Son malos tiempos para ser un chico en Norteamérica. Al comenzar el nuevo milenio, la victoria triunfal de nuestro equipo de fútbol femenino se ha convertido en el símbolo del espíritu de las chicas norteamericanas. El acontecimiento determinante para los chicos ha sido el tiroteo del Instituto Columbine.
«La matanza cometida por dos jóvenes en Littleton, Colorado», declara el Congressional Quarterly Researcher, «ha obligado a la nación a reexaminar la naturaleza de la juventud norteamericana»[1]. William Polack, director del Centro para hombres del Hospital McLean y autor del éxito literario Comprender y ayudar a los chicos de hoy: cómo potenciar las cualidades de los futuros adultos, relata a diversas audiencias de todo el país: «Los jóvenes de Littleton son la punta del iceberg. Y el iceberg lo componen todos los jóvenes»[2].
Cientos de chicos iban al Instituto Columbine de Littleton. Algunos de ellos se comportaron heroicamente durante el tiroteo. Seth Houy lanzó su cuerpo sobre una niña horrorizada para resguardarla de las balas; Daniel Rohrbough, de quince años, pagó con su vida el sostener una puerta abierta para que otros pudieran escapar. Más tarde, acongojados jóvenes asistieron a los servicios funerarios. En uno de estos servicios, dos hermanos interpretaron una canción que habían escrito para su amigo desaparecido. Otros jóvenes leyeron poemas. Considerar a dos mórbidos asesinos representativos de «la naturaleza de los chicos» es profundamente erróneo y hondamente irrespetuoso para los chicos en general.
Este libro cuenta la historia de cómo se ha puesto de moda atribuir diversas patologías a millones de chicos sanos. Es la historia de cómo nos estamos volviendo en contra de los chicos y olvidando una simple verdad: que la energía, el espíritu competitivo y la acción de los hombres normales y decentes son responsables de mucho de lo bueno del mundo. Nadie niega que las tendencias agresivas de los jóvenes deban ser controladas y canalizadas de forma constructiva. Los jóvenes necesitan disciplina, respeto y una directriz moral. Los jóvenes necesitan amor y comprensión. No necesitan ser considerados patológicos.
No es accidental que los chicos estén desacreditados. Eso no ha ocurrido de golpe. Durante muchos años, grupos de mujeres se han estado quejando de que los chicos se benefician de un sistema escolar que favorece a los chicos y está predispuesto en contra de las chicas. «Las escuelas estafan a las chicas», declaró la American Association of University Women[3] (AAUW)[*]. «Los maestros… prestan más atención a los chicos —sus estilos de aprendizaje, necesidades y futuro— que a las chicas, en todos los cursos y todas las asignaturas», se queja la Ms. Foundation for Women[4]. Una serie de libros y panfletos partidarios de las chicas se hace eco de una investigación que demuestra que los chicos son los favoritos de la clase, dados al hostigamiento sexual y a la violencia en el patio de la escuela.
La investigación, citada con frecuencia para apoyar las quejas sobre los privilegios y maldades masculinas, está plagada de errores. Casi nada de la misma ha sido publicado en periódicos evaluados por profesionales. Parte de la información falta misteriosamente. Sin embargo, el falso retrato permanece y es debidamente distribuido en centros educativos, en talleres de «igualdad de género» y, cada vez más, entre los propios niños.
En este libro trato de corregir la información errónea y dar una imagen exacta de «dónde están los chicos». Una revisión de los hechos muestra a los chicos, no a las chicas, en el lado flojo de un «vacío de género» educacional. Los chicos, como media, van un año y medio por detrás de las chicas en lectura y escritura, están menos comprometidos con la escuela y es menos probable que vayan a la universidad[5]. En 1997, la inscripción a tiempo completo en la universidad fue de un 45% masculino y un 55% femenino. El Departamento de Educación anticipa que la proporción de chicos que ingresan en la universidad seguirá disminuyendo. Pero nada de esto ha afectado el punto de vista «oficial», que considera que nuestras escuelas están «fallando en imparcialidad» respecto a las chicas. Diane Ravitch, miembro de la Junta de Gobierno de la Brookings Institution y anterior Subsecretaría de Educación, ha manifestado con mucho acierto: «¿Cuándo será esto imparcial? ¿Cuando las mujeres alcancen el 60 o 70% de la inscripción en las universidades? Tal vez, solo será imparcial cuando no haya hombres en absoluto».
