Love is great, love is fine (oh oh oh oh oh)
Out the box, outta line (oh oh oh oh oh)
The affliction of the feeling leaves me wanting more (Oh oh oh oh oh)
Lion llevaba una hora despierto cuando empezó a sonar la canción despertador del torneo. No había dormido nada durante toda la noche. Cleo y él no hablaron después de su encuentro en la cala; y ella había hecho de todo para esquivarle. Cuando llegaron, se metió en la ducha para quitarse el agua del mar; se secó y se fue a dormir con el pelo húmedo.
—Sécate el pelo antes de acostarte o te resfriarás —le había aconsejado él.
—Vuelve a dirigirme la palabra, o a darme una orden y te meteré la lengua por el culo.
Incorregible. Era incorregible. ¿Cómo podía hablarle así después de lo que le había hecho en la cala? Fácil: porque Cleo no le temía. Y Lion se sentía feliz y eufórico por ello.
Había relaciones de amos y sumisas que extralimitaban la espontaneidad y la libertad de la sumisa, que se autoprohibía muchas cosas para no desagradar al amo y no hacerlo enfadar.
Cleo no era de esas, porque Lion tampoco era de esos amos. Le gustaban las órdenes y la dominación en la cama. Fuera de ella era un amigo, un compañero, alguien en quien poder apoyarse y con quien poder bromear. O, al menos, eso pretendía. Pero en la alcoba, era el rey y el soberano, y Cleo su esclava.
La frustración de no correrse era difícil de sobrellevar; pero sabía que a su joven compañera le pesaba más el haber sido censurada en sus actos que el que él la hubiera dejado con el tremendo calentón. Pero no podía estar tan pendiente de ella. Debía seguir con la misión.
Como a quien madruga Dios le ayuda, Lion había aprovechado el tiempo.
Salió del hotel y acordó en encontrarse con Jimmy en la playa del resort.
Previamente, lo había llamado desde el baño y había pedido que revisara todos los teléfonos que tenía Claudia en el móvil.
A Lion le había sorprendido muchísimo que Mistress Pain tuviera llamadas ocultas tan recientes. Esperaba que la estación base pudiera indagar las llamadas y averiguar de dónde venían. Además, se repetían dos números de móvil; y Jimmy podría rastrearlos también.
Pero, sobre todo, quería encontrar al supuesto topo que había inventado aquel montaje sobre Cleo y Markus. ¿Qué habían pretendido con ello? ¿Y por qué?
Se fue a dar un chapuzón y dejó el teléfono de Claudia sobre su toalla junto con un pequeño botecito, donde había orinado la noche anterior, para que Jimmy, que se hacía pasar como reponedor de hamacas, los recogiera, lo abriera y lo analizara.
Había amanecido muy nublado, y el tiempo amenazaba con una de esas tormentas tropicales que, a veces, caía sobre las Islas Vírgenes. Lion lo agradeció, porque el sol de los últimos días había sido aplastante.
Al cabo de media hora, cuando regresó de su sesión de natación marina, tenía de nuevo el teléfono de Claudia sobre la toalla.
Después de eso, regresó a la villa resort y dejó el Samsung de Mistress Pain en recepción. Seguro que Claudia se daría cuenta esa misma mañana de que no lo tenía en el bolso; y lo primero que haría sería preguntar en recepción por si lo habían encontrado.
A continuación, Lion encargó el desayuno para que lo subieran a la habitación. Ya lo habían traído; y él lo había preparado todo para que almorzaran juntos en la amplia terraza privada de la que disponían en su suite.
Cause I may be bad, but I’m perfectly good at it/Porque puedo ser mala, y me siento perfectamente bien con ello
Sex in the air, I don’t care, I love the smell of it/El sexo está en el aire, y no me importa porque me encanta su olor
Stick and stones may break my bones/Las fustas y las piedras pueden romper mis huesos
But chains and whips excite me/Pero las cadenas y los azotes me excitan
Admiró el dulce rostro de Cleo mientras dormía. Aquella mujer era, en realidad, una mezcla entre bruja y hada. Su pelo rojo reposaba como un manto de seda sobre la almohada, y sus labios, rosados y esponjosos, hacían dulces movimientos inconscientes. Se había dormido con otra almohada entre las piernas, abrazándola, para recibir un poco de la calidez que él le había arrebatado hacía unas horas.
