CALLEJÓN SIN SALIDA
«Una sola vez en toda la historia galáctica se descubrió una raza de seres inteligentes.»
Ligurn Vier, Ensayos de historia
De: Oficina de Provincias Exteriores.
A: Loodun Antyok, Administrador Público Jefe, A-8.
Tema: Supervisor Civil de Cefeo 18, Situación Administrativa como:
Referencias:
(a) Decreto del Concejo 2.515, del año 971 del Imperio Galáctico, titulado «Nombramiento de Funcionarios del Servicio Administrativo, Métodos para el, Revisión de».
(b) Ordenanza Imperial, Ja 2.374, fechada 243/975 G. E.
1. En virtud de la referencia (a) queda usted nombrado por la presente para el cargo aludido en el tema. La jurisdicción del citado cargo de supervisor civil de Cefeo 18 se extenderá sobre los vasallos no-humanos del emperador que vivan en el planeta bajo las cláusulas de autonomía expresadas en la referencia (b).
2. Los deberes del cargo del tema abarcarán la supervisión general de todos los asuntos internos no-humanos, la coordinación de los comités investigadores e informadores autorizados por el Gobierno, y la preparación de informes semestrales sobre todas las fases de asuntos no-humanos.
C. Morily, jefe de la O. de P. E., 12/977 G. E.
Loodun Antyok había escuchado muy atento, y ahora sacudía blandamente la redonda cabeza.
—Amigo, me gustaría ayudarle; pero ha cogido por los cuernos al toro que no debía coger. Será mejor que lleve este asunto a la Oficina.
Tomor Zammo volvió a derrumbarse sobre el sillón y se frotó furiosamente el pico que tenía por nariz, se pensó mejor lo que iba a decir y, en su lugar, respondió sosegadamente:
—Sería lógico, pero no práctico. Ahora no puedo hacer un viaje a Trántor. Usted es el representante de la Oficina en Cefeo 18. ¿Está completamente inerme?
—Pues, hasta como supervisor civil, tengo que moverme dentro de los límites de la política de la Oficina.
—Bien —gritó Zammo—, entonces dígame qué política sigue la Oficina. Soy jefe de un comité investigador científico, bajo autorización imperial directa y se me supone investido de los poderes más amplios; sin embargo, a cada recodo del camino me veo detenido en seco por las autoridades civiles, que no saben sino soltarme el grito de loro de «política de la Oficina» para justificarse. ¿Qué es política de la Oficina? Todavía no me han dado una definición aceptable.
La mirada de Antyok permanecía directa e inalterada.
—Tal como yo lo veo —dijo— (y esto no es oficial, de modo que no me lo puede exigir luego), la política de la Oficina consiste en tratar a los no-humanos lo más decentemente que se pueda.
—Entonces, ¿qué autoridad tienen…?
—¡Ssssttt! No sirve de nada levantar la voz. La verdad es que Su Majestad Imperial es muy humanitario y discípulo de la filosofía de Aurelion. Puedo decirle por lo bajo que se sabe muy bien que fue el emperador en persona el primero en sugerir que se estableciera este mundo. Puede usted apostar a que la política de la Oficina se sujetará muy estrictamente a las ideas imperiales. Y también puede apostar a que yo no puedo navegar contra esa clase de corriente.
—Bien, hijo mío —los carnosos párpados del fisiólogo retemblaron—, si adopta esa actitud, perderá el puesto. No, no mandaré que le echen. No insinuaba tal cosa, ni mucho menos. Simplemente, el puesto se disipará debajo de sus pies, ¡porque aquí no se hará absolutamente nada!
—¿De veras? ¿Por qué? —Antyok era bajo, rosado y regordete, y a su mofletuda cara solía serle difícil mostrar otra expresión que la de una blanda y alegre cortesía… pero ahora estaba muy serio.
—Usted no lleva mucho tiempo aquí. Yo, sí —Zammo frunció el ceño—. ¿Le molestará que fume? —sostenía en la mano un cigarro nudoso y duro, y lo encendió despreocupadamente a fuertes chupadas. Después continuó en tono áspero—: Aquí no caben humanitarismos, gobernador. Usted trata a los no-humanos como si fueran humanos, y esto no le resultará bien. En realidad, no me gusta la palabra «no-humanos». Son animales.
—Son inteligentes —adujo mansamente Antyok.
—Bueno, animales inteligentes, pues. Presumo que los dos términos no se excluyen. Sea como fuere, inteligencias distintas mezcladas en un mismo terreno no pueden dar buenos resultados.
—¿Propone que los matemos a todos?
—¡No, Galaxia! —Hizo un ademán con el cigarro—. Propongo que los miremos como objetos de estudio, y solamente eso. Si se nos permitiera, podríamos aprender muchas cosas de esos animales. Conocimientos (permítaseme señalar) que se podrían aprovechar en beneficio inmediato de la raza humana. Ahí tiene usted humanidad. Ahí tiene el bien de las masas, si le interesa el culto invertebrado de Aurelion.
—¿A qué se refiere, por ejemplo?
—Para citar lo más obvio… habrá oído hablar de su química, supongo.
—Sí —reconoció Antyok—. He hojeado la mayoría de comunicaciones de los no-humanos publicadas en los diez últimos años. Espero hojear otras.
—Humm. Bueno… Entonces, todo lo que debo decir es que su terapia química es muy completa. Por ejemplo, he sido testigo presencial de la curación de un hueso fracturado (lo que se entiende por hueso fracturado, entre ellos) empleando una píldora. El hueso quedó entero y sano en quince minutos. Naturalmente, ninguna de sus drogas causaría un beneficio a los humanos. La mayoría nos matarían rápidamente. Pero si descubriésemos cómo actúan en los no-humanos… en los animales…
—Sí, sí. Comprendo la importancia que tendría.
—Ah, ¿lo comprende? Eso me halaga. Un segundo punto es el de que esos animales se comunican de una manera desconocida.
—¡Por telepatía!
Los labios del científico se contorsionaban mientras iba repitiendo:
—¡Telepatía! ¡Telepatía! ¡Telepatía! Lo mismo podría haber dicho mediante una poción de bruja. Nadie sabe nada de la telepatía salvo su nombre. ¿Cuál es el mecanismo de la telepatía? ¿Cuáles son sus elementos fisiológicos y psíquicos? Me gustaría descubrirlo, pero no puedo. Si he de escucharle a usted, la política de la Oficina lo prohíbe.
—Oiga… Perdóneme, doctor, pero no le entiendo bien. ¿Cómo se lo impiden? Seguro que la Administración Civil no ha intentado siquiera obstaculizar la investigación científica sobre esos no-humanos. Por supuesto, no puedo responder enteramente de lo que hiciera mi antecesor; en cuanto a mí…
—No se ha producido ninguna interferencia directa. No aludía a eso. Pero, ¡por la Galaxia, gobernador! Nos ata las manos el espíritu de todo el montaje. Ustedes nos mandan que los tratemos como a seres humanos. Les permiten que tengan su jefe propio y una autonomía interna. Los miman y les conceden lo que la filosofía de Aurelion llamaría «derechos». Yo no puedo tratar con su jefe.
—¿Por qué no?
—Porque se niega a darme carta blanca. No nos permite realizar experimentos con un sujeto, cualquiera que sea, sin el consentimiento de éste. Los dos o tres voluntarios que conseguimos nunca fueron demasiado brillantes. Es una situación imposible.
Antyok levantó los hombros desamparado. Zammo continuó:
—Por añadidura, es absolutamente imposible aprender nada que valga la pena sobre el cerebro, la fisiología y la química de esos animales si no podemos echar mano de disecciones, experimentos dietéticos y drogas. Ya sabe, gobernador, la investigación científica es un juego duro. El humanitarismo no tiene mucha cabida en ella.
Loodun Antyok se daba unos golpecitos en el mentón con índice dubitativo.
—¿Tan difícil ha de ser? Esos no-humanos son criaturas inofensivas. Seguramente la disección… Quizá si usted los abordara de otra manera… Tengo la sospecha de que se gana su enemistad Quizá adopte una actitud un tanto despótica.
—¡Despótica! Yo no soy uno de esos psicólogos lloriqueantes tan en boga estos días. No creo que se pueda resolver un problema que requiere disecciones enfocándolo con lo que se suele llamar la «actitud personal acertada», según la jerga de la época.
—Lamento que piense así. A todos los administradores de categoría superior a A-4 se les exige una formación sociopsicológica.
Zammo se quitó de la boca el pedazo de cigarro que tenía, y volvió a metérselo después del adecuado intervalo despectivo.
