, a mí esta parte del torneo no me interesa —dijo Cam, colocándose los pelos de la cresta en la misma dirección—. Prefiero la acción.

—Y la tendrás —aseguró Lion—. Los organizadores han preparado juegos para los invitados.

Cleo tragó saliva e hizo repiquetear el tacón de su zapato descubierto contra el suelo.

—¿Qué tipo de juegos? —preguntó Cleo con tono gatuno, mirando a su «amo» de reojo.

—Jugaremos a las damas —soltó Lion provocando las risas de la mesa.

Cleo entrecerró los ojos y le miró a través de sus gruesas pestañas.

—Genial, señor. Nos iremos comiendo las fichas los unos a los otros.

Lex se echó a reír y aplaudió a Cleo.

—Si me contestaras a mí así, nena, ahora mismo te pondría sobre mis rodillas y…

—Una palabra más, Lex —Lion le cortó rápidamente, sin rastro de humor—, y tú y yo tendremos un problema.

Lex sonrió y pasó el brazo por encima de Cam.

—No osaría jamás mear en tu territorio.

Cleo intentó no poner los ojos en blanco al escuchar aquel comentario. Ella no estaba en territorio de nadie; estaba ahí porque quería. Y Lion no podría controlarla ni dominarla jamás porque nunca volvería a ser tan tonta como para entregarse a él. Punto y final.

—Bienvenidos a todos a esta noche de piratas y barbudos —anunció Sharon frente a la tarima de la piscina principal. Llevaba un corsé despampanante y una falda corta con volantes. Los tacones eran mucho más altos que los de Cleo—. Hoy tenemos visita —Miró hacia la torre del homenaje—. ¡Nuestros villanos os están vigilando! —exclamó sonriente y saludando a las águilas enmascaradas que se asomaban para ver a sus presas—. ¡Un aplauso para ellos!

Cleo aplaudió sin ganas y tampoco atinó a ver a nadie con claridad, pero estiraba el cuello para que la cámara grabase todo lo que pudiese.

—Bien. Después de la cena, haremos un juego a petición de los Villanos —continuó la Reina de las Arañas—. ¡Un desafío para todas las parejas!

Lion no atendía a las palabras de Sharon. Él tenía la vista azul oscura fija en la torre del homenaje. Tenía a los Villanos a tiro de piedra, pero no podía hacer nada contra ellos sin pruebas fehacientes de que ese grupo de gente elitista traficara con personas.

—¡Mientras tanto, un precioso harén de pura sangres facilitado por los villanos está dispuesto a hacer las delicias de los comensales! O bien. —Levantó el brazo y señaló el escenario iluminado por los focos—. ¡Podemos cenar y disfrutar de los espectáculos que nos ofrecen nuestros Amos del Calabozo con sus deliciosas sumisas!

Alrededor de la piscina, empezaron a desfilar mujeres y hombres vestidos con arneses de poni de cuerpo y cabeza, colas de caballo, con los pechos y los torsos expuestos y las braguitas y slips de cuero negros, caminando a cuatro patas. Animal play. Parecían desinhibidos y felices con lo que hacían. Algunos gemían, otros aullaban, meneaban el trasero y movían la cabeza del modo en que relinchaban los caballos de verdad.

—¿Quiénes serán? —preguntó Thelma muy interesada por las identidades de las potrancas.

Al mismo tiempo, los camareros desfilaron acompañados de la música de Never gonna say I’m sorry de Ace of Base.

El espectáculo había comenzado.

***

Cleo, Nick y Lion apretaron los dientes y se esforzaron por mantener el control. Si los facilitaban los villanos y era un regalo para los comensales, probablemente, muchos de esos sumisos, sino todos, no estaban ahí por propio gusto. Aunque tampoco podían demostrar nada en aquel momento.

Cleo se obligó a mirar a todos y cada uno de los caballos que paseaban por la piscina y caminaban alrededor de las mesas. El ojo de halcón tenía que grabarlos; pero dudaba que, con aquellos malditos arneses que les cubrían la cara, el programa de identificación facial pudiera averiguar quiénes eran.

