Capítulo Cuatro

Carol Gilligan y la increíble chica acobardada

En noviembre de 1994, la revista The Atlantic publicó un artículo de Gary Taubes desestimando la queja de que las líneas de alta tensión están significativamente relacionadas con el cáncer. Taubes, un corresponsal colaborador de Science, colocó los resultados sobre los campos electromagnéticos dentro de la perspectiva de la historia de la ciencia, la cual, dijo, estaba «llena de ejemplos de los que Irving Langmuir, el ganador del Premio Nobel de Química en 1932, llamaba ‘ciencia patológica o ciencia de cosas que no son tal’»[1].

La ciencia patológica ocurre cuando los investigadores informan sobre la existencia de un efecto ilusorio. De acuerdo con Langmuir: «Son casos donde no hay deshonestidad implicada, pero donde la gente es engañada hacia falsos resultados… siendo mal dirigidos por efectos subjetivos, espejismos o interacciones límite». Un ejemplo reciente y muy celebrado es la fusión fría. La ciencia patológica, como indica Langmuir, no produce nunca un programa de investigación fructífero. No se hacen nuevos descubrimientos; la ciencia patológica no va a ninguna parte, «solo sigue y sigue».

Bastante a menudo se mantiene viva debido a los periodistas que prefieren diseminar demandas sensacionales a buscar las voces disidentes. A principio de los años 90, el temor de la energía eléctrica era omnipresente debido a las alarmantes historias en las revistas populares[2]. En 1992, Keith Florig, un ingeniero y analista del sistema público en Carnegie Mellon University, estimaba que el coste de la ansiedad pública sobre los campos electromagnéticos «excede un billón de dólares anualmente»[3].

En 1995, a petición del Congreso, la Academia Nacional de Ciencia revisó más de quinientos estudios de los efectos en la salud de la radiación electromagnética. Concluía que «la colección actual de datos no indica que la exposición a estos campos presente un riesgo para la salud humana»[4]. Un editorial de The New England Journal of Medicine pedía un final para esta investigación que «ha producido una paranoia considerable, pero poca percepción y ninguna prevención»[5]. Luego, en el verano de 1999, una investigación reveló que la investigación original vinculando las líneas de energía con el cáncer había ignorado información que controvertía las quejas[6]. De acuerdo con el Departamento de Salud, el investigador había «incurrido en mala conducta científica en investigación biomédica falsificando y fabricando información acerca del significativo efecto celular de los campos electromagnéticos».

Pero como apuntó el físico Robert Park, de la Universidad de Maryland, los engaños frecuentemente no son intencionados. «A menudo no es un fraude deliberado», dijo al New York Times. «La gente es buenísima para engañarse a sí misma. Están tan seguros de saber la respuesta que no quieren confundir a la gente con información desagradable»[7].

La mezcla de mala ciencia, autoengaño y periodismo acrítico es aún más fuerte en las ciencias humanas. El descubrimiento significativo de Carol Gilligan sobre que las adolescentes norteamericanas están en crisis (su confianza se tambalea cuando «chocan contra la pared de la cultura occidental») es un ejemplo apropiado. En tal caso, los grupos de defensores de las mujeres se unieron para hacer sonar la alarma y el «descubrimiento» se convirtió en políticamente inatacable. La reacción pública a las noticias que nuestra cultura estaba desmoralizando a sus chicas se ha tomado mucho más costosa en términos sociales que la histeria de los campos electromagnéticos, y los chicos se han llevado lo peor.

Gilligan es profesora de estudios de género en Harvard. Los periodistas citan rutinariamente sus «puntos de referencia» o su «investigación revolucionaria» sobre la psicología moral característica de las mujeres[8]. Ha sido la Mujer del Año de las revistas femeninas en 1984 y la revista Time la incluyó en su lista escogida de norteamericanos más influyentes en 1996. En 1997, recibió el Premio Heinz de 250 000 US$ por «transformar el paradigma de lo que significa ser humano»[9].

La reputación de Gilligan como figura mediática está fuera de duda. Su reputación como erudita, sin embargo, es totalmente otro asunto. «Transformar el paradigma de lo que significa ser humano» sería, ciertamente, una hazaña de gran importancia histórica. Pero cualquiera de estos logros requeriría, como mínimo, una gran cantidad de evidencia empírica en apoyo del nuevo paradigma. Gilligan, que compara su metodología a la de Darwin, ofrece muy poca información para respaldar sus pretensiones. La mayor parte de sus publicaciones consiste en anécdotas basadas en un pequeño número de entrevistas. Aparte de estas entrevistas, sus datos (como veremos) no están disponibles, levantando dudas razonables acerca de sus méritos.

A pesar de la notoria falta de datos publicados, las conclusiones de Gilligan han sido largamente aceptadas sin protesta alguna. Los juicios escépticos de muchos eruditos que no toman seriamente a Gilligan están perdidos en oscuros periódicos académicos[10]. Entretanto, sus atrevidas teorías y su «investigación revolucionaria» experimental que, presumiblemente, las respalda son ampliamente usadas como referencia y celebradas rutinariamente en los medios que gozan de popularidad.

Un tributo profuso

En enero de 1990, The New York Times Magazine publicó una lisonjera crónica de ficción sobre Gilligan[11]. El artículo se titulaba «Confiada a los 11. Confundida a los 16» e informaba que Gilligan había seguido la trayectoria del desarrollo psicológico de las chicas al entrar en la adolescencia y había desvelado el penoso fenómeno de las chicas silenciadas, «camino del ostracismo» y sin saber ni conocer lo que antes sabían y conocían. La pieza mencionaba al pasar que la investigación de Gilligan «provocaba intensa hostilidad en parte de los académicos» pero proporcionaba pocos detalles. El mensaje que llegó fue el de un eminente erudito de Harvard que había hecho un importante descubrimiento empírico; a medida que las chicas entran en la adolescencia, nuestra sociedad las empuja a un segundo término.

Una vez más, la ciencia patológica había encontrado un periodismo crédulo. Este perfil del New York Times Magazine generó rápidamente un inquieto terror por las chicas que afectaría profundamente la política educativa de los años 90. El alarmante «descubrimiento» de que las chicas norteamericanas estaban sufriendo una pérdida de voz y una pérdida de confianza era similar al sobresalto del campo electromagnético al producir «considerable paranoia, pero poca percepción». En un momento en que el vacío de género educacional se abría ante unas chicas que iban a la cabeza, los chicos se convirtieron en objetos de negligencia mientras el sistema educativo mantenía y buscaba caminos para compensar a las afligidas chicas.

En su historia del New York Times Magazine sobre Gilligan, el autor, la novelista Francine Prose, especulaba que el nuevo trabajo de Gilligan sobre las chicas «podía obligar muy bien a la psicología tradicional a formular una teoría más exacta de la adolescencia femenina». De acuerdo con Prose, Gilligan cree que las chicas están doloridas y asustadas por su propia percepción de la cultura. «Durante la adolescencia, las chicas… empiezan a ver que su comprensión clarividente podía ser peligrosa y sediciosa»[12]. Gilligan llamaba a esto «el momento de resistencia», después del cual, las chicas pierden su confianza. Prose citaba lo que se convirtió en las palabras más citadas de Gilligan: «A los quince o dieciséis años… (las chicas) comienzan a decir: ‘No sé, no sé, no sé’. Empiezan a no saber lo que ya sabían»[13].

