La suite del Westin Saint John no era tan cálida si Lion no estaba ahí con ella. Nada más llegar, él se había metido en la ducha. Cleo pensó que le invitaría a compartirla con él; pero el agente quería privacidad.
Después, le había tocado el turno a ella. Y Lion había aprovechado para irse. Así, sin más.
Durante el trayecto, Lion había permanecido completamente en silencio, con el rostro demudado e impertérrito. Lloroso.
Y ella tampoco había sabido qué decir. El trío los había arrasado como llamas a ambos, como a una maldita campiña verde donde no pudiera salvarse ni una brizna de hierba ante el fuego abrasador.
Les había dejado sin palabras. Demasiadas sorpresas: pensar que era Prince quien la poseía y, después, saber que era Sharon quien lo hacía; escuchar los gemidos de Lion, quejumbrosos, y notar la tensión de su cuerpo debajo de ella. Tensión por hacer justamente lo que no quería hacer; la pelea entre los tres amos y las declaraciones… Todo junto había sido demasiado explosivo.
El torneo estaba acabando con ellos. Los estaba reduciendo a una estado de nervios continuo y de emociones descarnadas.
¿Lo mejor? Que ya estaban clasificados y que mañana prepararían a los equipos para que siguieran los movimientos de los Villanos durante la final. Descubrirían quiénes eran y, con la colaboración de Markus y Leslie, destaparían el pastel de las sumisas y la trata de blancas. El equipo base ya debería tener localizado a Keon, el cabecilla que facilitaba el popper. Así que, más o menos, ya habían atado cabos sueltos y la resolución del caso empezaba a tomar forma.
Pero los sentimientos de Lion y Cleo se habían visto perjudicados, expuestos y pisoteados.
Por eso, Lion no había querido mirarla a los ojos desde que llegaron al hotel. Por ese motivo, se había duchado y se había ido: porque no soportaba estar en la misma habitación que ella.
Y la verdad era que ella no sabía cómo hablar con él después del suceso en la mazmorra y de lo sucedido con Prince y Sharon.
¿Cómo debía hablar? ¿Qué le debía preguntar? ¿Sharon había dicho la verdad? ¿Qué sentía Lion por ella en realidad? Porque aquella mañana le había quedado claro que Lion no sentía nada; no el amor ciego que ella le profesaba.
Pero la Reina de las Arañas le había echado en cara justo lo contrario; al menos, el tono en que lo había escupido todo daba a entender que el agente Romano sí que podía tener sentimientos por ella. Algo más… No sabía el qué…
Pero algo más.
Y, después, estaba la respuesta convincente e inflexible que le había dado al príncipe de las tinieblas: «Deja a mi mujer. Y deja tranquila de una vez a la tuya».
Dios… ¿Hablaba de ella como su mujer? Cleo hundió el rostro entre sus rodillas. Estaba en la terraza, inmersa en el jacuzzi de madera. Quería sentirse limpia por fuera y por dentro.
Y quería luchar por Lion. Necesitaba que él le hablara y que le hiciera entender todo lo que no comprendía.
Sobre él. Sobre ella. Sobre los dos.
Un hombre no lloraba si no se veían envueltos su amor propio y su corazón de por medio.
Y Lion había llorado como un niño pequeño. Lo había hecho durante el trío, e incluso después. Aquello quería decir algo. Y estaba dispuesta a arrinconarlo de una vez por todas.
Lo haría cuando él regresara de dónde fuese que estaba.
***
Necesitaba centrarse. Necesitaba hablar con alguien que no estuviera emocionalmente involucrado con él. En el maldito torneo lo estaba con Cleo, lo estaba con Sharon y con Prince, con Leslie y con Nick y, también, con la muerte de su mejor amigo, Clint. No lo soportaba más.
Cleo quería destruirle; no encontraba otra razón para comprender la valentía y la impetuosidad de esa mujer a la hora de desafiarlo y de hacer lo que él le prohibía. Y, aun así, aunque lo hería, aunque le estaba provocando una úlcera estomacal, la admiraba por ello.
Cleo sería Cleo, siempre. Nunca se dejaría pisotear por nadie. Y él necesitaba a alguien así a su lado. Cuando la metieron en el caso no sabía cómo iba a encajar Cleo su superioridad y su mando. Lion sabía lo duro y lo inflexible que él podría llegar a ser.
Pero él sabía que Cleo veía las diferencias. En la cama sabía ser sumisa y, a la vez, provocadora; fuera de ella, no aceptaba ni una orden, la condenada. Señal de que no extendía su sumisión a ese ámbito; y eso le agradaba. Porque estaba enamorado de Cleo, con sus cosas buenas y sus cosas no tan buenas. La quería por cómo era, por cómo peleaba y por lo poco que camuflaba sus sentimientos; al contrario que él. Aquella mañana le había dicho que lo quería, así, sin más. Y Lion había sido el hombre más feliz y el más asustado del mundo al escucharlo. Él, que había intentado controlar sus emociones y el loco latido de su corazón; él, que creía llevarlo todo a rajatabla. Él había sido derrotado por dos palabras: «te quiero». ¿Y qué más daba ya si estaba en el torneo o no? ¿Qué importaba si era o no era un buen momento para ellos?
Lo único que tenía que dejarle claro a Cleo era que, si lo quería, debía empezar a respetar sus decisiones. Ella sabría lo que le hería a él; y él le exigiría a ella que le dijera qué le hería a cambio; porque no pensaba lastimarla, porque no quería que esa chica pasara alguna vez por el maldito tormento que él había vivido en esa mazmorra de la plantación de azúcar. Annaberg sería recordado por siempre como su infierno particular.
Estaba en Bay Cruz. Miró a su alrededor, vigilando que nadie viera lo que iba a hacer, y se adentró en una de las dos furgonetas surferas amarillas Volkswagen en la que estaba todo el equipo estación trabajando, disfrazados y caracterizados como surfistas.
Cuando él entró se hizo el silencio. La estación base observaba todo lo que grababa la cámara de Cleo y, por lo que transmitía la expresión de sus rostros, habían presenciado lo vivido en la mazmorra. Agradeció que los tres agentes no levantaran la mirada de los ordenadores, excepto Jimmy, que se dirigió a él y le dio la mano.
—Agente Romano. —Jimmy lo miró de frente, con sus rastas rubias y su barba recortada.
—¿Qué tenemos? —prefería ir directo al grano.
—Hemos seguido el rastro de Keon; y lo tenemos controlado. Ayer noche, después de que hiciera la entrega en la Plancha del Mar, dejó el quad en el complejo residencial de Calabash Boom. Tenemos a un par de agentes siguiendo sus movimientos y controlándolo. Se encuentra en un edificio de dos plantas con cuatro vecinos.
—No es su residencia —afirmó Lion. Un narcotraficante que diseñara drogas ganaba millones de dólares mensuales, como para vivir en un sitio así…
—No, por supuesto que no. Es su laboratorio y los vecinos trabajan para él.
