Dónde están los chicos
El mito de la niña frágil
En 1990, Carol Gilligan anunciaba al mundo que las adolescentes en Norteamérica estaban en crisis. En sus palabras: «Mientras el río de la vida de una chica desemboca en el mar de la cultura occidental, ella está en peligro de ahogarse o desaparecer»[1]. Gilligan ofrecía poco en cuanto a una evidencia convencional para apoyar sus alarmantes pretensiones. Sin duda, es difícil imaginar qué clase de investigación experimental podía establecer una afirmación tan grande. Pero Gilligan atrajo aliados poderosos con rapidez. En un corto espacio de tiempo, el pretendido estado frágil y desmoralizado de las adolescentes norteamericanas alcanzó el rango de emergencia nacional.
Someteré la investigación de Gilligan sobre chicas y chicos a un extenso análisis en capítulos posteriores. Fila es la santa matrona del movimiento sobre la crisis de las chicas. A Gilligan, más que a cualquier otra persona, se le cita como la autoridad académica y científica que otorga respetabilidad a la afirmación respecto a que las chicas norteamericanas están siendo psicológicamente reducidas, socialmente «silenciadas» y académicamente «estafadas».
Escritores de éxito, electrificados por las conclusiones de Gilligan, empezaron a ver, por todas partes, evidencias de crisis en las chicas. La antigua columnista del New York Times, Anna Quindlen, cuenta cómo la investigación de Gilligan proyectó una sombra amenazadora en la celebración del segundo cumpleaños de su hija: «Mi hija está lista para saltar al mundo, como si la vida fuera sopa de pollo y ella, un delicioso fideo. El trabajo de la profesora Carol Gilligan de Harvard sugiere que, en algún momento después de los 11 años, esto cambiará, que hasta esta pequeña niña llena de vida se retraerá y encogerá»[2].
Muy pronto, esto se materializó en una avalancha de libros de éxito con títulos como: Failing at Fairness: How America’s Schools Cheat Girls; Reviving Ophelia: Saving the Selves of Adolescent Girls; Schoolgirls: Self-Esteem and the Confidence Gap[*]. La escritora de Time Elizabeth Gleick observa sobre la nueva tendencia en victimología literaria: «Docenas de adolescentes preocupadas viajan en tropel y encuentran, a través de las páginas, esbozos compuestos de Charlottes, Whitneys y Danielles que fueron violadas, que tienen bulimia, que tienen cuerpos perforados o cabezas rapadas, que se enfrentan a estrictas familias religiosas o están destrozadas por el amargo divorcio de sus padres»[3].
Las adolescentes del país han sido tanto exaltadas como compadecidas. La novelista Carolyn See escribió en The Washington Post: «Los más heroicos, valientes, dignos, torturados seres humanos en esta tierra deben ser las chicas de 12 a 15 años»[4]. En la misma vena, Myra y David Sadker, en Failing at Fairness, vaticinaron el destino de una niña de seis años, llena de vida, de pie en la parte más alta de un tobogán, en el patio de recreo: «Ahí estaba ella sosteniéndose sobre sus fuertes piernas, la cabeza echada hacia atrás y los brazos totalmente abiertos. Como la reina del patio de recreo estaba en la misma cima del mundo». Pero pronto todo cambiaría: «Si la cámara hubiera fotografiado a la niña… a los doce en lugar de a los seis… ella hubiera estado mirando al suelo en lugar de al cielo; el sentido de su propia valía hubiera sido una acelerada espiral cuesta abajo»[5].
El cuadro de chicas confusas y melancólicas luchando por sobrevivir sería dibujado una y otra vez con detalles añadidos y creciente urgencia. En Reviving Ophelia, de Mary Pipher, con mucho el libro de más éxito sobre la crisis de las chicas, estas experimentan una repentina desaparición: «Algo dramático les sucede a las chicas en su temprana adolescencia. Tal como los aviones y los barcos desaparecen misteriosamente en el Triángulo de las Bermudas, así sucede con los «yos» de las chicas, van hacia abajo en tropel. Se estrellan y se queman»[6].
La descripción de las adolescentes norteamericanas como silenciadas, torturadas, sin voz y, de otra manera, personalmente disminuidas, sin duda produce consternación. Pero, aunque sorprendente, hay muy pocas evidencias que la apoyen. Si las chicas del país sufren la clase de crisis que Gilligan y sus acólitos describen, ésta ha escapado a la atención de la psiquiatría convencional. Por ejemplo, no existe evidencia de esta epidemia en las referencias oficiales de la Asociación Americana de Psiquiatría (DSM-IV)[7]. El malestar que más se ajusta a los síntomas de la crisis mencionado por los escritores es un desorden de humor llamado distimia. La distimia se caracteriza por la baja autoestima, sentimientos de inadecuación, depresión, dificultad para tomar decisiones y retraimiento social. De acuerdo con el DSM-IV, esto ocurre por igual entre chicos de ambos sexos y, aunque es más frecuente en adultos femeninos que en masculinos, aun así es relativamente infrecuente. No más de un 3 o 4% de la población la padece.
Los estudiosos que cumplen con los protocolos convencionales de la investigación en ciencias sociales describen a las adolescentes en términos mucho más optimistas. La Dra. Anne Petersen, una antigua profesora de la evolución adolescente y de pediatría en la Universidad de Minnesota y ahora vicepresidenta decana en la Fundación W. K. Kellogg, informa sobre el consenso de los investigadores que trabajan en psicología del adolescente: «Se sabe ahora que la mayor parte de los adolescentes de ambos géneros franquean con éxito este período de desarrollo sin ningún especial desorden psicológico o emocional, desarrollando un sentido positivo de identidad personal y se las arreglan para forjar relaciones igualitarias adaptables, al mismo tiempo que mantienen relaciones cercanas con sus familias»[8]. Daniel Offer, profesor de Psiquiatría en la Norwestern University, está de acuerdo con Petersen. Se refiere a una «nueva generación de estudios» que encuentran una mayoría de adolescentes (80%) normales y bien equilibrados[9].
Al mismo tiempo que Gilligan declaraba una crisis en las chicas, un estudio de la Universidad de Michigan y el Departamento de Salud del Gobierno planteó a un grupo científicamente seleccionado de tres mil alumnos del último curso del Instituto la pregunta: «Tomando todo en consideración, ¿cómo dirías que están las cosas hoy en día? ¿Dirías que estos días eres muy feliz, bastante feliz o no demasiado feliz?». Cerca del 86% de las chicas y el 88% de los chicos respondió que eran «bastante felices» o «muy felices»[10]. Si las chicas que fueron encuestadas fueron «cogidas en una acelerada espiral cuesta abajo», no eran conscientes de ello.
La psicóloga clínica Mary Pipher llama a la sociedad norteamericana «envenenadora de chicas» y «cultura destructora de las chicas». ¿Cuál es su evidencia? En Reviving Ophelia informa a sus lectores que su clínica está llena de chicas «que han tratado de quitarse la vida». Y cita estadísticas sugiriendo que las condiciones de las chicas norteamericanas están empeorando: «Los Centros para el control de enfermedades (CCE) de Atlanta informan que la media de suicidios entre niños de edades entre diez a catorce años creció un 75 por ciento entre 1979 y 1988. Algo dramático está sucediendo a las adolescentes en los Estados Unidos»[11].
Pero las cifras de Pipher son engañosas[12]. En la medida en que alguna cosa «dramática» esté ocurriendo a los jóvenes norteamericanos con respecto al suicidio, está ocurriendo a los chicos. Una mirada al desglose por sexos de las estadísticas de los CCE sobre suicidio revela que, para los chicos de edades entre diez y catorce años, la tasa de suicidio creció un 71% entre 1979 y 1988; para las chicas, el incremento fue de un 27%. Más aún, el número real de jóvenes entre diez y catorce años que se quitaron la vida es pequeño. Un gran total de 48 chicas en ese grupo de edad cometieron suicidio en 1979 y 61 en 1988. Entre los chicos, el número creció de 103 a 176. Todas estas muertes son trágicas, pero en una población de 9 millones de chicas de diez a catorce años, un aumento de 13 en suicidio femenino difícilmente parece una evidencia de una cultura que esté destruyendo a las chicas.
