Reeducando a los chicos de la nación
A no ser que se resuman en esta conclusión de mal universal,
todos los hombres son perversos y triunfan en su perversidad.
Shakespeare, Soneto 121
Take our daughters to work day, la fiesta escolar para chicas promocionada por la Ms. Foundation for Women, está ahora en su noveno año[1]. En los primeros años, era solo un acontecimiento para chicas. Pero, a medida que el día de fiesta tenía más éxito, las protestas se multiplicaron. Los padres y maestros preguntaban cada vez más: ¿Por qué no se incluye a los chicos? Sin duda, en años recientes, muchos participantes han cambiado el nombre a Take Our Children to Work Day. Por su parte, las organizadoras de la Ms. Foundation permanecieron inexorablemente opuestas a incluir a los chicos. Habían estado tratando constantemente de encontrar modos de preservar la pureza feminista del día.
En 1996, Marie Wilson, presidenta de la Ms. Foundation, empezó a trabajar con algunos grupos de hombres feministas para diseñar un día de fiesta separado para los chicos. Si los chicos tenían su propio día, la presión se acabaría. Esta idea habla profusamente de lo que las defensoras de las chicas piensan y sienten acerca de los chicos. El primer «Día del Hijo» se planificó para el domingo 20 de octubre de 1996. Octubre era particularmente deseable porque, como los planificadores de la Ms. Foundation señalaban, «octubre es el Mes de la Concienciación sobre la Violencia Doméstica y habría programadas montones de actividades»[2]. Aquí están algunas de las celebraciones del «Día del Hijo:»
Para los chicos que no estuvieran agotados por la diversión y agitación de las actividades del día, los planificadores de ese día tenían una sugerencia para la tarde:
Tal como el personal de esta fundación lo había planeado, el Día del Hijo ni siquiera daba a los chicos un día sin escuela. Un amigo mío lo llamaba muy acertadamente «un día de fiesta en el infierno para el chico». No es fácil entender cómo la Ms. Foundation podía imaginar que un domingo especial donde los chicos son animados a reflexionar sobre la violencia del hombre hacia la mujer, preparar la ropa para los hermanos y demás puede constituir una «fiesta» para los chicos.
Al final, el Día del Hijo se canceló y se abortó el proyecto. Sin embargo, este intento para iniciar un día de fiesta para los chicos es iluminador. Pone de manifiesto la clase de pensamiento que los defensores de las chicas tienen cuando reflexionan en lo que podría ser bueno para los chicos. Claramente creen que los chicos necesitan ser reeducados. Pero ¿por qué?
Terroristas de patio de recreo
Los chicos han sido afectuosamente descritos como «máquinas humanas que funcionan según el principio de conmoción perpetua». Los partidarios de las chicas consideran a estas máquinas de movimiento perpetuo como intrínsecamente peligrosos, especialmente para las chicas.
Tal como lo ven, la violencia tiene «género» y su género es masculino[3]. Consideran la agresión masculina como la raíz de la mayor parte de los males sociales. Muchas activistas de la Ms. Foundation, la AAUW, la Asociación Nacional de Educación y el Departamento de Educación están persuadidas de que los chicos, como inconscientes portadores de un sexismo pernicioso, necesitan una especial atención terapéutica.
Los líderes del movimiento de igualdad tienen un punto de vista muy oscuro sobre los chicos, hablando con expresión solemne de ellos como los bravucones, violadores y asesinos de mañana. Sue Sartel, una «especialista en igualdad» del Departamento de Educación de Minnesota y coautora de una guía antihostigamiento para niños de edades entre cinco y siete años, dice: «Los asesinos en serie dicen que ellos empezaron hostigando a los 10 años… salieron de ello impunes y siguieron de ahí en adelante»[4]. Nan Stein, una directora del Wellesley College Center y una figura importante en el movimiento para implantar programas antihostigamiento en las escuelas elementales de la nación, se ha referido a los niños pequeños que persiguen a las chicas en el patio de recreo y tironean sus faldas como «perpetradores» que cometen actos de «terrorismo de género»[5]. ¿Qué es lo que empuja a los partidarios de las chicas a sembrar sus amargas semillas? Acercamos a los puntos de vista de una prominente especialista en igualdad vierte algo de luz en este asunto.
El corazón y la mente de una líder en igualdad de género
Catherine Hanson es directora de Women’s Educational Equity Act (WEEA) Publishing Center[*]. El WEEA Center edita «materiales justos de género». Es también el «vehículo primario» por el cual, el Departamento de Educación del gobierno promueve la igualdad de género. Como directora, Hanson trabaja con escuelas y organizaciones comunitarias para «infundir igualdad» en todas las políticas de educación, en todas las prácticas y en todos los materiales[6].
En febrero de 1998, una exultante Hanson anunciaba que al WEEA Center le había sido otorgado un nuevo contrato de cinco años con el Departamento de Educación que ofrecía «apasionantes nuevas oportunidades para convertirse en un más extenso centro nacional de recursos para la igualdad de género»[7]. También dijo a los subscriptores de WEEA que su centro había sido comisionado por el Departamento de Educación para escribir un informe para el Congreso sobre el estatus de las mujeres y chicas en las escuelas. Hanson escribía:
La cercanía del siglo XXI es un buen momento para examinar nuestro pasado y presente. Como parte de nuestro contrato con WEEA, estamos desarrollando un informe nacional sobre el estatus educativo de mujeres y chicas para el Departamento de Educación. Esta es una oportunidad apasionante para el campo de la educación, el Departamento, el Congreso y la nación para explorar los éxitos, desafíos y complejidad de la educación igualitaria de género[8].
¿Quién es Catherine Hanson y cuáles son sus credenciales para educar al «Congreso y a la nación» en igualdad de género? Basándonos en los escritos de Hanson, parece que ella comparte sus puntos de vista con Nan Stein, Sue Sattel y los aspirantes a instaurar el «Día del Hijo» de la Ms. Foundation, sobre que una temprana intervención en el «proceso de socialización» masculina es crítica si pretendemos detener el progreso de la violencia masculina[9]. Subrayando la necesidad de cambios radicales sobre cómo educamos a los jóvenes varones, Hanson ofrece algunas horripilantes estadísticas respecto a la violencia en los Estados Unidos.
Esta «cultura de la violencia», dice Hanson, «arranca de las normas culturales que socializan a los varones para ser agresivos, poderosos, carentes de emociones y controladores»[14]. Nos insta a «honesta y amorosamente» reexaminar lo que significa ser un hombre o una mujer en nuestra sociedad. «E igual de honesta y amorosamente debemos ayudar a nuestros jóvenes a desarrollar modelos nuevos y más saludables»[15]. Un viejo y poco saludable modelo de masculinidad que necesita ser «reexaminado» se encuentra en la Pequeña Liga de Béisbol. Hanson escribe: «Una de las áreas más ignoradas de entrenamiento de la violencia dentro de las escuelas puede ser el ambiente que rodea a los deportes y el atletismo. Empezando por las pequeñas ligas deportivas donde los padres y amigos se sientan en los laterales y animan al comportamiento violento, agresivo…»[16].
La historia da una gran lección sobre los peligros de combinar fervor moral con mala información. Así que lo primero que debemos hacer es: ¿Son correctos los «hechos» de Hanson? Su organización, bajo los auspicios del Departamento de Educación, difunde más de 350 publicaciones sobre igualdad de género y distribuye materiales a más de 200 conferencias de educación cada año. Yo he escrito un libro sobre «Ms. information» feminista: Los «hechos» de Katherine Hanson son los más atrozmente distorsionados con los que me he encontrado.
Si Hanson tuviera razón, los Estados Unidos serían la cuna de una atrocidad sin paralelo en el siglo veinte. ¡Cuatro millones de mujeres golpeadas hasta la muerte por los hombres! ¡Cada año! De hecho, el número total de muertes de mujeres en todo el país debidas a todas las causas combinadas es de, aproximadamente, un millón. Solo una minúscula fracción de estas muertes es debida a la violencia y aún una menor fracción es debida a las palizas. De acuerdo con el FBI, el número total de mujeres que murieron asesinadas en 1996 fue de 3.631. Pero, de acuerdo con la Directora Hanson, 11 000 mujeres norteamericanas son apaleadas hasta la muerte cada día.
