La sumisión es como una meditación. Te vendan los ojos, tu mente está en silencio, tu corazón late… La puerta a tu rendición se abre.
—¿Cómo ha ido tu reencuentro con Lion? —preguntó Nick mientras observaba a Cleo quitarse el maquillaje en el baño de la habitación. Solo llevaba un pantalón de algodón blanco que resbalaba a través de sus caderas—. Saltaban chispas. Nunca había visto al agente Romano de esa guisa. Ha sido muy interesante.
—Tenso. Ha sido tenso.
Cleo lo estudiaba a través del espejo mientras se frotaba la cara con un algodón y crema.
Todos los participantes tenían suites. Verdaderamente, quienes patrocinarán ese evento eran muy ricos y disfrutaban mucho de ver a sus juguetes rodeados de placeres salomónicos.
Tenían una terraza de madera con mecedoras y palmeras. La habitación era amplia y de lujo, de colores blancos y marrones. La cama era tan grande que hacía dos de la de Cleo. El baño tenía Jacuzzi y ducha, y una pequeña sauna para relajarse. Televisión, equipo de música, ordenadores… Todo de última generación.
Pero también era de última generación el detector de audio y cámaras que llevaba Nick en su maleta. Querían asegurarse de que no había chivatos ni espías dentro del habitáculo. No encontraron nada.
—Y como ha sido tan tenso —añadió Nick despreocupado—, me lleva a preguntar si, entre Lion y tú, no sucedió algo más…
Cleo se acabó de limpiar la cara y se encogió de hombros.
—Puedes pensar lo que quieras, Nick. Sea lo que sea lo que crees que pasó ya has visto que ninguno de los dos le damos importancia.
—Solo espero que él no tuviera nada que ver con las marcas que adivino debajo de tus muslos, Cleo.
Cleo se estiró el camisón blanco mientras pasaba por su lado y le miró reprendiéndolo como si de verdad fuera su ama.
—Lion nunca haría algo así —repuso ella.
—Me alegra saberlo. De lo contrario, no me importaría darle una lección. —La siguió hasta la cama y se sentó en el colchón al lado de ella—. Odio a ese tipo de personas —masculló pasándose la mano por el pelo rubio y de punta.
—Y yo —aseguró Cleo amablemente—. Pero Lion no es un maltratador. Él me protegió.
—Sí —Nick se relajó—; eso me cuadra más con la imagen que tengo del agente Romano.
—Clint y Lion eran muy amigos. ¿Sois muy amigos él y tú?
Nick se entristeció al oír el nombre de su divertido compañero Clint. Los hijos de puta se lo cargaron. ¿Cómo? ¿Por qué?
—Lo somos. Puede que… antes lo fuéramos más. Pero las cosas cambiaron y, bueno, yo me alejé un poco…
—¿Por la misión? —preguntó comprensiva.
—Sí —se removió—. No me siento muy cómodo hablando de ello, Cleo —explicó nervioso.
—Está bien. No quiero molestarte. Lo mejor será que descansemos y durmamos un poco, ¿no te parece? Mañana será un día muy largo.
—Dormiré en el chaise longue.—Señaló el sofá de piel que había en el pequeño salón colindante.
Cleo se echó a reír y negó con la cabeza.
—No, Nick. Ni hablar. Puedes dormir aquí… A mí no me importa. —Le señaló el lado opuesto de la cama—. Sé que no vas a intentar nada.
—Bueno. —El agente Summers arqueó las cejas rubias y sus ojos amarillos la pusieron a prueba—. No soy tan sumiso.
Cleo torneó los ojos.
—Pondremos una almohada entre los dos.
—Eso no me protegerá de ti, agente Connelly.
—¿Cómo? —preguntó incrédula.
—Tú eres quien me ha metido mano, me ha hecho nudos marineros en los testículos y azotado en la espalda y las nalgas.
La joven abrió los ojos de par en par y soltó una carcajada.
—¡Me estabas enseñando! Ha sido un contacto meramente profesional, agente Summers.
—Sí, claro —bromeó él muy digno—. Soy yo quien no se tiene que fiar de ti. Además, ¿por qué estás tan segura de que no haré nada contigo?