Ella tampoco había podido dormir demasiado. La había escuchado gemir y frotarse contra el colchón. Y sudaba… Sudaba como si aquella suite fuera el mismísimo infierno.
—¿Necesitas agua, Cleo? —le había preguntado solícito, retirándole el pelo húmedo del rostro.
—Necesito que me dejes en paz —le había contestado ella.
Como amo, no tenía problemas en lidiar con su mal humor. Un amo tiene que castigar cuando la sumisa no se porta bien y lo desafía. Sin embargo, no llevaba bien lo de castigar a Cleo, porque él siempre quería llegar al final con ella; le encantaba hacerle el amor y que ambos culminaran. Y, esa noche, ninguno de los dos había llegado. A él también le dolían los testículos.
Aun así, que Cleo no lo tuviera presente le había encolerizado mucho; porque no comprendía cómo él podía pensar en ella tanto y, en cambio, ella lo hacía tan poco en él.
Repasó las imágenes vía satélite que emitía el HTC, provenientes de las señales de las pequeñas cámaras que había colocado el equipo base por todas las Islas Vírgenes. Como se emitía todo a tiempo real, podía observar qué embarcaciones entraban y salían de los puertos… Por ahora, no había movimientos extraños de ningún tipo. Llegaban cruceros, y yates privados y, por supuesto los ferris de las islas. Pero los chicos ya vigilaban a todo el que desembarcaba y, por el momento, no se disparaba ninguna alarma.
Por el rabillo del ojo vio que Cleo se incorporaba en la cama, lo miraba y, sin darle los buenos días se iba directa al baño.
Lion sonrió con la vista fija en el teléfono y esperó a que saliera para hablar con ella.
***
Seguía enfadada y disgustada. Frustrada.
No sabía lo que le había hecho Lion pero todavía sentía las manos a través de su cuerpo; y a él… A él, en su interior. Continuaba ahí, moviéndose sin clemencia, marcándola como un hierro cadente.
Aquel ron llevaba algo… La bebida debía tener algún tipo de estupefaciente o droga afrodisíaca, porque la hipersensibilidad de su piel no era normal.
Se lavó los dientes, se peinó y se puso por primera vez el corsé de mariposa monarca que había comprado Lion en la boutique de Nueva Orleans. Para combinar la liviana y fresca prenda, se puso unos shorts negros y aquellas botas que mantenían sus pies destapados y frescos todo el día, aunque cubrieran sus tobillos y parte de sus gemelos.
Un poco de rímel por ahí, crema para el sol que no hacía por allá, brillo de labios, sombra de ojos, kohl y…voilà. Cleo Connelly se había convertido de nuevo en Lady Nala, dispuesta a plantar frente al mundo de los domines y los sumisos y al amo más sin vergüenza y cruel de todos.
Salió del baño y tomó la mochila que el día anterior habían abierto los malditos Monos voladores. Esta vez, la cerró bien, con las cartas que habían conseguido en la última jornada, y buscó las dos llaves que ya tenían.
Una más y tendrían la final asegurada.
—Si buscas las llaves las tengo yo —anunció Lion desde la terraza—. Ven aquí, Lady Nala, y toma el desayuno conmigo.
Él retuvo el aire en los pulmones al verla con uno de los corsés que le había comprado en House of Lounge. Era tan hermosa y elegante como una mariposa de verdad. Los hombres iban a enloquecer al verla, tal y como él caía a sus pies, absolutamente sometido por su belleza.
Cleo le miró con frialdad y se dirigió a la terraza sin prestar mucho interés al copioso desayuno que había pedido Lion.
—¿Por qué desayunamos aquí?
Lion carraspeó para poder hablar de nuevo.
—Porque ayer utilizamos la carta del Amo del Calabozo y nos dio una pista sobre dónde estaba la caja sin pasar por pruebas ni nada por el estilo. No nos hace falta bajar para escuchar al enano de pelo blanco y ojos azules.
—¿Y ya sabes dónde está?
