Cuervo partió inmediatamente después de que se abriera el canal exterior. Chozo fue a despedirle…, y sólo entonces descubrió la naturaleza marítima de sus inversiones. Se había hecho construir y aparejar un barco. Un barco completamente nuevo, tripulación incluida, y más grande que cualquier otra cosa que Chozo hubiera visto hasta entonces.
«No me sorprende que necesitara una fortuna», meditó. ¿Cuántos cuerpos habían construido aquello?
Regresó aturdido a El Lirio. Se sirvió un poco de vino, se sentó mirando a la nada.
—Ese Cuervo es un hombre de visión —murmuró a nadie—. De todos modos, me alegro de que se haya ido. Y también Asa. Quizá las cosas puedan volver ahora a la normalidad.
* * *
Chozo se compró una casita cerca del Recinto. Instaló allí a su madre con tres sirvientes. Era un alivio librarse de su perversa mirada ciega.
Tenía trabajadores en El Lirio todos los días. Interferían con el negocio, pero éste se mantenía bueno. El puerto volvía a estar activo. Había trabajo para cualquiera que lo deseara.
Chozo era incapaz de manejar su prosperidad. Se dejaba arrastrar por cada impulso que había conocido durante su empobrecimiento. Compró ropas finas que no se atrevió a llevar. Fue a lugares frecuentados solamente por los ricos. Y compró las atenciones de hermosas mujeres.
Las mujeres son muy caras cuando fingen ser alguien de la parte de arriba de la ladera.
Un día Chozo fue a su caja secreta del dinero y la halló vacía. ¿Todo el dinero había desaparecido? ¿Dónde? Las mejoras en El Lirio todavía no estaban terminadas. Les debía a los operarios. Les debía a la gente que se ocupaba de su madre. ¡Maldita sea! ¿Estaba de vuelta allá donde había empezado?
No. Tenía sus beneficios.
Bajó rápidamente las escaleras, a la caja del dinero del negocio; la abrió, suspiró aliviado. Todos sus gastos habían salido de la caja de arriba.
Pero algo estaba mal. Tampoco había lo suficiente en la caja como para…
—Hey, Eximio.
Su primo le miró, tragó saliva, echó a correr hacia la puerta, salió del local. Desconcertado, Chozo se apresuró a salir también, vio a Eximio desaparecer en un callejón. Entonces le golpeó la verdad.
—¡Maldito seas! —chilló—. ¡Maldito seas, condenado ladrón! —Volvió e intentó imaginar cómo estaba la situación.
Una hora más tarde les dijo a los obreros que se fueran. Dejó a su nueva chica Lisa a cargo del negocio, inició la ronda de sus proveedores.
Eximio lo había estrujado a fondo. Había comprado a crédito y se había embolsado el dinero de las facturas. Chozo cubrió sus deudas a medida que iba haciendo su ronda, sintiéndose cada vez más alarmado al ver que sus reservas menguaban. Cuando ya apenas le quedaba algo más que un cobre, regresó a El Lirio e hizo inventario.
Al menos Eximio no había vendido lo que había comprado a crédito. El Lirio estaba bien provisto.
Sólo que, ¿qué iba a hacer con su madre?
La casa estaba pagada. Eso era una tranquilidad. Pero la vieja mujer necesitaba la ayuda de sus sirvientes para sobrevivir. Y no podía pagar los sueldos. Pero no deseaba volver a traerla a El Lirio. Podía vender toda aquella ropa. Había gastado una fortuna en ella y nunca se la pondría. Hizo algunos números. Sí. Vendería la ropa y podría sostener a su madre hasta el próximo verano.
No más ropa. No más mujeres. No más mejoras en El Lirio… Quizás Eximio no se lo hubiera gastado todo.
Hallar a Eximio no resultó difícil. Regresó con su familia tras permanecer dos días escondido. Pensó que Chozo soportaría la pérdida. No sabía que estaba tratando con un nuevo Chozo.
Chozo entró en tromba en el diminuto apartamento de una sola habitación de su primo, tras abrir la puerta de una patada.
—¡Eximio!
Eximio chilló. Sus hijos y su esposa y su madre empezaron a hacer preguntas al mismo tiempo. Chozo los ignoró.
