Las cosas cambiaron tras la visita del Capitán. Los hombres se volvieron más alertas. La influencia de Elmo aumentó mientras la mía disminuía. Un tono menos débil y más inflexible caracterizó la actuación de la Compañía. Todos los hombres estaban preparados para actuar al primer aviso.
Las comunicaciones mejoraron espectacularmente mientras el tiempo disponible para dormir declinaba dolorosamente. Ninguno de nosotros estaba nunca fuera de contacto más de dos horas. Y Elmo halló excusas para enviar a todo el mundo excepto él mismo fuera de Tejadura, a lugares donde los Tomados tendrían problemas en encontrarles. Asa se convirtió en mi pupilo allá en la ladera del castillo negro.
La tensión aumentó. Me sentía como un miembro de una bandada de gallinas preparadas para dispersarse en el momento en que un zorro aterrizara entre ellas. Intenté sangrar mis temblores poniendo al día a los Anales. Tuve que dejarlos cada vez de lado, sin haber conseguido redactar más que unas pocas notas.
Cuando la tensión se hizo demasiado para mí, me dirigí colina arriba para contemplar el castillo negro.
Era una toma de riesgo intencionada, como la de un niño que se arrastra por la rama de un árbol que cuelga sobre un precipicio. Cuanto más me acercaba al castillo, más angosta se hacía mi concentración. A doscientos metros todas las demás preocupaciones se desvanecieron. Sentí el temor que producía aquel lugar en los huesos de mis tobillos y en los remansos de mi alma. A doscientos metros tuve la sensación de lo que significaba tener la sombra del Dominador flotando sobre el mundo. Tuve la misma sensación que tenía la Dama cuando tomaba en consideración la resurrección potencial de su esposo. Cada emoción se veía rematada por un filo de desesperación.
En cierto sentido, el castillo negro era más que un portal a través del cual la más vieja y grande maldad del mundo podía reaparecer. Era una concretización de conceptos metafóricos, y un símbolo viviente. Hacía las mismas cosas que hace una gran catedral. Como una catedral, era mucho más que un edificio.
Podía contemplar sus paredes de obsidiana y su grotesca decoración, recordar las historias de Chozo, y no evitar nunca el sumergirme en el sumidero de mi propia alma, no evitar nunca el buscar en mí mismo la decencia esencial almacenada a lo largo de la mayor parte de mi vida adulta. Aquel castillo era, si lo prefieren, un hito moral. Si uno tiene cerebro. Si tiene sensibilidad.
Había ocasiones en las que Un Ojo, Goblin, Elmo o alguno de los otros hombres me acompañaban. Ninguno de ellos regresaba intocado. Podían permanecer allí conmigo, hablando de trivialidades acerca de su construcción o, ponderadamente, sobre su significado en el futuro de la Compañía, y durante todo el tiempo algo estaba ocurriendo dentro.
No creo en el mal absoluto. He hablado específicamente de esa filosofía en otro lugar en los Anales, y afecta todas mis observaciones a través de mi oficio de Analista. Creo en nuestro lado y en el suyo, con el bien y el mal decididos tras el hecho por aquellos que sobreviven. Entre los hombres raras veces encuentras el bien con un estándar y las sombras con otro. En nuestra guerra con los Rebeldes, hace ocho o nueve años, servimos al lado percibido como las sombras. Sin embargo, vimos más atrocidades practicadas por los defensores de la Rosa Blanca que por aquéllos de la Dama. Los villanos de la obra eran al menos directos.
El mundo sabe dónde está con la Dama. Son los Rebeldes cuyos ideales y moralidad entran en conflicto con los hechos, se vuelven tan cambiables como el clima y tan flexibles como una serpiente.
Pero eso son puras disgresiones. El castillo negro produce este efecto. Te hace deambular por todos los callejones laterales y sin salida y falsos senderos que has ido abriendo a lo largo de toda tu vida. Te hace reevaluar las cosas. Te hace desear situarte en algún lado, aunque sea el lado negro. Te vuelve impaciente con tu propia y maleable moralidad.
Sospecho que es por eso por lo que Enebro decidió fingir que el lugar no existe. Es un absoluto que exige absolutos en un mundo con una preferencia hacia los relativos.
Linda estaba a menudo en mis pensamientos mientras permanecía de pie debajo de aquellas negras murallas vítreas, porque ella era la antípoda del castillo cuando yo estaba ahí arriba. Un absoluto en oposición a todo lo que el castillo negro simbolizaba. Yo no había estado mucho en presencia de ella desde que me había dado cuenta de lo que era, pero podía recordar haberme sentido moralmente nervioso por ella también. Me preguntaba cómo podía afectarme ella ahora, tras haber tenido todos aquellos años para crecer.
