ENEBRO: GUARDIA NOCTURNA

La llamada de Susurro me tomó desprevenido. Era demasiado pronto para el informe diario. Apenas había terminado de desayunar. Sabía que aquello significaba problemas.

No me sentí decepcionado.

Susurro iba de un lado para otro como un animal enjaulado, irradiando tensión y furia. Entré, me detuve en posición de firmes, sin darle ninguna excusa para lanzar una diatriba…, en caso de que no fuera culpa mía.

Me ignoró durante varios minutos, quemando energías. Luego se sentó, se miró pensativamente las manos.

Alzó la mirada. Y estaba completamente al control. En realidad incluso sonrió. Si hubiera sido tan hermosa como la Dama, aquella sonrisa hubiera fundido el granito. Pero era lo que era, una veterana de mil campañas, de modo que su sonrisa sólo mejoró la hosquedad de su rostro.

—¿Cómo estaban dispuestos los hombres esta última noche? —preguntó.

Desconcertado, respondí:

—¿Perdón? ¿Te refieres a su temperamento?

—¿Dónde estaban estacionados?

—Oh. —Aquello era en realidad asunto de Elmo, pero sabía que era mejor olvidar el asunto. Los Tomados no toleran excusas, por válidas que puedan ser—. Tres hombres en el barco hacia el sur con Cabestro, buscando a ese hombre Asa. —Me preocupaba el que ella los hubiera enviado. Cuando no comprendo los motivos de los Tomados, me vuelvo paranoico—. Cinco en el Coturno, fingiendo ser marineros extranjeros. Tres más vigilando a gente que hemos considerado especialmente interesante. Tendría que comprobarlo con Elmo para asegurarme, pero al menos cuatro más estaban en otras partes de la ciudad, intentando averiguar algo de interés. El resto aquí en el castillo, fuera de servicio. Espera. Un hombre estaba en la oficina de la policía secreta del Duque, y dos en el Recinto, mezclándose con los Custodios. Yo estuve con los Inquisidores la mayor parte de la noche, sondeándoles. En estos momentos estamos más bien dispersos. Me alegrará cuando llegue el Capitán. Hemos hecho mucho con las fuerzas disponibles. Los planes de ocupación están muy retrasados.

Suspiró, se levantó, reanudó sus paseos.

—Supongo que es tan culpa mía como vuestra —dijo. Miró largo rato por la ventana. Luego me hizo una seña. Me acerqué a ella.

Señaló el castillo negro.

—Les queda muy poco. Ya están intentando abrir el camino para el Dominador. Todavía no es tiempo, pero se están dando prisa. Quizás han captado nuestro interés.

Este asunto de Enebro era como una gigantesca bestia marina tentacular surgida de las mentiras de un marinero. No importa hacia donde nos volviéramos o lo que hiciéramos, cada vez nos metíamos más en problemas. Trabajando en pugna con los Tomados, intentando cubrir un cada vez más evidente rastro, estábamos complicando sus esfuerzos de enfrentarse al peligro del castillo negro. Si las cosas seguían así, podíamos incluso hacer posible que el Dominador emergiera a un mundo no preparado.

No deseaba ese horror sobre mi conciencia.

Aunque temo que tiendo a no registrarlo de esa forma, estábamos enzarzados en sustanciales dilemas morales. No estamos acostumbrados a tales problemas. El trabajo del mercenario no requiere mucha moralidad o la toma de decisiones morales. Esencialmente, el mercenario deja la moralidad a un lado, o en el mejor de los casos reordena las estructuras habituales para que encajen con las necesidades de su forma de vida. Sus grandes motivaciones son lo bien que hace su trabajo, lo fielmente que lleva a cabo sus comisiones, lo bien que se adhiere a un estándar que exige una firme lealtad a sus camaradas. Deshumaniza el mundo fuera de los límites de su trabajo. Y así todo lo que hace, o todo de lo que es testigo, se convierte en algo de escaso significado mientras se produzca fuera de la Compañía.