—Sí, creo que sí. Saldremos de aquí en unos veinte minutos, que es cuando el amo aparece en la pantalla y da las instrucciones de la jornada.
—De acuerdo, señor.
—Siéntate conmigo y come algo. He pedido de todo; el bufé completo… Mira —destapó una pequeña cazuela con crêpes calientes. Señaló el pan con tortilla, las frutas tropicales y los botes de mermelada—. Tiene todo una pinta excelente.
—No tengo hambre —era la verdad. No tenía hambre. Seguía sintiéndose extraña, demasiado estimulada y de malhumor—. Solo tengo sed.
Lion tapó la cazuela de nuevo y se levantó del sillón de mimbre, preocupado por ella. Tomó su rostro para estudiarlo con atención.
—¿Cuánto ron bebiste ayer? —preguntó observando sus pupilas.
—Una botella y media de cajun Spice —contestó relamiéndose los labios.
—Creo que pusieron algo en las bebidas; una especie de popper líquido —aseguró él.
—Me lo imaginaba…
—Yo no bebí tanto como tú. —Un músculo palpitó en su barbilla y el arrepentimiento se hizo visible en él. Ella, con afrodisíaco la noche anterior; y él, sin cubrir sus necesidades. Menudo castigo había sufrido la pobre—. ¿Cómo te encuentras ahora?
—¿Tú qué crees? Me siento rara… —Se frotó los brazos, alejándose de él y sentándose en la mesa—. No he dormido nada bien. Me moría de calor.
—Debí imaginarme que era por la sustancia… —se lamentó pasándose la mano por la barbilla.
—Sí, seguro que es solo por eso —murmuró en voz baja. «No por todo lo que me hiciste en la cala para luego dejarme sin nada, ¿verdad?».
Lion se sentó a su lado y, sin pedirle permiso, la tomó de la cintura y la colocó sobre sus piernas. Cleo ni siquiera iba a protestar. ¿Para qué hacerlo? No podía con Lion.
—Voy a desajustarte el corsé. Tienes que comer un poco y beber mucha agua —le explicó quitándole los corchetes superiores—, para que te pase el efecto. No… No pensé que habías bebido tanto… —Lion rozó sus brazos, y masajeó su nuca y su cuello haciéndole presión, acariciándola—. ¿Por qué no me dijiste que te encontrabas tan mal?
—No me toques, señor —se levantó de su regazo y se sentó en la silla contraria. Se llenó el vaso vacío de zumo de naranja natural y cogió un cruasán para untárselo con mantequilla y mermelada. ¿Para qué iba él ahora a prestarle atención? Después del escarmiento nocturno, no le apetecía mimos de ningún tipo. La confundía; y si realmente la había castigado, debería mantener el castigo y no cambiar de parecer al día siguiente—. ¿Por qué no te dije que me encontraba así? Porque me castigaste por portarme mal —contestó sarcástica—, ¿y de qué iba a servir decirte que necesitaba que me tocaras? Te lo había suplicado en la cala, y lo hiciste; pero no como yo quería así que, para no aguantar otra vez el mismo tormento, decidí callarme y sufrir en silencio.
—Pero es que esto no es una jodida hemorroide para sufrirlo en silencio —contestó exasperado—. Tienes droga en la sangre —le acusó con dureza.
—Ya no importa. No quiero hablar más.
—Estás enfadada conmigo —certificó Lion—. ¿Comprendes por qué estás así?
—Sí. Mi cabreo se llama gatillazo. —Mordió el cruasán, sin mirarlo ni una vez a los ojos.
—Bueno, yo no lo llamaría así, exactamente. ¿Y comprendes por qué me hiciste enfadar? ¿Entiendes por qué te castigué?
Cleo se estaba acongojando y no lo entendía. ¿Por qué le sucedía eso? Quería hacerse la fuerte y la indiferente; y estaba consiguiendo justo lo contrario. Mierda, tenía los ojos llenos de lágrimas, y empezaban a caerle por las mejillas.
