No pasé una buena noche tras visitar el barco de Cuervo. Fue una noche de sueños. O de pesadillas, si lo prefieren. O de terrores que no me atreví a mencionar cuando desperté, porque los otros ya tenían bastantes problemas y miedos.
Ella vino a mí en mi sueño, como no había hecho desde nuestras deprimentes retiradas cuando los Rebeldes se cerraban sobre Hechizo, hacía tanto tiempo. Vino, un resplandor dorado que tal vez no fuera un sueño en absoluto, porque parecía estar allí en la habitación que compartía con otros cinco hombres, iluminándolos a ellos y a la habitación mientras yo permanecía tendido allí con el corazón martilleando, mirando incrédulo. Los otros no respondieron, y más tarde no estuve seguro de si no lo habría imaginado todo. Había sido igual con las visitas de antes.
—¿Por qué me abandonaste, médico? ¿Acaso te traté menos que bien?
Desconcertado, confuso, grazné:
—Era correr o ser muerto. No hubiéramos huido si hubiéramos tenido otra posibilidad. Te servimos fielmente, a través de azares y horrores más grandes que cualquier otro al que se hubiera enfrentado la Compañía en su historia. Marchamos hasta los confines de la tierra por ti, sin quejarnos. Y cuando llegamos a la ciudad Enebro, y gastamos la mitad de nuestras fuerzas atacando el castillo negro, supimos que íbamos a ser recompensados siendo destruidos.
Aquel maravilloso rostro se formó en la nube dorada. Aquel maravilloso rostro tenso por la tristeza.
—Susurro planeó eso. Susurro y Pluma. Por razones propias. Pero Pluma ha desaparecido y Susurro ha sido disciplinada. En cualquier caso no hubiera permitido un crimen así. Vosotros erais mis instrumentos elegidos. No permitiría que ninguna maquinación de los Tomados os hiciera ningún daño. Volved.
—Es demasiado tarde, Dama. Los dados están lanzados. Se han perdido demasiados hombres buenos. Nuestro ánimo ha desaparecido. Nos hemos hecho viejos. Nuestro único deseo es volver al sur, para descansar al cálido sol y olvidar.
—Volved. Hay mucho que hacer. Sois mis instrumentos elegidos. Os recompensaré como ningún soldado ha sido recompensado nunca.
No pude detectar ningún asomo de traición. Pero ¿qué significaba eso? Su edad era enorme. Había engañado a su esposo, que era mucho más difícil de engañar que yo.
—Es demasiado tarde, Dama.
—Vuelve, médico. Tú, si no los demás. Necesito tu pluma.
No sé por qué dije lo que dije a continuación. No era lo más juicioso, si realmente se sentía al menos un poco benévola hacia nosotros.
—No haremos ninguna otra cosa para ti. Porque somos viejos y estamos cansados y deseamos salimos de esta guerra. No nos pondremos contra ti. Si tú no te pones contra nosotros.
La tristeza irradió entre el resplandor.
—Lo siento. Lo siento realmente. Eras uno de mis favoritos. Una efímera que me intrigaba. No, médico. Eso no puede ser. No puedes permanecer neutral. Nunca has podido. Debes estar conmigo o contra mí. No hay término medio.
Y con eso la nube dorada se desvaneció, y yo me sumí en un profundo sueño…, si alguna vez había estado despierto.
Desperté sintiéndome descansado pero preocupado, al principio incapaz de recordar la visita. Luego volví bruscamente a la consciencia. Me vestí aprisa, corrí hacia el Teniente.
—Teniente, debemos movernos rápido. Vencimos. Ella va a ir tras nosotros.
Pareció sobresaltado. Le hablé de la visión nocturna. Lo tomó con reservas hasta que le dije que ella había hecho lo mismo antes, durante la larga retirada y la serie de encuentros que habían llevado a las fuerzas rebeldes hasta las puertas de Hechizo. No quería creerme, pero no se atrevía a hacer otra cosa.
—Entonces sal y encuentra a ese Asa —dijo—. Arrope, nos trasladamos a ese barco esta noche. Matasanos, pasa la noticia. Partimos en cuatro días, encontréis a Cuervo o no.
