Había transcurrido largo tiempo sin que ocurriera nada. Los Tomados no se sentían complacidos. Tampoco Elmo. Me arrastró a sus aposentos.
—¿Dónde demonios ha ido Cuervo, Matasanos?
—No lo sé —dije. Como si él fuera el único inquieto. Yo estaba asustado, cada día un poco más.
—Quiero saberlo. Pronto.
—Mira, hombre. Goblin lo ha hecho todo menos torturar a la gente intentando descubrir su rastro. Simplemente ha desaparecido. Parece que de alguna forma nos olió.
—¿Cómo? ¿Me dirás cómo? Parece como si lleváramos aquí la mitad de nuestras vidas. Y nadie ahí abajo parece haberse dado cuenta de ello. ¿Por qué Cuervo tendría que ser diferente?
—Porque estábamos buscándole. Debió de habernos visto a alguno de nosotros.
—Si lo hizo, quiero saberlo. Ve ahí abajo y enciende un fuego debajo del culo de Goblin, ¿entendido?
—Muy bien. Lo que tú digas, jefe. —Aunque él mandaba el grupo de avanzada, técnicamente yo le superaba en rango. Pero no era cuestión de discutir sobre prerrogativas en ese momento. Había demasiada tensión en el aire.
Había tensión en todo Tejadura, y yo no comprendía la mayor parte de ella. Permanecía en la periferia del estudio del castillo negro por parte de los Tomados. Sólo otro chico de los recados, un mensajero de a pie trayendo datos de la ciudad. No tenía ni la más ligera noción de lo que habían descubierto a través del examen directo. O siquiera si estaban estudiando directamente el castillo. Podían mantenerse a distancia, temerosos de alertar al Dominador con su presencia.
Uno de los hombres me localizó en los aposentos de Elmo.
—Susurro quiere verte, Matasanos.
Di un salto de un palmo. Consciencia culpable.
—¿Para qué? —No la había visto en semanas.
—Tendrás que averiguarlo tú mismo. No lo dijo. —Rió burlonamente, con la esperanza de ver a un oficial en apuros. Imaginó que tenía problemas.
Yo también lo imaginaba. Me demoré tanto como me atreví, pero finalmente tuve que presentarme. Susurro me miró furiosa cuando entré.
—Tu gente no ha averiguado ni una maldita cosa ahí abajo. ¿Qué habéis estado haciendo? ¿Durmiendo la siesta? ¿Tomándoos unas vacaciones? Bien, dime algo.
—Yo…
—¿Sabes que el castillo negro ha dejado de crecer después de nuestra incursión en el grupo del Cráter? ¿No? ¿Por qué no? Se supone que eres tú quien tiene que descubrir esas cosas.
—Ninguno de los prisioneros…
—Lo sé. Sé que ninguno de ellos sabía quién era el principal proveedor de cadáveres. Pero ese proveedor tenía que conocerlos. Se retiró. Sólo se han entregado dos cadáveres desde entonces. El último justo la otra noche. ¿Por qué no sabías eso? ¿Por qué mantienes tu gente en el Coturno? Parecen incapaces de averiguar nada.
Oh, estaba de humor. Dije:
—¿Se acerca el tiempo límite o algo así? Tal como lo entiendo, no nos veremos en problemas si sólo son entregados unos pocos cadáveres.
—Cierto. Por ahora. Pero hemos alcanzado un punto donde un puñado puede significar toda la diferencia.
Me mordí el labio inferior, intenté parecer adecuadamente reprendido y aguardé.
—La Dama está presionando —me dijo—. Está muy nerviosa. Desea que ocurra algo aquí arriba.
Así que era eso. Como siempre, la mierda rueda montaña abajo. El curso normal sería que yo saliera de allí y me liara a trompazos con alguien situado por debajo de mí.
—La mitad del problema es que no sabemos lo que está ocurriendo. Si según afirma sabe lo que es el castillo, cómo está creciendo y todo lo demás, ¿cómo es que no vamos hasta allí y lo pateamos hasta reducirlo a escombros? ¿O lo convertimos en grava o algo así?
—No es tan simple.
Nunca lo es. Tiendo a olvidar las ramificaciones políticas. No tengo una mente política.
—Quizá cuando el resto de tu Compañía llegue aquí. Habrá que controlar la ciudad. El Duque y sus incompetentes no pueden manejar esto.
