Capítulo 18

«Al final, el sumiso es quien somete al amo, con su entrega y su aceptación».

New Orleans

Tchoupitoulas Street

Cinco días después

Ringo se apoyaba en su dedo índice, abrazándose a él como si fuera su salvavidas.

—Eh, Ringo… ¡Al frente! ¡Mira al frente! —insistía Cleo, sentada en la mecedora del porche delantero.

Lion no había querido verla. Cinco días atrás, Cleo esperó pacientemente a que Jimmy y Mitch se fueran de la habitación del león.

Y, cuando lo hicieron, ambos le comunicaron:

—Lion dice que quiere descansar, Cleo. No quiere más visitas.

Aquellas palabras fueron como una jarra de agua fría para ella. Pero intentó comprenderlo… Su herida había sido complicada y el cuerno podría haber atravesado órganos vitales importantes… Excusas.

Volvió a ir al día siguiente. Y de nuevo sucedió lo mismo. Lion recibía a todos excepto a ella. Saberlo la laceró por dentro, porque no entendía qué había hecho mal o qué pasaba. ¿Es que no tenía ganas de hablar con ella? ¿No quería abrazarla? Porque Dios sabía que a ella incluso le picaban los dedos de las ganas que tenía de tocarlo.

¿Dónde quedaban las palabras de la noche antes de que los secuestraran? ¿Dónde? Se las había llevado el viento, estaba claro.

«Nunca te fíes de las palabras que un tío te dice mientras te folla», le decía Marisa. Y cuánta razón tenía.

Así que, después de estar dos días más en la sala de espera, decidió que se había cansado de esperar. Lo decidió y se fue de Washington.

Se fue a Nueva Orleans, a su casa, donde pasara lo que pasara todo seguía igual; donde incluso tenía ganas de ver a la señora Macyntire y a su perro follador. Ese era su hogar. El que la hacía sentirse segura.

Aunque ahora el ambiente estaba un poco convulso por la noticia del cierre de la destilería de ron y el encarcelamiento de los D’ Arthenay. Por eso, esa misma noche, las familias más adineradas de la ciudad habían decidido organizar una fiesta en el parque Louis Armstrong. La hermandad entre ciudadanos era básica para una buena coexistencia. Y lo más importante: una buena fiesta siempre tapaba las manchas.

Nunca la habían herido tanto. Aquellas dos semanas con Lion la habían marcado a fuego, lanzado por los aires y después bajado a la tierra con un golpe seco y destructivo. Como una maldita montaña rusa.

Arriba y abajo.

El cielo y el infierno.

Placer y dolor.

—Oye C —Leslie salió al porche con la jarra de té helado en la mano y dos vasos en la otra—, deberíamos de prepararnos para…

Cleo levantó la mirada, con Ringo en la mano, y Leslie corrió a su lado, dejando la jarra en la mesa.

—Estás llorando otra vez, cariño —murmuró Leslie cobijándola entre sus brazos.

—¿Ah, sí? —Fantástico, lloraba y no se daba cuenta.

—Sí, tonta —murmuró Leslie sobre su cabeza, meciéndose en el columpio triple.

Menos mal que su hermana había venido a pasar unos días con ella. La una necesitaba de la otra, hacerse compañía y hablar. Hablar de todo.

El FBI le había dado un permiso para que recuperara fuerzas y retomara la misión del SVR con Markus; y Leslie había tomado la decisión de pasar esos días con su hermanita.

—No entiendo qué ha pasado… —susurró Cleo sobre el hombro de su hermana mayor, colocando a Ringo en su pecho.

La morena le acarició el pelo y besó su frente.

—Yo tampoco, C. Pero tarde o temprano lo averiguaremos. Lion no es muy extrovertido…

—Me dijo que me quería, que se moría si a mí me hicieran algo… —sollozó descontrolada, sorbiendo por la nariz—. Le dije que lo quería…

—Los sentimientos son muy poco controlables —musitó Leslie con la mirada perdida—. No todos se sienten cómodos con ellos. Creo que tú eres la única en el mundo que disfruta expresando sus emociones.

—No disfruto —replicó Cleo—, pero si no las digo exploto, ¿comprendes?

Leslie sonrió y tomó a Ringo entre sus manos.

—Tienes que quedarte con Pato —le pidió Leslie. Pato era su camaleón, que estaba compartiendo terrario y días con Ringo—. Cuando me vaya quiero que lo cuides tú hasta que vuelva. No me fío de mamá.