Estaba desesperada, buscando los rasgos de Leslie entre ellos. ¿Estaría allí? ¡Por Dios! Tenía ganas de levantarse de la mesa e ir, sumiso por sumiso, para encontrar a su hermana mayor.

Lion puso una mano caliente y calmante sobre la de ella. Se la tomó y la besó en el interior de la palma.

—Tranquila —susurró de un modo que solo ella pudiera oírla—. Tranquila, leona. Está bien…

Cleo encontró en los rasgados y enormes ojos de Lion un sosiego para su ansiedad. Sí. Necesitaba calmarse y mantener la serenidad. El primer paso ya estaba dado.

Estaban en el torneo. Los Villanos también habían llegado a la isla. Habían traído a sus propios sumisos; y ahora los ofrecían como carnaza.

Mientras intentaban cenar, los tres agentes infiltrados observaron los ejercicios de dominación que ejercían los cuatro Amos del Calabozo con sus sumisas.

Cleo estaba a caballo entre la angustia y la fascinación.

En otro tiempo, habría pensado que todos aquellos métodos de castigo sexuales se practicaban para torturar; que el fin era el maltrato. Pinzas para pezones, pinzas clitorianas, espuelas puntiagudas que se pasaban arriba y abajo por la vagina, electricidad… Dios, eran tantas cosas las que estaba viendo que no podía asimilarlo todo. Días atrás habría girado la cabeza y, seguramente, hubiera buscado un teléfono para hacer una denuncia y llamar a la policía.

Ahora solo tenía que ver la humedad entre las piernas de las mujeres y las erecciones de los hombres para darse cuenta de que disfrutaban con lo que les hacían.

Aun así, siempre creyó que la gente del BDSM estaba mal de la cabeza.

Pero allí había gente muy cuerda y competente; con gustos sexuales excéntricos y dominantes, sí. Pero no había psicopatías de ningún tipo, no había demencias.

Les gustaba dominar y someterse.

Punto y final.

Del mismo modo que a otras personas les gustaba hacerse tatuajes o piercings; y a otros les encantaba practicar deportes de riesgo o, incluso, a muchos otros, que preferían tener sexo en grupo a hacerlo solo con una pareja… A esas personas del BDSM, dominantes y sumisos, les gustaba aquello.

Y Cleo estaba descubriendo que no le desagradaba. Lo que odiaba y lo que le repugnaba era el móvil que otras personas, como esas que estaban en la torre del homenaje, utilizaban para someter.

¿Querían probar solo el efecto de la droga afrodisíaca? ¿Querían venderlos como esclavos sexuales? ¿Qué mierda hacían con ellos?

Se hacía todas esas preguntas; mientras, Lion no le soltaba la mano en ningún momento y la acariciaba hipnóticamente con el pulgar sobre su dorso. Arriba y abajo, en círculos… De vez en cuando, la miraba de reojo y le sonreía. Y a Cleo, estúpidamente, se le caía el mundo a los pies; porque estaba decidida a pensar que Lion era un puto egoísta que solo pensaba en él y que ya había decidido hacía mucho tiempo, que ella era una incompetente. Pero si intentaba calmarla y darle apoyo moral como hacía en ese momento, ella perdía las fuerzas para seguir odiándolo. Porque era mujer. Mujer y enamorada.

—¿Necesitas algo, Lady Nala? —preguntó Lion acercándola demasiado a su cuerpo.

Ella negó con la cabeza.

—No has comido mucho. —Observó con ojos brillantes tomando el tenedor y cogiendo un trozo de carne de langosta—. Abre la boca.

—Me he comido la ensalada de cangrejo, señor —repuso ella.

—Abre la boca —repitió achicando los ojos.

Cleo obedeció y él la alimentó delante de todos, mientras se miraban de un modo casi sucio. Ella ya sabía comer sola, pero a Lion le gustaba interpretar ese papel.

El agente fijó la mirada en la comisura de su labio.

—¿Qué? —preguntó ella.

