Buen tiempo y excelentes vientos nos llevaron a Pradoval en un tiempo récord. El capitán del barco se sintió complacido. Había sido bien pagado por anticipado por su trabajo, pero estaba ansioso por lanzar un manifiesto sobre nuestro mal temperamento. No habíamos sido los mejores pasajeros precisamente. A Un Ojo le aterraba el mar, era una gran víctima del mareo, e insistía en que todo el mundo estuviera tan aterrado y mareado como él. Él y Goblin no dejaron de pincharse el uno al otro, aunque el Teniente amenazó con arrojarlos a los dos a los tiburones. El Teniente estaba de un humor tan terrible que lo tomaron medio en serio.
De acuerdo con los deseos del Capitán, elegimos al Teniente como nuestro comandante, y Arrope se convirtió en su segundo. Ese puesto hubiera debido recaer en Elmo… No llamamos al Teniente Capitán. Parecía estúpido con nuestras fuerzas tan disminuidas. No quedábamos los suficientes ni siquiera para organizar una buena pandilla callejera.
La última de las Compañías Libres de Khatovar. Cuatro siglos de hermandad y tradición reducidos a esto. Una pandilla en plena huida. No tenía sentido. No parecía correcto. Las grandes gestas de nuestra pasada hermandad merecían lo mejor de sus sucesores.
El cofre del tesoro se había perdido, pero los Anales habían conseguido de algún modo hallar su camino a bordo. Suponía que Silencioso los había traído. Para él eran casi tan importantes como para mí. La noche antes de que entráramos en el puerto de Pradoval, leí a la tropa unos párrafos del Libro de Woeg, que hizo la crónica de la Compañía después de su derrota y casi destrucción en la lucha a lo largo del Horno, en Norsele. Sólo ciento cuatro hombres sobrevivieron aquella vez, y la Compañía había tenido que retirarse.
No estaban preparados para ello. El dolor estaba demasiado fresco. Lo dejé correr a media lectura.
Fresco. Pradoval era refrescante. Una auténtica ciudad, no un témpano incoloro como Enebro. Abandonamos el barco con poco más que nuestros brazos y la escasa riqueza que teníamos en Enebro. La gente nos miraba temerosa, y había también algo de ansiedad por nuestra parte, porque no éramos lo bastante fuertes como para presentar batalla si el Príncipe local ponía objeciones a nuestra presencia. Los tres hechiceros eran nuestro mayor activo. El Teniente y Arrope tenían esperanzas de usarlos para conseguir algo que nos proporcionara lo necesario para seguir adelante, abordar otro barco con mayores esperanzas de regresar a tierras que conocíamos en la orilla sur del Mar de las Tormentas. Hacer eso, sin embargo, significaba al menos un viaje parcial por tierra firme atravesando territorios pertenecientes a la Dama. Pensé que sería prudente descender un poco más por la costa, confundir nuestro rastro, y contactar con alguien ahí fuera, al menos hasta que los ejércitos de la Dama se retiraran. Como harían algún día.
La Dama. No dejaba de pensar en ella. Era muy probable que ahora sus ejércitos rindieran obediencia al Dominador.
Localizamos a Prestamista y a Pivote a las pocas horas de llegar a la orilla. Prestamista había llegado tan sólo dos días antes que nosotros, tras enfrentarse a mares y vientos desfavorables durante su viaje. El teniente se enfrentó inmediatamente a Pivote.
—¿Dónde demonios habéis estado, muchacho? —Era seguro que Pivote había convertido su misión en unas vacaciones. Era de ese tipo—. Se suponía que debíais regresar cuando…
—No pudimos, señor. Fuimos testigos de un caso de asesinato. No podemos abandonar la ciudad hasta después del juicio.
—¿Un caso de asesinato?
—Exacto. La muerte de Cuervo. Presta dice que usted ya sabe a que me refiero. Bueno, arreglamos las cosas de modo que ese tipo Cabestro cargara con las consecuencias. Sólo que tenemos que seguir aquí hasta que lo cuelguen.
—¿Dónde está? —pregunté.
—En la cárcel.
El Teniente barbotó y escupió y maldijo mientras los transeúntes miraban nerviosamente a los tipos duros que abusaban los unos de los otros en una variedad de misteriosas lenguas.