—Claro… —Se limpió las lágrimas en su camiseta—. Papá estuvo a punto de comerse a Ringo pensando que era lechuga.

—Por eso —se rio Leslie.

Leslie recibió un whatsapp en su iPhone. Lo miró y lo volvió a apagar.

—¿Quién te escribe tanto? —preguntó Cleo sorbiéndose las lágrimas.

—Markus. —Leslie rellenó los dos vasos de té y le ofreció uno a su hermana. Después le pasó un brazo por los hombros y bebió, reclinada sobre el respaldo del columpio.

—¿Qué quiere?

—Verme.

Cleo se medio incorporó y sonrió todavía llorosa.

—¿El de la cresta quiere verte? ¿El de los ojos amatistas?

—Sí. Bueno, no es nada raro. Ha sido mi compañero; y posiblemente tengamos que trabajar juntos para resolver el caso de la venta de esclavas. Amos y Mazmorras ha acabado, pero la telaraña es grande.

Cleo estudió la pose fría de Leslie. Sus ojos verdes la analizaban como si fuera un bicho raro.

—¿Por qué te escribe? —inquirió.

Leslie se removió incómoda.

—Eres peor que la Inquisición.

—Sí. Cuenta.

—Bueno… ¿Te acuerdas de la noche en el Plancha del Mar?

—Como para olvidarla… —Nunca le explicaría a Leslie el modo en que Lion la atormentó en la cala.

—Bien. Yo no debía hacerle nada… Simplemente tenía que permanecer sentada a sus pies, como su cachorra. El me azotaría y listos. Nuestra relación no pasaba de lo laboral, con un respeto mutuo absoluto. Pero no sé lo que me sucedió… —murmuró todavía confusa—. Me dio rabia algo… Tal vez el hecho de que las tocara a todas excepto a mí.

—Él te gusta.

—Sí.

—Entonces a esa reacción se le llama ataque de celos.

—No sé… ¿Sí? —dio un sorbo a su té.

—Sí, Leslie —puso los ojos en blanco.

—La cuestión es que le bajé la cremallera y me puse a hacerle una felación ahí delante de todos. Los Villanos disfrutarían del espectáculo…

—Tú disfrutarías del espectáculo… —añadió Cleo.

—Y él se lo pasaría muy bien. —Finalizó Leslie—. No pensé que fuera nada malo darle un poco de realidad a mi papel. Por Dios, he hecho cosas realmente escandalosas como dominante. —Parecía que ella misma se estaba autoconvenciendo—. Y cuando me refiero a escandalosas, me refiero a escandalosas estilo nomepuedocreerquehayashechoeso.

—Un día me las contarás, ¿verdad?

—No, que eres menor.

Cleo soltó una carcajada. Lo peor era que su hermana hablaba en serio. Tenía veintisiete años y Leslie treinta. ¿Y era menor?

—La cuestión es que lo que hice —continuó Leslie arrepentida— le sentó muy mal.

—¿Le sentó mal? Si se corrió, es imposible que le sentara mal.

—¡Dijo que se sintió violado! —exclamó incrédula—. ¿Te lo puedes creer? Oh, eso sí que me sentó mal a mí —se llevó la mano al pecho.

Cleo arqueó las cejas rojas.

—¿Y eso te lo dijo completamente serio?

—Markus no sonríe mucho.

—Te está tomando el pelo, Leslie —repuso Cleo—. ¿Y ahora qué te dice en el whatsapp?

Leslie le enseñó la pantalla del iPhone.

Y Cleo leyó:

De Amo Markus:

Estoy en Nueva Orleans. Quiero verte.

—¿Qué crees que quiere decir? —preguntó Leslie. Se echó el pelo azabache hacia atrás, y sus ojos grises lanzaron destellos llenos de curiosidad.

Cleo abrió la boca asombrada por la poca vida que había tenido su hermana. ¿De verdad estaba preguntándole qué insinuaba Markus? ¡Si estaba clarísimo!

—¿Y tú eres mi hermana mayor? —preguntó horrorizada.

—¿Qué hace en Nueva Orleans? No deberíamos vernos hasta dentro de cuatro o cinco días. ¿Qué hace aquí?

—Creo que lo deja bastante claro. Quiere verte, pava.

Leslie aleteó sus pestañas.

—Quiere sexo —aclaró Cleo.

Otro mensaje de whatsapp.