En 1990, cuando apareció el artículo del Times Magazine, Gilligan todavía no había estudiado a los chicos. El artículo daba la impresión de que los chicos, beneficiarios de la cultura masculina que había conducido a las chicas al ostracismo, estaban haciéndolo comparativamente bien. Unos años más tarde, Gilligan anunciaba que los chicos también eran víctimas de la cultura dominante, siendo forzados en la niñez temprana a adoptar estereotipos masculinos que causaban una multitud de desgracias, incluyendo su propia pérdida de «voz». Pero eso vino después. A principios de los años noventa, se enfocaba exclusivamente en las chicas.

Prose no juzgaba la negligencia de Gilligan respecto a los chicos como un fallo. Por el contrario, lo consideraba una virtud: «Al concentrarse en las chicas, los nuevos estudios del proyecto evitan el desorden de comparaciones de género y el asunto de por qué los chicos experimentan un ‘momento similar de resistencia’. Gilligan y sus colegas están simplemente contándonos cómo son las chicas en dos etapas cercanas pero radicalmente distintas de su crecimiento»[14].

Lo que Prose consideraba un desorden que debería evitarse es claramente una parte crucial de cualquier investigación sobre desarrollo adolescente. ¿Pero cómo, en ausencia de estudios comparativos, podemos conocer si lo que Gilligan describía era específico de las chicas? Tal vez, la pérdida de confianza que Gilligan encontraba en las chicas es algo que los chicos también sufren. Tal vez, lo que Gilligan llamaba una pérdida de voz y confianza es un aspecto de maduración necesario y hasta saludable cuando los niños acceden a la adolescencia. Tal vez, en ese período, tanto los chicos como las chicas encuentran que saben muchísimo menos de lo que pensaban que sabían, y su optimismo infantil y falsa autoestima dan paso a un conocimiento más realista de ellos mismos.

Prose es una novelista y no una científica social; ella puede ser perdonada por no ver que, sin observaciones comparativas de los chicos, los resultados de Gilligan no pueden ser apreciados, sin duda no pueden ser tomados seriamente. Gilligan podría por lo menos haber advertido a Prose de las limitaciones de sus conclusiones. Bastante alejados de las obligaciones eruditas de Gilligan para darnos un retrato global de la adolescencia como un telón de fondo para sus afirmaciones sobre las chicas, ella tendría que haber cuidado de no llevar al público a conclusiones erróneas. En lugar de ello, su falta de atención con los chicos invitaba, a concluir que las chicas estaban afligidas porque el sistema estaba prejuiciado a favor de los chicos. E indudablemente, muchos de sus lectores (incluyendo algunos a cargo de importantes organizaciones de mujeres) consideraron el trabajo de Gilligan como soporte del punto de vista de que nuestra sociedad favorece a los chicos y «estafa» a las chicas.

Siete mujeres y una máquina de fax

El artículo de Prose anunciaba que un distinguido erudito de Harvard había descubierto que la autoestima de las chicas norteamericanas estaba siendo destrozada por periodistas deslumbrados y activistas progresistas. Marie Wilson, presidenta de la Ms. Foundation, describe la reacción de sus colegas: «La investigación sobre las chicas pulsaba una cuerda (tal vez, un nervio) en las mujeres de nuestra Organización. Resonaba honda y profundamente»[15].

Gilligan pronto bajó de su torre de marfil para discutir sus investigaciones con activistas de la Ms. Foundation. Wilson recuerda su primer encuentro: «Las dos nos reunimos poco después de que apareciera el artículo del Times Magazine. Mientras más hablábamos, más decididas estábamos a conseguir que esta información saliera al mundo».

Así Gilligan, no obstante haber descrito ella misma sus resultados como «nuevos y frágiles», también se unió a los miembros de Ms. Foundation en su misión de alertar «al mundo» de la situación de las chicas. Juntos hicieron una puesta en común para ayudar con medidas prácticas a restaurar la confianza en sí mismas y la voz de las chicas. Marie Wilson escribe: «Mientras más aprendíamos y leíamos y mientras más colaborábamos con los investigadores de Harvard, más a menudo decíamos: Sí, esa era yo, confiada a los 11, confundida a los 16. ¿Y si esta confianza pudiera ser registrada y mantenida? ¿Y si las chicas no tuvieran que perder su autoestima? La sangre se nos aceleró»[16].

El entorno de la Ms. Foundation estaba tenso, pero entusiasmado. ¿Qué debería hacerse para ayudar a detener la terrible pérdida de la confianza en sí mismas de las chicas? Mientras pensaban en esta pregunta, Wilson, Gilligan y Nel Merlino, un especialista en relaciones públicas, tuvieron la idea de un día de fiesta escolar exclusivamente para las chicas. Lo que se convertiría en el Take Our Daughters to Work Day alcanzaría dos propósitos. Primero, un día de fiesta solo para chicas sin precedentes (los chicos se quedarían en clase) que levantaría la atención pública acerca del precario estado de la autoestima de las chicas. Segundo, se ocuparía de ese problema al dar un paso dramático para aliviar la pérdida de confianza que sufren las chicas. Como la Ms. Foundation explicaba: por un día, por lo menos, las chicas se sentirían «visibles, valoradas y escuchadas».

Mirando hacia atrás a los comienzos de un día de fiesta escolar que ahora siguen millones, Wilson y Gilligan se congratulan a sí mismas comprensiblemente: «Milagro de milagros, siete mujeres y una máquina de fax en la Ms. Foundation arrancó la más larga campaña pública educativa en la historia del movimiento de mujeres. En una cáscara de nuez, así es como nació Take Our Daughters to Work Day»[17].

La «exposición» de Gilligan sobre la triste suerte de la autoestima de las chicas norteamericanas es el fundamento central para este día de fiesta. Aquí está la clase de información que los patrocinadores diseminan ahora en su paquete informativo: «Hablad con una chica de ocho, nueve o diez años. Las posibilidades son que ella estará REPLETA DE ENERGÍA… Las chicas jóvenes son confiadas, llenas de vida, EMPRENDEDORAS, francas e inclinadas a hacer grandes cosas en el mundo»[18]. Pero, como apunta la guía, esto no dura: «Los miembros del Proyecto de Harvard encontraron que, a la edad de 12 o 13, muchas chicas empiezan a censurar partes vitales de sí mismas —su honestidad, intuiciones y enojos— para estar de acuerdo con las normas culturales de la mujer. ¿Qué ha ocurrido? Gilligan describe a las chicas subiendo hasta encontrarse con una ‘pared’, la pared de una cultura que da más valor a los hombres que a las mujeres»[19].

Recordemos, en este aspecto, que eran las teorías de Gilligan sobre el desarrollo de las chicas adolescentes lo que también aceleraba la sangre de las líderes formales de la AAUW, animándolas en 1991 a realizar su famoso informe sobre autoestima, el mismo que la propia Gilligan ayudó a diseñar. La AAUW pasó rápidamente entonces a la arena política, que influyó con éxito en el Congreso para obtener una legislación que se ocupara del problema de la igualdad para las chicas en las escuelas de la nación.