—Bien, mañana hará la última entrega. —Lion echó un vistazo a los monitores. Cada uno de ellos reflejaba imágenes de las islas, puertos y cabos—. Nadie sabe dónde se celebrará la final del torneo. Pero podemos adelantarnos a sus movimientos si vemos dónde y a quién deja Keon el último paquete.
—Sí, señor.
—¿Qué más? ¿Analizaste mi muestra? ¿Qué tienes sobre lo que introdujeron en la bebida?
—Es un híbrido líquido de cristal y popper. Aumenta mucho la libido y cambia la percepción de los consumidores; les da una sensación de falso enamoramiento y explota el deseo sexual. Tal vez os lo sirvieron en cubitos de hielo, u os lo metieron directamente en el ron. Es indispensable servir esa droga en buen estado, por lo que tiene que consumirse pocas horas después de su elaboración.
—¿Falso enamoramiento? —preguntó Lion. Si la droga hacía todo eso, podría ser que Cleo no hubiese dicho que lo quería de verdad… ¡Joder! ¡Se estaba volviendo loco!
—Sí. Es una locura, señor. —Se tocó la sien—. Te puede hacer creer que estás locamente enamorado, incluso, de un puto elefante; y provoca que quieras tirártelo todo. Ideal para que las sumisas se muestren apasionadas ante sus amos.
—Gracias por los grafismos. —Su voz estaba llena de sarcasmo.
—De nada, señor. Hemos separado el popper del cristal y nos hemos dado cuenta de que el primero contiene unas pequeñas modificaciones. Han incluido una droga supresora del dolor. Es una molécula llamada URB937 que inhibe la anandamida.
—Interesante. Les gusta que aguanten.
—Sí, señor.
—¿Qué has encontrado en el teléfono de Claudia?
Jimmy dibujó una sonrisa de medio lado y le ofreció la silla libre junto a su ordenador.
—Cosas muy interesantes, señor.
—Explícamelas. —Lion tomó asiento. Sería todo oídos.
Jimmy se pasó las manos con nerviosismo por las rastas.
—Bien. Hemos copiado su memoria; y ahora tendremos toda la información de aquellos que intenten ponerse en contacto con ella. Hemos rastreado el teléfono del que salió el fotomontaje con un programa espía GPS. La persona que le envió la foto está aquí en el Westin Saint John. Pero no tenemos la ubicación exacta.
—O sea, que el fotógrafo puede ser un participante del torneo. —Un traidor. ¿Y si era el mismísimo Sombra espía? ¿Y por qué iban a hacer eso con ellos? ¿Sospechaban algo?
—Sí. Sin duda. Quisieron provocaros.
—¿No hay ningún modo para que yo pueda seguir la posición de ese teléfono? Si diera con su portador, lo interrogaría y le dejaría fuera de juego.
—¿No es demasiado arriesgado?
Si lo era o no, no importaba. Las situaciones desesperadas requerían medidas desesperadas.
—Quiero saber por qué razón hizo esa foto; y que me diga quién le dio la orden de hacerlo.
—Sí, señor. Tal vez Mitch pueda hacerlo. ¿Qué dices, Mitch?
Mitch era uno de los tipos que se encargaba de la informática y la nanotecnología de la misión. Estaba sentado al final de la furgoneta, concentrado en un pequeño chip. Tenía gafas y el pelo muy negro y rizado, y vestía bermudas con camisa hawaiana.
—¿Mitch? —repitió Jimmy.
—Sí, por supuesto —contestó sin levantar los ojos del chip—. ¿Tiene su HTC aquí, señor?
Lion lo sacó del bolsillo trasero del pantalón y se lo dio.
—Aquí tienes.
—Deme una hora y se lo entregaré.
Lion miró su reloj. Sí. Podía dar una hora.
—Cleo y yo no asistiremos esta noche a la cena del torneo —les explicó—. Se celebra en la playa. Y tenemos… cosas que solucionar para mañana. —Cosas como dejar claro lo que había entre ellos antes de llegar a la etapa final—. Pero, si aparecemos, será solo para encontrar al jodido topo.
—Entiendo, señor. Todavía hay algo más. Me pediste que registrara todas las llamadas entrantes y salientes de Claudia. Es obvio que tiene contactos en todas partes, desde Washington y Chicago, hasta Nueva York…
—Es un Ama Switch muy popular. La conozco desde hace tiempo; pero ya no me fío de nadie.
—Su teléfono tiene muy pocos números grabados. Es un celular circunstancial. Sin embargo, durante estos días ha recibido varias llamadas de un número oculto. Nos está costando dar con él; y puede que sea debido a que es un número fijo. Utilizan un programa especial que hace de capa para que no podamos hacer llamadas de regreso o nos señale la ubicación a través del satélite. Así que estamos a la espera de que vuelvan a llamar, o bien, que localicemos el lugar exacto desde donde se emite la llamada. No obstante, hasta ahora, por el perímetro que nos señala el rastreador, la llamada viene desde el estado de Luisiana, pero no sabemos el punto en concreto.
¿Luisiana? ¿Qué tendría que ver Claudia con Luisiana? Qué extraño.
—En unas horas lo tendremos y conoceremos exactamente su ubicación.
—De acuerdo, Jimmy. ¿Algo más?
—Por ahora, nada más señor.
—Bien. —Lion se levantó con decisión. Sus sospechas empezaban a dejar de perfilarse para mostrar una auténtica silueta. Tenía que ir con pies de plomo—. Mañana será el gran día. Los Villanos no harán nada en el torneo, eso está claro. Seguramente, jugarán en la final con los amos protagónicos finalistas y harán su papel. Pero la fiesta privada viene después. Se llevarán a las sumisas que han estado preparando para la noche de Walpurgis y disfrutarán de su propia fiesta. Y, por fin, descubriremos qué hacen con ellas y quiénes están involucrados. —Frotó su nuca con insistencia—. Sea como sea, debemos seguirles. Estad atentos a los siguientes movimientos de Keon. Si utilizan de nuevo esa droga mejorada, podría hacer la entrega horas antes de su particular noche de Walpurgis: así sabríamos donde tendría lugar la cita villana. Sabemos que la organización, nos desplaza mañana a la Isla de Saint Croix. Esa es la última jornada del torneo y ahí nos hospedaremos. Revisad bien la zona y controlad cualquier movimiento extraño. Echad un ojo a los ferris y repasad cada una de las identidades de los turistas.
—Estaremos muy atentos, señor. Eso haremos.
—Lo sé, Jimmy. —Lion le dio la mano y sacó una cerveza de la nevera de la furgoneta—. Estáis haciendo un buen trabajo, chicos. —Los saludó y salió de la Volkswagen—. Vuelvo en un rato a recoger el HTC.
Caminaría e intentaría relajarse y pensar, porque tenía mucho que solucionar. Con él mismo y con su mujer.
Las horas decisivas se acercaban.
Leslie entraría en la noche de Walpurgis como miembro del SVR en calidad de sumisa; y Cleo y Lion también lo harían, como miembros del FBI.
La pregunta era: ¿cómo?
