ENEBRO: AMANTES

Chozo de Castañas se enamoró. Se enamoró de la peor manera posible…, de una mujer mucho más joven que tenía gustos mucho más allá de sus medios. Se metió en la aventura con todo el impulso de un toro en celo, desdeñando consecuencias, entrando a saco en su reserva de dinero como si procediera de una caja sin fondo. Sus cajas se secaron. Dos semanas después de conocer a Sue, pidió un préstamo a Gilbert, el prestamista. Siguió otro préstamo, y luego otro. Al cabo de un mes estaba más metido en deudas de lo que lo había estado nunca durante el invierno.

Y no le importó. La mujer le hacía feliz, y eso era todo. Complicando sus atributos negativos estaba una tendencia hacia una estupidez consciente y una confianza inconsciente de que el dinero no volvería a ser nunca más un problema.

La esposa de Eximio, Sal, visitó El Lirio una mañana, con aire lúgubre y ligeramente avergonzada.

—Castañas —dijo—, ¿podemos hablar?

—¿Qué ocurre?

—Ibas a ayudarme con el alquiler y todo lo demás.

—Por supuesto. ¿Cuál es el problema?

—Bueno, no deseo sonar desagradecida ni dar la impresión de que tengo ningún derecho a esperar que nos mantengas, pero nuestro casero nos está amenazando con echarnos a la calle porque el alquiler lleva dos semanas sin pagarse. No podemos encontrar trabajo porque nadie pide trabajos de costura en estos momentos.

—¿No está pagado el alquiler? Pero si vi al casero sólo el otro día… —No había sido exactamente el otro día. Lo había olvidado. Y también a su madre. Habría que pagar los sueldos de sus sirvientes dentro de pocos días. Sin mencionar el de Lisa—. Oh, dioses —dijo—. Lo siento. Lo olvidé. Me ocuparé de ello.

—Chozo, has sido muy bueno con nosotros. No tenías que hacer nada de lo que has hecho. No me gusta verte metido en este tipo de lío.

—¿Qué tipo de lío?

—Con esa mujer. Está intentando destruirte.

Estaba demasiado desconcertado para ponerse furioso.

—¿Sue? ¿Por qué? ¿Cómo?

—Déjala. Te hará daño a menos que rompas con ella. Todo el mundo sabe lo que está haciendo.

—¿Qué es lo que está haciendo? —La voz de Chozo era casi un lamento.

—No importa. Ya he dicho más de lo que debería. Si hay algo que podamos hacer por ti, dínoslo.

—Lo haré. Lo haré —prometió. Fue escaleras arriba, a su caja oculta del dinero, y la encontró vacía.

No había ni un solo gersh en el lugar, ni arriba ni abajo. ¿Qué había ocurrido?

—Lisa. ¿Dónde está todo el dinero?

—Lo escondí.

—¿Qué?

—Lo escondí. De la forma en que lo estaba gastando, iba a perder usted este lugar. Si tiene algún gasto legítimo, dígamelo. Yo lo pagaré.

Chozo se atragantó. Escupió las palabras.

—¿Quién demonios te piensas que eres, muchacha?

—La muchacha que va a mantenerle en el negocio pese a usted mismo. La muchacha que va a impedir que siga portándose como un completo imbécil con la mujer de Gilbert.

—¿La mujer de Gilbert?

—Sí. ¿Qué pensaba que estaba pasando?

—Sal de aquí —restalló Chozo—. Ya no trabajas aquí.

Lisa se encogió de hombros.

—Si esto es lo que quiere.

—¿Dónde está el dinero?

—Lo siento. Venga a verme cuando haya recuperado el sentido común.

Chozo se puso a recorrer la sala común como un animal enjaulado. Sus clientes aplaudieron, animándole a seguir. Amenazó. Suplicó. Nada funcionó. Lisa permaneció inflexible.

—¡Es mi familia! —protestó él.

—Demuestre que esa mujer no es la puta de Gilbert. Entonces le daré el dinero y me marcharé.

—Lo haré.

—¿Y si tengo razón?

—No la tienes. La conozco.

—No conoce una mierda. Está absolutamente encoñado. ¿Y si tengo razón?

Era incapaz de enfrentarse a la posibilidad.

—No me importa.

—Muy bien. Si tengo razón, quiero llevar las cosas aquí. Debe dejar que le saque de deudas.

Chozo inclinó la cabeza y salió hecho una tromba. No arriesgaba nada. Ella estaba equivocada.

¿Cuál era su juego? Lisa estaba actuando como un socio o algo parecido. Como había hecho su madre, después de que su padre muriera y antes de que ella perdiera la vista. Tratándole como si no tuviera dos veces su experiencia en el negocio y en el mundo.

Vagó durante media hora. Cuando se repuso de su melancolía vio que estaba en el edificio de los Veleros. Infiernos. Había acudido allí a ver a Gilbert. A pedirle un préstamo para poder ver a Sue esta noche. La pequeña zorra de Lisa podía esconderle quizá su dinero, pero no podía mantenerle alejado de Gilbert.

