ENEBRO: VISITANTES

Goblin me trajo al hombre, Asa, e insistió en que aguardáramos a Elmo antes de interrogarle. Había enviado a alguien a sacar a Elmo de Tejadura, donde estaba intentando apaciguar a Susurro. Susurro estaba siendo atosigada por el enviado de la Dama y estaba pagándolo con quien tenía a mano.

Goblin estaba inquieto por lo que había averiguado. No jugó a su juego habitual de intentar hacerme adivinar lo que estaba ocurriendo. Estalló directamente:

—Asa dice que él y Cuervo tuvieron un encuentro con Cabestro, Cuervo está muerto. Apagado. Linda está a sus propios medios ahí abajo.

¿Excitación? Mejor créanlo. Estaba dispuesto a interrogar al hombrecillo allí y entonces. Pero me controlé.

Elmo tardó un tiempo en presentarse. Goblin y yo nos subíamos por las paredes antes de que apareciera, mientras que Asa parecía a punto de sufrir un ataque al corazón.

La espera resultó provechosa. Elmo no vino solo.

El primer indicio fue un débil pero acre olor que parecía llegar de la chimenea, donde había hecho encender un pequeño fuego. Justo por si acaso, ¿saben? Con unas cuantas varillas de hierro apoyadas a su lado, listas para ser calentadas, de modo que Asa pudiera verlas y pensar, y quizá convencerse a sí mismo de que no debía dejar nada fuera.

—¿Qué es ese olor? —preguntó alguien—. Matasanos, ¿has dejado entrar de nuevo a ese gato?

—Lo saqué a patadas después de que se meara en mis botas —dije—. Lo envié más allá de la mitad de la colina. Quizá se meó también en la leña antes de irse.

El olor se hizo más fuerte. En realidad no era ofensivo, sólo ligeramente irritante. Nos turnamos examinando la leña. Nada.

Estaba en medio de una tercera inspección cuando el fuego captó mi atención. Por un segundo vi un rostro en las llamas.

Casi se me paró el corazón. Durante medio minuto me vi sumido en el pánico, sin otra cosa más que la presencia del rostro en mi mente. Consideré todos los males que podían producirse: los Tomados vigilando, la Dama vigilando, las cosas del castillo negro, quizás el propio Dominador atisbando a través de nuestro fuego. Luego algo relajado, allá en los escalones traseros de mi mente, reiteró un detalle en el que no había reparado porque no tenía ninguna razón para esperarlo. El rostro en las llamas sólo tenía un ojo.

—Un Ojo —dije sin pensar—. Ese pequeño bastardo está en Enebro.

Goblin giró en redondo hacia mí, con los ojos muy abiertos. Olisqueó el aire. Su famosa sonrisa hendió el aire.

—Tienes razón, Matasanos. Absolutamente razón. Ese olor es la propia mofeta en persona. Hubiera debido reconocerlo de inmediato.

Miré al fuego. El rostro no reapareció.

—¿Cuál podría ser una bienvenida adecuada? —meditó Goblin.

—¿Supones que lo envió el capitán?

—Probablemente. Es lógico enviar por delante a él o a Silencioso.

—Hazme un favor, Goblin.

—¿Cuál?

—No le des ninguna bienvenida especial.

Goblin pareció deshinchado. Había sido mucho tiempo. No deseaba perder la oportunidad de refrescar su relación con Un Ojo con un destello y un bang.

—Mira —dije—. Está aquí de incógnito. No deseamos que los Tomados lo sepan. ¿Por qué darles algo que puedan olisquear?

Una mala elección de las palabras. El olor estaba a punto de sacarnos fuera.

—Sí —gruñó Goblin—. Hubiera preferido que el Capitán enviara a Silencioso. Así no hubiera habido problemas. Le tenía preparada a Un Ojo la mayor sorpresa de su vida.

—Ya lo harás más tarde. Mientras tanto, ¿por qué no despejas este olor? ¿Por qué no pillar a ese macho cabrío simplemente ignorándolo?

Pensó en ello. Sus ojos relucieron.

—Sí —dijo, y supe que había modelado mi sugerencia a su propio y retorcido sentido del humor.

Un puño martilleó la puerta. Me sobresaltó pese a que estaba esperándolo. Uno de los hombres dejó entrar a Elmo.

Un Ojo entró detrás de él, sonriendo como una pequeña mangosta a punto de comerse una serpiente. No le prestamos atención, porque el Capitán entró detrás.

¡El Capitán! El último hombre que esperaba que alcanzara Enebro antes que la propia Compañía.

—¿Señor? —restallé—. ¿Qué demonios haces aquí?

Se acercó al fuego, extendió las manos. El verano había empezado a desvanecerse, pero no hacía tanto frío como eso. Su aspecto era tan de oso como siempre, aunque había perdido peso y había envejecido. Había sido realmente una dura marcha.

