Asimov y la SF posatómica

Con este tercer tomo finaliza la antología de relatos «juveniles» de Asimov, escritos en la década de los 40.

Tras la Segunda Guerra Mundial, y en función, sobre todo, del monstruoso genocidio de Hiroshima, el mundo, quizá por primera vez a escala masiva, toma conciencia del inmenso poder de la ciencia y la tecnología avanzada… y también del terrible peligro que encierran. Y, poco después, con la llamada «guerra fría», el espectro nuclear conjurado en Hiroshima, lejos de desvanecerse como una horrible y vergonzosa pesadilla, se concreta en una apocalíptica espada de Damocles suspendida sobre la cabeza de la Humanidad Son los años de la escalada de armamentos (solo aparentemente sublimada en la carrera espacial), los años neuróticos en que el estadounidense medio incluye entre sus aspiraciones inmediatas la de construirse un refugio antiatómico en el sótano de su casa.

De esta situación demencial sólo iban a beneficiarse los fabricantes de armas… y la ciencia ficción. La preocupación por el poder insospechado de la ciencia y la psicosis nuclear, parcialmente exorcizadas luego por la euforia de los primeros pasos por el espacio, constituyeron un óptimo caldo de cultivo para la proliferación de los relatos de SF.

Y Asimov pertenece precisamente —tal vez sea su máximo exponente— a esa afortunada generación de escritores de SF que se formaron durante los años 40 y alcanzaron su plenitud literaria en los 50, el período de mayor auge del género (lo que se ha llamado su «Edad de Oro»).

Si en los relatos de los dos tomos anteriores de esta antología —especialmente en el primero— asistíamos a los vacilantes tanteos iniciales de un autor joven en un terreno literario igualmente joven, en esta tercera selección ya se perfilan claramente los elementos temáticos y conceptuales que darán pie a varias de las más logradas obras de Asimov, así como algunas de las ideas que —a fuerza de ser abordadas una y otra vez y desde los más variados ángulos por diversos autores— acabarían convirtiéndose en «tópicos» (en un sentido no necesariamente peyorativo de la palabra) del género.

Así, en Sentencia de muerte nos encontramos ya con el concepto de «psicohistoria», ciencia hipotética que serviría de armazón al ciclo de las «Fundaciones» (de inminente publicación en esta misma colección), a la vez que expone una de las ideas que con el tiempo se convertiría en «clásica» dentro de la SF: la inquietante posibilidad de que el hombre sea poco más que un conejillo de indias en manos de una raza superior.

En Callejón sin salida nos encontramos no ya con la temática pero sí con el escenario de las «Fundaciones»: un Imperio Galáctico regido por una burocracia necesariamente desmesurada, donde la interpretación y empleo de los «cauces legales» se ha convertido en un arte complejísimo y a menudo desconcertante.

Por su parte, Madre Tierra (uno de los relatos más sutiles de la antología, aunque también el más irritante ideológicamente) constituye un claro antecedente de las novelas El sol desnudo y Las cuevas de acero, esta última considerada como un clásico de la SF policíaca.

Y al margen de las temáticas asimovianas habituales, No hay relación nos traslada a un futuro remotísimo en el que el hombre ha desaparecido de la faz del planeta, mientras que en La carrera de la Reina Roja tenemos la paradoja temporal en su forma más clásica, un tema espectacular aunque de rápido agotamiento, que en los años 50 sería explotado hasta la saciedad.

De este modo, con un avance de los temas y enfoques más característicos tanto de la producción asimoviana madura como de la SF de los 50 en general, termina esta triple antología, destinada principalmente a ofrecer un panorama de la evolución del género a través de una selección cronológica de relatos y comentarios de uno de sus principales exponentes, en una etapa decisiva tanto para el autor como para la SF.

CARLO FRABETTI