Media manzana más tarde empezó a sufrir retortijones de conciencia. Demasiada gente dependía de él. No podía empeorar más su situación financiera.

—Maldita mujer —murmuró—. No hubiera debido hablarme de este modo. Ahora me está haciendo dudar de todo el mundo. —Se reclinó contra una pared y luchó con su conciencia. A veces el deseo se imponía, a veces lo hacía la responsabilidad. Ansiaba a Sue… No debería necesitar dinero si ella realmente lo amaba…

—¿Qué? —dijo en voz alta. Miró de nuevo. Sus ojos no le habían engañado. Allí estaba Sue, entrando en la casa de Gilbert.

Su estómago se hundió como una roca cayendo.

—No. Ella no puede… Tiene que haber una explicación.

Pero su mente traidora empezó a catalogar pequeños hechos extraños acerca de su relación, en particular la inclinación de ella hacia gastar. Una furia de grado bajo hirvió sobre el fuego de su dolor. Se deslizó cruzando la calle, se apresuró al callejón que conducía a la parte trasera de la casa de Gilbert. La oficina de Gilbert estaba en la parte de atrás. Tenía una ventana que daba al callejón. Chozo no esperaba que estuviera abierta. Pero sí esperaba poder echar una mirada por alguna rendija.

La ventana no estaba abierta, pero podía oír. Y los sonidos de dos personas haciendo el amor no se acercaban en absoluto a lo que hubiera deseado oír.

Pensó en matarse allí mismo. Pensó en matarse en la puerta de Sue. Pensó en otra docena de dramáticas protestas. Y supo que ninguna de ellas despertaría la menor emoción en ninguno de aquellos villanos.

Empezaron a hablar. Su charla no tardó en matar las dudas que Chozo hubiera podido albergar todavía. Surgió el nombre de Chozo de Castañas.

—Ya está a punto —dijo la mujer—. Lo he llevado hasta tan lejos como he podido. Quizás un préstamo más antes de que empiece a recordar a su familia.

—Hazlo entonces. Quiero tenerlo atrapado. Haz que la colina sea empinada, luego engrasa la ladera. Consiguió escapar de Krage.

Chozo se estremeció furioso.

—¿Cuán abajo lo tienes?

—Dieciocho levas, y casi otras diez en intereses.

—Puedo conseguirle otras cinco.

Chozo se alejó. Vagó por el Coturno durante horas. Su aspecto era tan lúgubre que la gente cruzaba al otro lado de la calle a su paso. No hay ninguna venganza más terrible que la venganza que complota un cobarde en lo más profundo de su corazón.

A última hora de aquella tarde Chozo entró en la oficina de Gilbert, con todas sus emociones encerradas en las sombras que había descubierto la noche que había luchado con los cazadores de Krage.

—Necesito quince levas, Gilbert. Inmediatamente.

Gilbert se sobresaltó. Su único ojo se abrió mucho.

—¿Quince? ¿Para qué demonios?

—He hecho un buen trato, pero tengo que cerrarlo esta noche. Te pagaré un par de puntos extra si quieres.

—Chozo, ya me debes mucho. Estoy preocupado acerca de que puedas cubrirlo.

—Una vez haya cerrado ese trato te lo pagaré todo.

Gilbert se le quedó mirando fijamente.

—¿Qué es lo que ocurre, Chozo?

—¿Por qué debería ocurrir algo?

—Te ves terriblemente seguro de ti mismo.

Chozo le dijo la mentira que más le dolía.

—Voy a casarme, Gilbert. Esta noche voy a pedir a la dama en matrimonio. Quiero cerrar este trato de modo que pueda convertir El Lirio en un lugar decente para ella.

—Bien. —Gilbert dejó escapar el aliento—. Bien, bien, bien. Chozo de Castañas casado. Interesante. Muy bien, Chozo. No es un buen negocio, pero correré el riesgo. ¿Quince, dices?

—Gracias, señor Gilbert. Te estoy realmente agradecido…

—¿Estás seguro de que podrás hacer frente a los pagos?

—Te daré diez levas antes de que termine la semana. Garantizado. Y con Sue ayudando en El Lirio, no tendré problemas en reunir lo suficiente para cubrir el resto.

Gilbert controló una ligera sonrisa.

—Entonces, ¿no te importará ofrecer una garantía colateral más valiosa que tu palabra?

—¿Señor?

—Quiero la garantía de una opción sobre El Lirio de Hierro.

Chozo fingió pensar intensamente en ello. Finalmente:

—De acuerdo. Ella vale el riesgo.

Gilbert sonrió con la sonrisa de una comadreja hambrienta, pero consiguió parecer preocupado al mismo tiempo.

—Aguarda aquí. Haré redactar el documento y traeré el dinero.

Chozo sonrió aviesamente mientras Gilbert se marchaba.