—¡Eximio, lo quiero todo de vuelta! ¡Hasta el último maldito cobre!
La esposa de Eximio se interpuso en su camino.
—Cálmate, Castañas. ¿Qué ocurre?
—¡Eximio! —Eximio se acurrucada en un rincón—. Apártate de mi camino, Sal. Ese maldito me ha robado cerca de un centenar de levas. —Chozo agarró a su primo y lo arrastró a la puerta—. Las quiero de vuelta.
—Chozo…
Chozo le dio un empellón. Se tambaleó hacia atrás, tropezó, rodó un tramo de escaleras abajo. Chozo cargó tras él, lo empujó otro tramo.
—Chozo, por favor…
—¿Dónde está el dinero, Eximio? Quiero el dinero.
—No lo tengo, Chozo. Lo gasté. De veras. Los chicos necesitaban ropa. Teníamos que comer. No pude evitarlo, Chozo. Tú tenías tanto… Eres familia, Chozo. Se supone que debes ayudar.
Chozo lo arrastró a la calle, lo pateó en los testículos, tiró de él hasta ponerlo en pie de nuevo, empezó a abofetearle.
—¿Dónde está, Eximio? No puedes haber gastado tanto. Demonios, tus chicos siguen llevando harapos. Te pagaba lo suficiente para que pudieras arreglar eso. Porque eres familia. Quiero el dinero que me robaste. —Mientras hablaba, echando espuma por la boca, Chozo arrastró a su primo hacia El Lirio.
Eximio gimió y suplicó, negándose a decir la verdad. Chozo supuso que le había robado por encima de las cincuenta levas, lo suficiente para haber completado la renovación de El Lirio. Esto no había sido una simple ratería. Lanzó una furiosa lluvia de golpes.
Arrastró a Eximio hasta la parte de atrás de El Lirio, lejos de ojos curiosos.
—Ahora me estoy poniendo desagradable, Eximio.
—Chozo, por favor…
—Me robaste y me estás mintiendo al respecto. Podría perdonarte si lo hubieras hecho por tu familia. Pero no lo hiciste. Dímelo. O devuélveme el dinero. —Puñeó a Eximio con dureza.
El dolor en sus nudillos de golpear al hombre minó su rabia. Pero entonces Eximio se derrumbó.
—Lo perdí en el juego. Sé que fue una estupidez. Pero estaba tan seguro de que iba a ganar. Me engañaron. Me dejaron creer que iba a forrarme, luego se lo llevaron todo, y la única forma que tuve de salirme de ello fue robar. Me hubieran matado. Le pedí prestado a Gilbert después de decirle lo bueno y generoso que estabas siendo conmigo…
—¿Lo perdiste? ¿Jugando? ¿Le pediste prestado a Gilbert? —murmuró Chozo. Gilbert se había trasladado a los territorios de Krage. Era tan malo como su predecesor—. ¿Cómo puedes ser tan estúpido? —La rabia se apoderó de nuevo de él. Agarró un tablón de una pila de madera para hacer leña y golpeó duro a Eximio con él. Le golpeó de nuevo. Su primo se derrumbó, dejó de intentar parar los golpes.
Chozo se detuvo, repentina y fríamente racional. Eximio no se movía.
—¿Eximio? ¿Eximio? Hey, Eximio. Di algo.
Eximio no respondió.
El estómago de Chozo se contrajo. Arrojó el tablón a la pila.
—Tengo que meter esto dentro antes de que la gente se lo lleve —murmuró. Aferró a su primo por los hombros—. Vamos, Eximio. No te pegaré más.
Eximio siguió sin moverse.
—Oh, mierda —murmuró Chozo—. Lo he matado. —Aquello lo hundió. ¿Y ahora qué? No había mucha justicia en el Coturno, pero la que había era rápida y brutal. Podían colgarle por menos de nada.
Se dio la vuelta, buscando testigos. No vio a nadie. Su mente voló en un centenar de direcciones. Había una salida. Si no había cuerpo, no habría ninguna prueba de que se había cometido un asesinato. Pero nunca había subido solo aquella colina.