—Entonces, convendrá que emplee un poco de su técnica en la Oficina. Ya sabe, yo tengo amigos en la corte imperial.
—Bueno, vamos, no puedo ir a plantearles el asunto así por las buenas. La política fundamental no entra en mi jurisdicción, y estas cosas sólo las puede iniciar la Oficina. Pero, ya sabe, podríamos ensayar un método indirecto. —Con una leve sonrisa, añadió—: Estrategia.
—¿De qué clase?
Antyok levantó de pronto un índice, mientras dejaba caer ligeramente la otra mano sobre las hileras de informes encuadernados en gris apilados junto a su sillón.
—Pues mire, los he repasado casi todos. Son aburridos, pero contienen algunos hechos. Por ejemplo, ¿cuándo nació el último ser no-humano en Cefeo 18?
Zammo meditó muy poco.
—No lo sé. Y no me importa.
—Pero a la Oficina, sí. En Cefeo 18 no ha nacido ni un solo niño no-humano… en los dos años que hace que se ha establecido este mundo. ¿Sabe usted la causa?
El fisiólogo se encogió de hombros.
—Hay demasiados factores involucrados. Habría que estudiarlo.
—De acuerdo, pues. Supongamos que usted redacta un informe…
—¡Informes! He escrito veinte.
—Redacte otro. Haga resaltar los problemas no resueltos. Dígales que tiene que cambiar de métodos. Exponga el problema del promedio de nacimientos. La Oficina no se atreverá a ignorarlo. Si los no-humanos mueren, alguien tendrá que responder ante el emperador. Usted ve que…
Zammo le miró fijamente, con ojos sombríos.
—¿Con eso moveremos el caso?
—Hace veintisiete años que trabajo para la Oficina. Sé cómo funciona.
—Lo pensaré —Zammo se levantó y salió con paso gallardo. La puerta se cerró de golpe detrás de él.
Horas después, Zammo la decía a un colaborador suyo:
—Antes que nada, es un burócrata. Nunca abandonará las ortodoxias del papeleo ni se atreverá a jugarse el pellejo. Hará muy poca cosa por sí mismo; aunque quizá haga algo más si lo utilizamos con conducto.
De: Cuartel General Administrativo, Cefeo 18.
A: O. de P. E.
Tema: Proyecto 2.563 de Provincias Exteriores, Parte II — Investigación Científica de no-humanos en Cefeo 18, Coordinación de la.
Referencias:
(a) Carta de la O. de P. E. Cef-N-CM/jg, 100.132, fechada en 302/975 G. E.
(b) Carta Ad. C. G.-Cef 18. AA-LA/mn, fechada en 140/977 G. E.
Contenido:
1. Grupo Científico 10 División de Física y Bioquímica, informe titulado «Características fisiológicas de los no-humanos de Cefeo 18, Parte XI», fecha 172/977 G. E.
2. El contenido 1, incluido en la presente, lo enviamos para información de la O. de P. E. Conviene observar que la Sección XII, párrafos 1-16 del Cont. 1, se refiere a posibles cambios en la política actual de la O. de P. E. en relación a los no-humanos, en vistas a facilitar investigaciones físicas y químicas en la actualidad, procediendo bajo la autorización de la referencia (a).
3. Se somete a la consideración de la O. de P. E. que la referencia (b) ha discutido ya posibles cambios en los métodos de investigación y que Ad. C. G.-Cef 18 sigue opinando que tales cambios son prematuros todavía. A pesar de todo, sugiere que la cuestión del promedio de nacimientos de no-humanos sea objeto de un proyecto de la O. de P. E. asignado a Ad. C. G.-Cef 18 en vista de la importancia que el Grupo Científico ha concedido al problema, como se evidencia en la Sección V del Contenido 1.
L. Antyok, Superv. Ad. C. G.-Cef 18, 174/977
De: O. de P. E.
A: Ad. C. G.-Cef 18.
Tema: Proyecto 2.563 Provincia Exterior — Investigaciones Científicas de los no-humanos de Cefeo 18, Coordinación de.
Referencia:
(a) Carta Ad. C. G.-Cef 18. AA-LA/mn, fecha 174/977 G. E.
1. En respuesta a la sugerencia contenida en el párrafo 2 de la referencia (a) se considera que la cuestión del promedio de nacimientos de no-humanos no cae dentro de la jurisdicción de Ad. C. G.-Cefeo 18. En vista del hecho de que el Grupo Científico 10 ha informado de que la pretendida esterilidad puede ser debida probablemente a deficiencias químicas del suministro de alimento, todas las investigaciones a realizar en este campo quedan confiadas al Grupo Científico 10 como propiamente autorizado.
2. Las tareas de investigación de los diversos Grupos Científicos continuarán de acuerdo con las normas actuales sobre la cuestión. No se prevé ningún cambio de política.
C. Morily, jefe de O. de P. E., 186/977 G. E.
El periodista, por flaco y desgarbado en los gestos, parecía sombríamente alto. Se llamaba Gustiv Bannerd, y su fama iba acompañada de una auténtica capacidad… dos cosas que no siempre andan juntas, a pesar de las máximas de la moral elemental.
Loodun Antyok le tomó las medidas con recelo y dijo:
—De nada serviría negar que tiene usted razón. Pero el informe del Grupo Científico tenía carácter confidencial. No comprendo cómo…
—Se filtró —concluyó Bannerd, empecinado—. Todo se filtra.
Antyok estaba claramente desconcertado; su rosado semblante se arrugaba levemente.
—Entonces, tendré que tapar el agujero que hay aquí. No puedo dar paso libre a su crónica. Tiene que eliminar primero toda alusión a quejas del Grupo Científico. Usted lo comprende, ¿verdad?
—No —Bannerd estaba sobradamente tranquilo—. Es una cosa importante, y yo tengo mis derechos, según el decreto imperial. Yo creo que el Imperio debería saber lo que pasa.
—Es que no pasa —replicó Antyok, desesperado—. Todo lo que usted alega es falso. La Oficina no cambiará de política. Le he enseñado las cartas.
—¿Cree que puede enfrentarse a Zammo cuando presiona con toda su fuerza? —preguntó burlonamente el periodista.
—Lo haré…, si le creo equivocado.
—¡Sí! —puntualizó Bannerd llanamente. Luego, con súbita vehemencia, dijo—: Antyok, el Imperio tiene una cosa muy importante aquí; una cosa mayor de lo que el Gobierno parece advertir. Y la están destruyendo. Están tratando a esas criaturas como animales.
—En verdad… —empezó Antyok en tono débil.
—No me hable de Cefeo 18. Es un parque zoológico. Es un zoo de primera clase, donde sus anquilosados científicos atormentan a esas pobres criaturas pinchándolas con palos por entre los barrotes. Ustedes les echan comida; pero al mismo tiempo las tienen en jaulas. ¡Lo sé! Hace dos años que son el tema de mis reportajes. Casi estuve viviendo con ellas.
—Zammo dice…
—¡Zammo! —repitió el periodista con desprecio.
—Zammo dice —insistió Antyok con atormentada firmeza— que en realidad los tratamos demasiado como a seres humanos.
Las largas y rectas mejillas del periodista se tensaron.
—Zammo es más bien pariente de los animales, por derecho propio. Es un fanático de la ciencia. Nos pasaríamos con unos cuantos menos como él. ¿Ha leído usted las obras de Aurelion?
Esta última pregunta la espetó de modo súbito.
—Humm. Sí. Comprendo al emperador…
—El emperador se inclina hacia nosotros. Lo cual es bueno… mucho mejor que montar la persecución del último reino.
—No sé adónde se encamina usted.
—Esos extraños pueden enseñarnos muchas cosas. ¿Comprende? Cosas que no les sirven de nada a Zammo y a su Grupo Científico; no son telepatía, no son química. Son una manera de vivir y de pensar. Los extraños no tienen delincuentes, no tienen inadaptados. ¿Qué esfuerzo se está llevando a cabo para estudiar su filosofía? ¿O para aprender de ellos en cuanto a planificación social?
Antyok se puso pensativo; se le alisó la rolliza cara.
—Es una consideración interesante. Sería un problema para psicólogos…
—Ni pensarlo. La mayoría son unos charlatanes. Los psicólogos señalan problemas; pero dan soluciones falaces. Necesitamos hombres de Aurelion. Hombres de la Filosofía…
—Pero oiga, no podemos convertir a Cefeo 18 en… en un estudio metafísico.
—¿Por qué no? Puede hacerse fácilmente.
—¿Cómo?
