LOS MAHARAJÁS CONSIDERABAN QUE POSEER UNA MUJER BLANCOA ERA SIMBOLO DE GRAN LUJO Y EXÓTICO ESPLENDOR
A principios del siglo xx, 562 maharajás reinaban sobre un tercio del territorio de la India. Unos eran cultos, otros encantadores y seductores, otros crueles y ascéticos, otros muy burdos, otros un poco locos, casi todos excéntricos. Para ellos, ser extravagante era una forma de refinamiento. Y en eso alcanzaron cimas insospechadas: el nabab de Junagadh invitó a más de trescientas personas, incluido el virrey, a la boda de su perra favorita. El maharajá de Alwar enterraba sus Hispano Suiza en las colinas detrás de su palacio a medida que se cansaba de ellos... El nizam de Hyderabad se excitaba con el gemido de las parturientas; al de Patiala le gustaba asistir a operaciones quirúrgicas de sus mujeres. Sin embargo, algunos dejaron un imborrable recuerdo de hombres justos y buenos gobernantes, como el maharajá de Kapurthala, un príncipe abierto y progresista que dotó a su reino de escuelas, hospitales y tribunales de justicia. Dos de sus esposas y casi todas sus amantes fueron europeas.
EN MIL AÑOS DE HISTORIA, NI UN SOLO MAHARAJÁ FUE ASESINADO POR SUS SÚBDITOS
Los cumpleaños, las bodas y las celebraciones de los rajás eran fiestas de Estado, a las que estaban invitados oficiales británicos, funcionarios y miembros de la corte. Para que el pueblo participase en la fiesta existía la costumbre de pesar al príncipe en una enorme balanza. El equivalente a su peso en monedas de plata y oro se distribuía a los pobres.
Cada cumpleaños de Jagatjit Singh, maharajá de Kapurthala, le costaba al erario público una fortuna porque a los once años, el chico que más tarde se enamoraría de la española Anita Delgado rondaba los cien kilos de peso. Ese día, los pobres del Punjab comían hasta saciarse.
El maharajá de Kapurthala era un príncipe campechano, a quien le gustaba mantener un contacto cotidiano con su pueblo. Todas las mañanas unos asistentes le paseaban por las calles de la ciudad en el último grito en medios de locomoción: un velocípedo francés al que el ingeniero inglés afincado en Kapurthala J. S. Elmore acoplo una sombrilla.
LAS MAYORES DIVERSIONES DE LOS PRÍNCIPES INDIOS ERAN LAS MUJERES, EL DEPORTE Y LA CAZA
Tantos tigres pululaban en las junglas de la India que el maharajá de Kotah mató su primer ejemplar a los trece años desde la ventana de su habitación. Otro deporte muy apreciado era el pigstick, la caza del jabalí a caballo y con lanza. Era un ejercicio arriesgado que el joven maharajá de Kapurthala (a la izquierda en la foto) practicaba con asiduidad y cierto éxito, a pesar de su sobrepeso.
Otro deporte al que se aficionó el maharajá fue el tenis. Al igual que el maharajá de Patiala se «especializó» en cricket, Jagatjit Singh terminó haciendo de Kapurthala la meca del tenis en la India, patrocinando a jugadores, organizando campeonatos e invitando a los grandes de la época, como el francés Jean Barotra, a su palacio del Punjab.
EL KAMASUTRA ERA LA BASE DE LA EDUCACIÓN SEXUAL DE LOS MAHARAJÁS
... Así como de todos los indios de buena cuna. «Resulta imposible hacer una lista de todas las maneras de hacer buen sexo porque hay demasiadas» (Kamasutra, 2.1.33), dice esta especie de manual técnico concebido por un sabio del siglo IV, un código que enseña los procedimientos y las estratagemas necesarias para conquistar a una mujer. Los adolescentes aprendían posturas como la «apertura del bambú» o la «posición del loto» antes que el álgebra o la geografía. Para príncipes que acabarían teniendo innumerables esposas y concubinas (350 tenía Bhupinder Singh de Patiala), el Kamasutra enseñaba la manera de preparar afrodisíacos y métodos anticonceptivos.