—No… Nena… —Lion se arrodilló en el suelo, entre sus piernas, pero Cleo no permitió que él las tocara, y las recogió sobre el sillón. Un amo adoraba las lágrimas de su sumisa cuando se deslizaban en las prácticas y en los castigos, sobre todo, después de alcanzar los orgasmos múltiples. Pero no en ese momento. Cleo lloraba porque se sentía mal y quebrada; y, aunque la droga tenía mucho que ver en su estado emocional, él también era responsable de ello—. Háblame… por favor. —Después de un castigo, las sumisas y sumisos podían caer en una especie de estado emocional opaco y depresivo. Eran muchas sensaciones las que se vivían durante una sesión pero, después, con el paso de las horas, se recuperaban. Ella vivió una sesión de las grandes la noche anterior, sin necesidad de pinzas, ni de latigazos, ni tampoco de electroshocks. Sólo él, en su interior, alargando la agonía y tocándola por todos lados. La peor tortura no era la que incluía el dolor-placer, la peor tortura era la que te obligaba a sentir tanto placer que te producía dolor.
Cleo retiró el rostro lloroso y observó el increíble y romántico paisaje que ofrecía aquella terraza. No podía hablar con él, ni siquiera podía mirarlo. La irritación y la impotencia pugnaban en su interior como dos púgiles. ¿Cómo hacer callar a su cuerpo? ¿Cómo ignorarlo cuando se sentía tan vivo? Fácil: dividiéndose y llorando como estaba haciendo en ese momento.
¿Cómo pedirle a Lion que dejara de estar enfadado con ella y, a la vez, tener ganas de discutirse con él y de gritarle? ¿Cómo exigirle que reconociera su trabajo y la alabara, en vez de recriminarla por su inconsciencia?
¿Cómo pedirle que la quisiera y la amara, sin quedar en evidencia por ello, cuando veía que el amor que Lion podía sentir por ella no tenía nada que ver con el que ella sentía por él? ¿No se daba cuenta de que le estaba girando la cabeza del revés?
Sí. Estaba de acuerdo. Era muy inconsciente e impredecible; pero sus acciones reportaban resultados. Resultados que, hasta ahora, ni Nick ni Lion habían logrado.
—No tengo nada que decirte —aseguró Cleo—. Ya sé que, haga lo que haga, todo lo verás mal. Si no pasa antes por tu filtro, entonces, no vale. Así funcionas. Ayer me zurraste y me hiciste todo eso solo porque no te avisé a ti antes que a los demás.
—No es cierto. ¡No es por eso, joder! Eres muy injusta conmigo. Tú eres la última persona que debería acusarme de ese modo porque, precisamente, haces y deshaces a tu antojo; y yo no soy ni la mitad de duro que debería de ser con alguien como tú.
—Sí —murmuró sorbiendo el zumo y haciendo pucheros—, pero luego bien que me das mi merecido, ¿verdad, señor?
Lion la arrinconó, colocando una mano a cada brazo del sillón. La miró fijamente, exigiendo que ella le prestara atención.
—Mírame, maldita sea —rugió ofendido, con la vena de la frente hinchada—. ¡Mírame!
Cleo giró el rostro hacia él, como si su voz le aburriera.
—¿Sabes los esfuerzos que estoy haciendo por controlarme contigo? ¿Lo sabes?
—Yo no te he pedido que te controles, señor.
—¿Crees que no sé cómo te sientes?
—No —negó ella en rotundo—. No sabes cómo me siento.
—Sí, sí que lo sé. Porque yo estoy igual de frustrado que tú. ¿Crees que no deseo desnudarte y hacerte el amor? ¿Acaso piensas que me sentí satisfecho en la cala? Te castigué, sí. Y me castigué a mí cuando no debería hacerlo. Pero quería compartir el dolor contigo. ¡Debería poder castigarte sin problemas y que no me importara si lloras o no; porque, ¡si eres mi sumisa, debo disciplinarte y hacerte ver lo que haces mal! ¡Y en cambio, me importa! ¡Me importa todo de ti, maldita sea! ¡¿Qué crees que quiere decir eso?!
—No lo sé. —Se encogió de hombros—. Ya no sé cómo actuar contigo.