—Porque nuestra química es nula —contestó llanamente, apagando la lámpara de la mesita de noche—. Y porque algo me dice que no soy tu tipo de mujer. Es más, no sé por qué, pero creo que estás cazado.
Nick relajó los hombros y se estiró en la cama al lado de Cleo.
Los dos clavaron la mirada en el techo, sumidos en sus pensamientos, ocultos entre la tranquilidad de las sombras de la suite, intentando conciliar el sueño. Hasta que la voz de Nick preguntó:
—¿Por qué crees que no eres mi tipo de mujer? ¿Y por qué crees que estoy cazado?
—Intuición femenina, supongo. Y creo que estás cazado porque tienes una marca, no muy reciente, de anillo en el dedo anular. —Sí, básicamente era por eso.
Nick se llevó los dedos a la mano, cubriendo esa parte marcada por su pasado. Un pasado que jamás querría olvidar, pero que la vida se había encargado de hacerlo desaparecer.
—¿Estás casado, Nick?
—No. Ya no —contestó escueto.
—Te quitaste el anillo hace poco —observó ella.
—Oh, todavía lo llevo, solo que ya no lo tengo en el dedo.
¿Que ya no tenía el anillo ahí? Entonces, ¿dónde?
—¿Te has hecho un empaste con él?
Nick se estremeció de la risa.
—No, joder… —Se tocó la oreja—. Lo deshice y ahora lo llevo en la oreja. Ah. Así que era eso.
—Es el piercing en forma de serpiente —resolvió. Tenía una serpiente que rodeaba la parte exterior de su oreja, de arriba a abajo.
—Sí —admitió.
Cleo no le preguntaría nada más, pues veía que Nick era celoso de esa parte de su vida. En la sala del aeropuerto se había desnudado y le había enseñado lo básico para hacer una dominación en sus partes y saber azotarlo sin hacerle daño. Sin embargo, solo se desvestía en ese aspecto. No mostraba nada más de su interior. Y a Cleo le parecía bien.
La gente, o sea ella, debería aprender a ser un poco más reservada. Por no serlo, por ser tan transparente y decir lo primero que sentía había acabado de ese modo con Lion.
—¿Sabes qué creo, Nick?
—¿Qué?
—Que tu tipo de mujer es todo lo contrario a una dominante. Hay algo en Nick Summers que es indomable —susurró medio bostezando—. No sé lo que es. Pero está ahí.
—Debiste especializarte en perfiles, Cleo.
Cleo sonrió y le dio la espalda para echarse a dormir hecha un ovillo. El despertador del torneo les levantaría con la canción de S&M de Rihanna, el himno de Dragones & Mazmorras DS.
Toc toc toc.
Los dos se incorporaron y, mirándose a la vez, dijeron:
—Lion.
—Abre tú —le pidió, Cleo—. Espera ven —susurró—. Hazme un favor.
—¿Cuál?
Cleo le pasó las manos por el pelo y lo despeinó por completo. Y después le cogió los labios con los dedos y se los pellizcó tirando fuertemente de ellos.
—¡Argh! ¿Qué haces?
—Chis, nenaza.
—¿Cómo dices?
—Ay, perdona… —contestó inmediatamente con inocencia—. Es mi papel de dómina.
Nick se levantó mirándola como si estuviera loca.
Cleo no se movió de la cama y, con toda la malignidad que había en ella, se situó colocándose lo más sexy que pudo encima del colchón. Desordenó las sábanas y tiró un cojín al suelo. Después se pasó las manos por el pelo, alborotándoselo como si se hubieran acabado de dar un glorioso revolcón.
***
Lion entró en la habitación con una frialdad total y absoluta. Controlando todo y analizando lo que veían sus ojos. A su paso, los muebles, las bombillas y el suelo se llenaron de escarcha.
Los cojines sobre la moqueta, la colcha arrugada y deshecha, los labios de Nick hinchados…
Cleo estirada de un modo completamente perezoso y saciado.
La miró desde los pies de la cama. Se puso las manos en la cintura, haciendo un escáner visual de su persona.
—Agente Romano —lo saludó ella con un tono de voz muy impersonal.
Lion endureció los rasgos.