De Amo Markus:

Envíame una localización, maldita sea. Quiero verte ahora.

Ni siquiera me dijiste que te ibas a ir. Esa no es manera de tratar a tu amo.

—¿No te despediste? —preguntó Cleo intrigada.

Nop. —Leslie acabó el vaso de té y se llenó otro—. Está acostumbrado a ser el ombligo del mundo. Pensé que no le importaría que yo no le dijera que me iba unos días a desconectar. Además: ha sido el FBI quien me los ha dado, no el SVR —sonrió con malicia.

—¿Por qué me da la sensación de que sabes perfectamente lo que estás haciendo?

—No puede importarle lo que yo haga, ¿no crees?

—Pues yo creo que sí que le ha molestado. Oye, a ver… Leslie, céntrate. —Chasqueó los dedos frente a ella—. ¿Tú y el de la cresta os habéis acostado?

—No.

—¿Intentos?

—No. Lo más cerca que he estado de él fue cuando le hice la felación. Bueno, y él, después de eso, me empezó a dar azotes, otra vez, en las nalgas hasta que se quedó a gusto.

Cleo se echó a reír.

—Te dio una reprimenda por desobedecerle. ¿Sabes qué creo? Que está caliente desde entonces.

—¡Me dijo que no le gustó! —protestó indignada—. El muy cretino se atrevió a decirme que… —gruñó entre dientes.

—¡Miente! ¡Está mintiendo!

Otro whatsapp.

De Amo Markus:

Agente Connelly: la localización. Ya.

Tenemos mucho de qué hablar.

Tengo mucho por lo que castigarte.

P.D: Te debo una violación.

Cleo y Leslie abrieron los ojos como platos.

Leslie se levantó con el teléfono en las manos y Cleo la retuvo a su lado.

—Ay, joder —susurró Les.

—Contéstale —la animó Cleo muerta de la risa—. Voy a buscar bollos. Leslie se sentó de nuevo en el balancín, con la vista gris fija en la pantalla del celular.

Se mordió el labio y se echó a reír.

De Sumisa Leslie:

Si me violas, espero que me lo hagas bien.

Aquí tienes la localización.

Esta noche estaremos en el parque Louis Armstrong.

De Amo Markus: Perfecto.

Prepárate.

Leslie sonrió y negó con la cabeza. Los hombres eran tan fáciles…

Hasta que le rompían a una el corazón, como le habían hecho a su hermanita.

Por eso ella lo iba a guardar a buen recaudo.

Jugaría con Markus.

¿Por qué no?

***

—¡Leslie! ¡Leslie! ¡Ven! ¡Corre! —gritaba Cleo desde la entrada de su casa.

La morena estuvo a su lado en menos que canta un gallo.

—¿Qué? ¿Qué pasa? —preguntó con el camaleón pegado a su camiseta.

Cleo tenía los ojos verdes, abiertos hasta más no poder, fijos en un sobre que acababa de traerle el cartero.

—¿Qué tienes ahí? ¿Qué es eso?

—Es un cheque. De Nick.

—¿De Nicky? —tomó el sobre entre las manos y leyó en voz alta la pequeña tarjeta que adjuntaba.

Para LadyNala:

Querida ama.

Como sabes, Thelma y yo ganamos el torneo de Dragones y Mazmorras DS. He cobrado el premio, y no me lo puede quitar nadie. Puesto que creo que nos lo merecemos por todo lo que hemos sacrificado en esta misión, he decidido dividirlo en cuatro partes. Quinientos mil dólares por cabeza. Para ti, Lion, Leslie y yo. Disfrútalos como mejor te convenga.

Tigretón

Cleo cerró el sobre y lo pegó a su corazón magullado. El dinero no daba la felicidad, pero sí un buen soplo de alegría.

Las dos hermanas se abrazaron, dando saltos en la entrada.

El estado nunca les remuneraría por lo que habían hecho. Dragones y mazmorras DS, sí.

***

Parque Louis Armstrong

Cleo quería guerra. Se había puesto el precioso corsé de camaleón, unos pantalones de pitillo de lycra hiperajustados de color negro y unos zapatos descubiertos con un buen tacón para pisar egos masculinos.

Si Lion había pasado de ella de manera tan cruel y se había atrevido a ningunear lo que tenían, ella se dedicaría a superar ese varapalo pasándoselo lo mejor que pudiese…

Pero ¿a quién pretendía engañar? ¡Estaba hecha polvo y quería hacerse el harakiri!