***
Sus ojos verdes leían la invitación personal para asistir a una reunión privada con los Villanos esa misma noche. Un día antes de la final. Dentro del sobre se hallaba la carta del rol, con el sello de Dragones y Mazmorras DS, el dibujo de los Villanos y la frase: «Los villanos requieren tu presencia después de la cena de la organización. Se ruega discreción». Una limusina la esperaría en la recepción del resort a las nueve y la acercaría al local.
Cleo no se lo podía creer. La tenía justo ahí: la entrada al alcance de las manos. Poder entrar o no entrar.
Sola.
Sin Lion. Sin el agente al cargo. Otra vez.
Lion no había llegado todavía, pero ella ya estaba cambiada. La cena se celebraba en la playa del hotel. Una cena exclusiva para los miembros del torneo. Todo estaba decorado con antorchas. La luna se asomaba entre las nubes y ya no llovía.
El torneo había organizado una fiesta Luau, inspirada en Hawaii. Llevaba un precioso vestido de falda vaporosa y negra con corsé. Se había puesto unas sandalias de tiras atadas a los gemelos y planas para caminar por la arena; el pelo suelto y desordenado le daba aire de mujer fatal y el maquillaje la ocultaba de su miedo y su vergüenza. La acompañaba su inseparable collar de sumisa.
Se acarició la pieza de puzle tatuada en el interior de su muñeca. No sabía nada de él; no la llamaba para decirle si iba a llegar o no. Parecían un matrimonio, pero no lo eran.
Había utilizado aquel tiempo de soledad para hacer una introspección sobre todos los pasos erróneos realizados durante el torneo.
Tenía el visto bueno de Montgomery para estar ahí. Puede que hubiera entrado de un modo fortuito y demasiado agresivo, y que Lion no la quisiera ahí. Pero se había ganado el derecho a participar. Puede que su actitud beligerante y sus acciones inconscientes no hubiesen sido del todo acertadas pero sí que dieron frutos. Recibió información. Y eso era lo importante.
¿Por qué debía negarse a jugar en el torneo si, como agente infiltrada, era lo que debía hacer? ¿Por qué debía echarse atrás en las pruebas si estaba decidida a no dar su brazo a torcer? Quería llegar a la final, por ella misma y por todos esos sumisos y sumisas que los Villanos tenían en su poder de forma ilegal. Pero su deseo chocaba con el de Lion.
Si hubiese sido por él, nunca la hubiera aceptado en la misión; pero bien que se aprovechó de ella durante la semana de la doma. ¿Por qué? ¿Por qué, si le desagradaba tanto tenerla ahí, había accedido a jugar con ella, a disciplinarla? ¿La quería o no la quería?
Todo parecía indicar que no, hasta que presenció la pelea con Prince y Sharon. Desde entonces, ya no sabía qué creer y tenía un nudo de angustia e inseguridad en el pecho, que no sabía cómo deshacer.
Solo Lion podría desatarlo o atarlo más fuerte.
Con eso en mente, abandonó la suite y bajó a la playa, porque la fiesta ya había empezado.
Cuando llegó al luau se encontró con Brutus, Olivia, Lex y Cam, que hablaban animadamente entre ellos, bebiendo de un coco natural con unos paragüitas pequeños amarillos. La miraron y alzaron la bebida para saludarla, animándola a que bebiera con ellos.
Cleo estaba sola, Lion no la acompañaba, así que lo mejor sería compartir ese tiempo distendido con los demás participantes. Se fue a la barra libre y pidió lo mismo que ellos estaban tomando.
Cuando se dio la vuelta, con el coco natural granizado, se topó con Sharon, que llevaba un vestido parecido al de ella, pero en tonos rojos.
La rubia la miró directamente a los ojos, oscilando levemente los suyos color caramelo.
Cleo se sorprendió al no experimentar ni odio ni rabia hacia la impresionante rubia. Ni siquiera celos o envidia. Otro tipo de energía bailaba entre ellas. Sharon fue suave en las mazmorras: no dejó de hacer nada que no hiciera con sus sumisos; pero Cleo notó que intentó ser tierna y comprensiva al tocarla, y estaba agradecida. Sobre todo porque, después de presenciar la discusión que prosiguió al trío, entendió que Sharon lo hizo para no dañar a Lion. Porque la Reina de las Arañas sabía algo sobre Lion que ella no sabía.
—¿Cómo te encuentras, Lady Nala? —preguntó Sharon, con tono indulgente.
—Bien, gracias. Una noche maravillosa —fingió sin importarle si la otra mujer se daba cuenta de que estaba actuando.
Sharon dio un sorbo a su bebida de grosella. Olía muy bien.
—¿Disfrutaste conmigo? —Su preocupación y su interés eran auténticos.
La ceja roja de Cleo se elevó y aprovechó para sorber de la caña de su coco granizado.
—Todo lo que se puede disfrutar cuando estás obligada a jugar —contestó como una experta en dominación y sumisión. Como si toda la vida hubiese hecho tríos. Aunque Sharon ya sabía que no—. Pero, pareces preocupada de verdad, ¿no será que te estás enamorando de mí?
La Reina de las Arañas se inclinó hacia ella.
—Yo ya no me puedo enamorar, preciosa. Solo me gusta dar placer: no me importa si se lo doy al sexo masculino o al femenino. Soy una dómina muy abierta. —Los pendientes de brillantes rojos que llevaba relucieron bajo la luz de las antorchas—. Y que sepas que me alegra haberte sometido. Te dije lo que te sucedería si caías en mis manos —sonrió insolente.
¿Acaso esa mujer no se cansaba de interpretar su papel de lagarta? ¿O era en realidad así de despreocupada y fría?
—A mí, nadie a quien yo no se lo haya permitido —espetó con voz clara y segura— me puede someter, reina —replicó Cleo con el mismo tono que ella, copiando sus palabras—. Tú me diste placer; y eso en mi tierra se llama servir. No me sometiste.
Sharon se quedó sin palabras. Sonrió, conforme con su respuesta; como si le hubiera gustado esa contestación y calmara una parte de su conciencia. Miró a su alrededor.
—¿Y King? ¿Por qué no está contigo?
—No lo sé. —Se encogió de hombros. De repente, ya no tenía sentido fingir ni mentir a Sharon.
Se quedaron calladas, la una al lado de la otra, mirando cómo la gente bailaba, brindaba y comía del bufé libre.
Todos parecían felices de estar allí. Nick, sentado entre cojines como un marajá, abría la boca taciturno, mientras Thelma lo alimentaba, sentada sobre sus muslos, ofreciéndole gambas con salsa rosa.
El sumiso alzó el rostro hacia ella, rogándole a Cleo que lo sacara de ahí; y Cleo no pudo evitar morderse el labio para no reír.
Desvió la vista hacia el perfil de Sharon. Era alta, esbelta y elegante. El pelo rubio lanzaba destellos más claros y dorados, según se iluminara por los focos y las antorchas. La rodeaba una esencia guerrera y defensiva. Pero, tras esa armadura, Cleo podía divisar el dolor de su corazón.
—No veo a Prince tampoco —murmuró Cleo.