—¿Se puede saber qué haces aquí?
—¿Aquí en la isla o aquí en la cama?
Lion miró a Nick y él hizo lo propio.
—¿Me está tomando el pelo? —preguntó el amo al sumiso.
Cleo se incorporó y entornó los ojos.
—Bueno; como ves, estoy dentro del caso, Romano.
—De un caso del que yo te aparté porque no estás en condiciones…
—¿No estoy en condiciones de qué? —Se puso de pie sobre el colchón y lo encaró.
—¿Cleo? —Nick iba a sujetarla. Nunca había visto a nadie enfrentarse así a Lion—. Deberías bajarte de la…
—Estoy en perfectas condiciones para seguir en una misión en la que tú me metiste, ¿recuerdas? Me formaste durante una semana para entrar en el torneo; pero luego te echaste atrás y me traicionaste.
—Agente Connelly, no rebase la línea.
—¿Que no la rebase dices? —repitió incrédula—. Todos los que estamos en este caso hemos rebasado las líneas del decoro y de la moral. Todos. Nos hemos desnudado los unos frente a los otros y nos hemos tocado todos los lugares prohibidos. Así que no me hables de decoro, don anillos de frecuencia cardíaca. ¡Venga ya, agente Romano! ¿Me está tomando el pelo usted a mí?
—Cleo… —la ceja partida se alzó impertinentemente.
—¡Ni Cleo, ni nada! He vuelto porque el señor Montgomery me ha readmitido en el caso del que tú me echaste sin darme ninguna explicación. Y, gracias a mí, Nick también ha podido entrar infiltrado ¡porque sin Karen como ama se habría quedado fuera!
Lion tomó aire profundamente.
Su peor pesadilla y preocupación estaba ahí en modo ama. Cleo no sabía ser dómina. La iba a cagar.
—¿Cómo tenías la…? —enmudeció al recordar el momento en que Sharon le dio la tarjeta a Cleo.
—La invitación personal de la Reina de las Arañas me lo ha permitido. ¿Recuerdas, Romano? ¿Recuerdas la Mansión LaLaurie hace un par de noches?
Lion tragó saliva y se obligó a retirar de su mente ese momento. Recordaba la mansión y lo que vino después. Ni siquiera habían pasado cuarenta y ocho horas de eso.
—Cleo tiene un plan, Romano. Creo que deberías escucharla y tranquilizarte… Si funciona…
—Cleo no tiene ningún plan —repuso ella sin dejar de mirar fijamente a Lion, como un animal de caza.
—¿Tienes un plan, Cleo? —preguntó Lion casi riéndose de ella. ¿Se lo quería ocultar?
—No. No tengo ningún plan, Romano —contestó.
—Dímelo. Soy tu superior.
—No hay nada que contar. El único plan que debemos llevar a cabo es encontrar los malditos cofres mañana. Y punto.
Al agente Lion le entraron ganas de lanzar cosas por los aires. Cleo tenía la cara limpia, el camisón blanco por encima de los muslos, los pezones marcando debajo de la tela… Era como una maldita Campanilla y le estaba regañando.
Tenía ganas de abrazarla y ocultarla de los ojos de Nick.
¿Qué habría visto él ya?
—¿Vas a poder llevar a cabo el papel de ama? —Lion estaba confuso con aquella situación. Cleo y Nick no tenían que estar juntos. Mierda.
—Bueno, vista la poca o nula confianza que tienes en mí, no hace falta que me digas que tú crees que no. Pero yo confío en mí y en mis posibilidades; y espero que en algún sitio de esta isla esté mi hermana. No pienso cometer ningún error. Su vida está en juego.
—Y la tuya, Connelly —aseguró Nick.
—Lo sé, Summers. Y la mía —asintió con seriedad—. Todos nos estamos jugando mucho. Quiero sumar, no vengo a restar y a causar problemas. Ahora formo parte de vuestro equipo y tienes que aceptarme, aunque te cueste.
¿Que la tenía que aceptar? Por Dios… Cleo no sabía lo que estaba diciendo. Él la aceptaba. Pero temía por ella. Estaba acojonado de verdad de verla ahí, en el mismo hotel que las Criaturas y que cualquier amo con ojos, joder.