Por lo que Chozo decía, no apestaba de la forma en que lo hacía el castillo. El principal interés del hombre en ella había sido llevarla escaleras arriba. Y Cuervo no se había sentido impulsado hacia los canales puritanos tampoco. Si acaso, se había deslizado alguna vez ni más adentro en la oscuridad…, aunque sólo por los motivos más elevados.
Posiblemente había un mensaje allí. Una observación sobre medios y fines. Allí estaba Cuervo que actuaba con la pragmática amoralidad de un príncipe del Infierno, y así podía salvar a la niña que representaba la mayor esperanza del mundo contra la Dama y el Dominador.
Oh, sería maravilloso si el mundo y sus cuestiones morales fueran como un gran tablero de juego, con jugadores blancos y negros, y reglas fijas, y ni una sombra de gris.
Incluso Asa y Chozo podían sentir el aura del castillo si los llevabas arriba durante el día y les hacías permanecer allí de pie contemplando aquellas siniestras murallas.
Especialmente Chozo.
Chozo había alcanzado una posición en la que podía permitirse consciencia e incertidumbre. Quiero decir, no tenía ninguno de los problemas financieros que lo habían acosado antes, y ninguna perspectiva de poder cavarse un agujero con nosotros observándole, así que podía reflejarse en aquel lugar en algunas cosas y sentirse disgustado consigo mismo. Más de una vez lo llevé allá arriba y le observé mientras aquella profunda chispa de oscura decencia llameaba allí dentro, retorcida sobre el potro del tormento interior.
* * *
No sé cómo lo hizo Elmo. Quizá no durmió durante varias semanas. Pero cuando la Compañía bajó de las Wolander, tenía preparado un plan de ocupación. Era tosco, por supuesto, pero mejor de lo que ninguno de nosotros esperaba.
Yo estaba en el Coturno, en El Lirio de Hierro de Chozo, cuando los primeros rumores asaltaron los muelles y suscitaron uno de los más masivos estados de confusión que haya visto nunca. El vendedor de madera vecino de Chozo entró corriendo en El Lirio y anunció:
—¡Hay un ejército saliendo del paso y bajando hacia aquí! ¡Extranjeros! ¡Miles de ellos! Dicen…
Durante la hora siguiente una docena de clientes trajeron la noticia. Cada vez el ejército era más grande y su propósito más oscuro. Nadie sabía lo que deseaba la Compañía. Varios testigos asignaron motivos acordes a sus propios miedos. Pocos llegaron a acercarse siquiera a la verdad.
Aunque los hombres estaban cansados después de una marcha tan larga, se dispersaron rápidamente por la ciudad, las unidades más grandes conducidas por los hombres de Elmo. Arrope trajo una compañía reforzada al Coturno. Los peores distritos son siempre los primeros focos de rebelión, nos ha enseñado la experiencia. Hubo unas pocas confrontaciones violentas. Los ciudadanos de Enebro fueron tomados por sorpresa y no tenían la menor idea de contra lo que luchaban. Muchos se limitaron a mirar.
Yo me reuní con mi pelotón. Éste era el momento en que los Tomados harían su movimiento. Si es que planeaban algo.
No ocurrió nada. Como hubiera podido sospechar, sabiendo que hombres de nuestro propio grupo de avanzada estaban guiando a los recién llegados. De hecho, nadie entró en contacto conmigo ahí arriba durante otros dos días. Por aquel entonces la ciudad ya estaba pacificada. Todos los puntos clave estaban en nuestras manos. Cada edificio estatal, cada arsenal, cada punto estratégico, incluso el cuartel general de los Custodios en el Recinto. Y la vida siguió como de costumbre. El único pequeño problema surgió cuando unos refugiados Rebeldes intentaron iniciar un levantamiento, acusando acertadamente al Duque de haber traído a la Dama a Enebro.
A la gente de Enebro no le importó demasiado.
Sin embargo, hubo problemas en el Coturno. Elmo deseaba controlar el distrito. Algunos de sus moradores no deseaban ser controlados. Usó la compañía de Arrope con energía, rompiendo las organizaciones de los jefes del crimen. Yo no vi la necesidad, pero cabezas más sabias que la mía temían que las pandillas pudieran convertirse en el foco de una resistencia futura. Cualquier cosa con ese potencial tenía que ser aplastado inmediatamente. Creo que había la esperanza de que el movimiento se ganara también el favor popular.
Elmo trajo al Teniente a mi cabaña en la ladera de la colina el tercer día después de la llegada de la Compañía.
