ENEBRO: FUEGOS DE ARTIFICIO

El castillo nos atraía. Creíamos que podríamos derribar su puerta sin una protesta. Durante dos días los equipos de trabajo atacaron el risco norte, cavando una profunda trinchera, alzando buena parte de la necesaria empalizada, martilleando un hermoso inicio de una mina. Entonces ocurrió.

Fue un tanto caótico y muy desagradable, y en retrospectiva parece que puede que no empezara como lo que más tarde se convirtió.

Era una noche sin luna, pero los equipos de trabajo estaban trabajando a la luz de los fuegos, las antorchas y las linternas. El Teniente tenía torres de madera cada treinta metros allá donde la trinchera y la empalizada habían quedado completadas, y cerca de ellas pequeñas balistas para ser montadas sobre ellas. Una pérdida de tiempo, pensé. ¿Qué valor mundano tiene cualquier equipo de asedio contra los esbirros del Dominador? Pero el Teniente era nuestro especialista en asedios. Estaba decidido a hacer las cosas adecuadamente, como correspondía, incluso aunque las balistas nunca fueran usadas. Tenían que estar disponibles.

Los miembros de la Compañía con ojos más agudos estaban en las torres a punto de ser completadas, intentando ver el interior del castillo. Uno detectó un movimiento en la puerta. En vez de dar la alarma, envió un mensaje abajo. El Teniente subió. Decidió que alguien había abandonado el castillo y se deslizó hacia el lado de Un Ojo. Hizo sonar los tambores, soplar las trompetas, y las flechas incendiarias surcaron el aire.

La alarma me despertó. Corrí para ver lo que ocurría. Durante un tiempo no hubo nada que ver.

En el otro lado de la ladera Un Ojo y Tembloroso estaban en armas. Sus trabajadores se habían sumido en el pánico. Muchos resultaron muertos o mutilados intentando huir por la boscosa, rocosa, escarpada ladera. Una minoría tuvo el buen sentido suficiente de quedarse en su lugar.

La gente del castillo deseaba lanzar un golpe rápido y apoderarse de algunos de los trabajadores de Un Ojo, arrastrarlos dentro, y completar los ritos que fueran necesarios para traer al Dominador. Una vez fueron descubiertos, su estrategia cambió. Los hombres en las torres gritaron que salían más. El Teniente ordenó fuego de hostigamiento. Tenía un par de pequeñas catapultas que arrojaban bolas de maleza incendiada a la zona cercana a la puerta. Y envió hombres en busca de Goblin y Silencioso, imaginando que ellos podrían hacer más que él para proporcionar la iluminación necesaria.

Goblin estaba abajo en el Coturno. Le tomaría una hora responder. Yo no tenía la menor idea de dónde podía estar Silencioso. No lo había visto, aunque llevaba en Enebro una semana.

El Teniente hizo encender señales de fuego para advertir a los guardias en Tejadura que teníamos una emergencia.

Finalmente los Tomados acudieron a investigar. Resultó ser el Renco. Su primera acción fue tomar un puñado de jabalinas, hacerles algo, luego arrojarlas al suelo desde arriba. Se convirtieron en columnas de luz color chartreuse entre la trinchera y el castillo.

En el otro lado de la ladera Un Ojo proporcionó su propia iluminación tejiendo telarañas de luz violeta y soltando sus esquinas a la brisa. Rápidamente revelaron la aproximación de media docena de formas enfundadas en negro. Volaron flechas y jabalinas.

Las criaturas sufrieron varias bajas antes de que pusieran remedio. La luz, llameó, luego se desvaneció en un rielar que rodeó a cada una de ellas. Atacaron.

Otras formas aparecieron encima de la muralla del castillo. Lanzaron objetos ladera abajo. Del tamaño de la cabeza de un hombre, rebotaron hacia la boca de la mina. Un Ojo hizo algo para alterar su curso. Sólo uno se le escapó. Dejó un rastro de soldados y trabajadores inconscientes.

Las criaturas del castillo, evidentemente, habían planeado cualquier posibilidad menos Un Ojo. Consiguieron hacer pasar un mal rato al Renco, pero no pudieron hacer nada en absoluto con Un Ojo.

