ENEBRO: EL REGRESO

Chozo no empezó a recuperarse hasta dos días después de su captura. Cada vez que miraba al otro lado de la sala común y veía a uno de aquellos bastardos de la Compañía Negra empezaba a hacerse de nuevo pedazos. Estaba viviendo un tiempo prestado. No estaba seguro de qué utilidad tenía para ellos, pero sí estaba seguro de que cuando lo hubieran utilizado lo arrojarían con el resto de la basura. Algunos de sus canguros lo consideraban a todas luces pura mierda. Él mismo era incapaz de refutar su punto de vista.

Estaba detrás de la barra, lavando jarras, cuando Asa entró por la puerta. Dejó caer una jarra.

Asa cruzó su mirada sólo durante un instante, giró la L y se encaminó escaleras arriba. Chozo inspiró profundamente y le siguió.

El hombre llamado Prestamista estaba un paso detrás de él cuando alcanzó el arranque de la escalera, tan silencioso como la muerte. Tenía un cuchillo preparado por si acaso.

Chozo entró en lo que había sido la habitación de Cuervo. Prestamista permaneció fuera.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí, Asa? Los Inquisidores están detrás de ti. Acerca de ese asunto de las Catacumbas. El propio Cabestro vino aquí buscándote.

—Tranquilo, Chozo. Lo sé. Nos atrapó. Las cosas se pusieron difíciles. Lo dejamos herido, pero se recuperará. Y volverá en tu busca. He venido a advertirte. Tienes que salir de Enebro.

—Oh, no —dijo Chozo con un hilo de voz. Otro diente en las fauces del destino—. Lo tendré en cuenta de todos modos. —Eso no le diría a Prestamista nada que no pudiera adivinar por sí mismo—. Las cosas se han ido pudriendo aquí. He empezado a buscar un comprador. —No era cierto, pero lo sería antes de que terminara el día.

Por alguna razón el regreso de Asa revivió su corazón. Quizá sólo porque sintió que tenía un aliado, alguien que compartía sus problemas.

Brotó la mayor parte de la historia. Prestamista no fue una excepción. No apareció.

Asa había cambiado. No pareció impresionado. Chozo le preguntó por qué.

—Porque he pasado tanto tiempo con Cuervo. Me contó historias que te erizarían el pelo. Sobre los días anteriores a su llegada a Enebro.

—¿Cómo está?

—Muerto.

—¿Muerto? —jadeó Chozo.

—¿Qué? —Prestamista abrió la puerta y entró en tromba—. ¿Has dicho que Cuervo estaba muerto?

Asa miró a Prestamista, a Chozo, a Prestamista de nuevo.

—Chozo, sucio bastardo…

—Cállate, Asa —restalló Chozo—. No tienes ni la menor idea de lo que ha ocurrido aquí mientras estabas fuera. Prestamista es un amigo. Más o menos.

—Prestamista, ¿eh? ¿Como el de la Compañía Negra?

Las cejas de Prestamista se alzaron.

—¿Cuervo ha estado hablando?

—Contó algunas historias de los viejos días.

—Uh–huh. Correcto, amigo. Ése soy yo. Volvamos a lo de que Cuervo está muerto.

Asa miró a Chozo. Chozo asintió.

—Cuéntanos.

—Muy bien. En realidad no sé lo que ocurrió. Estábamos corriendo después de nuestro encuentro con Cabestro. Huyendo. Sus esbirros contratados nos atraparon por sorpresa. Nos ocultábamos en unos bosques fuera de la ciudad cuando de pronto empieza a gritar y a saltar de un lado para otro. Nada de aquello tiene sentido para mí. —Asa sacudió la cabeza. Su rostro estaba pálido y sudoroso.

—Adelante —urgió Chozo suavemente.

—Chozo, no lo sé.

—¿Qué? —preguntó Prestamista.

—No lo sé. No me quedé para verlo.

Chozo hizo una mueca. Aquél era el Asa que conocía.

—Eres un auténtico compañero, colega —dijo Prestamista.

—Mira…

Chozo hizo gesto de que callara.

—Chozo, tienes que marcharte de Enebro —dijo Asa—. Rápido. Cualquier día un barco puede traer una carta de Cabestro.