Hablé con Hanson en junio de 1999 para preguntarle acerca de sus fuentes. ¿Dónde había conseguido las estadísticas acerca de que 4 millones de mujeres norteamericanas estaban siendo apaleadas hasta la muerte cada año? ¿O la información de que la violencia es la causa principal de muerte para las mujeres? Explicó que «los datos fueron obtenidos de la investigación». ¿Qué investigación?, pregunté. «Son del Departamento de Justicia». Pregunté acerca de su formación académica. Me dijo que estaba «especializada en periodismo» y que había hecho muchas cosas en el pasado, incluyendo «estudios de teología». Estaba con el programa de la WEEA desde 1984.
Hanson, Stein y otros activistas de «justicia de género» se fustigan regularmente a sí mismos en un delirio antihombres con sus falsas estadísticas[17]. Utilizan sus «hechos» fantásticos para idear y justificar programas y planes de estudios para difundir el evangelio de la igualdad de género. «La causa más importante de lesiones entre las mujeres es haber sido golpeada por un hombre en casa… La violencia es la causa más importante de muerte para las mujeres». Tácticas desestabilizadoras como éstas son usadas por algunos defensores para impulsar una radical resocialización de los chicos.
Para información, la causa principal de muerte entre las mujeres son las enfermedades del corazón (370 000 muertes al año), seguida por el cáncer (250 000). Las muertes de mujeres por homicidios (3600) están muy por debajo en la lista después del suicidio (6000).
La violencia masculina está, también, muy abajo en la lista de causas de lesiones a las mujeres. Dos estudios de las admisiones de urgencias sugieren que, aproximadamente, el 1% de las lesiones de las mujeres son causadas por sus parejas masculinas[18]. Otros hechos de Hanson no son más fidedignos: entre 1990 y 1991, las violaciones aumentaron en un 4%, no en un 59%, y la cifra ha bajado continuamente desde entonces[19].
Hanson, quien claramente cree en su propia propaganda, está convencida de que «nuestro sistema educativo es el principal portador de las suposiciones asumidas por la cultura dominante»[20], y esa «cultura dominante» (occidental, patriarcal, sexista y violenta) está enferma. Dado que la mejor cura es la prevención, reeducar a los chicos es un imperativo moral. Cita con agradecimiento las palabras del feminista varón Haki Madhubuti: «La liberación de la psiquis del hombre de la preocupación por la dominación, hambre de poder, por el control y la justicia absoluta requiere… disposición al dolor, incomodidad y, a menudo, cambios horribles»[21].
Los activistas de justicia de género están ansiosos por hacer efectivo ese «cambio horrible» rehaciendo los métodos por los que los chicos acceden a la edad viril. Con tal motivo, Hanson y su organización, financiada con el dinero de los impuestos, trabajan para hacer de las aulas un lugar para cambiar radicalmente a los chicos ¿Estaremos permitiendo a Hanson y a sus compañeros someter a los chicos a sus agendas liberadoras sin estar razonablemente seguros de que sus programas tienen por lo menos mínimamente fundamentos en hechos y sentido común? Según todas las indicaciones, los aspirantes a reformadores de los chicos carecen de ambas.
Un pequeño porcentaje de chicos están destinados a convertirse en apaleadores y violadores; chicos con serios desórdenes de conducta tienen un alto riesgo de convertirse en depredadores criminales. Tales chicos necesitan una fuerte intervención, cuanto más pronto, mejor. Pero este pequeño número de chicos no puede justificar una industria de prejuicio-de-género que considera a millones de chicos normales como patológicamente peligrosos.
¿Qué es lo que está en juego?
¿Cuánto importa que los expertos en igualdad del Departamento de Educación, el WEEA y el Wellesley Center diseminen tanta falsa información acerca de los hombres en nuestra «cultura patriarcal»? ¿Importa que asuman que los hombres deben ser violentos, que algunos piensen en los niños pequeños como en protomaltratadores necesitados de programas de intervención y de una clase de socialización que ignore los estereotipos masculinos?
Ninguna de estas cosas sería de mucha importancia si las celosas mujeres que promocionan estos puntos de vista no fueran una fuerza mayoritaria en la Educación norteamericana. Las escuelas tienen que escuchar a Hanson, Stein, Sattel y sus colegas para evitar ponerse a malas con complicadas leyes federales respecto a la igualdad de sexo. El Título IX de las Enmiendas Educativas de 1972 prohíbe la discriminación sexual en cualquier institución educativa que reciba fondos públicos. «La misión del WEEA Center es proporcionar asistencia a las agencias educativas para que puedan cumplir los requisitos del Título IX»[22]. Ansiosos de evitar cargos discriminatorios que puedan provocar las provisiones punitivas del Título IX, muchas escuelas y distritos escolares han contratado coordinadores de «igualdad».
Desde 1980, el Programa para la igualdad de la mujer en la educación ha recibido, aproximadamente, 75 millones de dólares en fondos federales. Este y otros programas federales sobre igualdad han creado una industria casera de especialistas en prejuicios-de-género. Investigadores del Wellesley Center recibieron subvenciones WEEA, tal como hicieron Myra y David Sadker y demás plantilla de otras organizaciones. A su vez, estos activistas realizaron estudios y diseminaron información que ha conducido a interpretaciones aún más expansivas y agresivas del Título IX.
Las informaciones del Wellesley Center, el WWEA o los Sadler se ofrecen para dar peso «científico» al argumento de que las escuelas están fallando en imparcialidad hacia las chicas. En 1993, la Ms. Foundation conseguiría la cooperación sin sentido crítico y la tácita aprobación de miles de administradores escolares para poner en marcha un día de fiesta solo para chicas, que implicaba a millones de niños. Todos «sabían» que las chicas estaban «siendo estafadas». Los funcionarios de las escuelas, siempre bajo presión, para demostrar que actuaban en el espíritu del Título IX, han dado a los protagonistas de la igualdad de género mano Ubre para promover su percepción de las chicas como las víctimas del-prejuicio y los chicos como el género injustamente favorecido.
Los promotores de la «justicia de género» tienen un gran poder en nuestras escuelas, pero se arriesgan demasiado con la verdad, están demasiado lejos de los precintos del sentido común y son demasiado negativos acerca de los chicos para jugar apropiadamente cualquier papel en la educación de nuestros niños. Sin embargo, su influencia está creciendo. En 1998, el WEEA Center recibió un nuevo contrato del gobierno por cinco años. Al mismo tiempo, el Wellesley College Center fue elegido para codirigir el nuevo centro nacional de prevención de violencia contra las mujeres. Nan Stein, que es codirectora de la investigación, explica: «Mi atención estará en fortalecer la colaboración entre el personal de la escuela y el personal de agresión sexual y violencia doméstica que trabajan en las escuelas»[23].
A los funcionarios gubernamentales no parece importarles que Hanson y Stein y compañía sean declarados luchadores de género. De todas maneras, no es fácil entender cómo, a pesar de ser estadísticamente puestas en duda, las organizaciones antihombres como la WEEA Center y el Wellesley Center siguen recibiendo fondos del gobierno para promocionar su «igualdad de género antihombres».
Un círculo de amigos
Convencidos de que estamos viviendo en una sociedad destructora de las chicas, dominada por los hombres y autorizados por escuelas que temen infringir el Título IX, los investigadores y coordinadores del prejuicio de género están empeñados en reformar a los chicos «sexistas» de la nación. La mayoría de los padres no tienen idea de con qué se enfrentan en la atmósfera «cargada de género» de las escuelas públicas.
Quit it! —una guía antiviolencia y un plan de estudios para el tercer curso, para maestros— es el esfuerzo conjunto de varios grupos, incluyendo la WEEA, el Wellesley Center y la Asociación Nacional de Educación. Sus autores explican por qué chicos de tan solo cinco años necesitan esta clase de entrenamiento especial: «Consideramos la intimidación y la burla como precursoras del hostigamiento sexual de los adolescentes y creemos que las raíces de este comportamiento se encuentran en las prácticas de socialización de la primera infancia»[24].
Quit it! incluye muchas actividades diseñadas para hacer a los niños pequeños menos volátiles, menos competitivos y menos agresivos. No es que «los chicos sean malos» aseguran los autores, «sino más bien que entre todos debemos hacer un mejor trabajo al dirigir el comportamiento agresivo de los chicos jóvenes para contrarrestar los mensajes imperantes que reciben de los medios y de la sociedad en general»[25].