—Cigüeña —respondió.

Fruncí el ceño, miré a Elmo. Elmo se encogió de hombros, dijo:

—Envié a Cigüeña con el mensaje.

El Capitán amplió:

—El mensaje de Cigüeña no tenía ningún sentido. ¿Qué es todo esto acerca de Cuervo?

Cuervo, por supuesto. Había sido su mejor amigo antes de desertar. Empecé a captar un destello.

Señalé a Asa.

—Este tipo estuvo metido en el asunto desde el principio. Fue el compinche de Cuervo. Dice que Cuervo está muerto ahora, ahí abajo… ¿Cuál es el nombre de ese lugar, Asa?

Asa miró al Capitán y a Un Ojo y tragó seis veces saliva, incapaz de decir nada. Indiqué al Capitán:

—Cuervo le contó historias sobre nosotros que volvieron grises sus cabellos.

—Oigamos la historia —dijo el Capitán. Miraba fijamente a Asa.

De modo que Asa contó su historia por tercera vez, mientras Goblin flotaba por ahí, escuchando por si oía el resonar de la falsedad en sus palabras. Ignoró a Un Ojo en la exhibición maestra más completa de ignorancia que jamás haya visto. Y todo para nada.

El capitán ignoró completamente a Asa desde el momento mismo en que terminó su relato. Asunto de estilo, pienso. Deseaba que la información calara en él antes de salir para reexaminarla. Me hizo revisar todo lo que yo había experimentado desde mi llegada a Enebro. Presumo que ya había obtenido la historia de labios de Elmo.

Terminé. Observó:

—Eres demasiado suspicaz respecto a los Tomados. El Renco ha estado con nosotros todo el tiempo. No actúa como si se estuviera preparando algo. —Si alguien tenía una causa contra nosotros, ése era el Renco.

—De todos modos —dije—, hay ruedas dentro de ruedas dentro de ruedas con la Dama y los Tomados. Quizá no se lo diga todo porque imaginen que no puede mantener el secreto.

—Quizá —admitió el Capitán. Paseó de un lado para otro, lanzó ocasionalmente a Asa una mirada perpleja—. De todos modos, no dejemos que Un Ojo se haga más preguntas de las que ya se hace. Juguemos ajustado. Finge que no te sientes suspicaz. Haz tu trabajo. Un Ojo y sus chicos estarán por ahí para respaldarte.

Seguro, pensé. ¿Contra los Tomados?

—Si el Renco está con la Compañía, ¿cómo te fuiste? Si sabe que te has ido, la noticia no tardará en llegar a la Dama, ¿no?

—No lo descubrirá. No nos hemos hablado en meses. Está encerrado en sí mismo. Aburrido, creo.

—¿Qué hay acerca del Túmulo? —Tenía derecho de primicia de saber todo lo que había ocurrido durante el largo viaje de la Compañía, porque no tenía nada en los Anales relativo a la mayoría de mis camaradas. Pero todavía no era tiempo de exhumar detalles. Sólo de captar el ambiente general.

—Nunca lo vimos —dijo el Capitán—. Según el Renco, Jornada y la Dama están ocupándose de ese extremo. Podemos esperar un movimiento importante tan pronto como tengamos Enebro bajo control.

—Todavía no hemos tenido tiempo de prepararnos —dije—. Los Tomados nos han mantenido atareados con el castillo negro.

—Un lugar horrible, ¿verdad? —Nos miró uno a uno—. Creo que hubierais podido hacer más si no os hubierais mostrado tan paranoicos.

—¿Señor?

—La mayor parte de vuestros movimientos para cubrir vuestros rastros me suenan a innecesarios y a pérdida de tiempo. El problema era de Cuervo, no vuestro. Y él lo resolvió a su manera típica. Sin ayuda. —Miró fijamente a Asa—. De hecho, el problema parece resuelto definitivamente.

Él no había estado allí y no había sentido las presiones, pero me abstuve de mencionarlo. En vez de ello pregunté:

—Goblin, ¿crees que Asa está diciendo la verdad?

Goblin asintió cautelosamente.

—¿Qué hay contigo, Un Ojo? ¿Captas alguna nota falsa?

El hombrecillo negro respondió con una precavida negativa.

—Asa. Cuervo tenía que tener consigo un fajo de papeles. ¿Los mencionó alguna vez?

Asa pareció desconcertado. Negó con la cabeza.

—¿Tenía algún cofre o baúl o algo a lo que no quisiera que nadie se acercara?

Asa pareció confundido por la dirección que tomaban mis preguntas. Los demás también. Sólo Silencioso sabía acerca de aquellos papeles. Silencioso y quizá Susurro, que en su tiempo los había poseído.