—Pero…

—Ahí abajo es mucho mejor de lo que creíamos, Chozo. Tienes dinero: estarás bien. No les importa lo de las Catacumbas. Piensan que fue una gran broma contra los Custodios. Así es como Cabestro nos encontró. Todo el mundo se reía de la incursión. Incluso algunos hablaban de organizar una expedición para acabar de limpiarlas.

—¿Cómo pudo saber alguien lo de las Catacumbas, Asa? Sólo lo sabíais tú y Cuervo.

Asa pareció avergonzado.

—Sí. Eso pensé. Tenías que alardear, ¿eh? —Estaba confuso y asustado y empezando a tomarla con Asa. No sabía qué hacer. Tenía que salir de Enebro, como decía Asa. Pero ¿cómo librarse de sus perros de guardia? ¿Especialmente cuando sabían que tenía que intentarlo?

—Hay un barco en el muelle de Tulwar que parte hacia Pradoval por la mañana, Chozo. Hice que el capitán reservara pasaje para dos. ¿Puedo decirle que irás también?

Prestamista se situó en posición para bloquear la puerta.

—Ninguno de vosotros va a ir a ninguna parte. Algunos amigos míos quieren hablar contigo.

—Chozo, ¿qué es esto? —El pánico se infiltró en la voz de Asa.

Chozo miró a Prestamista. El mercenario asintió. Chozo se lo contó casi todo. Asa no entendió. Chozo tampoco lo entendía, porque a él tampoco se lo habían dicho todo, así que tenía algo de sentido omitir algo del cuadro.

Prestamista estaba solo en El Lirio. Chozo sugirió:

—¿Qué tal si voy a buscar a Goblin?

Prestamista sonrió.

—¿Qué tal si simplemente esperamos?

—Pero…

—Alguien aparecerá. Esperaremos. Vayamos abajo. Tú —señaló a Asa con su hoja—. No se te ocurra ninguna idea rara.

—Ten cuidado, Asa —dijo Chozo—. Ésos son los tipos de los que Cuervo tenía miedo.

—Lo tendré. He oído lo suficiente de Cuervo.

—Eso es una lástima también —dijo Prestamista—. A Matasanos y a Elmo no va a gustarles. Abajo, amigos. Chozo, dedícate a tus asuntos como si no pasara nada.

—Es probable que alguien reconozca a Asa —advirtió Chozo.

—Correremos el riesgo. —Prestamista se echó a un lado y dejó pasar a los dos hombres. Abajo, sentó a Asa a la mesa más penumbrosa y se unió a él, limpiándose las uñas con el cuchillo. Asa le contempló fascinado. Viendo fantasmas, pensó Chozo.

Ahora podía escapar de todo aquello si decidía sacrificar a Asa. Deseaban a Asa más de lo que lo deseaban a él. Si se escabullía a través de la cocina, Prestamista no podría ir tras él.

Su cuñada salió de la cocina, con una bandeja en equilibrio en cada mano.

—Cuando tengas un minuto, Sal. —Y cuando tuvo el minuto—: ¿Crees que tú y los chicos podríais ocuparos de El Lirio por mí durante unas pocas semanas?

—Por supuesto. ¿Por qué? —Parecía desconcertada. Pero miró rápidamente a las sombras.

—Puede que tenga que ir a otra parte durante un tiempo. Me sentiría mejor si supiera que alguien de la familia se ocupaba del negocio. En realidad no confío en Lisa.

—¿Todavía no sabes nada de ella?

—No. ¿No crees que hubiera debido aparecer cuando murió su padre?

—Quizás estaba en alguna otra parte y todavía no se ha enterado de la noticia. —Sal no sonaba convencida. De hecho, sospechaba Chozo, la mujer creía que él tenía algo que ver con la desaparición. Demasiada gente había desaparecido a su alrededor. Chozo temía que sumara dos más dos y decidiera que también había tenido algo que ver con la desaparición de Eximio.

—He oído un rumor de que había sido arrestada. Vigila a mamá. Hay una buena gente que se ocupa de ella, pero necesitan supervisión.

—¿Adónde vas, Castañas?

—Todavía no lo sé. —Temía que pudiera ser tan sólo un viaje colina arriba, hasta el Recinto. Si no era eso, entonces ciertamente a alguna parte, lejos de todo lo que había ocurrido allí. Lejos de aquellos hombres despiadados y sus empleadores más despiadados todavía. Tenía que hablarle a Asa de los Tomados. Quizá Cuervo le hubiera dicho algo al respecto.

