Chozo detuvo su carro en el callejón detrás de la casa de Sue, corrió hacia la parte delantera, llamó a la puerta. Era un edificio con clase para el Coturno. Un hombre guardaba la entrada desde dentro. Allí vivían ocho mujeres, cada una en su propio apartamento. Cada una dedicada al mismo negocio que Sue. Cada una exigiendo un sustancioso pago por su tiempo.
—Hola, señor Chozo —dijo el guardia de la puerta—. Puedes subir. Te está esperando.
Chozo le dio una propina, cosa que no había hecho nunca antes. El hombre se volvió obsequioso. Chozo lo ignoró, subió la escalera.
Ahora venía la parte difícil. Representar al enamorado de ojos de carnero cuando ya no estaba ciego. Pero la engañaría, del mismo modo que ella lo había engañado a él.
Respondió ella a la puerta, radiantemente hermosa. El corazón de Chozo ascendió a su garganta. Puso algo en la mano de ella.
—Esto es para ti.
—Oh, Castañas, no hubieras debido. —Pero, si no lo hubiera hecho, ella no le habría permitido pasar de su puerta—. Qué extraño collar. ¿Eso son serpientes?
—Auténtica plata —dijo él—. Y rubíes. Me encantó. Es feo, pero el trabajo es soberbio.
—Creo que es espléndido, Castañas. ¿Cuánto te costó?
—Demasiado —respondió Chozo, sonriendo sardónicamente—. No podría decírtelo. Más de lo que debería pagar nadie por nada.
Sue no siguió presionando.
—Ven aquí, Castañas. —Debía de haber recibido órdenes de representar meticulosamente su papel. En general le hacía sufrir un tiempo antes de rendirse. Empezó a desnudarse.
Chozo la tomó violentamente, algo que no había hecho nunca antes. Luego la tomó de nuevo. Cuando hubo terminado, ella preguntó:
—¿Qué es lo que te pasa?
—Tengo una gran sorpresa para ti. Una gran sorpresa. Sé que te encantará. ¿Puedes salir de aquí sin que nadie te vea?
—Por supuesto. Pero ¿por qué?
—Ésa es la sorpresa. ¿Lo harás por mí? No te sentirás decepcionada, te lo prometo.
—No entiendo.
—Simplemente hazlo. Deja pasar unos minutos después de que yo me haya ido. Reúnete conmigo en el callejón. Quiero llevarte a un sitio y mostrarte algo. Asegúrate de llevar el collar.
—¿Qué es todo esto? —Parecía divertida, no suspicaz.
Bien, pensó Chozo. Terminó de vestirse.
—Nada de respuestas ahora, querida. Será la mayor sorpresa de tu vida. No quiero estropearla. —Se encaminó hacia la puerta.
—¿Cinco minutos? —dijo ella.
—No me hagas esperar. Me convierto en un oso cuando tengo que esperar. Y no olvides el collar.
—No lo haré, querido.
Chozo aguardó casi quince minutos. Se puso impaciente, pero estaba seguro de que la codicia haría salir a Sue. El cebo había sido lanzado. Ella estaba jugando con él.
—¿Castañas? —La voz de la mujer era suave y musical. Su corazón se retorció. ¿Cómo podía hacer aquello?
—Estoy aquí, mi amor. —Ella se le acercó. Él la rodeó con sus brazos.
—Vamos, vamos. Ya basta de eso. Quiero mi sorpresa. No puedo esperar más.
Chozo inspiró profundamente. ¡Hazlo!, gritó algo en su interior.
—Te ayudaré a subir. —Ella se volvió. ¡Ahora! Pero sus manos eran de plomo.
—Vamos, Castañas.
Golpeó. Sue se derrumbó al interior del carro, con un ligero maullido como único sonido. La golpeó de nuevo cuando tuvo la impresión de que iba a volverse. Quedó fláccida. Tomó una mordaza del carro, se la metió en la boca antes de que pudiera gritar, luego ató rápidamente sus manos. Ella empezó a patear cuando fue a atar sus tobillos. La pateó de vuelta, casi dejó que la furia lo dominara.
Ella dejó de luchar. Terminó de atarla, luego la sentó en el pescante del carro. En la oscuridad parecían hombre y mujer cumpliendo con un asunto de última hora.
No habló hasta que hubieron cruzado el Río Puerto.
—Probablemente te estarás preguntando qué ocurre, querida.
Sue gruñó. Estaba pálida y asustada. Él recuperó su amuleto. Ya que estaba en ello, la despojó también de todas sus joyas y objetos de valor.
—Te quería, Sue. Realmente te quería. Hubiera hecho cualquier cosa por ti. Cuando matas un amor así, lo conviertes en un gran odio. —Al menos veinte levas en joyas, calculó. ¿Cuántos otros hombres había destruido?—. Trabajar de este modo para Gilbert. Intentando robar El Lirio. Hubiera perdonado cualquier otra cosa. Cualquier otra cosa.
Siguió hablando durante todo el camino colina arriba. La distrajo hasta que el castillo negro gravitó tan grande que ya no pudo ser pasado por alto. Entonces los ojos de ella se abrieron mucho. Empezó a temblar, a apestar cuando perdió todo control.
—Sí, querida —dijo Chozo, con voz agradablemente racional, como si conversara—. Sí. El castillo negro. Tú ibas a entregarme a merced de tus amigos. Hiciste una apuesta y perdiste. Ahora yo te entrego a los míos. —Se detuvo, bajó, fue a la puerta. Se abrió inmediatamente.
El ser alto acudió a su encuentro, agitando sus aracnoides manos.
—Bien —dijo—. Muy bien. Tu socio nunca trajo caza sana.
Las entrañas de Chozo se anudaron. Sintió deseos de cambiar de opinión. Sólo quería hacer daño y humillar a Sue… Pero ya era demasiado tarde. No podía volver atrás.
—Lo siento, Sue. No deberíais haberlo hecho. Tú y Gilbert. Ya llegará su turno. Chozo de Castañas no es lo que todo el mundo piensa.
Un sonido como un lamento ahogado brotó de detrás de la mordaza de Sue. Chozo se dio la vuelta. Tenía que salir de allí. Se enfrentó a la criatura alta. La criatura empezó a contar monedas directamente sobre su mano.
Como siempre, Chozo no regateó. De hecho, ni siquiera miró al dinero, simplemente se lo fue metiendo en los bolsillos. Su atención estaba fija en la oscuridad detrás de la criatura.
La mayoría de sus compañeros estaban ahí atrás, siseando, agitándose. Chozo reconoció a la criatura baja con la que había tratado una vez.
El ser alto dejó de contar. Chozo acabó de meterse ausentemente las monedas en los bolsillos, regresó a su carro. Las cosas en las sombras avanzaron, agarraron a Sue, empezaron a arrancarle la ropa. Una le quitó la mordaza de la boca. Chozo fustigó las mulas.
—¡Por el amor de Dios, Castañas! ¡No me abandones!
—Ya está hecho, mujer. Ya está hecho. —Sacudió las riendas—. Adelante, mulas.
Ella empezó a gritar cuando él se dirigió hacia la puerta. No miró hacia atrás. No quería saber.
—No dejéis de moveros, mulas.
—Vuelve pronto, Chozo de Castañas —dijo la criatura alta a sus espaldas.