Sugerí:
—Deberíamos salir de la calle. Mantenernos a un nivel discreto. Ya tenemos bastantes problemas sin atraer la atención. Teniente, si no te importa, me gustaría charlar con Pivote. Quizás esos otros tipos puedan mostrarte lugares donde escondernos. Pivo, ven conmigo. Vosotros también. —Señalé a Silencioso, Goblin y Un Ojo.
—¿Adónde vamos? —preguntó Pivote.
—Elige tú el sitio. A alguna parte donde podamos hablar. Seriamente.
—Correcto. —Abrió camino, a paso vivo, deseando poner distancia entre él y el Teniente—. ¿Es realmente cierto? ¿Lo que ha ocurrido ahí arriba? ¿La muerte del Capitán y todo lo demás?
—Demasiado malditamente cierto.
Sacudió la cabeza, abrumado ante la idea de la Compañía casi destruida. Finalmente preguntó:
—¿Qué es lo que quieres saber, Matasanos?
—Sólo todo lo que hayas descubierto desde que estás aquí. En especial acerca de Cuervo. Pero también acerca de ese tipo Asa. Y del posadero.
—¿Chozo? Lo vi el otro día. Al menos creo que lo vi. No me di cuenta de que era él hasta más tarde. Iba vestido de forma diferente. Sí. Presta me dijo que escapó. Ese tipo Asa también. A él creo que sé dónde hallarle. Pero al tipo Chozo, sin embargo… Bueno, si realmente lo quieres, tendrás que empezar a mirar allá donde creo que lo vi.
—¿Te vio él a ti?
Esa idea pilló a Pivote por sorpresa. Al parecer no se le había ocurrido preguntárselo. A veces no es el más brillante de los tipos.
—Creo que no.
Entramos en una taberna concurrida por marineros extranjeros. Los clientes eran un lote políglota tan desharrapado como nosotros. Hablaban una docena de lenguas. Nos acomodamos en una mesa, usamos la lengua de las Ciudades Joya. Pivote no la hablaba bien, pero la entendía. Yo dudaba de que nadie más allí pudiera seguir nuestra conversación.
—Cuervo —dije—. Eso es lo que quiero saber, Pivote.
Nos contó una historia que encajaba bastante con la de Asa, con los bordes tan deshilachados como uno puede esperar de alguien que no ha sido testigo presencial.
—¿Sigues creyendo que fingió su muerte? —preguntó Un Ojo.
—Sí. Quizá sea una corazonada, pero creo que lo hizo. Quizá cuando examinemos el lugar cambie de opinión. ¿Hay alguna forma en que vosotros podáis decir si está en la ciudad?
Unieron sus cabezas, devolvieron una opinión negativa.
—No sin tener algo que haya pertenecido a él —opinó Goblin—. Y no lo tenemos.
—Pivote. ¿Qué hay de Linda? ¿Y del barco de Cuervo?
—¿Eh?
—¿Qué le ocurrió a Linda después de que Cuervo muriera supuestamente? ¿Qué le pasó a su barco?
—No sé nada acerca de Linda. El barco está amarrado en su muelle.
Intercambiamos miradas alrededor de la mesa. Dije:
—Hay que visitar ese barco aunque tengamos que abrirnos camino luchando hasta bordo. Esos papeles de los que os hablé. Asa no supo decir nada de ellos. Quiero que aparezcan. Es lo único que tenemos que puede quitarnos a la Dama de nuestras espaldas.
—Si hay alguna Dama —dijo Un Ojo—. Igual no ha quedado mucho de ella si el Dominador logró salir.
—Ni siquiera pienses en eso. —Por ninguna razón en especial, estaba convencido de que la Dama había vencido. En su mayor parte era más un deseo que un pensamiento, estoy seguro de ello—. Pivote, vamos a visitar ese barco esta noche. ¿Qué hay acerca de Linda?
—Como he dicho, no sé nada de ella.
—Se suponía que debías buscarla.
—Sí. Pero desapareció.
—¿Desapareció? ¿Cómo?
—No cómo, Matasanos —dijo Un Ojo, en respuesta a un vigoroso signo de Silencioso—. El cómo es irrelevante ahora. Cuándo.
—De acuerdo. ¿Cuándo, Pivote?
—No lo sé. Nadie la ha visto desde la noche antes de que muriera Cuervo.
—Bingo —exclamó Goblin con voz suave y maravillada—. Malditos sean tus ojos, Matasanos, tus instintos eran correctos.