Barboté una protesta. El tema crítico ahora era encontrar a Linda. Linda era nuestra esperanza. Pregunté:
—¿Por qué cuatro días?
—Nos tomó cuatro días llegar hasta aquí desde Enebro. Buenos vientos y buen mar todo el camino. Si la Dama partió cuando tú la rechazaste, no puede llegar aquí más rápido que nosotros. Así que te concedo todo este tiempo. Luego levaremos anclas. Aunque tengamos que salir a mar abierto luchando.
—Muy bien. —No me gustaba, pero él era el hombre que tomaba las decisiones. Lo habíamos elegido para que hiciera eso—. Lamprea, busca a Pivote. Tenemos que encontrar a Asa.
Lamprea se apresuró a alejarse como si tuviera la cola en llamas. Trajo a Pivote en cuestión de minutos. Pivo protestó porque todavía no había comido, todavía no había tenido sus ocho horas de sueño.
—Cállate, Pivo. Tenemos el culo metido en un avispero. —Me expliqué, aunque no era necesario—. Agarra algo frío y come por el camino. Nos vamos a buscar a Asa.
Lamprea, Pivote, Un Ojo y yo salimos a la calle. Como siempre, atrajimos un montón de atención de los comerciantes matutinos, no sólo porque veníamos de Enebro, sino porque Un Ojo era una auténtica rareza. Nunca habían visto a un hombre negro en Pradoval. La mayoría ni siquiera habían oído hablar de que existieran negros.
Pivote nos condujo un par de kilómetros a través de retorcidas calles.
—Imagino que se esconderá en la misma zona que antes. La conoce. No es muy brillante, así que no se le habrá ocurrido mudarse a otro sitio porque vosotros hayáis llegado a la ciudad. Probablemente tan sólo planea mantener bajada la cabeza hasta que nos marchemos. Debe imaginar que seguiremos nuestro camino.
Su razonamiento parecía juicioso. Y demostró serlo. Entrevistó a unas cuantas personas a las que había conocido en el transcurso de anteriores investigaciones y rápidamente descubrió que Asa estaba oculto en la zona. Aunque nadie sabía exactamente dónde.
—Nos ocuparemos de eso en seguida —dijo Un Ojo. Se detuvo en un umbral y realizó unos cuantos trucos mágicos baratos que eran todo luz y espectáculo. Eso atrajo la atención de los arrapiezos más cercanos. Las calles de Pradoval están siempre atestadas de niños.
—Desaparezcamos —les dije a los demás. Debíamos de ser intimidantes a los ojos infantiles. Nos dirigimos calle arriba y dejamos que Un Ojo atrajera a su multitud.
Les ofreció a los chicos lo que esperaban. Por supuesto. Y quince minutos más tarde se reunió con nosotros, seguido por un séquito de gorgojos callejeros.
—Lo tengo —dijo—. Mis pequeños colegas nos mostrarán dónde.
A veces me sorprende. Hubiera apostado que odiaba a los niños. Quiero decir, cuando los menciona, lo cual es aproximadamente una vez al año, es en el contexto de lo sabrosos que son asados o hervidos.
Asa estaba escondido en una madriguera típica de los barrios bajos de todo el mundo. Una auténtica trampa de ratas en caso de incendio. Supongo que el tener dinero no había cambiado sus hábitos. Al contrario que el viejo Chozo, que se había vuelto loco cuando había tenido dinero que gastar.
Sólo había una salida, la misma por la que habíamos entrado. Los niños nos siguieron. No me gustó, pero ¿qué podíamos hacer?
Entramos en la habitación que Asa llamaba su hogar. Estaba tendido en un jergón en una esquina. Otro hombre, que apestaba a vino, estaba tendido cerca en medio de un charco de vómito. Asa estaba enroscado en una pelota, roncando.
—Es hora de levantarte, corazón. —Lo sacudí suavemente.
Se puso rígido bajo mi mano. Sus ojos se abrieron bruscamente. Se llenaron de terror. Hice presión hacia abajo cuando intentó ponerse en pie.
