Capítulo 4

«Llegamos a un mundo fantástico lleno de seres extraños. Y el Amo del Calabozo nos dio poderes a todos».

Oman-Great Saint James

Territorio de los Monos voladores

Día 1

La isla Great Saint James era virgen por completo. De espesa vegetación verde, playas de arena blanca y mares completamente transparentes.

Habían bordeado el islote con las motos hasta vislumbrar la bandera roja de la que hablaba el loro de Johann.

Un voluntario del torneo custodiaba la insignia roja con las letras D&M selladas en dorado. Se encargaba de felicitar a todos los que iban llegando y obtenían el cofre. A los pies del voluntario, vestido solo con un bañador negro, se hallaba una caja del mismo color con cadenas de plata. Y una llave.

Lion le exigió la llave y él se la dio.

Abrió el cofre. En su interior reposaban cinco cajas pequeñas.

—Escoged solo una —ordenó el chico con piercings en la cara—. Cuando hayáis revisado lo que hay contiene, seguid este camino que os conduce al bosque —señaló las antorchas que formaban una guía hasta que desaparecían entre los árboles y la vegetación—. Os llevará a la mazmorra de Oman. Allí os esperan el Oráculo, el Amo del Calabozo y las Criaturas. Suerte.

Cleo estaba nerviosa y rezaba por conseguir la combinación que deseaba. De eso dependía el éxito de su plan.

Abrió la caja y encontró una carta que valía por una llave que la liberaba del calabozo. La debía canjear con el Amo del Calabozo. Y también cuatro cartas más y un objeto.

Objeto: Figura protagonista. El Mago.

Cartas Cantidad: +50

Carta eliminación.

Carta Uni.

Eran muy buenos naipes. Había salido la principal, la que necesitaba para iniciar su jugada, pero le hacía falta una más. Solo una y podría devolvérsela a Lion doblada.

—Son buenas, lady Nala. Pero te falta la carta Switch. —Nick se pasaba las cartas entre las manos.

—Sí, ayúdame a intercambiarla.

—¿Por cuál?

Estudió las cartas y objetos que poseían. Solo podía desprenderse de una y eligió la carta Uni. La que invocaba al Amo Uni y los libraba de las Criaturas.

—¿Estás segura? Es una buena carta, ama.

—Sí. Averigua si alguien tiene la carta Switch.

Thelma y Miss Louise Sophiestication habían sido una de las cinco parejas agraciadas con la suerte de hallar el cofre el primer día.

La pareja lésbica sonrió al ver que Lady Nala y Tigretón se acercaban con una carta en mano.

—No me lo digas. —El ama rubia llevaba un moño alto muy bien recogido, los labios pintados de un rojo chillón y unas gafas negras de aviador. Vestía un biquini de látex con shorts muy ceñidos—. ¿Quieres cambiar cartas, lady Nala?

—Así es, ama Thelma —contestó con serenidad.

—¿Qué me ofreces?

—¿Tienes la Switch?

Thelma frunció el ceño y desvió la mirada intrigada hacia Nick.

—¿Tigretón quiere jugar a dominar?

Nick permanecía con los ojos clavados en la arena blanca.

—Mi pequeño no desea controlar a nadie. Pero puede que necesite un cambio de aires…

—Oh, vaya… —Thelma hizo un mohín—. ¿Tan pronto lo vas a despedir? ¡Si ni siquiera ha empezado la prueba! ¿Problemas de alcoba?

«No lo voy a despedir. Pero si me uno a Lion, Nick quedará suelto y caerá en manos de las criaturas o de las crías de la reina Araña. Él desea estar ahí, y puede que dé con información valiosa».

—No está siendo muy obediente. A lo mejor el sol tropical le está afectando —anunció Cleo sonriendo desdeñosamente.

—Y eso que vienes de la selva, guapo —murmuró Thelma evaluándolo negativamente.

—Te cambio la carta Switch por la carta Uni —Cleo estudió a la sumisa de Thelma. Esta se removió y pareció asentir con la cabeza.

Cleo entrecerró los ojos y, entonces, Thelma dijo muy segura de sí misma:

—¿Vas a desechar a tu sumiso?