Arrastró apresuradamente a Eximio al montón de madera y lo cubrió. Necesitaba el amuleto para entrar en el castillo negro. ¿Dónde estaba? Corrió al interior de El Lirio, subió la escalera, halló el amuleto, lo examinó. Definitivamente, serpientes entrelazadas. El trabajo era sorprendentemente detallado. Pequeñas joyas engastadas formaban los ojos de las serpientes. Resplandecían amenazadoras al sol del atardecer.
Se metió el amuleto en el bolsillo.
—Chozo, tranquilízate. Déjate llevar por el pánico, y estás muerto. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que Sal acudiera a la ley? Unos días, seguramente. Tiempo más que suficiente.
Cuervo le había dejado su carro y su tiro. No había pensado en seguir pagándole al del establo. ¿Los habría vendido el hombre? Si era así, iba a tener problemas.
Rebañó todas las monedas de sus cajas, dejó El Lirio al cuidado de Lisa.
El cuidador del establo no había vendido el carro, pero las mulas estaban flacas. Chozo lo maldijo.
—¿Hubiera debido alimentarlas a mis propias expensas, señor?
Chozo le maldijo un poco más y le pagó lo que le debía. Dijo:
—Dales de comer. Y tenlas enganchadas y preparadas para las diez.
Pasó todo el resto de la tarde sumido en el pánico. Alguien podía encontrar a Eximio. Pero ningún representante de la ley entró pisando fuerte. Inmediatamente después de oscurecer se escabulló al establo.
Pasó el viaje sintiéndose aterrado y preguntándose alternativamente cuándo podía valer Eximio. Y cuánto podría conseguir por el carro y las mulas. No lo había tenido en cuenta en sus anteriores cálculos.
Debería ayudar a la familia de Eximio. Tendría que hacerlo. Era lo decente… Estaba adquiriendo demasiadas personas a su cargo.
Entonces se encontró frente a la puerta oscura. El castillo, con toda su monstruosa decoración, era terrible, pero no parecía haber crecido desde la última vez que había estado allí. Llamó como había visto que hacía Cuervo, con el corazón en la garganta. Aferraba el amuleto en su mano izquierda.
¿Qué les estaba haciendo tardar tanto? Golpeó de nuevo. La puerta se abrió de golpe, sobresaltándole. Corrió hasta su carro, hizo avanzar a las mulas.
Entró exactamente como había hecho Cuervo, ignorándolo todo excepto su avance. Se detuvo en el mismo lugar, bajó, arrastró a Eximio fuera.
No acudió nadie durante varios minutos. Empezó a ponerse más y más nervioso, deseoso de haber tenido el buen sentido de acudir armado. ¿Qué garantía tenía de que no se lanzaran sobre él? ¿Aquel estúpido amuleto?
Algo se movió. Jadeó.
La criatura que salió de las sombras era baja y ancha e irradiaba un aire de desdén. No le miró ni un solo momento. Su examen del cadáver fue detallado. Se estaba poniendo difícil, como si fuera algún mezquino oficial insignificante ante un ciudadano impotente momentáneamente en su poder. Chozo sabía cómo manejar aquello.
Testaruda paciencia y rechazo a irritarse. Permaneció inmóvil y aguardó.
Finalmente la criatura depositó veinticinco monedas de plata al lado de los pies de Eximio.
Chozo hizo una mueca pero recogió el dinero. Regresó a su asiento en el pescante, hizo dar la vuelta al carro, alineó las mulas con la puerta. Sólo entonces registró su protesta.
—Ése era un cadáver de primera calidad. La próxima vez hazlo mejor, o no habrá una próxima vez después de ésta. Tenlo en cuenta. —Salió por la puerta, asombrado ante su temeridad.
Mientras bajaba la colina se puso a cantar. Se sentía grande. Excepto una cada vez más pequeña sensación de culpabilidad respecto a Eximio —el muy bastardo se lo había merecido—, estaba en paz con el mundo. Era libre y estaba seguro, fuera de deudas, y ahora tenía dinero en reserva. Regresó el carro al establo, despertó al encargado, le pagó cuatro meses por anticipado.
—Cuida bien de los animales —le advirtió.