¿No entendía que así él no podría trabajar?
Dio un paso al frente y, todavía con las manos en la cintura, pegó su nariz a la de ella.
—De todas las locuras, de todas las decisiones arriesgadas que hayas podido tomar, esta es la peor. Es un error garrafal que estés aquí, Cleo. Y, si por mí fuera, ahora mismo te mandaba a Tchoupitoulas con tu salamandra.
Ella apretó los labios hasta que dibujó una pálida y fina línea.
—Ringo es un camaleón, no una salamandra —repuso débilmente.
—¿Qué más da? Ringo no es una salamandra y tú no eres una ama, ni estás preparada para estar en este equipo.
—Pero lo estoy. Y lo estoy porque alguien por encima de ti lo ha decidido así —alzó la barbilla temblorosa—. Y contra eso no puedes hacer nada. Solo acatar órdenes. Ya ves, hay un momento en el que todos nos sometemos, ¿verdad?
—Lo estás, sí. —Hizo un gesto de desaprobación—. Me has jodido bien.
Lion se mordió la lengua y evitó seguir incordiándola. Cleo debía saber que no le hacía feliz tenerla ahí, que no le gustaba lo que iba a hacer y que… no soportaba que ella tuviera a otro hombre como compañero.
Sí, era eso.
Echó una bolsa de plástico encima de la cama, a los pies desnudos de Cleo.
—Mañana, después de la jornada, tenemos que encontrar el modo de contactar con el equipo camuflado —explicó con soberanía—. Necesitamos armas y dispositivos de audio y nuestra equipación no las lleva. Cuando salgamos del complejo hotelero nos pondremos esas pulseras para no ser localizados. Llevadla siempre encima. Nuestro equipo estación está colocando cámaras espías por todas las islas para tener control absoluto de qué embarcaciones entran y salen de la zona. Mañana empieza la primera prueba, así que estad atentos.
—Sí, señor —asintió Nick, incómodo con la tensión del ambiente.
Lion se dispuso a abandonar la suite sin dirigirle ninguna mirada más a Cleo.
Nick le acompañó y salió de la habitación con él.
—¿Qué ha sido eso, Lion? —le preguntó acusadoramente.
—¿Qué ha sido el qué? —Seguía caminando dirección al ascensor.
—Cleo está en el equipo por decisión propia y nos va a ayudar. No puedes tratarla así. Casi nos ha hecho un puto favor. Yo estaba fuera, tío.
—Es una irresponsable —gruñó en voz baja—. No la conoces. Nos va a… A poner en peligro a todos. Es un imán para los… problemas. Joder. —Se tapó la cara y echó el cuello hacia atrás—. ¿Qué mierda hace aquí? Yo la aparté de la misión y ahora la tonta se va a poner en peligro…
—Lo va a hacer bien, Lion. Es muy convincente.
El moreno se alzó cuán alto era y adoptó una actitud amenazadora. ¿A qué se refería con eso de que era muy convincente?
—No la toques, Nick. Ni se te ocurra…
Él levantó las manos, defendiendo su inocencia.
—Wow, vaya… Más bien es al revés, amigo. Yo no la toco. Ella me toca a mí.
—No. Tampoco me gusta esa respuesta.
—Pues es la que hay. Asúmelo y aguántate, Lion, o te hervirá la sangre.
—Tú no lo entiendes…
Nick frunció el ceño y le miró de reojo. Ya sabía lo que sucedía. Por fin lo comprendía.
—Así que es ella.
—¿Qué? ¿De qué hablas?
—Es ella. Se trata de ella… La mujer especial. —Al ver que Lion torció el gesto y miró hacia otro lado, prosiguió—. Hace un año, después del problema que tuve —sus ojos dorados se opacaron—, me dijiste que un amo entrega su corazón solo una vez. A una mujer especial, a una sumisa que acepta la oscuridad de su corazón y la necesidad de luz de su alma. Me dijiste que tú ofrecías placer, pero que habías dejado tu corazón en Nueva Orleans. Es la hermana de Leslie, ¿me equivoco? Es Cleo.
—Déjame en paz. —Se dio la vuelta y le dio al botón del ascensor.