En contraposición a la historia contada por Gilligan y sus seguidores, a principios de los 90, las chicas norteamericanas prosperaban de una forma sin precedentes. Para estar seguros, algunas —entre ellas, aquellas que se encontraban en las consultas de psicólogos clínicos— sentían que se estaban perdiendo en el mar de la cultura occidental. Pero la gran mayoría de las chicas estaban ocupadas en asuntos más constructivos, superando académicamente a los chicos en las escuelas primaria y secundaria, solicitando ser admitidas en las universidades en números sin precedentes, llenando las clases más estimulantes académicamente, apuntándose a equipos deportivos y, en general, disfrutando de más libertad y oportunidades que cualquier jovencita en la historia de la humanidad.
Una tragedia americana
Las ideas de Gilligan tuvieron especial resonancia en grupos de mujeres ya comprometidas con la proposición de que nuestra sociedad no simpatiza con las mujeres. Tales organizaciones eran, naturalmente, receptivas ante las malas noticias acerca de las chicas. El interés de la venerable y políticamente influyente American Association of University Women (AAUW), en particular, se sintió aludido. Se dijo que los directivos de la AAUW estaban «intrigados y alarmados» por las conclusiones de Gilligan[13]. «Queriendo saber más», encargaron a una empresa de sondeos investigar si las estudiantes norteamericanas estaban siendo despojadas de la confianza en sí mismas.
En 1991, la AAUW anunció los inquietantes resultados: «La mayoría de las chicas salen de la adolescencia con una pobre imagen de sí mismas». Anne Bryant, entonces directora ejecutiva de la AAUW y experta en relaciones humanas, organizó una campaña mediática para difundir la noticia de que «una no reconocida tragedia en los Estados Unidos» había sido descubierta. Los periódicos y revistas alrededor de todo el país difundieron las sombrías noticias de que las chicas estaban siendo afectadas de forma negativa por un prejuicio de género que mermaba su autoestima. Susan Schuster, entonces presidenta de la AAUW, explicaba con franqueza al New York Times por qué la AAUW había emprendido esta investigación en primer lugar: «Queríamos poner algunos datos objetivos detrás de nuestra creencia de que las chicas están siendo estafadas en clase»[14].
En el momento en que los resultados sobre la autoestima de la AAUW hacían titulares, un periódico poco conocido llamado Science News, que suministraba información sobre desarrollo técnico y científico desde 1922, citaba a destacados psicólogos de adolescentes que cuestionaban la validez del sondeo sobre la autoestima[15]. Pero, de alguna manera, las dudas de los expertos no fueron denunciadas a través de los cientos de reportajes que generó el estudio de la AAUW[16].
La AAUW encargó enseguida un segundo estudio, How Schools Shortchange Girls[*]. Este nuevo estudio, llevado a cabo por el Centro de Investigación sobre mujeres, del Wellesley College y puesto en circulación en 1992, impuso una relación causal directa entre las chicas con un (pretendidamente) rango de segunda clase en las escuelas de la nación y las deficiencias en sus niveles de autoestima. La crisis psicológica de las chicas de Carol Gilligan se transformó así en un asunto urgente de derechos civiles: las chicas eran víctimas de una discriminación sexual generalizada en las escuelas de nuestra nación. «Las implicaciones están claras», dijo la AAUW: «el sistema tiene que cambiar»[17].
Education Week informó que la AAUW había invertido 100 000 US$ en el segundo estudio y 150 000 US$ en promocionarlo[18]. Con gran fanfarria, el segundo estudio How Schools Shortchange Girls fue distribuido a través de medios poco críticos, incluso entusiastas. La promoción resultó un éxito espectacular generando más de 1.400 reportajes y un frenesí de discusiones en TV sobre la «tragedia» que había golpeado a las chicas de la nación.
El artículo de 1992 de Susan Chira para The New York Times era típico de la cobertura que hacían los medios en todo el país. Los titulares decían: «El prejuicio contra las chicas prolifera en las escuelas, originando daños duraderos»[19]. El artículo podía haber sido escrito por el departamento de publicidad de la AAUW. En efecto, el artículo completo del Times fue más tarde reproducido por la AAUW y puesto en circulación como parte del paquete para recoger fondos. Chira no se había entrevistado con un solo crítico.
En marzo de 1999, llamé a Susan Chira y le pregunté acerca de la forma en que había manejado el informe de la AAUW respecto a que las chicas estaban siendo disminuidas. Hubo un largo silencio. «No quiero hablar de esto», dijo por fin. Intenté hacerle, con delicadeza, la pregunta de por qué no había solicitado críticas. «Ya veo por dónde va esto… Le deseo buena suerte. Adiós», dijo, asumiendo el equivalente periodístico de la Quinta Enmienda.
Pero, unas horas más tarde, llamó diciendo que estaba preparada para responder a mis preguntas. ¿Lo escribiría Vd. hoy de la misma manera?, pregunté. No, dijo ella, puntualizando que, desde entonces, habíamos aprendido mucho más acerca de los déficits de los chicos. ¿Por qué no había solicitado opiniones contrarias? Explicó que, cuando se publicó el estudio de la AAUW, ella había estado viajando y disponía de un plazo muy corto. Sí, tal vez había confiado demasiado en el informe de la AAUW. Había intentado ponerse en contacto con Diane Ravitch, la anterior secretaria adjunta de Educación y una conocida crítica de los partidarios de las «conclusiones» sobre la defensa de las mujeres, pero no había podido hacerlo.
Si Chira hubiera podido comunicarse con Ravitch, o con cualquier otro experto en las diferencias de sexo en educación, habría entendido enseguida que el informe era cuando menos desequilibrado: destacaba los estudios que apoyaban la tesis de la «chica estafada» y minimizaba los estudios que la contradecían.
Seis años después de la publicación de How Schools Shortchange Girls, The New York Times publicó una historia que, por primera vez, cuestionaba la validez del informe. Para entonces, por supuesto, la mayor parte del daño a la verdad acerca de los chicos y las chicas era irreparable. Esta vez, la periodista Tamar Lewin sí se puso en contacto con Diane Ravitch, quien le dijo: «El informe de la AAUW estaba completamente equivocado. Lo más extraño es que salió al mismo tiempo que las chicas acababan de dejar atrás a los chicos en casi todas las áreas. Podía haber sido la correcta historia 20 años antes, pero, al salir cuando lo hizo, fue como llamar una boda a un funeral… Existían todos estos programas especiales puestos en marcha para las chicas y nadie prestaba ninguna atención a los muchachos»[20].
Una de las muchas cosas en las que el informe estaba equivocado era en el vacío de «intervenciones». De acuerdo con la AAUW, en un estudio llevado a cabo por Myra y David Sadker, los chicos en la escuela elemental y media intervenían ocho veces más a menudo que las chicas. Cuando los chicos intervenían, los profesores escuchaban. Pero, cuando las chicas intervenían, se les pedía «levantar la mano si querían hablar»[21].
Una periodista que decidió comprobar con retraso la información de la AAUW fue Amy Saltzman, entonces en el U.S. News & World Report. Saltzman pidió a David Sadker una copia de la investigación que respaldaba la celebrada reclamación sobre las intervenciones de ocho-a-uno. Sadker explicó que él había presentado las conclusiones en una ponencia no publicada en un simposio patrocinado por la Asociación Americana de Investigación Educativa; ni él ni la asociación tenían una copia. Sadker aceptaba que la proporción de ocho a uno que él había anunciado podía haber sido inexacta. Saltzman citó un estudio independiente hecho por Gail Jones, profesora asociada de educación en la Universidad de North Carolina, quien estableció que los chicos intervenían dos veces más a menudo que las chicas[22]. Cualquiera que fuera el número correcto, nadie ha demostrado todavía que permitir a un estudiante hacer preguntas en clase le confiera ningún tipo de ventaja académica. Lo que confiere la ventaja es la atención que presta el estudiante. Los chicos son menos atentos[23] —lo que podría explicar por qué algunos maestros pudieran cederles más la palabra o ser más tolerantes con las intervenciones.
