La agitación había pasado. Había sido un despliegue espectacular mientras duró, aunque no tan impresionante como algunos otros que he visto. La batalla de la Escalera Rota. La lucha alrededor de Hechizo. Esto era todo destello y espectáculo, más llamativo para la gente de Enebro que para nosotros o los habitantes del castillo negro. A nosotros no nos hizo ningún daño. Lo peor que sufrieron ellos fueron las muertes directas fuera de su puerta. El fuego en su interior no causó ningún auténtico daño. O eso informaron los Tomados.
Hoscamente, Susurro posó su alfombra fuera de mi cuartel general, entró en tromba con aspecto chamuscado pero sin ningún daño visible.
—¿Qué fue lo que lo empezó? —quiso saber.
El Teniente se lo explicó.
—Se están asustando —murmuró ella—. Quizás estén desesperados. ¿Intentaban asustaros o tomaros prisioneros?
—Definitivamente prisioneros —dije—. Nos golpearon con alguna especie de conjuro somnífero antes de que vinieran hacia nosotros. —Un Ojo apoyó mis palabras con un asentimiento de cabeza.
—¿Por qué no tuvieron éxito?
—Un Ojo rompió el conjuro. Lo volvió contra ellos. Matamos a tres.
—¡Ah! No es extraño que se sintieran trastornados. ¿Trajiste uno con vosotros?
—Pensé que podríamos comprenderlos mejor si abría a uno de ellos para ver cómo estaba hecho por dentro.
Susurro hizo uno de sus desvanecimientos mentales, comunicándose con el ama de todos nosotros. Regresó.
—Una buena idea. Pero Pluma y yo efectuaremos el trabajo. ¿Dónde está el cadáver? Me lo llevaré ahora mismo a Tejadura.
Señalé el cuerpo. Estaba a plena vista. Hizo que dos hombres lo llevaran a la alfombra. Murmuré:
—Ya no confían en nosotros para que hagamos nada. —Susurro me oyó. No hizo ningún comentario.
Una vez cargado el cuerpo, le dijo al Teniente:
—Iniciad de inmediato los trabajos preliminares de asedio. Una circunvalación. El Renco os apoyará. Probablemente las criaturas del Dominador intentarán romper el cerco o tomar prisioneros, o ambas cosas. No lo permitáis. Una docena de cautivos les permitirían abrir el camino. Os encontraríais frente al Dominador. No sería agradable.
—No me digas. —El Teniente es un tipo duro entre los tipos duros cuando le conviene. En aquellos momentos ni siquiera la Dama podía intimidarle—. ¿Por qué no te marchas? Ocúpate de tu trabajo y déjame a mí ocuparme del mío.
Sus observaciones no encajaban con el momento, pero estaba harto de los Tomados en general. Había estado de marcha con el Renco durante meses, y el Renco se creía el comandante. Tanto el Teniente como el Capitán empezaban a estar hartos. Y quizás ésa fuera la fuente de la fricción entre la Compañía y los Tomados. El Capitán también tenía sus límites, aunque era más diplomático que el Teniente. Ignoraba las órdenes que no le convenían.
Salí para observar la circunvalación del castillo negro. Equipos de trabajadores llegaban del Coturno, con palas al hombro y terror en sus ojos. Nuestros hombres dejaban sus herramientas y adoptaban papeles de vigilancia y supervisión. Ocasionalmente el castillo negro chisporroteaba, haciendo un débil intento por interferir, como un volcán murmurando para sí mismo después de que su energía se ha agotado. La gente del lugar se dispersaba a veces y había que reunirla de nuevo. Perdimos buena parte de la buena voluntad ganada antes.
Un avergonzado pero irritado Prestamista acudió en mi busca, con la gravedad acentuada por la luz del atardecer. Dudó unos instantes, fui a su encuentro.
—¿Cuál es la mala noticia?
—Ese maldito Chozo. Echó a correr en medio de la confusión.
—¿Confusión?
—La ciudad se volvió loca cuando los Tomados empezaron a mordisquear el castillo. Perdimos el rastro de Chozo. Cuando Goblin lo encontró, estaba a bordo de un barco rumbo a Pradoval. Intenté impedir que zarpara, pero no quisieron detenerse. Les disparé, luego agarré un bote y fui tras ellos, pero no pude atraparlos.
Tras maldecir a Prestamista y reprimir la urgencia de estrangularle, me senté a pensar.
—¿Qué le ocurre a este hombre, Presta? ¿De qué tiene miedo?
—De todo, Matasanos. De su propia sombra. Supongo que imaginó que íbamos a matarle. Goblin dice que era más que eso, pero ya sabes cómo le gusta complicar las cosas.
—¿Como qué?
—Goblin dice que desea romper por completo con el viejo Chozo. El miedo hacia nosotros fue la motivación que necesitaba para echar a correr.
—¿Romper por completo?
—Ya sabes. Como si se sintiera culpable de todo lo que había hecho. Y temiera las represalias de los Inquisidores. Cabestro sabe que estuvo en la incursión de las Catacumbas. Cabestro saltará sobre él tan pronto como regrese.