—Mejor que no vengan esta noche. —Se tocó el labio y la ceja, haciendo referencia a las marcas que ambos lucían en la cara—. Nadie sabe lo que ha pasado: la zona en la que se pelearon estaba libre de cámaras. La organización no acepta altercados de ese tipo a no ser que sea un duelo de caballeros oficial, en un ring, como los que ha habido durante el torneo.
—Ya veo.
—¿Sabes que Lion tiene la ceja partida por culpa de Prince? No es la primera vez que se pelean.
No. No lo sabía. Y recibir esa información la inquietó. ¿Cuándo le diría lo que sucedió entre Sharon y Prince? Ardía en deseos de que se lo dijera.
—¿Cómo se la hizo?
—Hace un año. Se encontraron en un local al que yo también acudía. Prince se emborrachó y se propasó. Lion quiso ayudarlo a salir del local, pero Prince se revolvió y le dio un puñetazo… Llevaba un anillo en el dedo y cortó la ceja de Lion.
—Vaya… Lion no me había dicho nada. Antes eran buenos amigos, ¿no?
—Antes, todos éramos muchas cosas que ahora no somos. No hay que darle más vueltas —contestó sin ceremonias.
—Sobre todo si el pasado duele, ¿verdad, Reina?
—Tú no sabes nada de mí ni de mi pasado.
—Sé de tu presente; y lo poco que he podido ver es que tienes anhelos, como cualquier mujer enamorada y no correspondida. Y juraría que Prince tiene mucho que ver en tu desdén.
—No cruces la raya, guapa. Tú y yo no somos amigas.
—En eso te doy la razón. —Cleo alzó la copa con un gesto rebelde y temerario—. Mis amigas no me dan por culo.
Sharon se echó a reír un poco más relajada.
Ambas bebieron de sus copas tropicales de nuevo.
—¿Qué quisiste decir con lo que le contaste a Lion esta mañana mientras se peleaba con Prince? —preguntó Cleo. Cualquier información sería bien recibida.
Sharon comprendió al instante a qué se refería la joven deslenguada.
—Quise decir exactamente lo que quise decir. ¿Qué pasa, Lady Nala? —La miró por encima de su bebida rojiza—. ¿No sabes cómo sacar de su guarida al Rey León?
Cleo tuvo ganas de soltar una carcajada. Era especialista en desquiciar a Lion; esa mujer no tenía ni idea.
—Lo que no sé es cómo hacer hablar a un animal —repuso. Sharon la miró con impaciencia.
—Tómatelo como un juego de rol de DS. Ni los muebles ni los animales hablan, ¿verdad? Pero eso no nos impide jugar con ellos. Lo que tienes que hacer es conseguir que entren en tu juego y que acepten que tienen que obedecerte. Obliga al león a hablar y doma al hombre.
Cleo habría invertido el símil. Habría dicho: obliga al hombre a hablar y doma al león. Pero Sharon quería dar a entender lo que quería dar a entender: el hombre era más salvaje que el animal.
—Gracias —soltó Cleo de golpe.
El tono fue tan sincero que Sharon le prestó toda la atención.
—¿Por qué me das las gracias, switch? —le preguntó incómoda, deseando retirar esas palabras de la boca de Cleo.
—Por actuar en la mazmorra.
—No lo hice…
—Ya sé que no lo hiciste por mí —la cortó Cleo levantando la mano libre—. Pero si lo hiciste por Lion, también lo hiciste por mí; y te lo agradezco.
La rubia dejó escapar un ruidito incrédulo de sus labios.
—No fue solo por Lion. Fue por mi propia salud mental —contestó sombría—. Hay cosas que no puedo permitir y por las que no paso. —Se recompuso rápidamente, alejando sus demonios—. Ni como ama —puntualizó guiñando un ojo—, ni como mujer. Todas tenemos nuestros leones, ¿verdad? —Dio un paso, alejándose de ella y le mandó un beso a través del aire—: Un placer hablar contigo, leona. Felicidades por llegar a la final.
—Gracias —repuso Cleo con la boca pequeña, observando cómo la espléndida dómina se alejaba entre la multitud.
Estaba conociendo a individuos inquietantes y diferentes, de intensas personalidades. Prince, Sharon, Markus y el mismísimo Nick…
¿Qué rocambolescas historias habría tras ellos?
Seguramente no tan emocionantes como la que había entre ella y Lion. Nadie sabía que eran agentes federales. Y nadie debería sospecharlo nunca, o todo acabaría muy mal para ellos.
Buscó entre la multitud para ver si hallaba a Claudia. Pero, esta vez, el Ama Switch no estaba en la cena.
Dejó el coco sobre la barra, y alejó a un par de Criaturas que deseaban bailar con ella. Pero a ella no le apetecía bailar; no había ninguna performance que hacer.
Se despidió de Nick y esperó a que su rubio amigo se librase pronto de Thelma. Porque el agente sumiso tenía ojeras y se le veía cansado.
Después de dejar atrás la arena de la playa privada del Westin, se internó en la zona de las piscinas; pasó de largo el chiringuito de madera y paja del puente de la piscina mayor. Esperaba, con todo su corazón, que Lion no se la hubiera vuelto a jugar y la hubiera dejado sola y fuera de la misión. Eso no lo podría superar jamás.
Entonces, escuchó un gemido y un golpe duro y seco.
Cleo miró tras ella y centró sus ojos verdes en el chiringuito. El sonido había venido de allí.
Cleo se aproximó poco a poco, de puntillas, y asomó la cabeza en el interior. Se quedó consternada. El agente Romano estaba sentado sobre la espalda de un hombre castaño, sin camiseta, con los pantalones bajados hasta las rodillas y el culo al aire. Tenía tatuajes de zarpas por la espalda. Lion le retorció el brazo y lo dejó inconsciente de un golpe en la cabeza.
—¿Lion? —preguntó Cleo atónita—. ¡¿Pero qué es esto?!
Lion alzó sus ojos azules oscuros, levantó los brazos y la metió dentro de la cabaña, pasándola por encima del mostrador.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Lion.
—¿Yo? ¿Quién es este hombre? ¿Qué haces tú aquí?
Lion repasó su atuendo y le lanzó una mirada interrogativa. Esa pregunta debería hacerla él. Pero ya hablarían de eso más tarde.
—Trabajando —se levantó sudoroso, pasándose el antebrazo por la frente, y respirando con dificultad—. Este es el tipo que hizo la foto.
—¿Cómo? ¿La foto que supuestamente recibió Claudia?
—Sí. Joder, Cleo —repuso agotado—. Cuanto más me acerco a la verdad, menos me gusta.
Cleo tragó saliva y se acercó al tipo inmóvil.
—¿Quién es?
—Se llama Derek. Es parte de las criaturas, un switch —lo cargó por debajo de los hombros, y lo metió, inconsciente, atado de pies y manos y amordazado, bajo la barra del bar.
Cleo se agachó con él.
—¿Dónde… Dónde has estado, Lion? —necesitaba más respuestas. Había un hombre inconsciente en el chiringuito—. ¿Cómo lo has encontrado? Si lo retenemos aquí, nos denunciará cuando se despierte…
—No, no lo hará —repuso Lion.
—¿Cómo estás tan seguro?