A pesar de su prejuicio antichicos y los errores de hecho, la campaña para persuadir al público de que las chicas estaban siendo disminuidas personal y académicamente tuvo un éxito espectacular. Como la exultante directora de la AAUW, Anne Bryant, dijo a sus amigos: «Recuerdo haberme ido a la cama la noche en que nuestro informe fue puesto en circulación totalmente entusiasmada. Cuando desperté, a la mañana siguiente, el primer pensamiento en mi mente fue: “Oh, Dios mío, ¿y ahora qué hacemos?”»[24]. La acción política vino a continuación y, aquí también, las defensoras de las chicas tuvieron éxito.
En 1994, el presunto mal estado de las chicas norteamericanas originó que el Congreso de los EE.UU. aprobara el Gender Equity in Education Act[*], la cual categorizaba a las chicas como una «población mal atendida» en pie de igualdad con otras minorías bajo discriminación. Millones de dólares fueron concedidos en ayudas para estudiar la situación de las chicas y aprender a hacer frente al insidioso prejuicio existente contra ellas. En la cuarta Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre la Mujer, en Beijing, en 1995, miembros de la delegación norteamericana presentaron los déficit educacionales y psicológicos de las chicas norteamericanas como un asunto urgente de derechos humanos[25].
¿Dónde encajan los chicos?
¿Cómo encajan los chicos en la «tragedia» de las «estafadas» chicas norteamericanas? Inevitablemente, los chicos están resentidos, al saberse vistos al mismo tiempo como el género injustamente privilegiado y como obstáculos en el camino para la justicia de género hacia las chicas. Hay una comprensible dialéctica: mientras más chicas son retratadas como disminuidas, hay un mayor número de chicos a quienes se considera como necesitados de que se les rebaje un punto y se les reduzca en importancia. Esta perspectiva en chicos y chicas se fomenta en centros de enseñanza y muchos maestros sienten ahora que las chicas necesitan y merecen una especial consideración compensatoria. «Está realmente claro que los chicos son el n° 1 en esta sociedad y en la mayor parte del mundo», dice la Dra. Patricia O’Reilly, profesora de educación y directora del Centro de Igualdad de Género de la Universidad de Cincinnati[26].
Puede estar «claro» pero no es cierto. Si no tomamos en cuenta a los defensores de las chicas y miramos objetivamente a la relativa situación de los chicos y chicas en «este» país, encontramos que son los chicos, no las chicas, quienes están decayendo académicamente. Informaciones del Departamento de Educación del Gobierno y de varios y recientes estudios universitarios demuestran que, lejos de sentirse tímidas y desmoralizadas, las chicas de hoy eclipsan a los chicos[27]. Las chicas consiguen mejores notas[28]. Tienen aspiraciones educativas más altas[29]. Siguen un programa académico más riguroso y participan más en el prestigioso programa de Advanced Placement (AP). Este exigente programa proporciona a las mejores estudiantes la oportunidad de seguir cursos de nivel universitario estando en el Instituto. En 1954 participó una proporción igual de varones y chicas. Pero de acuerdo con las estadísticas oficiales: «Entre 1984 y 1996, el número de chicas que hizo el examen creció a un ritmo más alto… En 1996, 144 chicas en comparación a 117 chicos por mil, todos alumnos del 12° curso, hicieron el examen de AP» (ver Tabla 1).
TABLA 1
Número de estudiantes que hicieron el examen de AP (por 1.000 estudiantes del 12° curso), por sexo
Fuentes: U.S. Department of Education, National Center for Education Statistics. The Condition of Education 1998, p. 90.
De acuerdo con estos datos, un número ligeramente superior de estudiantes femeninas que masculinos se matricularon en cursos de alto nivel de matemáticas y ciencias (ver Tabla 2).
La representación de chicas norteamericanas como temerosas y académicamente disminuidas no es cierta según los hechos reales. Las chicas, según se afirma, tan temerosas y carentes de confianza, ahora exceden a los chicos en gobierno estudiantil, en sociedades de honor, en periódicos escolares y hasta en clubes de debate[30]. Tan solo en deportes siguen los chicos por delante y los grupos de mujeres, en represalia, están fijando su objetivo en el vacío deportivo.
Al mismo tiempo que la AAUW estaba promocionando su descubrimiento sobre que las chicas estaban subordinadas en las escuelas, el Departamento de Educación publicaba los resultados de una encuesta masiva demostrando justo lo contrario.
TABLA 2
Porcentaje de Graduados de la Escuela Superior en 1994 considerando cursos especiales de Matemáticas y Ciencias, por sexo
Fuentes: Estadísticas del U.S. Department of Education, National Center for Education Statistics. Digest of Education Statistics 1998, mayo 1999, p. 152, Tabla 1.
Las chicas leen más libros[31]. Sobrepasan a los chicos en pruebas de habilidad artística y musical[32]. Más chicas que chicos estudian en el extranjero[33]. Se unen más al Peace Corps[34]. A la inversa, más chicos que chicas son expulsados temporalmente de la escuela. Más son retenidos y más abandonan[35]. Los chicos son tres veces más susceptibles que las chicas para entrar en programas de educación especial y cuatro veces más propensos a ser diagnosticados con déficits de atención/desórdenes hiperactivos (DADH)[36]. Más chicos que chicas están implicados en delitos, alcohol y drogas[37]. Las chicas intentan cometer suicidio más a menudo que los chicos, pero son los chicos los que, en realidad, se quitan la vida con más frecuencia. En un año determinado (1997) hubo 4.493 suicidios de jóvenes entre los cinco y los veinticuatro años: 701, mujeres y 3.792, varones[38].
Los chicos van a la zaga
Discretamente, algunos educadores dirán que son los chicos, no las chicas, quienes están en el lado frágil del vacío de género. En 1997, conocí al presidente de la Junta de Educación de Atlanta. ¿Quién lo está haciendo mejor en las escuelas de Atlanta, los chicos o las chicas?, pregunté. «Las chicas», replicó sin vacilar. ¿En qué áreas?, pregunté. «En casi todas las áreas que Vd. mencione»[39]. Un Director de Escuela Superior en Pennsylvania habla de las condiciones de los chicos en su escuela: «Los estudiantes que dominan las listas de abandono de la escuela, la lista de expulsados temporalmente, la lista de suspensos y otros índices negativos de falta de aprovechamiento en la escuela son varones, en una amplia proporción»[40].
Hace tres años, el Scarsdale High School del estado de New York convocó un taller sobre igualdad de género para su facultad. Era el asunto de siempre, «las chicas están siendo estafadas», con una notable diferencia: un estudiante hizo una presentación en la cual apuntaba la evidencia que sugería que las chicas en el Scarsdale High School iban bastante por delante de los chicos. David Greene, un profesor de Estudios Sociales, pensó que el estudiante tenía que estar equivocado. Pero, cuando él y algunos colegas analizaron las pautas de clasificaciones del departamento, vieron que el estudiante tenía razón. Encontraron que, en las clases de Estudios Sociales del programa Advanced Placement, había poca o ninguna diferencia en las calificaciones entre chicos y chicas. Pero en las clases normales las chicas estaban haciéndolo bastante mejor. Greene también se enteró a través del director de atletismo que los equipos deportivos de las chicas tenían bastante más éxito en competiciones con otras escuelas que el que alcanzaban los equipos de los chicos. De los doce atletas del Scarsdale High School seleccionados como All-American (Selecciones Deportivas Honoríficas) en los últimos diez años, por ejemplo, tres eran chicos y nueve chicas. Greene terminó con una imagen rotundamente en desacuerdo con la idea preconcebida por los administradores: vio a chicas ambiciosas y chicos desafectados que estaban dispuestos a acomodarse en la mediocridad.