—No… —susurró asustado—. No quiero que actúes. Quiero que seas como eres; pero solo te pido que colabores conmigo. Que tengas en cuenta que no soy solo tu amo. Soy… Yo soy más de lo que crees, y más de lo que te demuestro —reafirmó—. Y tú eres para mí mucho más de lo que te imaginas. Maldita sea —sacudió la cabeza. No podía destaparse en medio del caso, no podía expresar la grandeza de sus sentimientos por ella—, yo…
—¿Tú, qué? ¿Qué me imagino, Lion? —esta vez sí lo miró a los ojos, esperando una contestación honesta—. ¿Qué soy para ti? No tengo ni idea, no me imagino nada. No sé si soy una amiga, solo una compañera o una sumisa… Dices que sientes cosas y me confundes. Pero eso no es gran cosa, porque yo también siento cosas por mis padres, mis amigos, mi hermana y mi camaleón.
—Nunca te he mentido. Jamás le he dicho a nadie cosas como las que te he dicho a ti. Si digo que siento cosas, las siento de verdad.
—Claro, hasta que luego te despiertas al día siguiente y dices que no te acuerdas. —Hacía referencia a la noche de borrachera en Nueva Orleans.
Lion endureció la mandíbula.
—¿Quieres empujarme de verdad? ¿Me presionas? Hazlo, y verás que el auténtico Dragón de la Mazmorra soy yo. Tú… —Intentó hablarle con dulzura y comprensión—. Eres demasiado especial —sus ojos penetraron en los de ella y se quedaron ahí clavados—. Demasiado especial para mí.
Odiaba las adivinanzas. ¿Por qué Lion no admitía la verdad? ¿Por qué no reconocía que la quería pero no lo suficiente como para entregarle ese corazón de amo? Le costaba demasiado abrirse; y eso solo quería decir una cosa: que no sentía suficiente como para hacerlo, ¿no?
—¿Qué tipo de persona especial soy para ti? —preguntó insegura e intrigada.
—Demasiado especial para que otro amo se te lleve delante de mis narices porque tú decidas que así debe de ser e ignorar mis órdenes. Demasiado especial como para estar todo un día al borde de un ataque de nervios porque no sé si estarás pasándolo mal o si te están haciendo algo que tú no quieres que te hagan; y, definitivamente, eres más especial de lo que yo esperaba. Mucho más. Pero este no es un buen momento… para nosotros. No lo es para mí. No puedo con esto —repuso nervioso—; no puedo concentrarme contigo.
—¿Cómo? —Cleo se tomó las piernas con los brazos y apoyó la barbilla en sus rodillas, intentando protegerse de lo que Lion quería decirle y no le decía—. ¿Que no es un buen momento? ¿Un buen momento para qué? —preguntó perdida—. Yo no he venido para ser una distracción. He venido por lo mismo que tú, King.
—Has venido para atormentarme, bruja. —Hundió las manos en su melena de fuego rojo y acercó el rostro al de ella.
Ambos sabían que no podían hablar con total libertad en las instalaciones del hotel; y, a no ser que encontraran un lugar retirado y recóndito como el de la cala, no podrían seguir con aquella conversación sin desvelar más de la cuenta.
—Haz el favor de portarte bien, Nala. Y deja de hacerme sufrir.
Cleo parpadeó, aturdida. No quería hacerle sufrir. Solo quería ayudarle, y quería demostrarle tanto a él como a sí misma que, además de una sumisa y de una compañera de juegos, era también una agente de verdadera vocación.
Una policía enamorada hasta el tuétano del agente al cargo de Amos y Mazmorras.
—¿Qué… Qué quieres de mí, Lion? —preguntó en voz muy baja y cansada, alzando la mano temblorosa hasta los labios de él. No quería seguir haciéndose ilusiones pensando que Lion podía tener sentimientos por ella. El comportamiento de él, a veces, la desequilibraba y la hacía pensar que podía ser posible… Pero necesitaba estar segura.
«Todo. Lo quiero todo, Cleo. Te quiero a ti por completo, entregada y confiada a mí».
—Necesito espacio y, ante todo, que confíes en mí. No puedo decirte más, Lady Nala. Ahora no.
—¿Ahora no? —asombrada y confusa pasó los dedos por su barbilla—. ¿Es que hay un momento justo y adecuado para decir las cosas importantes? —Se desilusionó de golpe—. ¿Hay un momento para ser honesto y sincero?
