Y un buen desayuno tomamos. Le di al posadero otra moneda de plata como propina. Debió de considerarme loco.
Casi un kilómetro camino arriba Un Ojo señaló un alto.
—¿Simplemente vas a dejarlos así? —preguntó.
—¿A quiénes?
—A esa gente. El primer Tomado que llegue aquí descubrirá todo lo que hicimos.
Mi corazón dio un vuelco. Sabía a lo que se refería. Había pensado en ello antes. Pero era incapaz de dar la orden.
—No importa —dije—. Todo el Mundo en Pradoval va a saber que nos hemos marchado.
—Todo el mundo en Pradoval no sabe a dónde nos dirigimos. No me gusta la idea más que a ti, Matasanos. Pero tenemos que cortar el rastro en alguna parte. Cuervo no lo hizo. Y nosotros vamos tras él.
—Sí. Lo sé. —Miré a Asa y Chozo. Tampoco se lo estaban tomando bien. Asa, al menos, imaginaba que él sería el próximo.
—No podemos llevarlos con nosotros, Matasanos.
—Lo sé.
Giró en redondo, empezó a volver sobre sus pasos. Solo. Ni siquiera Otto se le unió, y Otto tenía muy poca conciencia.
—¿Qué va a hacer? —preguntó Asa.
—Usar su magia para hacerles olvidar —mentí—. Sigamos. Podrá alcanzarnos.
Chozo no dejó de lanzarme miradas. Supongo que se parecían a las que debió de lanzarle a Cuervo cuando descubrió que Cuervo estaba en el negocio de los cadáveres. No dijo nada.
Un Ojo nos alcanzó una hora más tarde. Estalló en una carcajada.
—Se habían ido —dijo—. Toda la bendita gente, con todos sus perros y su ganado. A los bosques. Malditos campesinos. —Se rió de nuevo, casi histéricamente. Sospeché que se sentía aliviado.
—Han pasado dos días y un poco más —dije—. Apresurémonos. Cuanto antes partamos, mejor.
Alcanzamos las afueras de Pradoval cinco horas más tarde, sin habernos apresurado tanto como hubiera deseado. Cuando entramos en la ciudad nuestro paso se hizo más lento. Creo que todos lo captamos. Finalmente me detuve.
—Pivo, tú y Asa id por ahí y ved lo que podéis escuchar. Esperaremos en aquella fuente de ahí. —No había niños por las calles. Los adultos que vi parecían aturdidos. Aquellos que se cruzaban con nosotros se apartaban tanto como les era posible.
Pivo estuvo de vuelta en dos minutos. No había perdido el tiempo.
—Problemas graves, Matasanos. Los Tomados llegaron aquí esta mañana. Gran jaleo en los muelles.
Miré en aquella dirección. Un fantasma de humo se elevaba hacia el cielo en aquel lugar, como si señalara los residuos de un gran incendio. El cielo al oeste, en la dirección hacia la que soplaba el viento, tenía un aspecto sucio.
Asa regresó un minuto más tarde con la misma noticia y más.
—Ha habido una gran pelea con el Príncipe. Algunos dicen que todavía no ha terminado.
—No puede haber sido una pelea muy grande —dijo Un Ojo.
—No sé —murmuré—. Ni siquiera la Dama puede estar en todas partes a la vez. ¿Cómo demonios llegaron tan rápido hasta aquí? Ya no tienen alfombras.
—Por tierra —dijo Chozo.
—¿Por tierra? Pero…
—Es más corto que por mar. El camino es más directo. Si cabalgas duro, día y noche, puedes hacerlo en dos días. Cuando era chico solían hacer carreras. Se interrumpieron cuando el nuevo Duque se hizo con el poder.
—Supongo que no importa. Bien. ¿Y ahora qué?
—Descubramos lo que ha pasado —dijo Un Ojo. Murmuró—: Si ese bastardo de Goblin se ha hecho matar, le retorceré el cuello.
—Muy bien. Pero ¿cómo lo hacemos? Los Tomados nos conocen.
—Yo iré —se ofreció voluntario Chozo.
No se pueden imaginar miradas más duras que las que lanzamos a Chozo de Castañas. Se estremeció por un momento. Luego:
—No dejaré que me atrapen. De todos modos, ¿por qué deberían fijarse en mí? No me conocen.