A mediados de los noventa, las noticias y la igualmente corrosiva ficción que afirman que los chicos como grupo son problemáticos acompañaba ya al mito de las chicas estafadas. El cómo nuestra cultura inmoviliza a los muchachos dentro de una «camisa de fuerza de masculinidad» se ha convertido de pronto en el tópico de moda. Destacados intelectuales, que ejercen gran influencia en los círculos educativos, dan respetabilidad y poder al floreciente movimiento de «salvad a los hombres». Ahora se ofrecen conferencias, talleres e incluso hay institutos dedicados a transformar a los chicos. Carol Gilligan, profesora de estudios de género en la Escuela de Educación de Harvard, escribe sobre el problema de «la masculinidad de los chicos… en un orden social patriarcal»[6]. Barney Brewer, director del Proyecto para chicos en la Tufts University, dice en Education Week: «Hemos desmontado la vieja versión de virilidad, pero no hemos (todavía) construido una nueva versión»[7]. En la primavera de 2000, el Proyecto para chicos de Tufts ofreció cinco talleres sobre el tema «Reinventando la juventud». Los organizadores prometieron emocionantes y apasionantes sesiones: «Reiremos y lloraremos, discutiremos y estaremos de acuerdo, reformaremos y apoyaremos las mejores partes de la cultura de chicos y hombres, mientras imaginamos cómo cambiar las partes horribles»[8].
Las preguntas son numerosas. ¿Qué tipo de credenciales traen los críticos de la masculinidad para su proyecto de reconstrucción de los escolares de la nación? ¿Hasta qué punto comprenden y aprecian a los chicos? ¿Quién ha autorizado su misión?
Los muchachos americanos se enfrentan a problemas genuinos que no pueden ser afrontados con la construcción de nuevas versiones de virilidad. No necesitan ser «rescatados» de su masculinidad. Por otro lado, muchos de nuestros hijos, demasiados, languidecen social y académicamente. Un vacío educacional cada vez más grande amenaza el futuro de millones de muchachos norteamericanos. Deberíamos estar buscando no a «expertos en género» y activistas en orientación, sino siguiendo el ejemplo de otros países al enfocar los problemas de los chicos y manejarlos constructivamente.
Igual que los chicos norteamericanos, es evidente que los chicos en Gran Bretaña y Australia están académicamente por detrás de las chicas, sobre todo, en lectura y escritura. Son ellos, también, los que consiguen la mayoría de los suspensos y son los más propicios a ser alejados de la escuela. La gran diferencia es que los educadores y políticos británicos están diez años por delante de los norteamericanos al enfrentarse y dedicarse en concreto al problema del bajo rendimiento masculino. El gobierno británico ha introducido en la escuela primaria un programa de vuelta a lo básico, altamente acertado, la Hora de la Alfabetización. Su propósito explícito es ayudar a los chicos a igualar a las chicas. Los británicos también están experimentando con clases solo para chicos en los colegios públicos coeducacionales. Están de nuevo permitiendo «estereotipos de género» en su material educativo. Han descubierto que los chicos disfrutan y leen historias de aventuras con héroes masculinos. La poesía bélica está de vuelta. De igual modo lo está la competición en clase[9].
La grave situación de los escolares británicos fue un tema presente en las elecciones de 1997. Estelle Morris, Miembro Laborista del Parlamento y Ministra de Educación en Gran Bretaña, dice: «Si no empezamos a pronunciamos sobre el problema con que los jóvenes y los chicos están enfrentándose, no tenemos esperanza»[10]. ¿Y quién en los Estados Unidos está trabajando para impulsar los éxitos de los chicos? Nadie. Ninguna organización nacional pone sobre aviso al público sobre las deficiencias académicas de los chicos, ni ningún grupo políticamente fuerte ejerce presión en el Congreso para ayudar a los chicos. El ambiente para los chicos norteamericanos es poco amistoso. La disposición en Gran Bretaña es constructiva y basada en puro sentido común. La disposición en los Estados Unidos es conflictiva e ideológica y determinada por los partidarios de las chicas.
En la guerra contra los chicos, como en todas las guerras, la primera baja es la verdad. En los Estados Unidos, la verdad acerca de los chicos ha sido a la vez distorsionada y enterrada. Empiezo por demostrar cómo la grave situación de los chicos llegó a ser enterrada y por quién. Luego informo sobre las condiciones reales de los chicos, dando a los lectores informes documentados sobre cómo lo están pasando los chicos y sugiriendo lo que podemos hacer para mejorar sus perspectivas. Los chicos necesitan urgentemente nuestra atención. Es tarde, pero no demasiado tarde.