Eché un sueño de dos horas. El Teniente permitió que la mitad de las tropas y los trabajadores hicieran lo mismo, luego la otra mitad. Cuando desperté hallé pocos cambios, excepto que el Capitán había enviado a Bolsillos a establecer un hospital de campaña. Bolsillos había estado en el Coturno, intentando ganase amigos dispensando atención médica gratuita. Examiné el hospital, hallé sólo un puñado de pacientes y la situación bajo control, fui a comprobar los trabajos de asedio.
El Teniente había reparado el hueco en la empalizada y la trinchera. Había ampliado ambas cosas, con la intención de llevarlas a todo alrededor, pese a la dificultad en la otra ladera. Estaban en construcción nuevas y más poderosas armas de proyectiles.
No estaba contento con confiar en los Tomados para reducir el lugar. No confiaba en ellos para que hicieran lo necesario.
En algún momento durante mi breve sueño llegaron nuevos reclutas escogidos entre los prisioneros de Arrope. Pero el Teniente no permitió que los civiles se marcharan. Los puso a reunir tierra mientras estudiaba un lugar para construir una rampa.
—Será mejor que duermas un poco —sugerí.
—Necesito conducir el rebaño —dijo. Tenía una visión. Su talento había permanecido sin utilizar durante años. Deseaba esto. Yo sospechaba que consideraba a los Tomados una irritación, pese a la formidable naturaleza del castillo negro.
—Es tu espectáculo —dije—. Pero no te va a servir de mucho si golpean y estás demasiado agotado para pensar claramente.
Estábamos comunicándonos a un nivel más allá de las palabras. El cansancio nos tenía a todos fragmentados y hendidos, y ni nuestros pensamientos ni nuestras acciones ni nuestras palabras se movían lógica o linealmente. Asintió con un gesto seco.
—Tienes razón. —Examinó la ladera—. Parece que todo va bien. Bajaré al hospital. Haz que alguien me avise si ocurre algo.
La tienda del hospital era el lugar más cercano a la sombra. Era un día claro, brillante, intenso, que prometía ser desacostumbradamente caluroso. Me gustó. Estaba cansado de tiritar.
—Lo haré.
El Teniente estaba en lo cierto acerca de que las cosas iban bien. Normalmente así ocurre cuando los hombres saben lo que hay que hacer.
Desde el punto de vista del Renco, que se encargaba de nuevo de la patrulla del aire, la ladera debía de parecer como un hormiguero pisoteado. Seiscientos hombres de la Compañía estaba supervisando los esfuerzos de diez veces ese número de hombres de la ciudad. El camino que conducía colina arriba llevaba tanto tráfico que estaba siendo destruido. Pese a la excitación de la noche y la falta de sueño, hallé a los hombres con un espíritu excelente.
Llevaban tanto tiempo de marcha, sin hacer nada más, que habían desarrollado una gran reserva de energía violenta. Ahora estaba saliendo al exterior. Trabajaban con una furia que se contagiaba a la gente del lugar. Ésta parecía complacida de participar en una tarea que requería los esfuerzos concentrados de miles de personas. Algunos de los más meditativos mencionaban que Enebro no había montado un esfuerzo comunal tan importante desde hacía generaciones. Un hombre sugirió que por eso la ciudad se había deteriorado. Creía que la Compañía Negra y su ataque contra el castillo negro serían la gran medicina para un cuerpo político moribundo.
Ésa, sin embargo, no era la opinión mayoritaria. Los prisioneros de Arrope en particular se resentían de ser usados como fuerza de trabajo. Representaban un fuerte potencial de problemas.
Me han dicho que siempre debo mirar la oscura barriga del mañana. Es posible. Tienes muchas menos probabilidades de sentirte decepcionado de esa forma.
La excitación que esperaba no se materializó durante días. Las criaturas del castillo parecían haber cerrado su agujero tras ellas. Disminuimos ligeramente el ritmo, dejamos de trabajar como si todo tuviera que estar hecho antes de mañana.