Deseaba poder tener unos momentos con Asa para planear algo. Tomarse ambos un respiro. Pero no en el barco de Tulwar. Asa había hecho mención de aquello, maldita sea. Algún otro barco que se encaminara al sur.

¿Qué había sido del gran barco nuevo de Cuervo? ¿Y de Linda?

Volvió a la mesa.

—Asa. ¿Qué le ocurrió a Linda?

Asa enrojeció. Se miró sus manos cruzadas sobre la mesa.

—No lo sé, Chozo. De veras. Me dominó el pánico. Simplemente eché a correr hacia el primer barco que se encaminaba al norte.

Chozo se alejó, agitando disgustado la cabeza. Dejar sola a la muchacha de aquel modo. Asa no había cambiado mucho después de todo.

El llamado Goblin entró por la puerta. Se quedó mirando fijamente a Asa antes de que Prestamista pudiera decir nada.

—Oh. Oh, oh, oh, oh —dijo—. ¿Es quien pienso que es, Presta?

—Tú lo has dicho. El infame Asa en persona, de regreso de las guerras. Y tiene historias que contar.

Goblin se sentó delante de Asa. Exhibía una gran sonrisa de sapo.

—¿Como cuáles?

—Principalmente, afirma que Cuervo está muerto.

La sonrisa de Goblin desapareció. En un abrir y cerrar de ojos se puso mortalmente serio. Hizo que Asa contara de nuevo su historia mientras miraba fijamente su jarra de vino. Cuando finalmente alzó la vista estaba más apaciguado.

—Mejor hablar de esto con Elmo y Matasanos. Buen trabajo, Prestamista. Me lo llevaré. Sigue vigilando a Chozo.

Chozo hizo una mueca. En un rincón de atrás de su cabeza yacía la pequeña esperanza de que pudiera marcharse de allí con Asa.

Ya había tomado la decisión. Huiría a la primera oportunidad. Iría al sur, cambiaría de nombre, utilizaría sus monedas de oro para comprar una taberna, se comportaría tan discretamente que nadie repararía nunca más en él.

Asa mostró una chispa de rebelión.

—¿Quienes demonios pensáis que sois, chicos? Suponed que no deseo ir a ninguna parte.

Goblin sonrió desagradablemente, murmuró algo para sí mismo. Una voluta de humo pardo oscuro derivó fuera de su jarra, iluminada por un resplandor interno rojo sangre. Goblin miró a Asa. Asa contempló la jarra, nervioso.

El humo se coaguló, formó algo parecido a una pequeña cabeza. Dos puntos empezaron a brillar allá donde deberían de estar los ojos. Goblin dijo:

—Mi pequeño amigo desea que discutas. Se alimenta de dolor. Y no ha comido desde hace largo tiempo. He tenido que mantenerme discreto en Enebro.

Los ojos de Asa se fueron abriendo cada vez más. Lo mismo que los de Chozo. ¡Hechicería! La había captado en la cosa llamada el Tomado, pero eso no lo había trastornado mucho. Había sido transferida, no experimentada. Algo que le había ocurrido a Lisa, fuera de su vista. Pero esto…

Era hechicería menor, por supuesto. Algún truco ligero. Pero era hechicería en una ciudad que no había visto ninguna otra más que la referida al lento crecimiento del castillo negro. Las artes oscuras no habían ganado adeptos en Enebro.

—Está bien —dijo Asa—. Está bien. —Su voz era aguda y delgada y casi chillona, y estaba intentando echar su silla hacia atrás. Prestamista se lo impidió.

Goblin sonrió.

—Veo que Cuervo mencionó a Goblin. Estupendo. Te portarás bien. Ven conmigo.

Prestamista soltó la silla de Asa. El hombrecillo siguió dócilmente a Goblin.

Chozo se inclinó y miró al interior de la jarra de Goblin. Nada. Frunció el ceño. Prestamista sonrió.

—Buen truco, ¿eh?

—Sí. —Chozo llevó la jarra a su fregadera. Cuando Prestamista no estaba mirando, la arrojó a la basura. Estaba más asustado que nunca. ¿Cómo podría escapar de un hechicero?

Su cabeza estaba llena de historias que había oído de marineros del sur. Los hechiceros eran un mal asunto.

Sintió deseos de llorar.