A PESAR DE SUS EXCENTRICIDADES, ALGUNOS MAHARAJÁS FUERON EXCELENTES GOBERNANTES
«Sólo la memoria de los justos deja una dulce fragancia en el mundo y florece en el polvo». Con esta cita de un poema, el gobernador ingles del Punjab investía al maharajá de Kapurthala con todos los poderes para ejercer de gobernante de su Estado. Ocurría en 1890, el año en que nació Anita Delgado y en el que el maharajá de Kapurthala cumplía la mayoría de edad, 18 años. En la foto le vemos sentado en medio de su consejo de ministros del Estado, días después de la investidura.
UN PRÍNCIPE DE LEYENDA PARA UNA BAILARINA ANDALUZA
Así lucía el maharajá de Kapurthala a los 36 años de edad. A los 20 había dejado de ser obeso. Su espléndida figura se daría a conocer en toda Europa. Con ese uniforme le vio un día Anita Delgado, en Madrid, cuando el maharajá acudió a la boda de su amigo Alfonso XIII. «Parece un rey moro, o cubano quizá», le dijo la española a su hermana. Estaba muy lejos de pensar que aquel encuentro cambiaría su vida para siempre.
Anita Delgado era una telonera del Kursaal cuando el maharajá de Kapurthala se enamoró locamente de ella. Le enseñó idiomas, buenas maneras y la convirtió en una princesa. Pero lo que empezó como un fabuloso cuento de hadas acabaría en uno de los mayores escándalos de la India británica.
NADIE QUERÍA PERDERSE A LA «MUJER ESPAÑOLA» DEL MAHARAJÁ DE KAPURTHALA
Anita vivió a caballo entre Oriente y Occidente. Vestía el sari con la misma facilidad con la que se ponía los suntuosos vestidos diseñados por Worth o Paquin, los dioses de la moda parisina.
Anita era tan seductora y tan distinta del resto de las mujeres —ya fuesen indias o europeas— que hasta los británicos que la denostaban ardían en ganas de conocerla. Su belleza, su gracia y su sentido del humor le valieron ser aceptada en un mundo rígido y clasista.
BLANCA, GUAPA, LIBRE… Y SOLA ANTE UN MUNDO DESCONOCIDO
En Kapurthala, Anita descubre que su marido tenía cuatro esposas, y un hijo con cada una de ellas. Anita se dio cuenta que era la quinta, y la más joven puesto que tenía aproximadamente la edad de sus hijos, la primera esposa, Harbans Kaur, una india tradicional que vivía encerrada en el harén, se vio amenazada por la presencia de una extrajera que no se atenía a ninguna regla o convención. Pero Anita tuvo una aliada incondicional en la persona de Bibi Amrit Kaur, una prima lejana de su marido, una mujer excepcional que acabó convirtiéndose en una heroína nacional.
VERSALLES A LOS PIES DEL HIMALAYA
Terminado en 1909, el palacio fue un capricho del maharajá de Kapurthala, enamorado de todo lo francés. Lo bautizó con el pomposo nombre de L'Êlysée, en alusión al palacio de los presidentes de la república franceses. Con sus ciento ocho habitaciones, sus jardines esplendorosos, sus techos finamente esculpidos, el palacio tenía todas las comodidades modernas, incluida la calefacción central. Fue el hogar de Anita Delgado durante casi dos décadas. El primer piso habia sido construido a la altura de elefante para poder montar cómodamente. Anita y su marido desfilaban por la ciudad a lomos de elefante en todas las fiestas y celebraciones importantes.
EL HIJO QUE NUNCA REINARÍA
Ajit Singh era su nombre pero le gustaban los huevos fritos con chistorra y los toros tanto como a su madre, Anita. Ambos estuvieron muy unidos durante toda la vida.
¿DÓNDE ME LLEVARÁ MI KARMA?
Maharajá Hari Singh, maharajá de Cachemira y su mujer la maharaní Tara Devi con ropa ceremonial. Fueron amigos de Anita y siempre la recibieron cariñosamente. Su indecisión está en el origen del conflicto actual sobre la región (1950).
Esta foto de Charanjit —al que todos llamaban Karan— la tuvo Anita Delgado en su mesilla de noche de su piso de Madrid durante toda la vida. Era la primera imagen que veía al despertar, y la última al acostarse. Anita no hablaba nunca de Karan. Era un secreto que compartía con muy pocos, y lo quiso guardar celosamente en su corazón hasta el final.
El autor ante el palacio de L'Êlysée en Kapurthala