—Por esto. —Sacó un frasquito con una aguja diminuta—. Verted líquido. Provoca amnesia.
Cleo se horrorizó.
—¿Esto es legal?
—Para nosotros sí —contestó Lion.
Cleo se tapó el rostro con ambas manos, negando repetidamente.
—Derek es el tipo que hizo la foto de tu montaje, Cleo.
—¿Cómo sabes tú eso? ¿Por qué estás tan seguro?
—Porque anoche me llevé a Claudia y a Sharon con la intención de aprovechar algún despiste y quedarme con su teléfono. Quería ver quién había sido el que le había enviado el fotomontaje y, de paso, necesitaba investigar un poco a Claudia, porque había cosas de ella que no me cuadraban. Hoy… —Se sentó a su lado—, necesitaba aclararme las ideas. He ido a la base estación a recoger la información que habían tomado de su móvil. Me han insertado un programa en el HTC para localizar la ubicación GPS del teléfono que estábamos siguiendo. Se encontraba en el hotel. Le he seguido y he dado con él. Se estaba retirando de la fiesta.
—¿Qué le has preguntado, Lion? ¿Qué has averiguado?
Lion exhaló y se levantó poco a poco.
—Salgamos de aquí —la tomó de la mano y la ayudó a saltar la barra de bar.
—¿Adónde vamos?
—A la suite.
—Ahí no podemos hablar…
—Sí podemos —le aseguró él—. Jimmy y Mitch me han facilitado un anulador de audio. Interfiere sobre los semiconductores de los grabadores de las cámaras y de cualquier micro que haya en la habitación. Es como un iPod nano.
—¿Jimmy y Mitch? ¿Has ido a ver al equipo estación? ¿Por qué no me has dejado ir contigo? —Se detuvo en seco, mirándole acusadoramente—. ¿Por qué me mantienes en la inopia sobre tus movimientos? ¡Trabajamos juntos y no me informas de nada hasta que lo haces! —protestó airadamente.
Lion tiró de ella y la entró en el ascensor. Ahí, la arrinconó contra la pared y pegó todo su torso al de ella.
—¿Y eso no te suena de nada? ¿Verdad que molesta que pasen de ti, Lady Nala?
Cleo movió los ojos con comprensión. Sí. Ella había hecho lo mismo. Se relamió los labios, consciente del peso de su cuerpo, del olor a limpio de su piel y de lo bien que le quedaba aquel polo verde oscuro ajustado.
—No te costaba nada decírmelo —susurró. Dios, trinaba. Trinaba por dentro. Y, al mismo tiempo, lo amaba.
—Sí, eso mismo he pensado yo cuando he llegado y no he visto ni una puñetera nota que me dijera dónde estabas. Además, esta conversación es como un déjà vu. ¿No la tuvimos ayer? ¿Y antes de ayer? Ah no, claro —torneó los ojos—, que entonces eras tú quien me lo hacía y yo quien recriminaba y te exigía que, como tu superior, debías informarme y no hacer nada a la torera, como de hecho, has venido haciendo desde que empezamos el torneo.
Cleo bajó la mirada y la clavó en las puntas de los dedos de sus pies con manicura francesa, como los dedos de sus manos.
Lion la llevó por el pasillo hasta llegar a la suite.
Abrió la puerta y tomó el anulador de su bolsillo.
Era como un iPod, en eso Lion tenía razón. Lo dejó sobre la mesa y lo encendió.
—¿Me vas a contar lo que has descubierto sobre Claudia? —preguntó apoyándose en la puerta cerrada—. Pero no hace falta que me digas que es una perra sociópata, porque eso ya lo sé. ¿Por qué empezaste a sospechar de ella?
Lion se giró y la miró con atención. Les separaban un par de metros de distancia, pero el espacio ardía entre ellos.
—¿Te has vestido así para mí? ¿Por qué tengo la sensación de que no es así?
—No respondas con más preguntas.
—Claudia había jugado conmigo otras veces. Yo había acudido a ella para conseguir información sobre los análisis de sangre de los participantes y averiguar donde los enviaban. Pero nunca averigüé nada sobre ello, pues afirmaba que no disponía de más información.
Cleo apretó los dientes y miró hacia otro lado. De acuerdo: Lion tenía un pasado, eso ya lo sabía. Pero no le gustaba.
—¿Habíais tenido sexo?
—Sí. Sexo BDSM.
—Como lo que tienes conmigo.
—¿Intentas iniciar una riña, Cleo? —preguntó siseando.
Cleo negó con la cabeza.
—Disculpa, señor. Continúa; no te interrumpiré más.
Lion exhaló y dejó caer la cabeza hacia atrás.
—Claudia es una Ama Switch muy popular. Eso ya lo sabes. Mi intención al entrar con ella era la de llegar a la final con total seguridad. El domingo, cuando llegamos a las Islas Vírgenes, se cayó algo de su mochila que me extrañó bastante —entró en el baño. Se sacó el polo por la cabeza y se dispuso a lavarse las manos con jabón—. Un pequeño paquete de piercings de acero, ideales para la zona del perineo. En un extremo tienen la M y, en el otro, la P.
—Las iniciales de Mistress Pain —caviló atenta, apoyándose en la puerta del aseo, mirándolo a través del espejo. «Toma tableta que tiene el moreno».
—Exacto, señorita Connelly. Son piercings de propiedad entre amos y sumisos. ¿Qué necesidad tenía Claudia de traer una bolsa con esos abalorios si iba a ser mi esclava? ¿Cuándo pensaba colocarlos y para qué?
—Los cuerpos sin identificar de los sumisos hallados al sur de Estados Unidos tenían agujeros entre los testículos y el ano. Señal de que habían llevado guiches. ¿Estás pensando en Claudia? —preguntó asombrada—. ¿De verdad?
Lion se encogió de hombros. Agachó la cabeza y se remojó la cara.
—Para empezar, me sorprendió que la hubieran aceptado de nuevo, para disfrutar de las actividades del torneo, cuando tú la eliminaste el mismo lunes. Y, después, ayer noche dijo algo que me sorprendió: me enseñó la fotografía que le habían enviado con la intención de desestabilizarme y ponerme celoso; y dijo claramente que era Peter Bay.
—¿Cómo lo sabía? ¿Por qué sabía que era Peter Bay? Markus dijo que la ubicación de su casa era secreta y que solo la sabían los Villanos, pues era quienes le habían facilitado la casa.
—A eso me refiero. Claudia lo sabía y, posiblemente, se le escapó. Por eso he querido contactar con el que le envió la foto y saber quién le había ordenado que lo hiciera. ¿Y sabes qué me ha dicho? Que se lo pidió su ama. ¿Y quién es su ama?
—¿Quién?
—La mismísima Sombra espía; conocida secretamente por sus sumisos como… Mistress Pain. Le he bajado los putos pantalones al sumiso para comprobar si tenía un guiche en la zona perianal —se excusó—. No soy gay, no he hecho nada con él.
—No lo he dudado —repuso divertida.
—La cuestión es que ese tipo tiene un guiche de propiedad. Con una M y una P en sus extremos.