—¿Asa? ¿Algo que tratara de una forma inusual?

Una luz se iluminó en la mente del hombrecillo.

—Había una caja. Grande. Del tamaño de un ataúd. Recuerdo haber hecho un chiste al respecto. Dijo algo críptico acerca de ser el billete de alguien a la tumba.

Sonreí. Los papeles todavía existían.

—¿Qué hizo con la caja ahí abajo?

—No lo sé.

—Asa…

—De veras. Sólo la vi un par de veces en el barco. Nunca pensé en nada acerca de ella.

—¿Adónde quieres llegar, Matasanos? —preguntó el Capitán.

—Tengo una teoría. Basada sólo en lo que sé sobre Cuervo y Asa.

Todo el mundo frunció el ceño.

—En general, lo que sabemos de Asa sugiera que es un personaje al que Cuervo nunca se hubiera llevado consigo. Es un gallina. No se puede confiar en él. Habla demasiado. Pero Cuervo se lo llevó consigo. Se lo llevó al sur y lo convirtió en parte del equipo. ¿Por qué? Quizás a vosotros no os preocupe, chicos, pero a mí sí.

—No te sigo —dijo el Capitán.

—Supón que Cuervo deseaba desaparecer de modo que la gente dejara de molestarse en buscarle. Ya intentó hacerlo una vez, viniendo a Enebro. Pero aparecimos nosotros. Buscándole, creyó. De modo que, ¿qué podía hacer a continuación? ¿Morir quizá? Frente a testigos. La gente no persigue a los muertos.

—¿Dices que planeó su muerte y utilizó a Asa para informar de ella a fin de que nadie siguiera buscándolo?

—Estoy diciendo que deberíamos considerar la posibilidad.

La única respuesta del capitán fue un pensativo:

—Hummm.

Goblin dijo:

—Pero Asa lo vio morir.

—Quizá. O quizá sólo cree que lo hizo.

Todos miramos a Asa. Retrocedió ligeramente. El capitán dijo:

—Hazle contar su historia de nuevo, Un Ojo. Paso a paso.

Durante dos horas Un Ojo tiró de la lengua del hombrecillo una y otra vez. Y no pudo encontrar ningún punto débil. Asa insistía en que había visto morir a Cuervo, devorado desde dentro por algo parecido a una serpiente. Y cuantas más grietas presentaba mi teoría, más seguro estaba de que era válida.

—Mi caso se basa en el carácter de Cuervo —insistí, cuando todo el mundo se enfocó en mí—. Está la caja, y está Linda. Ella y un barco malditamente caro que él, por el amor de Dios, hizo construir. Dejó un rastro que salía de aquí, y él lo sabía. ¿Por qué navegar unos cuantos cientos de kilómetros y amarrar en un muelle cuando alguien va a ir a mirar? ¿Por qué dejar a Chozo con vida detrás de ti, para decirle a todo el mundo que él participó en la incursión a las Catacumbas? Y maldita sea, no creo que nunca fuera capaz de dejar a Linda retorciéndose a merced del viento. Ni por un minuto. Hubiera arreglado algo para ella. Todos vosotros lo sabéis. —Mis argumentos estaban empezando a sonar un poco tensos incluso para mí. Me hallaba en la posición de un sacerdote intentando vender religión—. Pero Asa dice que simplemente la dejaron alojada en alguna posada. Os lo digo, Cuervo tenía un plan. Apuesto a que si vamos ahí abajo descubriremos que Linda ha desaparecido sin dejar la menor huella. Y si el barco está todavía ahí, esa caja no estará a bordo.

—¿Qué es todo eso de la caja? —preguntó Un Ojo. Lo ignoré.

—Creo que tienes demasiada imaginación, Matasanos —dijo el Capitán—. Pero, por otra parte, Cuervo es lo bastante hábil como para organizar algo así. Tan pronto como puedas, imagina la forma de ir ahí abajo a comprobar.

—Si Cuervo es tan hábil como eso, ¿qué hay de los Tomados siendo lo suficientemente villanos como para intentar algo contra nosotros?

—Cruzaremos ese puente cuando lleguemos a él. —Miró a Un Ojo—. Quiero que tú y Goblin olvidéis el juego. ¿Entendido? Demasiadas payasadas por ahí y los Tomados empezarán a mostrarse curiosos. Matasanos. Pégate a ese personaje Asa. Querrás que te muestre dónde murió Cuervo. Yo vuelvo con los demás. Elmo. Ven conmigo parte del camino.

Bien. Un pequeño asunto privado. Apuesto a que tenía algo que ver con mis sospechas acerca de los Tomados. Al cabo de un tiempo empiezas a acostumbrarte tanto a algunas personas que casi puedes leer sus mentes.