No es difícil entender por qué el mensaje de Gilligan «resonó hondo y profundamente» en muchos grupos de mujeres. Estas estuvieron claramente conmovidas por su recuento de las chicas silenciadas víctimas de la «sonora cultura masculina». El cargo contra el patriarcado no era nuevo, pero Gilligan fue la primera en conferirle el sello de descubrimiento científico respaldado por una investigación y esto era música para los ortodoxos oídos feministas. Ahora, el mensaje tendría que ser tomado seriamente por otros. Carol Gilligan era, después de todo, la aclamada erudita de Harvard que había hecho una investigación destacada sobre la psicología moral de las mujeres.

La voz distinta de las mujeres

Fue en 1982 cuando Carol Gilligan presentó In a Different Voice[*], la provocativa tesis de que hombres y mujeres tenían diferentes formas de manejar los dilemas humanos. Basándose en tres estudios que había dirigido, Gilligan encontró que las mujeres tienden a ser más atentas, menos competitivas, menos abstractas: hablan con «una voz diferente»[20]. Se acercan a las preguntas morales aplicando una «ética de atención». Por el contrario, los hombres se acercan a los asuntos morales aplicando reglas y principios abstractos, la suya es una «ética de justicia». Gilligan argüía, además, que el estilo moral de las mujeres había sido insuficientemente estudiado por los psicólogos profesionales. Se quejaba de que el campo entero de la psicología así como el campo de la filosofía moral se había construido basado en estudios que excluían a las mujeres.

In a Different Voice fue un éxito instantáneo. Vendió más de 600 000 copias y se tradujo a nueve idiomas. Un crítico de Vogue explicaba su popular atractivo: «(Gilligan) echa abajo de golpe los viejos prejuicios contra las mujeres. Enmarca de nuevo cualidades consideradas como debilidades de la mujer y demuestra que son fuerzas humanas. Es imposible considerar sus ideas sin que crezca tu estima por las mujeres»[21].

El libro recibió una reacción variada de las feministas. Algunas (tales como las filósofas Virginia Held, Sara Ruddick y otras que vendrían a ser conocidas como «feministas de la diferencia») se sintieron tentadas por la idea de que las mujeres eran diferentes de —y probablemente mejores que— los hombres. Pero muchas feministas académicas, que estaban por entonces en la fase «hombres-y-mujeres-son-exactamante-lo-mismo», la atacaron por reforzar estereotipos sobre las mujeres como educadoras y cuidadoras.

Las psicólogas académicas, feministas y no feministas por igual, encontraron las pretensiones específicas de Gilligan acerca de las distintas orientaciones morales de hombres y mujeres como poco persuasivas y sin fundamentarse en datos empíricos. En 1984, en una reseña en Child Development, Lawrence Walker, de la Universidad de British Columbia, informaba de 108 estudios sobre las diferencias de sexo al resolver los dilemas morales. Lo que encontró fue que las «diferencias de sexo en razonamiento moral en la alta adolescencia y en la juventud son raras»[22]. En 1987, tres psicólogos del Oberlin College intentaron examinar las hipótesis de Gilligan. Aplicaron unas pruebas de razonamiento moral a cien estudiantes masculinos y femeninos y llegaron a la siguiente conclusión: «No existían diferencias de sexo que fueran fehacientes… en las direcciones que Gilligan anunciaba»[23]. De acuerdo con Walker, los investigadores de Oberlin apuntaban a que «Gilligan no conseguía presentar un aceptable apoyo empírico para su modelo».

Esto es si lo tratamos con generosidad. La pregunta más apropiada es si ella tenía algún significativo apoyo empírico para su modelo. Si así era, tenía el deber de presentarlo. Las investigaciones en las ciencias humanas son notoriamente difíciles, mucha más razón entonces para presentar cualquier evidencia que uno tenga, para que los demás puedan evaluarlo e intentar, por su parte, responder en sus investigaciones.

La tesis de In a Different Voice se basa en tres estudios experimentales que Gilligan dirigió: «el estudio del estudiante universitario», «el estudio sobre la decisión del aborto» y «el estudio sobre responsabilidades y derechos». He aquí cómo Gilligan describe el último:

El estudio incluye una muestra de hombres y mujeres emparejados por edad, inteligencia, educación, ocupación y clase social en nueve puntos a través del ciclo de la vida: edades de 6 a 9, 11,15, 19, 22, 25 a 27, 35, 45 y 60. De una muestra total de 144 (8 hombres y 8 mujeres de cada edad) incluyendo un submuestreo más intensamente entrevistado de 36 (2 hombres y 2 mujeres de cada edad), se recogió información sobre conceptos como sí mismo y moralidad, experiencias de conflicto moral y elección, y juicios de hipotéticos dilemas morales[24].

Esta curiosa descripción es todo lo que pudimos saber acerca del «estudio». El mismo estudio parece no tener nombre propio; no fue publicado nunca y nunca revisado por otros colegas. Es, en cualquier caso, muy pequeño en su alcance y en el número de sus temas. ¿Existe, en realidad, la información? Si así fuera, es tentadoramente inaccesible. En septiembre de 1998, mi investigadora adjunta, Elizabeth Bowen, llamó a la oficina de Gilligan y le preguntó dónde podría encontrar copias de los tres «estudios» que habían sido la base de In a Different Voice. La adjunta de Gilligan, Tatiana Bertsch, le dijo que no estaban disponibles. Le explicó que los «estudios» no eran de dominio público. Dada la «sensibilidad» de la información (especialmente, el estudio sobre el aborto), la información se había conservado confidencial. Cuando Elizabeth preguntó dónde se guardaban ahora los estudios, Bertsch explicó que la información original estaba siendo preparada para ser guardada en la Biblioteca de Harvard: «Están físicamente en la oficina. Estamos en el proceso de enviarlas a los archivos del Murray Center».

En octubre de 1998, Hugh Liebert, un alumno de segundo curso de Harvard (que había sido mi investigador adjunto el verano anterior), habló de nuevo con Bertsch. Esta vez, le dijo que la información no estaría disponible hasta el final del año académico, añadiendo: «Se han mantenido en secreto porque los temas (incluidos en el estudio) son muy sensitivos». Bertsch le sugirió que intentara preguntarlo de nuevo ocasionalmente. Él lo intentó de nuevo en marzo. Ms. Bertsch le informó: «No estarán disponibles por un tiempo de momento».

El 21 de septiembre de 1999, Liebert lo intentó una última vez. Envió un mensaje por e-mail directamente a Gilligan, pero fue Bertsch quien envió esta respuesta:

Ninguno de los estudios de In a Different Voice ha sido publicado. Estamos en el proceso de donar el estudio de los estudiantes universitarios al Murray Center en Radcliffe. Pero eso no estará terminado hasta dentro de un año más, probablemente. En este momento, la profesora Gilligan no tiene planes inmediatos de donar los estudios sobre el aborto o los derechos y responsabilidades. Lo siento, pero nada de aquello en lo que está interesado está disponible.

Así que, más de quince años después de la publicación de In a Different Voice, la información en la cual su atrevida tesis estaba basada no ha estado nunca disponible para una revisión pública, revisión de colegas o cualquier otra clase de revisión. En ningún lugar del libro informa Gilligan al lector de la localización de la información. Dado que el libro fue publicado por la Universidad de Harvard y que su autora es una profesora en esa universidad de primera clase, los lectores, naturalmente, asumen que ella había hecho estudios genuinos, con los controles y revisiones profesionales usuales.