Como muchas otras escuelas, el Scarsdale High School ha estado fuertemente influenciado por el ambiente respecto a la crisis de las chicas. La creencia de que las chicas están marginadas por sistema prevalece en los Comités para la igualdad de género en las escuelas; es el fundamento para el ofrecimiento de una clase electiva especial para los alumnos del último curso sobre igualdad de género. Greene ha intentado con cautela abordar con sus colegas el asunto del bajo rendimiento de los chicos. Muchos de ellos aceptan que, en las clases que ellos imparten, las chicas parecen estar haciéndolo mejor que los chicos, pero no ven esto como parte de un esquema más grande. Después de tantos años oyendo la historia acerca de las chicas silenciadas y disminuidas, la sugerencia de que los chicos no lo están haciendo tan bien como las chicas no es tomada en serio ni siquiera por los maestros que lo ven con sus propios ojos en sus propias clases.
«Compromiso» escolar
En 1999, un artículo del Congressional Quarterly Researcher sobre el aprovechamiento académico de chicos y chicas toma en consideración una experiencia común a los padres.
«Las hijas quieren complacer a sus maestros pasando tiempo extra en projectos, trabajando para conseguir créditos extra, haciendo los deberes tan bien hechos como les es posible. Los hijos pasan velozmente por encima de los deberes y corren fuera a jugar, sin preocuparse por lo que la maestra pueda pensar de su trabajo mal hecho»[41]. En el lenguaje técnico de expertos en educación, las chicas están académicamente más «comprometidas». El compromiso escolar es una medida crítica del éxito del estudiante. El Departamento de Educación norteamericano se basa en el siguiente criterio para medir el compromiso de los estudiantes:
Que los chicos están menos comprometidos con la escuela que las chicas estaba ya bien documentado por el Departamento de Educación en los años ochenta y noventa. Porcentajes más altos de chicos que de chicas informaron que ellos «normalmente» o «a menudo» venían a clase sin su material de trabajo o sin haber hecho sus deberes (ver Diagrama 1). Estudios hechos en cuarto, octavo o duodécimo curso muestran a las chicas informando constantemente de que ellas hacen más deberes que los chicos. A partir del duodécimo curso, los varones son cuatro veces más susceptibles que las chicas a no hacer los deberes (ver Tabla 3).
Aquí tenemos un vacío de género realmente preocupante, con los chicos bastante por detrás de las chicas. Este es el vacío que debería inquietar a los educadores, padres, juntas escolares y legisladores. El compromiso escolar es, tal vez, el único y más importante pronóstico del éxito académico[42]. Pero el compromiso más débil de los chicos no se dirige a los seminarios y talleres sobre igualdad por todo el país. En su lugar, el asunto imperante, muy de moda aunque falso, continúa siendo el vacío del amor propio, el vacío que la AAUW, en su celo por «saber más» acerca de las conclusiones de Carol Gilligan, insiste en haber revelado.
DIAGRAMA 1
Porcentajes de alumnos de segundo curso de la Escuela Secundaria que llegan a la Escuela sin preparación, por sexo
Fuentes: NCES, National Longitudinal Study of 1988. First Follow-up Student Survey, 1990, U.S. Department of Education. National Center for Education Statistics. The Condition of Education 1994, p. 126
Hay algunos sistemas probados para comprometer a los chicos, mejorando sus hábitos de estudio e interesándolos en el aprendizaje y el éxito. (Trataré sobre lo que resulta apropiado para los chicos en capítulos más avanzados). Pero, hasta que los problemas de los chicos se reconozcan, no podrán ser tratados. Y hasta que sean tratados, otra disparidad educacional es probable que persista: muchas más chicas que chicos van a la universidad.
TABLA 3
Porcentaje del tiempo utilizado en hacer los deberes, en 1996, por sexo
Fuentes: U.S. Department of Education. National Center for Education Statistics. The Condition of Education 1998, p. 262.
El vacío universitario
El Departamento de Educación informa que, en 1996, había 8,4 millones de mujeres pero solo 6,7 millones de varones inscritos en la universidad. También muestra a las mujeres manteniendo y mejorando esta ventaja hasta bien avanzada la siguiente década. De acuerdo con un pronóstico del Departamento, en 2007 habrá 9,2 millones de mujeres en la universidad y 6,9 millones de varones[43].
Los partidarios de las chicas ofrecen argumentos ingeniosos y muy personales sobre por qué la inscripción superior de las mujeres en la universidad no debería contar como una ventaja para las mismas. De acuerdo con la ensayista feminista Barbara Ehrenreich, «una de las razones por las que menos varones asisten a la universidad puede ser porque sospechan que pueden ganarse la vida igual de bien sin una educación universitaria; en otras palabras, todavía tienen tal ventaja sobre las mujeres en la clase trabajadora no profesional que no requieren una educación»[44].
Ehrenreich está sugiriendo que un chico de diecisiete a dieciocho años, a punto de graduarse en la Escuela Superior, sin planes para la universidad, puede tener mejores perspectivas que la chica que se sienta junto a él y que está decidida a asistir a la universidad. Puede haber un puñado de estudiantes emprendedores en la Escuela Superior para quienes esto sea verdad, pero, para la gran mayoría de los chicos, una educación universitaria les permitirá acceder a la clase media, sin mencionar los beneficios personales de una educación en artes liberales.
En años recientes, el valor económico de una educación universitaria ha crecido dramáticamente. Un economista del Instituto americano de empresa, Marvin Kosters, ha cuantificado la tendencia: el salario medio de un adulto maduro graduado universitario era alrededor de un 25% más alto en 1978 que el salario de un graduado en la Escuela Superior. En 1995, la diferencia se había más que doblado: más del 50% más alto para el trabajador con una educación universitaria[45].
Alguien debería haber tomado en cuenta que los chicos se estaban quedando atrás. El vacío universitario era una tendencia genuina y peligrosa. Pero al mismo tiempo que las chicas estaban sobrepasando a los chicos en esta forma crítica, los activistas de género del Departamento de Educación, la AAUW, el Wellesley Center y la Ms. Foundation decidió anunciar la crisis de las «chicas estafadas». A lo largo de los años siguientes, el vacío universitario en la inscripción universitaria continuó creciendo, pero la atención del público y gobierno norteamericano estaba enfocada hacia las «chicas mal atendidas».
¿Por qué los chicos obtienen mejores resultados en los exámenes?
Los defensores de las chicas no pueden negar de modo verosímil que las chicas obtienen mejores calificaciones, que están más comprometidas académicamente o que son, en la actualidad, el sexo mayoritario en la educación universitaria. En consecuencia, estos defensores señalan diversas diferencias psicológicas y sociológicas: vacío de autoestima, vacío de confianza. Pero esto, ya hemos visto, no resiste un escrutinio cercano. Hay un argumento mejor que se basa en información correcta: los chicos obtienen puntuaciones en casi cualquier prueba significativamente normalizada, especialmente en pruebas de alto riesgo, tales como el Scholastic Aptitude Assessment Test (SAT) y en las pruebas de admisión para las escuelas de Derecho, Medicina y Escuelas para Graduados.
En 1996, escribí un artículo para Education Week, informando sobre las muchas maneras en las que las estudiantes femeninas iban por delante de los varones. Basándose en las pruebas que sugieren que los chicos estaban haciéndolo mejor que las chicas, David Sadker, en una reacción crítica, escribió: «Si las chicas vuelan tan alto en la escuela, como dice Christina Hoff Sommers, entonces estas pruebas están ciegas para ver su vuelo»[46]. Los chicos, sin duda, tienden a dar mejores resultados en las pruebas que las chicas. En el Scholastic Assessment Test de 1998, los chicos obtuvieron 35 puntos (de 800) más que las chicas en matemáticas y 7 puntos más en Lengua[47]. ¿Tiene razón Sadker al sugerir que las puntuaciones superiores de los chicos son una manifestación de su condición privilegiada?