—Dios mío… —Cleo se cubrió la boca con las manos. ¿Claudia era Sombra espía y formaba parte de los Villanos? Increíble. Sabía que esa mujer no le gustaba, pero lo que no se imaginaba era que estaba tan involucrada con los villanos—. ¿Claudia es Sombra Espía?
—Claudia conoce a todos los participantes del torneo, y sabe sus puntos flacos. Sombra Espía es como un chivato. Los villanos necesitaban su información para hacer las pruebas de este día, para los desafíos grupales. Claudia supo que yo tenía una debilidad contigo; y tú no ayudaste en cuanto te atreviste a echarla del torneo a las primeras de cambio. Y, entonces, decidió joderme con lo de la foto y con lo del trío. Por eso los Villanos plantearon esa prueba. Todo cuadra.
—Entonces, si Mistress Pain es Sombra espía… Ella sabe quiénes son los Villanos. Trabaja con ellos.
—Obviamente. Debemos seguirla y estar atentos a sus movimientos. Ella nos llevará directamente hasta ellos. Por el momento, tengo una copia de su teléfono y recibiré en mi HTC las llamadas que reciba Claudia, así como las que haga a partir de ahora.
—¿Ha hecho alguna más?
—No, por ahora no.
—Extraño.
—Sí, lo es —confirmó Lion—. Además, el equipo estación ha descubierto que las llamadas, de número oculto que recibía últimamente durante estos días provenían de Luisiana. Eso es más extraño todavía.
Cleo tuvo ganas de gritar y de golpear la pared. Claudia había engañado a todo el mundo. Se había acostado con Lion engañándolo desde el principio.
—¿Crees que Claudia intuyó que tu interés acerca de los análisis de sangre de los participantes era demasiado obvio? ¿Crees que Claudia sospechaba de ti en algún momento?
—Lo dudo, Cleo. Si Claudia ha decidido jugar conmigo así no es porque sospechara de mí, es porque… Porque está enamorada de mí, Cleo —contestó sin pelos en la lengua.
Cleo se alejó de la puerta del baño, sonriendo sin pizca de ganas.
—¿Te acostaste con ella sabiendo que te amaba? —Era una acusación más que una pregunta—. Uh, qué cruel, señor Romano.
—Interpreto un papel. —Lion la siguió con actitud beligerante y tiró la toalla que tenía en las manos al suelo—. No me hables como si fuera un cerdo o como si fuera mala persona. Este es mi trabajo, y estoy infiltrado y comprometido hasta las cejas. Si me tengo que acostar con alguien lo hago.
Cleo se abrazó a sí misma, alejándose de la cercanía de Lion, de su comportamiento visceral.
—¿Como has hecho conmigo? ¿Tenías que acostarte conmigo? Lo hiciste, ¿verdad? —Aquel ya era un tema personal, pero necesitaba exponerlo.
—No sigas.
—¿Tenías que follarme? —continuó con voz monótona—. Lo hiciste.
—No hagas esto; no valores lo que tú y yo tenemos así —suplicó afectado por sus palabras—. Tengo mucho que decirte.
—Lo valoro como lo que es. Como lo que tú me has demostrado. Hoy te he dicho que te quiero y tú me has dicho que no. ¿Qué más hay que decir? Nos conocemos desde hace años; y la vida ha hecho que tú y yo nos veamos envueltos en un caso de estas características. Pero ya es la segunda vez que te lo digo, Lion: que te digo que te quiero y que siempre has sido tú… Y tú siempre huyes.
—Cleo, estás a punto de cruzar una línea muy fina —juró inmóvil y tenso—. Una que cambiará todo entre nosotros. No lo hagas.
La joven recordó las palabras de Sharon. «Obliga al león a hablar y doma al hombre». ¿Cómo se provocaba a un animal para que fuera capaz de hablar? Mediante la estimulación de sus instintos.
—¿Sabes? Eso es algo que he entendido hoy. —Cleo debía continuar con su papel y hacer creer a Lion que controlaba la situación. Que ya nada de lo que él decía le afectaba—. Tú has hecho que todo cambie entre nosotros. Pudiste dejarme tranquila, pudo venir otro amo a disciplinarme, pero no: fuiste tú. Y eso lo cambió todo. Para mí significó algo diferente que para ti; y fui estúpida. Pero estoy harta de esto. Mira la fiesta que hay ahí abajo, Lion. —Salió a la terraza privada y se asomó al extremo. Había una altura de diez pisos. El viento arrizaba las palmeras, el mar estaba un poco picado y la noche se tapaba por las nubes gruesas. Tal vez llovería de nuevo—. Quiero bajar y hacer el papel que he venido a hacer; el mismo que tú estás decidido a prohibirme una y otra vez. —Se dio la vuelta y, apoyándose en la baranda, lo miró directamente a los ojos—. Quiero bailar, pasarlo bien, y coquetear con alguien que pueda tener información directa sobre los Villanos. Si tú eres capaz de vender tu cuerpo para eso, yo también puedo hacerlo.
Lion parpadeó atónito. Sus ojos brillaron con rabia y pena. ¿La dejaba ir? Si decía que sí, Cleo no regresaría más. No como él deseaba.
—¿Lo hago, Lion? Soy muy capaz de coger, subirme a una mesa y desnudarme. —«Uy, Miss Pérfida, relájate»—. Llamaría la atención de quien quisiera. ¿Un trío? ¿Un cuarteto? Mmm… ¿qué me deparará la noche, agente Romano? ¿Te gustaría unirte como hoy has hecho? No, ¿verdad? No vaya a ser que Cleo se piense que eso quiere decir algo que no es… —pensó en voz alta. Tragó saliva y parpadeó para detener las lágrimas.
Cleo esperó a que Lion reaccionara. Pero el hombre seguía mudo, observándola, respirando precipitadamente.
«Lion, haz algo, por favor. Detenme. Demuéstrame que te importo de verdad», rezó en silencio, con el corazón en un puño.
Cleo pasó por su lado al entrar desde la terraza y se dirigió a la puerta de salida. Lion la estaba decepcionando. Tenía los ojos llenos de lágrimas cuando intentó abrir la puerta. Lo logró. Pero, inmediatamente, unos dedos de acero rodearon su brazo y tiraron de ella para meterla de nuevo en la habitación.
Lion cerró la puerta con fuerza y empujó a Cleo contra ella hasta arrinconarla con su cuerpo. Las manos estaban a cada lado de su rostro lloroso.
—¡Déjame ir! —gritó Cleo impotente, llorando desconsolada.
—¿Quieres irte de mi lado?
—¡Sí! —gritó con todas sus fuerzas.
—Entonces lárgate. Pero te largas así. —Le bajó el vestido de golpe y se lo rasgó por la mitad, haciéndolo trizas y convirtiéndolo en un amasijo de tela oscura a sus pies. Llevaba unas braguitas negras transparentes con unos lacitos rosas de seda en sus costuras—. Venga, ¡lárgate! —le pidió sin apartarse de ella en ningún momento—. ¡¿Quieres hacer un trío?!
—¡¡Sí!! —se alzó de puntillas para gritarle a la cara.
