ENEBRO: SORPRESA DESAGRADABLE

Cabestro me buscó la siguiente vez que quiso ir a la parte baja de la colina. Quizá sólo buscaba compañía. No tenía amigos en el lugar.

—¿Qué ocurre? —pregunté cuando entró en mi pequeña oficina habilitada como dispensario.

—Toma tu capote. Es hora de ir de nuevo al Coturno.

Su ansiedad me excitó sin otra razón que el que estaba aburrido en Tejadura. Sentía compasión por mis camaradas. Todavía no habían tenido ninguna posibilidad de salir. El lugar era un nido de trabajo.

Así que ahí fuimos, colina abajo, más allá del Recinto. Pregunté:

—¿Por qué toda esta excitación?

—No es realmente excitación —respondió—. Probablemente ni siquiera tiene nada que ver con nosotros. ¿Recuerdas aquel encanto de prestamista?

—¿Con sus vendajes?

—Ajá. Krage. Ha desaparecido. Él y la mitad de sus chicos. Parece que tuvo un encuentro con el tipo que le hizo los primeros cortes. Y no ha vuelto a ser visto desde entonces.

Fruncí el ceño. Aquello no parecía nada notable. Los rufianes como él siempre están desapareciendo, luego de pronto aparecen de nuevo.

—Por aquí. —Cabestro señaló a unos arbustos a lo largo de la pared del Recinto—. Por aquí es por donde entraron nuestros hombres. —Indicó un grupo de árboles al otro lado del camino—. Estacionaron sus carros ahí. Tenemos un testigo que los vio. Llenos de madera, dice. Ven, te lo mostraré. —Abrió paso entre los arbustos, se dejó caer sobre manos y rodillas. Le seguí, gruñendo porque me estaba mojando. El viento del norte no hacía nada por mejorar las cosas.

El interior del Recinto era más degradado que el exterior. Cabestro me mostró varias docenas de haces de madera hallados entre la maleza cerca de la brecha.

—Parece como si se estuvieran moviendo un montón.

—Imagino que necesitaban una buena cantidad para cubrir los cuerpos. Corta por aquí. —Señaló hacia unos árboles por encima de nosotros, en dirección a Tejadura. El castillo se alzaba recortado contra estrías de nubes, un montón gris de piedra a un temblor de tierra de distancia del derrumbe.

Examiné los haces. Los asociados de Cabestro los habían arrastrado fuera y los habían apilado, lo cual no era ciertamente un buen trabajo de detective. Tuve la impresión de que habían sido cortados y atados a lo largo de un período de varias semanas. Algunas puntas estaban más afectadas por la intemperie que otras. Se lo mencioné a Cabestro.

—Ya me di cuenta. Por lo que supongo, alguien ha estado acumulando leña de una forma regular. Hallaron las Catacumbas por accidente. Entonces fue cuando empezaron a mostrarse codiciosos.

—Hum. —Estudié el montón de leña—. ¿Supones que la estaban vendiendo?

—No. Eso lo sabemos. Nadie ha estado vendiendo leña del Recinto. Probablemente la usaba una familia o un grupo de vecinos.

—¿Has comprobado el alquiler de carros?

—¿Cuán estúpida te crees que es la gente? ¿Alquilar un carro para una incursión a las Catacumbas?

Me encogí de hombros.

—Contamos con que uno de ellos sea estúpido, ¿no?

Lo admitió.

—Tienes razón. Deberíamos comprobarlo. Pero resulta duro cuando soy el único que tiene los redaños suficientes para hacer este trabajo en el Coturno. Espero que tengamos suerte en alguna otra parte. Si es necesario hacerlo, me ocuparé de ello. Cuando no haya nada más apremiante.

—¿Puedo ver el lugar por donde entraron? —pregunté.

Deseaba decirme que no, pero en vez de ello dijo:

—Es una buena caminata. Calcula una hora. Preferiría husmear un poco alrededor de ese Krage mientras las cosas todavía están calientes.

Me encogí de hombros.

—En otra ocasión entonces.

Bajamos al territorio de Krage y empezamos a husmear. Cabestro todavía tenía unos pocos contactos de su juventud. Apretando adecuadamente los tornillos, hablarían. No se me permitió participar. Pasé el tiempo bebiendo cerveza en una taberna donde alternativamente se lanzaban sobre mi dinero y actuaban como si yo tuviera la peste. Cuando me preguntaron, no negué ser un Inquisidor.

