Alcé la vista a Chozo. Parecía resignado.
—Te atrapamos antes de lo que esperabas, ¿eh?
Balbuceó algo. Pude extraer poco sentido a lo que dijo porque estaba hablando de varias cosas a la vez. Cuervo. Las criaturas del castillo negro. Sus posibilidades de emprender una nueva vida. Sus problemas.
—Tranquilízate, Chozo. Estamos de tu lado. —Le expliqué la situación, diciéndole que teníamos cuatro días para encontrar a Linda. Halló difícil creer que la chica que había trabajado en El Lirio de Hierro pudiera ser la Rosa Blanca de los Rebeldes. No discutí con él, simplemente presenté los hechos—. Cuatro días, Chozo. Luego la Dama y los Tomados pueden estar aquí. Y te garantizo que ella te buscará a ti también. Ahora saben que falseamos tu muerte. Ahora probablemente han interrogado ya a la gente suficiente como para tener una idea de lo que pasó en Enebro. Estamos luchando por nuestras vidas, Chozo. —Contemplé el gran montículo negro y dije a nadie en particular—: Y esta cosa no nos ayuda malditamente en nada.
Examiné de nuevo los huesos.
—Lamprea, ve lo que puedes sacar de esto. Un Ojo, tú y Asa repasad exactamente lo que él vio ese día. Paso a paso. Pivote, tú interpreta a Cuervo para ellos. Chozo, ven aquí conmigo.
Tanto Asa como Chozo hicieron lo indicado. Chozo, aunque estremecido por nuestro regreso a su vida, no parecía presa del pánico. Lo observé mientras Lamprea examinaba el suelo centímetro a centímetro. Chozo parecía haber crecido, haber hallado en sí algo que no había tenido la oportunidad de encontrar en el estéril suelo de Enebro.
Susurró:
—Mira, Matasanos, no sé nada acerca de todo eso de la Dama viniendo y de que tenéis que encontrar a Linda. Ni me importa. —Señaló el montículo negro—. ¿Qué piensas hacer sobre esto?
—Una buena pregunta. —Chozo no tenía que explicar lo que significaba. Significaba que el Dominador no había aceptado su derrota final en Enebro. Había hecho su apuesta por anticipado. Tenía otro portal desarrollándose aquí, y creciendo rápido. Asa tenía razón temiendo a las criaturas del castillo. El Dominador sabía que tenía que apresurarse, aunque dudaba que esperara ser encontrado tan pronto—. No hay mucho que podamos hacer, cuando piensas bien en ello.
—Pero tenéis que hacer algo. Mira, lo sé. Tuve tratos con esas cosas. Lo que nos hicieron a mí y a Cuervo y a Enebro… Demonios, Matasanos, no puedes dejar que pase de nuevo aquí.
—No he dicho que no deseara hacer algo. He dicho que no puedo. No le pides a un hombre con una navaja de bolsillo que tale un bosque y construya una ciudad. No dispone de las herramientas.
—¿Quién dispone de ellas?
—La Dama.
—Entonces…
—Tengo mis límites, amigo. No voy a dejarme matar por Pradoval. No voy a dejar que mi gente sea barrida por una gente a la que no conozco. Quizá tengamos una deuda moral. Pero no creo que sea tan grande como eso.
Gruñó, comprendiendo sin aceptar. Yo estaba sorprendido. Sin que hubiera dicho demasiado, tuve la sensación de que Chozo había iniciado una cruzada. Un gran villano intentando comprar su redención. No le culpaba en lo más mínimo por ello. Pero podía hacerlo sin la Compañía y sin mí.
Observé a Un Ojo y a Asa recorrer con Pivote siguiendo todo lo que había hecho Cuervo el día que murió. Desde donde estaba sentado no podía ver ningún fallo en la historia de Asa. Esperaba que Un Ojo tuviera una visión mejor. Si había alguien que pudiera hallar el ángulo adecuado era él. Era tan bueno con la magia de escenario como con la auténtica hechicería.
Recordé que Cuervo había sido también bastante bueno con los trucos. Había hecho aparecer cuchillos de la nada. Pero tenía otros trucos con los que había entretenido a Linda.
—Mira aquí, Matasanos —dijo Lamprea.
Miré. No vi nada anormal.
—¿Qué?
—Cruzando la hierba en dirección al montículo. Casi ha desaparecido ya, pero está ahí. Como un rastro. —Mantuvo separadas las hojas de hierba.