—¿Lo sabe ella? ¿Sabe que la tratas tan mal por lo inepto que eres para expresar tus… emociones?
—Yo puedo expresar mis emociones —aclaró Lion mientras se cerraban las puertas—. Pero este no es el mejor momento.
Antes de que se cerraran, Nick coló la mano y detuvo las puertas.
—Pues ya me dirás cuándo lo es, amigo. Aunque para entonces, tal vez estemos en el fondo del mar caribeño. No hemos venido aquí de vacaciones.
Nick regresó a la habitación y, cuando entró a la suite, vio a Cleo que salía del baño con los ojos rojos e hinchados.
Lion la había hecho llorar.
Na na na, Come on
Na na na, Come on
Na na na na na, Come on
Na na na, Come on, come on, come on!
Cleo y Nick se levantaron como balas.
El torneo empezaba inmediatamente.
A trompicones, e intentando obtener la mejor imagen de ellos mismos, se asearon y se vistieron con su atrezzo. La gente de las islas iba a alucinar cuando los vieran a todos desfilar y moverse por sus tierras con esas pintas. Nick se puso el collar de sumiso y la ropa oscura. Una camiseta negra con tirantes y un pantalón negro no muy grueso, con las botas de tela negra y altas. Con su pelo rubio y despeinado y los ojos pintados con kohl, parecía un cantante de rock gótico.
Cleo se vistió con un short negro muy estrecho y una camiseta de tirantes negra de rejilla. Debajo de la camiseta llevaba un sostén de látex negro. En los pies calzaba unas botas de verano con bastante tacón grueso recubiertas de cuero negro, descubiertas en los dedos y los talones.
Se dejó el pelo rojo suelto y se maquilló para ocultar la llorera de la noche anterior.
No iba a nominar a Lion al premio «Queridísimo 2012». De eso estaba segura.
—¿Preparada? —preguntó Nick mientras le daba su látigo.
Cleo se lo colocó alrededor de la cintura como si fuera un cinturón. Asintió y tomó la correa del cuello de Nick.
—Nací preparada. —Y tiró de él en plan dramático.
Ya había quedado de manifiesto otras veces que no había nacido preparada para muchas cosas; pero Cleo era como un camaleón.
Se adaptaría.
Camuflaría sus emociones.
***
Se encontraban todos en el salón del hotel.
Habían acabado de desayunar; y una increíble pantalla tipo cine se iba a convertir en el presentador de la jornada de ese día. Así iba a ser durante todo el torneo.
A la hora del desayuno, los concursantes escucharían lo que tuviera que decir la pantalla e, inmediatamente, cuando esta diera la orden, saldrían disparados a encontrar sus objetivos.
Claudia se apoyaba en el hombro de Lion mientras clavaba sus ojos oscuros en el monitor.
Cleo tuvo ganas de alargar la lengua, como su camaleón y succionar su cabeza. Pero no haría eso. Nick y ella se concentrarían en las pruebas y en obedecer a su agente al cargo.
Lion, por su parte, sintió que alguien lo observaba y miró a Cleo por encima del hombro.
Cleo se centró en la pantalla mientras apoyaba el peso de su cuerpo en el torso de Nick, que la tomó por los hombros y la arrulló, tomándose unas libertades que un esclavo no debería.
La pantalla se iluminó y empezó a sonar la épica música de Audiomachine: Redemption. Emitían imágenes de las Islas Vírgenes al amanecer y al anochecer. Después, del interior del agua salían las letras Dragones y Mazmorras DS. Apareció un hombre caracterizado como el Amo del Calabozo de la serie de dibujos original, pero con ropas de cuero. Era un enano de ojos claros, pelo blanco largo y calva en el cráneo.
La gente aplaudió y lo vitoreó entre risas y chistes, y se dispusieron a escuchar lo que el amo decía.
«Bienvenidos bárbaro, arquero, acróbata, mago, bruja y caballero. Bienvenidos a la dimensión paralela de los dragones y las mazmorras, mi mundo y el vuestro durante estos cuatro días. Estáis en Töril, La cuna de la vida. Como sabéis, todas las criaturas han nacido en estas tierras. Está compuesto por tres partes de agua y varios continentes e islas».