Brendan Maher es profesor emérito en Harvard y antiguo presidente del Departamento de Psicología. Le hablé de lo imposible que resultaba acceder a la información de Gilligan y de la explicación de que su naturaleza sensitiva excluía la difusión pública. Se rió y dijo: «Sería extraordinario decir que la información es demasiado sensitiva para que la vieran otros». Apuntó que existe una manera habitual de manejar material confidencial en la investigación: se dejan fuera los nombres, pero se informa de las puntuaciones por sí solas. Se debe hacer eso para que los «demás puedan ver si pueden replicar a tu estudio». También se deben desvelar detalles tales como la forma en que se eligieron los temas, cómo se registraron las entrevistas y los métodos por los cuales se dio significado a los mismos (su sistema de codificación). Existe un riesgo real de predisposición y prejuicio al codificar, así que es crucial tener dos o tres personas codificando la misma entrevista para ver si se tiene la «fiabilidad correspondiente». Aun con todos estos controles, no hay garantía de que su investigación sea significativa o exacta. Pero «sin ellos, ¿qué tiene?».

Lo que tiene es información sin publicar, sin examen, sin crítica que, sin embargo, está considerada de tal importancia histórica como para merecer ser donada al prestigioso centro de investigación de Harvard, para la posteridad. No hay duda de que Gilligan insistirá en la continuada «confidencialidad». Hay poca razón para creer que la investigación que forma la base de sus distintos puntos de vista estará jamás disponible al escrutinio erudito.

Durante años, los especialistas han criticado a Gilligan por su arrogante postura con los datos investigados. En 1986, Zella Luria, profesora de la Tufts University, comentaba sobre el elusivo carácter de los «estudios» de Gilligan: «Uno se queda con el convencimiento de que había ciertos estudios referentes a las mujeres y algunas veces a los hombres y que las mujeres estaban de alguna manera sujetas a un muestreo y de alguna forma entrevistadas sobre algunos temas… De alguna manera, los datos eran tamizados y de alguna manera daban una clara impresión de que las mujeres podían ser caracterizadas como cuidadosas e interrelacionadas. Esta es una propuesta excesivamente seductora, pero no está todavía justificada como la conclusión de una investigación»[25].

En 1991, Faye Crosby, una psicóloga del Smith College (ahora en la Universidad de California, en Santa Cruz), censuraba a Gilligan por crear esta «ilusión de información»: «Gilligan hacía referencia en todo el libro a la información obtenida en sus estudios, pero no presentaba ninguna tabulación. Sin lugar a dudas, nunca cuantificó nada. El lector nunca sabe nada acerca de 136 de las 144 personas del tercer estudio, ya que solo 8 aparecen citadas en el libro. Uno, probablemente, no tiene que ser un experimentado investigador para preocuparse por esta táctica»[26].

Se trata de quejas serias y se sabe que, en disciplinas de alto nivel, conducen a censura… o peor aún. ¿Por qué se ha ignorado la escasez de las evidencias de Gilligan? Veo por lo menos dos explicaciones. En primer lugar, en la Escuela de Educación de Harvard, donde Gilligan tiene su cátedra, los niveles para una aceptable investigación son muy diferentes de los de otros Departamentos de Harvard. En segundo lugar, Gilligan escribe sobre «teoría de género», lo que inmediatamente confiere una sensibilidad ideológica a sus resultados. El clima político hace muy violento para cualquier persona (especialmente, si es un hombre) el criticarla. Aparte del pequeño grupo de críticas feministas que se erizaron ante su sugerencia de que hombres y mujeres son diferentes, pocos académicos se han atrevido a sugerir que la emperatriz no tenía traje.

Los defensores de Gilligan argumentarán que criticarla por sus deficiencias como psicóloga experimental es equivocarse de tema. El verdadero poder de In a Different Voice, dicen, tiene poco que hacer con confirmar esta o aquella queja sobre el comportamiento masculino y femenino. Es una «investigación revolucionaria» porque adelantó la idea de que la investigación psicológica pasada era en especial una disciplina centrada en el hombre, basada en las experiencias de solo la mitad de la raza humana. Gilligan revolucionó la psicología moderna al introducir las voces de las mujeres en una tradición sociocientífica que las había ignorado sistemáticamente.

Hay algo de mérito en este argumento. Efectivamente, Gilligan no fue la primera en urgir que las mujeres fueran estudiadas directamente, en lugar de a través del modelo masculino. Pero es, también, verdad que ella ha sido más efectiva que nadie en conseguir que el mensaje fuera captado tanto por los eruditos como por un público más amplio. Por esto merece el crédito. Más aún, en un momento (a principios de los años ochenta) cuando la investigación sobre las mujeres estaba soslayada por el dogma de que hombres y mujeres no eran significativamente diferentes, la «diferencia feminista» de Gilligan era refrescante. De nuevo, se garantiza el reconocimiento por reencauzar la corriente de la androginia metodológica. Pero se mantienen las preguntas sobre sus demandas de haber hecho sustanciales descubrimientos sobre la forma en que las mujeres hacen juicios morales.

In a Different Voice da a los lectores la impresión de que estas demandas están basadas en la experiencia. Gilligan no estaba solamente criticando la metodología psicológica por ser inconscientemente sexista y centrada en el hombre, estaba anunciando un descubrimiento de una manera distinta en la que las mujeres se enfrentan a los dilemas morales. Tal descubrimiento resultó ser nada más que una hipótesis seductora, sin una base evidente.

Quince años después de que In a Different Voice fuera publicada, Gilligan aún sería considerada como abanderada de descubrimientos originales en el campo de la psicología de la mujer. Había sido aclamada no solo como una heroína política que exponía los prejuicios sexistas en las ciencias sociales, sino como alguien que ha enriquecido la psicología evolutiva mediante cuidadosos y fructíferos estudios de chicas y mujeres.

Con el éxito de In a Different Voice y con el considerable material disponible para ella en Harvard, Gilligan podía haber avanzado en contestar a sus críticos eruditos. Podía haber refinado su tesis acerca de las diferencias entre hombre y mujer en razonamiento moral y haber hecho la genuina investigación que los eruditos esperaban de ella. Podía haber tratado de poner sus pretendidos descubrimientos en una posición científica. Pero eso es lo que ella no hizo. En los años posteriores a la publicación de In a Different Voice, los métodos de Gilligan han permanecido anecdóticos e impresionistas, con crecientes y pesadas dosis de teoría psicoanalítica e ideología de género[27].

Su propio trabajo subsiguiente no es un ejemplo del tipo de investigación que uno debe hacer para compensar el descuido de la mujer en las ciencias sociales y la psicología evolutiva. El triste retrato de las chicas adolescentes que presentó a la Ms. Foundation, la AAUW y un público interesado no es, de ningún modo, menos deformado que cualquier otro presentado por científicos sociales utilizando (en palabras de Gilligan) «normas androcéntricas y patriarcales»[28].