—¿Cómo van las cosas? —pregunté. El Teniente había envejecido terriblemente desde que lo había visto por última vez. El paso hacia el oeste había sido duro.
—La ciudad está segura —dijo—. Un hediondo estercolero, ¿no?
—Apuesta a que sí. Es todo barriga de serpiente. ¿Qué ocurre?
—Necesita echarle una mirada al blanco —dijo Elmo.
Alcé una ceja.
—El Renco dice que vamos a tomar este lugar —dijo el Teniente—. No sé cuándo. El Capitán quiere que le eche una mirada.
—Mejor hoy que mañana —murmuré—. No voy a decirte que no. —Me puse el abrigo. Hacía frío ahí arriba en las laderas. Elmo y Un Ojo se nos unieron cuando llevé al Teniente arriba. Echó un vistazo al castillo, profundamente sumido en sus pensamientos. Finalmente dijo:
—No me gusta. Ni siquiera un poco. —Sentía el frío temor que irradiaba el lugar.
—Tengo a un hombre que consiguió entrar —dije—. Pero no dejes que se enteren los Tomados. Se supone que está muerto.
—¿Qué puede decirnos?
—No mucho. Sólo estuvo allí de noche, en un patio detrás de la puerta.
—Hum. Los Tomados tienen a una muchacha arriba en Tejadura también. Hablé con ella. No pudo decirme nada. Sólo estuvo ahí dentro una vez y estaba demasiado asustada para mirar a su alrededor.
—¿Todavía está viva?
—Sí. ¿Es la que atrapaste? Sí. Está viva. Órdenes de la Dama, al parecer. Una maldita bruja desagradable. Demos una vuelta.
Fuimos a la ladera del otro lado, donde el camino era más difícil, con el acompañamiento del constantemente malhumorado Un Ojo. El Teniente constató lo obvio:
—No hay forma de acceder a él desde aquí. No sin la ayuda de los Tomados.
—Incluso con los Tomados va a requerir una gran cantidad de ayuda llegar hasta él desde cualquier dirección.
Me miró interrogativamente.
Le hablé de los problemas de Pluma la noche en que cogimos a Chozo y a su camarera.
—¿Algo desde entonces?
—Nada. Y antes tampoco. El hombre que estuvo dentro nunca vio tampoco nada extraordinario. Pero maldita sea, la cosa está conectada con el Túmulo. Tiene al Dominador detrás. Sabes que no va a ser fácil. Ellos saben que hay problemas aquí fuera.
Un Ojo emitió un sonido chillón.
—¿Qué? —restalló el Teniente.
Un Ojo señaló. Todos miramos muralla arriba, que se alzaba sus buenos veinte metros por encima de nosotros. No vi nada. Tampoco el Teniente.
—Algo nos está observando. Algo de aspecto ominoso.
—Yo también lo vi —señaló Elmo—. Largo, pellejudo, un tipo amarillento con ojos como de serpiente.
Estudié la muralla.
—¿Cómo puedes decirlo desde aquí?
Elmo se estremeció y se encogió de hombros.
—Puedo. Y no me gustó lo que vi. Parecía como si deseara morderme. —Nos arrastramos por entre los arbustos y las rocas, manteniendo un ojo fijo en el castillo, el otro en la ladera. Elmo murmuró:
—Unos ojos hambrientos. Eso es lo que eran.
Alcanzamos el borde del risco al oeste del castillo. El Teniente hizo una pausa.
—¿Hasta cuán cerca se puede llegar?
Me encogí de hombros.
—No tuve el valor de averiguarlo.
El Teniente avanzó hacia un lado, hacia otro, como si estudiara algo.
—Traigamos algunos prisioneros y descubrámoslo.
Sorbí la saliva acumulada entre mis dientes, luego dije:
—No vas a poder traer a la gente del lugar a ninguna parte cerca de este sitio.
—¿Crees que no? ¿Qué hay acerca de una promesa de perdón? Arrope ha detenido a la mitad de los villanos del Coturno. Se ha lanzado a una cruzada anticrimen. Si recibe tres quejas acerca de alguien, lo agarra.
—Suena un tanto simple —dije. Seguíamos avanzando para echarle una mirada a la puerta del castillo. Por simple quería decir simplista, no fácil.
El Teniente rió quedamente. Meses de dificultades no habían deteriorado su extraño sentido del humor.
—Las mentes simples responden a las respuestas simples. Unos pocos meses de reformas de Arrope, y el Duque se convertirá en un héroe.
Comprendí el razonamiento. Enebro era una ciudad sin ley, gobernada por hombres fuertes regionales. Había hordas de Chozos que vivían en el terror, constantemente victimizados. Cualquiera que disminuyera el terror se ganaría su afecto. Adecuadamente desarrollado, ese afecto sobreviviría a excesos posteriores.