—Sí. Es posible. Las Criaturas se harán cargo de él hasta la final del torneo.

—Entonces te ofrezco otra cosa.

—¿Qué?

—Te doy la carta Switch que tengo, a cambio de Uni…

—Claro.

—Y… —Le advirtió con la mirada que no había finalizado—, de tu sumiso Tigretón.

—¿Cómo? —inquirió sin comprender. A Thelma y a Louise no les importaba que otra persona se uniera a sus juegos. ¿Querían tener a Nick?

—No necesitas preguntarle. Es tu esclavo, Lady Nala —aseguró Thelma ofreciéndole la cartas witch.

Cleo miró la carta, y después estudió el semblante de Nick. Él seguía con el rostro inclinado, pero vio como le guiñaba disimuladamente el ojo izquierdo. Eso era un sí. ¿Sí?

—Salgo perdiendo —aseguró Cleo.

—No. Para nada. Deseas la cartas witch por encima de todo lo demás. Por algo será —meditó Thelma—. ¿Me equivoco?

Cleo lo meditó, fingiendo que realmente se lo estaba pensando.

—De acuerdo. Te cederé a Tigretón cuando estemos frente al Oráculo. —Hecho.

—Hecho.

Se intercambiaron las cartas y se dieron la mano cerrando el trato.

Tigretón y Sophiestication levantaron la mirada para medirse el uno con el otro. ¿Iban a ser rivales?

Cleo ya tenía todo en su poder.

Mientras caminaban por el sendero que guiaban las antorchas, y pasaban de largo a Lion y a Claudia, Cleo acercó a Nick tirando de su correa y le preguntó:

—¿Estás bien con esta decisión…, esclavo?

—Sí, ama —contestó disimulando. Si los estaban grabando debían actuar con naturalidad—. Tus deseos son órdenes para mí. —Y eso le permitía continuar en el torneo. Además, de todos modos, tarde o temprano caería en manos de las Criaturas. Todo seguía igual.

—Pero esas dos mujeres…

—Estaré bien —aseguró con una sonrisa complaciente—. Tú céntrate en tu objetivo, ama.

Le daba pena desprenderse de Nick. Él hacía que sintiera las cosas bajo control, que se creyera que ella llevaba las riendas.

Pero Nick adoptaba un papel que no iba con su verdadera naturaleza. Y era algo que creía a pies juntillas.

Sin embargo, su jugada iba a provocar una reacción sonora en el torneo.

Lady Nala reclamaba el trono del juego, el trono de la selva; y lo hacía dando un golpe sobre la mesa, sin consideración, para llamar la atención total de los Villanos, que estaban viendo todas las pruebas retransmitidas a través de las cámaras de corto alcance que ya había oteado a la llegada de la casa de Johann Bassin, y también en el collar de perro del joven voluntario. En la hebilla tenía una cámara pequeña que pasaría desapercibida para cualquiera, pero no para ellos. ¿Los vigilaban? Mejor.

—¿Lady Nala ya está cambiando cartas? A saber qué estás planeando. —Insinuó Lion adelantando el paso para llegar hasta ella.

Cleo colocó la cadena de la correa de sumiso de Nick alrededor de su muñeca y le dio un leve tirón.

—Yo solo hablo con mis esclavos, King.

***

BDSM en estado puro.

En medio del vergel de la isla Great Saint James, había una explanada verde llana y nítida en la que habían construido una especie de escenario con mazmorras, potros, cruces, camillas, altares, cadenas colgantes… Todo un anfiteatro al aire libre de dominación y sumisión.

El equipo de agentes infiltrados no podía imaginar desde cuándo estaban preparando el torneo ni cuánto habían invertido solo en ese lugar. Se suponía que cada día harían un viaje por todas las islas y que cada escenario se ubicaría en distintos emplazamientos.

Allí había mucho, muchísimo dinero depositado en algo de mero entretenimiento. Aunque, claro, el premio a conseguir también estaba muy bien remunerado. Un premio de dos millones de dólares que venía de las arcas y de la chatarra de personajes muy muy ricos, y muy muy voyeurs.

Las parejas que no habían encontrado los cofres debían pasar una por una ante el Oráculo.