Me tomó un tiempo verlo. Sí, el más débil atisbo de algo brillante, como el rastro viejo del paso de un caracol. Un escrutinio más detenido mostró que debió de empezar más o menos allá donde había estado el corazón del cadáver. Fue preciso un poco de trabajo para poder discernirlo, porque los carroñeros habían desgarrado los restos.
Examiné la mano desprovista de carne. Los anillos seguían en los dedos. También había diversos pertrechos de metal y varios cuchillos esparcidos por los alrededores.
Un Ojo trabajó por encima de Lamprea sobre los huesos.
—¿Y bien? —pregunté.
—Es posible. Con un poco de mala orientación y magia de escenario. No podría decirte cómo lo hizo. Si lo hizo.
—Tenemos el cuerpo —dije, señalando los huesos.
—Es él —insistió Asa—. Mirad. Todavía lleva sus anillos. Y ésta es la hebilla de su cinturón, y la espada y los cuchillos. —Pero una sombra de duda se arrastró en su voz. Estaba empezando a decantarse hacia mi lado.
Y yo seguía preguntándome por qué el hermoso barco nuevo no había sido reclamado.
—Lamprea. Mira alrededor en busca de signos de alguien que fuera en otra dirección. Asa. ¿Has dicho que te fuiste tan pronto como viste lo que estaba ocurriendo?
—Sí.
—Bien. Dejemos de preocuparnos por eso e intenta imaginar lo que ocurrió aquí. Simplemente mira, este hombre muerto tenía algo que se convirtió en eso. —Señalé el montículo. Me sorprendió que tuviera tan poco problema en ignorarlo. Supongo que puedes acostumbrarte a cualquier cosa. Había desfilado alrededor del grande en Enebro hasta perder ese frío temor que me había aferrado durante un tiempo. Quiero decir, si los hombres pueden acostumbrarse a los mataderos, o a mi trabajo —soldado o cirujano—, entonces pueden acostumbrarse a cualquier cosa.
—Asa, tú estuviste con Cuervo. Chozo, él vivió en tu casa durante un par de años, y tú fuiste su socio. ¿Qué se trajo de Enebro que pudiera haber nacido a la vida y convertirse en eso?
Sacudieron las cabezas y miraron los huesos. Les dije:
—Pensad intensamente. Chozo, tenía que ser algo que tuviera cuando lo conocisteis. Dejó de subir a la colina mucho tiempo antes de que se encaminara al sur.
Pasaron uno o dos minutos. Lamprea había empezado a abrirse camino a lo largo del borde del claro. Yo tenía pocas esperanzas de que pudiera hallar huellas tanto tiempo después del hecho. No era un hombre de los bosques, pero conocía a Cuervo.
De pronto Asa jadeó.
—¿Qué? —restallé.
—Todo está aquí. Todo el metal, ¿sabes? Incluso sus botones y todo lo demás. Excepto una cosa.
—¿Qué?
—El collar que llevaba. Sólo lo vi un par de veces… ¿Qué ocurre, Chozo?
Me volví. Chozo estaba aferrándose el pecho encima del corazón. Su rostro estaba tan blanco como el mármol. Intentó buscar palabras que no querían salir. Empezó a arrancarse la camisa.
Pensé que estaba sufriendo un ataque. Pero cuando tendí la mano hacia él para ayudarle se abrió la camisa y agarró algo que llevaba alrededor del cuello. Algo que colgaba de una cadena. Intentó arrancarlo por pura fuerza. La cadena no se rompió.
Le obligué a sacársela por encima de la cabeza, se la arrebaté de sus rígidos dedos, se la tendí a Asa.
Asa palideció un poco.
—Sí. Ésa es.
—Plata —dijo Un Ojo, y miró significativamente a Lamprea.
Ése también opinaba lo mismo. Y puede que tuviera razón.
—¡Lamprea! Ven aquí.
Un Ojo tomó la cosa, la alzó a la luz.
—Una buena artesanía —murmuró, luego la arrojó al suelo y saltó como una rana fuera de su hoja de lirio de agua. Mientras trazaba un arco en el aire, ladró como un chacal.
Destelló una luz. Me di la vuelta. Dos criaturas del castillo estaban de pie al lado del montículo negro, inmovilizadas a medio paso, en el acto de correr hacia nosotros. Chozo maldijo. Asa chilló. Pivote pasó rápidamente por mi lado y hundió hasta la empuñadura su hoja en un pecho. Yo hice lo mismo, tan confundido que ni siquiera recordé las dificultades que había tenido en nuestro anterior encuentro.
Ambos golpeamos al mismo tiempo. Ambos retiramos rápidamente nuestras armas.
