ENEBRO: ECHANDO HUMO

Goblin estaba de pie al otro lado de la calle, reclinado contra un edificio, mirando intensamente. Fruncí furioso el ceño. ¿Qué demonios estaba haciendo en la calle? Cabestro podía reconocerle y darse cuenta de que estábamos jugando a nuestro propio juego.

Evidentemente, deseaba decirme algo.

Cabestro estaba a punto de entrar en otra de las incontables tabernas. Le dije:

—Voy a echar una meada en el callejón.

—De acuerdo. —Entró. Me deslicé al callejón y oriné. Goblin se reunió allí conmigo.

—¿Qué ocurre? —pregunté.

—Lo que ocurre, Matasanos, es que es él. Cuervo. Nuestro Cuervo. No sólo él, sino Linda también. Es camarera en un lugar llamado El Lirio de Hierro.

—Maldita sea —murmuré.

—Cuervo vive allí. Están haciendo todo un espectáculo de que no se conocen demasiado, pero Cuervo cuida de ella.

—¡Maldita sea! —repetí—. ¡Tenía que ser! ¿Qué hacemos ahora?

—Quizás inclinarnos y darnos un beso de adiós en nuestros respectivos culos. Puede que el bastardo esté metido en medio de un asunto de venta de cadáveres. Todo lo que hemos descubierto apunta en esa dirección.

—¿Cómo has podido descubrir eso cuando Cabestro no ha podido?

—Tengo recursos que Cabestro no tiene.

Asentí. Era cierto. A veces resulta útil tener a un hechicero por los alrededores. A veces no, si eres uno de esos hijoputas de arriba en Tejadura.

—Apresúrate —dije—. Cabestro empezará a preguntarse dónde estoy.

—Cuervo tiene su propio carro y su propio equipo. Lo guarda al otro lado de la ciudad. Normalmente sólo lo toma a última hora de la noche. —Asentí. Ya habíamos decidido que los ladrones de cuerpos trabajaban en el turno de noche—. Pero… —dijo—, y va a encantarte esto, Matasanos, en una ocasión lo sacó de día, hace poco. Por coincidencia, el mismo día que alguien forzó las Catacumbas.

—Oh, vaya.

—Le he echado un vistazo a ese carro, Matasanos. Hay sangre en él. Bastante fresca. La sitúo alrededor del día en que ese prestamista y sus compinches desaparecieron.

—Oh, vaya —repetí—. Mierda. Estamos metidos en ello. Mejor vete. Voy a tener que pensar ahora en una historia para Cabestro.

—Hasta luego.

—Sí.

En aquel momento estaba dispuesto a dejarlo correr todo. La desesperación me abrumó. Aquel maldito loco de Cuervo…, sabía exactamente lo que estaba haciendo. Reuniendo una buena cantidad de dinero vendiendo cadáveres y saqueando tumbas. Su conciencia no le molestaba. En esta parte del mundo, tales cosas tenían muy poca importancia. Y tenía una causa: Linda.

No podía separarme de Cabestro. Deseaba desesperadamente correr con Elmo, pero tenía que seguir haciendo preguntas con el Inquisidor.

Alcé la vista hacia la ladera norte, al castillo negro, y pensé en él como la fortaleza que Cuervo había construido.

Me dije que me estaba dejando llevar demasiado. Las evidencias todavía no eran concluyentes…, pero lo eran. Lo suficiente. Mis empleadores no solían aguardar a tecnicismos legales o pruebas absolutas.

Elmo se mostró también impresionado.

—Podríamos matarle. Entonces no habría ningún riesgo de que dijera nada.

—¡Oh, vamos, Elmo!

—No hablaba en serio. Pero sabes que lo haría si las elecciones se volvieran demasiado escasas.

—Sí. —Todos lo haríamos. O lo intentaríamos. Puede que Cuervo no nos dejara. Era el hijo de puta más duro que he conocido nunca—. Si me lo preguntas, deberíamos reunirnos con él y decirle simplemente que salga de Enebro como si le persiguieran todos los diablos.

Elmo me lanzó una mirada de disgusto.