El Oráculo era un individuo que parecía haber salido del Pressing Catch, y que estaba cubierto por una capa roja con capucha. Tenía su cara tatuada y un piercing que atravesaba el tabique de la nariz. No mostraba el rostro, no le hacía falta para intimidar. Su voz profunda hablaba por sí sola: declamaba sobre castigos en las llamas del infierno.

Cleo no sabía dónde mirar.

Todas sus fantasías más perversas, todas sus fantasías más anheladas e, incluso, las más temidas y menos deseadas, todas se estaban escenificando en aquel momento.

El tiempo corría para cada una de las parejas, y los objetivos estaban claros. Algunas lo lograban, otras no.

Las que lo lograban esperaban a que finalizara la jornada diaria en las gradas del anfiteatro mientras se refrescaban después del ejercicio sexual. Las que no, se disponían a entrar con las Criaturas.

Y en este escenario, las Criaturas eran los Monos voladores que, además de robar objetos, también sometían.

Sharon entró en escena y todos enmudecieron al verla. Después del respetuoso silencio, la vitorearon. Maldita sea. Era reina de verdad y estaba vestida de un modo que mostraba mucho y a la vez nada. Una cinta americana negra le cubría el pecho y le rodeaba la espalda, le recorría la entrepierna y cubría la raya de la unión entre sus nalgas y su sexo. Esta tira se sostenía con otra que iba de un lado a otra de sus caderas, como si se tratara de una braguita. Tenía algo en el interior de la muñeca izquierda. Era un tatuaje. Un corazón rojo con relieve y una cerradura en su interior. Un candado en forma de corazón.

Cleo estudió cómo se comportaba y se dio cuenta de algo. Así como los Monos daban placer y exigían recibirlo, Sharon solo supervisaba y se cuidaba de que no hicieran daño a nadie. Vigilaba que los trataran bien y que ellas y ellos estuvieran siempre lubricados. Si tenía que azotar, azotaba y era distante; pero, después, sabía calmar y tranquilizar a los sumisos. Tal vez por eso la adoraban.

Sharon daba a los demás, zurraba y era inflexible. Pero también entregaba placer. Y sin embargo, nadie la tocaba. Nadie le otorgaba placer a ella.

Qué extraño…

La cantidad de amos que había en esas jaulas era increíble. ¿Cuántos habría? ¿Veinte? Veinte Monos voladores, algunos enmascarados y otros no; pero eso sí, todos totalmente erectos esperando a que entraran monitas deseosas de pagar la falta cometida en sus duelos particulares.

Gemidos, gritos, sollozos, éxtasis: «¡Más! ¡Gracias, amo! ¡Más, dómina! ¡Córrete!». ¡Zas! ¡Plas! Un látigo por ahí, un hombre amordazado más allá; una dómina preparada con un cinturón pene para castigar, o no, a su sumiso…

Dios.

Cleo se esforzó por mantener su rostro impasible. Como si cada día, nada más levantarse, viera a mujeres haciendo nudos con los penes de los hombres; o como si utilizara las velas y la cera para algo más que alumbrar su casa cuando se iba la luz… Como si fuera a fiestas donde todo el mundo se tiraba a todo el mundo y en las que no importaba si besabas a un hombre o a una mujer.

Esa gente vivía el sexo a su manera, con una libertad envidiable y sin prejuicios de ningún tipo, y eso los hacía valientes a ojos de Cleo y merecían todo su respeto.

Sin embargo, por muy escandaloso y doloroso que pareciera todo lo que estaban poniendo en práctica allí, eran técnicas muy estudiadas y todos los amos sabían lo que hacían.

Sano. Seguro. Consensuado.

Ese era el lema del BDSM y tenía una razón de ser en ese torneo.

Cleo siempre recordaría los sonidos de placer y dolor. El olor del sexo. Y las palabras llenas de cariño y admiración de los amos a sus sumisos. Algunas le habían llegado a conmover de verdad. Había parejas vainilla que jamás en la vida se hablarían así, que nunca podrían desnudarse de ese modo y confiar ciegamente en la otra persona como ellos hacían, por mucho que se quisieran. Cleo estaba descubriendo mucho amor entre muchos participantes del BDSM y eso la tranquilizaba.