—Olvídese de la observación de tubos de ensayo. Permita que los extraños organicen una sociedad libre de humanos. Concédales una independencia sin trabas y permita una mezcla de filosofías…
Antyok dejó oír su nerviosa réplica:
—Esto no se puede hacer en un día.
—Pero podemos empezar en un día.
El gobernador dijo pausadamente:
—Bien, yo no puedo impedirle que lo intente —se puso confidencial; sus mansos ojos se volvieron pensativos—. De todos modos, si publica el informe del Grupo Científico 10 y lo denuncia fundándose en motivos humanitarios, usted mismo se segará la hierba bajo los pies. Los científicos son gente poderosa.
—Y nosotros, los de la Filosofía, también.
—Sí, pero hay un camino fácil. No es necesario que despotrique Sencillamente, haga notar que el Grupo Científico no resuelve sus problemas. Hágalo sin sentimentalismos y deje que los lectores mediten el punto de vista de usted por sí mismos. Coja el problema del promedio de nacimientos, por ejemplo. Ahí tiene algo interesante. Por todo lo que la ciencia es capaz de hacer los no-humanos pueden extinguirse en una generación. Señale que se necesita un enfoque más filosófico. O escoja algún otro punto evidente. Utilice su propio buen criterio, ¿eh? —Antyok dirigía una sonrisa conciliadora al periodista, al mismo tiempo que se levantaba—. Pero, por amor de la Galaxia, no promueva un asunto feo.
Bannerd estaba rígido y poco asequible.
—Quizá tenga razón.
Más tarde, Bannerd escribía a su amigo, en un mensaje por cápsula: «No es inteligente, en modo alguno. Está desorientado; no tiene una línea que le guíe por la vida. Sin duda, es perfectamente incompetente para su puesto. Pero es maniobrero y hombre de componendas; sortea las dificultades mediante compromisos y prefiere hacer concesiones que adoptar una postura inflexible. En este sentido, puede ser valioso. Tuyo en Aurelion.»
De: Ad. C. G.-Cef 18.
A: O. de P. E.
Tema: Promedio de nacimientos de no-humanos en Cefeo 18, Reportaje sobre el.
Referencias:
(a) Carta Ad. C. G.-Cef 18. AA-LA/mn, fecha 174/977 G. E.
(b) Decreto Imperial, Ja 2.374, fechado en 243/975 G. E.
Contenido:
1-G. Reportaje de Bannerd, fechado en Cefeo 18, 201/977 G. E.
2-G. Reportaje de Bannerd, fechado en Cefeo 18, 203/977 G. E.
1. La esterilidad de los no-humanos de Cefeo 18, comunicada a la O. de P. E. en la referencia (a) ha sido tema de reportajes periodísticos de la prensa galáctica. Dichos reportajes van incluidos en la presente para información de la O. de P. E. como Contenidos 1 y 2. Aunque los mencionados reportajes se fundan en material considerado confidencial y no abierto al público, el citado reportero defendió su derecho de libre expresión según los términos de la referencia (b).
2. En vista de la publicidad inevitable y de las malas interpretaciones, también ahora inevitables, por parte del público en general, solicitamos que la O. de P. E. indique la política futura sobre el problema de la esterilidad de los no-humanos.
L. Antyok, Superv. Ad. C. G.-Cef 18, 209/977 G. E.
De: O. de P. E.
A: Ad. C. G.-Cef 18.
Tema: Promedio de nacimientos de no-humanos en Cefeo 18, Investigación del.
Referencias:
(a) Carta Ad. C. G.-Cef 18. AA-LA/mn, fecha 209/977 G. E.
(b) Carta Ad. C. G.-Cef 18. AA-LA/mn, fecha 174/977 G. E.
1. Se tiene el propósito de investigar las causas y los medios de evitar el desfavorable fenómeno en el ritmo de nacimientos mencionado en las referencias (a) y (b). Por ello se ha montado un plan titulado «Promedio de nacimientos de no-humanos en Cefeo 18, Investigación del», al cual, en vista de la importancia crucial del asunto, se le ha concedido una prioridad A A.
2. El número asignado al plan en cuestión es el 2.910, y todos los gastos que depare se cargarán a la Asignación número 18/78.
C. Morily, jefe O. de P. E., 223/977 G. E.
Si el mal humor de Tomor Zammo disminuyó dentro de los terrenos de la Estación Experimental del Grupo Científico 10, su amabilidad, en cambio, no había mejorado. Antyok se hallaba de pie, en solitario, junto a la ventana de observación del laboratorio principal.
Este laboratorio principal de campo era un espacioso patio dotado con el medio ambiente propio de Cefeo 18 para incomodidad de los experimentadores y conveniencia de los experimentados. Por la ardiente arena y a través del aire, seco y rico en oxígeno, resplandecía el fulgor de los cálidos y blancos rayos solares. Bajo aquel fuego, los no-humanos, unos seres rojo-ladrillo, membrudos y de piel arrugada, se amontonaban posados sobre los cuartos traseros, en postura de descanso de uno en uno, o de dos en dos.
Zammo salía del laboratorio y se detuvo, sediento, a beber un poco de agua; luego levantó la vista. El labio superior, mojado, le relumbraba.
—¿Le gustaría entrar ahí dentro?
Antyok movió la cabeza negativamente, muy resuelto.
—No, gracias. ¿A qué temperatura están en este momento?
—A cincuenta y cuatro grados centígrados, si hubiera sombra. Y se quejan de frío. Es la hora de beber. ¿Quiere ver cómo beben?
Del surtidor del centro del patio brotó un chorro de agua y las figurillas de los extraños se pusieron en pie inseguras y arrancaron a correr a saltos, vivamente, a un trote medio muy elástico. Después se arremolinaron junto al agua, empujándose unos a otros. El centro de sus rostros quedó desfigurado de pronto por la proyección de un tubo carnoso largo y flexible, que introducían en el chorro y lo retiraban goteando.
La maniobra se prolongó varios minutos. Los cuerpos se hinchaban; las arrugas desaparecían. Los no-humanos se retiraban poco a poco, caminando hacia atrás, con el tubo aspirador entrando y saliendo de sus rostros, antes de quedar reducido por fin a una masa rosada, arrugada, encima de una boca ancha y sin labios. Entonces fueron a tenderse a dormir en grupos, en los rincones sombreados, redondos y satisfechos.
—¡Animales! —exclamó Zammo con desprecio.
—¿Cuántas veces beben? —preguntó Antyok.
—Cuantas quieren. Pueden aguantar una semana sin beber, si es preciso. Nosotros los abrevamos todos los días. Tienen el depósito de reserva debajo de la piel. Comen al atardecer. Ya sabe, son vegetarianos.
Antyok sonrió satisfecho.
—Es bonito procurarse un poco de información de primera mano de vez en cuando. No puedo pasarme todo el tiempo leyendo informes.
—¿Es bonito? —sin darle importancia añadió—: ¿Qué noticias hay? ¿Qué hay de los muchachos con pantaloncitos de encaje de Trántor?
Antyok alzó los hombros, dubitativo.
—Por desgracia, no conseguimos que la Oficina dé una respuesta clara. Como el emperador simpatiza con los aurelionistas, el humanitarismo está a la orden del día. Ya lo sabe usted.
Hubo una pausa durante la cual el gobernador se mordía el labio, indeciso.
—Además, ahora tenemos este problema del promedio de nacimientos. Ya sabe, al final lo han asignado a Ad. C. G., y con prioridad doble A, encima.
Zammo refunfuñó algo, en voz baja. Antyok dijo:
—Es posible que usted no se dé cuenta, pero ese proyecto tendrá preferencia sobre todos los demás trabajos que se lleven a cabo en Cefeo 18. Es importante. —En seguida se volvió hacia la ventana de observación e inquirió pensativamente, sin el menor asomo de preámbulo—: ¿Cree usted que esas criaturas pueden ser desdichadas?
—¡Desdichadas! —explotó Zammo.
—Bueno, pues —se apresuró a rectificar Antyok— mal ambientadas. ¿Me entiende? Es difícil procurar un medio ambiente propicio a una raza de la que sabemos tan poco.
—Oiga, ¿ha visto alguna vez el mundo de donde las trajimos?