—¿No has estado prestando atención? En estos momentos la única forma de entrar o salir es la que tomamos nosotros. El puerto está helado. Los pasos están nevados. ¿Crees que podemos conseguir que Susurro saque volando a algunos civiles si se lo pedimos?

—Civiles. Goblin dice que Linda está todavía con él.

Elmo parecía pensativo. Empecé a decir algo más. Agitó una mano pidiendo silencio. Aguardé. Finalmente preguntó:

—¿Qué haría si te viera? ¿Si ha estado mezclándose con el grupo del Cráter?

Hice chasquear la lengua.

—Sí. No pensé en eso. Déjame comprobar algo.

Busqué a Cabestro.

—¿Tú o el Duque tenéis a alguien dentro del grupo del Cráter?

Pareció desconcertado.

—Quizá. ¿Por qué?

—Tengamos una sentada con ellos. Una idea. Puede que nos ayuden a resolver algo.

Me miró durante un largo momento. Quizás era más agudo de lo que pretendía.

—De acuerdo. No es que puedan saber mucho. La única razón de que no les hayamos apretado los tornillos que no tienen ninguna importancia. Se limitan a reunirse y a hablar de los viejos días. Ya no les queda ninguna pelea que librar.

—Echemos una mirada de todos modos. Quizá sean menos inocentes de lo que parecen.

—Dame media hora.

Lo hice. Y cuando se agotó el tiempo, él y yo estábamos sentados junto con dos policías secretos. Él y yo nos turnamos haciendo preguntas, cada cual desde su propio ángulo.

Ninguno de los dos conocía a Cuervo, al menos no por ese nombre, eso era un alivio. Pero había algo allí, y Cabestro lo captó de inmediato. Se aferró a ello hasta que tuvo algo que masticar.

—Me voy con mi jefe —le dije—. Querrá saber acerca de esto. —Había dejado caer una diversión. Pareció calar en Cabestro.

—Lo plantearé con Hargadón. No se me ocurrió que pudieran ser forasteros. Políticos. Ése podría ser el motivo de que el dinero no aparezca. Quizá también estén vendiendo cadáveres.

—Las rebeliones necesitan dinero —observé.

Hicimos nuestro movimiento la noche siguiente, a insistencia de Susurro, por encima de las objeciones del Duque, pero con el apoyo del Custodio jefe. El Duque quería que todavía no nos dejáramos ver. A los Custodios les importaba un ardite. Simplemente deseaban salvar su reputación.

* * *

Elmo apareció deslizándose entre las sombras nocturnas.

—¿Preparados aquí? —susurró.

Miré a los cuatro hombres que tenía conmigo.

—Preparados. —Todos los hombres de la Compañía en Enebro estaban allí, junto con la policía secreta del Duque y una docena de hombres de Cabestro. Había pensado que su trabajo era estúpido, pero aún así me había asombrado el descubrir cuán pocos hombres empleaba realmente su oficina. Todos menos uno estaban allí. El que faltaba estaba legítimamente enfermo.

Elmo emitió un sonido parecido al mugir de una vaca, lo repitió tres veces.

Los en su tiempo Rebeldes estaban reunidos para su confabulación regular. Sonreí ligeramente, pensando en la sorpresa que iban a llevarse. Pensaban que estaban seguros de la Dama con sus dos mil quinientos kilómetros y sus siete años de distancia.

Tomó menos de un minuto. Nadie resultó herido. Simplemente se nos quedaron mirando estúpidamente, con los brazos colgando a sus costados. Luego uno de ellos incluso nos reconoció, y gruñó:

—La Compañía Negra. En Enebro.

Luego otro:

—Esto se ha acabado. Es el fin. Ella ha ganado.

No parecía importarles mucho. De hecho, algunos parecían aliviados.

Todo se realizó tan suavemente que ninguno de los vecinos se dio siquiera cuenta de lo que ocurría. La incursión más discreta que jamás haya visto. Los llevamos a Tejadura, y Susurro y Pluma se pusieron al trabajo.

Tan sólo esperaba que uno de ellos no supiera demasiado.

Había hecho mi apuesta con la esperanza de que Cuervo no les hubiera dicho quién era Linda. Si lo había hecho, había hundido el techo de la casa en lugar de dirigir la atención hacia otro lado.

No oí nada de Susurro, así que supuse que había ganado.