La respuesta es no. Una mirada cuidadosa al grupo de estudiantes que hicieron el SAT y otras pruebas semejantes demuestran que los bajos resultados de las chicas tienen poco o nada que ver con prejuicios o injusticias. En realidad, los resultados ni siquiera significan un aprovechamiento más bajo por parte de las chicas. En primer lugar, un porcentaje más grande de chicas que de chicos se presentan al SAT (54% sobre un 46%). Más aún, de acuerdo con el Informe sobre SAT, muchas más chicas de las categorías «de riesgo» se presentan a las pruebas de lo que lo hacen los chicos de «categorías de riesgo». De forma explícita, más chicas de hogares de bajos ingresos o con padres que nunca terminaron la escuela superior o nunca asistieron a la universidad se presentan al SAT que lo hacen los chicos con los mismos antecedentes. «Estas características», dice el Informe, «van asociadas a resultados más bajos que la media del SAT»[48].
En otras palabras, dado que los chicos «de riesgo» tienden a no presentarse a las pruebas, por eso, la puntuación media de las chicas «de riesgo» es más baja. En lugar de utilizar erróneamente los resultados del SAT como evidencia de prejuicios contra las chicas, los educadores deberían estar pendientes de los chicos que nunca se presentan a las pruebas necesarias para acceder a una educación superior.
Sin embargo, otro factor desvía los resultados de las pruebas de forma que parecen favorecer a los chicos. Nancy Colé, presidenta del Servicio de tests educativos, lo llama el «fenómeno de generalización»[49]. En casi cualquier prueba de inteligencia o de aprovechamiento, las puntuaciones de los chicos están más extendidas que las de las chicas entre los extremos de habilidad e incapacidad: hay más chicos prodigio en el extremo superior y más chicos de habilidad marginal en el extremo inferior. O, como dijo una vez el político y científico James Q. Wilson, «hay más genios masculinos y más idiotas masculinos».
También deberíamos tener en cuenta que los chicos dominan las listas de abandonos, las listas de suspensos y las listas de incapacidades de aprendizaje. Tales estudiantes rara vez se presentan a pruebas de alto nivel. Por otra parte, los chicos excepcionales que se toman en serio la escuela se presentan en números desproporcionadamente altos a las pruebas estándar. Activistas de la igualdad de género, tales como Sadker, deberían aplicar su lógica con consistencia: si la escasez de chicas en el extremo superior es evidencia de «injusticia» hacia las chicas, el exceso de chicos en el extremo inferior debe considerarse como evidencia de «injusticia» hacia los chicos.
Supongamos que desviáramos nuestra atención de los altamente motivados dos quintos de estudiantes de la Escuela Superior que se presentan al SAT y, en su lugar, consideramos una verdadera muestra representativa de escolares norteamericanos. ¿Cómo se compararían entonces los chicos con las chicas? La National Assessment of Educational Progress (NAEP)[*], iniciada en 1969 bajo mandato del Congreso de los Estados Unidos, ofrece la mejor y más completa muestra de aprovechamiento para estudiantes en todos los niveles. Bajo el programa NAEP, una amplia muestra científica de 70 000 a 100 000 estudiantes escogidos en cuarenta y cuatro estados se someten a pruebas de lectura, escritura, matemáticas y ciencias, de edades de nueve, trece y diecisiete años. (La escala NAEP de calificaciones va desde el 0 al 500). En 1996, los chicos de diecisiete años sobrepasaron a las chicas en 5 puntos en matemáticas y 8 puntos en ciencias, mientras que las chicas sobrepasaron a los chicos en 14 puntos en lectura y 17 puntos en escritura[50]. Durante las dos pasadas décadas, las chicas han estado avanzando en matemáticas y ciencias, mientras que los chicos continúan quedándose atrás en lectura y escritura, una brecha que no está disminuyendo[51].
Nuevos descubrimientos en investigación
En el número del 7 de julio de 1995 de la revista Science, Larry Hedges y Amy Nowell, investigadores en la University of Chicago, observaron que los déficits de las chicas en matemáticas eran pequeños pero no insignificantes. Estos déficits, anotaron, podían afectar inversamente el número de mujeres que «llegan a ocupaciones técnicas o científicas». Sobre las destrezas de los chicos, escribieron: «Las grandes diferencias en escritura… son alarmantes. Esta información implica que los chicos están, como media, en una bastante profunda desventaja en la ejecución de esta destreza básica»[52]. Hedges y Nowell continúan advirtiendo: «El número, por lo general considerable, de chicos que se encuentran cerca del punto más bajo de la distribución en comprensión lectora y escritura tiene también implicaciones políticas. Parece probable que individuos con destrezas tan pobres en sus capacidades para leer y escribir tendrán dificultades en encontrar empleo en una creciente economía impulsada por la información. De modo que se requerirá alguna intervención para capacitarlos a participar constructivamente»[53].
Hedges y Nowell están describiendo un serio problema de alcance nacional, pero, dado que el enfoque se ha hecho exclusivamente en los déficits de las chicas, no parece importar que los norteamericanos conozcan mucho o siquiera sospechen que exista este problema. Es muy difícil ver la información escolar sobre adolescentes o la más reciente información sobre estudiantes universitarios sin llegar a la conclusión de que las chicas y las jóvenes están prosperando, mientras que los chicos y los jóvenes languidecen.
En 1995, tal vez en reacción a la crítica —de un número creciente de estudiosos—, la AAUW encargó un estudio científico de género y aprovechamiento académico más serio. Dicho estudio, The Influence of School Climate on Gender Differences in the Achievement and Engagement of Young Adolescents[*], de la profesora de la Universidad de Michigan, Valerie E. Lee y sus asociadas, fue difundido sin las fanfarrias que la AAUW, generalmente, prodiga en tales publicaciones. Esto no es sorprendente. El estudio de Lee sugiere fuertemente que los anteriores informes sobre una trágica desmoralización y estafa a las escolares norteamericanas ha sido muy exagerada.
Lee y sus asociadas analizaron información sobre el aprovechamiento educativo y el compromiso escolar de más de nueve mil chicos y chicas de octavo curso y encontraron que las diferencias entre chicos y chicas eran de «pequeñas a moderadas»[54].
Más aún, el patrón de diferencias de género es «inconsistente en dirección». En algunas áreas, las mujeres son las favorecidas; en otras, son los jóvenes los favorecidos[55]. El estudio mostraba que las chicas estaban más comprometidas académicamente que los chicos: estaban mejor preparadas para clase, tenían mejor registro de asistencias y evidenciaban un comportamiento más positivo, en general[56].
Las conclusiones moderadas de Lee, en una investigación auspiciada por la AAUW, estaban basadas en información del Departamento de Educación y eran totalmente consistentes con los descubrimientos de Hedges y Nowell. Pero difieren del cuadro preocupante que la AAUW vendiera antes con tanto éxito al público norteamericano y al Congreso. Lee concluía: «El discurso público acerca de los temas de género en la escuela necesita algún cambio… La desigualdad puede funcionar (y de hecho lo hace) en ambas direcciones»[57]. Tanto como he sido capaz de determinar, el estudio responsable y objetivo de Valerie Lee no fue mencionado en un solo periódico.
La AAUW no invirtió 150 000 US$ en promocionar el estudio de Lee ni moderó el tono de la retórica de sus propios partidarios. Por el contrario, los puntos de vista disidentes provocaron cólera e improperios en la organización. En la primavera de 1997, la AAUW Outlook, la hoja informativa de la AAUW, atacaba a los «revisionistas de los prejuicios de género» que, «como John Leo, Christina Hoff Sommers o su columnista local» habían cuestionado el mito de la chica frágil: «Todos hemos oído historias revisionistas. Siempre habrá algunos individuos que insistirán en que el Holocausto no existió… Los revisionistas a menudo distorsionan los hechos tan completamente que su presencia en la historia pierde toda semejanza con la realidad»[58].