De cómo las chicas son aplastadas

A mediados de los años ochenta, Gilligan estaba centrándose más en la psicología evolutiva de las chicas adolescentes. En 1990, ella y dos colegas publicaron Making Connections: The Relational Worlds of Adolescent Girls at Emma Willard School[29][*]. Dieciséis autores, incluyendo a Gilligan, entrevistaron a estudiantes de la Emma Willard School sobre cómo se sentían llegando a la adolescencia. La escuela, situada en Troy, New York, admite tanto a estudiantes internas como a externas y es una de las más antiguas escuelas privadas en el país. Gilligan explica en el prólogo que los estudios reunidos no tenían la intención de ser «un informe definitivo sobre las chicas». Por el contrario, se «ofrecían en espíritu de celebración» en honor del 175 aniversario de la Emma Willard School[30].

Por un lado, el libro no es, sin duda alguna, nada que se parezca a un estudio definitivo. Por otro lado, parece haber pocos motivos de celebración. Las demandas que se presentan son importantes e inquietantes. Pero aquí, por lo menos, los datos de Gilligan no están secuestrados. En el prefacio, Gilligan expone los principales «resultados» de forma dramática y severa, hablando acerca de las chicas norteamericanas en peligro de ahogarse o desaparecer en «el mar de la cultura occidental», y afirmando que ha descubierto un progresivo «autoenmudecimiento» de las chicas a medida que entran en la adolescencia.

Las chicas preadolescentes, escribe Gilligan, son abiertas y comunicativas, son «incondicionales resistentes». Dicen lo que piensan. No te dicen lo que piensan que tú quieres oír, sino lo que ellas quieren decir. «Las chicas de once años no se venden», dice Gilligan[31]. Pero, hacia la edad de doce o trece años, las cosas cambian para peor. Al entrar en la adolescencia, las chicas se vuelven conscientes de que están en posesión de intuiciones subversivas que amenazan la «voz masculina» de la sociedad patriarcal. Para protegerse a sí mismas, empiezan a esconder el inmenso pozo de conocimientos que ellas tienen acerca de las relaciones humanas. Muchas lo ocultan tan profundamente dentro de sí mismas que pierden el contacto con él. Dice Gilligan: «Entrevistando a chicas en su adolescencia… a veces me sentía que estaba entrando en un mundo sumergido, que estaba siendo conducida por las chicas a través de las cavernas de conocimiento, que luego repentinamente quedaba cubierto, como si nada fuera conocido y nada estuviera sucediendo»[32].

Las metáforas de Gilligan son siempre hipnotizantes. ¿Pero qué es lo que saben estas chicas? ¿Qué es lo que están enterrando en esas «cavernas de conocimiento»? Según Gilligan, las chicas poseen una misteriosa comprensión del «mundo humano-social… convincente en su poder explicativo y, a menudo, intrincado en su lógica psicológica»[33]. El sofisticado entendimiento de las relaciones humanas que tienen las chicas pero que no demuestran tenerlo, dice ella, rivaliza con el de los profesionales adultos entrenados: «Mucho de lo que los psicólogos saben acerca de las relaciones es también conocido por las chicas adolescentes»[34].

La injusticia y el no escuchar

¿Qué clase de experimentos llevaron a cabo Gilligan y sus colegas en la Emma Willard School que condujeron al descubrimiento de la aguda intuición de las chicas para las relaciones humanas? Un capítulo, titulado «Injusticia y no escuchar», da una idea clara de los métodos de Gilligan y su estilo de investigación. Gilligan y su coinvestigadora, Elizabeth Bernstein, pidieron a treinta y cuatro chicas que describieran el caso de alguien que «no estaba siendo justo» y el caso donde alguien «no escuchaba»[35]. Aquí hay algunas respuestas, a modo de ejemplo, de las chicas de Emma Willard:

BARBARA, DEL DUODÉCIMO CURSO

Injusticia: «Teníamos tres tareas finales… sabiendo que los estudiantes se sentían muy agobiados, no era justo que ella (la maestra) contribuyera a eso».

No escuchar: «Ella no parecía terriblemente conmovida por cómo se sentía la clase».

SUSAN, DEL UNDÉCIMO CURSO

Injusticia: «Una amiga mía fue expulsada porque… tenía una amiga que consiguió 600 puntos en el SAT por el procedimiento de presentarse y hacer el examen (por ella)… Entiendo que la castigaran, pero no creo que su vida deba arruinarse. Me enfada. Creo que deberían haberla dejado volver… No creo que les importara».

No escuchar: «Íbamos a pasar un fin de semana en una escuela de chicos y (la decana) dijo: entiendo que vais a beber algo. Yo estaba muy disgustada… y dije: ‘Yo cumpliré las normas’. Pero ella no escuchó. No me gustó que se entrometiera en mis planes, porque yo no creía que fuera justo»[36].

Para un observador no entrenado, estas chicas adolescentes no suenan excepcionalmente intuitivas. Por el contrario, Susan parece ser inmadura y éticamente despistada. Ella parece no entender la compleja seriedad del fraude del SAT; está indignada de que la decana de su internado, preocupada porque las chicas puedan beber siendo menores, esté tan «implicada» en sus planes. Pero Gilligan y su colega Bernstein no parecían tener nunca en cuenta las deficiencias de sus entrevistadas. Por el contrario, nos dicen que unas chicas como Susan y Barbara están desestabilizando el modelo de pensamiento respecto a la moralidad. Atribuyen a sus inexpertas entrevistadas una excepcional intuición moral. «La convergencia de los intereses de las chicas con la justicia da lugar a una situación de profundidad y poder moral»[37]. Normalmente, escribieron unas entusiasmadas Gilligan y Bernstein, disasociamos los conceptos de justicia y escuchar, pero extraordinariamente, para estas chicas justicia y escuchar parecen ser conceptos íntimamente relacionados[38].

Pero ¿cuán extraordinario es el que las chicas, cuando un entrevistador les pide decir algo (a) acerca de la injusticia y (b) acerca de no escuchar, pensaran que lo que se esperaba de ellas era que describieran casos en los cuales se habían sentido injustamente tratadas y sus puntos de vista ignorados?

Encuentro que las descripciones sentimentales, solemnizadas y valoradas de las chicas adolescentes debidas a Gilligan, son inverosímiles e inexactas. Su estudio de «injusticia y no escuchar» —a pesar de los esquemas, gráficos y tablas— es una caricatura de investigación. La mayoría de los comentarios de las chicas son totalmente normales. Gilligan exagera su trascendencia leyendo en ellos significados profundos.

La explicación de Gilligan sobre la voz

El trabajo de Gilligan se centra todo él en la «voz», en «escuchar» y en cómo las chicas son «silenciadas» y «no escuchadas». En lenguaje corriente, tener una voz es tener algo que decir en algún asunto. Gilligan extiende este significado para sus propios propósitos. Sin embargo, no tiene éxito en hacer que su propio significado sea razonablemente claro.

El nuevo prefacio de Gilligan para In a Different Voice (escrito en 1993) contiene una explicación un tanto larga:

Yo (ahora) encuentro más fácil responder cuando la gente me pregunta lo que quiero decir con «voz». Por voz quiero decir voz. Escuchen, diré, pensando que en un sentido la respuesta es simple. Y entonces recordaré cómo era hablar cuando no había resonancia, cómo era cuando empecé a escribir, cómo es todavía para mucha gente, cómo es todavía para mí algunas veces. Tener una voz es ser humano. Tener algo que decir es ser una persona. Pero hablar depende de escuchar y ser escuchado: es un intenso acto relacional[39].