Leslie vestía de violeta, con un traje veraniego y unos zapatos de tiras con plataforma. Se había recogido el pelo negro en una coleta alta. Percibió enseguida el cambio de ánimo de Cleo y la arrulló con su cariño.

—Oye, camaleón, nada de lágrimas aquí, eh… Mira, la gente se lo está pasando bien.

La gente bailaba en el parque al ritmo de To be with you. Los mismísimos Westlife habían sido invitados a cantar en directo en aquella fiesta patriótica de orgullo orleanino.

Decían que el parque Louis Armstrong, antes llamado Congo Square, había sido la cuna del jazz. Se encontraba al final de la calle Nueva Orleans y, antiguamente, era un lugar de encuentro en el que los esclavos africanos se reunían para cantar y bailar con tambores y banjos. De sus melodías y su ritmo emergió el jazz como ahora lo conocemos.

Pero aquella noche, el emblemático parque se había convertido en una auténtica discoteca al aire libre.

Cleo y Leslie picoteaban las dos de sus tempuras de pollo a la coca cola, únicos de Nueva Orleans. Bebían de su cerveza de fresa y se ponían las botas con el rebozado. ¡Arriba las grasas en los estados depresivos!

—Las hermanas Connelly —exclamó Magnus colando la cabeza entre ellas.

Cleo lo miró y sonrió.

Magnus iba acompañado de Tim, que miraba embobado a Leslie. El capitán le cogió la nariz a Cleo y le pidió un baile.

—Teniente Cleo —hizo una reverencia—. Has regresado de tus vacaciones y todavía sigues de fiesta… ¿Qué te parece acompañarme en esta canción?

Leslie dio un sorbo de su cerveza y alzó la mano para saludar a su madre y a su padre, que se acercaban a ellas corriendo.

—Mira C: papá y mamá vienen a achucharnos —dijo entre dientes.

La simpática de Darcy venía con su consuegra Anna cogida del brazo. Mientras, Charles y Michael paseaban tras ellas, admirando el grupo de jóvenes que cantaban con voces tan armónicas.

—¿Estos son gays? —se preguntaban el uno al otro.

Darcy y Anna abrazaron a las dos hermanas.

—Aquí está mi maravillosa hija mayor que ha sido capaz de pasarse casi dos semanas sin llamarme ni decirme nada.

Leslie sonrió con educación y devolvió el abrazo a Darcy.

—Lo siento mamá, he estado muy ocupada. —Le guiñó un ojo a Anna y esta se echó a reír.

—Eso sí: insisten en dejarme a sus bichos verdes y miopes para que se los cuide. ¿Cuándo cuidaré a mis propios nietos? Quiero a bípedos. Cleo y Leslie se miraron la una a la otra con cara de póquer. —Te ha mirado a ti, L.

—No —respondió Leslie—, te ha mirado a ti, C. De hecho tiene su atención periférica centrada en ti. Solo en ti.

Darcy le pellizcó la mejilla a Leslie y, después, dedicó toda su atención a su hija pelirroja. Se puso las manos en la cintura.

—Hija mía, estás hecha un mapa, cariño —la reprendió.

—He demandado al hotel por tener unas escaleras en tan mal estado —mintió Cleo.

Como todavía tenía cortes y puntos, tuvo que poner la excusa de que las escaleras de una de las cabañas en las que se hospedaban se partió mientras ella subía a su habitación. Ahora incluso se convertiría en guionista.

—¿Vas a bailar con este chico? —preguntó Darcy dejando el bolso a Anna.

—Bueno, pues sí iba a hacerlo pero…

—Ah, pues se perdió tu turno —repuso su madre llevándose a Magnus y colgándose de sus anchos hombros.

Cleo y Leslie se echaron a reír. Pero entonces, Anna, la madre de Lion, ex consuegra suya, se acercó a las dos hermanas con su dulzura y su exquisita educación y les dijo:

—¿No os importará que después de ella vaya yo? Creo que hay que disfrutar de la buena salud de Nueva Orleans.

Que era como decir: como tengo a mi marido que tiene una única abdominal y no está tan prieto como el moreno de ojos verdosos, aprovechemos el producto joven y criollo y ¡palpemos que no es pecado!

Magnus habría sido una pareja ideal para ella, pensó Cleo mientras lo observaba bailar y sonreírle a su madre.