El Teniente completó la circunvalación, incluida la ladera de atrás, haciendo un bucle alrededor de la excavación de Un Ojo. Luego rompió la empalizada delantera y empezó a construir su rampa. No usó muchos manteletes, porque la había diseñado para proporcionar su propia protección. Se alzaba empinada en nuestro extremo, con escalones construidos con la piedra de los edificios demolidos. Los equipos de trabajo en la ciudad estaban derribando ahora estructuras que habían quedado arruinadas por el fuego que siguió a la caída de pluma. Había más materiales que podían ser usados en el asedio. El equipo de Arrope estaba salvando todo lo posible para usarlo en los nuevos alojamientos planeados para los lugares despejados.
La rampa se alzaría hasta que rebasara seis metros el castillo, luego descendería hasta la muralla. La obra fue más rápido de lo que esperaba. Lo mismo que el proyecto de Un Ojo. Halló una combinación de conjuros que convertían la piedra en algo lo bastante blando como para ser trabajado con facilidad. Pronto alcanzó un punto debajo del castillo.
Entonces topó con el material que se parecía a la obsidiana. Y no pudo más lejos. Así que empezó a extenderse hacia los lados.
El propio Capitán vino a ver. Me había estado preguntando qué había estado haciendo. Se lo pregunté.
—Buscando formas de mantener a la gente ocupada —me dijo. Se puso a caminar erráticamente de un lado para otro. Sin darnos cuenta, nos encontramos vagando sin rumbo tras efectuar un giro repentino y fuimos a inspeccionar algo aparentemente trivial—. La maldita Susurro me está convirtiendo en un gobernador militar.
—¿Hum?
—¿Qué, Matasanos?
—Yo soy el Analista, ¿recuerdas? Voy a tener que registrar todo esto en alguna parte.
Frunció el ceño, observó un barril de agua puesto a un lado para los animales. El agua era un problema. Buena parte de ella tenía que ser subida para aumentar la poca que recogíamos durante las lluvias ocasionales.
—Me tiene recorriendo la ciudad. Haciendo lo que deberían de hacer el Duque y los padres de la ciudad. —Pateó una piedra y no dijo más hasta que empezó a rodar—. Supongo que me las arreglo bastante bien. No hay nadie en la ciudad que no esté trabajando. No se les paga nada por ello, pero están trabajando. Incluso hay gente con proyectos que desean llevar a cabo mientras hagamos trabajar a la gente. Los Custodios me están volviendo loco. No puedo decirles que es posible que todas sus acciones sean inútiles.
Capté una nota extraña en aquello. Subrayaba una sensación que ya había tenido, la de que estaba deprimido acerca de lo que estaba ocurriendo.
—¿Por qué eso?
Miró alrededor. No había nadie del lugar a alcance auditivo.
—Es sólo una suposición. Nadie lo ha planteado con palabras. Pero creo que la Dama planea saquear las Catacumbas.
—A la gente no va a gustarle eso.
—Lo sé. Tú lo sabes; yo lo sé; incluso Susurro y el Renco lo saben. Pero nosotros no damos las órdenes. Se habla de lo corta de dinero que está la Dama.
En todos los años que llevamos a su servicio nunca ha fallado un día de paga. La Dama jugaba lealmente en eso. Las tropas recibían su paga, fueran mercenarios o regulares. Sospecho que las distintas unidades podían tolerar unos poco retrasos. Es casi una tradición para los comandantes atornillar un poco a sus tropas ocasionalmente.
De todos modos, a la mayoría de nosotros no nos importaba demasiado el dinero. Tendíamos hacia gustos baratos y limitados. Supongo que sin embargo las actitudes podían llegar a variar si tuviéramos que pasarnos sin él.
—Demasiados hombres en armas en demasiadas fronteras —meditó el Capitán—. Demasiada expansión demasiado rápida durante demasiado tiempo. El imperio no puede resistir la tensión. El esfuerzo en el Túmulo devora sus reservas. Y sigue haciéndolo. Si vence al Dominador, espera que cambien las cosas.
—Quizá cometimos un error, ¿eh?
—Quizá muchos. ¿De cuál estás hablando?
—De venir al norte, cruzando el Mar de las Tormentas.
—Sí. Lo he sabido desde hace años.