—He leído los informes…
—¡Informes! —dijo con infinito desprecio—. Yo lo he visto. A usted, esto de ahí quizá le parezca un desierto; pero para esos diablos es un paraíso rezumante. Tienen todo el alimento y toda el agua que pueden engullir. Tienen un mundo para ellos solos, con vegetación y cursos de agua naturales, en lugar de un terrón de sílice y granito metido en cavernas para hacer crecer en él, a la fuerza, unos hongos, y en lugar de obtener agua calcinando yeso. Antes de diez años habrían muerto todos, no habría quedado una sola de esas bestias. Nosotros las hemos salvado. ¿Desdichadas? Pu-a-a-a, si lo son no tienen la mitad de decencia que la mayoría de los animales.
—Bueno, quizá. Sin embargo, se me había ocurrido una idea.
—¿Una idea? ¿Qué idea? —Zammo sacó un cigarro.
—Quizá ustedes podrían sacarle provecho. ¿Por qué no estudiar a esas criaturas de una manera más integrada? ¿Por qué no dejar que desarrollen su propia iniciativa? Al fin y al cabo, tenían una ciencia altamente evolucionada. Los informes la mencionan muy a menudo. Denles problemas que solucionar.
—¿Como, por ejemplo…?
—Oh… oh —Antyok agitaba las manos desamparado—. Los que ustedes crean más provechosos. Por ejemplo, naves espaciales. Métanlas en el cuarto de control y estudien sus reacciones.
—¿Por qué?
—Porque la reacción de sus mentes ante instrumentos y controles adaptados al temperamento humano puede enseñarles muchísimo a ustedes. Además, creo que resultaría un aliciente más efectivo que todos los que han empleado. Conseguirá más voluntarios, entre esos extraños, si piensan que van a realizar un trabajo interesante.
—Ya está saliendo el psicólogo que hay en usted. Humm. De momento, la idea parece-mejor de lo que resultará, ski duda, en la realidad. Consultaré con la almohada. ¿Y dónde conseguiría el permiso, en todo caso, para dejarles manejar naves espaciales? No tengo ninguna a mi disposición, y seguramente, recorrer toda la cadena burocrática para que nos dieran una, requeriría mucho papeleo.
Antyok meditaba; la frente se le arrugó ligeramente.
—No han de ser forzosamente naves espaciales. A pesar de todo… si usted quisiera redactar otro informe y hacer la sugerencia como por propia iniciativa… insistiendo en ella, ¿comprende?… quizá encontrase la manera de enlazarla con mi proyecto sobre la natalidad. Con una prioridad doble A se obtiene prácticamente todo lo que se quiere, ya sabe, no hay preguntas.
Zammo manifestó una falta de interés casi desconsiderada.
—Bueno, quizá. Entretanto, tengo en marcha unas pruebas sobre el metabolismo basal, y se me hace tarde. Lo pensaré. No deja de ser una idea.
De: Ad. C. G.-Cef 18.
A: O. de P. E.
Tema: Provincia Exterior Proyecto 2.910, Parte I — Promedio de nacimientos de no-humanos en Cefeo 18, Investigación del.
Referencia:
(a) Carta O. de P. E. Cef-N-CM/car, 115.097, 223/977 G. E.
Contenido:
1. Grupo Científico 10 informe Físico y Bioquímico, Parte XV, fecha 220/977 G. E.
1. Adjuntamos el contenido 1 para información de la O. de P. E.
2. Dedicamos atención especial a la sección V, párrafo 3 del contenido 1 en el que se pide que se asigne una nave espacial al Grupo Científico 10 para utilizarla en investigaciones aceleradas autorizadas por la O. de P. E. La Ad. C. G.-Cef 18 considera que tales investigaciones pueden servir muy eficazmente para aumentar la efectividad del trabajo emprendido en el proyecto del tema, autorizado por la referencia (a). En vista de que la O. de P. E. ha concedido alta prioridad al proyecto del tema, se sugiere que se tome inmediatamente en consideración lo que solicita el Grupo Científico.
L. Antyok, Superv. Ad. C. G.-Cef 18, 240/977
De: O. de P. E.
A: Ad. C. G.-Cef 18.
Tema: Provincia Exterior, Proyecto 2.910 — Promedio de nacimientos de no-humanos en Cefeo 18, Investigación del.
Referencia:
(a) Carta Ad. C. G.-Cef 18. AA-LA/mn, fecha 240/977 G. E.
1. La Nave de Entrenamiento AN-R-2.055 queda a disposición de Ad. C. G.-Cef 18 para emplearla en la investigación sobre los no-humanos de Cefeo con respecto al tema del proyecto y otros autorizados de P. E., como se pedía en el Contenido 1 para la referencia (a).
2. Se pide urgentemente que se acelere por todos los medios posibles el trabajo en el tema del proyecto.
C. Morily, jefe O. de P. E., 251/977 G. E.
El pequeño y rojizo ser debía de haber soportado más incomodidades de lo que su porte quería admitir. Estaba cuidadosamente inmerso en una temperatura que hacía andar a sus compañeros humanos con la camisa desabrochada y sudando a mares.
Tenía una voz aguda y una expresión cuidada:
—A esta temperatura tan baja, el ambiente me parece húmedo, aunque no hasta un extremo insoportable.
Antyok sonreía.
—Ha sido muy amable viniendo; pero una prueba realizada en la atmósfera que tenían ustedes allá… —la sonrisa se había vuelto triste.
—No importa. Ustedes, los habitantes del otro mundo, han hecho por nosotros más de lo que supimos hacer nunca nosotros mismos. Es un favor al que yo sólo correspondo muy imperfectamente al soportar alguna incomodidad —siempre parecía expresarse de una manera indirecta, como si enfocara los pensamientos de costado, como si hablar lisa y llanamente fuese contrario a la etiqueta.
Gustiv Bannerd, sentado en un ángulo de la habitación, con una larga pierna cabalgando sobre la otra, movía la pluma ágilmente, y dijo:
—¿Verdad que no les molestará que tome nota?
El cefeidano no-humano dirigió una breve mirada al periodista:
—No tengo inconveniente.
Antyok insistía en dar explicaciones:
—Ahora no se trata de una simple visita de sociedad, señor. No le habría sometido a ninguna molestia para eso solamente. Hay problemas importantes que considerar, y usted es el jefe de su pueblo.
—Estoy convencido de que le animan a usted muy buenas intenciones —respondió el cefeidano, moviendo la cabeza afirmando—. Tenga la bondad de continuar.
El gobernador tenía serias dificultades para traducir sus pensamientos en palabras.
—Es un asunto —dijo— muy delicado y que no abordaría nunca, si no fuese por la grandísima importancia de la… humm… de la cuestión. Yo soy únicamente el portavoz de mi Gobierno…
—Mi pueblo considera que el Gobierno del otro mundo es muy bondadoso.
—Pues, sí, son bondadosos. Por esta razón los acongoja el hecho de que el pueblo de usted ya no se reproduzca.
Antyok hizo una pausa y aguardó con ansiedad una reacción que no se produjo. La cara del cefeidano permanecía inmóvil, a excepción del leve y tembloroso movimiento del arrugado sector correspondiente al deshinchado tubo de aspiración de líquidos. Antyok continuó:
—Es un asunto que no me decidía a plantear debido a sus aspectos extremadamente personales. El principio fundamental de mi Gobierno en estas materias es el de la no interferencia; por ello hemos hecho cuanto hemos podido por estudiar el problema sin molestarles a ustedes. Pero, francamente, hemos…
—¿Han fracasado? —terminó el cefeidano, advirtiendo la pausa del otro.
—Sí. O al menos, no hemos sabido descubrir ninguna deficiencia concreta al reproducir el medio ambiente exacto del mundo de origen de ustedes; por supuesto, con las modificaciones necesarias para hacerlo más habitable todavía. Naturalmente, se piensa que debe existir alguna deficiencia química. Por ello le suplico tenga la buena voluntad de ayudarnos en esta cuestión. Su pueblo de usted está muy adelantado en el estudio de su propia bioquímica. Si usted no quiere, o si prefiere no…
—No, no, puedo ayudarles —el cefeidano parecía muy animado en este sentido. Las lisas superficies de su cráneo, sin pelo y con la piel suelta, se arrugaban reaccionando de una manera singular a una emoción incierta—. No es ésa una cuestión que ninguno de nosotros hubiera pensado que pudiera acongojarles a ustedes, los habitantes del otro mundo. El hecho de que así ocurra no es sino otra prueba más de su benévola amabilidad. Este mundo de aquí nos parece un paraíso en comparación con el que nosotros habitábamos. No falta nada. Las condiciones que se nos brindan aquí sólo las conocíamos por las leyendas de nuestro Siglo de Oro.
—Pues…
—Pero hay una cosa; una cosa que quizá usted no entienda. No podemos esperar que inteligencias distintas piensen del mismo modo.