Los dos trabajarían juntos, sin demasiados sustos. Su madre estaría eternamente enamorada de él… ¿Por qué ella no podía estarlo también?

De hecho, ellos dos se llevaban muy bien. Magnus era simpático y divertido; y nada dominante. No como Lion.

Magnus cedía; y a Lion le costaba.

Magnus nunca la había herido. Lion la había hundido.

Sí: todo habría sido más sencillo con Magnus.

Pero el amor verdadero no era sencillo. El amor de verdad era una flecha de doble púa que una vez te alcanza, es casi imposible de arrancar; y si lo haces, los daños colaterales son más graves y sangrantes.

Nunca había creído en los cuentos de hadas. Y ahora menos.

Las dos hermanas se dieron la vuelta para observar a la multitud. Aquella mañana, el Barrio Francés se había despertado con impactantes primeras planas en los periódicos. Hablaban de Billy Bob y su trágica muerte; y del negocio del ron y las tendencias sádicas de los D’ Arthenay. Pero, en realidad, nadie conocería hasta qué punto todo aquel tema del sadismo y los Villanos era turbio, lleno de sombras, sin claros.

¿Tendrían secuelas?

Sí. La peor de todas, además de haber perdido a Clint, y de la muerte de Thelma, era saber que había perdido su corazón.

En el parque Louis Armstrong había una figura exacta de bronce del gran músico de jazz, y una escultura dedicada al recuerdo de los esclavos criollos. Lo rodeaba un jardín espacioso y un pequeño estanque bordeado por un pequeño puente por el que se podía caminar.

Y fue allí, en ese puente, donde Leslie posó su mirada plateada y no la volvió a apartar.

—Dios mío —murmuró Cleo—. Mohicano a las doce.

—Lo he visto —aseguró Leslie—. Así que me ha encontrado… —sonrió y se dio la vuelta, ignorándolo.

Markus negó con la cabeza y se echó a reír.

—¿Adónde vas, Les?

—Voy a jugar al gato y al ratón —contestó besando la mejilla de su hermana—. ¿Estarás bien?

—Sí. —Mintió. Pero cuando su madre y su ex-suegra dejaran de tocar a Magnus, tal vez ella podría bailar con él y olvidar—. ¿Vienes a dormir a casa?

—Claro —frunció el ceño.

—No vienes. Ya lo veo venir.

—Oye, ¿por quién me has tomado?

—Ya… ¿Quién es el gato y quién el ratón?

—Bueno, yo soy la gata —le guiñó un ojo—. Buenas noches, ratona. —Se alejó de su hermana al ver que Markus caminaba hacia ella.

Cleo no sabía qué pensar. Leslie parecía muy cómoda jugando con Markus. Era extraño verla así: tan atrevida y segura de sí misma. Bueno, ella siempre había sido así. Pero la novedad era ver esa actitud con un hombre. Uno que le gustaba, al parecer.

Markus pasó por el lado de Cleo.

Khamaleona —la saludó con la mirada amatista fija en el vestido violeta que desaparecía entre la gente.

—Markus.

Cuando los dos desaparecieron de su visión, se dio la vuelta para dirigirse al puente y disfrutar la fiesta desde allí, mientras les echaba los trocitos de rebozados a los patos del estanque.

Los Westlife bajaron del escenario, y le tocó el turno a una chica llamada Tata Young, parecía asiática. Bloody valentine cantaba.

Primero sonaron las teclas de un piano. Y después empezó el ritmo pegadizo.

Cleo cerró los ojos y se dejó llevar por la melodía.

Los seres humanos como ella era tan musicales que sus emociones se modificaban con el sonido de las notas correctas. Con las palabras susurradas, cantadas…

Cleo empezó a mover las caderas levemente; pero unas manos duras y exigentes detuvieron su vaivén.

Abrió los ojos y no se atrevió a mirar tras ella.

Olía a él. Al león que le había desgarrado el alma al rechazarla de aquel modo en el hospital.

—Me han dicho que no quieres volver al FBI.

Silencio.

—¿Cleo?

—¿Y a ti qué te importa lo que yo quiera hacer?

—Leona… —murmuró Lion pegando su cuerpo a su espalda—. Todavía tengo cosas que decirte; cosas que para alguien como yo no son fáciles de admitir.

—¿Qué haces aquí? ¿Ya estás bien? —preguntó retirándose de él.

—No. No estoy bien —contestó con humildad.