—¿Quieres que llame a Prince? —Apretaba tanto los dientes que le iban a saltar por todos lados—. ¿Te has quedado con ganas de que él te dé lo suyo?
Cleo se mordió la lengua, apretó la mandíbula con fuerza y lo miró irritada. ¡Zas! Le dio tal bofetada que giró el apuesto rostro de Lion hacia el lado derecho.
—¿Me acabas de pegar? —musitó sin paciencia.
—Tú… ¡Tú no me mereces! —Sus palabras, llenas de inquina, traspasaron la coraza de Lion. Cleo no se secó las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas rosas y húmedas—. Eres un cobarde, Lion. Un rey cobarde, un león sin garras. Un animal que marca territorio ante los demás pero que es incapaz de hablar directamente con quien realmente le importa. Y odio lo que me has hecho creer. No quiero cobardes en mi vida. ¡Ni se te ocurra tocarme! Nunca más, ¿me has oído? Ahora abre la puerta y deja que me vaya.
Lion negó con la cabeza. Temblaba y, al mismo tiempo, luchaba por calmarse.
—¿No qué, Lion? Apártate de mí y déjame marchar ahora mismo —ordenó con tono certero.
Lion volvió a negar con la cabeza. Observó los pechos desnudos de Cleo, su collar de sumisa, las braguitas y las piernas torneadas y desnudas. Le miró a la cara; y las rodillas cedieron ante la realidad de lo que iba a decir. Jamás podría volver atrás.
—No, Cleo… —murmuró dejándose caer de rodillas en el suelo, hundiendo el rostro en el torso de la joven, acariciándola con las manos y rodeando su cintura en un abrazo de oso. Rendido. Ya no podía más—. No puedo más…
—¿Qué?
—¡Que no! —contestó rudo.
—¡¿Por qué no?! ¡No debería importarte lo que yo haga!
—¡Claro que me importa! —La tiró al suelo, cuidando que no se golpeara y se colocó encima de ella.
—¡Suéltame, Lion! ¡Déjame ir!
—¡Tú quieres desquiciarme! ¡No entiendes nada! —Alzó sus manos por encima de la cabeza y la inmovilizó sobre la moqueta beige, aprovechando su fuerza y su peso—. ¡¿Crees que no me importa pensar que otros te puedan tocar?! ¡¿Sabes lo que me has hecho pasar hoy?!
—¡No! ¡No lo sé! ¡Sé que te cabreas si no te obedezco, agente Romano! ¡Pero de ahí no pasas!
—¡¿Tienes idea de lo mal que estuve ayer por tu culpa?! —gimió. Sus ojos azules se cerraron, como si algo le doliera profundamente—. Yo… No puedo respirar cuando te alejas de mí. No puedo… —Lion hundió la cabeza entre el cuello y el hombro de Cleo, temblando como un niño pequeño—. Me estás matando, Cleo.
Cleo fijó la vista en el techo y en las ventanas de la buhardilla. Afuera, las primeras gotas de la tormenta nocturna empezaban a repiquetear en los cristales. Parecían lágrimas, como las que ella estaba dejando ir. ¿Se detendría la fiesta? ¿Se detendría Lion? No podía mover los brazos; no dejaba que lo tocara. Solo podía escuchar y esperar a que el león hablara.
—¿Lion? —preguntó con voz débil—. Háblame claro, te lo ruego. Me estás haciendo sufrir…
—Me muero por ti, Cleo. Yo… me muero. No soporto la idea de haberte metido en esto. No soporto que te vean desnuda o que otros pretendan algo que solo puede ser para mí. Yo quiero que tú solo seas para mí. —La besó en el cuello con una adoración exquisita—. Te quiero, Cleo. Me duele que no pienses en mí, que no tengas consideración conmigo. Me lo has hecho pasar tan mal…
Cleo tragó saliva audiblemente e inclinó el rostro hacia el de Lion. ¿Lion la quería?
—Te quiero. Y quiero enviarte muy lejos de aquí… Protegerte y alejarte de todo este mundo oscuro en el que te has visto inmersa. Por mi culpa…
—¡No! Lion, yo… Soy una mujer adulta y tomo mis decisiones. He querido meterme en esto contigo; y no me arrepiento. Este mundo no me disgusta.
—¡Soy un amo! Mira dónde estamos… ¡Mira qué estoy haciendo contigo! ¡¿No me odias?!
—¿Odiarte? ¡¡No!! ¿Cómo puedo odiarte, Lion? —preguntó acongojada. ¿Cómo odiar cuando se amaba tantísimo?
—Cleo… —Su nombre era un ruego en sus labios—. Odio decirte esto aquí, pero ya no aguanto más; y tú me estás presionando demasiado, bruja —colocó sus caderas entre las piernas abiertas de ella y empujó hacia adentro—. Has jugado conmigo y con mi salud mental… Hoy por la mañana, en la mazmorra, me has quitado años de vida…
—Mírame, Lion… Por favor…
—¡No! —Le bajó las braguitas, rompiéndoselas, y se desabrochó el pantalón hasta sacar su erección de la constricción de los calzoncillos—. Quiero hacerlo ahora. Necesito estar dentro de ti… así.
—¿Quieres hacerlo?
—¡Ahora!
—Entonces, mírame.
—No quiero. Te miro a cada segundo, a cada minuto, a cada hora que pasa… Y pienso que soy un egoísta por alegrarme de que estés conmigo, de que pueda disfrutar de ti… —Con la mano amarrando las muñecas de ella hundió dos dedos de la otra en el interior de Cleo.
Ella abrió los ojos y sacudió la cabeza.
—Espera, nena… —La acarició, la masajeó. Esperó a que ella se humedeciera y empezó a estimularla—. Pero luego quiero alejarte, meterte en una maleta y enviarte de vuelta a Nueva Orleans. Con tu bicho bizco y tu comisaría. Al menos, allí estarías más segura y mejor. ¿Acaso no estoy loco?
—No, Lion… —lloró ella, cautivada por la sinceridad de su voz—. Déjame quedarme contigo. Déjame llegar al final…
—Chist… —Curvó los dedos en su interior y aprovechó para meter otro más y dilatarla. Disfrutó del sonido de dolor-placer de ella y, esta vez, sí la miró a la cara—. Si te quedas, te quedas con todas las consecuencias. Te quedas conmigo ahora y después.
Ambas miradas colisionaron: la de Cleo impresionada, y la de él decidida y desgarrada. ¿Después? ¿Se refería después de la misión?
—Esa boca… Esos ojos… —murmuró él, antes de dejar caer la cabeza y besarla con todas las fuerzas.
Cleo empezó a mover las caderas arriba y abajo, siguiendo la intrusión de los dedos. Las lenguas se batieron en duelo: se acariciaban, se empujaban la una contra otra. Los labios se mordían, se succionaban y se lamían para luego volver a empezar.
—Quiero tocarte. Déjame tocarte… Oh, por Dios, Lion… —Ese hombre le había dicho que quería estar con ella fuera del torneo. Increíble.
—No —le negó él muy estricto—. Tú has hecho que yo diga cosas que no quería decir. Ahora voy a controlarte.