Lion la tomó de la nuca y, acercándola a él, le pasó la lengua por aquella zona de sus labios que había estado observando. Y, después, presionó sus labios ahí, como si la estuviera besando.

Cleo se quedó inmóvil y sumisa. Sumisa nunca mejor dicho. Lion iba a montar su numerito y ella debía mantener el tipo.

—Así que los MVP de hoy están haciendo las paces.

Prince se quedó de pie detrás de Cleo y los estudió con interés. La camiseta de tirantes blanca y el pantalón de cuero fino le daban un aspecto típico de ángel del infierno. Sus ojos negros miraban perdonando la vida de todos. Y tiraba de los arneses de dos mujeres que iban a gatas detrás de él.

Cleo miró a uno y a otro y supo que Lion lo había vuelto a hacer: la besaba porque el otro amo amenazador se dirigía a ellos. Y estaba marcando territorio, como los perros.

—Lady Nala —la saludó con una reverencia—. Al final, no me has hecho caso y hoy has luchado por King. Encomiable —repuso dando un profundo sorbo a su copa de vino blanco—. Mistress Pain no ha debido tomárselo nada bien.

—Seguro que no —repuso sabiendo que estaban llamando la atención del resto de los comensales—. ¿Disfrutas de la velada, Prince?

—Disfruto. —Miró a sus dos conquistas—. Pero he pensado que King podría disfrutar también. ¿Te parece bien, Lady Nala?

Cleo apretó los dientes y se relamió los labios. ¿Que Lion jugara con otra delante de ella? Mejor no. Ojos que no ven, corazón que no siente.

—Ups, ¿veo celos en esa caída de ojos? —Prince sonrió.

Cleo percibía la mirada penetrante de Lion en ella. Tenía que reaccionar. ¿Cómo haría una sumisa para responder a eso?

—Si mi señor disfruta de ello, que haga lo que le plazca —contestó recatadamente sin mirar al agente Romano.

—En realidad —Lion tomó uno de los arneses de las dos sumisas. Escogió a la de pelo castaño recogido en una coleta bien alta y estirada. La hizo levantarse y sentarse sobre sus rodillas. La mujer estaba encantada y parecía sentirse en el limbo—, Lady Nala no tiene poder para decidir lo que debo hacer y lo que no. ¿Verdad?

Cleo no quería mirar. Aunque, por otro lado, le estaría bien hacerlo.

Nick bajó la mirada a su plato mientras recibía las atenciones de Thelma.

—Mírame y respóndeme, esclava. —Lion tiró de la cadena de Cleo y le obligó a echar un vistazo. Ahora mismo, estaban en el ojo del huracán. Lion debía representar el papel de amo inflexible lo mejor que supiera. No podía permitir que los Villanos, que miraban hacia abajo con pequeños prismáticos, supieran que él era en realidad el verdadero sometido de esa relación. Los puntos débiles mejor ocultarlos. Además, necesitaba comprobar hasta qué punto Cleo era consciente de lo que estaba haciendo.

—No, señor —contestó Cleo afectada.

—Bien. Mira. —Le ordenó.

Cleo parpadeó y clavó sus ojos verdes de hada en él. El kohl, del mismo color, le hacía parecer magnética, y la sombra más oscura dotaba de profundidad su mirada. Se obligó a hacer de tripas corazón y observar cómo Lion jugaba con otra mujer ante ella.

Lion acercó el rostro de la sumisa al suyo, acariciándole la mejilla. Después, rozó sus labios con el pulgar, y los ojos vidriosos del caballo se cerraron por el placer.

—Abre la boca —le pidió.

Cleo dio un respingo. Esa orden era la misma que le había dicho a ella anteriormente.

La sumisa aceptó; y, cuando lo hizo, Lion coló el pulgar en su interior. Tenía la boca muy húmeda y caliente. Entonces descendió sus labios sobre los de ella y la besó. Le metió la lengua en su interior y degustó su sabor.

Sí, era exactamente lo que él ya sabía.