En la pantalla salió un mapa de las Islas Vírgenes de Estados Unidos vistas desde un satélite y, sobre ellas, la palabra Faerûn, uno de los continentes de Töril. Y a cada isla se le adjudicaban los nombres propios de las Islas Moonshae, un territorio especial de Faerûn. El océano atlántico se convirtió en el Mar de las espadas. Las islas de Saint Thomas, St John y St. Croix se convirtieron en Norland, Gwynneth y Alaron. Y las islas colindantes como Capella Islands, Lavango Cay, Savana Island, Water Island, etc…, adoptaron los nombres de Mintarn, Snowdown, Moray, Oman, Korinn Isles, Whalebones, Ruathym… Se le encontraba símil a todo.
Los agentes infiltrados miraban anonadados la capacidad de inteligencia del friquismo. Realmente, habían conseguido casi superponer un mapa con el otro y encontrarle todas las similitudes.
«Cada pareja participante dispone de una moto acuática y un quad MGM para desplazarse por todas las islas a vuestro antojo e ir en busca de los objetivos diarios. Cuando acabe la jornada hoy, deberéis regresar a este mismo castillo, en la isla de Alaron».
—Así que Saint Thomas es Alaron… —susurró Cleo—. Oye, Tigretón, ¿sabes superponer mapas? —Al no recibir respuesta, Cleo lo miró por encima del hombro.
Nick tenía la mirada ambarina fija en la mujer con una máscara de cuero completa que cubría toda su cabeza y solo dejaba libres la boca, mediante una cremallera, y los ojos. Thelma, el ama rubia lo miraba por encima del hombro, sonriéndole con descaro.
—Eh, Tigretón…
Nick dejó de prestar atención a la dómina y a la esclava, y se centró en Cleo.
—Sé superponer mapas, ama.
—Bien —contestó Cleo más tranquila.
«En lo que dure el torneo y, en los escenarios, os estarán observando los villanos. Hay micros y cámaras en casi todos los emplazamientos. Incluso en los quads y las motos. La clave para encontrar el cofre de hoy la tiene el señor Johann Bassin. Mucha suerte a todos los participantes. Y recordad: «Cuando las mazmorras se abren, los dragones salen de caza».
La pantalla se apagó de repente. Todos los participantes la siguieron mirando en silencio, como si esperaran algo más.
Un ángel cruzó la sala.
Cleo observó a Lion. Lion la miró a ella.
Nick miró a su superior. Lion asintió con la cabeza.
Claudia seguía con la vista fija en la pantalla, en estado de encefalograma plano.
—¿Y quién coño es ese Johan? —preguntó Brutus en voz alta.
Cleo y Nick se miraron el uno al otro, sonrieron y corrieron disimuladamente hacia la recepción del hotel.
Lion tiró de Claudia y los siguió.
Necesitaban una guía telefónica.
***
Los quad MGM negros que conducían por la carretera de Saint Thomas tenían el volante a la derecha. Las Islas Vírgenes de Estados Unidos eran el único territorio norteamericano donde se conducía por ese lado.
Cleo agradecía que el viento la azotara de ese modo, porque el calor y la humedad eran insoportables. Hacía un sol de mil demonios. Menos mal que se había puesto protección.
Nick corría como un loco; iba a la cabeza, seguido de Lion, que sonreía como un truhán y le daba al claxón de su quad biplaza.
Ambas parejas se habían llevado las dos únicas guías de la recepción y habían dejado tirados al resto de participantes.
Habían salido del resort de Charlotte Amalie hacía diez minutos y ahora corrían por Frenchman Bay Road.
El señor Johann Bassin vivía en una de las calles perpendiculares que desembocaba en la carretera. En el número treinta y uno.
Nick aparcó el quad derrapando delante de la casa.
Cleo y Nick saltaron del coche y llamaron a la puerta de aquel dúplex blanco. En el porche, había un loro enorme rojo y azul, con el pico amarillo, que los miraba y se hurgaba las plumas de las alas, alternando entre controlar a los visitantes y comerse los piojos.
Abrió la puerta un hombre muy moreno, con barba blanca y pelo canoso y largo. Fumaba una pipa.