Habíamos derivado a una trampa donde tal vez tuviéramos que enfrentarnos a la mayor elección en la historia de la Compañía. Puede que tuviéramos que traicionar cuatro siglos de mitos de la Compañía en beneficio de algo superior.

Sabía que no podía permitir que el Dominador se restaurara a sí mismo, si ésa era la única forma en que podíamos impedir que la Dama supiera acerca de Linda y Cuervo.

Sin embargo…, la Dama no era mucho mejor. La servíamos y, hasta últimamente, bien y con fidelidad, aniquilando a los Rebeldes allá donde los encontrábamos, pero no creo que muchos de nosotros fuéramos indiferentes a lo que era. Era menos malvada que el Dominador sólo porque estaba menos decidida acerca de ello, era más paciente en su impulso hacia un control total y absoluto.

Eso me presentaba otro problema. ¿Sería capaz de sacrificar a Linda para impedir el regreso del Dominador? ¿Si ése era el precio?

—Pareces muy pensativo —dijo Susurro.

—Hummm. Hay demasiados ángulos en este asunto. Los Custodios. El Duque. Nosotros. Cabestro, que tiene hachas propias que afilar. —Le había hablado de los orígenes de Cabestro en el Coturno, suministrándole información aparentemente irrelevante para complicar y distraer sus pensamientos.

Señaló de nuevo.

—¿No te sugerí que se mantuviera una vigilancia más intensa sobre ese lugar?

—Sí, señora. Y lo hicimos durante un tiempo. Pero nunca ocurrió nada, y luego se nos dijo que hiciéramos algunas otras cosas… —Me interrumpí, estremecido por una repentina y desagradable sospecha.

Leyó mi rostro.

—Sí. Ayer por la noche. Y esta entrega estaba aún viva.

—Oh, mierda —murmuré—. ¿Quién lo hizo? ¿Lo sabes?

—Tan sólo capté los cambios consecuentes. Intentaron abrir el camino. Todavía no eran lo bastante fuertes, pero estuvieron muy cerca.

Empezó a ir de un lado para otro. Mentalmente pasé lista al Coturno de la última noche. Iba a tener que hacer algunas preguntas muy incisivas.

—Consulté directamente a la Dama. Está muy preocupada. Sus órdenes son dejar de lado todos los asuntos subordinados. Tenemos que impedir que lleguen al castillo más cadáveres. Sí, el resto de tu Compañía estará aquí pronto. Dentro de seis a diez días. Y hay mucho que hacer para preparar su llegada. Pero, como has observado, hay mucho que hacer y demasiados pocos para hacerlo. Deja que tu Capitán se ocupe de las cosas cuando llegue. El castillo negro tiene que ser aislado.

—¿Por qué no introducir algunos hombres en él?

—La Dama lo ha prohibido.

Intenté parecer perplejo.

—¿Por qué? —Tuve la sudorosa y estremecida sospecha de que ya lo sabía.

Susurro se encogió de hombros.

—Porque no desea que malgastéis el tiempo diciendo hola y estableciendo nuevos contactos. Ve a ver lo que puede hacerse acerca de aislar el castillo.

—Sí, señora.

Me marché, pensando que había ido mejor y peor de lo que había anticipado. Mejor, porque no se había lanzado a uno de sus chillantes ataques de furia. Peor, porque a todos los efectos había anunciado que los que ya estábamos allí nos hallábamos bajo sospecha, que tal vez hubiéramos sucumbido a una infección moral que la Dama no deseaba que transmitiéramos a nuestra hermandad.

Para asustarse.

—De acuerdo —dijo Elmo cuando se lo comuniqué. No necesitó que se le explicara nada—. Lo cual significa que tendremos que establecer contacto con el Viejo.

—¿Mensajero?

—¿Qué otra cosa? ¿A quién podemos soltar y cubrir?

—A uno de los hombres del Coturno.

Elmo asintió.