—Intentaré comprender.
La voz del cefeidano se había dulcificado, aumentando en tonos bajos, líquidos:
—En nuestro mundo de origen, nos moríamos; pero luchábamos. Nuestra ciencia, desarrollada a lo largo de una historia más antigua que la de ustedes, perdía el combate; pero aún no lo había perdido del todo. Quizá se debiera a que nuestra ciencia era fundamentalmente biológica, antes que física como la de ustedes. Su pueblo descubrió nuevas formas de energía y alcanzó las estrellas. Nuestro pueblo descubría verdades nuevas en el campo de la psicología y la psiquiatría y edificaba una sociedad laboriosa, libre de enfermedades y delitos.
»No es necesario que nos preguntemos cuál de los dos enfoques merece más elogio; pero no cabe ninguna duda acerca de cuál cosechó al final los mayores triunfos. En nuestro mundo agonizante, sin medios de vida ni fuentes de energía, nuestra ciencia biológica no podía hacer otra cosa que dulcificar la muerte.
»Y sin embargo, luchábamos. Desde hacía siglos nos abríamos camino, tanteando y volviendo a tantear, hacia la energía atómica, y poco a poco empezaba a brillar la chispa de la esperanza de que conseguiríamos vencer los límites bidimensionales de nuestra superficie planetaria y alcanzaríamos las estrellas. En nuestro sistema no había otros planetas que nos sirvieran de etapas. No teníamos nada hasta la estrella más próxima, que distaba unos veinte años-luz, y no teníamos idea de la posibilidad de que existieran otros sistemas planetarios, sino que más bien nos inclinábamos por creerlo al revés.
»Pero todo tipo de vida tiene tendencia a sobrevivir, aunque sea inútilmente. En los últimos días ya sólo quedábamos cinco mil. Cinco mil, nada más. Y nuestra primera nave estaba lista. Una nave experimental. Seguramente habría fracasado. De todos modos, habíamos deducido ya, acertadamente, todos los principios de propulsión y navegación.
Hubo una larga pausa; los ojillos negros del cefeidano parecían vidriosos al rememorar el pasado.
—¿Y entonces llegamos nosotros? —interpuso el periodista, desde su rincón.
—Y entonces llegaron ustedes —convino sencillamente el cefeidano—. Y todo cambió. Energía la teníamos a pedir de boca. Disponíamos de un mundo nuevo, a nuestra medida, un mundo ideal de verdad. Si los problemas sociales los habíamos solucionado tiempo atrás nosotros mismos, nuestros más difíciles problemas de medio ambiente nos los solucionaron otros, y de un modo no menos completo.
—¿Entonces? —aguijoneó Antyok.
—Entonces… hubo algo que no marchaba bien. Nuestros antepasados habían luchado siglos y siglos por alcanzar las estrellas, y entonces, de pronto, resultó que pertenecían ya a otros. Habíamos luchado por la vida, y nos encontramos con que la vida era un regalo que otros seres nos ponían en las manos. Ya no hay motivo para luchar. Ya no hay nada que conseguir. Todo el universo es propiedad de la raza de ustedes.
—Este mundo les pertenece —dijo afablemente Antyok.
—Por consentimiento. Es un regalo. No nos pertenece por derecho propio.
—A mi entender, ustedes se lo han ganado.
El cefeidano tenía los ojos clavados en el semblante del otro.
—Usted está cargado de buenas intenciones, pero dudo que lo comprenda. No tenemos adónde ir, salvo este mundo que nos han regalado. La función de la vida consiste en luchar, y esta función nos la han arrebatado. La vida ya no puede interesarnos. No tenemos descendencia… porque no queremos. Es nuestra manera de apartarnos del camino de ustedes.
Distraídamente, Antyok había sacado el fluoro-globo del asiento de la ventanilla y lo hacía girar sobre la base. Al girar, la chillona superficie reflejaba luz, y su mole, de casi un metro de altura, flotaba en el aire con gracia y ligereza incongruentes. Después Antyok preguntó:
—¿Es la única solución que se les ocurre? ¿La esterilidad?
—Otra sería escapar —susurró el cefeidano—, pero ¿en qué lugar de la Galaxia hay sitio para nosotros? Es toda de ustedes.
—Efectivamente, si quieren ser independientes no queda ningún lugar más próximo que las Nubes de Magallanes. Las Nubes de Magallanes…
—Y ustedes no nos dejarían marchar. Lo hacen todo con buena intención, ya lo sé.
—Sí, lo hacemos con buena intención… pero no podríamos dejarles marchar.
—Es una bondad equivocada.
—Quizá; pero ¿no podrían consolarse? Poseen un mundo.
—Es un fenómeno que no se puede explicar bien. Ustedes tienen una mente distinta. No podríamos consolarnos. Creo, gobernador, que ha pensado sobre esto en otras ocasiones. El concepto de callejón sin salida en el que nos sentimos atrapados no es nuevo para usted.
Antyok levantó la vista, estremecido, y con una mano detuvo el fluoro-globo.
—¿Es que me lee el pensamiento?
—Es sólo una suposición. Y acertada, me parece.
—Sí…, pero ¿puede leerme el pensamiento? El pensamiento de los seres humanos en general, quiero decir. Es un punto interesante. Los científicos dicen que no, pero a veces me pregunto si no será, sencillamente, que no quieren. ¿Puede contestarme? O quizá le retengo indebidamente.
—No…, no… —pero el pequeño cefeidano se envolvió mejor en el abrigo y escondió el rostro, por un momento, en la esterilla del cuello, calentada eléctricamente—. Ustedes, los del otro mundo, hablan de leer mentes. No, no es eso, en absoluto; pero tampoco sabría explicar en modo alguno qué es.
Antyok musitó el antiguo proverbio:
—No se le puede explicar qué es la vista a un ciego de nacimiento.
—Sí, así es, exactamente. Ese sentido al que ustedes llaman muy equivocadamente «leer el pensamiento» no se nos puede aplicar a nosotros. No se trata de que no podamos recibir las sensaciones adecuadas; se trata de que ustedes no las transmiten, y nosotros no sabríamos explicarles la manera de hacerlo.
—Humm-mm-mm.
—Naturalmente, hay ocasiones, momentos de gran concentración mental o tensión emocional por parte de uno de ustedes, en que algunos de nosotros, los más expertos en este sentido, los de mirada más penetrante, por así decirlo, descubrimos algo. Es una cosa incierta; sin embargo, yo mismo me he preguntado a veces…
Con gran cuidado, Antyok volvió a poner el fluoro-globo en rotación. Su rosado semblante parecía absorto en meditaciones, mientras sus ojos permanecían fijos en el cefeidano. Gustiv Bannerd estiró los dedos y releyó las notas tomadas, moviendo los labios en silencio.
El fluoro-globo seguía girando, y poco a poco parecía que el cefeidano se iba poniendo tenso, mientras sus ojos se desviaban hacia el coloreado tornasol de la frágil superficie del globo.
—¿Qué es eso? —preguntó al cabo de unos momentos.
Antyok tuvo un sobresalto; luego su rostro se distendió en una placidez casi de risa.
—¿Esto? Una moda galáctica de tres años atrás. Lo cual significa que este año es ya una reliquia irremediablemente anticuada. Es un artificio perfectamente inútil, pero bonito. Bannerd, ¿podría regular las ventanas de modo que no haya transmisión?
Se oyó el leve chasquido de un contacto, y las ventanas se convirtieron en curvadas regiones de oscuridad, mientras en el centro de la habitación el fluoro-globo devenía súbitamente el foco de un resplandor rosáceo que parecía saltar al exterior a oleadas. Antyok, figura escarlata en una sala escarlata, colocó el globo sobre la mesa y lo hizo girar con una mano que iba goteando en rojo. A medida que el fluoro-globo giraba, sus colores iban cambiando, cada vez más de prisa, se mezclaban unos instantes y luego se disociaban en contrastes más extremados.
Antyok hablaba en medio de una atmósfera imponente de arco iris fundido, cambiante.
—La superficie es de un material que manifiesta una fluorescencia variable. Casi no tiene peso, es extremadamente frágil, pero está equilibrado giroscópicamente, de manera que, con la precaución normal, pocas veces cae. Es bastante bonito, ¿no le parece?
Se oyó la voz del cefeidano que llegaba de algún punto de la sala:
—Extremadamente bonito.
—Pero ha dejado ya de interesar; sigue existiendo después de haber pasado de moda.
La voz del cefeidano sonaba abstraída:
—Es muy bonito.