Cabestro se me unió.

—Quizá no tengamos nada después de todo. Hay todo tipo de rumores. Uno dice que lo hicieron sus propios hombres. Otro dice que fue la competencia. Hay un poco de pique con sus vecinos. —Aceptó una jarra de vino por cuenta de la casa, algo que no le había visto hacer nunca antes. Lo dejé para otra ocasión.

—Hay un ángulo que podemos comprobar. Estaba obsesionado con algún extranjero que lo puso en ridículo en público. Algunos dicen que ese mismo extranjero fue el hombre que le cortó la primera vez. —Tomó una lista y empezó a examinarla—. Supongo que esto no va a servirnos de mucho. La noche que Krage desapareció hubo una gran cantidad de gritos y estruendo. Ni un solo testigo ocular, por supuesto. —Sonrió—. Los que lo oyeron dicen que fue como una batalla. Eso me hace inclinarme por la teoría de la revolución de palacio.

—¿Qué es lo que tienes aquí?

—Una lista de gente que quizá haya sacado leña del Recinto. Puede que algunos se hayan visto entre sí. Estaba pensando que tal vez encuentre algo interesante si comparo sus historias. —Hizo un gesto con la mano pidiendo más vino. Esta vez pagó, y pagó la primera jarra también, aunque la casa hubiera olvidado de buen grado el pago. Tuve la impresión de que la gente de Enebro estaba acostumbrada a dar a los Custodios todo lo que querían. Cabestro tenía simplemente un sentido de la ética, al menos en lo que a la gente del Coturno se refería. No tenía intención de hacer sus vidas más duras de lo que ya lo eran.

No pude evitar el que me gustara a ciertos niveles.

—¿No vas a proseguir el asunto Krage, entonces?

—Oh, sí. Por supuesto. Los cuerpos han desaparecido. Pero eso no es raro. Probablemente aparecerán al otro lado del río dentro de un par de días, si están muertos. O gritando pidiendo sangre si no lo están. —Golpeó con un dedo un nombre de su lista—. Este tipo no deja de merodear por el mismo lugar. Quizás hable con él mientras estoy aquí. Se llama Cuervo.

Sentí que la sangre abandonaba mi rostro.

—¿Quién?

Me miró de una forma extraña. Me obligué a relajarme, a parecer casual. Sus cejas descendieron.

—Un tipo llamado Cuervo. El extranjero que se supone que tenía su rencilla con Krage. Está en el mismo lugar que ese otro tipo en mi lista de recogedores de leña. Quizá le haga algunas preguntas.

—Cuervo. Un nombre poco usual. ¿Qué sabes de él?

—Sólo que es un extranjero, y eso se supone que es una mala noticia. Lleva por aquí un par de años. Uno de esos que siempre van a la deriva. Está con la gente del Cráter.

La gente del Cráter eran los Rebeldes refugiados que se habían establecido en Enebro.

—¿Me haces un favor? Es muy difícil, pero este tipo podría ser el fantasma del que te hablé el otro día. Piensa un poco. Finge que nunca has oído el nombre. Pero dame una descripción física. Y descubre si hay alguien con él.

Cabestro frunció el ceño. Aquello no le gustó.

—¿Es importante?

—No lo sé. Podría serlo.

—Está bien.

—Guarda todo el asunto debajo de tu sombrero si puedes.

—Ese tipo significa algo para ti, ¿eh?

—Si es el tipo que conocí, y que creía que estaba muerto, sí. Él y yo tuvimos algunos asuntos juntos.

Sonrió.

—¿Personales?

Asentí. Tanteaba cuidadosamente el camino. Aquello era delicado. Si era mi Cuervo, tenía que ir con cuidado. No me atrevía a dejar que lo atraparan en las redes de nuestra operación. Sabía malditamente demasiado. Podía poner al descubierto a la mitad de oficiales y suboficiales de la Compañía. Y hacer que los liquidaran.

Decidí que Cabestro respondería mucho mejor si mantenía el asunto bajo un velo de misterio, con Cuervo convertido por implicación en un antiguo enemigo. Alguien sobre quien yo haría todo lo posible por saltar en la oscuridad, pero no alguien importante de ninguna otra forma.

—Entiendo —dijo. Me miró de una forma un tanto diferente, como si se alegrara de descubrir que yo no era distinto de los demás después de todo.