Me pregunté, sin embargo, si el apoyo de unos débiles valía mucho. O, si los infectábamos con éxito con valor, no estaríamos creando problemas para nosotros más tarde. Retira la opresión doméstica diaria, y pueden imaginar una opresión por nuestra parte.
Lo he visto antes. La gente pequeña tiene que odiar, tiene que culpar a alguien de sus propias insuficiencias.
Pero ése no era el problema en estos momentos. El momento exigía una acción inmediata, vigorosa, violenta.
La puerta del castillo se abrió cuando llegamos a ella. Media docena de locos seres vestidos de negro avanzaron hacia nosotros. Una bruma de letárgia se apoderó de mí, y sentí que el miedo desaparecía en el momento mismo en que nacía a la existencia. En el momento en que estaban a medio camino hacia nosotros, todo lo que deseaba era echarme.
El dolor llenó mis miembros. Me dolía la cabeza. Los retortijones anudaron mi estómago. La letárgia desapareció.
Un Ojo estaba haciendo cosas extrañas, danzando, gimoteando como un cachorro de lobo, agitando las manos a su alrededor como un pájaro herido. Su gran y extraño sombrero voló y se puso a dar volteretas en la brisa, colina abajo, hasta que se enredó en los arbustos. Entre gimoteos, restalló:
—¡Haced algo, idiotas! ¡No puedo contenerlos para siempre!
¡Shang! La espada de Elmo brotó de su vaina. El Teniente hizo lo mismo. Yo no llevaba más que una daga larga. La extraje y me uní a los demás. Las criaturas del castillo se inmovilizaron, con la sorpresa reflejada en sus ojos de ofidio. El Teniente las alcanzó primero, hizo una finta, esgrimió la espada, lanzó un poderoso golpe con las dos manos.
Su arma es casi una espada de verdugo. Un golpe como aquél hubiera debido rebanar los cuellos de al menos tres hombres. No seccionó la cabeza de su víctima, aunque mordió profundamente. La sangre nos roció a los tres.
Elmo se lanzó hacia adelante, y lo mismo hice yo. Su espada se hundió un palmo en su víctima. Mi daga me causó la sensación como si hubiera golpeado madera blanda. Se hundió tan sólo media docena de centímetros en mi víctima. Probablemente no lo bastante profundo como para alcanzar nada vital.
Retiré bruscamente mi hoja, rebusqué en mis conocimientos médicos para elegir un mejor punto mortal. Elmo pateó a su víctima en el pecho para liberar su arma.
El Teniente tenía la mejor arma y la mejor posición. Golpeó otro cuello mientras nosotros nos agitábamos de un lado para otro.
Entonces Un Ojo perdió lo que fuera que había hecho. Los ojos de las criaturas del castillo cobraron vida. Puro veneno ardió en ellos. Temí que las dos que todavía no habían sufrido daño se lanzaran sobre nosotros. Pero el Teniente lanzó un golpe salvaje y retrocedieron. La que yo había herido se tambaleó tras ellas. Cayó antes de alcanzar la puerta. Siguió arrastrándose. La puerta se cerró ante su rostro.
—Bien —dijo el Teniente—. He aquí unos cuantos tipos a los que no tendremos que enfrentarnos más tarde. Mis felicitaciones, Un Ojo. —Habló calmadamente, pero su voz se elevó aguda en la escala. Le temblaban las manos. Había estado cerca. No hubiéramos sobrevivido si un Ojo no hubiera venido con nosotros—. Creo que ya hemos tenido bastante por hoy. Marchémonos.
Un noventa por ciento de mí deseaba correr tan rápido como pudiera. El diez por ciento restante seguía pensando en lo ocurrido.
—Llevémonos con nosotros a uno de esos bastardos —croó una voz seca por el miedo.
—¿Por qué? —quiso saber Elmo.
—Para que pueda abrirlo y ver qué es.
—Sí. —El Teniente se agachó y agarró uno de los cuerpos por los sobacos. Se agitó débilmente. Me estremecí. Agarré los pies cubiertos con botas y los alcé. La criatura se dobló por la mitad.
—Al infierno con eso —dijo el Teniente. Dejó caer su extremo, se puso a mi lado—. Tú tira de esa pierna. Yo tiraré de esa otra.
Tiramos. El cuerpo se deslizó de lado. Empezamos a discutir acerca de quién debía de hacer qué.