—Muy bien —dije—. Movámonos.
—Matasanos…
—Debemos confiar en él, Un Ojo. A menos que quieras ir tú mismo.
—No. Chozo, si lo estropeas me ocuparé de ti aunque tenga que hacerte volver de la tumba.
Chozo sonrió débilmente, se marchó. A pie. No mucha gente cabalga por las calles de Pradoval. Hallamos una taberna y nos aposentamos en ella, dos hombres en la calle para vigilar. El sol se había puesto antes de que Chozo regresara.
—¿Y bien? —pregunté, pidiendo otra jarra de cerveza.
—No son buenas noticias. Vuestra gente está atrapada. Vuestro Teniente desamarró el barco. Veinte, veinticinco de los vuestros resultaron muertos. El resto partió con el barco. El Príncipe perdió…
—No todos ellos —dijo Un Ojo, y señaló con un dedo por encima de su jarra—. Alguien te siguió, Chozo.
Chozo se volvió, aterrado.
Goblin y Prestamista estaban de pie en la puerta. Presta no estaba en muy buen estado. Entró cojeando y se derrumbó en una silla. Comprobé sus heridas. Goblin y Un Ojo intercambiaron miradas que tal vez significaran algo, pero que probablemente significaban tan solo que se alegraban de verse.
Los demás clientes de la taberna empezaron a desaparecer. La noticia de quiénes éramos se había difundido. Sabían que había mala gente persiguiéndonos.
—Siéntate, Goblin —dije—. Pivo, tú y Otto id a buscar caballos de refresco. —Les di la mayor parte del dinero que tenía—. Y también todas las provisiones que podáis adquirir. Creo que nos espera un largo viaje. ¿No es así, Goblin?
Asintió.
—Oigámoslo.
—Susurro y el Renco aparecieron esta mañana. Venían con cincuenta hombres. Hombres de la Compañía. Buscándonos. Hicieron tanto ruido que los oímos llegar. El Teniente envió aviso a todos los que estaban en tierra. Algunos no consiguieron subir a bordo a tiempo. Susurro se encaminó hacia el barco. El Teniente tuvo que largar amarras. Dejamos diecinueve hombres atrás.
—¿Qué estáis haciendo aquí?
—Me ofrecí voluntario. Salté por la borda desde más allá de la punta, nadé hasta la orilla, regresé para esperaros. Se suponía que debía deciros dónde encontraros con el barco. Tropecé con Presta por accidente. Estaba remendándolo un poco cuando vi a Chozo husmeando por ahí. Lo seguimos hasta aquí.
Suspiré.
—Se encaminan a Humero, ¿eh?
Se mostró sorprendido.
—Sí. ¿Cómo lo sabes?
Se lo expliqué brevemente.
—Presta —dijo—, será mejor que les digas lo que sabes. Presta fue atrapado en la orilla. Es el único superviviente que pude encontrar.
—Esto es una aventura privada de los Tomados —dijo Presta—. Se presentaron aquí de improviso. Se suponía que debían de estar en alguna otra parte. Imaginé que era una oportunidad de desquitarse, supongo, ahora que no estamos en la lista de los favoritos de la Dama.
—¿Ella no sabe que están aquí?
—No.
Dejé escapar una risita. Pese a la gravedad de la situación, no pude evitarlo.
—Entonces van a encontrarse con una sorpresa. La vieja zorra no va a tardar en aparecer también. Tenemos otro castillo negro creciendo aquí.
Varios de ellos me miraron de reojo, preguntándose cómo podía saber lo que estaba haciendo la Dama. No le había explicado mi sueño a nadie excepto al Teniente. Terminé de informar a Prestamista.
—Puedes viajar, pero tómatelo con calma. ¿Cómo descubriste todo eso?
—Tembloroso. Hablamos un poco antes de que intentara matarme.
—¿Tembloroso? —bufó Un Ojo—. ¿Qué demonios?
—No sé lo que los Tomados les dijeron. Pero estaban excitados. Querían nuestros culos. Los muy mamones. La mayoría de ellos resultaron muertos a causa de eso.
—¿Muertos?
—El Príncipe…, se puso furioso de que los Tomados fueran por ahí como si la ciudad les perteneciera. Hubo una gran pelea con el Renco y nuestros chicos. Nuestros chicos fueron prácticamente barridos. Quizá lo hubieran hecho mejor si antes hubieran podido descansar.