Éste escudó a sus hombres y les hizo luchar pegados lado a lado cuando las criaturas del castillo cerraron filas. La mayoría de sus hombres resultaron muertos, pero barrieron a sus atacantes.

Por aquel entonces las criaturas del castillo estaban montando una salida contra la trinchera y la empalizada, directamente hacia donde yo estaba mirando. Recuerdo haberme sentido más desconcertado que asustado.

¿Cuántos eran? Chozo había dado la impresión de que el castillo estaba prácticamente desatendido. Pero unos buenos veinticinco de ellos, atacando respaldados por la hechicería, hicieron que la trinchera y la empalizada resultaran prácticamente inútiles.

Salieron por la puerta. Y algo brotó por encima de la muralla del castillo, enorme y con aspecto de vejiga. Golpeó el suelo, rebotó dos veces y se estrelló contra la trinchera y la empalizada, aplastando una y llenando la otra. El grupo incursor se lanzó contra aquel lugar. Aquellas criaturas sabían moverse.

El Renco bajó caído de la noche, chillando con la furia de su descenso, resplandeciendo cada vez más brillante a medida que caía. El resplandor se desprendió en escamas del tamaño de semillas de arce, que se agitaron en su estela, girando y retorciéndose hacia el suelo, devorando todo aquello con lo que entraban en contacto. Cuatro o cinco atacantes se derrumbaron.

El Teniente lanzó un rápido contraataque, acabó con varios de los heridos, luego tuvo que retirarse. Varias de las criaturas arrastraron soldados caídos hacia el castillo. Las demás siguieron avanzando.

Sin ningún hueso heroico en mi cuerpo, giré sobre mis talones y me encaminé ladera abajo. Lo cual resultó ser un movimiento de lo más juicioso.

El aire crepitó y destelló y se abrió como una ventana. Algo brotó por ella desde algún otro lugar. La ladera se volvió tan fría con tanta rapidez que el propio aire se convirtió en hielo. El aire a mi alrededor se precipitó hacia la zona afectada, y también se congeló. El frío afectó a la mayor parte de las criaturas del castillo, envolviéndolas en escarcha. Una jabalina al azar golpeó a una. La criatura se hizo pedazos, se convirtió en polvo y pequeñas astillas de hielo. Los otros hombres lanzaron todos los proyectiles que hallaron disponibles, destruyendo a las demás.

La abertura se cerró tras sólo unos poco segundos. El relativo calor del mundo minó el acerbo frío. La bruma pareció hervir, ocultó la zona durante varios minutos. Cuando se aclaró no pudo hallarse el menor rastro de las criaturas.

Mientras tanto, tres criaturas intocadas corrían camino abajo hacia Enebro. Elmo y todo un pelotón se lanzaron a perseguirlas. Sobre ellos, el Renco alcanzó la cúspide de una ascensión y descendió para lanzar un golpe sobre la fortaleza. En el momento en que salía otro grupo de criaturas.

Agarraron todos los cuerpos que pudieron y se apresuraron a retroceder. Renco ajustó su descenso y les golpeó. La mitad cayeron. Las demás arrastraron al menos a una docena de hombres muertos al interior.

Un par de aquellas bolas voladoras llegaron chillando a través del cielo desde Tejadura e impactaron contra la muralla del castillo, formando un escudo de color. Otra alfombra descendió detrás del Renco. Soltó algo que cayó directamente al interior del castillo negro. Hubo un destello tan brillante que cegó a la gente en kilómetros a la redonda. Yo estaba mirando hacia otro lado en aquel momento, pero incluso así, pasaron quince segundos antes de que mi visión se recuperara lo suficiente como para mostrarme la fortaleza en fuego.

No era el fuego cambiante que habíamos visto antes. Era más como una conflagración que consumía realmente la propia materia de la fortaleza. Extraños gritos brotaron de su interior. Hicieron que dedos de hielo se arrastraran por mi espina dorsal. Eran gritos no de dolor, sino de rabia. Aparecieron criaturas en las almenas, agitando lo que parecían látigos de nueve colas, extinguiendo las llamas. Allá donde habían ardido las llamas la fortaleza se veía visiblemente disminuida.

Un firme flujo de pares de bolas aullaron a través del valle. No vi que contribuyeran en nada, pero estoy seguro de que había un propósito tras ellas.

