Cuervo entró violentamente por la puerta de El Lirio. Chozo alzó la vista, sobresaltado. Cuervo se reclinó contra el marco de la puerta, jadeante. Parecía como si hubiera visto la muerte a la cara. Chozo puso su trapo a un lado y se apresuró hacia él, con una botella de barro en la mano.
—¿Qué ha ocurrido?
Cuervo miró por encima de su hombro, a Linda, que estaba sirviendo a un solitario cliente de pago de Chozo. Sacudió la cabeza, inspiró profundamente varias veces, se estremeció.
¡Estaba asustado! ¡Por todo lo que era sagrado, el hombre estaba aterrorizado! Chozo se sintió asombrado. ¿Qué podía haberlo puesto en este estado? Ni siquiera el castillo negro lo impresionaba.
—Cuervo. Ven aquí y siéntate. —Tomó a Cuervo del brazo. El hombre le siguió dócilmente. Chozo captó la mirada de Linda, le hizo seña de que trajera dos jarras y otra botella.
Linda echó una mirada a Cuervo y olvidó a su cliente. Estaba allí con jarras y botella a los pocos segundos, con los dedos agitándose hacia Cuervo.
Cuervo no veía nada.
—¡Cuervo! —exclamó Chozo en un seco susurro—. ¡Recóbrate, hombre! ¿Qué demonios ha ocurrido?
Los ojos de Cuervo se enfocaron. Miró a Chozo, a Linda, al vino. Engulló el contenido de la jarra de un solo sorbo, la depositó sobre la mesa con un ruido seco. Linda la llenó de nuevo.
El cliente protestó por haber sido abandonado.
—Sírvete tú mismo —le dijo Chozo.
El hombre siguió protestando.
—Entonces vete al infierno —dijo Chozo—. Habla, Cuervo. ¿Tenemos problemas?
—Uh… No. No nosotros, Chozo. Yo. —Se estremeció como un perro al salir del agua, miró a Linda. Sus dedos empezaron a hablar.
Chozo captó la mayor parte de su conversación. Cuervo le dijo que empacara sus cosas. Tenían que salir huyendo de nuevo.
Linda quiso saber por qué.
Porque nos han encontrado, le dijo Cuervo.
¿Quiénes?, preguntó Linda.
La Compañía. Están aquí, en Enebro.
Linda no pareció alterada por aquello. Negó la posibilidad.
¿La Compañía?, pensó Chozo. ¿Qué demonios era aquello?
Están aquí, insistió Cuervo. Fui a la reunión. Llegué tarde. Afortunadamente. Llegué después de que hubiera empezado todo. Los hombres del Duque. Los Custodios. Y la Compañía. Vi a Matasanos y a Elmo y a Goblin. Les oí llamarse unos a otros por sus nombres. Les oí mencionar a Susurro y Pluma. La Compañía está en Enebro, y los Tomados están con ellos. Tenemos que irnos.
Chozo no tenía la menor idea de qué infiernos era todo aquello. ¿Quiénes eran toda aquella gente? ¿Por qué Cuervo estaba asustado?
—¿Cómo vas a ir a ninguna parte, Cuervo? No puedes salir de la ciudad. El puerto sigue helado.
Cuervo le miró como si fuera un hereje.
—Tranquilízate. Cuervo. Utiliza la cabeza. No sé qué demonios está ocurriendo, pero puedo decirte esto. En estos momentos estás actuando más como Chozo de Castañas que como Cuervo. El viejo Chozo es el tipo que se deja llevar por el pánico, ¿recuerdas?
Cuervo consiguió esbozar una débil sonrisa.
—Tienes razón. Sí. Cuervo utiliza el cerebro. —Rió ásperamente—. Gracias, Chozo.
—¿Qué ha ocurrido?
—Digamos simplemente que el pasado ha vuelto. Un pasado que no esperaba ver de nuevo. Háblame de ese esbirro que dijiste que Cabestro llevaba siempre consigo últimamente. Por lo que he oído, Cabestro es un solitario.
Chozo describió al hombre, aunque no podía recordarlo bien. Su atención estaba fijada en Cabestro. Linda se situó de tal modo que pudiera leer sus labios. Formó una palabra con los suyos.
Cuervo asintió.
Matasanos.
Chozo se estremeció. El nombre sonaba siniestro.
—¿Algún tipo de asesino a sueldo?
Cuervo rió quedamente.