—Lo hay, créeme. Pero tiene que ser fuera de aquí. Cuando todo este juego acabe. Entonces sabrás la verdad; mientras tanto, por favor —suplicó—, permanece a mi lado y no me desobedezcas más.
Cleo miró a Lion de frente y dejó caer la mano hasta apoyarla en las piernas.
—No quieres decirme lo que sientes por mí —asumió hundiendo los hombros.
—No entenderías lo que siento por ti aunque te lo explicara ahora.
—No. Solo tú no entiendes lo que sientes. Solo tú —repuso levantándose y dejando a Lion de rodillas ante ella—. Es muy sencillo. Se trata de ser sincero y honesto todo el tiempo, no cuando tú creas que es conveniente. O me quieres o no me quieres, es así de fácil, señor.
¿O la quería o no la quería? Por Dios… Cleo no tenía ni idea de lo que pasaba por su mente y su corazón cuando pensaba en ella; y poco tenía que ver con querer o gustar. Ni siquiera con amar. Era otra palabra más comprometedora, que dejaba a las demás en cueros.
—No me des lecciones, Lady Nala. Tú fuiste la primera en jugar y mentir, inventándote una pareja que no existía. ¿Eso es ser honesta? —se levantó hasta rebasar la altura de Cleo que, incluso con tacones, no era suficiente para alcanzar a un hombre como Lion—. Dime, ¿eso es ser honesta?
Cleo se indignó y reconoció que Lion tenía razón. Ella le había engañado; y esa mentira le había salido cara, pues había sido el motivo de muchas riñas entre ellos. Pero Cleo ya no huía; ya no corría asustada por sus sentimientos. Los últimos días la habían cambiado y le estaban enseñando quién era ella en realidad. Había llegado su momento.
—¿Quieres honestidad, señor?
—Sí, para variar —replicó Lion.
—Te mentí respecto a Magnus. Nunca tuvimos nada; te lo dije porque me daba vergüenza admitir que mi vida sentimental y sexual era muy aburrida; y tú me intimidabas… Y yo… Yo no quería que pensaras que era una fracasada y que, aunque he tenido mis aventuras —gruñó en voz baja—, solo… —parpadeó y se secó la lágrima rebelde que caía de la comisura de su ojo—, solo había un hombre con quien realmente me apetecía estar. Siempre fuiste tú, estúpido…
—No, no, espera… —dio un paso atrás, asombrado.
—No. Ahora me vas a escuchar porque a mí no me da miedo reconocer lo que siento. —Le tomó de la camiseta y lo acercó a ella—. Lo siento; y no me voy a callar: te quiero, Lion. No recuerdo cuando empecé a hacerlo, pero nunca dejé de quererte, incluso cuando peor me tratabas. Ya ves, al final tengo alma de masoquista —sonrió con tristeza al ver que Lion palidecía ante sus palabras—. Es más, ahora, que es cuando debería coger las maletas y huir de ti y de tu dominación, no lo hago. Porque me puedes dominar cuanto quieras, porque nunca te tendré miedo. Porque lo quiero todo de ti, Lion. Todo.
Lion abrió la boca para decir algo, pero no se le ocurrió nada. Cleo acababa de pronunciar las palabras que hacía un momento él había pensado. Aquella hada, disfrazada de mariposa, acababa de atravesarle el corazón con su inesperada declaración. Ni siquiera era consciente de lo que le estaba provocando.