La propia Gilligan está consciente de que (aún) no ha ofrecido una definición inteligente de voz, porque continúa su explicación más allá de la tautología:

Cuando la gente me pregunta lo que quiero decir con voz y pienso en la cuestión más reflexivamente, digo que con voz yo quiero decir algo como lo que quiere decir la gente cuando habla del núcleo de uno mismo. La voz es natural y también cultural. Está compuesta de respiración y sonido, palabras, ritmo y lenguaje. Y la voz es un poderoso canal e instrumento psicológico, conectando mundos internos y externos. Hablar y escuchar son una forma de respiración psíquica. Este continuo intercambio relacional entre la gente es mediado a través del lenguaje y la cultura, la diversidad y la pluralidad[40].

El problema ahora es que esta forma de hablar acerca del «núcleo de uno mismo» y la «respiración psíquica» descansa, en parte, en metáforas cuyo significado es aún más misterioso que lo que se supone van a definir y, en parte, en afirmaciones literales —la voz está «compuesta de respiración, sonido» y así en adelante— que son meras banalidades.

Creyendo erróneamente que ha proporcionado una clarificación convincente de su concepto, Gilligan resume su importancia, diciendo: «Por estas razones, la voz es una nueva clave para el entendimiento del orden psicológico, social y cultural —un examen tornasolado de relaciones y una medida de salud psicológica»[41].

A pesar de cualquier cosa que puedan decir los crédulos discípulos y admiradores de Gilligan —desde los editores de Time hasta los miembros de la Junta de la Fundación Heinz—, está desconcertadamente claro que «la voz», como explica Gilligan aquí (y no ofrece explicaciones más claras en ningún otro de sus trabajos), es una perfecta confusión sin aplicación a la gente real. Gilligan no tiene prevista ninguna nueva clave para el entendimiento social. En lugar de eso, ha producido una perspectiva ideológica influyente que ve a las chicas como víctimas. Solo los más devotos discípulos pueden alegrarse por las celebraciones de Gilligan sobre mujeres y chicas consideradas bajas heroicas de la cultura con voz de hombre y encontrarse iluminados por sus descripciones de la realidad social y psicológica.

Aunque Gilligan fracasa al definir su concepto clave, usa el término «voz» muy efectivamente para destacar el hecho de que aquellos que no la tienen están siendo injustamente subordinados por la cultura dominante. En una reciente charla, afirmaba que, al dejar al descubierto las experiencias internas de las mujeres, había iniciado un «cambio paradigmático» en psicología. Esta pretensión inmodesta es tan reveladora de lo que la propia Gilligan cree haber sido su contribución que también vale la pena citarlo en parte:

Para mí, la voz diferente significaba un cambio paradigmático porque revelaba una disociación… en el núcleo de un orden social racista y patriarcal que había dado paso a una ideología y una psicología de separación que se entendía como natural, normal, necesaria e inevitable. La disociación de relación y, específicamente, de relación con mujeres y de grandes extensiones del mundo interior ocultó las experiencias, los pensamientos y los sentimientos de todas las personas que eran consideradas como inferiores, menos desarrolladas, menos humanas, y todos sabemos quiénes son esas personas: mujeres, gente de color, gays y lesbianas, los pobres y los discapacitados[42].

Aquí está la atracción oculta de Gilligan: su acusación de la forma en que las chicas son criadas golpea en la gran reserva de resentimiento de la cultura patriarcal occidental. De todas maneras, su argumento específico de que la cultura contemporánea norteamericana está silenciando a las chicas está de más. Después de todo, es en la civilización occidental donde las chicas son las más abiertas y libres. ¡Intenta hablar claro en algunas culturas orientales!

Chicas, chicas, chicas

Gilligan nos haría creer que las chicas preadolescentes son cognitivamente especiales. Pero ¿qué pasa con los chicos? ¿Hacen también los chicos de once años «manifestaciones escandalosamente maravillosas»? ¿Son también espontáneos e incorruptiblemente sinceros? ¿O cree Gilligan también que, a diferencia de las chicas, los chicos de once años están «para la venta»? A medida que los chicos entran en la adolescencia, ¿también sufren una pérdida de franqueza y sinceridad? ¿Están también disminuidos en sus años de adolescencia? ¿Podría ser que lo «especial» de las chicas consiste en su sofisticación cuando se les compara con chicos relativamente despistados?

Para establecer su tesis por la que nuestra cultura silencia a las chicas adolescentes, Gilligan necesitaría identificar algunas nociones claras de candor y medidas de franqueza, luego, embarcarse en un estudio masivo, cuidadosamente diseñado de miles de chicos y chicas norteamericanas. Métodos anecdóticos —especialmente métodos anecdóticos aplicados a un sexo— no pueden empezar a hacer el caso. Más aún, Gilligan no ofrece ni siquiera una evidencia anecdótica de que los chicos y las chicas preadolescentes difieran en sabiduría natural y sinceridad.

Puede que, en realidad, suceda que los chicos preadolescentes sean tan astutos y despiertos como las chicas preadolescentes. Eso tendría algunas posibles implicaciones para la teoría de Gilligan. Tal vez, como las chicas, los chicos adolescentes estén silenciados y «mantenidos en la clandestinidad». Pero, si es el caso, el sexo no es un factor decisivo; por el contrario, estamos enfrentándonos al problema familiar de la inseguridad adolescente que aflige tanto a las chicas como a los chicos y la sensacional demanda de Gilligan de que las chicas sufren un riesgo especial resultaría ser falsa.

Por el contrario, podría ser que solo las chicas «abandonan» y se vuelven inarticuladas y conformistas; que los chicos adolescentes permanecen independientes, honestos e intérpretes abiertos de la realidad social. Esto tampoco parece ser correcto; ciertamente, Gilligan rechazaría cualquier alternativa que valorizara a los chicos como más abiertos y articulados que las chicas.

Al contrario de Gilligan, el resto de nosotros disfrutamos de la opción de descartar juegos de género y de volver al punto de vista convencional de que las chicas y chicos normales no difieren significativamente respecto a astucia y franqueza. Ambos pasan de la infancia a la adolescencia volviéndose menos narcisistas, más reflexivos y menos seguros acerca de su comprensión del complejo mundo que se abre a ellos. Al dejar la escuela superior, tanto los chicos como las chicas salen del período de «yo lo sé todo» y pasan a un estado más maduro en el cual empiezan a apreciar que hay gran cantidad de cosas que no conocen. Si esto es así, no es cierto que «las chicas empiezan a no saber lo que ya sabían», sino, más bien, que la mayor parte de los chicos más mayores, de ambos sexos, atraviesan un período muy razonable de darse cuenta de que lo que pensaban que sabían puede no ser cierto en absoluto y que hay ahí fuera un montón de cosas por aprender.

La tiranía del simpático y amable

Los más recientes trabajos de Gilligan continúan con su acusación hacia la cultura masculina por la forma en que mina a las chicas. En Meeting at the Crossroads[43][*], el libro que siguió a Making Connections, Gilligan y su coautora, Lynn Mikel Brown, nos recuerda que «la evolución psicológica de las mujeres dentro de las sociedades patriarcales y culturas con ‘voz masculina’ es traumática en sí misma»[44]. Las chicas norteamericanas sufren varias clases de «ataduras psicológicas». Descubren que «la gente… no quiere oír lo que las chicas saben»[45]. Como resultado de todo esto, las chicas pierden su franqueza y empiezan a cultivar una opresiva «simpatía y amabilidad».