En el verano de 1997, la AAUW continuó los ataques a sus críticos con una «conferencia sobre liderazgo» de cuatro días de duración, en la cual, el «personal de medios» de la AAUW entrenó a treinta maestros y otros líderes en equidad en estrategias para hacer frente a «los revisionistas» en los medios de comunicación y demás. Asistí a una de las sesiones en la sede de la AAUW en Washington, D.C. (No fui una invitada bien recibida y se me solicitó educadamente que abandonara la conferencia). Fuera de la sala de conferencias, había mesas llenas con «souvenirs» de las chicas estafadas. Los maestros podían comprar «ositos de felpa de la equidad», tazas para café y camisetas que llevaban el eslogan: «Cuando estafamos a las chicas, estafamos a los Estados Unidos». Había botones con la leyenda: «Yo soy una estrella» destinados a desventuradas chicas con la autoestima por los suelos.
El personal de la AAUW entrenaba a los maestros a hacer frente a las preguntas acerca de los muchachos. En un taller de entrenamiento especial llamado «¿Por qué el enfoque en las chicas?», los maestros ensayaban sus respuestas a preguntas sobre los chicos y el personal de la AAUW criticaba sus actuaciones. Un entrenador de la AAUW aconsejaba a los maestros utilizar palabras y frases clave de la AAUW tan a menudo como fuera posible en sus respuestas —especialmente, la siempre favorita de la AAUW: «chicas estafadas»—. Los entrenadores aconsejaban a los maestros practicar el uso de un «lenguaje de confianza» como: «Las investigaciones demuestran que…».
Aunque la sede de la AAUW donde se celebró esta conferencia era el epicentro del movimiento sobre la crisis de las chicas, algunos de los compañeros-maestros tuvieron la temeridad de hablar por los chicos. Una joven maestra de Baltimore informó que, en su escuela, los chicos eran tan vulnerables como las chicas —«si no más»—. Y en una discusión sobre cómo defender el carácter de «solo chicas» de Take Our Daughters to Work Day (la fiesta escolar solo para chicas), cuatro maestros argumentaron que los chicos deberían ser incluidos en ambas instancias, los expertos en equidad de la AAUW gentilmente recondujeron la discusión de nuevo hacia las chicas.
Más notas disonantes
A los partidarios de las chicas les gusta reunirse en grupo para contar historias sobre cómo las chicas están siendo maltratadas. En noviembre de 1997, la Red de educación pública, un consejo de organizaciones que apoyan a las escuelas públicas, patrocinaron una conferencia titulada «Género, Raza y Aprovechamiento Estudiantil». Las celebridades agasajadas en la conferencia fueron Carol Gilligan y Cornel West, un profesor de estudios afroamericanos y de filosofía de la religión en Harvard. Gilligan habló acerca de cómo las chicas y mujeres «pierden su voz», cómo «viven escondidas» en la adolescencia y de cómo «las maestras» están «ausentes», habiendo sido «silenciadas» dentro de la «estructura patriarcal» que gobierna nuestras escuelas. Cornel West habló de haber tenido que sobreponerse a sus propios sentimientos de «supremacía masculina».
Aun en este tipo de encuentro tan políticamente correcto, los serios déficits que aquejan a los chicos continuaban saliendo a la superficie. En el primer día de la conferencia, durante una sesión especial de tres horas, el personal de esta red de organizaciones, anunció los resultados de un nuevo estudio maestro/estudiante titulado The American Teacher 1997: Examining Gender Issues in Public Schools[*]. El estudio estaba financiado por la Compañía Metropolitan Life Insurance como parte de sus series American Teacher y presentado por Louis Harris and Associates[59].
En 1997, durante un período de tres meses, 1.306 estudiantes y 1.035 maestros de los cursos séptimo al doce fueron interrogados sobre una variedad de preguntas respecto a la igualdad de género. El estudio de MetLife no fue producido por una organización defensora del feminismo; no actuaba de manera interesada. Lo que encontró contradecía la mayor parte de las conclusiones favoritas de la AAUW, los Sadkers y el Wellesley Center. Muy gentilmente vino a decir: «En contra de la opinión comúnmente mantenida sobre que los chicos están en ventaja sobre las chicas en la escuela, las chicas parecen tener una ventaja sobre los chicos en términos de sus futuros planes, expectativas de los maestros, experiencias cotidianas en la escuela e interacciones en las aulas»[60].
He aquí algunas otras conclusiones del estudio del MetLife:
El estudio de MetLife informó, en una conferencia organizada para agasajar a Carol Gilligan, que los chicos de la nación necesitaban más atención que sus chicas. Los participantes escucharon —muchos por la primera vez— que la charla convencional sobre estudios que demuestran que «las chicas están perdiendo confianza en sí mismas… y como resultado desempeñándose peor» en la escuela era, simplemente, falsa. Esto debería haber sido considerado como buenas noticias para los medios tan inundados con conclusiones sobre el trágico destino de las chicas de nuestra nación. Pero, cuando se trata de las chicas, las buenas noticias no son noticias.
Hubo otras notas discordantes en la conferencia. Durante un panel de discusión sobre problemas de raza y género en las escuelas, una panelista de una Escuela Superior dijo que, en su escuela, una selecta escuela pública superior en Washington D.C., resulta tan raro que un chico trabaje bien que «se considera una gran ocasión cuando un chico consigue entrar en una sociedad de honor o gana un premio»[61]. No hubo comentarios.
En otra sesión, «¿En qué Difieren las Experiencias Académicas de Chicas y Chicos?», Nancy Leffert, una psicóloga infantil del Search Institute de Minneápolis, informó sobre los resultados de un estudio masivo que ella y sus colegas habían finalizado recientemente con más de 99 000 estudiantes de sexto a duodécimo cursos[62]. A los chicos se les preguntó sobre su desarrollo de valores. El Search Institute ha identificado cuarenta valores críticos («bloques de construcción para un desarrollo saludable»). La mitad de éstos son externos —por ejemplo, una familia de referencia, modelos de roles adultos— y medio internos —motivación para el aprovechamiento, sentido de propósito en la vida, confianza interpersonal—. Leffert explicó apologéticamente a la audiencia que ¡las chicas iban por delante de los chicos en treinta y cuatro de los cuarenta valores! En casi todas las medidas significativas de bienestar, las chicas iban por delante de los chicos: se sentían más cercanas a sus familias, tenían más altas aspiraciones y una más fuerte conexión con la escuela e incluso mejores técnicas para hacer valer sus derechos. Leffert concluía su charla diciendo que, en el pasado, ella se había referido a las chicas como frágiles y vulnerables, «pero, si se mira (nuestro estudio), éste me dice que las chicas tienen valores muy positivos».
El estudio original de la AAUW, promocionado con tanto éxito por la AAUW, había estado basado en un informe sobre tres mil niños. La investigación del Search Institute que Leffert resumía era incomparablemente más fiable (estaba basado en un informe de casi cien mil estudiantes). Este estudio masivo mostraba definitivamente que la premisa de las chicas estafadas —en la cual se había basado la conferencia de PEN— era falsa.
Sin embargo, nada de esto llamó la atención de los asistentes a la conferencia. El mencionado trágico destino de las chicas en «nuestra sociedad sexista» siguió siendo el tema dominante. Leslie Wolfe, presidente del Centro para el estudio de políticas sobre mujeres de Washington, D.C., denunció debidamente el «escondido programa de estudios del sexismo» en las escuelas. «Debemos enseñar a los chicos que la supremacía masculina es inaceptable», dijo Wolfe. Los conferenciantes en los talleres se mantuvieron firmes en temas como «el aumento de poder entre las chicas» y «el intentar estrategias en clase para promover el aprovechamiento y compromiso de las chicas». David Sadker lideró una sesión en la cual describía «el océano de prejuicios de género (en contra de las chicas) que existe en todas partes».