El plan de estudios promete desarrollar las destrezas cooperativas de los niños por medio de «magníficas actividades no competitivas»[26]. El juego del «tú la llevas», por ejemplo, que puede parecer un inocente pasatiempo del patio de recreo, tiene facetas que los autores consideran socialmente indeseables. Quit it! muestra a los maestros cómo contrarrestar las sutiles influencias del «tú la llevas» en la estimulación de la agresividad: «Antes de salir a jugar, hable sobre lo que los estudiantes sienten cuando juegan una partida de “tú la llevas”. ¿Les gusta ser perseguidos? ¿Les gusta ser los perseguidores? ¿Cómo se sienten al ser tocados? Recoja sus ideas sobre de qué otra forma puede realizarse este juego».
Después de que los estudiantes compartan sus temores y aprensiones acerca del «tú la llevas», se aconseja al maestro anunciar que hay una nueva versión, sin amenazas, del juego llamada «Círculo de Amigos» donde nadie está nunca «fuera». Así se juega al «Círculo de Amigos»: Si un estudiante «tocado» pide ayuda, dos estudiantes se cogen de las manos y forman un círculo alrededor de él/ella. Este círculo de amigos descongela al estudiante de forma que él o ella puedan continuar jugando. Los estudiantes no pueden ser tocados mientras hacen el círculo.
Si los estudiantes resultaran sobreexcitados con el Círculo de Amigos, la guía sugiere que, una vez de nuevo en el aula, el maestro utilice ejercicios de alivio de la tensión «para ayudar a la transición del juego activo a concentrarse en el trabajo»[27]. Algunos de los estudiantes pueden experimentar enfado durante el tiempo de recreo, en cuyo caso la guía proporciona al maestro las herramientas para organizar un taller en clase sobre cómo manejar el enfado. «Válvulas de escape para los sentimientos de enfado pueden ser expresados a través de títeres, juegos de rol, dramatizaciones, dibujos, dictados o escritura»[28].
Al leer Quit it! ha de recordarse a uno mismo que sus sugerencias no están diseñadas para niños alborotados, sino para niños normales de cinco a siete años. Quit it! fue financiada por el Departamento de Educación y, de acuerdo con la página web de la Asociación Nacional de Educación, es un «éxito» entre los maestros.
Una guía con un plan de estudios similar, Girls and Boys Getting Along: Teaching Sexual Harassment Prevention in the Elementary Classroom[29][*], también fue financiada por el Departamento de Educación. Este plan de estudios de 144 páginas incluye un compromiso de antiacoso y de construcción de la autoestima para niños de segundo y tercer curso:
Me comprometo a hacer lo máximo posible para detener el acoso sexual.
Demostraré RESPETO al cuidar de mí mismo y de los otros.
Tengo dignidad y se la daré a los demás.
Yo soy especial, tú eres especial y todos somos iguales[30].
Los niños, incluyendo los de guardería, aprenden a decir: «¡Alto! Eso es acoso sexual y el acoso sexual está contra la ley».
El plan de estudios de la guía tiene razón en que el acoso entre compañeros está contra la ley. Durante los últimos diez años, los grupos de defensores de las chicas como la AAUW, la Ms. Foundation y NOW (National Organization for women: Organización nacional para las mujeres) han estado presionando con éxito ante el gobierno federal para imponer códigos estrictos de acoso en las escuelas. En agosto de Í996, la Oficina de derechos civiles del Departamento de Educación puso en circulación una guía de 26 páginas sobre el «acoso entre compañeros». No se especificaba ningún límite de edad. Desarraigar a los acosadores de las escuelas es ahora un objetivo principal de la administración. Las escuelas locales son sensibles a esta política y saben que las políticas nacionales del Departamento de Educación los ha hecho vulnerables al litigio.
La Asociación nacional de Juntas escolares se ha quejado de que las guías «parecen estar más interesadas en tratar de ayudar a los abogados de los demandantes a ganar los casos contra los distritos escolares»[31]. Eso no perturba a los activistas del acoso. Por el contrario, los anima. Cuando se le preguntó a Nan Stein, la experta en acoso por el Wellesley Center (y colaboradora de Quit it!), cómo están reaccionando los administradores escolares a las políticas del gobierno sobre acoso sexual, sonrió y replicó: «Diría que están aterrorizados… Ha habido tantos procesos legales con tantos daños monetarios… Están aterrorizados»[32].
Escuelas aterrorizadas
El temor a procesos legales ruinosos está forzando a las escuelas a tratar a los chicos normales como delincuentes sexistas. Los chicos jóvenes de todo el país son castigados cuando muestran signos de una misoginia incipiente. El clima de ansiedad ayuda a explicar por qué, en 1996, a Jonathan Prevette, un niño de seis años, que besó a una niña compañera suya en clase, se le castigó como a un acosador. En otro caso sin publicar, una madre en Worcester, Massachussets, que vino a recoger a su hijo le dijeron que había sido reprendido y sacado fuera de clase por haber abrazado a otro niño. «Es un tocador», le dijeron. «No vamos a consentirlo». El niño tenía tres años.
Los niños mayores se enfrentan a consecuencias más punitivas. En 1997, en la Glebe Elementary School de Arlington, Virginia, un niño de nueve años ya tenía una reputación de acosador en potencia: había sido cogido dibujando a una mujer desnuda en clase de arte (después de una visita a la National Gallery). Cuando se le acusó de rozamientos a una niña en la cola de la cafetería, los funcionarios de la escuela avisaron a la policía. El chico fue acusado de maltrato sexual con agravamiento y fue esposado y se le tomaron las huellas digitales. El abogado de la familia, Kenneth Rosenau, dijo: «Este es, realmente, un caso de corrección policial enloquecida. Un niño de 9 años se choca contra una chica en la cola del almuerzo al querer alcanzar una manzana y en un momento tenemos la Tercera Guerra Mundial declarada a un niño de cuarto curso»[33]. Finalmente, los cargos se retiraron.
Sharon Lamb, una convencida feminista y profesora de psicología, se sintió conmocionada al oír que su hijo de nueve años y un amigo habían sido acusados de acoso sexual. Una chica los había oído comentar que su cinturón colgante parecía un pene. «Está contra la ley», informó la maestra a la madre. Esto hizo que la madre se preguntara: «Si el mensaje, el único mensaje, a los chicos es que su sexo y sexualidad es potencialmente dañino para las chicas, ¿cómo los educaremos para ser parejas completas en relaciones saludables?»[34].
A principios de octubre de 1998, Jerry, un chico de diecisiete años en una progresista escuela privada de Washington, D.C. recibió la acostumbrada tarjeta de felicitación del director de su escuela por su cumpleaños. Estaba escrita afectuosamente: «Para Jerry —Eres un muchacho excelente, un regalo para todos nosotros». Dos semanas más tarde, el mismo director lo expulsaría después de que Jerry fuera acusado de acosar a una compañera de clase y los funcionarios de la escuela rápidamente aconsejaron a sus padres «conseguirle atención profesional…»[35].
Una chica, compañera de clase, acusó a Jeny de acosarla verbalmente. En una ocasión, se quejaba la chica, él le había dicho: «¿Por qué no le haces a tal y tal una felación?». También alegó que él se lamió los labios de forma sugestiva. Él negó esas alegaciones. Finalmente (y esto puede haber sido la última gota), alguien lo oyó preguntar a otro chico en el autobús, refiriéndose a la novia del otro chico: «¿Te has metido ya en sus pantalones?».
Cuando estas tres presuntas transgresiones llegaron a oídos de la administración de la escuela, se le ordenó a Jerry quedarse fuera de la propiedad del colegio. Después de una rápida investigación, fue expulsado de la escuela. Todo esto sucedió en poco más de veinticuatro horas.
Sus padres estaban destrozados. Ellos no defendieron el comportamiento de Jerry. «Es un gran muchacho con una boca muy grande», dice su madre. «Si realmente dijo esas cosas, debe ser castigado». Su madre explica que lo habría entendido y aceptado si la escuela lo hubiera reprendido, incluso suspendido: «Era un momento para educar». Pero ¿qué iba a aprender al ser expulsado, sin un simple aviso, en octubre de su penúltimo año de la escuela donde había asistido desde el noveno curso?