Miré al puerto en sombras. Todavía seguían partiendo barcos. Los muelles parecían desnudos. Si los forasteros seguían marchándose, pronto íbamos a convertirnos en muy impopulares. Enebro dependía enormemente del comercio.
—Encuentra a Elmo. Díselo. Dile que creo que deberías ir tras Chozo. Busca a Pivote y a esos chicos y tráelos de vuelta. Comprueba a Linda y a Cabestro ya que estas en ello.
Parecía un hombre condenado, pero no protestó. Tenía varios fallos en su haber. Verse separado de sus camaradas era una pena muy leve que pagar.
—De acuerdo —dijo, y se marchó apresuradamente.
Regresé a la tarea que tenía entre manos.
La desorganización se resolvió por sí misma cuando las tropas formaron a los locales en equipos de trabajo. La tierra empezó a volar. Primero una buena trinchera profunda para que las criaturas del castillo tuvieran problemas en salir, luego una empalizada detrás de eso.
Uno de los Tomados permaneció constantemente en el aire, trazando círculos a mucha altura, vigilando el castillo.
Empezaron a llegar carros de la ciudad, trayendo madera y piedras. Allá abajo otros equipos de trabajo estaban demoliendo edificios para aprovechar sus materiales. Aunque eran estructuras no aptas para ser ocupadas y que hubieran debido ser reemplazadas hacía mucho tiempo, albergaban a gente que no iba a sentir ningún aprecio hacia nosotros por destruir sus hogares.
Un Ojo y un sargento llamado Tembloroso se ocuparon de una gran empresa al otro lado del castillo, al pie de la ladera más escarpada: iniciaron una mina destinada a hundir parte de la muralla del castillo ladera abajo. No hicieron nada por ocultar sus propósitos. No servía de mucho tampoco intentarlo. Las cosas a las que nos enfrentábamos tenían el poder de penetrar como un cuchillo en cualquier subterfugio.
En realidad, conseguir abrir una brecha en la muralla sería un trabajo duro. Podía tomar semanas, incluso con la ayuda de Un Ojo. Los mineros tendrían que excavar a través de muchos metros de sólida roca.
El proyecto era una de las varias fintas que pensaba emplear el Teniente, aunque por la forma como planea un asedio, la finta de un día puede convertirse en el empuje principal del día siguiente. Con una mano de obra como la de Enebro, podía ejercer cualquier opción.
Sentí un cierto orgullo contemplando cómo iba tomando forma el asedio. Llevo mucho tiempo con la Compañía. Nunca había emprendido un proyecto tan ambicioso. Nunca habíamos tenido la oportunidad. Recorrí el lugar hasta que encontré al Teniente.
—¿Cuál es aquí el plan? —pregunté. Nadie me decía nunca nada.
—Simplemente clavarlos ahí dentro de modo que no puedan salir. Luego los Tomados saltarán sobre ellos.
Gruñí. Básico y simple. Había esperado que fuera algo más complicado. Las criaturas de ahí dentro iban a luchar. Sospechaba que el Dominador se agitaba inquieto allá donde yaciera, moldeando un contragolpe.
Tiene que ser un infierno ser enterrado vivo, incapaz de hacer nada excepto desear y confiar en unos esbirros mucho más allá de tu control directo. Una impotencia así me destruiría en cuestión de horas.
Le hablé al Teniente de la huida de Chozo. No le dio mucha importancia. Chozo significaba poco para él. No sabía nada de Cuervo y Linda. Para él, Cuervo era un desertor y Linda su seguidora de campo. Nada de especial. Pero deseaba que supiera acerca de Chozo para que pudiera mencionárselo al Capitán. El Capitán tal vez deseara emprender alguna acción más vigorosa que mi recomendación a Elmo.
Permanecí un rato con el Teniente, él observando el trabajo de los equipos, yo observando una fila de carros ascender colina arriba. Debían de traer la cena.
—Empiezo a sentirme malditamente cansado de las comidas frías —murmuré.
—Te diré lo que deberías hacer, Matasanos. Deberías casarte y sentar raíces.
—Seguro —respondí, más sarcásticamente de lo que sentía—. Inmediatamente después de ti.
—No, de veras. Éste podría ser el lugar para hacerlo. Monta una consulta, atiende a los ricos. La familia de ese Duque, digamos. Luego, cuando tu amiga llegue aquí, le planteas la cuestión y solucionas todo el problema.
Dagas de hielo se clavaron en mi alma y se retorcieron dentro.
—¿Amiga? —croé.
Sonrió.
—Exacto. ¿Nadie te lo ha dicho? Viene a presenciar el gran espectáculo. A dirigirlo personalmente. Es tu gran oportunidad.
Mi gran oportunidad. Pero ¿para qué?
Estaba hablando de la Dama, por supuesto. Habían pasado años, pero todavía me pinchaban acerca de algunas románticas historias que escribí antes de conocer realmente a la Dama. Siempre se meten con alguien que saben que puede ser su chivo expiatorio perfecto. Es parte del juego. Parte de la hermandad.
Apuesto a que el hijo de puta había estado hirviendo por dentro con la noticia desde que la supo, esperando poder comunicármela.
La Dama. Venía a Enebro.
Consideré la posibilidad de desertar realmente. Mientras quedaran todavía uno o dos barcos con los que poder huir.