—Me ocuparé de eso. Tú sigue adelante e intenta imaginar cómo aislar el castillo con los hombres de que disponemos.

—¿Por qué no vas tú a explorar el castillo? Yo quiero averiguar lo que estuvieron haciendo esos tipos la otra noche.

—No se trata de eso, Matasanos. No estoy diciendo que hicieras un mal trabajo; simplemente, no lo hiciste. Lo cual, en el fondo, es culpa mía. Yo soy el soldado.

—Ser un soldado no significa ninguna diferencia, Elmo. Esto no es trabajo de soldado. Es cosa de espías. Y los espías necesitan tiempo para infiltrarse en el entramado de una sociedad. Todavía no hemos tenido tiempo suficiente.

—Pero el tiempo se ha agotado. ¿No es eso lo que has dicho?

—Supongo que sí —admití—. Está bien. Exploraré el castillo. Pero tú averigua lo que ocurrió ahí abajo ayer por la noche. En especial en los alrededores de ese lugar llamado El Lirio de Hierro. No deja de aparecer en todos lados, como ese tipo Asa.

Elmo fue cambiándose a lo largo de toda nuestra conversación. Ahora tenía el aspecto de un marinero sin suerte, demasiado viejo para embarcarse, pero aún lo bastante fuerte como para hacer algún trabajo sucio. Encajaría perfectamente en el Coturno. Se lo dije.

—Sí. Vamos. Y no esperes dormir mucho hasta que llegue el Capitán.

Nos miramos el uno al otro, sin decir lo que había en el fondo de nuestras mentes. Si los Tomados no deseaban que estuviéramos en contacto con nuestra hermandad, ¿qué iban a hacer cuando apareciera la Compañía, procedente de las Wolander?

* * *

Desde cerca, el castillo negro era a la vez intrigante e inquietante. Tomé un caballo, rodeé el lugar varias veces, incluso saludé alegremente hacia un movimiento que detecté en la parte superior de sus vitrificadas almenas.

En la parte de atrás el terreno era difícil: escabroso, lleno de rocas, inundado por una maleza seca y espinosa que olía a salvia. Nadie llevando un cadáver podía alcanzar la fortaleza desde aquella dirección. El terreno era mejor a lo largo del risco al este y al oeste, pero incluso allí la aproximación era improbable. Los hombres del tipo que venden cadáveres harán las cosas de la manera más fácil. Eso significaba usar el camino que conducía desde los muelles del Río Puerto, a través de la dispersión de las casas de los comerciantes en las laderas intermedias, y simplemente llegar hasta la puerta del casillo. Alguien había seguido a menudo esta ruta, porque las roderas marcaban sus surcos desde el final del camino hasta el castillo.

Mi problema era que no había ningún lugar donde unos hombres pudieran aguardar a la espera sin ser vistos desde las murallas del castillo. Me llevó hasta el anochecer perfilar mi plan.

Hallé una casa abandonada un poco ladera abajo y un poco río arriba. Podía ocultar a mis hombres allí y apostar centinelas camino abajo, en la zona más poblada. Podían enviar un mensaje al resto de nosotros si veían algo sospechoso. Podíamos cruzar la ladera e interceptar a los potenciales vendedores de cadáveres. Los carros serían lo bastante lentos como para permitirnos el tiempo necesario.

El viejo Matasanos es un brillante estratega. Sí, señor. Tenía mis tropas en su lugar y todo dispuesto a medianoche. Y tenía dos falsas alarmas antes del desayuno. Averigüé de la forma más embarazosa posible que había un tráfico nocturno legítimo más allá de mi puesto de centinela.

Me senté en la vieja casa con mi equipo, jugando alternativamente al tonk y preocupándome, y en raras ocasiones echando una cabezada. Y preguntándose constantemente qué estaría ocurriendo allá abajo en el Coturno y al otro lado del valle, en Tejadura.

Recé porque Elmo pudiera mantener sus dedos en todas las cuerdas.