El punto de vista «oficial» intransigentemente articulado por la entonces presidenta de la AUW, Jackie De Fazio, en 1994, tiene aún que ser puesto en duda por el aparato educativo: «Las chicas reciben una educación desigual en las escuelas de la nación. Cualquiera que sea la medida —puntuación de exámenes, libros de texto o métodos de enseñanza—, estudio tras estudio demostró que las chicas no están viviendo de acuerdo con su potencial como lo están los chicos» (énfasis añadido)[63].
Preocupación británica, negligencia norteamericana
Gran Bretaña no tiene a Carol Gilligan ni a Mary Pipher ni a la AAUW. Por lo tanto, no es sorprendente que en Gran Bretaña la simple verdad acerca del bajo desempeño de los chicos ha estado llegando a un público informado y preocupado. Durante casi una década, los periódicos y revistas en Gran Bretaña han estado informando sobre los descorazonadores déficits escolares de los chicos británicos. El Times de Londres alertaba ante el panorama de «una clase inferior de hombres no cualificados permanentemente desempleados»[64]. «¿Qué está mal con los chicos?», se preguntaba el Herald de Glasgow[65]. The Economist se refería a los chicos como el «segundo sexo del mañana»[66]. En Gran Bretaña, el público, el gobierno y el sistema educativo son muy conscientes del creciente número de chicos jóvenes con deficiencias de aprovechamiento y están buscando la forma de solucionarlo. Tienen un nombre para ellos —el «grupo sumergido»— y llaman a lo que les aflige «pillería».
La diferencia entre Gran Bretaña y los Estados Unidos es, tal vez, más sorprendente aún en política gubernamental. En un momento en que el gobierno británico se enfrenta con, y maneja constructivamente, el bajo rendimiento de los chicos como un serio problema nacional, las agencias del gobierno de los Estados Unidos se comportan como capítulos ricos en recursos para la AAUW, siguiendo obedientemente políticas de defensa de las chicas, incluyendo iniciativas para elevar la autoestima de las chicas y ayudarlas a encontrar sus «propias voces». El Departamento de Educación distribuye más de 300 panfletos, libros y guías de trabajo sobre igualdad de género, ninguno de ellos pensado para ayudar a los chicos a encontrar la paridad con las chicas en los colegios de la nación[67]. Mientras la difícil situación aumenta, sin solución a la vista, los programas para las chicas se multiplican. Una iniciativa reciente es: Girl Power! En 1997, la secretaria de los Servicios de salud del gobierno, Donna Shalala, lanzó el Girl Power! para levantar el interés acerca de las necesidades de las desmoralizadas chicas norteamericanas[68]. La Fundación Nacional de Ciencias gasta millones cada año en ofrecer programas terapéuticos para ayudar a las chicas en matemáticas y ciencias. La idea de clases especiales de escritura y lectura para chicos rara vez sale a la superficie. En las escuelas, los chicos son el género en peligro. Pero nadie está pidiendo dinero para hacer frente a sus deficiencias académicas.
En este clima, tan inhóspito para los chicos, los educadores norteamericanos que quieren ayudarles se enfrentan a obstáculos formidables. El condado Prince George, en Maryland en las afueras de Washington, D.C., alberga varias escuelas públicas empobrecidas, mayoritariamente negras. Según uno de los miembros de la Junta escolar, muchos de los chicos «están en el lugar más bajo en todos los aspectos, en todos los indicadores académicos, en todos los indicadores de desarrollo social»[69]. Para ayudar a tales chicos, el condado organizó la «Iniciativa para el desarrollo de los chicos negros». A principios de los años noventa, aproximadamente, cuarenta chicos jóvenes se reunían dos fines de semana al mes con un grupo de profesionales masculinos para tutorías y mentorías. El programa era popular y efectivo. Pero, en 1996, fue radicalmente reestructurado por orden de la Oficina de derechos civiles del Departamento de Educación, por considerar que discriminaba a las chicas. La mujer que presidía la Junta escolar del condado estuvo satisfecha: «El asunto aquí es que estábamos estafando a las estudiantes femeninas, y no vamos a hacer eso nunca más»[70].
En los Estados Unidos, cualquier propuesta para hacer algo especial a favor de los chicos desaparece, normalmente, antes de que haya tenido la oportunidad de echar raíces[71]. En 1996, las escuelas públicas de New York establecieron la Young Women's Leadership School, una escuela pública solo para chicas en East Harlem. La escuela es un gran éxito y muchos, incluyendo The New York Times, instaron al Canciller Escolar Rudy Crew para establecer una «isla de excelencia similar para los chicos»[72]. Crew rechazó la idea de una escuela semejante solo para chicos. Consideraba la escuela de chicas como una reparación por prácticas educativas pasadas que las habían descuidado. Eso lo hacía permisible. Como dijo al Times: «Este es un caso donde la existencia de una escuela solo para chicas es una afirmación importante de lo que es una educación viable para las chicas. Deseo continuar haciendo tal afirmación»[73]. Presumiblemente, la afirmación perdería su fuerza e intención si se permitiera una escuela solo para chicos al mismo tiempo.
¿Qué significan tales afirmaciones para los chicos de East Harlem? Según los datos, las mujeres afroamericanas superan en mucho el número de hombres afroamericanos en educación superior. De acuerdo con el Journal of Blacks in Higher Education: «Las mujeres negras en los Estados Unidos consiguen casi todos los mayores logros en educación superior durante los últimos 15 años». En 1994, por ejemplo, las mujeres afroamericanas obtuvieron un 63% de los Bachelor y 66% de los Master ofrecidos a afroamericanos. En las históricas universidades negras, las mujeres llenan el 60% de la inscripción y alcanzan el 80% de la Lista de Honor[74]. Las disparidades están empeorando.
Uno se pregunta qué les’ pasó a los hombres negros entre principios de los años ochenta y finales de los noventa. Sería una buena pregunta para explorar en otra conferencia. Hubiera sido una buena pregunta a considerar por el Canciller Crew. Pero, en los círculos de igualdad de género, la pregunta tiene poco interés, si no es totalmente tabú.
La verdad acerca de los chicos
A pesar del clima antichicos generado por los partidarios de las chicas, la preocupación acerca de los chicos estaba creciendo y, a finales de los noventa, el mito de la chica frágil mostraba algunos signos de desenredarse. Artículos acerca de las deficiencias educacionales de los chicos empezaron a aparecer en los periódicos norteamericanos con titulares muy semejantes a los de la prensa británica: «U.S. Colleges Begin to Ask, Where Have the Men Gone?»[75]; «How Boys Lost Out to Girl Power»[76]; «Survey Shows Girls Setting the Pace in School»[77]; y «Girls Overtake Boys in School Performance»[78][*]. Los estudios que mostraban la existencia de un serio vacío de género educacional adverso a los chicos empezaron a salir a la superficie. Esta vez, los medios tomaron la noticia en consideración.
La Asociación Horatio Alger, una organización con cincuenta años de antigüedad, dedicada a promocionar y afirmar la iniciativa individual y «el sueño Americano», distribuyó su informe anual al principio del curso de 1998[79]. Contrastaba a dos grupos de estudiantes: los altamente «afortunados» (aproximadamente el 18 por ciento de los estudiantes norteamericanos) y los «desilusionados» (aproximadamente el 15 por ciento de los estudiantes). Los estudiantes en el grupo de los afortunados trabajaban mucho, escogían clases estimulantes, consideraban el trabajo de la escuela una prioridad, conseguían buenas calificaciones, participaban en actividades extracurriculares y sentían que sus maestros y administradores se preocupaban por ellos y los escuchaban. De acuerdo con el informe, los grupos afortunados son 63 por ciento femeninos y 37 por ciento masculinos. En el otro extremo, los estudiantes desilusionados eran pesimistas respecto a su futuro, tenían bajas calificaciones, tenían un contacto mínimo con sus maestros y creían que «no hay nadie… a quien poder pedir ayuda». El grupo de los desilusionados podía justamente ser caracterizado como desmoralizado. De acuerdo con el informe, «aproximadamente siete de cada diez son chicos»[80].