El popper se usaba con inhalador, y el sabor extraño y mentolado persistía en el aliento y en la lengua de la sumisa. Siguió besándola mientras la mujer se frotaba contra él y luchaba por rodearle el cuello con las manos.

Cuando verificó el sabor de la droga, la apartó e hizo que se levantara de su regazo.

Prince sonrió al ver el rostro de Cleo. Esa chica sentía algo por el amo Lion. Las emociones reales no podían ocultarse así como así; y él, que intentaba no expresar sus sentimientos, era un especialista en eso.

Estaba claro que King no era indiferente a Lady Nala. Lo sabía por el modo que tuvo de mostrarla a los demás en la mansión LaLaurie como diciendo: «¿La veis? Pues ni os acerquéis». Algo había sucedido entre ellos para que no acudiesen juntos al torneo; pero, fuera lo que fuese, lo estaban solucionando durante la competición; y esos tiras y aflojas, esas provocaciones abiertas lo único que querían decir era que la llama estaba prendida.

¿Cómo la iban a domar?

Dependería de ellos.

Sharon pasó al lado de Prince como si este no valiera ni para mirarle los zapatos. Prince ni siquiera la observó.

La Reina de las Arañas, que había visto el beso de Lion con la sumisa, se acercó a la mesa de los agentes infiltrados y levantó la barbilla de Cleo.

Cleo parpadeó, todavía molesta y confusa por lo que su jefe de misión había hecho. Sus ojos verdes brillaban entumecidos.

Aquella fue la primera vez que Sharon le dirigió una sonrisa empática e, incluso, cariñosa.

—Siempre puedes sacar las garras, leona —musitó con dulzura.

Era de las pocas veces que Cleo se había quedado sin palabras, sin saber cómo reaccionar. ¿Qué hacía? ¿Le tiraba el vino por encima a Lion? ¿Le insultaba y le decía todo lo que pensaba de él delante de todos?

No. No podía hacer eso. Solo tragarse el orgullo como sumisa y como mujer, y aceptar que, si a Lion le apetecía seguir con su juego y liarse con dos mujeres a la vez solo para molestarla y para demostrar que era tan amo como el que más; entonces, lo haría. Y ella tendría que asumir su situación, por mucho que le hiriera o le pesara.

Porque había aceptado que Lion no la quería, y que ella haría lo posible por seguir en el caso: fingir y actuar como la mejor. Pero ella estaba enamorada de verdad de Lion; y el dolor subyacía bajo la piel. Y podía ocultarlo, pero nunca engañarse a sí misma.

Lion apretó los dientes pero se obligó a sonreír con frialdad.

—¿Qué quieres, Sharon?

La rubia le dirigió una mirada de desdén, como la mayoría que dedicaba al resto de los mortales. Estaba enfadada con él.

—Estoy aquí por el juego —explicó la domina—. Voy haciendo preguntas a las parejas más populares. Y resulta que tú y Lady Nala estáis en boca de todos; y, a tenor de lo que acabas de hacer, insistes en estarlo. Así que, os toca a vosotros.

—¿Qué tipo… —Cleo se aclaró la garganta—. ¿Qué tipo de pregunta es? ¿Y quién se ha inventado este juego?

—Verás, guapa —contestó Sharon mirando a la torre del homenaje—. Los Villanos quieren diversión. Les gustáis —se encogió de hombros mientras le acariciaba el pelo rojo que caía por sus hombros—. El torneo es de ellos; y si les apetece inventarse una nueva regla esta noche, lo harán.

—¿De qué va el juego? —Lion se rascó la barbilla.

Sharon sonrió y arqueó una ceja rubia.

—Solo una pregunta para cada uno. Contestadlas bien y no os pasará nada. Contestadlas mal… Y os pasará lo mismo que a Brutus y a Olivia. —Señaló el escenario en el que había un amo enorme y musculoso, con una cresta de color castaño y un antifaz negro que cubría sus pómulos altos y sus ojos amatistas muy claros. Estaba tatuando al amo y a la sumisa—. Os marcarán como pareja.

Cleo cerró los ojos y suspiró. Mierda.