Curioso. Hablábamos como si aquellos hombres y nosotros no nos hubiéramos convertido de algún modo en mortales enemigos. Y en mi caso sintiéndome amargado hacia los Tomados por haber hecho que me volviera contra ellos.
—¿Dijo algo Tembloroso acerca de Enebro?
—Sí. Tuvieron un auténtico baño de sangre a la antigua ahí arriba. No quedó mucho de nada. Contándonos a nosotros, la Compañía se vio reducida a seiscientos hombres cuando la Dama terminó con el castillo. Muchos más hombres resultaron muertos en los tumultos que siguieron, cuando ella vació las Catacumbas. Toda la maldita ciudad se volvió loca, con ese Hargadón liderando la revuelta. Nuestros hombres se vieron atrapados en Tejadura. Entonces la Dama perdió los estribos. Aplastó lo que quedaba de la ciudad.
Sacudí la cabeza.
—El Capitán adivinó lo de las Catacumbas.
—Jornada se hizo cargo de lo que quedaba de la Compañía —dijo Goblin—. Se suponía que debían marcharse con el botín tan pronto como lo hubieran reunido. La ciudad estaba tan destruida que no había ninguna razón para quedarse.
Miré a Chozo. Es imposible imaginar un rostro más pálido. El dolor y las preguntas se retorcían en su interior. Deseaba saber algo sobre su gente. No se atrevía a hablar por miedo de que alguien pudiera acusarle.
—No es culpa tuya, hombre —le dije—. El duque pidió a la Dama que acudiera antes de que tú te implicaras en ello. Hubiera ocurrido no importa lo que tú hubieses hecho.
—¿Cómo puede la gente hacer cosas así?
Asa le lanzó una mirada extraña.
—Chozo, eso es una tontería. ¿Cómo pudiste hacer tú todo lo que hiciste? La desesperación, eso es todo. Todo el mundo está desesperado. Hace locuras.
Un Ojo me lanzó una mirada de ¿qué hay acerca de eso? Incluso Asa podía pensar a veces.
—Presta. ¿Dijo algo Tembloroso acerca de Elmo? —Elmo seguía siendo mi mayor pesar.
—No. No pregunté. No tuvimos mucho tiempo.
—¿Cuál es el plan? —quiso saber Goblin.
—Nos dirigiremos al sur cuando Pivo y Otto vuelvan con los caballos y las provisiones. —Un suspiro—. Van a ser tiempos duros. Tengo quizás un par de levas. ¿Qué hay de vosotros, chicos?
Catalogamos nuestros recursos. Dije:
—Tenemos problemas.
—El Teniente envió esto. —Goblin depositó un saquito sobre la mesa. Contenía cincuenta monedas de plata del castillo del botín de Cuervo.
—Eso ayudará. Pero tendremos que seguir rezando.
—Yo tengo algo de dinero —ofreció Chozo—. Bueno, bastante. Está allá donde vivía.
Le miré fijamente.
—No tienes que participar. Tú no formas parte de esto.
—Sí formo.
—Desde que te conozco no has dejado de intentar huir…
—Ahora tengo algo por lo que luchar, Matasanos. Lo que le hicieron a Enebro. No puedo dejarlo pasar.
—Yo tampoco —dijo Asa—. Todavía tengo la mayor parte del dinero que me dio Cuervo después de que asaltáramos las Catacumbas.
Miré en silencio a los demás. No respondieron. La decisión era cosa mía.
—De acuerdo. Id a buscarlo. Pero no os demoréis. Quiero marcharme tan pronto como pueda.
—Puedo alcanzaros por el camino —dijo Chozo—. No veo por que Asa no pueda también. —Se levantó. Tendió tímidamente la mano. Vacilé tan sólo un momento.
—Bienvenido a la Compañía Negra, Chozo.
Asa no hizo el mismo ofrecimiento.
—¿Crees que volverán? —preguntó Un Ojo después de que se hubieron ido.
—¿Qué opinas tú?
—Nada. Espero que sepas lo que estás haciendo, Matasanos. Podrían poner a los Tomados tras nuestro rastro si los cogen.
—Sí. Podrían. —De hecho, contaba con ello. Se me había ocurrido otra perversa idea—. Tomemos otra ronda. Va a ser la última durante largo tiempo.