Bannerd, ante un gesto de su jefe, iluminó la sala de nuevo, y los colores desaparecieron. El cefeidano dijo:
—He ahí una cosa que a mi gente le gustaría. —Miraba el globo, fascinado.
Antyok se levantó.
—Será mejor que se vaya. Si se queda más tiempo, la atmósfera puede producirle efectos perjudiciales. Le doy las gracias humildemente por su amabilidad.
—Yo se las doy humildemente a usted por la suya. —El cefeidano también se había levantado.
—Ah, de paso —dijo Antyok—, la mayoría de su gente ha aceptado nuestro ofrecimiento de dejarles estudiar la construcción de nuestras naves espaciales. Supongo que usted comprende que nos proponíamos estudiar cómo reaccionan ante nuestra tecnología. Confío que este proceder estará de acuerdo con el sentido ético de usted.
—No es necesario que me dé excusas. Yo mismo tengo ahora las piezas de un piloto humano. Ha sido muy interesante. Nos recuerda los trabajos que nosotros habíamos hecho… y nos hace ver lo cerca que estábamos de la meta.
El cefeidano se marchó, y Antyok se sentó, con el ceño fruncido.
—Bueno —le dijo a Bannerd, con acento algo tajante—. Confío que recordará lo que hemos convenido. No puede publicar esta entrevista.
—Muy bien —respondió Bannerd, levantando los hombros.
Antyok continuaba en su sillón, jugueteando con la pequeña figurilla de metal de la mesa escritorio.
—¿Qué opina sobre esta cuestión, Bannerd?
—Esos seres me dan lástima. Creo comprender su estado de ánimo. Hemos de educarlos para que lo superen. La Filosofía puede lograrlo.
—¿Lo cree de veras?
—Sí.
—No podemos dejarles marchar, claro está.
—Oh, no. Ni hablar. Nos queda demasiado que aprender de ellos. Esta sensación que tienen ahora representa solamente una fase pasajera. Cambiarán de parecer, sobre todo cuando les concedamos la independencia más completa.
—Quizá. ¿Qué opina de los fluoro-globos, Bannerd? Le han gustado. Quizá deberíamos encargar varios millares. La Galaxia sabe que por estos días infestan el mercado, y están baratos.
—Parece buena idea —asintió Bannerd.
—Sin embargo, la Oficina no estará de acuerdo. Los conozco.
El periodista entornó los ojos.
—Y no obstante, podría ser lo más indicado. Necesitan cosas nuevas que les atraigan.
—¿Sí? Bueno, pues quizá se pudiera hacer algo. Yo podría incluir la reseña que ha hecho usted de la entrevista en un informe mío y cargar un poco el acento en la cuestión de los globos. Al fin y al cabo, usted es miembro de la Filosofía y puede tener influencia cerca de gente importante cuya palabra pesara mucho más que la mía en la Oficina. ¿Me comprende…?
—Sí —musitó Bannerd—. Sí.
De: Ad. C. G.-Cef 18
A: O. de P. E.
Tema: Proyecto 2.010 de P, E. Parte III. Promedio de nacimientos de no-humanos en Cefeo, Investigación del.
Referencia:
(a) Carta O. de P. E. Cef-N-CM/car, 115.097, fecha 223/977 G. E.
Contenido:
1. Reseña de la conversación entre L. Antyok, de Ad. C. G.-Cef 18, y Ni-San, juez supremo de los no-humanos en Cefeo 18
1. El Contenido 1 va adjunto en ésta para información de la O. de P. E.
2. La investigación del tema proyecto emprendido en respuesta a la autorización de la referencia (a) la continuamos según las nuevas directrices indicadas en el contenido 1. La O. de P. E. puede estar segura de que se emplearán todos los medios para combatir la nociva actitud psicológica que prevalece actualmente entre los no-humanos.
3. Es de notar que el juez supremo de los no-humanos de Cefeo 18 manifestó interés por los fluoro-globos. Se ha iniciado una investigación preliminar sobre este hecho de la psicología no-humana.
L. Antyok, Superv. Ad. C. G.-Cef 18, 272/977 G. E.
De: O. de P. E.
A: Ad. C. G.-Cef 18.
Tema: Proyecto 2.910 de P. E.; Promedio de nacimientos de no-humanos en Cefeo 18, Investigación del.
Referencia:
(a) Carta Ad. C. G.-Cef 18. AA-LA/mn, fecha 272/977 G. E.
1. Con referencia al contenido 1 de la referencia (a) el Departamento de Comercio ha destinado cinco mil fluoro-globos para ser transportados a Cefeo 18.
2. Se recomienda que Ad. C. G.-Cef 18 utilice, para calmar la insatisfacción de los no-humanos, todos los métodos que no estén en contradicción con la necesidad de obedecer las proclamas imperiales.
C. Morily, jefe, O. de P. E., 283/977 G. E.
La comida había terminado, habían traído el vino y sacado los cigarros. Se habían formado grupos de interlocutores, y el capitán de la flota mercante constituía el centro del más numeroso. Su brillante uniforme blanco oscurecía bastante los de sus oyentes.
Su discurso tenía un tono más bien complacido:
—El viaje no ha sido nada. En otra ocasión tuve más de trescientas naves bajo mi mando. Sin embargo, nunca había transportado un cargamento como éste. ¡Por la Galaxia! ¿Qué quieren hacer ustedes con cinco mil fluoro-globos, en este desierto?
Loodun Antyok se rió con carcajada suave.
—Son para los no-humanos. Confío que no haya sido una mercancía difícil de transportar.
—No, difícil no. Pero voluminosa. Son frágiles, y no podía cargar más de veinte en una nave, dadas las normas del Gobierno sobre embalaje y precauciones contra rupturas. Pero supongo que el Gobierno sabrá qué hace con su dinero.
Zammo sonrió.
—¿Es la primera experiencia que tiene de los métodos del Gobierno, capitán?
—¡No, Galaxia! —estalló el astronauta—. Yo procuro evitarlo, por supuesto, pero a veces uno se ve en el lío, quieras o no quieras. Y vaya asco si uno se mete; ésa es la verdad. ¡Conducto oficial! ¡Papeleo burocrático! Basta para cortarle el crecimiento a uno y coagularle la sangre. Es un tumor, una vegetación cancerosa de la Galaxia. Yo suprimiría de un manotazo todo ese estorbo.
—Es usted injusto, capitán —protestó Antyok—. No lo comprende.
—¿Sí? Bueno, pues, como perteneciente a esa burocracia —pronunció la palabra sonriendo amablemente—, ¿qué le parece si nos explicara cómo ve usted la situación, gobernador?
—Pues, miren —Antyok parecía un poco confuso—, gobernar es un asunto serio y complicado. En este Imperio nuestro, hemos de preocuparnos de millares de planetas y de billones de personas. Casi queda fuera de toda facultad humana supervisar la tarea del Gobierno sin una organización férrea. Creo que en la actualidad, nada más los funcionarios del Servicio Administrativo imperial suman unos cuatrocientos millones, y para coordinar sus esfuerzos y reunir sus conocimientos, es indispensable que exista eso que usted llama burocracia y papeleo. Hasta el menor paso, por absurdo que pueda parecer, por molesto que pueda resultar, tiene alguna utilidad. Cada pedazo de papel es un hilo de unión del trabajo de cuatrocientos millones de seres humanos. Suprima usted el Servicio Administrativo y habrá suprimido el Imperio; y con él desaparecerán la paz, el orden y la civilización interestelares.
—¡Vamos…! —exclamó el capitán.
—No. Lo digo en serio —tan en serio que casi se había quedado sin aliento—. Las normas y el sistema del montaje administrativo han de ser suficientemente minuciosas, completas y rígidas para que en caso de haber funcionarios incompetentes, y a veces se nombra uno (sí, pueden reírse, pero también hay científicos incompetentes, y periodistas, y capitanes), en caso de haber algunos funcionarios incompetentes, digo, no causen mucho perjuicio. Porque, en e peor de los casos, el sistema marcha por sí mismo.
—Sí —refunfuñó el capitán, con acritud—, ¿y si nombran a un administrador capaz? Entonces éste queda atrapado dentro de la misma telaraña rígida y se ve sumido forzosamente en la mediocridad.
—En modo alguno —replicó Antyok con calor—. Un hombre capaz sabe maniobrar dentro de los limites de las normas y conseguir lo que desea.
—¿Cómo? —preguntó Bannerd.
—Pues…, pues… —de repente, Antyok se sentía incómodo—. Un método consiste en procurarte la calificación de prioridad A, o doble A, si es posible, para tu empresa.
