Para mi gran sorpresa, Chozo nos alcanzó a quince kilómetros al sur de Pradoval. Y no iba solo.
—¡Por todos los santos! —oí gritar a Un Ojo en la retaguardia, y—: Matasanos, ven y mira esto.
Fui hacia atrás. Y ahí estaba Chozo. Con un grimoso Cabestro.
—Le prometí que lo sacaría si podía —dijo Chozo—. Tuve que sobornar a algunas personas, pero no fue difícil. En estos momentos todo el mundo se preocupa sólo por sí mismo.
Miré a Cabestro. Él me miró.
—¿Y bien? —dije.
—Chozo me dio su palabra, Matasanos. Supongo que estoy con vosotros. Si me lleváis. No tengo ningún otro lugar adonde ir.
—Maldita sea. Si aparece Asa, perderé mi fe en la naturaleza humana. También hará volar en pedazos una idea que tengo. De acuerdo, Cabestro. Qué demonios. Simplemente recuerda que no estamos en Enebro. Ninguno de nosotros. Estamos huyendo de los Tomados. Y no tenemos tiempo de discutir acerca de quién hizo qué o a quién. Si quieres pelea, guárdala para ellos.
—Tú eres el jefe. Simplemente ponme al corriente de las cosas. —Me siguió de vuelta a la cabeza de la columna—. No hay mucha diferencia entre tu Dama y alguien como Krage, ¿no?
—Es un asunto de proporción —dije—. Quizá tengas tu oportunidad más pronto de lo que crees.
* * *
Silencioso y Otto salieron trotando de la oscuridad.
—Lo hicisteis bien —dije—. Los perros ni siquiera ladraron. —Había enviado a Silencioso porque dominaba bien a los animales.
—Todos han vuelto de los bosques y están metidos en sus camas —informó Otto.
—Bien. Adelante. En silencio. Y no quiero que nadie sufra daño. ¿Entendido? ¿Un Ojo?
—Te he oído.
—Goblin. Prestamista. Chozo. Vosotros vigilad los caballos. Haré una señal con una linterna.
Ocupar la posada fue más fácil que planearlo. Pillamos a todo el mundo dormido porque Silencioso había atontado a sus perros. El posadero despertó bufando y resoplando y aterrado. Lo llevé escaleras abajo mientras Un Ojo vigilaba a todos los demás, incluidos algunos viajeros que se encaminaban al norte y que representaban una complicación, pero que no causaron ningún problema.
—Siéntate —le dije al hombre gordo—. ¿Quieres té o cerveza por la mañana?
—Té —croó.
—Marchando. Bien. Hemos vuelto. No esperábamos hacerlo, pero las circunstancias han dictado un viaje por tierra. Quiero usar tu posada un par de días. Tú y yo necesitamos llegar a un acuerdo.
Lamprea trajo un té tan fuerte que apestaba. El hombre gordo apuró una taza del tamaño de las jarras en las que bebía su cerveza.
—No quiero hacer daño a nadie —proseguí, tras dar yo también un sorbo a mi taza—. Y te pagaré. Pero si lo quieres de este modo, tendrás que cooperar.
Gruñó.
—No quiero que nadie sepa que estamos aquí. Eso significa que ningún cliente puede marcharse. La gente que pase por aquí tiene que ver que las cosas parecen normales. ¿Lo captas?
Era más listo de lo que parecía.
—Estás esperando a alguien. —Ninguno de los hombres había imaginado aquello, no lo creo.
—Exacto. Alguien que te hará lo que esperas que yo te haga, sólo por estar aquí. A menos que mi emboscada funcione. —Tenía una loca idea. Podía hundirse si Asa me fallaba.
Creo que me creyó cuando afirmé que no tenía segundos planes para su familia. Por ahora. Preguntó:
—¿Es el mismo alguien que causó todo el tumulto en la ciudad ayer?
—Las noticias viajan aprisa.
—Las malas noticias sí.
—Sí. El mismo alguien. Mataron a unos veinte de los míos. También reventaron parte de la ciudad.