* * *
Un representante del Magistrado del distrito se presentó al día siguiente. Tenía algunas preguntas que hacer acerca de la desaparición de Eximio. Sal había señalado la pelea.
Chozo la admitió.
—Lo pateé hasta sacarle toda la mierda del culo. Pero no sé lo que pueda haberle ocurrido. Simplemente se fue. Yo también me hubiera largado, si tuviera a alguien tan furioso contra mí.
—¿A qué se debió la pelea?
Chozo representó el papel de un hombre que no desea meter a nadie en problemas. Finalmente admitió:
—Trabajaba para mí. Me robó dinero para devolver el dinero que había pedido prestado para pagar deudas de juego. Compruebe con mis proveedores. Ellos le dirán cómo compró a crédito. A mí me dijo que pagaba al contado.
—¿Cuánto dinero fue?
—No puedo decirlo exactamente —replicó Chozo—. Más de cincuenta levas. Todos mis beneficios del verano, y un poco más.
El interrogador silbó suavemente.
—No le culpo por sentirse irritado.
—Sí. No le hubiera negado dinero para ayudar a su familia. Tiene toda una multitud de la que cuidar. Pero perderlo en el juego… Maldita sea, yo estaba caliente. Pedí prestado ese dinero para arreglar este lugar. Los pagos son duros. Probablemente ahora no podré llegar ni al final del invierno, sólo porque ese bastardo no pudo resistirse al juego. Si lo viera de nuevo, le rompería el cuello.
Fue una buena actuación. Dejó las palabras flotar en el aire.
—¿Desea presentar una queja formal?
Chozo jugó la baza de la reluctancia.
—Es familia. Mi primo.
—Yo le rompería la espalda a mi padre si me hiciera eso a mí.
—Sí. Tiene razón. Presentaré una queja. Pero no lo voy a hacer ahora mismo. Quizá pueda salirse de alguna forma de su apuro. Infiernos, es posible que halle alguna manera de devolverme el dinero. Puede que me mintiera acerca de haberlo perdido todo. Mentía acerca de un montón de cosas. —Chozo sacudió la cabeza—. Trabajó temporalmente para nosotros desde que mi padre regentaba este lugar. Nunca pensé que pudiera hacer algo así.
—Ya sabe como son esas cosas. Uno se endeuda demasiado y los buitres empiezan a girar a su alrededor, y uno hace cualquier cosa para salvar el culo. No se preocupe por mañana. Me ocuparé de ello.
Chozo asintió. Sabía cómo eran esas cosas.
Después de que el hombre del Magistrado hubiera partido, Chozo le dijo a Lisa:
—Voy a salir. —Deseaba una última correría antes de asentarse en el aburrido trabajo de llevar El Lirio.
Eligió a la más hermosa y más hábil mujer que pudo encontrar. Le salió cara, pero valió hasta el último cobre. Regresó a El Lirio deseoso de poder vivir de esa forma todo el tiempo. Aquella noche soñó con la mujer.
Lisa le despertó temprano.
—Hay aquí un hombre que desea verle.
—¿Quién es?
—No lo ha dicho.
Maldiciendo, Chozo se levantó. No hizo nada por ocultar su desnudez. Más de una vez había sospechado que Lisa debía de incluir algo más que tareas de camarera en sus deberes. Pero la muchacha no cooperaba. Tendría que hallar alguna palanca… Sería mejor mirar hacia otro lado. Se estaba obsesionando con el sexo. Eso podía proporcionarle a alguien una palanca.
Bajó a la sala común. Lisa señaló a un hombre. No era nadie a quien Chozo conociera.
—¿Deseabas verme?
—¿Tienes algún lugar privado donde podamos hablar?
Un caso difícil. ¿Y ahora qué? No le debía nada a nadie. Ya ni siquiera tenía enemigos.
—¿Qué es lo que te trae por aquí?
—Hablemos de tu primo. El que no desapareció de la forma que cree la gente.
El estómago de Chozo se anudó. Ocultó su inquietud.
—No comprendo.
—Supongamos que alguien vio lo que ocurrió.
—Ven a la cocina.
El visitante de Chozo echó un vistazo hacia atrás desde la puerta de la cocina.