No había dolor. Y, si lo había, era para obtener después mucho más placer.

Entonces, ¡viva el dolor!

Algunas parejas se negaban a entrar a la jaula y eran automáticamente eliminadas del torneo. Los amos y amas eliminados calmaban a sus sumisas y les decían que no sucedía nada, que era normal por la presión, por el estrés…

Cleo puso los ojos en blanco.

«Claro que sí, mujer. Es muy estresante que te estén tocando y que tú ni siquiera puedas disfrutar y alargar esa sensación porque tienes que correrte cuando te lo dictan. Quéjate. El cuerpo no funciona así, ¿verdad?».

¿O sí? Sin embargo, aunque estaban ya eliminados, podían asistir como público a todos los escenarios, y aquel era un pequeño premio de consolación para los perdedores. Por eso había gradas. Menudo espectáculo.

Las pruebas se sucedieron unas tras otras y las parejas sin cofre pagaron sus pecados.

Las Criaturas en las jaulas pedían más y más. Claro, aquel era su papel. Habían jugado con algunas mujeres, con el beneplácito de estas y de sus parejas, pero eran unos ansiosos y, como buenos monos, criaturas de los Villanos, debían seguir intimidando.

Cleo había llegado a pensar que incluso se trataba de actores, como en esos parques de atracciones en los que te metías en un túnel del terror y casi te creías que te perseguían Freddie o Jack El destripador porque se parecían tanto y lo hacían tan bien… Con las Criaturas era lo mismo.

Estuvieron horas ahí, hasta que todo acabó.

—Bien —murmuró el Oráculo con aquella voz robótica y penetrante—. Los amos han pagado sus faltas a las Criaturas. Ahora, que se acerquen los cinco amos protagónicos que han conseguido sus cofres. El Amo del Calabozo de Oman les espera.

El Amo del Calabozo de Oman era un tipo de pelo corto con capa. Moreno y de ojos achinados. Tenía una complexión maciza pero no estaba precisamente muy definido.

Vestía con una túnica negra corta y en su mazmorra, que estaba en lo alto de una tarima central, había requisado a unas cuantas sumisas destinadas a su propio disfrute. Sumisas que habían perdido los duelos y que, en vez de ser entregadas a las Criaturas, habían decidido, por acuerdo tácito con sus amos, prestarse a una performance con el Amo del Calabozo de ese escenario.

Cleo se reservó el ser la última para hablar con él, porque quería dar el golpe de efecto. Todos los años que cursó Arte Dramático en el instituto debían aprovecharse en esos minutos de puesta en escena.

Toda la seguridad que no sentía debía reflejarse en sus ojos verdes.

Era el momento.

Después de que Lion y Claudia canjearan la carta de la llave por una llave real, que Lion colgó al cuello de su pareja, le tocó el turno a Cleo y Nick.

—Dame tu carta Llave y muéstrame tu cofre —exigió el Amo.

El juego funcionaba así: si Cleo había retirado todas las cartas del cofre, quería decir que se las guardaba todas y que no utilizaba ninguna. Si, por el contrario, quedaba alguna carta en su interior, estaba dando un paso adelante para usarlas en ese mismo momento.

Cleo le dio la carta Llave, y colocó el cofre sobre la mesa.

El Amo le colgó la llave al cuello. A continuación, abrió la cajita y solo encontró dos cartas. Sonrió y la miró de frente.

—¿Vas a ser la primera en utilizar las cartas? —Giró los naipes y arqueó las cejas negras entretenido.

Lion se removió inquieto. ¿Qué pretendía Cleo?

—He venido a jugar, amo —contestó con insolencia y respeto.

Solo Cleo podría utilizar dos actitudes tan antagónicas como si se estuviera pitorreando del otro en secreto.

—Bien. ¿Sabes que si utilizas esta carta —le mostró la carta de eliminación de personaje— será irreversible para ese participante?

—Lo sé.

—Vaya, vaya —dibujó una línea cóncava con sus labios—. Una chica sin escrúpulos.