Gilligan idealiza el retrato de las niñas como seres nobles, espontáneos y naturalmente virtuosos que son progresivamente estropeados y desmoralizados por una socialización corrupta que fue diseñada por el filósofo del siglo dieciocho Jean-Jacques Rousseau. Rousseau sentimentalizó tanto a los chicos como a las chicas. El desaparecido Christopher Lasch argumentaba que tanto Rousseau como Gilligan estaban equivocados. Las chicas de verdad no cambian de un ideal de virtud espontánea rousseauniano a algo más silencioso, conformista y «simpático». Por el contrario, como Lasch apuntaba, cuando los psicólogos infantiles miran a las chicas adolescentes sin las preconcepciones rousseaunianas se sienten, a menudo, sorprendidos por una manifiesta ausencia de «simpatía y amabilidad»[46].

Al investigar para Crossroads, Gilligan y Brown entrevistaron, aproximadamente, a cien chicas durante sus años como estudiantes en la Laurel School para chicas, en Cleveland, Ohio, entre 1986 y 1990. Una de ellas, Anna, es presentada algo así como una figura heroica. La llaman una «resistente política», lo que viene a significar que ella está resistiendo la «tiranía» de la simpatía y la amabilidad. Cuando la entrevistaron a la edad de trece años, encontraron que era como todas las otras chicas «autosilenciadas» que se habían convertido en «clandestinas». Pero, en una entrevista de seguimiento al año siguiente, descubrieron que había brotado y recuperado su voz. Como los autores la presentan, Anna ofrece un raro atisbo de una valiente adolescente rebelde que se atreve a hablar: «Ana dice lo que piensa y expresa lo que siente»[47]. Anna es la prueba de que las chicas pueden resistir las fuerzas que las silencian. Por supuesto, como los autores reconocen con tristeza, ella paga un precio. Anna es excluida de los clubes sociales y otros estudiantes la encuentran perjudicial, exasperante y hasta «loca»[48].

Pero, a medida que los lectores aprenden más acerca de Anna, es más difícil no simpatizar con sus desaprobadoras compañeras. Como un ejemplo de recién encontrada franqueza, Anna describe lo que ocurrió con su profesora de Lengua cuando le pidió que escribiera una leyenda acerca de un héroe: «Yo quería hacerlo desde un punto de vista nazi, como Hitler siendo un héroe. Y mi maestra realmente no estaba de acuerdo en absoluto. Y yo empecé a escribir y ella como que… quiero decir, se puso realmente enfadada y fue realmente extraño… Terminé por escribir dos redacciones, una leyenda muy afectada y la otra la que yo quería escribir»[49].

De acuerdo con Brown y Gilligan: «La profesora advirtió a Anna que sonaría como una pequeña nazi», pero Anna perseveró. Insistió en que Hitler había sido un héroe a los ojos de los alemanes y rechazó aceptar la distinción «estrecha de miras» de su profesora entre un héroe y un antihéroe. Anna también les contó a los entrevistadores su sueño de vivir al pie de una montaña en Montana para ser —«solo una de esas gentes extrañas»—. Y compartió su deseo de dar «el mejor discurso del último curso en términos de escandalizar a la gente».

Gilligan y Brown alaban a la inconformista Anna sin regateos, sin tener en cuenta sus deficiencias: su torpeza moral, su deseo desvergonzado de escandalizar, su indiferencia de principios para ofender a amigos y profesores: «Anna, deseando ser franca y dar al traste con todo, resistiéndose abiertamente a volverse la dulce Anna… se queda con lo que siente y piensa y, por consiguiente, conoce»[50].

Si Anna está luchando contra la tiranía de la simpatía, otras chicas de Laurel se presentan como estando atrapadas en ella. Neeti es una de éstas: «Me siento bien cuando hay una persona y esa persona no tiene nadie con quien estar ese día, así que yo me quedo con ella y me siento bien»[51]. En el momento en que Neeti tiene catorce años, también tiene una puntuación promedia alta, es activa en deportes y otras actividades escolares y es bien aceptada por sus compañeras. Pero las entrevistas revelan a Gilligan y Brown que ella «cada vez encuentra más difícil expresar nada, sino la parte amable y simpática que muestra al mundo»[52].

De las dos, Gilligan y Brown consideran a Anna como la más sana: «Al contrario que Anna, cuyos continuos desbaratamientos continuarán poniéndola en un riesgo político, los movimientos de Neeti en la clandestinidad pueden, eventualmente, ponerla en riesgo psicológico»[53].

Anna podría tener problemas políticos; no sabemos de otros. La celebración sin crítica de Gilligan y Brown de la «voz» de Anna sugiere serias preguntas acerca de su juicio, su sentido común y, por supuesto, acerca del valor y la lógica de sus métodos de investigación y conclusiones.

Las herramientas del maestro

Gilligan, que parece imperturbable ante la crítica erudita, muestra pocas señales de cambiar sus métodos de investigación. Insiste audazmente en que aceptar las demandas de evidencias convencionales sería ceder a las normas de la «cultura dominante» que ella critica. Justifica su falta de pruebas científicas citando al desaparecido poeta Andre Lorde: «Las herramientas del maestro nunca deben desmantelar la casa del maestro»[54].

El comentario de Lorde se usa a menudo para rechazar la crítica «masculina» a los métodos feministas poco científicos. Uno podría muy bien preguntarse, especialmente cuando su investigación es parte de un gran proyecto antipatriarcal destinado a «desmantelar la casa del maestro», ¿qué mejor método para conseguir tales fines que usando las propias herramientas del maestro? Ahondando más, la justificación de Gilligan para abandonar un razonable método científico al establecer sus pretensiones es profundamente antiintelectual. Ella parece decir: no tengo por qué jugar según sus reglas; los hombres las han escrito. Esa repulsa de las normas científicas convencionales simplemente no vale: si Gilligan se siente justificada para abandonar los métodos de las ciencias sociales, tiene que criticarlas. Debería decimos lo que está mal en ellas y presentarnos un mejor juego de herramientas.

Lo que dicen otros investigadores

Entretanto, los investigadores que sí juegan con las reglas convencionales de las ciencias sociales no parecen ser capaces de confirmar las hipótesis de Gilligan. Susan Harter, una psicóloga de la Universidad de Denver, está estudiando los problemas de la evolución de los adolescentes, «la voz» y la autoestima. Usando el concepto común de voz como «tener algo que decir», «decir lo que uno piensa» y «sentirse escuchado» y aplicando relativamente medidas objetivas, ella y sus colegas recientemente examinaron las pretensiones de que las chicas adolescentes tienen un «nivel de voz» más bajo que los chicos y que el nivel de voz de las chicas baja algunas vez entre las edades de once a diecisiete años.

En un estudio, Harter y sus colegas distribuyeron un cuestionario a 307 estudiantes de clase media en una Escuela Superior en Aurora, Colorado (165 mujeres y 142 hombres). A los estudiantes se les preguntó si sentían que eran capaces de «expresar sus opiniones», «decir lo que tenían en la mente» y «expresar sus puntos de vista». El estudio buscaba diferencias de género y evidencia de demandas de que el «nivel de voz» de las chicas declinaba a través de los cursos. También consideraba la expresividad de los estudiantes en diferentes relaciones (por ejemplo, con los padres, maestros y amigos). Harter concluye: «Las conclusiones no revelan diferencias de género ni ninguna evidencia de que la voz decline en las chicas adolescentes»[55].