Cleo sintió que se excitaba todavía más al oír aquellas palabras de Lion. ¿Orden o amenaza? Jolines, ¡qué sexy era! Definitivamente, le encantaba que jugara con ella de ese modo. Sintió que deslizaba su lengua por la piel expuesta que le dejaba el collar en su garganta, los hombros y su clavícula… Lamió la parte superior de sus pechos y después empezó a torturar los pezones.
—¿Sientes cómo se ponen duros? ¿Yo te pongo dura, Cleo? —La miró por encima de un pecho, mientras sacaba la lengua y azotaba el pezón húmedo—. Sería lo justo, porque tú me pones durísimo cada vez que estás cerca de mí, y te huelo… Tu olor me noquea: hueles a fruta.
Cleo levantó las caderas, transportada a un mundo de sensaciones y erotismo. Sus palabras, su voz, su declaración… «Me muero por ti». Y ella iba a morir por él si seguía tocándola así.
Entonces, notó que Lion sacaba los dedos de su interior y la tomaba en brazos, de golpe, para colocarla sobre la cama, de cara a la pared.
Cleo pensó que se había mareado, pero no. Solo había cambiado de ubicación, y estaba vacía entre las piernas.
—¿Lion? —le miró por encima del hombro—. ¿Vienes? —preguntó insegura.
Él sonrió con ternura, se quitó los pantalones bruscamente y subió a la cama tras ella. Acercó la bolsa de los juguetes y sacó las esposas para inmovilizarla a su espalda.
—No vas a hacer más tríos, Cleo. Nunca más —rugió en el oído. Le dio un azote sonoro en la nalga y otro entre las piernas. Cleo se mordió el labio y emitió un lamento erótico inconfundible—. Esto es mío. —Dejó la mano sobre su sexo, e introdujo tres dedos, poco a poco, hasta los nudillos.
—Lion… —cerró los ojos y apoyó la cabeza en el ancho hombro de su pareja. ¿Era su pareja? ¿Su pareja de verdad?
—Hubiera matado a Prince, brujita. —Le mordió el hombro y luego lo lamió—. Lo hubiera matado. Pensaba que había sido él quien te había poseído… Me destrozaste. Me volví loco al sentir que otro se movía dentro de ti. Hay amos y hombres a los que eso les puede gustar. A mí no.
—Ni a mí.
—No vuelvas a exponerte así nunca más. Me hiciste muchísimo daño, Cleo.
—No —lloró Cleo—. Perdóname, Lion. Lo siento… No sabía que te sentías así. No lo entendía…, me hacías creer otra cosa. No hablabas conmigo y…
—¡¿Y cómo crees que me sentía?! —La tomó del pelo y giró su rostro hacia el de él para darle un beso castigador—. ¿Cómo crees, eh?
—Ahora lo sé —susurró. Tenía los labios hinchados y el maquillaje corrido—. Antes no sabía nada. Ahora sí. Te importo. Me quieres.
—Sí —murmuró—. Me importas; y te quiero, preciosa. Bueno… ¿Te portarás bien a partir de ahora? ¿Tendrás en cuenta mis sentimientos?
—¿Y tú los míos? —replicó ella.
—No —negó Lion, dándole un beso en los labios. Llevó su erección a su entrada, apartó los dedos y la empaló sin contemplaciones. Cleo se quedó sin respiración, pero Lion le daba oxígeno mediante sus intrusiones y sus dulces palabras. Colocó la mano sobre el vientre, donde golpeaba la cabeza de su pene. A la altura del ombligo—. Aquí… Cleo. Es aquí donde más me gusta estar. Tan adentro que creas que te parto en dos. No tendré en cuenta tus sentimientos porque no te he oído decírmelos todavía.
—Me partes en dos. Eso es lo que siento… —Cleo sonrió. Tenía a Lion de rodillas tras ella, taladrándola entre las piernas, acariciándole el clítoris con una mano y magreándole un pezón con la otra—. Ya me he declarado a ti dos veces. Son suficientes. —Le provocó.
—No importa. —Lion tiró del pezón con fuerza y aprovechó para impulsar su erección más hacia el interior de su cuerpo—. Lo quiero ahora. Quiero que me lo digas ahora.
Cleo abrió los ojos y, con la cabeza apoyada en su hombro, dijo:
—Te quiero, Lion. Siempre has sido tú. La misión, el torneo… solo han hecho que abriera los ojos y me diera cuenta de que comparaba a todos contigo y ninguno era lo suficientemente bueno para mí. Porque… porque no tenían tu mirada, ni tu carácter… Ni nada de lo que a mí me gustaba. No eran tú.
—Dios, Cleo… —Lion se sentó sobre sus talones e hizo que se sentara sobre él—. Así, nena… Así…
Sus cuerpos sudaban y se rozaban, acariciándose, diciéndose todas esas cosas que eran difíciles de poner en palabras. Cleo y Lion se habían unido por una situación difícil y comprometedora, pero era en las dificultades cuando uno debía crecer y aprender de sus miedos, de las trabas, de sus complejos… En esa suite del Westin Saint John, dos personas se estaban entregando sin complejos ni restricciones.
Lion empujó con fuerza mientras martirizaba el botón de placer de Cleo.
Ella subía y bajaba sobre él, gritando de éxtasis. A veces, cuando estaba a punto de llegar al orgasmo, Lion la dejaba de tocar y la volvía loca. Ella siempre se había dicho que era del país de los clitorianos; pero Lion le estaba enseñando a correrse desde dentro. Y ella lo haría a gusto.
—No hay nadie más. Dilo, Cleo.
—Solo… solo tú, Lion. —Dejó caer la cabeza hacia abajo, pero él no se lo permitió. La tomó de la garganta y la pegó de nuevo a su torso—. Solo tú, señor.
—Déjame ver tu cara cuando estás así: en el limbo del placer. No hay nada más bonito ni más erótico que tu rostro. Cómo te muerdes el labio, cómo tus pestañas aletean, el modo en que abres la boca para tomar aire…
—Oh, Dios… Lion…
—Sí —ronroneó a punto de correrse—. ¿Llegas ya? Córrete conmigo.
—Ya te dije que esto no va así… —Las mujeres no se corrían por una estúpida orden. El motor tenía que estar bien caliente para arrancar. Pero, entonces, golpeó un punto profundo y estrecho dentro de ella; y sintió cómo se hinchaba y cómo él dejaba su semilla en el interior. Dios bendiga las píldoras anticonceptivas—. Oh, sí… ¡Sí! —De un modo fulminante, Lion le provocó un orgasmo devastador; y ni siquiera sabía por dónde le venía. ¿Por dentro? ¿Por fuera? ¿Por los pechos? ¿Qué importaba? Se encontró gritando, cayendo hacia adelante y mordiendo la almohada mientras Lion la embestía poderosamente, llenándola con su gran verga, cubriéndola con su enorme cuerpo.
Los dos experimentaron una pequeña muerte. Pero ya decían que la muerte no era el final, sino el principio de algo.
Lion y Cleo acababan de poner la primera piedra para iniciar algo entre ellos. ¿El qué? Todavía no lo sabían.