—¿Y?
—No podemos salimos de ello. Todavía no. Algún día, quizá, cuando nuestras órdenes nos lleven de vuelta a las Ciudades Joya, o a algún otro lugar donde podamos abandonar el imperio sin dejar de sentirnos en un país civilizado. —Casi había un anhelo sin fondo en su voz—. Cuanto más tiempo paso en el norte, menos deseo terminar mis días aquí, Matasanos. Pon eso en tus Anales.
Le había hecho hablar, algo realmente sorprendente. Me limité a gruñir, esperando que siguiera llenando el silencio. Lo hizo.
—Estamos corriendo con la oscuridad, Matasanos. Sé que en realidad eso no importa. Lógicamente. Somos la Compañía Negra. No somos buenos ni malos. Somos simplemente soldados que alquilan sus espadas. Pero estoy cansado de que nuestro trabajo revierta a fines retorcidos. Cuervo tuvo la idea correcta allá en Hechizo. Salió como quien le persigue el diablo.
Entonces surgió una noción que había estado en la parte de atrás de mi cabeza desde hacía años. Una que nunca había tomado en serio, sabiendo que era quijotesca.
—Eso no contribuye a nada, Capitán. También tenemos la opción de ir en el otro sentido.
—¿Eh? —Pareció regresar de cual fuera el lejano lugar que lo había arrastrado y me miró realmente—. No seas estúpido, Matasanos. Eso es un juego de tontos. La Dama aplasta a cualquiera que lo intente. —Clavó un tacón en el suelo—. Como si fuera un bicho.
—Sí. —Era una idea estúpida, a varios niveles, el menor de los cuales no era que no pudiéramos permitirnos el otro lado. No puedo imaginarnos en el papel de Rebeldes. La mayoría de los Rebeldes eran tipos idiotas, estúpidos o ambiciosos que esperaban dar un bocado a lo que tenía la Dama. Linda era la excepción más sobresaliente, y era más símbolo que sustancia, y en realidad un símbolo secreto.
—Ocho años desde que el cometa estuvo en el cielo —dijo el Capitán—. Conoces las leyendas. No caerá hasta que el Gran Cometa esté ahí arriba. ¿Quieres intentar sobrevivir veintinueve años huyendo de los Tomados? No, Matasanos. Aunque nuestros corazones estuvieran con la Rosa Blanca, no podríamos hacer esa elección. Es un suicidio. Salirse del imperio es la única forma.
—Ella irá tras nosotros.
—¿Por qué? ¿Por qué no debería sentirse satisfecha con lo que ha conseguido de nosotros estos diez años? No somos ninguna amenaza para ella.
Pero sí lo éramos. Una gran amenaza, aunque sólo fuera porque sabíamos de la existencia de la reencarnación de la Rosa Blanca. Y estaba seguro de que, una vez abandonáramos el imperio, o Silencioso o yo divulgaríamos ese secreto.
Por supuesto, la Dama no sabía lo que sabíamos nosotros.
—Esta charla es un ejercicio de futilidad —dijo el Capitán—. Será mejor que no sigamos hablando de ello.
—Como quieras. Dime qué estamos haciendo aquí.
—La Dama viene esta noche. Susurro dice que iniciaremos el asalto tan pronto como los auspicios sean los correctos.
Miré hacia el castillo negro.
—No —dijo—. No va a ser fácil. Puede que no sea posible, ni siquiera con la ayuda de la Dama.
—Si pregunta por mí, dile que he muerto. O algo —dije.
Eso ganó una sonrisa.
—Pero Matasanos, ella es tu…
—Cuervo —restallé—. Sé cosas sobre él que podrían hacer que nos mataron a todos. También las sabe Silencioso. Sácalo de Tejadura antes de que ella llegue aquí. Ninguno de los dos se atreve a enfrentarse al Ojo.
—Por eso yo tampoco. Porque sé que tú sabes algo. Vamos a tener que correr nuestros riesgos, Matasanos.
—Correcto. Así que no pongas ideas en su cabeza.
—Espero que ella te haya olvidado desde hace tiempo, Matasanos. Tan sólo eres otro soldado.