—¿Queréis dejar de decir estupideces, los dos? —gruñó Un Ojo. Apuntó con un arrugado dedo negro como si fuera una daga. Miré hacia atrás. Habían aparecido más criaturas en las almenas. Sentí que el temor que inspiraba el castillo se incrementaba.
—Algo está ocurriendo —dije, y me encaminé colina abajo, sin soltar nunca el cuerpo. El Teniente nos siguió. El cuerpo que cargábamos recibió un buen vapuleo en su camino por entre las rocas y los arbustos.
¡Bam! Algo golpeó la ladera como el impacto del pie de un gigante. Me sentí como una cucaracha huyendo de un hombre que odiaba las cucarachas y se había puesto las botas de pisar cucarachas. Hubo otro retumbar, la tierra tembló de nuevo.
—Oh, mierda —dijo Elmo. Pasó por mi lado, agitando brazos y piernas. Un Ojo iba inmediatamente detrás de él, volando ahora ganando terreno. Ninguno de los dos se ofreció a ayudar.
Un tercer retumbar, y un cuarto, casi regularmente espaciados, cada uno un poco más cerca que el anterior. El último envió fragmentos de piedra y ramas secas trazando un arco sobre nuestras cabezas.
Cincuenta metros ladera abajo Un Ojo se detuvo, se dio la vuelta, hizo una de sus cosas mágicas. Una masa de pálido fuego azul estalló en sus manos alzadas, ascendió rugiendo la colina, gimiendo más allá de mí a menos de un palmo de distancia. El Teniente y yo pasamos junto a Un Ojo. Un quinto retumbar gigante golpeó nuestras espaldas con fragmentos de roca y madera.
Un Ojo dejó escapar un loco aullido y corrió de nuevo. Gritó:
—¡Ése fue mi mejor disparo! ¡Mejor soltad a ese payaso y dispersaos! —Siguió corriendo, saltando como una liebre huyendo de la jauría.
Un grito llenó el valle del Puerto. Un par de puntos acudieron veloces desde la ladera sur, casi demasiado rápidos para que el ojo pudiera seguirlos. Pasaron por encima nuestro con un rugir hueco y profundo, y retumbaron como el tambor de un dios detrás de nosotros. No estuve seguro, pero parecía que los puntos estaban conectados.
Apareció otro par, girando alrededor de un centro común. Pude verlos mejor. Sí, estaban conectados. Rugían. Retumbaban. Miré hacia atrás. La faz del castillo negro había desaparecido detrás de un muro de color como pintura arrojada contra ella y luego dejada chorrear, un panel de cristal al que no se adhería.
—Los Tomados están al trabajo —jadeó el Teniente. Sus ojos eran alocados, pero se aferraba a su lado de nuestra carga.
La maldita criatura se enganchó. Presas del pánico, tiramos y liberamos sus ropas de un arbusto espinoso. Seguí mirando hacia arriba, esperando que algo bajara hacia nosotros y nos aplastara allí en la ladera.
Llegaron otro par de bolas, esparciendo color. No parecían hacer ningún daño evidente, pero mantenían al castillo ocupado.
Liberamos nuestro botín, nos apresuramos a seguir.
Llegó una pareja de puntos diferente, cayendo desde las alturas. Señalé.
—Pluma y Susurro. —Los Tomados picaron hacia el castillo negro, precedidos por un agudo chillar. El fuego envolvió las murallas del castillo. La obsidiana pareció fundirse y resbalar hacia abajo como la cera de una vela, cambiando las ya grotescas decoraciones en formas aún más extrañas. Los Tomados se alejaron, ganaron altitud, dieron la vuelta para otra pasada. Mientras tanto otro par de puntos chillaron cruzando el valle del Puerto y pintaron el aire. Hubiera sido un gran espectáculo si yo no hubiera estado tan malditamente atareado escapando.
La ladera resonó con el paso de un gigante invisible. Un círculo de cinco metros de ancho por uno y medio de profundidad apareció un poco por encima de nosotros. Volaron piedras y madera. Falló sólo por dos pares de metros. El impacto nos derribó. Una línea de algo parecido a huellas marchó de vuelta ladera arriba.
Por fuerte que fuera ese golpe, era menos intenso que sus predecesores.
Pluma y Susurro picaron de nuevo, y de nuevo la faz del castillo negro se fundió, chorreó, cambió de forma. Luego el trueno rasgó el aire. ¡Bam–bam! Ambos Tomados desaparecieron en medio de nubes de humo. Oscilaron, luchando por controlar sus alfombras. Ambas se chamuscaron de la misma forma que Pluma la noche en que capturamos a Chozo. Lucharon por ganar altitud.
El castillo dirigió toda su atención a ellas. El Teniente y yo escapamos.