—Si estás convaleciente, deberías estar en el hospital, donde nadie pueda verte. Ah, no. Que la única que no podía verte era yo.

Lion cerró los ojos y hundió la nariz en su pelo.

—Quiero disculparme. No te apartes.

—Tú me alejaste —replicó apretando los dedos de las manos y clavándose las uñas en las palmas.

—No. No es verdad.

—Sí. Pasé cuatro días deseando verte. Y tú no me dejaste entrar ni una vez. No querías hablar conmigo… Después de todo lo que hemos pasado juntos… Me trataste mal. No tienes ni puñetera idea de cómo tratarme.

—Cleo… —susurró acariciando su nuca con su nariz—. Déjame decirte lo que me falta por decir; y después puedes decidir qué hacer conmigo. Si quieres, puedes tirarme al estanque para que los patos me coman los ojos.

Cleo resopló irritada.

—El carismático y simpático Lion ha vuelto, eh… Dime lo que quieras. Ya he decidido sobre ti.

—Bien, ¿te importa si te lo digo bailando?

—¿Ahora quieres bailar conmigo?

—Por favor.

—Esta canción es perfecta para nosotros —confesó sarcástica—. ¿Por qué no?

Lion le dio la vuelta y la cobijó entre sus brazos.

Dios, estar ahí era perfecto. Encajaban tan bien… Él la empezó a mover, sincronizados a la perfección. Llevaba una camiseta de manga corta azul oscuro, como sus ojos. Estaba muy moreno por el sol que le había dado en las islas. Unos pantalones tejanos claros y sus zapatillas casual blancas de tela, de la marca Adidas, con las rayas en azul, completaban su atuendo.

Y olía a colonia de hombre…

Lion se movía que daba gusto. Era tan sexy bailando… Pero ¿qué no era sexy de ese amo, por el amor de Dios? Cuando él nació, se llevó todo el pecado terrenal para él.

—Hueles tan bien…

—No, Lion. Basta —suplicó. Volvería a camelarla; y no podía ser—. Dime qué quieres. ¿Qué haces aquí?

Él tomó aire por la nariz y lo sacó por la boca.

—He venido porque la noche que te dije que te quería, me dejé cosas en el tintero. Y es justo que las sepas. Y porque hay una explicación a cómo te traté en el hospital. —Pasó la mano por la espalda de Cleo.

—No me importa.

—No digas eso… Yo… Te mentí.

Ella se tensó entre sus brazos.

—No te quiero —dijo Lion.

Cleo hizo un mohín y luchó por alejarse de él; pero Lion no se lo permitía.

—¡Déjame en paz! —¿Pararía de lastimarla alguna vez?

—No te vayas… Lo que siento por ti es más que querer, es más que amor. Cleo… —sus palabras se precipitaron como el agua de un río desbocado—, mi corazón de hombre y de amo te pertenece desde que tengo ocho jodidos años. Creo que las almas afines se reconocen en cuanto se ven; y que un amo de corazón elige a quien desea proteger y provocar. Yo te elegí aquel día, hace veintitrés años.

My Valentine running rings around me…

Hanging by thread but were loosening, loosening

Los ojos de Cleo se llenaron de lágrimas de incomprensión.

—¿De qué… De qué hablas?

—Cuando creías que te alejaba o que te trataba mal, era por mi miedo y mi ansia de sobreproteger lo que quiero y me importa —explicó Lion emocionado—. Siempre he sido así. Y contigo más todavía. No quería que te hicieras daño; no quería que hicieras lo mismo que Leslie y yo porque tú eras cuatro años más pequeña y no era tan fácil para ti. Después creciste, y me pusiste tan nervioso… Nunca me hacías caso, siempre me contestabas y me desafiabas. Yo no sabía cómo poner nombre a lo que sentía por ti… Mis amigos empezaban a salir con chicas de su edad y yo estaba obsesionado con una cría de doce años y aspecto de hada. —A cada palabra, Lion procuraba desnudar poco a poco su corazón. Pero teniéndola a ella, tan pegada a su cuerpo, perdía el control—. Fue por ti que me hice amo. Fue en ti en quien pensaba cada vez que una sumisa requería mis servicios, o cada vez que alguien quería jugar conmigo. Yo… Yo solo pensaba en ti, Cleo. Mi deseo de entregarme a alguien, mi deseo de que tú te entregaras a mí… Deseaba verte, deseaba saber de ti. Pero no me atrevía a preguntarte; porque no quería saber si ya habías encontrado a otra persona. Sabía por tu hermana los escarceos que tenías. Pero yo confiaba en mi fuero interno en que tú y yo nos pertenecíamos, y que yo te reclamaría en cuanto acabara la misión de Amos y Mazmorras. En cuanto encontrara el valor de exigir todo lo que necesito de ti. Lo tuve claro cuando nos vimos en el Smithsonian. Necesitaba besarte, probarte un poco… Me pusiste como una moto —sonrió melancólico.