«Qué va. Tengo muchísimos, pero esta vez me los voy a tragar».

—Muy bien. Utilízalas ahora mismo y sorpréndenos.

Cleo exhaló, metió las manos en el cofre y tomó la dos postales. Se dio la vuelta y se dirigió a los amos protagónicos que habían pasado esa jornada sin incidentes, como ella. La joven agente infiltrada se detuvo delante de Lion y Claudia.

Él se envaró cuando la vio tan resuelta.

Cleo cogió la carta eliminación y la pegó al pecho sudoroso de la Switch, con el dibujo de cara a todo el mundo.

—Lo siento, Mistress Pain. Pero te vas para casa.

***

La multitud congregada en las gradas, incluso los Monos, aplaudieron el atrevimiento de la pelirroja.

Lion no se lo podía creer.

Cleo acababa de echar a su pareja; y eso solo quería decir una cosa: que pretendía quedarse con él.

La determinación de esa chica era pasmosa. Con un par, se había colocado ante él, que era el amo a derribar en todo el torneo, y acababa de despedir a su pareja, jodiéndole de maneras inverosímiles que ni ella era capaz de comprender.

Cleo no podía hacerle eso. Iba a destruirle si seguían juntos, y de paso, él la destruiría a ella.

¿Estaba loca?

Claudia, asombrada, se miró la carta y exclamó.

—¡Ni hablar! —Enfadadísima, se dirigió al Amo del Calabozo y le exigió una explicación.

—Conoces las normas, Mistress Pain. La chica te ha… —carraspeó— eliminado justamente. Las cartas están para utilizarlas. —Se encogió de hombros.

—¡Pero él puede cambiar esa carta! King puede ponerla a prueba. Mi pareja no estará de acuerdo y la retará.

Era cierto. Él podía poner a prueba a Cleo públicamente en un duelo; y, si Cleo perdía, se iba a su casa y de paso él se quedaba tranquilo. El problema era que si Cleo perdía, ¿qué sucedía con Nick? Le necesitaba dentro, en misión con él. Le entraron unas ganas irreprimibles de bajarle el maldito short a la bruja y azotarla delante de todos. Iba a acabar con él y con el año y medio de trabajo que acarreaba a sus espaldas.

—¿Desea tu amo poner a prueba a Lady Nala? —preguntó a Claudia.

—Oh, por supuesto —contestó Lion sacando su fusta. La multitud aplaudió. Estaban todos excitados con el desafío de Lady Nala a Lion King.

El Amo del Calabozo levantó una mano para silenciarlos a todos.

—Cogeré la baraja de duración y orgasmos —la abrió como un abanico y se colocó delante de Lion—. Adelante.

Lion tomó la escogida y la mostró a todos.

—Diez minutos. Un orgasmo —pronunció.

El Amo del Calabozo, emocionado por la intriga de la prueba, se giró hacia Cleo y preguntó con voz reverente:

—¿Acepta el duelo, Lady Nala?

Cleo se cruzó de brazos y miró a Lion de arriba abajo como si fuera menos que un mosquito.

—Acepto el duelo.

Las gradas festejaban el reto y la provocación en la actitud de los dos amos.

Claudia sonrió triunfante y caminó hacia ella moviendo las caderas provocativamente.

—Prepárate, perra —gruñó al pasar por su lado.

El Amo del Calabozo sonrió, pues sabía lo que venía a continuación.

—Pero —anunció Cleo ignorando la educación barriobajera de Mistress Pain—, seré yo quién decida las reglas. Sé que por jerarquía, un Amo Hank como el importantísimo King Lion tiene supremacía sobre una Ama Shelly como yo.

—Claro que la tengo, monada —le aseguró con frialdad—. Y vas a ver lo rápido que vas a caer.

—Uuuuhhhhhh —gruñó el público.

—¡Dale bien, King! —exclamó un amo de entre la multitud.

—Sin embargo, esta carta —Cleo caminó hacia él e hizo lo mismo que con Claudia. La enganchó sobre su corazón, a su piel sudorosa, de cara a los demás—… la carta Switch, lo cambia todo. Me permite invertir los papeles durante esta prueba.