Infiernos, no lo soy. Pero me gusta fingir que sí lo soy, la mayor parte del tiempo. Le dije:

—Voy a volver a Tejadura. Quiero hablar con un par de tipos.

—¿Sabrás encontrar el camino?

—Por supuesto. Hazme saber lo que hayas descubierto.

—Lo haré.

Nos separamos. Eché a andar colina arriba tan rápido como unas piernas de cuarenta años podían llevarme.

Reuní a Elmo y Goblin allá donde nadie pudiera escucharnos.

—Puede que tengamos un problema, amigos.

—¿Como cuál? —quiso saber Goblin. Había estado ansiando que yo hablara desde el minuto mismo en que los convoqué. Supongo que mi aspecto era un tanto preocupado.

—Hay un tipo llamado Cuervo que opera en el Coturno. El otro día, cuando yo estaba allí con Cabestro, creí ver a alguien en la distancia que se parecía a nuestro Cuervo, pero entonces no le hice demasiado caso.

Se pusieron rápidamente tan nerviosos como yo.

—¿Estás seguro de que es él? —preguntó Elmo.

—No. Todavía no. Tapé como pude el asunto al momento mismo en que oí el nombre de Cuervo. Dejemos que Cabestro piense que es un viejo enemigo al que deseo clavarle un cuchillo. Va a preguntar por mí por ahí mientras se ocupa de sus propios asuntos. Me dará una descripción. Verá si Linda está con él. Probablemente todo no sean más que fantasmas, pero quería que lo supierais. Por si acaso.

—¿Y si es él? —preguntó Elmo—. ¿Qué hacemos entonces?

—No lo sé. Puede que sea un gran problema. Si Susurro tenía alguna razón por mostrarse interesada, como por el hecho de que él se relacione por ahí con los refugiados Rebeldes… Bueno, ya sabéis.

—Creo que Silencioso dijo que Cuervo iba a ir tan lejos que nadie sería capaz de volver a encontrarlo nunca —meditó Goblin.

—Quizá pensó que ya había ido lo bastante lejos. Esto está malditamente cerca del fin del mundo. —Lo cual, en parte, era uno de los motivos por los que estaba tan nervioso. Era el tipo de lugar que podía imaginar para que Cuervo se asentara en él. Lo suficientemente lejos de la Dama como podías ir sin tener que aprender a caminar sobre las aguas.

—Me parece —dijo Elmo— que deberíamos asegurarnos antes de dejarnos llevar por el pánico. Luego ya decidiremos qué hacer. Creo que éste es el momento de meter a nuestros chicos en el Coturno.

—Eso es lo que estaba pensando hacer. Ya tenía un plan que presentárselo a Susurro, para otra cosa. Digámosle que vamos a ponerlo en marcha, y hagamos que los chicos vigilen a Cuervo.

—¿Quién? —preguntó Elmo—. Cuervo reconocerá a cualquiera que le conozca.

—No es cierto. Utiliza a los que se unieron a nosotros en Hechizo. Envía a Prestamista tan sólo para asegurarte. No es probable que recuerde a los nuevos chicos. Fueron tantos. Si quieres a alguien de confianza para dirigir el asunto y respaldarles, utiliza a Goblin. Apárcalo donde pueda permanecer fuera de la vista pero con las manos en las riendas.

—¿Qué piensas tú, Goblin? —preguntó Elmo.

Goblin sonrió nerviosamente.

—Dame algo que hacer de todos modos. Aquí me va a estallar la cabeza. Esa gente es extraña.

Elmo dejó escapar una risita.

—¿Echas en falta a Un Ojo?

—Casi.

—Muy bien —dije—. Necesitaréis un guía. Ése tendré que ser yo. No quiero que Cabestro meta la nariz más profundamente en esto. Pero ahí abajo creen que soy uno de sus hombres. Tendréis que seguirme desde una cierta distancia. E intentar no parecer lo que sois. No lo pongáis más difícil para vosotros.

Elmo estiró los músculos.

—Iré a buscar a Pivote y Prestamista. Llévalos allá abajo y muéstrales el lugar. Uno de ellos puede volver a buscar a los demás. Adelante y llévate a Goblin. —Se fue.

Y así lo pusimos en marcha. Goblin y los seis soldados ocuparon habitaciones no lejos del cuartel general de Krage. Arriba en la colina, yo fingí que me ocupaba únicamente de nuestra causa.

Aguardé.