—Eso he oído. Como he dicho, las malas noticias viajan aprisa. Mi hermano fue una de las personas a las que mataron. Estaba en la guardia del Príncipe. Un sargento. Sólo uno de nosotros consiguió nunca nada. Fue muerto por algo que lo devoró, he oído. Pura hechicería.
—Sí. Es una mala cosa. Peor que mi amigo que no habla. —No sabía quién iría tras de nosotros. Estaba contando con que alguien lo hiciera, con Asa señalando el camino. También imaginaba que la persecución se desarrollaría rápidamente. Asa les diría que la Dama estaba camino de Pradoval.
El hombre gordo me miraba cautelosamente. El odio destellaba detrás de sus ojos. Intenté dirigirlo.
—Voy a matarle.
—Muy bien. ¿Lentamente? ¿Como a mi hermano?
—No lo creo. Si no es rápido y por sorpresa, ganará él. O ella. En realidad son dos. No sé cuál vendrá. —Imaginaba que podíamos ganar mucho tiempo si podíamos eliminar a uno de los Tomados. La Dama estaría malditamente ocupada durante un tiempo con castillos negros con sólo dos pares de manos para ayudarla. También tenía una deuda emocional que pagar, y un mensaje que aclarar.
—Déjame alejar a mi esposa y los chicos —dijo—. Yo me quedaré contigo.
Deslicé mi mirada hacia Silencioso. Hizo un ligero gesto de asentimiento con la cabeza.
—Muy bien. ¿Qué hay de tus huéspedes?
—Los conozco. Se quedarán sin causar problemas.
—Bien. Ve a ocuparte de lo tuyo.
Se fue. Entonces tuve que enfrentarme con Silencioso y los demás. No había sido elegido para el mando. Estaba dejándome llevar por el impulso como el oficial de mayor graduación presente. Durante un tiempo las cosas se pusieron tensas. Pero ganó mi punto de vista.
El miedo es un motivador maravilloso. Motivó a Goblin y a Un Ojo como ninguna otra cosa que jamás hubiera visto. También motivó a los hombres. Prepararon todos los trucos que pudieron imaginar. Trampas. Escondites desde los cuales podía lanzarse un ataque, cada uno disimulado con un conjuro de ocultación. Armas preparadas con atención fanática.
Los Tomados no son invulnerables. Son simplemente duros de alcanzar, y todavía más cuando están preparados para enfrentarse aproblemas. Viniera quien viniese.
Silencioso fue a los bosques con la familia del posadero. Regresó con un halcón que domesticó en un tiempo récord, y lo envió a patrullar el camino entre Pradoval y la posada. Así estaríamos avisados anticipadamente.
El posadero preparó platos aliñados con veneno, aunque le advertí que los Tomados raramente comían. Pidió consejo a Silencioso acerca de sus perros. Tenía toda una jauría de mastines salvajes y deseaba utilizarlos en la acción. Silencioso les halló un lugar en el plan. Hicimos todo lo que pudimos, y luego nos sentamos a esperar. Cuando terminó mi turno, fui en busca de algo de descanso.
Ella vino. Apareció casi en el momento mismo en que cerré los ojos. Por un momento me sumí en el pánico, intentando borrar de mi mente mi localización y mis planes. ¿Pero para qué? Ya me había localizado. Lo que había que ocultar era la emboscada.
—¿Has reconsiderado las cosas? —preguntó—. No puedes rechazarme. Te deseo, médico.
—Entonces, ¿por qué enviaste a Susurro y al Renco? ¿Para hacernos volver al redil? Mataron a la mitad de nuestros hombres, perdieron la mayoría de los suyos, destrozaron la ciudad, y no hicieron ni un solo amigo. ¿Es así como piensas conseguir que volvamos?
Ella no había tomado parte en nada de aquello, por supuesto. Prestamista había dicho que los Tomados estaban actuando por su cuenta. Deseaba ponerla furiosa y distraerla. Deseaba saber su reacción.
Dijo:
—Se supone que tenían que encaminarse de vuelta al Túmulo.
—Seguro que sí. Sólo que siguen sus propios planes cada vez que se les antoja, para saldar cuentas con diez años de antigüedad.