¿Por qué reaccionó la escuela con semejante castigo draconiano? Las escuelas temen las acciones legales y muchos piensan que no pueden arriesgarse a tolerar las payasadas de los chicos adolescentes, no obstante naturales y entendibles. «Está siendo castigado por ser un chico adolescente», dijo su madre. Y tiene razón. Lo que ella puede no saber es que ninguna escuela, hoy en día, puede permitirse correr el riesgo de ser acusada de comportamiento tolerante que ofenda a una estudiante femenina. La política de una escuela prudente es actuar en el momento en que una chica acusa a un chico de haberla hecho sentirse sexualmente incómoda.
Los padres de chicos como Jerry y el otro chico mencionado en este capítulo están siempre sorprendidos de los castigos recibidos por el comportamiento de sus hijos.
Han sido bruscamente informados de que las escuelas de hoy están bajo presión para actuar rápidamente para eliminar cualquier vestigio de «entorno hostil» para las chicas. En cuanto a los defensores de las chicas, aparentemente, ellos creen que el sufrimiento o la ruina de unos pocos chicos que, a su juicio, ignoran los sentimientos de las chicas está más que justificada por los beneficios conseguidos. Cualquier cosa que debilite el sistema sexo-género vale la pena su coste, porque ese sistema favorece la violencia masculina y la misoginia.
Más planes de estudio sobre acoso
Entretanto, los expertos en equidad continúan su cruzada contra los chicos delincuentes. Quit it! se publicó en 1998; al año siguiente, Nan Stein y sus colegas del Wellesley Center sacaron Gender Violence! Gender Justice[*], una guía antiacoso para estudiantes de los cursos siete a doce[36]. En ella recomiendan su utilización en asignaturas troncales como Lengua y Estudios Sociales. La frase inicial del prefacio anuncia la necesidad urgente de dicho plan de estudios: «Las escuelas pueden muy bien ser centros de entrenamiento para la violencia doméstica a través de la práctica y el permiso otorgado para el ejercicio público del acoso sexual»[37].
El Departamento de Educación apoyó la redacción de Gender Violence/Gender Justice y apoya su promoción en las escuelas. El proyecto es un ejemplo de la clase de pensamiento con el que consejeros y ayudantes alimentan forzosamente a los chicos escolares en nombre de la equidad. Gender Violence ofrece lecciones diseñadas para hacer a los chicos conscientes de la forma en que los hombres causan sistemáticamente sufrimiento a las mujeres; al mismo tiempo, aspira a hacer a las chicas conscientes de aquello a lo que se enfrentan en nuestra sociedad misógina dominada por los hombres. Algunos de los ejercicios para despertar la conciencia diseñados para los chicos parecen más apropiados para criminales sexuales convictos que para chicos de séptimo curso. Este, por ejemplo: «Pida a los estudiantes que cierren los ojos… Una vez que hayan cerrado los ojos, diga: Imagina que la mujer por quien más te preocupas (tu madre, hermana, hija, novia) está siendo apaleada, .violada o abusada sexualmente… Deles por lo menos 30 segundos para pensar en el escenario antes de pedirles que abran los ojos»[38].
Se pide a los estudiantes que escriban sus sentimientos. La guía también sugiere que los maestros expliquen a los estudiantes que «Necesitamos entender cómo los chicos y los hombres están aprendiendo a equiparar comportamientos violentos con «masculinidad» para desvincular los conceptos»[39]. Gender Violence proporciona a los estudiantes una lista, de diez páginas, estado por estado, sobre organizaciones de violencia doméstica y acoso sexual[40].
Además de perder un precioso tiempo en clase, ¿qué efecto tienen en el estudiante estos ejercicios «sensibilizadores»? Las chicas no pueden dejar de sentirse enfadadas contra el sexo masculino, quienes, por otra parte, según les dicen, «aprenden comportamientos violentos con la llegada a la edad viril». Los chicos, por el contrario, deben sentirse motejados como el sexo insensible, violento. ¿Pueden ser estos efectos lo que los autores de la guía quieren conseguir?
Sin impugnar los motivos de quienes escriben tales guías, uno puede predecir que las lecciones que imparten tendrán también otros efectos no deseados. Los maestros que los usan estarán haciendo llegar a las chicas el mensaje de que los chicos son unos protoacosadores, apaleadores en potencia, cazadores al acecho y violadores que aprenden a ser violentos cuando son socializados al llegar a la edad viril. En cuanto a los chicos en clase, solo pueden sentirse confusos, heridos y desafiadores impotentes.
¿Qué sienten los chicos?
Más y más, los chicos viven en un ambiente de desaprobación en la escuela. Vistos rutinariamente como protosexistas, acosadores potenciales y perpetradores de injusticias de género, los chicos viven bajo una nube de censura, en un permanente estado de culpabilidad. Martin Spafford, un profesor de la escuela superior en Londres, ha hecho observaciones acerca de los chicos británicos que sirven por igual para los chicos norteamericanos. Spafford favorece las medidas pro-chicas antisexistas de los años ochenta. Pero ahora observa que los chicos están bajo asedio: «Los chicos se sienten continuamente atacados por lo que son. Hemos creado en la escuela el sentido de que la virilidad es algo malo. Los chicos se sienten culpados por la historia y una cultura que ha crecido en la escuela recelosa y temerosa de los chicos»[41].
En mi propia experiencia, encuentro a menudo a chicos esperando ser «atacados por lo que son». En 1997, pronuncié el discurso de graduación en la Hun Academy, una escuela superior privada en Princeton, New Jersey. Después de la graduación, un grupo de chicos jóvenes me dijo que estaban gratamente sorprendidos por el hecho de no haber dicho nada contra ellos: «Cuando oímos que iba a hablar de feminismo pensamos que íbamos a ser atacados en nuestra propia graduación». Cuando hablé en otra escuela preparatoria, la Westminster School de Connecticut, la decana feminista que me invitó me dijo que ella no estaba de acuerdo con mi postura sobre género y educación, pero que, si invitaba a una conferenciante con un mensaje más fuertemente feminista, los chicos se rebelarían. El mensaje de la maldad masculina se difunde constantemente. Los chicos de la University High School de Pacific Heights, California, están obligados a sentarse en silencio durante la anual «Asamblea de las mujeres» en la que las mujeres son festejadas y los hombres culpados. Un estudiante que lo soportó me dijo que tres chicos se habían escapado. Los bellacos terminaron volviendo a clase y fueron debidamente castigados.
Hasta algunos instructores contra el acoso sexual se sienten incómodos con el mensaje que se dirige a los chicos. En 1997, Nan Stein hizo un informe nacional de expertos en violencia doméstica/asalto sexual que presentan programas en escuelas públicas. Les preguntó qué era lo que menos les gustaba de los materiales con los que tenían que trabajar (guías, folletos, vídeos y demás). Stein informó que las quejas más comunes eran que «los hombres no son nunca retratados positivamente» y «los hombres nunca se muestran bajo una luz positiva». Sin embargo, ella no veía esto como una razón para cambiar el mensaje: cuando los chicos objetaban, solo mostraban la «necesidad de materiales para desconectar la resistencia de los hombres»[42]. Parecía no darse cuenta de que eran los instructores, no los chicos, los que se quejaban de los materiales.
A su alrededor, los chicos encuentran su sexo regularmente condenado, mientras las chicas reciben la simpatía oficial como una «población históricamente mal tratada». Al mismo tiempo, muchos chicos se sienten tristemente conscientes de que los chicos están siendo dejados atrás por las chicas. Los chicos creen que los maestros prefieren a las chicas, están más interesados en las chicas y piensan que ellas son más listas[43]. Sin embargo, a los chicos se les dice que vivimos en un patriarcado en el cual los hombres tienen injustamente «el control de nuestro país, nuestros negocios, nuestras escuelas y… la familia»[44].
Una conferencia sobre igualdad de sexo
Quienquiera que desee una experiencia de primera mano sobre las repugnantes actitudes de los hombres y la retórica antichicos puede tenerla en cualquier lugar donde los partidarios de las chicas se reúnen. Es en sus conferencias donde ellos mismos son más desinhibidos.