Lion frunció el ceño y miró aturdido el dibujo. Dos dragones que formaban un círculo, uno de cada color, invertidos en posición fetal como haciendo un sesenta y nueve. La carta Switch cambiaba los roles y el amo se convertía en sumiso. Y al revés.

El agente Romano tuvo miedo por la misión. No confiaba en Cleo. ¿Ella debía tratarlo como un ama trata a su sumiso? Si Cleo Connelly no tenía mala leche ni actitud para eso. Era atrevida y descarada pero… Dudaba que pudiera hacerle correrse en diez minutos mediante alguna técnica de dominación femenina. No la iba a dejar jugar con él así.

—No lo hagas —murmuró Lion.

Cleo asintió y sonrió triunfante. Por su mente pasaban muchos recuerdos de la semana pasada, algunos muy buenos y tiernos y otros horribles. Quería hacer pagar a Lion por los horribles, por no creer en ella como agente.

—¡Estás loca! —exclamó Claudia incrédula—. No puedes someter a King. No tiene ni una jodida célula sumisa en su cuerpo. Vas a perder.

La gente se echó a reír ante ese comentario, pero Cleo siguió a lo suyo, sin bajar la mirada de los ojos de su superior, ignorando a la señorita dolores.

—Tú, ven —le ordenó a Nick chasqueando sus dedos pulgar y corazón. Su sumiso vino inmediatamente. Cleo le desabrochó el collar de perro y anunció al Amo del Calabozo—: Es mi deseo liberar a Tigretón. Y quiero que sea Ama Thelma quien se haga cargo de él. —Cleo se puso de puntillas y lo besó con dulzura en los labios—. Has sido un excelente sumiso, Tigre. Ahora ve a que te zurre tu nueva ama. —Le dio una cachetada en el trasero y lo empujó para que Thelma le abriera los brazos y lo acogiera, cosa que la rubia hizo de inmediato.

Lion abrió los ojos de par en par. Se le habían oscurecido de la rabia y la ofuscación que barrían su cuerpo en ese momento. Y peor se sintió cuando Cleo lo preparó para la performance rodeándole el cuello con un collar de perro.

«Será hija de perra».

—¿Necesitas algún objeto, Lady Nala? —preguntó el Amo del Calabozo muy solícito.

—Sí —contestó ella—. Dame una peluca roja. —Oteó el escenario en busca del lugar en el que iba a exponer su personal juego vengativo.

—Lady Nala… —advirtió Lion—. Piensa en lo que vas a hacer porque luego se volverá en tu contra.

—Los perros no hablan —tiró de la cadena y le guió hasta la silla de castigo—. Siéntate.

Lion no obedeció. Los sumisos como él, siendo poderosos, mucho más altos y vanidosos, podían enervar mucho a las amas.

—Te he dicho que te sientes —repitió Cleo, empujándole ligeramente por el pecho y haciéndolo tropezar.

—Vas a perder igual, Nala —aseguró venenoso—. Me corra o no, voy a hacer que este torneo sea un infierno para ti. ¿Me has oído?

Cleo se estremeció internamente. ¿Un infierno para ella decía? El infierno era saber que no confiaban en tu valía y que no apostaban por ti, sobre todo después de haberse entregado a él del modo en que lo hizo la semana pasada. El infierno era saber que conocías lo que estaba viviendo tu hermana y, aun así, te apartaban del caso y no te permitían ir a ayudarla.

Había muchos tipos de infierno; y el emocional era el peor.

De su bolsa de juegos sacó un gag con una pelota roja, unas esposas y un anillo constrictor de pene.

Rápidamente le colocó el gag casi a la fuerza.

—¿Me oyes, Nala?

—No, no te he oído —susurró.

Le echó los brazos hacia atrás y cerró las esposas entorno a sus anchas muñecas.

—Lady Nala. —El Amo del Calabozo le dio una peluca larga y rizada de color rojo—. En el momento en que le bajes la bragueta empezará a contar el tiempo.

Cleo asintió y le pasó la peluca por el rostro.

—Sé cuánto te gustan los juegos de feminización…, zorrita.

—¡Ee una ora! —exclamó Lion con el gag entre los dientes.