—Desde la gatera alguien podría intentar escuchar. —Luego ofreció a Chozo un relato exacto de la muerte de Eximio.
—¿Dónde has oído este cuento de hadas?
—Lo vi.
—En un sueño, quizá.
—Eres más frío de lo que había oído. Así son las cosas, amigo. Tengo una memoria extraña. A veces olvido, a veces no. Depende de cómo sea tratado.
—Ah. Empiezo a ver la luz. Es un asunto puramente económico.
—Tú lo has dicho.
Los pensamientos de Chozo corrían por su cabeza como ratones asustados. No podía permitirse malgastar dinero. Tenía que hallar alguna otra forma de salirse de aquello. Pero en estos momentos no podía hacer absolutamente nada. Estaba demasiado confuso. Necesitaba tiempo para centrarse.
—¿Cuánto?
—Una leva a la semana compraría un caso de amnesia de primera clase.
Chozo se atragantó. Barbotó. Engulló su protesta antes de que saliera de su boca.
El extorsionista hizo un gesto de ¿qué puedo hacer?
—Yo también tengo problemas. Gastos. Una leva a la semana. O corre tus riesgos.
El castillo negro parpadeó en los pensamientos de Chozo. Su codicia lo agarró, le dio vueltas, estudió las posibilidades. El asesinato ya no le preocupaba.
Pero no ahora. No aquí.
—¿Cómo te pagaré?
El hombre sonrió.
—Simplemente dame una leva.
Chozo trajo su caja del dinero a la cocina.
—Tendrás que aceptar cobre. No tengo nada de plata.
La sonrisa del hombre se hizo más amplia. Estaba complacido. ¿Por qué?
El hombre se fue. Chozo dijo:
—Lisa, tengo un trabajo para ti. Vale una bonificación. Sigue a ese hombre. Descubre adonde va. —Le dio cinco gershs—. Otros cinco cuando vuelvas, si lo que me traes lo vale.
Lisa se apresuró a salir con un revuelo de faldas.
* * *
—Vagó mucho por ahí —informó Lisa—. Como si estuviera matando el tiempo. Luego se encamino hacia los Veleros. A ver a ese prestamista tuerto.
—¿Gilbert?
—Sí. Gilbert.
—Gracias —dijo Chozo, pensativo—. Un montón de gracias. Eso arroja luz sobre el problema.
—¿Una luz que vale cinco gershs?
—Por supuesto. Eres una buena chica. —Le hizo una sugestiva oferta mientras contaba.
—No necesito tanto el dinero, señor Chozo.
Chozo se retiró a su cocina, empezó a reparar la cena. Así que Gilbert estaba detrás del extorsionista. ¿Deseaba Gilbert apretarle financieramente? ¿Por qué?
El Lirio. ¿Qué otra cosa? Las renovaciones hacían el lugar mucho más atractivo.
Bien. Supongamos que Gilbert había abierto una campaña para arrebatarle El Lirio. Tenía que luchar. Pero esta vez no podía ayudarle nadie. Tendría que hacerlo solo.
* * *
Tres días más tarde Chozo visitó a un conocido que operaba en el extremo más bajo del Coturno. A cambio de una gratificación recibió un nombre. Visitó a la persona a la que correspondía este nombre, y cuando se fue dejó tras de sí dos piezas de plata.
De vuelta a El Lirio, le pidió a Lisa que les dijera a sus clientes favoritos que Gilbert estaba intentando obligarle a marcharse difundiendo mentiras y haciendo amenazas. Deseaba que el Magistrado sospechara de las posibles acusaciones suscitadas más tarde contra él.
La mañana del día del siguiente pago le dijo a Lisa:
—Estaré fuera todo el día. Si alguien pregunta por mí, dile que volveré después de la cena.
—¿El hombre al que seguí?
—Especialmente él.
Al principio Chozo simplemente vagabundeó un poco, matando el tiempo. Sus nervios empeoraron a medida que pasaban las horas. Algo podía ir mal. Gilbert podía ponerse violento… Pero no se atrevería, ¿verdad? Eso perjudicaría su reputación. Los rumores de Chozo lo habían puesto ahora a la defensiva. La gente pediría sus préstamos en otra parte si presionaba.