En julio de 1998, participé en la 19ª conferencia anual de la National Coalition for Sex Equity in Education (NCSEE)[*], en Kansas City. La NCSEE es la organización profesional de unos seiscientos «expertos en igualdad de sexo» que trabajan en el gobierno federal, en los departamentos de educación de los estados, en las escuelas locales y en agencias de activistas tales como el Wellesley College Center y la AAUW. Estos expertos formulan e implementan «género-justo» en los programas y políticas educativas y ofrecen una guía a los funcionarios y maestros de las escuelas para combatir el sexismo y cumplir con el Título IX.
La conferencia tuvo lugar unos días antes de difundirse la sorprendente noticia de que el 59% de los aspirantes a maestros en Massachussets había suspendido un examen de competencia elemental que una media de alumnos de décimo curso hubieran podido fácilmente aprobar. El informe generó cientos de nuevos artículos. Pero nada de esta intensa preocupación pública penetró en los salones de un encuentro dedicado a la misión de desmantelar la sistemática injusticia con las chicas de nuestras escuelas.
Asistí a la conferencia de la NCSEE con una amiga, la psiquiatra Sally Satel. No fuimos unos invitados especialmente bienvenidos. En la primera noche de barbacoa/lanzamiento de globos, la presidenta de NCSEE, Darcy Lees (una coordinadora de igualdad por el estado de Washington y también miembro asociada de la AAUW), asombró a los doscientos asistentes al anunciar mi presencia a través de los micrófonos. Una mujer muy disgustada se me acercó en la cola de los postres. «Su asistencia aquí ha levantado mucha controversia», dijo. «Nos preguntamos por qué ha venido si no comparte nuestra filosofía».
La NCSEE, por supuesto, comparte la «filosofía» de la WEEA, la AAUW, el Wellesley Center y la Ms. Foundation: la convicción de que las chicas están académicamente estafadas y personalmente degradadas por las escuelas que favorecen a los chicos, que los chicos son depredadores y necesitados de un riguroso entrenamiento antisexista, cuanto antes, mejor. Es cierto que estoy en desacuerdo con esta perspectiva sobre los chicos y las chicas. Por ejemplo, me opongo a la forma en que los miembros de NCSEE despliegan términos tales como «equidad» y «prejuicio»: cualquier ventaja de que gozan los chicos (tales como mejores puntuaciones en exámenes de matemáticas o mayor participación en los deportes) constituye un prejuicio de género que debe ser combatido agresivamente; cualquier ventaja de que disfrutan las chicas (tales como mejores puntuaciones en exámenes de lectura o mayor asistencia a la escuela), constituye un triunfo de la equidad. Además, a diferencia de los organizadores de la conferencia NCSEE, estoy seriamente preocupada por las deficiencias académicas de los chicos. Sin embargo, había mucho que me interesaba en este encuentro.
En docenas de talleres desplegados durante cuatro días, los participantes de la NCSEE se sentaban en círculos, compartían sus sentimientos y hacían ejercicios destinados a ayudar a las chicas de la nación a encontrar sus voces en las aulas. Dirigiendo los talleres estaban prominentes figuras, tales como Nan Stein y Sue Sattel. Hubo una sesión promocional para presentar Quit it!, la guía antiacoso. Los representantes de WEEA presidieron una mesa redonda e hicieron una presentación animando a los participantes en la conferencia a ayudarlos a atender las demandas de su nuevo contrato de cinco años con la administración.
En uno dé los talleres, Peggy Weeks, la diminuta directora de pelo gris de igualdad de género del Departamento de Educación de Nebraska, escribió sus fórmulas para conseguir escuelas no sexistas, libres de prejuicios, en una larga hoja de papel, con un rotulador verde. «¿Saben por qué estoy usando un rotulador verde?», preguntó. «Porque el verde es el color de la esperanza». Entonces se mantuvo aparte mientras su corepresentante escribía las siguientes seis palabras verticalmente en la pizarra.
sSexismo
hHomocentrismo
aAptitud
rRacismo
eEtilismo
dDiscapacidad
Su asistente explicó que las primeras letras formaban la palabra SHARED (compartido). «¡Eso es fantástico!», exclamó Weeks ante el receptivo auditorio de maestros, funcionarios de escuela y consejeros del gobierno.
Una instructora de igualdad de género de la Universidad de New York, Dra. Susan Levin Schlechter, se refirió al «problema» de los chicos que reciben más atención del maestro que las chicas. Sugirió que los maestros «crearan una comunidad de estudiantes» llamando a los estudiantes alternativamente «chico-chica, chico-chica»[45]. Un funcionario vigilante de diversidad de la escuela pública de Aurora, Colorado, la castigó: tendría que haber puesto «chica-chico, chica-chico».
En otro taller, Victoria Warner, una doctoranda por la Ohio State University, informó sobre un proyecto a gran escala de siete años de duración sobre igualdad de género que ella y sus colegas acababan de terminar. Constaba de once «módulos de igualdad de género» (GEM), cada uno compuesto de un pequeño paquete de material para prácticas de concursos, hojas de trabajo, actividades de clase, valoraciones e «informes» para «desarrollar competencias de igualdad de género».
Warner nos dividió en pequeños grupos para practicar un ejercicio tipo de GEM llamado la Estrategia de la Habichuela. Distribuyó unas bolsitas llenas de habichuelas. Algunas contenían solo dos, otras contenían hasta diez. Se nos pidió que mantuviéramos una discusión, pero, cada vez que hablábamos, teníamos que entregar una de nuestras habichuelas. Una vez que habías vaciado tu bolsa, tenías que permanecer en silencio. Esto significaba que algunos miembros podían hablar bastante más que otros. (Los activistas de la igualdad de género creen que los chicos siempre consiguen «más habichuelas» que las chicas). Más tarde, compartimos nuestras sensaciones acerca de lo que había sido el ser silenciada o privilegiada en una discusión. Aprendimos que ambas situaciones pueden ser inquietantes.
Pregunté si, en cualquier momento durante o después del desarrollo de siete años del proyecto, había habido un seguimiento de evaluación de los GEMS para saber si las actividades mejoraban, en realidad, el aprovechamiento de los estudiantes o tenían éxito en reducir los prejuicios contra los niños. La buena de Warker sonrió y dijo conciliadora: «No hemos hecho nunca eso. No tengo ni idea de si este material funciona».
Aunque la conferencia del NCSEE ignoraba los fallos académicos de los chicos, no ignoraba la amenaza que los chicos suponían. La violencia de los hombres era un tema importante sobre el que tratar. El primer día, Jackson Katz, un hombre descrito a sí mismo como feminista, dirigió un taller de tres horas de duración sobre «prevención de la violencia de género». Pasó la primera hora enseñando a los participantes como evitar lo que él llamaba «el universo patriarcal del discurso».
Katz distribuyó un folleto que incluía un montón de alarmantes (aunque falsas) estadísticas sobre violencia doméstica (incluyendo algunos de los especiosos números de WEEA). Cuando mi amiga Sally mencionó, gentilmente, los errores de hecho, Katz y varios de los miembros de la audiencia se indignaron. «¡Esto no es una discusión sobre estadísticas!», gritó una mujer enfadada. El grupo, incluyendo a Katz, estuvo mucho más receptivo a un comentario de otro participante: «Los hombres temen que las mujeres se rían de ellos; las mujeres temen que los hombres las maten». Al final de sus tres horas, Katz nos dijo: «Conozco muy pocos hombres sanos».
Katz informó que él y Nan Stein estaban inaugurando un nuevo programa llamado Gender Justice: Boys Speak Out. A pesar de su nombre, «Justicia de género: los chicos hablan claro», este no es un programa que dé a los chicos un fórum donde hablar acerca de cómo las escuelas les están fallando. Por el contrario, Boys Speak Out hace honor a los chicos «que se han distinguido en sus escuelas o comunidades por apoyar a las chicas»[46]. El propósito de Boys Speak Out es animar a los chicos y jóvenes a hacerse activistas feministas. Esa es la idea del movimiento feminista sobre un programa apropiado para los chicos.
Barbara Sprung, cofundadora y directora de Educational Equity Concepts y coautora de Quit it!, pronunció el discurso de apertura. Fue Sprung quien habló de la «maleabilidad» de los niños y de la «increíble oportunidad» que la maleabilidad presenta para los educadores. Para dramatizar la urgencia de los niños pequeños enfrentándose a los perniciosos estereotipos de género, informó sobre una exposición en un escaparate que había visto el día anterior pasando por unos grandes almacenes en Kansas City. Describió un escaparate lleno de muñecas Barbie: «Estaba repleto con todo lo que no queremos, incluyendo la Barbie corazón». La audiencia estuvo apropiadamente horrorizada.