El capitán echaba la cabeza para atrás con objeto de soltar una tremenda carcajada; pero no llegó a oírsele, porque la puerta se abrió de golpe y unos hombres asustados se precipitaron dentro de la habitación.
—Señor, las naves han desaparecido —gritaban—. Los no-humanos se han apoderado de ellas por la fuerza.
—¿Qué? ¿Todas?
—Sí, todas. Naves y criaturas…
Dos horas después volvían a estar reunidos los cuatro, a solas en la oficina de Antyok. Este decía fríamente:
—No han cometido ningún error. No han dejado ni una sola nave, ni siquiera la de entrenamiento, Zammo. Y no hay una sola nave del Gobierno disponible en toda esta mitad del Sector. Para cuando hayamos podido organizar la persecución, se encontrarán ya fuera de la Galaxia y a mitad de camino de las Nubes de Magallanes. Capitán, la responsabilidad de montar una guardia conveniente le incumbía a usted.
El capitán exclamó:
—Era el primer día que pasábamos fuera del espacio. ¿Quién podía saber…?
Zammo interrumpió acaloradamente:
—Espere un poco, capitán. Voy empezando a comprender. Antyok —dijo ahora con tono duro—, usted ha proyectado todo esto.
—¿Yo? —Antyok presentaba una expresión singularmente fría, casi indiferente.
—Esta misma noche nos ha dicho que un gobernador inteligente podía lograr que le asignaran una empresa con una prioridad A para lo que quisiera llevar a cabo. Usted consiguió esta asignación para ayudar a los no-humanos a huir.
—¿De veras? Usted perdone, pero ¿cómo es eso posible? Fue usted precisamente, en uno de sus informes, quien aludió al tema del descenso de la natalidad. Y fue Bannerd, aquí presente, el que con sus artículos sensacionalistas asustó a la Oficina hasta hacerles convertir la empresa en una de doble prioridad especial. Yo no he tenido nada que ver con todo ello.
—Usted sugirió que yo mencionase el promedio de natalidad —arguyó Zammo, violentamente.
—¿Yo? ¿De veras? —replicó Antyok sosegadamente.
—Ah, y el caso es —bramó de súbito Bannerd— que usted sugirió que mencionase el promedio de nacimientos en mis artículos.
Los tres le habían rodeado y lo acorralaban. Antyok se arrellanó en el sillón y dijo tranquilamente:
—No sé qué quieren decir con eso de sugerencias. Si me están acusando, tengan la bondad de atenerse a pruebas, pruebas legales. Las leyes del Imperio reclaman material escrito, filmado o transcrito, o declaraciones de testigos. Todas mis cartas como gobernador están archivadas aquí, en la Oficina y en otros sitios. Yo no he solicitado nunca una empresa con prioridad A. La Oficina me la asignó, y los responsables de que me la asignaran fueron Zammo y Bannerd. Al menos por escrito.
La voz de Zammo era casi un gruñido inarticulado.
—Usted me engatusó para que enseñara a esas criaturas a manejar una nave espacial.
—Eso lo sugirió usted. Tengo archivado el informe que redactó proponiendo que se estudiaran sus reacciones ante los instrumentos humanos. Y también lo tiene la Oficina. Las pruebas…, las pruebas legales son claras. Yo no he tenido nada que ver en todo ello.
—¿Ni siquiera con los globos? —preguntó Bannerd.
—Jamás pedí ninguno —respondió fríamente Antyok—. Eso fue una idea de la Oficina, aunque me figuro que los amigos de Bannerd, los de la Filosofía, respaldaron la idea.
Bannerd se estaba asfixiando. De pronto escupió:
—Usted le preguntó al jefe de los cefeidanos si sabía leer el pensamiento. Usted le indujo a manifestar interés por los globos.
—Vamos, vamos. Usted redactó personalmente la reseña de la conversación, que también tengo archivada. No podrá demostrar lo que dice —Antyok se puso en pie—. Tendrán que dispensarme. Debo preparar un informe para la Oficina.
Ya en la puerta, se volvió.
—En cierto modo, el problema de los no-humanos ha quedado solucionado, aunque sea solamente a gusto de ellos. Ahora se reproducirán, y tendrán un mundo que se habrán ganado por sí mismos. Era lo que querían.
»Otra cosa. No me acusen de tonterías. Llevo veintisiete años en el Servicio, y les aseguro que las pruebas escritas que he dejado bastan y sobran para demostrar que he obrado con toda fidelidad y pulcritud en todo lo que hice. Y, capitán, me alegraría mucho continuar nuestra conversación de hace un rato, cuando a usted le vaya bien, para explicarle cómo un gobernador capaz sabe mantenerse dentro de los trámites burocráticos y, no obstante, conseguir lo que quiere.
Llamaba la atención que una cara tan redonda, lisa, infantil, pudiera mostrar una sonrisa tan sardónica.
De: O. de P. E.
A: Loodun Antyok, Administrador Público Jefe, A-8.
Tema: Servicio Administrativo, Permanecer en el.
Referencia:
(a) Decisión Tribunal. Ser Ad. 22.874-Q, fecha 1/978 G. E.
1. En vista de la favorable opinión expresada por la referencia (a) queda usted absuelto por la presente de toda responsabilidad por la huida de los no-humanos de Cefeo 18. Se le pide que esté preparado para su próximo nombramiento.
R. Horpritt, jefe, Ser Ad., 15/978 G. E.
Las cartas que constituyen la mayor parte de este relato (que contiene uno de los raros ejemplos que he inventado de inteligencias extraterrestres) se fundan —como sin duda les gustará saber— en la clase de material que entraba y salía continuamente de la NAES (y, por lo que me consta, sigue entrando y saliendo). Ese estilo ampuloso no lo he inventado yo. No sabría inventarlo aunque quisiera.
Cuando se publicó el cuento, L. Sprague de Camp señaló muy satisfecho una laguna en el estilo de las mencionadas cartas: yo había cometido la ligereza de hacer que un funcionario de jerarquía inferior se dirigiese a otro de categoría superior diciendo, «se requiere» en lugar de «se sugiere». El inferior sólo puede sugerir, muy humildemente, y sólo el superior puede requerir con aspereza.
Callejón sin salida fue objeto de una distinción que me gustaría mencionar.
Después de la guerra empezó la avalancha de antologías de ciencia ficción, que desde entonces ha ido creciendo en anchura y profundidad. Pocos serán, si hay alguno, los escritores de ciencia ficción cuyas obras hayan pasado a formar parte de tantas antologías como las mías; pero el primer relato mío que se incluyó en una de ellas no fue Cae la noche, ni un «robot positrónico» ni una narración de la serie Fundación. Fue Callejón sin salida.
A principios de 1946 Groff Conklin sacaba la primera de sus numerosas antologías de ciencia ficción —la titulaba «Lo mejor de la ciencia ficción»— y allí encontrarán Callejón sin salida. Este relato, por el que Campbell me había pagado 148’75 dólares (un centavo tres cuartos por palabra), había ganado otros 42'50 dólares (medio centavo por palabra). Lo cual significa que Callejón sin salida me ha producido dos centavos y cuarto por palabra, lo cual representaba un precio muy elevado, por aquellos tiempos.
Hablando con toda propiedad, el dinero para la inclusión en la antología se lo dieron a Street & Smith; pero éstos tenían la sana costumbre de entregar ese dinero al autor, voluntariamente y sin que les obligara la ley a hacerlo así. Ésta fue la primera indicación de que una obra podía representar más dinero del que se cobra por su venta inicial.
El 8 de mayo de 1945, una semana antes de terminar El Mulo, terminó la guerra en Europa. Naturalmente, se inició entonces la desmovilización de tantos hombres como fuera posible de los que habían combatido en Europa, sustituyéndolos por otros, escogidos entre los que se lo habían pasado bien en la patria.
Hasta entonces, durante toda la guerra, yo había recibido periódicamente aplazamientos de mi entrada en filas por mi condición de químico investigador que trabajaba en un puesto importante para el esfuerzo bélico. Aunque había continuas revisiones de las normas de reclutamiento y raro era el mes que no parecía que un día u otro tuviese que ser reclutado. (Esto me tenía en vilo, se lo digo a ustedes, pero no tenía la sensación de sufrir un atropello. Lo que predominaba en mi ánimo era un sentimiento vago y escurridizo de culpa por no haber sido reclutado ya, junto con un poco de vergüenza por el alivio que me producían los aplazamientos.)