—¿Saben dónde estás?
—Todavía no. —Ahora tenía la sensación de que ella tampoco podía localizarme exactamente—. Estoy fuera de la ciudad, escondido.
—¿Dónde?
Dejé que rezumara una imagen.
—Cerca del lugar donde está creciendo el nuevo castillo. Era el lugar más cercano que pudimos encontrar. —Imaginé que era imperativo un poco de verdad. De todos modos, deseaba que ella supiera el regalo que pensaba dejar.
—Quédate donde estás. No atraigas la atención. Llegaré pronto.
—Eso imaginé.
—No tientes mi paciencia, médico. Me diviertes, pero no eres invulnerable. Estos días mi temperamento está exaltado. Esta vez Susurro y el Renco han tentado demasiado su suerte.
La puerta de la habitación se abrió. Un Ojo dijo:
—¿Con quién estás hablando, Matasanos?
Me estremecí. Estaba al otro lado del resplandor, sin verlo. Yo estaba despierto. Respondí:
—Con mi amiga —y reí quedamente.
Un instante más tarde soporté un momento de intenso vértigo. Algo pareció desgajarse de mí, dejando un aroma a la vez de regocijo y de irritación. Me recuperé, hallé a Un Ojo arrodillado junto a mí, con el ceño fruncido.
—¿Qué ocurre? —preguntó.
Sacudí la cabeza.
—Parece como si me hubieran vuelto la cabeza del revés. No puede haber sido esa cerveza. ¿Qué demonios pasa?
Frunció suspicazmente el ceño.
—El halcón de Silencioso ha vuelto. Vienen. Baja conmigo. Necesitamos reajustar el plan.
—¿Vienen? ¿Varios?
—El Renco y nueve hombres. Eso es lo que quiero decir, necesitamos reajustar el plan. En estos momentos las posibilidades parecen demasiado buenas para el otro bando.
—Sí. —Debían de ser hombres de la Compañía. La posada no les engañaría. Las posadas son los ejes de la vida tierra adentro. El Capitán las usaba con frecuencia para atraer a los Rebeldes.
Silencioso no tenía mucho que añadir, excepto que teníamos tan sólo el tiempo que necesitarían nuestros perseguidores para cubrir diez kilómetros.
—¡Hey! —La vieja idea repentina. De pronto supe por qué los Tomados habían venido a Pradoval—. ¿Tienes un carro y su tiro? —le pregunté al posadero. Todavía no sabía su nombre.
—Sí. Lo utilizo para traer provisiones de Pradoval, del molino, del cervecero. ¿Por qué?
—Porque los Tomados están buscando esos papeles por los que hemos venido hasta aquí. —Tuve que revelar su procedencia.
—¿Los mismos que desenterramos en el Bosque Nuboso? —preguntó Un Ojo.
—Sí. Mirad. Atrapaalmas me dijo que en ellos está el auténtico nombre del Renco. También incluyen los papeles secretos del hechicero Bomanz, donde supuestamente se halla codificado el auténtico nombre de la Dama.
—¡Huau! —dijo Goblin.
—Exacto.
—¿Qué tiene que ver esto con nosotros? —preguntó Un Ojo.
—El Renco quiere recuperar su nombre. Supongamos que ve a un puñado de gente y un carro abandonar este lugar. ¿Qué imaginará? Asa le engañó diciéndole que estaban con Cuervo. Asa no sabe todo lo que hemos estado haciendo.
Silencioso intervino por signos.
—Asa está con el Renco.
—Correcto. Hizo lo que yo deseaba. Bien. El Renco imagina que estamos huyendo con los papeles. En especial si dejamos flotar unos cuantos indicios a nuestro alrededor.
—Ahora lo capto —dijo Un Ojo—. Excepto que no tenemos hombres suficientes para llevarlo a cabo. Sólo Cabestro y el posadero, al que Asa no conoce.
—Creo que será mejor que dejemos de hablar y empecemos a actuar —dijo Goblin—. Se están acercando.
Llamé al hombre gordo.
—Tus amigos del sur tienen que hacernos un favor. Diles que es su única posibilidad de salir de aquí con vida.