—No. En realidad es médico. Y bastante competente además, pese al nombre. Pero tiene otros talentos. Como ser capaz de buscarme a la sombra de Cabestro. ¿Quién le prestaría atención? Todo el mundo estaría demasiado preocupado con el maldito Inquisidor.
Linda hizo una rápida sucesión de signos. Fueron demasiado rápidos para Chozo, pero creyó que le estaba censurando a Cuervo, diciéndole que Matasanos era su amigo y que no podía estar persiguiéndole. Era una coincidencia que sus caminos se hubieran cruzado.
—Ninguna coincidencia en absoluto —contraatacó Cuervo, tanto en voz alta como por signos—. Si no me están persiguiendo, ¿por qué su presencia en Enebro? ¿Por qué hay dos de los Tomados aquí?
Linda respondió de nuevo demasiado rápido para que Chozo pudiera captarlo todo. Parecía estar discutiendo acerca de que si alguien llamado la Dama tenía sospechas de que él estaba allí, no hubiera enviado a Matasanos o a alguien llamado Silencioso.
Cuervo se la quedó mirando sus buenos quince segundos, frío e inmóvil como una piedra. Engulló otra jarra de vino. Luego dijo:
—Tienes razón. Absolutamente razón. Si me estuvieran buscando, ya me hubieran encontrado. Y a ti. Los propios Tomados hubieran caído sobre nosotros. Así que tiene que ser una coincidencia, después de todo. Pero, coincidencia o no, los principales secuaces de la Dama están en Enebro. Y están buscando algo. ¿Qué? ¿Por qué?
Ése era el viejo Cuervo. Frío y duro y pensando.
Linda agitó las manos: el castillo negro.
El humor de Chozo se desvaneció. Cuervo miró a la muchacha durante varios segundos, miró en la dirección general del castillo negro. Luego miró a Linda de nuevo.
—¿Por qué?
Linda se encogió de hombros. Hizo signos:
No hay ninguna otra cosa en Enebro que pueda atraerla.
Cuervo pensó algunos minutos más. Luego se volvió a Chozo.
—Chozo, ¿te he hecho rico? ¿He sacado tu culo lo suficientemente fuera de problemas?
—Por supuesto, Cuervo.
—Entonces me debes un favor. Algunos enemigos míos muy poderosos están en Enebro. Están trabajando con los Custodios y el Duque, y probablemente estén aquí a causa del castillo negro. Si me descubren, voy a tener problemas.
Chozo de Castañas tenía la barriga llena. Tenía un lugar cálido donde dormir. Su madre estaba segura. No tenía deudas, y ninguna amenaza inmediata colgaba sobre su cabeza. El hombre que tenía delante era el responsable de todo aquello. También era responsable de cargarle con una conciencia agónicamente culpable, pero eso podía olvidarlo.
—Pide. Haré lo que pueda.
—También te ayudarás a ti mismo, si están buscando en el castillo. A ti, a mí y a Asa. Cometimos un error entrando en las Catacumbas. Pero no importa. Quiero que descubras lo que puedas acerca de lo que ocurre en Tejadura. Si necesitas dinero para sobornos, dímelo. Yo lo cubriré.
Desconcertado, Chozo dijo:
—Por supuesto. ¿No puedes decirme algo más?
—No hasta que sepa un poco más. Linda, reúne tus cosas. Tenemos que desaparecer.
Por primera vez Chozo protestó:
—¡Hey! ¿Qué vais a hacer? ¿Cómo se supone que voy a llevar este lugar sin ella?
—Tráete a esa chica, Lisa. Trae a tu primo. No me importa. Tenemos que desaparecer.
Chozo frunció el ceño.
—La quieren más a ella de lo que me quieren a mí —dijo Cuervo.
—Es sólo una muchacha.
—Chozo.
—Sí, señor. ¿Cómo nos mantendremos en contacto, señor?
—No lo harás. Yo me mantendré en contacto contigo. Linda, vámonos. Hay Tomados ahí arriba.
—¿Qué son los Tomados? —preguntó Chozo.
—Si tienes dioses, Chozo, rézales para que nunca lo descubras. Rézales mucho. —Y, cuando Linda regresó con sus escasas pertenencias, Cuervo dijo—: Creo que deberías reconsiderar el abandonar Enebro conmigo. Van a empezar a ocurrir cosas por aquí, y no van a gustarte.
—Tengo que cuidar de mi madre.
—Piensa en ello de todos modos, Chozo. Sé de lo que estoy hablando. Yo trabajé para esa gente.