Durante el período de preguntas-y-respuestas, un miembro de la audiencia preguntó si Sprung perdía alguna vez la esperanza. Una Sprung muy seria replicó: «El cambio social es difícil… Es una lucha larga, larga».
La verdad acerca de la violencia masculina
Los defensores de la crisis de las chicas han tenido éxito al proyectar la imagen de los hombres como depredadores y de las mujeres, como desventuradas víctimas. Han convencido a los administradores de las escuelas, a los líderes de sindicatos de maestros y a los funcionarios de los departamentos educativos de la administración para apoyarlos y financiarlos. Han sido capaces de llevar a cabo su plan de estudios y sus políticas en muchas aulas de la nación. No hubieran podido hacer estas cosas si no se refirieran a problemas reales que están tratando de resolver.
Las diferencias de sexo en cuanto a violencia son muy reales. Físicamente, los hombres son más agresivos que las mujeres[47]. Los estudios interculturales confirman lo obvio: los chicos son universalmente más belicosos. En un clásico estudio de 1973 sobre diferencias hombre-mujer, Eleanor Maccoby y Carol Jacklin concluyeron que, comparados con las chicas, los chicos se enzarzaban en más peleas fingidas y más fantasías agresivas. Se insultaban uno al otro y tomaban represalias más rápidamente cuando eran atacados: «Estas diferencias de sexo (en agresión) se encuentran tan pronto como se inicia el juego social: a los dos o dos años y medio»[48]. Los especialistas en igualdad consideran a estas criaturas como competitivas, insultantes, pegadores, acosadores y los ven como protocriminales.
Es precisamente al exponer esta conclusión donde se equivocan completamente, porque fallan al distinguir entre masculinidad sana y aberrante. Los criminólogos distinguen entre «hipermasculinidad» (o «masculinidad-protesta»), por un lado y la masculinidad normal de jóvenes sanos en la otra. Los jóvenes hipermasculinos, sin duda alguna, expresan su virilidad mediante el comportamiento antisocial, sobre todo, contra otros hombres, pero también por medio de la agresión violenta y la explotación de las mujeres. Los jóvenes sanos expresan su virilidad en empeños competitivos que son a menudo físicos. A medida que maduran, asumen responsabilidades, se afanan por la excelencia, lo consiguen y «ganan». Afirman su masculinidad de manera que requieren destrezas físicas e intelectuales y autodisciplina. En la sociedad norteamericana, los hombres normales y sanos (lo que quiere decir la inmensa mayoría) no golpean, violan o aterrorizan a las mujeres; ellos las respetan y tratan como a amigas.
Desafortunadamente, muchos educadores están persuadidos de que la tan repetida proposición de que la masculinidad per se es la causa de la violencia es cierta. Empezando por la premisa basada en datos de que la mayor parte de la violencia es perpetrada por hombres, pasan rápida (y erróneamente) a la proposición de que la hombría es la principal causa de violencia. Con esta lógica, cada niño pequeño es un acosador y golpeador en potencia.
Por supuesto, cuando los chicos son violentos y, de otra manera, antisocialmente ofensivos con los demás, deben ser disciplinados, tanto por su propio beneficio como por el bien de la sociedad. Pero la mayor parte de la fisicalidad y masculinidad de los chicos no se expresa en maneras antisociales.
Es muy raro, en estos días, oír a alguien alabar la masculinidad. La escritora feminista disidente Camille Paglia es una excepción refrescante. Sus observaciones son antídotos efectivos para el exceso de denigración. Para Paglia, la agresividad y competitividad masculinas son vigorosos principios de creatividad: «La masculinidad es agresiva, inestable, combustible. Es también la fuerza cultural más creativa en la historia»[49]. Hablando del «desdén tan de moda por ‘la sociedad patriarcal’ a la cual nunca se le atribuye nada bueno», ella escribe: «Pero es la sociedad patriarcal la que me ha liberado a mí como mujer. Es el capitalismo lo que me ha dado el placer de sentarme en esta mesa a escribir este libro. Dejémonos de ser intolerantes acerca de los hombres y reconozcamos libremente qué tesoros han vertido sus obsesiones en la cultura»[50]. Los hombres, escribe Paglia, «crearon el mundo en que vivimos y los lujos con que vivimos»[51]. «Cuando cruzo el puente George Washington o cualquiera de los grandes puentes de los Estados Unidos, pienso: los hombres han hecho esto. La construcción es una sublime poesía masculina»[52].
Los chicos se comportan mal
En cualquier caso, las alabanzas de Paglia respecto a los chicos pueden sonar irrelevantes a los directivos que han tenido problemas disciplinarios en sus escuelas. Mucho del comportamiento antisocial de los estudiantes es sexual. La mayor parte del mismo es perpetrado por los chicos. Los especialistas en igualdad pueden tener una idea peculiar de la masculinidad, pueden ser rutinariamente culpables de una mala representación de los hechos y colocar injustamente a los chicos y hombres bajo una mala luz; pero no se equivocan cuando ponen de manifiesto que nuestras escuelas están plagadas de comportamientos sexualmente burdos, irrespetuosos y funestos. Por lo menos tienen un plan para hacer frente a algo de la violencia. ¿Por qué alguien debería objetar su intento de acabar con el problema?
Activistas de NOW y del Wellesley Center son totalmente persuasivos acerca de la necesidad de resocializar a los chicos cuando citan casos angustiosos de jóvenes atormentando a las estudiantes femeninas. Katie Lyle, de Duluth, Minnesota, por ejemplo, fue cruelmente humillada por un grupo de chicos que escribía mensajes obscenos sobre ella en los cuartos de baño de la escuela. Pintadas como «Katie Lyle es una marrana» y «Katie Lyle practicó el sexo con mi perro» eran retirados para luego reaparecer. Esto continuó durante semanas. Los chicos se reían de ella en el autobús con comentarios como «Oh, Katie, házmelo» y «¿Eres tan buena como todos dicen?».
Tawnya Brady, una estudiante de la escuela superior en Petaluma, California, se enfrentaba a un puñado de chicos maliciosos que mugían a su paso, haciendo comentarios acerca del tamaño de sus pechos. En ambos casos, los directivos de la escuela no ofrecieron a las chicas una protección efectiva. Ejemplos de éstos, que no son raros, sugieren con fuerza que algo está saliendo mal con nuestras escuelas y nuestros chicos. Sugieren la necesidad de tomar una acción resuelta. Así que nos preguntamos: ¿Qué es lo malo de los programas sobre acoso sexual que enseñan a los chicos a respetar a las chicas? ¿Qué es lo malo de seguir una política fuerte para frenar la misoginia agresiva de los chicos?
La respuesta es que los chicos necesitan, indudablemente, ser educados y civilizados. Necesitan ser convertidos en seres humanos respetuosos. Uno debe enseñarles, de forma que no dé lugar a ninguna duda, que ellos no pueden quedarse impunes al acosar o golpear a otros estudiantes. Los chicos necesitan una guía moral fuerte. Nuestras escuelas deberían llevar a cabo códigos firmes de disciplina y reglas claras e inequívocas contra el mal comportamiento, la falta de civismo y otros comportamientos perjudiciales. Los maestros y directivos tienen que establecer un ambiente escolar donde no se tolere ninguna variedad de mezquindad ni ninguna y falta de civismo, sexual o no sexual. Los chicos necesitan urgentemente educación moral y disciplina. También las chicas.
Pero los problemas de comportamiento en la escuela tienen poco que ver con la misoginia, patriarcado o discriminación sexual. Tienen todo que ver con la propensión de los niños a la matonería y la crueldad. Al enfrentarse con los problemas genéricos de mal comportamiento, las escuelas deben socializar a los niños para que sean morales y considerados. Y deben prepararlos para reforzar sus códigos morales haciendo fuerte presión en los culpables.
Los niños necesitan un entorno moral. No necesitan políticas de género. No necesitan talleres que dan primacía al acoso sexual y la violencia sexual como la importante cuestión moral con que se enfrentan los ciudadanos de nuestra sociedad. Ni necesitan los niños de cualquier edad especiosas estadísticas que sensacionalizan las cosas horribles que algunos hombres hacen a las mujeres.