—Y sí: me molesta que te ronde Sharon. —«Eso es, lánzate nena y quédate a gusto»—. Y me molesta que te toque Claudia. Sé que no te sientes igual respecto a lo que sucedió la noche anterior. Tú me veías bailando con dos hombres y considerabas que te estaba dejando mal, que te desafiaba, que dejaba en evidencia la dominación de King Lion —hizo aspavientos con las manos—. Pero, cuando te vi a ti, yo no lo sentí igual. No te imaginas lo que me dolió pensar que te habías acostado con ellas; que les hacías a ellas lo que me hacías a mí… Cachete, beso, azote, me da igual… Quiero que me lo hagas a mí, ¡y solo a mí! —le zarandeó levemente de la camiseta negra agujereada y de tirantes—. Es… Esto es muy confuso… —apoyó la frente en su pecho—. Todo ha pasado demasiado rápido; pero, en el momento en que apareciste en mi vida, supe que ibas a dejar huella y que no quería perder de vista tus pasos —Cleo cerró los ojos y tragó saliva—. Ahora, dime, señor… —Alzó la mano y le cogió de la barbilla. Sus ojos verdes brillaban con determinación, pero estaba muerta de miedo—. Este es el momento que yo he elegido para decirte lo que siento. Tienes delante de ti a una mariposa monarca que sigue bajo los efectos del afrodisíaco, y que te está entregando su corazón en bandeja —aseguró asustada—. Te lo doy, Lion. ¿Lo quieres? ¿Sientes lo mismo por mí?
La respuesta se hizo de rogar durante un interminable momento, pero llegó en forma de oscuridad y rechazo cuando Lion dejó caer la cabeza y negó.
Cleo escuchó el sonido de su corazón hacerse añicos, como cristales resquebrajándose, volando por los aires por el impacto de una piedra. Saber que él no sentía lo mismo le dolió demasiado. Pero se había arriesgado; y había perdido. Era una de las reglas del juego, de la vida y del amor. Dejó caer las manos entre ellos y se mordió el labio inferior para no hacer más pucheros vergonzosos.
—No siento lo mismo por ti —confesó Lion—. Puede que un día te lo explique, pero no se parece a lo que tú me has dicho. Pero siento; siento más de lo que crees.
—Está bien —asintió acongojada y rota—. Está bien, Lion. No pasa nada…
—No, no lo entiendes.
—Sí, sí que lo entiendo —repuso encogiéndose de hombros y obligándose a sonreír—. O hay amor o no lo hay; o hay atracción o no la hay; o hay química o no la hay. Es así de fácil. Sientes cosas… —repitió riéndose de él—. ¡Yo también siento cosas! Siento cosas por culpa del maldito afrodisíaco… —«Rectifica. Las drogas tienen la culpa»—. Las drogas tienen la culpa, no sé qué me ha pasado —rio nerviosa—. No… No me hagas caso, ¿de acuerdo?
A Lion le estaba costando horrores no ir a por ella, abrazarla y decirle todo lo que sentía. Pero es que sus sentimientos eran inexplicables; eran mucho más fuertes que los de ella. No quería asustarla, no quería que lo viera como un loco. Suficiente tenía ella con saber que era un amo dominante, como para, además, tener que aceptar lo que provocó Cleo en su vida cuando la vio aparecer. No lo podría entender y necesitaba asegurarse de que lo comprendía.
La alarma de su teléfono sonó. Era la hora en la que aparecía el Amo del Calabozo y hablaba sobre las normas de esa jornada.
—No te alejes de mí, por favor —pidió Lion mirándola fijamente—. Déjame encontrar la manera de explicarte lo que siento. Pero no ahora; no aquí. Aquí no, te lo ruego.
Cleo negó con la cabeza y levantó la mano para que se callara.
—Has perdido el turno, vaquero —sonrió, aunque el gesto no le llegó a sus ojos esmeralda—: Suficiente. Ya es suficiente. Sigamos como hasta ahora: jugando juntos y para llegar a la final del torneo, ¿sí? —inclinó la cabeza a un lado, queriendo aparentar una normalidad que su espíritu devastado no sentía—. Estaré bien. Además, cuando lo que sea que echaron al ron haya desaparecido de mi organismo, ni siquiera recordaré nada de lo que te he dicho.
—No es verdad.
—Ya lo creo. —Lo miró de reojo—. Le pasa a mucha gente, ¿sabes? A ti te pasó.
—Esto no ha acabado aquí.
—Yo creo que sí, amigo —aseguró yendo a por la bolsa de las cartas—. ¿Vamos? —Debía mantenerse entera y conservar su orgullo herido. Pero nadie le podría quitar el dolor de estómago que sentía, ni la presión en su pecho.
Ambos se quedaron escuchando la alarma del teléfono que seguía sonando, para no verse las caras y reconocer que, al menos, uno de los dos, se había quedado desnudo ante el otro y había sido rechazado.