—Uy… no te entiendo. —Le puso la peluca sobre la cabeza. Sonrió. Incluso así estaba guapo. Ridículo, pero guapo.

Cleo miró al Amo del Calabozo y asintió con la cabeza mientras le bajaba la cremallera de los pantalones negros.

Lion se removió queriéndose apartar de ella.

—Ahora estás indefensa —gruñó Cleo bajándole los pantalones con fuerza y sacándole el miembro y los testículos por fuera del calzoncillo oscuro.

Cleo había visto algunas películas porno en las que se realizaban orgías y bacanales. Todas las mujeres deberían verlas para aprender. Se había preguntado si sería capaz de hacer algo así delante de tanta gente. Y, en ese momento, lo estaba realizando sin el mayor asomo de vergüenza. Qué increíble era la capacidad humana de reacción ante situaciones adversas.

Una mujer tenía que ser valiente en momentos como ese. A pesar de los nervios, sabía que Lion se lo iba a poner difícil; pero ella confiaba en sus juegos y en su poca técnica. Saldría de esa.

El agente Romano, aun sabiendo que estaba avergonzado por el Fem Dom, la dominación femenina que ella realizaba, iba a caer.

Cuando tomó el pene entre sus manos, este se endureció.

Lion no se lo podía creer. No importaba que esa chica le hiciera lo que a él no le gustaba, ¿qué más daba si lo ridiculizaba? Mr. Erecto iba por libre el condenado.

Cleo asomó la lengua y, sin avisar, ¡plas! Desapareció en su boca, todo entero.

Lion echó su melena roja hacia atrás y cerró los ojos con un gruñido. Cuando lo tuvo bien duro, ya que no tardó ni veinte segundos en ponerse como un mástil, la joven osada cogió el anillo constrictor de cuero ajustable y se lo colocó en la base del pene, con cuidado de no pellizcar su bolsa. El anillo constrictor se utilizaba para alargar la erección y privar del orgasmo al hombre.

—Ahora que te he dado el anillo, ya estás comprometida, nenaza —susurró Cleo acariciándole los testículos y arqueando las cejas caoba de manera resuelta.

—¡uand slg dki te vj a gntrea…!

Lion no pudo escupir ni una palabra más porque Cleo empezó a masturbarlo con manos, dientes, lengua, garganta… A Lion le temblaban las piernas y Cleo ni siquiera tuvo el tiento ni la amabilidad de colocar las manos encima de sus muslos para detenerlo.

Él sudaba. Tenía el cuello, la espalda y el pecho húmedo. ¡Y la tía no se detenía! ¿Cómo le hacía eso? ¿Así que esa era la venganza?

Sería estúpida. Todo lo que él había hecho lo hizo para protegerla, para no exponerla de ese modo… Maldita sea, todavía veía las marcas del látigo de Billy Bob por debajo del short, aunque las maquillara.

Él no quería que entrara en su mundo así. No así.

Pero Cleo estaba metida de lleno. Ya no podría salir de ahí hasta que se destapara todo el pastel.

La boca de Cleo se alejó de él y la echó de menos de inmediato. Alguien dejó de gemir, hasta que se dio cuenta de que era él quien lo hacía.

Cleo se pasó la mano por los labios refinadamente y tomó el látigo para golpearle con una inverosímil delicadeza hasta cuatro veces en el vientre. En el punto exacto.

¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas!

Lion gemía y soportaba sus latigazos amables con las manos hechas puños y el rostro rojo de rabia e indignación.

Cleo iba a llegar demasiado lejos.

—Cinco minutos —avisó el Amo del Calabozo.

Lion y Cleo se miraron el uno al otro.

«Ni te atrevas, bruja», pensó él.

«Mira y verás, perro», pensó ella.

Cleo se quedó de rodillas ante él. Recogió su melena y la dejó reposar toda sobre su hombro izquierdo.

—Cuatro minutos —anunció el Amo del Calabozo.

—Voy a hacerte llorar —le juró Cleo cogiéndole la erección con las manos para ordeñarlo y meterse la cabeza colorada en la boca.