—Te hemos pillado de nuevo —dije.
Tragó ansiosas bocanadas de aire. No consiguió emitir ninguna palabra.
—Tómatelo con calma, Asa. Nadie va a hacerte daño. Sólo queremos que nos muestres dónde cayó Cuervo. —Retiré mi mano.
Rodó lentamente sobre sí mismo, nos miró como un gato acorralado por una jauría de perros.
—Siempre decís que sólo queréis algo. —Protestó.
—Sé amable, Asa. No queremos mostrarnos desagradables. Pero lo haremos si es necesario. Tenemos cuatro días antes de que la Dama llegue aquí. Debemos encontrar a Linda antes de entonces. Tú puedes ayudarnos. Lo que hagas después es asunto tuyo.
Un Ojo bufó suavemente. Tuvo visiones de Asa con la garganta abierta de lado a lado. Imaginó que el hombrecillo no merecía nada mejor.
—Sólo tenéis que bajar por el Camino a Tembloso. Girad a la izquierda en el primer camino de granja pasado el mojón de los treinta kilómetros. Dirigíos al este hasta que lleguéis al lugar. Son unos doce kilómetros. El camino se convierte en un sendero. No os preocupéis por eso. Simplemente seguid adelante y llegaréis allí. —Cerró lo ojos, rodó sobre sí mismo y fingió roncar.
Hice una seña a Lamprea y Pivote.
—Ponedlo en pie.
—¡Hey! —Fue casi un gañido—. Ya os lo he dicho todo. ¿Qué más queréis?
—Quiero que vengas con nosotros. Sólo por si acaso.
—¿Por si acaso qué?
—Por si acaso mientes; quiero echarte la mano encima en seguida.
—No creemos que Cuervo está muerto —añadió Un Ojo.
—Yo lo vi.
—Viste algo —contraataqué—. No creo que fuera Cuervo. Adelante. —Lo agarramos por los brazos. Le dije a Lamprea que se ocupara de conseguirnos caballos y provisiones. Envié a Pivote a comunicarle al Teniente que no volveríamos hasta mañana. Le di a Lamprea un puñado de monedas de plata del cofre de Cuervo. Los ojos de Asa se desorbitaron ligeramente. Reconoció la acuñación, si no la fuente inmediata.
—No podéis arrastrarme de un lado para otro —protestó—. No tenéis ningún poder sobre mí. Cuando salgamos a la calle todo lo que tengo que hacer es ponerme a gritar y…
—Y desearás no haberlo hecho —dijo Un Ojo. Hizo algo con las manos. Un suave brillo violeta formó una telaraña entre sus dedos, se coaguló en algo parecido a una serpiente que se deslizó por encima y por debajo de sus dedos—. Este pequeño amigo de aquí puede arrastrarse al interior de tu oreja y devorar tus ojos desde dentro. No podrás gritar lo bastante fuerte o lo bastante aprisa como para impedir que te lo lance.
Asa tragó saliva y se mostró más dócil.
—Todo lo que quiero es que nos muestres el lugar —dije—. Aprisa. No tenemos mucho tiempo.
Asa se rindió. Esperaba lo peor de nosotros, por supuesto. Había pasado demasiado tiempo en compañía de villanos peores que nosotros.
Lamprea tenía los caballos en menos de media hora. Pivote necesitó otra media hora para reunirse con nosotros. Tratándose de Pivote, se demoró más de lo preciso, y cuando apareció Un Ojo le lanzó una mirada tal que palideció y medio dejó caer su espada.
—Adelante —gruñí. No me gustaba la forma en que la Compañía se estaba enroscando sobre sí misma, como un animal herido lamiéndose el flanco. Inicié un rápido trote, esperando mantener a todo el mundo demasiado cansado y ocupado como para hacerse preguntas.
Las direcciones de Asa demostraron ser exactas y fáciles de seguir. Me sentí complacido, y cuando él lo vio pidió permiso para volverse.
—¿Por qué estás tan ansioso por permanecer lejos de este lugar? ¿Qué hay ahí fuera que te asusta tanto?
Se necesitó un poco de presión, con Un Ojo conjurando de nuevo su serpiente violeta, para soltar las mandíbulas de Asa.