—¿Por eso me besaste? —susurró—. Yo pensé que solo querías molestarme.

—Quería calmarme. Quería probarte, por eso te besé. Pensé: un poco de gasolina pelirroja para mantenerme sereno un tiempo más —la abrazó con posesividad—. Ese día juré que serías mía, que estaba cansado de desearte y no ir a por ti. Y, entonces, Leslie desapareció, y el FBI decidió contar contigo. Aquella fue mi oportunidad, y no la pensaba desaprovechar. Por eso pedí ser yo tu instructor. Era mi mundo, un mundo que yo deseaba que tú conocieras conmigo. Mi mundo, mis reglas. Y quería comprobar cuan apasionada y obediente podías ser.

—¿Y qué te parecí, Lion? —preguntó arisca, todavía reticente a mirarlo.

Lion sonrió y apoyó la mejilla en su cabeza.

—¿Que qué me pareciste, leona? Te has llevado mi corazón para siempre.

Cleo emitió un gemido y hundió la carita en el musculoso pecho del agente Romano. Arrancó a llorar.

—Cuando eras pequeña yo te lo ofrecí, ¿sabes? Mi corazón, digo… Un niño de ocho años que no sabía que tenía corazón de amo decidió que solo sería capaz de amar a una mujer. Y eras tú. Pero ahora —su voz se quebró—, ahora me siento indefenso contigo, Cleo. Y no me gusta. Yo quiero cuidar de ti, protegerte… En el hospital estaba tan débil. No quería que me vieras así. No soportaba que me vieras así.

—Te hirieron, Lion —le defendió ante sí mismo—. No eres invencible. Nadie lo es.

—Me da igual. Soy un hombre muy protector con lo que considero mío. Yo no te considero de mi propiedad, yo te considero una extensión de mi alma, Cleo. Me dio vergüenza ser tan poca cosa para ti… Estar postrado…

—¡Tú no eres poca cosa! ¡¿Estás loco?! —le empujó enrabietada—. ¡¿Sabes lo que he llorado estos días pensando que ya no me querías?! ¡Me he… Me he vuelto loca! —Le daba igual montar un espectáculo en plena fiesta.

Lion daba un paso atrás a cada empujón de Cleo. Pero la joven tenía razón. Él mismo se había reprendido por su comportamiento. Había sido un estúpido.

—Solo quería que supieras que no me gusta parecer débil ni ante ti ni ante nadie. Pero he aceptado que a tu lado siempre pareceré débil —se relamió los labios, nervioso.

—¡¿Pues sabes qué?! A mí no me gusta que me hagan daño y jueguen conmigo de esa manera, ¡¿Me oyes?! —le volvió a empujar, con los ojos verdes llenos de lágrimas—. ¡Porque ahora no me creo nada de lo que me dices!

La ceja partida de Lion se elevó. Esas palabras reactivaron el carácter dominante de Lion.

—¿No te creerías que te quiero con locura, Cleo? —preguntó rodeándola con los brazos, inmovilizándola contra él—. ¿No te creerías que te quiero como hombre y como amo, pero sobre todo, como servidor? Créetelo, maldita sea. Lo llevo escrito en la piel, como a ti. Te llevo en la piel, Cleo —aseguró apasionado—. Tú y yo encajamos como dos piezas de puzle.

Cleo desvió los ojos al tatuaje del cuello y se dio cuenta de que había un nuevo kanji japonés. Otra letra.

—¿Te has retocado el tatuaje? —preguntó dubitativa, esperanzada y medio resarcida.

—Lo he completado.

—Antes ponía: «amo». ¿Qué pone ahora?

Lion levantó la barbilla de Cleo y rogó que lo mirase.

—Mírame. No me esquives la mirada, cariño —cuando ella lo hizo, le dijo—: Pone: «Amo a Cleo».