Lion se quejó; el anillo le oprimía y el pene brincaba duro entre los dedos de la arpía. La lengua lo marcaba a fuego, la boca succionaba y las manos no se estaban quietas. «No me lo puedo creer. ¿Dónde? ¿Cómo ha aprendido a…? ¡Por Dios!».

—Tres minutos.

Cleo no iba a necesitar mucho más. Lo notaba en el grosor de Lion. Estaba a punto. Pero se sentía como una diosa castigadora con ese hombre completamente a su merced. El público les animaba, espoleándola a ella como a un caballo que corría a punto de alcanzar la meta.

Cleo desajustó el anillo constrictor. Se sentó encima de él mientras lo masajeaba con las manos.

—Arriba y abajo, arriba y abajo. —Lo movió provocadora entre las piernas—. Venga, leona —se pitorreó—, córrete.

«¡¿Leona?! Esto no te lo voy a perdonar nunca. Mierda. Mierda. Para, Cleo. No lo hagas, no lo hagas…». Lion estiró el cuello con las venas completamente hinchadas a punto de estallar, los ojos azules húmedos por el placer; y, entonces, gritó como un espartano, al estilo Leónidas Primero en la genial película de300.

Claudia abrió la boca estupefacta. No lo entendía. Lion no se corría nunca si lo dominaban. Jamás. Y odiaba las tretas de las amas que intentaban feminizar a los hombres. Pero Lady Nala había hecho todo eso; y, a falta de dos minutos de que finalizara el margen del desafío, King ya había sucumbido.

Joder. La pelirroja la había echado.

Sharon estaba apoyada en las rejas de la mazmorra de los Monos. Arqueó una ceja rubia y asintió como si hubiese sido una victoria justa.

Cleo tenía el estómago manchado por la liberación de Lion. Miró hacia abajo, contemplando lo que ella había provocado. Después, desvió los ojos de nuevo hacia Lion, y lo que vio no le gustó nada en absoluto. Sus faros azules la encañonaban.

Volvían a estar juntos.

Ahora él era de ella.

—¡Bravo! ¡Sí, señor! —aplaudía el Amo del Calabozo.

Cleo se levantó del regazo de Lion y se situó tras él para coger la llave de las esposas y abrirlas.

Lion se incorporó con piernas inestables, y arrojó la peluca roja al suelo. Había perdido.

Se metió el paquete dentro del pantalón. Tenso y cabreado como nunca, se abrochó el botón y se dio la vuelta para encarar a Cleo. Tenía el estómago un poco enrojecido por el látigo de su inesperada y momentánea dómina y le dolía la entrepierna por culpa del anillo constrictor.

—Entonces, Lady Nala es ahora mi pareja —asumió Lion con voz ronca y cascada.

—¿Cómo vais a jugar? —preguntó el Amo.

—Ella será mi esclava. Yo soy el único Amo real entre los dos.

Cleo sonrió como una loba. Debía seguir manteniendo esa pose altiva, al menos, hasta que llegaran al hotel. Aunque por dentro empezara a ser consciente de lo que acababa de hacerle al agente al cargo de la misión Amos y Mazmorras.

—¡Pues no lo ha parecido! —gritó Brutus partiéndose de la risa.

El Amo del Calabozo asintió.

—Mantienes el cofre que has ganado con tu ex pareja, King. Pero la llave desaparece porque está en el cuello de Mistress Pain y ella ha sido eliminada.

Lion apretó los dientes y dirigió una mirada ártica a Cleo, la cual se encogió de hombros y mostró la que ella tenía colgada al suyo.

—De acuerdo. King y Nala unen sus fuerzas —exclamó el Amo del Calabozo a la multitud—. Tigretón pasa a ser propiedad de Thelma y compañero de juegos de Sophiestication. Y nuestra querida Mistress Pain —lamentó— se va a casa prematuramente. ¡Damos por terminada la jornada de Dragones y Mazmorras DS en Oman!

Claudia abandonó el anfiteatro malhumorada.

La multitud se fue dispersando, echando miradas furtivas a la pareja contrariada que acababa de formarse.

Lady Nala y King Lion tendrían un largo torneo por delante. Y ambos felinos tenían las garras expuestas.