—El cuello —jadeé—. Busca la vena en el cuello.
Un Ojo estaba en pie de nuevo, listo para la acción. Me dijo más tarde que había captado movimiento con el rabillo del ojo, había saltado justo a tiempo para eludir algo lanzado contra él. Sabían a quién atacar primero. Quién era el más potente.
Lamprea vino desde atrás cuando las cosas empezaron a moverse, añadió su hoja a la confrontación. Lo mismo hizo Chozo, para mi sorpresa. Saltó a la refriega con un cuchillo de un palmo de largo, se agachó, se lanzó contra los corvejones.
La cosa fue breve. Un Ojo nos había proporcionado el momento que necesitábamos. Fueron testarudos al respecto, pero murieron. El último en caer miró a Chozo, sonrió y dijo:
—Chozo de Castañas. Serás recordado.
Chozo empezó a temblar.
—Te conocía, Chozo —dijo Asa.
—Es uno a quien le entregué cuerpos. Todas las veces menos una.
—Espera un minuto —señalé—. Sólo una criatura escapó de Enebro. No parece probable que fuera el que tú conocías… —Me detuve. Había observado algo inquietante. Las dos criaturas eran idénticas. Incluso una cicatriz que cruzaba su pecho cuando retiré sus oscuras ropas. La criatura que el Teniente y yo habíamos arrastrado colina abajo tras haberla matado delante de la puerta del castillo tenía una cicatriz idéntica.
Mientras todos los demás sufrían los temblores post ataque, Un Ojo preguntó a Lamprea:
—¿Viste algo plateado alrededor de Huesos Viejos? ¿Cuando comprobaste la primera vez?
—Uh…
Un Ojo alzó el collar de Chozo.
—Puede que se pareciera a esto. Fue lo que lo mató.
Lamprea tragó saliva y rebuscó en un bolsillo. Sacó un collar idéntico al de Chozo, excepto que las serpientes no tenían ojos.
—Ajá —dijo Un Ojo, y alzó el collar de Chozo a la luz—. Ajá. Fueron los ojos. Cuando el momento fue el correcto. El momento y el lugar.
Yo estaba más interesado en qué otra cosa podía salir del montículo negro. Arrastré a Lamprea hacia el lado, hallé la entrada. Parecía como la entrada a una choza de barro. Supongo que no se convertiría en una auténtica puerta hasta que el lugar hubiera crecido lo suficiente. Señalé las huellas.
—¿Qué te dicen?
—Me dicen que hay mucho ajetreo aquí y que deberíamos marcharnos. Hay más de ellos.
—Sí.
Nos reunimos con los demás. Un Ojo estaba envolviendo el collar de Chozo con un trozo de tela.
—Volvemos a la ciudad. Voy a sellar esto en algo hecho de acero y a hundirlo en el puerto.
—Destrúyelo, Un Ojo. El mal siempre halla su camino de vuelta. El Dominador es un ejemplo perfecto.
—Sí. De acuerdo. Si puedo.
La acometida de Elmo al interior del castillo negro acudió a mi mente mientras lo organizaba todo para salir de allí. Había cambiado de opinión acerca de pasar la noche fuera de Pradoval. Podíamos recorrer la mayor parte del camino de vuelta antes de que cayera la noche. Pradoval, como Enebro, no tenía murallas ni puertas. No podíamos quedar encerrados fuera.
Dejé que Elmo descansara en la parte de atrás de mi cabeza hasta que el pensamiento madurara. Cuando lo hizo, me sentí estupefacto.
Un árbol asegura su reproducción enviando un millón de semillas. Una seguramente sobrevivirá, y crecerá un nuevo árbol. Imaginé una horda de luchadores entrando de las entrañas del castillo negro y hallando amuletos de plata por todas partes. Los imaginé llenándose los bolsillos.
Tenía que ser así. Aquel lugar estaba condenado. El Dominador debió de saberlo antes incluso que la Dama.
Mi respeto hacia el viejo diablo creció. El hábil bastardo.
No fue hasta que estuvimos de vuelta en el Camino a Tembloso que pensé en preguntarle a Lamprea si había visto alguna evidencia de que alguien hubiera abandonado el claro por otro camino.
—No —dijo—. Pero eso no significa nada.
—No perdamos el tiempo parloteando —dijo Un Ojo—. Chozo, ¿no puedes hacer que esa maldita mula tuya vaya un poco más aprisa?
Estaba asustado. Y si él lo estaba, yo aún lo estaba más.