En la primavera de 1998, Judith Kleinfeld, una psicóloga en la Universidad de Alaska, publicó una minuciosa crítica sobre la investigación de las estudiantes femeninas titulada The Myth That Many Schools Shortchage Girls: Social Science in the Service of Deception[81][*]. Kleinfeld exponía un número de errores y concluía que la investigación sobre las chicas de la AAUW/Wellesley Center era «política disfrazada de ciencia». El informe de Kleinfeld empujó a varios periódicos, incluyendo The New York Times y Education Week, a dar una segunda mirada a las anteriores demandas de que las chicas estaban en una trágica situación.
La AAUW no respondió adecuadamente a ninguna de las objeciones más sustantivas de Kleinfeld; por el contrario, su presidenta, Maggie Ford, se quejó en la columna de cartas de The New York Times de que Kleinfeld estaba «reduciendo los problemas de nuestros niños a este frívolo ‘¿quién está peor, los chicos o las chicas?’, lo cual no nos lleva a ninguna parte»[82]. Viniendo de la líder de una organización que pasó cerca de una década promocionando la proposición de que las chicas norteamericanas están siendo «estafadas», este comentario es, más bien, singular.
La directora ejecutiva de la asociación, Janice Weinman, añadía una explicación más cándida: «Somos la American Association of University Women (AAUV)», dijo, «y nuestra misión es cuidar la educación de las chicas y mujeres»[83]. Eso sería bastante justo si los partidarios de las chicas no promocionaran implacablemente la idea de que los chicos están siendo injustamente aventajados mientras que las chicas están siendo descuidadas. La AAUW no había simplemente ignorado los problemas de los chicos, los había descartado, entrenando a los maestros en su Leadership Conference de 1997 sobre cómo desviar las preguntas sobre los déficits de los chicos y comparando, en su hoja informativa, aquellos que cuestionaban los prejuicios contra las chicas a los «revisionistas del Holocausto».
En relación con esto, debe ser indicado que, mientras Gilligan y la AAUW han inventado y promocionado con éxito el mito de la chica silenciada, ese mito nunca ha tenido resonancia entre los mismos estudiantes. La AAUW era consciente de que lo que los estudiantes piensan de sí mismos y sus maestros es opuesto a la imagen oficial presentada al público. Estudiando las percepciones de los estudiantes, la AAUW ha aprendido que son los chicos los que se sienten descuidados y las chicas, las que se sientes favorecidas por sus maestros. Pero, evidentemente, los líderes de la AAUW no consideraban parte de su misión publicar estos resultados en sus folletos (ver Tabla 4).
¿Salió algo valioso de esta crisis fabricada sobre las chicas disminuidas? Hubo algunas evoluciones positivas. Ahora, padres, maestros y administradores prestan más atención a los déficits de las chicas en matemáticas y ciencias y ofrecen más apoyo a la participación de las chicas en los deportes. Pero estos beneficios podrían y deberían haber sido alcanzados sin promulgar el mito de la increíble chica disminuida o presentando a los chicos como el sexo injustamente favorecido.
TABLA 4
Información sin publicar de la AAUW sobre autoestima del estudio de 1990
Respuestas por sexo (%)
Fuentes: AAUW/Greenberg-Lake Full Data Report: Expectations and Aspirations: Gender Roles and Self-Esteem/ (Washington, D.C., American Association of University Women, 1990), p. 18.
Un chico, hoy en día, sin falta de su parte, se encuentra a sí mismo implicado en el crimen social de las chicas «estafadas». Sin embargo, la supuesta chica silenciada y descuidada que se sienta a su lado es, posiblemente, una mejor estudiante. Ella no es solamente de más fácil expresión, sino que es, probablemente, un ser humano más maduro, comprometido y bien equilibrado. Él puede sentirse incómodamente consciente de que las chicas están más inclinadas a ir a la universidad. Él puede creer que los maestros prefieran estar rodeados de chicas y les presten más atención[84]. Al mismo tiempo, es incómodamente consciente de que es considerado como un miembro del injustamente favorecido «género dominante».
Los chicos norteamericanos se arrastran académicamente detrás de las chicas. El primer paso para ayudarles es rechazar el partidismo que ha distorsionado los temas referentes a las diferencias de sexo en las escuelas. El próximo paso es hacer todo el esfuerzo necesario para someter el equilibrio, la imparcialidad y la información objetiva a un análisis necesitado con urgencia de la naturaleza y causas de tales diferencias. Pero ningún paso puede tomarse mientras la campaña en favor de las chicas pueda sea autorizada para funcionar sin restricción y sea incuestionable.
Los medios y el sistema educativo pueden ayudar publicando los estudios del Departamento de Educación, Met Life, el Search Institute y la Horatio Alger, así como la investigación académica de Larry Hedges y Amy Nowell, Judith Kleinfeld y Valerie Lee y sus asociadas. La totalidad de esos estudios exponen las falsedades diseminadas por los partidarios de las chicas y todos demuestran que el mismo término «chicas estafadas» es una parodia de la verdad.
Es hora ya de que el público norteamericano conozca los resultados que sustituyen y contradicen la visión aceptada de que las chicas son académicamente más débiles que los chicos. Dado que el público británico está bien informado acerca de sus chicos, las escuelas británicas tienen un significativo puesto de salida en programas diseñados para sacar a los chicos de la categoría de «desilusionados» y hacer frente a su poco aprovechamiento crónico. Tenemos mucho que aprender de sus iniciativas y, más aún, de su enfoque saludable y racional para lo que ellos ven, con mucha razón, como una seria emergencia nacional. Por el momento, sin embargo, los problemas académicos de los chicos norteamericanos son invisibles.
Y luego, ¿qué?
Los teóricos y activistas de género que, en el pasado, tenían poco que decir sobre los chicos han empezado, recientemente, a decimos que los chicos también necesitaban atención, no porque las escuelas estén descuidando sus necesidades académicas, sino porque «bajo el patriarcado» los hombres son socializados hacia ideales masculinos destructivos. Los expertos en género de Harvard, Wellesley y Tufts y de las más grandes organizaciones femeninas creen que los chicos y los hombres de nuestra sociedad seguirán siendo sexistas (y potencialmente peligrosos) a no ser que sean socializados lejos de la masculinidad o virilidad convencionales. Puede ser demasiado tarde para cambiar a los hombres adultos: los chicos, por otra parte, son todavía recuperables, siempre que se llegue a ellos a una edad temprana. Dicha forma de pensar presenta un desafío que muchos educadores igualitarios están deseosos de adoptar. El conferenciante de apertura en una convención de expertos en igualdad de género señalaba a su auditorio: «Tenemos una increíble oportunidad. Los chicos son tan maleables»[85].
La creencia de que los chicos están siendo equivocadamente «masculinizados» ha inspirado un movimiento para «construir la juventud» y hacer a los chicos menos competitivos, más expresivos emocionalmente, más educados —más, en definitiva, como las chicas—. Gloria Steinem sintetiza los puntos de vista de muchos en el campo de los-chicos-deberán-ser-cambiados cuando dice: «Nos hace gran falta educar a los chicos como educamos a las chicas»[86].
Esta nueva agenda no es una fantasía utópica. En realidad, como lo demostraré, el movimiento para repensar a los chicos ya está en camino. Y, como muchas otras bien intencionadas pero mal concebidas reformas, ésta tiene un enorme potencial para hacer a montones de personas —en este caso, millones de estudiantes varones—, sin duda, muy desafortunados.