***
Annaberg/Antigua
Territorio de los Orcos y la Reina de las Arañas
Lo que le había dicho Markus a Lion el día anterior, cuando utilizaron la carta «pregunta al Amo del Calabozo», era que el cofre residía en las los dulces restos de Annaberg. Lion había buscado información sobre algo relacionado con Annaberg y dulces restos en las Islas Vírgenes; y había hallado la clave.
Tomaron el quad hasta llegar a las ruinas de la plantación de azúcar —de ahí que dijera «dulces restos»— de Annaberg, en Antigua. Annaberg quería decir «la montaña de Anna». El camino hasta aquel lugar donde se hallaba el cofre era serpenteante y lleno de belleza tropical. Las ruinas seguían en pie y los molinos de viento evocaban recuerdos de lo que una vez habían sido.
Annaberg había sido una plantación grande en la que trabajaron esclavos, hombres, mujeres y niños, incluso cuando estaban enfermos. Un lugar de esclavitud, de trabajo extremo, que enriquecía a la isla gracias a su producción de caña de azúcar.
Cleo y Lion caminaron por la inmensa plantación hasta hallar el edificio que, sin techos ni puertas, se mantenía como lo que en otros tiempos fue una fábrica de azúcar. En lo que se suponía que era la entrada, la bandera negra del torneo con el dragón rojo ondeaba mecida por el viento. A sus pies, el mismo chico que protegía los cofres jornada tras jornada, estaba sentado sobre su tapa, aburrido, mirándose la punta de los dedos de los pies.
—Vamos. —Lion la tomó de la mano y tiró de Cleo.
No habían hablado casi nada durante el trayecto. A Cleo se le habían pasado los efectos del ron después de beber y llenar el estómago con comida; pero no le apetecía dialogar mucho.
El joven de los piercings se sorprendió al verlos llegar tan pronto y, de un salto, se bajó del cofre.
—Habéis llegado con antelación —les comunicó.
Cleo y Lion asintieron y abrieron el cofre sin mediar palabra. Cleo escogió el que más le gustaba y, al abrirlo, se encontró con su tercera y definitiva llave, que los clasificaba para la final de la noche siguiente, además de la carta criatura de los Orcos, cincuenta puntos más en suma de personajes y una carta Oráculo.
—Lo conseguimos —dijo Cleo colgándose la llave y sonriendo a Lion.
Lion la abrazó y la alzó del suelo, pero ella no le correspondió. Dejó que la sostuviera, sin embargo, no rodeó el cuello con sus brazos ni lo besó, que era lo que Lion deseaba.
No estaban bien.
Lion la observó con orgullo, aunque sabía que tenían una conversación pendiente. Cleo podía creer que él no sentía nada por ella; pero necesitaba hacerle creer eso mientras estuvieran metidos en esa sórdida misión. Después, él reclamaría todo lo que ella tuviera para dar.
—Tenéis que ir a la ruina de Ron. El Amo, los Orcos y la Reina de las Arañas os esperan ahí. Seguid las banderas del torneo. —Señaló las insignias clavadas en la hierba verde que dibujaban un camino que desaparecía detrás de un nuevo vestigio.
—Maldita sea, ¿qué tiene esta gente con el Ron? —preguntó Cleo.
—No lo sé —murmuró Lion con el rostro sombrío—. Pero el Caribe y el ron están íntimamente unidos. En las plantaciones de azúcar grandes como esta, utilizaban los restos de las cañas de azúcar y aprovechaban el goteo del jugo y la melaza para dejarlo en una cisterna de fermentación. Después de hervirlo y utilizar el vapor que salía de ello, elaboraban el ron.
—Gracias por la información, señor —puso los ojos en blanco.
—De nada, esclava. Han cerrado las visitas desde ayer —observó Lion oteando los alrededores—. Los Villanos han tenido que pagar mucho por esto… Está toda la zona reservada solo para el torneo.
Entraron en lo que quedaba de la antigua destilería de ron. Y, de nuevo, se quedaron sorprendidos por lo que habían construido allí adentro.
Dragones y Mazmorras DS no escatimaba en gastos. Lo bueno, lo mejor y lo más espectacular lo dejaban para sus participantes.