Una tercera alfombra descendió mientras la del Renco y la otra estaban ascendiendo. Ésta arrastraba una nube de polvo. Allá donde tocaba el polvo, tenía un efecto similar al de las semillas de arce del Renco, sólo que generalizado. Las criaturas del castillo expuestas a él chillaron en agonía. Varias parecieron fundirse. Las otras abandonaron las murallas.

Los acontecimientos se siguieron sucediendo de esta forma durante un tiempo, con el castillo negro recibiendo al parecer la peor parte. Sin embargo habían conseguido meter aquellos cuerpos dentro, y sospeché que eso significaba problemas.

En algún momento durante todo aquello Asa aprovechó para huir. No me di cuenta de ello. Tampoco se dio cuenta nadie más hasta horas más tarde, cuando Prestamista lo divisó entrando en El Lirio de Hierro. Pero Prestamista estaba lejos, y El Lirio estaba haciendo un gran negocio pese a la hora, con todo el mundo tomando copas mientras contemplaba la furia en el risco norte. Prestamista lo perdió entre la multitud. Supuse que Asa hablaría con la cuñada de Chozo y descubriría que él también había escapado. Nunca tuvimos tiempo de entrevistarla.

Mientras tanto, el Teniente estaba consiguiendo mantener las cosas bajo control. Hizo retirar las bajas del ataque a la circunvalación. Situó las balistas en posición para disparar en caso de cualquier otro intento de ataque. Hizo cavar trampas pozo. Envió trabajadores a reemplazar los que había perdido Un Ojo.

Los Tomados siguieron hostigando el castillo, aunque a un ritmo más pausado. Ya habían lanzado sus mejores tiros.

Algún ocasional par de bolas aulló desde Tejadura sobre sus cabezas. Más tarde supe que las arrojaba Silencioso, a quien los Tomados le habían enseñado la forma de hacerlo.

Lo peor parecía haber pasado. Excepto los tres escapados que estaba persiguiendo Elmo, habíamos contenido el despliegue. El Renco se alejó para unirse a la caza de los tres. Susurro regresó a Tejadura para reabastecer su almacén de trucos desagradables, pluma patrulló por encima del castillo, picando ocasionalmente cuando sus habitantes salían para luchar contra las últimas llamas consumidoras. Había regresado una relativa paz.

Sin embargo, nadie descansaba. Los cuerpos habían sido arrastrados dentro. Todos nos preguntábamos si habrían reunido los suficientes como para traer al Dominador.

Pero estaban preparando algo más ahí dentro.

Un grupo de criaturas apareció sobre la muralla, sujetando un artilugio que apuntaron colina abajo. Pluma picó.

¡Bam! El humo hirvió a su alrededor, iluminado desde dentro. Se bamboleo. ¡Bam! Y luego ¡Bam! de nuevo. Y tres veces más. Y después del último ya no pudo mantenerse. La alfombra estaba en llamas un cometa arqueándose hacia arriba, hacia fuera, hacia lejos, y hacia abajo al interior de la ciudad. Se produjo una violenta explosión allá donde cayo. Al cabo de un momento una salvaje conflagración asoló el muelle. El fuego se esparció rápidamente por entre los apiñados edificios.

Susurro había salido de Tejadura y golpeaba el castillo negro en cuestión de minutos, con el maligno polvo que fundía y el fuego que quemaba la propia materia de la fortaleza. Había una intensidad en su vuelo que traicionaba su furia por la caída de Pluma.

Mientras tanto, el Renco interrumpió su caza de los escapados para ayudar a combatir el fuego en el Coturno. Con su ayuda quedó controlado en cuestión de horas. Sin él hubiera podido arder todo el distrito.

Elmo agarró a dos de los fugitivos. El tercero desapareció por completo. Cuando se reanudó la caza con la ayuda de los Tomados, no pudo hallarse ninguna huella.

Susurro mantuvo su ataque hasta que agotó sus recursos. Eso fue mucho después del amanecer. La fortaleza se parecía ahora más a un gigantesco montón de escoria que a un castillo, pero no había sucumbido. Un Ojo, cuando efectuó una inspección por los alrededores buscando más herramientas, me dijo que había montones de actividad dentro.