Los miró de arriba abajo.
—¡¡¡Qué¡¡¡—les gritó.
Cleo se apartó y frunció el ceño.
—¿Johann Bassin?
—¡¿Qué?! —gritó todavía más, acercando el oído a los labios de la joven.
—¿Señor Bassin? —Se apartó para que la pipa no le diera en la cara.
El hombre, sin sacarse la cachimba de la boca, se introdujo el meñique en el oído para destaponarlo.
—¡Sordo! ¡Sordo como una tapia! —gritó el loro.
Lion llegó al porche, con Claudia cogida de la mano.
—¡Somos del juego de rol! —Cleo levantó la voz—.¡Dragones y Mazmorras DS!
—¡¿Qué?! —Johann puso cara de estupefacción—. ¡¿Mamones y más zorras?!
Cleo abrió los ojos como platos y echó el cuello hacia atrás. Pediría ayuda al señor.
—¿Está sordo? —observó Claudia.
Cleo la miró de soslayo. Qué lista era.
—¡¿Gordo?! —El señor Bassin salió al porche cojeante, ayudado de su bastón, hasta llegar a su loro—. ¡Yo no estoy gordo! —le gritó a Claudia—. ¡El loro! ¡El loro sabe! ¡Yo estoy sordo!
Los cuatro estudiaron al loro como si tuviera cinco cabezas. ¿Sería que el loro tendría la respuesta?
Se acercaron sigilosamente y Lion lo piropeó para entrar con buen pie.
—Lorito… lorito guapo…
—¡Zorra! —le gritó el loro coloreado. Hurgó de nuevo entre sus plumas.
Cleo y Nick ahogaron una carcajada.
—Puto loro… —gruñó Lion—. Cofre. Co-fre —deletreó moviendo las manos y haciendo la forma de una caja.
—¡¿Gofre?! —exclamó el viejo Johann Bassin—. ¡Me gustan los gofres!
Claudia lo miró de arriba abajo, como si fuera un deshecho.
—Co-fre —repitió Lion.
El loro abrió las alas y las removió como si en cualquier momento pudiera arrancar a volar.
—¡Great St. James! ¡Bandera roja Great St. James! ¡Sant James! ¡Great Sant James! ¡Grande!
—¡Tigretón, corre! —Cleo tiró de Nick con la correa y pasó al lado de Lion—. ¡Aparta, Simba!
Los cuatro se dieron prisa por salir del porche y montar de nuevo en los quads.
El cofre estaba en la pequeña isla de Great St. James, que en el mundo de Faerûn no era otra que Oman.
Por la carretera se encontraron con varias parejas que los ponían verdes a su paso.
—¡Os habéis llevado las guías, cabrones!
—¡Cómo te pille en la mazmorra, Lady Nala, te vas a enterar!
—¡León, te arrancaré los pelos de los huevos! —gritó Brutus al pasar por su lado.
Cleo y Nick, en sus papeles, mostraron el dedo corazón a todos, mientras corrían en dirección contraria.
—¡Somos mejores, perros! —gritaba Claudia eufórica.
Cleo la observaba pegarse al musculoso brazo de Lion y besarle en la mejilla. ¡Besarle!
«Es tu superior. Tu jefe. No hay nada entre vosotros», se recordó fijando la vista al frente.
Al llegar de nuevo a Charlotte Amalie, dejaron los quads aparcados en el resort. Después se dirigieron al puerto donde tenían atracadas las motos acuáticas.
Eran todas negras y estaban personalizadas con los nombres de los amos.
La de Cleo y Nick se llamaba Lady Nala.
La de Lion y Claudia, King Lion.
Las motos eran modelos Sea-Doo GTX. Increíblemente grandes, súper equipadas, veloces y confortables.
—¡Ah, no! —Exclamó Cleo ordenando a Nick que se colocara detrás—. Esta la conduzco yo. Somos mujeres las dos —sonrió y le dio al gas—. ¡Wow! —gritó encabezando la carrera, muy seguida de cerca por Lion.
Su rival en el torneo.
Su antagonista.
Su superior.
El hombre que, sin hacerle daño físicamente, la había lastimado más que un latigazo mal dado.