Si el tiempo pudiera detenerse, estaba convencida de que los dos habrían elegido ese momento justo. Esa declaración libre de máscaras y mentiras, llena de honestidad. La dominación y la sumisión era honestidad.

—¿Sí? —preguntó ella haciendo pucheros—. ¿De verdad?

—Sí, leona.

—No quiero seguir jugando… —sollozó.

—Yo nunca he jugado contigo. Todo ha sido de verdad. Te amo, y ni siquiera te amo —sonrió sin querer buscarle una explicación—; pero no conozco otra palabra que pueda describir lo que siento, ni que se aproxime a la grandeza de mis sentimientos. Te amo con todo mi corazón y con todo lo que soy. Quiero que te quedes conmigo y que me permitas estar a tu lado siempre. —Lion la alzó e hizo que rodeara la cintura con sus piernas. Cleo rozó algo esponjoso y suave con sus tobillos.

—Tu herida… —protestó Cleo.

—Está bien.

—¿Qué llevas ahí detrás?

Lion llevó la mano a su espalda y cuando la sacó le enseñó el conejo que le había regalado veintitrés años atrás.

It’ such a dirty mess

Imperfect at its best

But it’s my love my, love my, Bloody Valentine

Cleo no se lo podía creer. Parpadeó para limpiar sus ojos húmedos y tomó el peluche entre sus temblorosos dedos.

Lion observó atento su reacción, sin dejar de moverla, bailando todavía al ritmo de la canción.

El conejo tenía algo colgando del cuello. Un collar con dos alianzas. Dos piezas de puzle doradas con un corazón de diamante en un extremo. Como el tatuaje de ambos.

—Cleo. —Lion se detuvo y juntó su frente a la de ella, intercambiándose el aliento—. Cometo errores. Sé que cometeré muchísimos más; pero también sé pedir perdón. Estoy enamorado de ti desde que era un niño, pero no me he atrevido a decírtelo hasta que me he vuelto un hombre. Acéptame y quiéreme. Te doy todo lo que soy, todo lo que tengo, lo bueno y lo malo, para que me cuides y me limes. Me entrego por completo, nena —murmuró tembloroso—. Tú me sometes.

Cleo lo abrazó con todas sus fuerzas, y le besó en los labios con ferocidad y voracidad. Mezclando la pasión y la ternura. El dolor y la alegría. La liberación y la sumisión.

—Te amo, Lion Romano —susurró acariciando su mejilla rasposa—. Te quiero desde que te vi llorar en la escalera de tu casa. Te quiero por no tirarme el conejo a la cara. Y te he querido y deseado desde siempre.

—Sabes lo que soy, Cleo —le dijo con lágrimas enormes en sus ojos azules—. No voy a cambiar. Me gusta lo que hago.

—No quiero que cambies, amor —musitó besando sus lágrimas. Las lágrimas en Lion no eran un símbolo de su debilidad sino de su fortaleza y su madurez—. Nunca me he sentido tan viva ni tan segura, como estando encadenada a ti, bajo tus castigos y tus caricias. Enciérrame en la mazmorra de tu corazón y no me dejes salir nunca. Y nunca, nunca, permitas que me escape. —Volvió a besarlo en los labios y repitió—: Tú me sometes.

—Joder, no… —sonrió iluminando su masculino rostro—. Nunca dejaré que te escapes, leona. Tú eres la mujer con alma de dragón que yo estaba esperando.

—Nunca dejaré que te vayas, león. He entrado en tu mazmorra y reclamo tu corazón de amo.

Amos y Mazmorras había sido como una especie de San Valentín sangriento en el que el amor, la rabia, el sadismo, la dominación y la sumisión habían marcado a todos sus participantes.

Pero solo en las cacerías más salvajes afloraban los verdaderos sentimientos de aquellas personas con la honestidad suficiente como para admitir que un arisco y soberano hombre león se había enamorado ciegamente de la increíble mujer camaleón que tenía entre sus brazos.

El amor no era cosa de tamaños ni de pelajes.

Ni de géneros ni de especies.

El amor era un juego de fantasías y realidades.

De lágrimas de dolor y placer.

De dar y recibir.

El amor, el auténtico, era dejarse guiar por la persona amada con los ojos vendados y las manos atadas, y tener la capacidad de entregar las riendas sin miedo a equivocarte.

No había mayor acto de sumisión que rendirse al verdadero amor.

Y tarde o temprano todos nos sometemos. ¿No creéis?

Y el león cayó sometido por el camaleón.

FIN