Demasiadas de nuestras escuelas abundan en descortesías, blasfemias, valentonadas: mucho del comportamiento dañino y la intimidación es, en realidad, no sexual. Y las chicas tienen su parte en ello. Casi cualquier chica de tercer curso de la escuela superior te dirá que las chicas pueden crear una atmósfera tan miserable como los chicos, especialmente, entre otras chicas.
Aquello con lo que nos encontramos en la escuela trasciende el sexo. Pero, aun cuando la mala conducta es específicamente sexual, no es una manifestación de opresión sexista de la mujer. Hostile Hallaways es el estudio más conocido de acoso en los cursos octavo a undécimo. Fue encargado por la AAUW en 1993 y es el favorito entre muchos expertos en acoso. Pero este estudio reveló que las chicas hacen casi tantos tocamientos, asimientos y escriben pintadas como los chicos. De acuerdo con el estudio, «el 85% de las chicas y el 76% de los chicos estudiados dijeron haber experimentado un comportamiento sexual ni solicitado ni bienvenido que interfería con sus vidas»[53]. Cuatro miembros de la Universidad de Michigan hicieron un cuidadoso estudio del seguimiento de la información de la AAUW y concluyeron: «La mayoría de ambos géneros (53%) se describieron a sí mismos como haber sido tanto víctimas como perpetradores de acoso, lo cual quiere decir que la mayor parte de los estudiantes habían sido acosados y habían acosado a otros»[54]. Y estos investigadores llegaban a la siguiente conclusión: «Nuestros resultados nos conducen a cuestionar el simple modelo perpetrador-víctima»[55]. El simple modelo perpetrador masculino/víctima femenina es, por supuesto, el pan de cada día de los activistas de la igualdad de género.
Consideremos otro caso famoso de acoso en la escuela, éste también en Petaluma, California. Los estudiantes de la escuela superior de Kenilworth difundieron el rumor de que la chica de séptimo curso Jane Dod «había practicado sexo con un hotdog». Jane no podía pasar por el pasillo sin tener a alguien haciendo la acusación. En octavo curso, las pullas del hotdog llegaron a ser tan malas que los padres de Jane tuvieron que mudarse de distrito. Finalmente demandaron a la escuela por violación del Título IX de la Ley de Educación por no proteger a Jane del acoso sexual. El caso fue resuelto fuera de los tribunales.
Pero, cuando la escritora Nina Easton, de Los Angeles Times, dio una mirada atenta al caso, descubrió que «los peores atormentadores de Jane eran otras chicas»[56]. De acuerdo con Easton, «el proceso de Jane concentró su atención en el comportamiento de los chicos, pero claramente se desprende de sus propias palabras que los peores acosadores eran las chicas de Kenilworth que llevaban chaquetas Raiders y demasiado maquillaje y corrían juntas como una banda». ¿Por qué se convirtió en un objetivo? Easton explica: «Una antigua alumna de Kenilworth dijo en una declaración que Jane se convirtió en un blanco simplemente porque ella había empezado con el rumor (del hotdog) acerca de otra persona el año anterior. En su declaración, Jane reconoció haber oído el rumor de una amiga de fuera del estado y haberlo pasado a sus amigas».
Valentones
Las intimidaciones en los patios de las escuelas son un problema genérico del cual el acoso sexual es solo una especie. La intimidación es un problema moral y sus efectos en un niño pueden ser espantosos. Consideremos el caso de Curtis Taylor, un estudiante de buenas notas en el Oak Street Middle Schoool en Burlington, Iowa. Aquí está una descripción de su situación tal como apareció en Psychology Today:
Durante tres años, otros chicos habían estado tropezando con él en los pasillos, haciendo caer lo que llevaba. Incluso le habían cogido la cabeza y la habían golpeado contra las taquillas. Las cosas estaban ahora empeorando. Los insultos eran cada vez peores. Algunos libros muy apreciados le fueron sustraídos. Su bicicleta fue destrozada dos veces. Los chicos golpearon incluso la escayola que cubría su tobillo roto. Y, en presencia de sus compañeros de clase, algunos chicos le rociaron leche con chocolate sobre su sudadera… Curtis se culpaba a sí mismo de no gustarles a los otros chicos. Esa noche, Curtis entró en el dormitorio familiar, cogió una pistola y se mató de un tiro[57].
Por supuesto, esto es un ejemplo extremo de sadismo en los institutos. De todas maneras, es el tipo de cosas que pueden pasar cuando los maestros, gobernantes y padres abdican de sus responsabilidades para formar una atmósfera moral en la escuela. En demasiadas escuelas, la intimidación no está controlada por las autoridades. La mayor parte de las intimidaciones y del acoso no son de naturaleza sexual. Pero sus efectos, como muestra este ejemplo, pueden ser devastadores.
Dan Olweus, un psicólogo autor de algunas de las más cuidadosas investigaciones en intimidación y bullying estima que «de un ocho a nueve por ciento de los chiquillos son objetivos de los valentones»[58]. Los chicos son blanco de las intimidaciones más a menudo que las chicas, pero, como hemos visto en casos como los de Katie Lyle, Tawnya y Jane Doe, las chicas también son maliciosamente victimizadas. Las escuelas de hoy no están asumiendo sus responsabilidades para proteger a nuestros niños de la crueldad de sus compañeros. Los defensores de las chicas han tenido éxito en llamar la atención sobre el maltrato sexual de las chicas, y han tenido éxito en conseguir establecer muchos programas antiacoso en las escuelas, pero lo han hecho a costa de distraernos del problema genérico de falta de civismo y de fuerte malevolencia que hace de la vida escolar de hoy una pesadilla para muchos niños.
En contraste con las escuelas europeas, donde los programas dedicados al problema de la intimidación o bullying son cosa corriente, muchas escuelas norteamericanas dedican la mayor parte de su presupuesto a eliminar el acoso sexual. Es como si toda la indignación debiera estar dirigida a insultos sexuales y daños sufridos por las chicas a manos de los chicos, dado que tal sufrimiento sirve como ejemplo de cómo «nuestra sociedad sexista» daña a las mujeres. Hay, en consecuencia, muchos programas de acoso antisexual en las escuelas y pocos programas de genuina antiintimidación.
En los últimos años, algunos de los defensores de las chicas han ayudado poco a paliar el problema genérico de la intimidación. Una guía muy popular para los maestros publicada por la Asociación Nacional de Educación es Bullyproof: A Teacher's Guide on Teasing and Bullying for Use with Fourth and Fifth Grade Students[*]. (Un investigador asociado de Wellesley estima que es utilizada por, aproximadamente, diez mil maestros)[59]. Pero esta supuesta guía antiintimidación dedica más de la mitad de sus lecciones a sexismo y acoso sexual. Los estudiantes que la usan practican escribiendo cartas acerca del acoso sexual a imaginarios perpetradores. Redactan políticas de acoso sexual. La guía instruye a los maestros a: «Pedir a los estudiantes leer en voz alta el folleto sobre acoso sexual y, a medida que leen, poner dentro de un círculo las palabras que no entiendan»[60]. ¿Por qué un plan de estudios diseñado para ayudar a los niños de diez y once años a cómo enfrentarse a la intimidación y la maldad debe estar tan resueltamente enfocado en sexismo y acoso sexual?
La respuesta es que el contenido antiintimidación es, simplemente, una cobertura bajo la cual los defensores de las chicas promocionan sus propios e inquietantes puntos de vista de la realidad social. Entrar en las escuelas con sus programas de prevención del acoso les da una plataforma desde la cual enseñar a los chicos y chicas que nuestra sociedad es sexista y dominada por el hombre. Aunque esto consigue transmitir el punto de vista feminista, es ineficaz, caro, distrae la atención y es un sustituto social inoportuno para la educación moral y el ambiente seguro que los niños necesitan urgentemente.
Desafortunadamente, una reciente normativa de la Corte Suprema hace muy posible que los niños reciban más políticas de género y menos educación ética genuina, por el momento.