Durante 1944, la incertidumbre llegó al extremo de que me llamaron para un reconocimiento físico, y resultó que sufría una miopía tan acusada que me hacía inútil para el servicio militar.
Después del día de la victoria en Europa, se autorizó a la maestranza de Marina para que retuviese un tanto por ciento únicamente de los empleados que habían obtenido aplazamientos, dejando que los otros fueran reclutados. Era de suponer que la maestranza quería conservar los empleados más importantes; pero sabían una treta mejor, según la versión que se nos dio. Se quedaban todos aquellos empleados comprendidos en quinta que poseían las cualidades físicas requeridas para entrar en filas, y no extendían sus alas protectoras sobre los que no las poseían, fuese por exceso de edad o por defecto físico. De este modo confiaban continuar con todos… los aptos por haberlos declarado necesarios, y los viejos o inútiles físicamente… por estas mismas razones.
Yo, como empleado sin condiciones para el servicio militar, quedé comprendido entre los declarados no esenciales.
Y entonces (sin duda lo han adivinado) el Ejército rebajó las condiciones físicas requeridas. El resultado fue que los empleados de maestranza con mala vista u otros defectos leves se vieron en inminente peligro de entrar en filas, mientras que otros, que por todo lo demás valían lo mismo que ellos, salvo que se hallaban en buenas condiciones físicas, no estaban. (Tanto da que se rían un poco.)
Durante los cuatro meses que siguieron al día de la victoria en Europa, yo no hacía otra cosa que ir y venir y ocuparme del reclutamiento, y ningún día estaba seguro de si al siguiente no recibiría la orden de movilización. Mientras esperaba, las bombas atómicas caían sobre Hiroshima y Nagasaki, y los japoneses se rindieron formalmente el día 2.
El 7 de setiembre de 1945, recibí el aviso de alistamiento. No me gustó nada, por supuesto, pero traté de tomármelo filosóficamente. La guerra había terminado y, fueran cuales fuesen las dificultades que tuviera que afrontar durante los dos años que esperaba pasar en filas, al menos ninguna de ellas consistiría en que alguien disparase contra mí. Ingresé en el Ejército el 1 de noviembre de 1945, como soldado raso.
Naturalmente, durante todo el jaleo sobre el reclutamiento, que culminó con el ingreso en filas, no escribí nada. Hubo entonces una interrupción de ocho meses, la más larga en tres años.
El 7 de enero de 1946, no obstante, mientras todavía me debatía con la instrucción militar fundamental en Camp Lee (Virginia) empecé otro relato «robot positrónico», titulado Testimonio. Utilicé una máquina de escribir de uno de tos edificios administrativos.
Naturalmente, fue un trabajo lento. No terminé el primer borrador hasta el 17 de febrero, y entonces todo quedó interrumpido cuando, aquel mismísimo día, descubrí que figuraba entre los que serían enviados al Pacífico Sur a participar en la «Operación Encrucijada». Fue ésta la primera prueba atómica de la postguerra, en la isla de Bikini (que más tarde dio su nombre a un traje de baño tan breve como para reaccionar sobre el temperamento masculino —en teoría— como una bomba atómica). El hecho de que una semana después recibiera el cheque por la inclusión de Callejón sin salida en una antología contribuyó muy poco a elevar mi ánimo.
Partimos el 2 de marzo de 1946, viajando en tren y barco, y llegamos a Honolulú el 15 de marzo. Allí se inició una larga espera antes de que pudiéramos continuar hasta Bikini (la prueba de la bomba atómica se aplazó, por supuesto). Cuando el tiempo se me hizo demasiado largo, reemprendí Testimonio. Persuadí a un librero comprensivo para que me dejara encerrado en el edificio cuando cerraba para comer, de manera que pudiera disponer de una hora diaria para estar a solas con la máquina de escribir. Terminé el relato el 10 de abril, y al día siguiente lo envié por correo a Campbell.
El 29 de abril recibí aviso de que lo habían aceptado. Por aquellas fechas, el precio por palabra había subido a dos centavos.
Jamás fui a Bikini. En la metrópoli un error administrativo hizo que dejaran de pagarle la subvención a mi esposa. El 28 de mayo me enviaron a casa para indagar qué pasaba. Por la fecha en que llegué a Camp Lee, la confusión se había disipado. No obstante, puesto que ya estaba allí, solicité una «licencia para investigación» alegando que iba a reemprender el trabajo para mi doctorado. Salí del Ejército, con la graduación de cabo, el 26 de julio.
Testimonio fue el único relato que escribí vistiendo el uniforme.
En cuanto estuve fuera del Ejército tomé las medidas necesarias para volver a Columbia, después de una ausencia de algo más de cuatro años, a reanudar mis trabajos para la obtención del diploma, bajo la dirección del profesor Dawson.
En mi mente todavía no cabía la menor duda de que mi carrera era la química. En los cuatro años de matrimonio había escrito nueve relatos de ciencia ficción y una fantasía, y los había vendido todos… aunque todos a Campbell.
Si Unknown había perecido, pensaba, angustiado, Astounding también podía desaparecer. Si ocurría esto, o si Campbell se retiraba, no estaba nada seguro de continuar vendiendo mis producciones.
La situación se presentaba mejor en la postguerra que antes de la contienda, no cabe duda. Durante tos cuatro primeros años de mi matrimonio, había ganado, escribiendo, 2.667 dólares, o sea, un promedio de 13 dólares semanales. Esto era aproximadamente el cincuenta por ciento más de lo que había ganado de soltero, a pesar de escribir menos cuentos.
El precio por palabra se había doblado, y aún me quedaba la esperanza de los derechos adicionales, o sea de cobrar dinero por relatos ya vendidos. Callejón sin salida había sido incluido ya en una antología, y el 30 de agosto de 1946, sólo un mes después de haber salido del Ejército, me enteré de que había hecho otra venta similar. Una nueva antología de ciencia ficción, «Aventuras en el tiempo y el espacio», publicada por Raymond J. Healey y J. Francis McComas, incluiría Cae la noche, y yo cobraría por ello 66’50 dólares.
Además, lo de las antologías no fue lo único. Aquel mismo año, el número de setiembre de 1946 de Astounding llegó a los quioscos con Testimonio. (¡Ojalá hubiera sabido yo cuando lo escribía que por la fecha en que se publicase ya estaría fuera del Ejército, y sin contratiempo!) Casi al mismo tiempo, recibí un telegrama preguntándome cuánto quería por llevarla al cine. El caballero interesado resultó ser nada menos que Orson Welles. Con gran entusiasmo, el 20 de setiembre le vendía yo los derechos sobre el relato mencionado para la radio, la televisión y el cine, confiando hacerme famoso (rico no podía hacerme, porque el pago total ascendió únicamente a 250 dólares).
Por desgracia, no ocurrió nada. Hasta la fecha, Welles no ha utilizado nunca mi narración. Aunque el cheque sí fue útil para pagarme los estudios.
Sin embargo, a pesar de todo, todavía parecía incuestionable que pudiera confiar en ganarme ni siquiera el sustento un año de cada dos con mis escritos, y menos ahora que tenía mujer y confiaba, con el tiempo, en tener hijos.
Así pues, otra vez a estudiar, con una pequeña suma en la libreta de ahorros como parachoques, unas subvenciones del Gobierno por mi calidad de ex soldado y, naturalmente, con la esperanza de ganar un dinero suplementario escribiendo.
En setiembre escribí todavía otro cuento «robot positrónico», apresurándome a terminarlo antes de que empezara el semestre de otoño y tuviera que sumergirme en el trabajo. Campbell lo aceptó en seguida y lo publicó en el número de marzo de 1947 de Astounding. Posteriormente, este cuento y Testimonio fueron incluidos en Yo, robot.
Iniciado el semestre, se me hizo difícil encontrar tiempo para escribir. Hacia finales de 1946 logré empezar otro relato de la serie Fundación; lo titulé Now You See It… Lo terminé el 2 de febrero de 1947 y lo presenté a Campbell el 4. Por aquellas fechas estaba yo bastante harto de Fundación e intenté poner punto final a la serie con Now You See It…
Pero Campbell no lo quiso así. Tuve que revisar el final para que admitiese una continuación, y el día 14 Campbell lo aceptó. Apareció en el número de enero de Astounding y con el tiempo constituyó el primer tercio de mi libro Segunda Fundación.
En mayo de 1947 escribí una narración que, por primera vez en más de dos años, no era ni un relato de los de Fundación ni un «robot positrónico». Lo titulé ¡No hay relación! Lo ofrecí a Campbell el 26 de mayo, y lo aceptó el día 31.