En un segundo estudio[56], Harter y sus asociadas comprobaron las respuestas de, aproximadamente, novecientos estudiantes masculinos y femeninos de los cursos seis a doce para ver si podían encontrar evidencia de un declive en la expresividad femenina. Su conclusión fue que «no hay evidencia en nuestros datos de una pérdida de voz entre las chicas adolescentes como grupo». No pudieron ni siquiera encontrar una tendencia en ese sentido: «El argumento de Gilligan es que las chicas en nuestra sociedad son particularmente vulnerables a la pérdida de la voz… Nuestra información cruzada no revela diferencias medias significativas asociadas con el nivel del curso para uno u otro género, ni existe siquiera tendencia alguna, tanto en escuelas coeducacionales como en escuelas solo de chicas»[57]. Harter admira a Gilligan y es cuidadosa al decir que estos estudios no son concluyentes y que las predicciones de Gilligan acerca de la pérdida de voz pueden ser ciertas en algunos campos para determinados subgrupos de chicas. También sugiere que entrevistas más en profundidad podrían rendir apoyo a las demandas de Gilligan sobre que las chicas luchan más con conflictos sobre autenticidad y voz. Pero, por el momento, Harter advierte «contra el hacer generalizaciones acerca de las diferencias de voz»[58].

Sin embargo, la evidencia de que Gilligan está equivocada acerca de una nación de chicas disminuidas tenía fuerza en el momento en que anunció por primera vez la crisis de las chicas, y continúa haciéndose más fuerte. En un estudio de 1990 del Departamento de Educación sobre varios miles de alumnos del décimo curso, el 72% de las chicas estaba «de acuerdo» o «muy de acuerdo» con la afirmación: «Los maestros escuchan lo que yo tengo que decir»; para los chicos, la cifra era del 68%[59]. Ni la descripción de Gilligan sobre las chicas adolescentes «perdiendo la voz» está de acuerdo con los resultados de la investigación sobre autoestima de la AAUW que ella misma había ayudado a diseñar. En ese estudio de niños de edades entre nueve y quince años, el 57% dijo que los maestros pedían más la intervención de las chicas y un 59% dijo que los maestros prestaban más atención a las chicas[60].

Hay una pregunta específica que cuestiona la hipótesis de Gilligan: «¿Piensas que eres una persona callada o alguien que habla francamente?»[61]. Entre las chicas de la escuela elemental, el 41% de ellas hablaban claro; para las chicas de la escuela superior, la cifra subió al 56%. Para los chicos, lo contrario era lo cierto: el 59% de los chicos de la escuela elemental dijo que ellos hablaban claro, pero los de la escuela superior estuvieron un punto por detrás de las chicas, un 55%. Estas diferencias son pequeñas y dentro del margen de error para este estudio de 2.942 estudiantes (2.350 chicas y 592 chicos), pero los resultados deberían haber animado a Gilligan a preguntarse si sus pretensiones de que las chicas pierden más y más confianza a medida que llegan a la adolescencia pueden ser sostenibles.

El estudio de Met Life del año 1997 sobre 1.306 niños del séptimo al duodécimo cursos y 1.035 maestras del sexto al duodécimo cursos por Louis Harris Associates pidió a los estudiantes responder a la afirmación: «Creo que los maestros no escuchan lo que tengo que decir». El treinta y uno por ciento de los chicos, pero solo el 19% de las chicas dijo que la afirmación era «mayormente cierta»[62]. Si Gilligan tiene razón, deberíamos esperar que más del 19% de las chicas se sintieran ignoradas y, ciertamente, más chicas que chicos.

Conclusión

El perfil del New York Times Magazine, que jugó un papel tan importante al popularizar los puntos de vista de Gilligan, la describe como alguien con «un sentido darwiniano de su misión para excavar las cámaras escondidas de un pasado común y enterrado». La propia Gilligan no se opone a la comparación con Darwin. Recientemente, Education Week me preguntó lo que yo pensaba de los trabajos y demandas de Gilligan. Yo dije: «No estoy segura de que lo que hace tenga mucho estatus como ciencia social». Education Week informó de la respuesta de Gilligan a mi comentario: «Si los estudios cuantitativos son la único que puede cualificar una investigación, entonces Charles Darwin, el padre de la teoría de la evolución, no sería considerado un investigador»[63].

La propia Gilligan se ve ahora a sí misma como siguiendo un método darwiniano de investigación. Nos informa que, cuando leyó el clásico libro de Darwin, se preguntaba si ella «podría encontrar algún lugar como las Islas Galápagos» para sus investigaciones en psicología evolutiva[64]. Dice que hizo: «Fui a mi versión de las Islas Galápagos con un grupo de colegas… Estudiamos a las niñas en busca de los orígenes de la evolución de las mujeres». Y en el mundo interior de las chicas adolescentes, Gilligan encontró cavernas ocultas que hasta ahora no habían sido descubiertas.

Aún una mirada casual a la contribución «revolucionaria» de Gilligan a la ciencia sugiere que la comparación con Darwin es, para decir lo menos, prematura. Darwin presentó abiertamente masas de datos. Su tesis principal ha sido confirmada por observaciones incontables de la historia de los fósiles. En contraste, nadie ha sido capaz de contrastar ni los tres estudios secretos que eran la base de la demanda central que Gilligan hizo en su libro más influyente, In a Different Voice.

En resumen, el trabajo de Gilligan es más ideológico que objetivo. Sus teorías muestran todos los signos de ser un clásico ejemplo de la «ciencia patológica» de Irving Langmuir: «la ciencia de cosas que no son», la ciencia sin fruto que conduce a ninguna arte pero a menudo solo sigue y sigue.

Leyendo a Gilligan sobre las chicas silenciadas, en los límites de «las normas patriarcales y androcéntricas», en «el aliento psíquico», en la naturaleza insensible del «pensamiento occidental», no puedo evitar el preguntarme: ¿Tiene alguno de sus trabajos valor científico? ¿Es, por lo menos, respetable como un informal comentario social? Estas preguntas son apremiantes y relevantes a nuestra inquietud central, dado que el trabajo de Gilligan ha persuadido a miles de educadores de que las chicas están siendo disminuidas y las reformas resultantes[65] continúan teniendo un efecto adverso en los chicos.

Más recientemente y de alguna manera ominosamente, Gilligan ha atraído a los chicos hacia sus opiniones. Ahora le parece que los chicos son las víctimas de la cultura de dominación masculina antes que sus favorecidos beneficiarios. Ella demanda haber encontrado que los chicos, a una edad muy temprana (dos o tres años), están siendo desconectados de sus sentimientos y forzosamente separados de los otros, especialmente de las mujeres. Ella y sus asociadas se han embarcado en un programa a larga escala para salvar a los chicos del futuro cambiando la forma en que los socializamos en lo que ella llama el «orden social patriarcal».

Dada la extraordinaria influencia de Gilligan en la educación norteamericana, las dudas acerca de su trabajo se hacen cada vez más apremiantes. ¿Necesitan los chicos norteamericanos ser salvados? ¿Y son los pensadores como Gilligan y sus seguidores poseedores del conocimiento y temperamento para salvarlos?