—¿Qué? —preguntó Pivote.
—No hay forma alguna de que ella desapareciera anticipadamente a menos que supiera que iba a ocurrir algo.
—Pivote —dije—, ¿comprobaste el lugar donde se alojaban? Dentro, quiero decir.
—Sí. Alguien pasó por ahí antes que yo.
—¿Qué?
—El lugar estaba completamente limpio. Le pregunté al posadero. Dijo que no se habían marchado. Habían pagado por otro mes. Eso me sonó como si alguien supiera que Cuervo había sido localizado y decidiera limpiar su lugar. Imaginé que debía de ser Asa. Desapareció inmediatamente después.
—¿Qué hiciste entonces?
—¿Qué? Imaginé que no querríais a Cabestro de vuelta en Enebro, así que conseguí que lo acusaran del asesinato de Cuervo. Había montones de testigos además de nosotros que los vieron pelear. Los suficientes como para convencer quizás a un tribunal de que vimos realmente lo que habíamos dicho.
—¿Hiciste algo para rastrear a Linda?
Pivote no tenía nada que decir. Se miró las manos. El resto de nosotros intercambiamos miradas irritadas. Goblin murmuró:
—Le dije a Elmo que era una estupidez enviarle a él.
Supongo que sí. En unos pocos minutos nos habíamos encontrado con varios cabos sueltos en las manos que Pivote hubiera debido atar.
—De todos modos, ¿cómo estás tan malditamente preocupado acerca de ello, Matasanos? —preguntó Pivote—. Quiero decir, todo esto me parece un enorme «y qué».
—Mira, Pivo. Te guste o no, cuando los Tomados se volvieron contra nosotros, fuimos empujados al otro lado. Ahora estamos en el bando de la Rosa Blanca. Nos guste o no. Van a venir tras nosotros. La única cosa que tienen los Rebeldes es la Rosa Blanca. ¿Correcto?
—Si hay una Rosa Blanca.
—La hay. Linda es la Rosa Blanca.
—Vamos, Matasanos. Es una sordomuda.
—También es un punto mágico negativo —observó Un Ojo.
—¿Eh?
—La magia no actúa a su alrededor. Observamos claramente allá en Hechizo. Y si no me equivoco, esa negatividad mágica hará cada vez más fuerte a medida que se haga mayor.
Recordé haber observado algunas cosas extrañas alrededor de Linda durante la batalla de Hechizo, pero en aquellos momentos no había pensado en ellas.
—¿De qué estás hablando?
—Te lo dije. Algunas personas son negativas. En vez de tener talento para la hechicería, lo tienen en el otro sentido. La magia no funciona a su alrededor. Y cuando piensas en ello, ésa es la única forma en que tiene sentido la Rosa Blanca. ¿Cómo puede una niña sordomuda crecer para desafiar a la Dama o al Dominador en su propio terreno? Apuesto a que la Rosa Blanca original no lo consiguió.
No lo sabía. No había nada en las historias acerca de sus poderes o de su notable ausencia de ellos.
—Esto hace más importante aún el encontrarla.
Un Ojo asintió.
Pivote parecía desconcertado. Era fácil desconcertar a Pivo, decidí. Expliqué:
—Si la magia no funciona a su alrededor, entonces tenemos que encontrarla y permanecer cerca de ella. Así los Tomados no podrán causarnos ningún daño.
—No olvides que tienen ejercitos enteros que pueden enviar tras nosotros —dijo Un Ojo.
—Si tanto nos quieren… Oh, Dios mío.
—¿Qué?
—Elmo. Si no se ha hecho matar. Sabe lo suficiente como para poner a todo el imperio tras nuestro rastro. Quizás incluso como para conducirles hasta Linda.
—¿Qué vamos a hacer?
—¿Por qué me miras a mí?
—Tú eres el que parece saber lo que está ocurriendo, Matasanos.
—Está bien. Supongo que sí. Primero debemos descubrir lo ocurrido a Cuervo y Linda. En especial Linda. Y debemos atrapar a Chozo y a Asa de nuevo, por si saben algo útil. Tenemos que movernos rápido y salir de la ciudad antes de que el imperio se cierre sobre nosotros. Sin alarmar a los locales. Será mejor que tengamos una sentada con el Teniente. Ponerlo todo sobre la mesa para todo el mundo, luego decidir exactamente qué hacer.