Permanecí allí, aguardando expectante. A veces eso hace que la gente te cuente más de lo que pretendía.
—La ciudad estallará en llamas si no es prietamente controlada cuando se sepa la verdad. ¿Por qué crees que los Custodios están tan decididos a mantener en silencio lo ocurrido en las Catacumbas? Varios miles de ciudadanos tienen familiares dentro de esa monstruosidad. Eso es un montón de gente que se irritará enormemente si sabe que las almas de sus seres queridos se han perdido.
—Entiendo. —Un poco. Se necesitaba una cierta suspensión voluntaria de la razón.
—Lo enfocaremos desde un ángulo diferente —me dijo—. Voy a hacerme cargo de tus investigaciones. Infórmame diariamente. Yo decidiré lo que tienes que hacer, y cómo. ¿Entendido?
—Sí, señora. —Demasiado bien. Aquello iba a hacer que fuera mucho más difícil mantenerlos a ella y a Cuervo separados.
—Lo primero que harás será montar guardia en el castillo. Y si eso no da resultado, enviaré a Pluma ahí abajo. ¿Entendido?
—Sí, señora. —De nuevo, demasiado bien.
Me pregunté si Susurro sospechaba que estábamos trabajando con finalidades cruzadas.
—Puedes irte. Te espero de nuevo mañana. Con algo que informar.
—Sí, señora.
Fui directamente a Elmo, echando humo. Él hubiera debido enfrentarse a ella, no yo. Sólo porque yo parecía haberme hecho cargo de las cosas…
Llevaba con Elmo sólo el tiempo suficiente para decirle lo que había ocurrido cuando llegó un mensajero de Cabestro. Deseaba verme inmediatamente.
Cabestro era otro problema. Había llegado al convencimiento de que era más listo de lo que pretendía, y estaba casi igual de seguro de que sospechaba que íbamos tras algo más de lo que admitíamos.
Entré en su cubículo en el cuartel general de la policía secreta.
—¿Qué ocurre?
—He avanzado un poco en el asunto de la incursión a las Catacumbas. Resultado de puro patearme las calles.
—¿Y bien? —Me sentía un poco brusco, y él alzó una ceja—. Acabo de tener un cara a cara con mi jefe —le dije, lo cual era lo más parecido a una disculpa que estaba dispuesto a darle—. ¿Qué has descubierto?
—Un nombre.
Aguardé. Como Elmo, Cabestro vivía para que le suplicaran. No estaba de humor para ese juego.
—Seguí tu idea acerca de los carros alquilados. Apareció el nombre de Asa. Un recolector de leña llamado Asa estuvo probablemente trabajando a través del agujero que te mostré. Un hombre llamado Asa gastó un cierto número de viejas monedas, pero antes de la incursión a las Catacumbas. Un hombre llamado Asa trabajó para Krage antes de que éste y sus hombres desaparecieran. Me vuelva hacia donde me vuelva, es Asa esto o Asa aquello.
—¿Algo que lo conecte con el castillo negro?
—No. No creo que sea un principal en nada. Pero tiene que saber algo.
Medité sobre aquello. Cabestro había mencionado aquel nombre una vez antes, refiriéndose a un hombre que merodeaba alrededor del mismo lugar que Cuervo. Quizás hubiera una conexión. Quizás yo debiera encontrar a ese Asa antes que nadie.
—He de ir al Coturno —dije—. Órdenes directas de arriba. Haré que Goblin busque al tipo.
Cabestro frunció el ceño. Había habido algo de mala voluntad cuando descubrió que habíamos puesto hombres en el Coturno sin consultarle.
—Está bien. Pero no sigamos haciendo carreras, ¿eh? Tu gente y la mía no van detrás de las mismas cosas, pero eso no es razón para que nos hagamos la zancadilla, ¿de acuerdo?
—Tienes razón. Sólo que estamos acostumbrados a hacer las cosas de una manera diferente. Te veré a mi vuelta.
—Te lo agradeceré. —Me miró de una forma que decía que ya no confiaba en mí. Si alguna vez lo había hecho. Me fui pensando que la Compañía y yo nos hallábamos demasiado metidos en aquello. Con problemas desde todos lados. Haciendo juegos malabares con demasiadas bolas en el aire. Sólo que no eran bolas, sino cuchillos con filos envenenados.
Bajé y busqué a Goblin, le hablé de nuestra escalada de problemas. No se mostró más feliz que Elmo o yo.