Chozo buscó una mujer. Le costó caro, pero le hizo olvidar. Por un tiempo. Regresó a El Lirio al anochecer.
—¿Vino? —le preguntó a Lisa.
—Y volvió también. Parecía irritado. No creo que vaya a mostrarse amable, señor Chozo.
—Así son las cosas. Estaré fuera en la parte de atrás, trabajando en la leña. —Miró a un cliente que no había visto nunca antes. El hombre asintió, se fue por la puerta delantera.
Chozo se puso a cortar leña a la luz de la linterna. De tanto en tanto escrutaba las sombras, no veía nada. Rezaba para que nada saliera mal.
El extorsionista apareció en tromba por la puerta de la cocina.
—¿Intentas esquivarme, Chozo? ¿Sabes lo que ocurrirá si me haces una mala jugada?
—¿Esquivarte? ¿Qué quieres decir? Estoy aquí.
—No estabas esta tarde. Y ahora esa chica tuya me lo pone difícil, intentando desorientarme. Tuve que pegarle un poco antes de que me dijera dónde estabas. Y me gustó.
Muy creativo. Chozo se preguntó cuánto sospechaba Lisa.
—Ahórrate los dramatismos. Quieres tu dinero. Yo quiero tu feo rostro lejos de este lugar. Así que arreglémoslo a gusto de todos.
El extorsionista pareció desconcertado.
—¿Te pones gallito? Me dijeron que eras el mayor cobarde de todo el Coturno.
—¿Quién te dijo eso? ¿Trabajas para alguien? ¿Ésta no es una operación independiente?
Los ojos del hombre se entrecerraron cuando se dio cuenta de su error.
Chozo extrajo un puñado de cobres. Contó, contó, contó de nuevo, puso aparte algunas monedas.
—Pon las manos.
El extorsionista extendió las manos formando copa.
Chozo no había esperado que fuera tan fácil. Dejó caer las monedas, agarró las muñecas del hombre.
—¡Hey! ¿Qué demonios?
Una mano se cerró sobre la boca del hombre. Un rostro apareció sobre su hombro, la boca tensa en una mueca de esfuerzo. El extorsionista se alzó sobre la punta de los pies, arqueándose hacia atrás. Sus ojos se abrieron mucho, con miedo y dolor, luego giraron hacia arriba. Se derrumbó hacia adelante.
—Muy bien. Perfecto. Sal de aquí —dijo Chozo.
Los pasos se alejaron apresuradamente.
Chozo arrastró el cuerpo hasta las sombras, lo cubrió rápidamente con leña, luego se dejó caer sobre manos y rodillas y empezó a recoger las monedas. Las recuperó todas menos dos.
—¿Qué está haciendo, señor Chozo?
Dio un respingo.
—¿Qué estás haciendo tú?
—Vine a ver si estaba usted bien.
—Estoy perfectamente. Tuvimos una discusión. Derribó algunas monedas de mi mano. No puedo encontrarlas todas.
—¿Necesita ayuda?
—Ocúpate de la barra, chica. O nos robarán hasta los clavos.
—Oh. Por supuesto. —Volvió apresuradamente al interior.
Chozo abandonó su búsqueda unos minutos más tarde. Ya seguiría buscando mañana.
Su ansia de que llegara la hora del cierre fue creciendo y creciendo. Lisa se mostraba demasiado curiosa. Temía que fuera a buscar las monedas no recuperadas y encontrara el cadáver. No deseaba tener su desaparición también sobre su conciencia.
Dos minutos después de cerrar, salió por la puerta de atrás y se encaminó en busca de su carro y su tiro.
* * *
El ser alto estaba de nuevo de servicio. Pagó a Chozo treinta monedas de plata. Mientras maniobraba para marcharse, sin embargo, le preguntó:
—¿Por qué vienes tan de tarde en tarde?
—No soy tan hábil como mi socio.
—¿Qué ha sido de él? Lo hemos echado en falta.
—Se ha ido de la ciudad.
Chozo hubiera jurado que oyó a la cosa reír quedamente mientras salía por la puerta.