ENEBRO: CHARLA CON SUSURRO

Cuervo se desvaneció para nosotros. Ni siquiera Goblin pudo hallar ninguna huella. Pluma y Susurro trabajaron a nuestros prisioneros hasta vaciarlos por completo, y no consiguieron nada sobre nuestro viejo amigo. Llegué a la conclusión de que Cuervo había usado un nombre ficticio en su trato con ellos.

¿Por qué no lo había usado también en el Coturno? ¿Locura? ¿Estupidez? ¿Orgullo? Por lo que puedo recordar, Cuervo tenía mucho de todo ello.

Cuervo no era su auténtico nombre, del mismo modo que Matasanos no es el mío. Pero es el nombre por el que le conocimos durante el año que sirvió con nosotros. Ninguno de nosotros, excepto quizás el Capitán, sabía su auténtico nombre. En sus tiempos, en Ópalo, había sido un hombre de importancia. Eso sí lo sabía. Él y el Renco se convirtieron en acerbos enemigos cuando el Renco utilizó a su esposa y sus amantes para despojarlo de sus derechos y títulos. Eso sí lo sabía también. Pero no quién era antes de que se convirtiera en un soldado de la Compañía Negra.

Temía decirle al Capitán lo que había descubierto. Él quería a Cuervo. Eran como hermanos. Creo que el Capitán se sintió herido cuando Cuervo desertó. Se sentiría mucho más profundamente herido cuando supiera lo que su amigo había hecho en Enebro.

Susurro nos convocó para anunciarnos los resultados de los interrogatorios. Dijo hoscamente:

—No nos hemos anotado exactamente un triunfo, caballeros. Todos excepto un par de esos hombres eran aficionados. A todos les quitamos las ansias de lucha allá en Hechizo. Pero hemos averiguado que el castillo negro ha estado comprando cadáveres. Sus moradores compran incluso cuerpos vivos. Dos de nuestros cautivos les han estado vendiendo. Recaudando fondos para los Rebeldes.

La idea de comerciar con cadáveres era repelente, pero no especialmente perversa. Me pregunté qué uso tendría la gente del castillo negro para ellos.

Susurro continuó:

—Ellos no fueron responsables de la incursión a las Catacumbas. De hecho, no tienen ningún interés para nosotros. Los vamos a entregar a los Custodios para que hagan lo que quieran con ellos. Vosotros, caballeros, volveréis a la ciudad y continuaréis cavando.

—¿Perdón, señora? —dijo Elmo.

—En alguna parte en Enebro hay alguien que está alimentando al castillo negro. Encontradlo. La Dama lo desea.

Cuervo, pensé. Tenía que ser Cuervo. Simplemente tenía que serlo. Debíamos encontrar a ese hijo de puta, sí. Y sacarlo de la ciudad o matarlo.

Tienen que comprender lo que significa la Compañía. Para nosotros es padre, madre, familia. Somos hombres sin ninguna otra cosa a la que agarrarnos. El que Cuervo fuera atrapado significaría matar a la familia, figurativa y literalmente. La Dama desbandaría lo que quedara del equipo después de machacarnos por no entregar a Cuervo en su momento.

Le dije a Susurro:

—Podría ayudar si supiéramos a lo que nos enfrentamos. Resulta difícil tomarse algo en serio cuando nadie te dice nada. ¿Cuál es el punto del ejercicio? Ese castillo es malditamente extraño, lo garantizo. ¿Por qué deberíamos preocuparnos por él?

Susurro pareció pensar en ello. Durante varios segundos sus ojos se volvieron vacíos. Había trasladado el asunto a una autoridad superior. Estaba en comunión con la Dama. Cuando regresó dijo:

—El castillo negro tiene sus raíces en el Túmulo.

Eso atrajo nuestra atención. Croé:

—¿Qué?

—El castillo negro es el agujero de escape del Dominador. Cuando alcance un cierto tamaño y se establezcan un cierto conjunto de circunstancias, las criaturas que viven ahí, que son sus criaturas, su corazón y su alma, lo conjurarán fuera del Gran Túmulo. Y lo traerán aquí.

Varios hombres bufaron, incrédulos. Parecía algo demasiado cogido por los pelos, pese a todas las cosas extrañas y todas las hechicerías que hemos visto.

Susurro dijo:

—El Dominador previo su derrota a manos de la Rosa Blanca, aunque no la traición de la Dama. Antes incluso de que cayera la Dominación, empezó a preparar su retorno. Envió a uno de sus fieles seguidores hasta aquí con la semilla del castillo negro. Algo fue mal. Nunca planeó esperar tanto tiempo. Quizá desconocía la preocupación de Enebro por preservar a sus muertos. ¿Qué es lo que aguardan? ¿Un barco que los lleve al paraíso?

—Lo dudo —admití—. Lo he estudiado, pero todo el asunto me parece pura charla de monos. Pero sigamos. ¿El Dominador va a surgir entre nosotros aquí?

—No si podemos detenerlo. Pero tal vez hayamos llegado demasiado tarde. Ese hombre. Si no lo detenemos pronto, será demasiado tarde, el portal ya casi está preparado para abrirse.

Miré a Elmo. Elmo me miró a mí. Oh, muchacho, pensé. Si Cuervo supiera lo que estaba haciendo… Pero pese a todo no podía sentirme trastornado. Lo hacía por Linda. No podía saber que le estaba haciendo el trabajo al Dominador. De otro modo no lo hubiera hecho. Hubiera hallado alguna otra forma… ¿Qué demonios pensaba hacer con tanto dinero?

Tenía que encontrarle. A eso se reducía todo. Hiciéramos lo que hiciéramos a partir de ahora, nuestro principal objetivo, en bien de la Compañía, tenía que ser advertirle.

Miré a Elmo. Asintió. A partir de este momento lucharíamos por la supervivencia del equipo.

En alguna parte, de alguna forma, Cuervo debía de haber olido el peligro. Goblin había mirado bajo cada piedra en el Coturno, escrutado cada callejón, vivido prácticamente en El Lirio de Hierro, y pese a todo sólo había hallado un gran pedazo de nada. El tiempo seguía avanzando. El clima se estaba volviendo amenazadoramente cálido. Y cada vez nos sumíamos en un pánico mayor.