Un veredicto propio
El 24 de mayo de 1999, una Corte Suprema dividida profundamente votó 5-4 a favor de aplicar las leyes de acoso sexual a los niños de la escuela. En el caso ante la Corte (Davis vs. Monroe County Board of Education), Aurelia Davis demandó a la Junta Escolar de Monroe (Georgia) por medio millón de dólares porque su hija LaShonda, una niña de diez años, en Forsyth, había sufrido lo que ella describía como cinco meses «de una descarga de acoso sexual y abuso» por parte de un compañero de clase, identificado como G. F. De acuerdo con Mrs. Davis, G. F., de diez años de edad, que se sentaba junto a su hija, le había hecho proposiciones, cogido los pechos y la había atormentado en general. El proceso acusaba a los funcionarios de haber fallado en reforzar los derechos civiles de LaShonda y ser protegida de la discriminación sexual, según el Título IX.
La jueza Sandra Day O'Connor (junto con los jueces Ruth Bader Ginsburg, Stephen Breyer, John Paul Stevens y David Souter) escribió la opinión mayoritaria. «A los estudiantes», escribió, «no se les debe negar acceso a beneficios educacionales y oportunidades en base al género». O'Connor puntualizaba que el acoso sexual de los compañeros podía ser «tan severo, omnipresente y objetivamente ofensivo que, en efecto, impide a la víctima el acceso a oportunidades educacionales o beneficios».
El juez Anthony Kennedy junto con los jueces William Rehnquist, Clarence Thomas y Antonin Scalia se opusieron a tal decisión. Kennedy, que redactó el disentimiento, estaba tan ultrajado por la decisión de la mayoría que tomó la inusual medida de ponerse de pie y leer pasajes de su opinión discrepante desde el tribunal. (Los jueces hacen esto muy rara vez, cuando encuentran la decisión de la mayoría especialmente atroz). «La decisión de la mayoría, dijo, fomentará un clima de temor que animará a los funcionarios de las escuelas a etiquetar hasta la más inocua conducta de un niño como acoso sexual». Anunciaba un torrente de litigios. O'Connor respondió que, lejos de enseñar a Johnny una «perversa lección en federalismo», como alegaban los disidentes, la mayoría estaba simplemente tratando de asegurar «que la pequeña Mary pudiera asistir a clase».
¿Quién podría estar en desacuerdo con O'Connor? ¿Quién podría argumentar contra el principio de que la pequeña Mary tiene derecho a asistir segura a la escuela? Sin embargo, este no era un caso acerca de la seguridad de los niños. Después de todo, la seguridad de la escuela es tanto o más cosa de los chicos como de las chicas. Cuando el Servicio de test educativos preguntó a los alumnos de octavo cuánto de seguros se sentían en la escuela, se encontró con que un 7% de las chicas y un 11% de los chicos «se sentían inseguros o poco seguros»[61]. En otro estudio, el Departamento de Educación encontró que, entre estudiantes de edades de doce a diecinueve, un 5,1% de chicos y un 3,3% de chicas habían experimentado intimidación violenta en la escuela[62].
Lo que O'Connor estaba llamada a explicar era por qué las amenazas a la seguridad de Mary y a su tranquilidad mental cuando estaba siendo intimidada en una forma sexual provocaban la acción federal, pero no lo hacían las amenazas diarias a Johnny. El hecho claro y simple era este: bastantes más chicos que chicas sufren una intimidación que es «tan severa, omnipresente y objetivamente ofensiva que, en efecto, impide a las víctimas el acceso a oportunidades o beneficios educacionales». Si la seguridad en la escuela es el tema, ¿por qué la situación de Mary es más apremiante que la de Johnny?
Los niños se atormentan y humillan el uno al otro por toda suerte de motivos; el sexo es solo uno de docenas. Kennedy lo anotaba así en su disentimiento:
La chica que quiere saltarse el recreo porque es atormentada por los chicos no es diferente de la niña con sobrepeso que se salta la clase de gimnasia porque los otros niños la atormentan por su talla en los vestuarios; o el niño que se arriesga a suspender porque se niega a usar gafas para evitar las burlas de «cuatro ojos»; o el niño que se niega a ir a la escuela porque el matón de la escuela lo llama «gato asustadizo» en el recreo.
El juez Kennedy cuestiona lo apropiado y útil de etiquetar el comportamiento de G.F. como «discriminación de género». Los grupos de mujeres tienen una respuesta lista. Consideran el acoso sexual como una clase de crimen odioso utilizado por los hombres para mantener y reforzar el estatus inferior de la mujer; el pequeño G.F. no solamente asustó y trastornó a LaShonda, sino que la degradó como miembro de un grupo socialmente subordinado. NOW explicó clara y sucintamente por qué el acoso en los colegios era discriminatorio en su informe de 1998, sobre acoso sexual: «El acoso sexual es una forma de violencia contra la mujer utilizado para mantener a la mujer en su sitio… Nuestras escuelas, en muchos aspectos, están preparando el terreno para el acoso sexual. A los chicos se les castiga rara vez… mientras que a las chicas se les enseña que su papel es tolerar esta conducta humillante»[63].
La teoría de que la mala conducta sexual en nuestras escuelas es parte del esfuerzo general de los hombres para tener a la mujer socialmente subordinada no está lejos de la paranoia. Más aún, ignora convenientemente el hecho de que las chicas practican tanto el acoso como los chicos. Asume que los chicos tienen más poder que las chicas en nuestras escuelas. Pero los chicos son tan inseguros como las chicas y tan vulnerables a la humillación y el maltrato. El problema raíz en nuestras escuelas es la escasa disciplina y el que demasiados niños actúan maliciosamente con impunidad.
Para interpretar el acoso sexual de los compañeros como una forma de discriminación sexual, la Corte Suprema parece aceptar implícitamente algo como el punto de vista oficial de NOW de que «el acoso es… utilizado para mantener a las mujeres ‘en su sitio’». ¿Pero por qué cinco jueces adoptarían la lógica de estos grupos en lugar del punto de vista del sentido común expresado por el juez Kennedy?
La respuesta es simple: políticas de género. Docenas de grupos se han pasado la anterior década difundiendo falsas estadísticas «demostrando cuán vulnerables son las chicas, dramatizando sus déficits educacionales, explicando cómo nuestras escuelas «están preparando el terreno para la violencia doméstica», cómo «la violencia es la causa principal de muerte en las mujeres», cómo el estatus de las chicas es una «conocida tragedia de los Estados Unidos». La precaria condición de la chica norteamericana es ahora parte de la Sabiduría convencional. En este clima, en el que también viven nuestro gobierno y judicatura, solo parece bien y justo para la pequeña Mary tener una Corte Suprema legislando para ella misma.
La Corte debe ser siempre justa. Tal como están ahora las cosas, las Cortes y el Gobierno, en efecto, discriminan contra los chicos en un tema fundamental: las chicas, siendo víctimas, en ausencia de la «discriminación» tienen un manto protector de su derecho a asistir a clase que los chicos no tienen. Más aún, con la nueva decisión, los chicos están peor que nunca. Las escuelas, temerosas de procesos ruinosos, tratan a los chicos normales como acosadores en potencia.
La normativa de la Corte Suprema generará, sin duda, más Quit it! y más talleres con ejercicios de «violaciones imaginarias». Grupos tales como NOW, el Wellesley Center, la AAUW y la WEEA, estarán más ansiosos aún para entrar en las escuelas de la nación.
La Corte Suprema cometió un serio error en el caso Davis. Esta es la misma Corte que en 1997 subestimó malamente el efecto disruptivo de un proceso de acoso en las funciones normales de la presidencia. Ahora ha sido decidido que aplicando leyes de acoso sexual a los niños no afectará a las escuelas. No podía ser más erróneo.
¿Qué hay reservado para los chicos?
Estaremos en camino hacia la verdadera justicia cuando las juntas de gobierno y directivos y maestros de las escuelas empiezan a enfocar de forma objetiva el desarrollo moral y cognitivo de todos los niños a su cargo. Los niños y los adolescentes necesitan una guía moral fuerte. Necesitan firmes códigos de disciplina en un entorno escolar que no tolere una mezquindad evidente o una importante falta de civismo, ya sea sexual o no sexual. No necesitan políticas sexuales divisivas, tribunales de justicia ni políticas escolares que pesen sobre los chicos.
Si los padres empiezan a apoyar a sus hijos, si rehúsan permitir a las escuelas someterlos a la tierna compasión de los supuestos especialistas en igualdad, las perspectivas de los chicos norteamericanos se alegrarán muy especialmente. Entretanto, la guerra sin declarar a los chicos continúa ganando fuerza.