—Vine ahí fuera inmediatamente después de regresar de Enebro. Porque vosotros no me creíais acerca de Cuervo. Pensé que quizá tuvierais razón y que de alguna forma me hubiera engañado. Así que deseaba ver cómo podía haber sucedido. Y…
—¿Y?
Nos miró de uno en uno, estimó nuestro talante.
—Hay otro de esos lugares ahí fuera. No estaba aquí cuando él murió. Pero ahora sí está.
—¿Lugares? —pregunté—. ¿Qué tipo de lugares?
—Como el castillo negro. Hay uno ahí en el sitio donde él murió. Justo en medio del claro.
—Es un truco —gruñó Un Ojo—. Intenta meternos en algo. Voy a degollar a ese tipo, Matasanos.
—No, no lo vas a hacer. Lo dejarás tranquilo. —Durante el siguiente kilómetro interrogué a fondo a Asa. No me dijo nada más de importancia.
Lamprea cabalgaba delante, puesto que era un soberbio explorador. Levantó una mano. Me uní a él. Señaló boñigas de caballo en el sendero.
—Estamos siguiendo a alguien. No muy atrás. —Desmontó, removió las boñigas con un palo, recorrió semiagachado un poco más del camino—. Monta algo grande. Una mula o un caballo de tiro.
—¡Asa!
—¿Eh? —El hombrecillo casi chilló.
—¿Qué hay ahí delante? ¿Adónde se encamina ese tipo?
—No hay nada ahí delante. Que yo sepa. Quizá sea un cazador. Venden mucha caza en los mercados.
—Quizá.
—Seguro —dijo Un Ojo, sarcástico, jugando con su serpiente violeta.
—¿Qué te parece si ponemos un poco de silencio a la situación, Un Ojo? ¡No! Quiero decir para que nadie nos oiga acercarnos. Asa. ¿Cuánto falta para llegar?
—Unos tres kilómetros, calculo. ¿Por qué no me dejáis marchar ahora? Así podré volver a la ciudad antes del anochecer.
—No. Tú vas adonde vayamos nosotros. —Miré de reojo a Un Ojo. Estaba haciendo lo que había pedido. Podíamos escucharnos los unos a los otros, pero eso era todo—. Monta, Lamprea. Sólo es un individuo.
—¿Pero qué individuo, Matasanos? Supón que es una de esas cosas arrastrantes. Quiero decir, si ese lugar en Enebro tenía todo un batallón que había brotado de la nada, ¿por qué no debería tener algunos este lugar?
Asa emitió una serie de sonidos que indicaban que había estado albergando los mismos pensamientos. Lo cual explicaba por qué estaba ansioso por volver a la ciudad.
—¿Viste algo cuando estuviste aquí, Asa?
—No. Pero vi que la hierba estaba pisoteada como si algo fuera y viniera por ahí.
—Presta atención cuando lleguemos allí, Un Ojo. No quiero sorpresas.
Veinte minutos más tarde Asa me dijo:
—Ya casi estamos. Quizá doscientos metros arroyo arriba. ¿Debo quedarme?
—Deja de hacer preguntas estúpidas. —Miré a Lamprea, que señaló un rastro. Alguien seguía todavía delante de nosotros—. Desmontad. Y dejaos de chácharas. A partir de aquí hablaremos con los dedos. Tú, Asa, no abras la boca para nada. ¿Entendido?
Desmontamos, extrajimos nuestras armas, avanzamos a cubierto del conjuro de Un Ojo. Lamprea y yo alcanzamos el claro primero. Sonreí, hice seña a Un Ojo de que avanzara, señalé. Él también sonrió. Aguardamos un par de minutos, luego nos adelantamos, nos detuvimos detrás del hombre y sujetamos su hombro.
—Chozo de Castañas.
Chilló e intentó sacar un cuchillo, intentó echar a correr al mismo tiempo. Pivote y Lamprea lo detuvieron y lo trajeron de vuelta. Por aquel entonces yo ya me había arrodillado allá donde estaba arrodillado él, examinando los huesos dispersos.